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De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la


empresa.
BIB 2002\1715

Joaquín García Murcia. Catedrático de Derecho del Trabajo de la Universidad de Oviedo


Paz Menéndez Sebastián. Profesora Asociada de Derecho del Trabajo de la Universidad de
Oviedo

Publicación: Repertorio Aranzadi del Tribunal Constitucional num. 13/2002 (Estudio).


Editorial Aranzadi, SA, Pamplona. 2002.

- 1.- Introducción

- 2.- Presentación de los hechos y del itinerario judicial

- 3.- Los términos del recurso de amparo y la posición del Ministerio Fiscal

- 4.- La complejidad del caso: la doble condición de accionista y trabajador

- 5.- Sobre la libertad de expresión y sus limitaciones

- 6.- Una última cuestión: la buena fe como límite en el marco del contrato de trabajo

- 7.- Reflexión final: ¿dónde queda la dimensión laboral del problema?

1- Introducción

Las dificultades de compenetración entre el ejercicio del derecho de libertad de expresión y


las obligaciones propias del contrato de trabajo, como la buena fe contractual, vuelven a
ponerse de relieve en la sentencia del Tribunal Constitucional 20/2002, de 28 de enero ( RTC
2002, 20) , en un caso que, por lo demás, reunía ciertas particularidades de innegable
trascendencia: por una parte, el trabajador afectado tenía al mismo tiempo la condición de
accionista de la sociedad propietaria de la empresa en la que prestaba servicios (Argentaria,
SA); por otra, las opiniones emitidas por el mismo, que dieron lugar al correspondiente
proceso, lo fueron con ocasión de una junta general de accionistas, fuera, por lo tanto, del
lugar de trabajo, aunque en un foro convocado para debatir sobre la gestión de la empresa.

No hace falta recordar ahora que la libertad de expresión figura como derecho fundamental
en el artículo 20.1 de nuestra Carta Magna ( RCL 1978, 2836; ApNDL 2875) , con virtualidad
desde luego frente a los poderes públicos, y dotado también, por extensión, de fuerza
vinculante frente a otras posibles esferas de poder. Su finalidad principal es la formación de
1
una opinión pública, libre y plural , como elemento imprescindible de un sistema
democrático; de ahí que pueda decirse que es un barómetro inestimable de la salud
político-democrática de un país. En un terreno más concreto, actúa como instrumento para la
emisión de opiniones, la valoración de actos y comportamientos y, en su caso, la expresión
de rechazo, crítica o protesta frente a actitudes reprobables o incorrectas.
1 Vid. las SSTC 192/1999, de 25 de octubre ( RTC 1999, 192) , 204/1997, de 25 de noviembre ( RTC 1997, 204) ,
19/1996, de 12 de febrero ( RTC 1996, 19) , 136/1994, de 9 de mayo ( RTC 1994, 136) , 127/1994, de 5 de mayo (
RTC 1994, 127) , 371/1993, de 13 de diciembre ( RTC 1993, 371) , 15/1993, de 18 de enero ( RTC 1993, 15) ,

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214/1991, de 11 de noviembre ( RTC 1991, 214) , y 143/1991, de 1 de julio ( RTC 1991, 143) .

1 Vid. las SSTC 192/1999, de 25 de octubre ( RTC 1999, 192) , 204/1997, de 25 de noviembre ( RTC 1997, 204) ,
19/1996, de 12 de febrero ( RTC 1996, 19) , 136/1994, de 9 de mayo ( RTC 1994, 136) , 127/1994, de 5 de mayo (
RTC 1994, 127) , 371/1993, de 13 de diciembre ( RTC 1993, 371) , 15/1993, de 18 de enero ( RTC 1993, 15) ,
214/1991, de 11 de noviembre ( RTC 1991, 214) , y 143/1991, de 1 de julio ( RTC 1991, 143) .

Como otros muchos derechos, la libertad de expresión puede irradiar también sus efectos
en el ámbito de las relaciones privadas y, en particular, en el de las relaciones de trabajo,
bien es cierto que con las limitaciones y condicionantes a los que hace un momento hemos
aludido. En cualquier caso, el ejercicio de la libertad de expresión en ese ámbito privado
suscita algunas incógnitas. Por lo pronto, cabe plantearse cuál es su objeto, y en
consecuencia su alcance, en ese campo estricto de las relaciones laborales. Es relativamente
clara la función de la libertad de expresión en el contexto de la representación y defensa de
intereses colectivos, como un instrumento más de la acción colectiva y, llegado el caso, del
conflicto colectivo; no en vano, la libertad de expresión es una de las facilidades o
prerrogativas que suelen reconocerse a los representantes de los trabajadores, sindicales o
unitarios [véase por ejemplo el art. 68.d) del Estatuto de los Trabajadores ( RCL 1995, 997) ],
como instrumento imprescindible para destapar incumplimientos o actuaciones empresariales
inaceptables, o como cauce para la comunicación entre los representantes y los
representados.

Pero, ¿puede o debe verse también la libertad de expresión como un derecho «uti singuli»?
Por decirlo de otro modo, ¿tiene sentido la libertad de expresión en el seno de una relación
en la que una parte se compromete a trabajar dentro de la organización y bajo la dirección de
otra persona? Téngase en cuenta que no se trata de una comunidad o sociedad de personas
en la que todos los componentes contribuyen a conformar los órganos de dirección o gestión
y todos ellos, en consecuencia, deben estar provistos de los correspondientes resortes de
control y seguimiento; no se trata tampoco, no es preciso decirlo, de la conformación de la
sociedad como ente político o comunidad de autogobierno, donde es necesaria, como ya
hemos dicho, una opinión pública libre y donde la libertad de expresión actúa, además, como
soporte de los medios de información y comunicación. Se trata de un ámbito mucho más
estricto, cuyo núcleo es un pacto de intercambio entre trabajo y salario y cuya envoltura
formal es una relación de ajenidad y subordinación. De hecho, la libertad de expresión no
figura entre los «derechos laborales» que nuestra legislación laboral reconoce al trabajador
en el ámbito de su contrato de trabajo ( art. 4 ET); ¿por qué será?, ¿qué papel podría o
debería cumplir aquí la libertad de expresión?

Naturalmente, algún papel puede y debe cumplir. Con carácter general, porque se trata de
una relación de intercambio en la que están implicadas personas y no sólo cosas, y en la que,
por consiguiente, deben preservarse al máximo los valores y derechos humanos, entre ellos
la dignidad de la persona. Con un carácter un poco más tangible, porque en el fondo también
estamos ante una relación de poder, en el sentido de que una parte cuenta con facultades de
mando, control y exigencia respecto de otra, lo cual justifica y requiere de ciertos antídotos o
2
parapetos . Por último, porque hablamos de una relación en la que ocasionalmente puede
estar presente algún interés de dimensión pública, por la propiedad de la empresa, por el
modo de producir, por el producto que se elabora y se lanza al mercado o por el servicio que
se presta al cliente, o al ciudadano; puede afectar, incluso, a los principios básicos de la
propia organización social, como es el caso del trabajo en el seno de la Administración
pública, en el que es exigible un escrupuloso respeto a determinados principios y valores. La
libertad de expresión en el ámbito laboral puede ayudar desde luego a la salvaguarda de
esos valores e intereses públicos, y también, por qué no, a la defensa de derechos e
intereses legítimos de particulares, concretamente del trabajador.
2 Aunque no se incluyan expresamente en el correspondiente catálogo legal de derechos, la eficacia general de los
derechos fundamentales y, en concreto, de la libertad de expresión, no admite exclusiones, y menos aún cuando
media una relación jurídica de subordinación, como es el caso del contrato de trabajo. Vid. ROJAS RIVERO, G. P.:
La libertad de expresión del trabajador. Trotta. Madrid, 1991, pgs. 39-40.
De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

2 Aunque no se incluyan expresamente en el correspondiente catálogo legal de derechos, la eficacia general de los
derechos fundamentales y, en concreto, de la libertad de expresión, no admite exclusiones, y menos aún cuando
media una relación jurídica de subordinación, como es el caso del contrato de trabajo. Vid. ROJAS RIVERO, G. P.:
La libertad de expresión del trabajador. Trotta. Madrid, 1991, pgs. 39-40.

Desde ese punto de vista, estaría justificada la crítica o la manifestación de opiniones por
parte del trabajador frente a la dirección de su empresa. Pero no en cualquier caso, ni de
cualquier modo, lógicamente. Sabido es que toda relación contractual, y la laboral en
particular, genera un complejo haz de derechos y obligaciones recíprocas, al que las partes
deben atenerse y que inevitablemente condicionan o cuando menos modalizan el ejercicio de
los derechos fundamentales «generales» o «inespecíficos», que también aquí tienen eficacia
pero cuya mayor potencia está prevista para otros ámbitos, sencillamente porque han nacido
por y para otro contexto. Por ello, manifestaciones de esos derechos que en otros ámbitos
pudieran ser legítimas no tienen por qué serlo, necesariamente, en el ámbito de la relación
laboral. El deber de cumplimiento del contrato, la obligación de buena fe, la lealtad
contractual, la libertad de empresa o hasta la dignidad y la buena imagen del empresario,
3
actúan a la postre como límites genéricos de ese ejercicio . Se trata, en definitiva, del
sempiterno problema de cohonestación y equilibrio entre derechos e intereses legítimos, en
este caso entre los derechos del trabajador como persona y los derechos e intereses
legítimos de la empresa, muy presente, como es sabido, dentro de la jurisprudencia
4
constitucional, de la que es un exponente más la sentencia que ahora se comenta .
3 La propia Constitución ( RCL 1978, 2836; ApNDL 2875) , en su art. 20.4º , aclara que la libertad de expresión
«tiene su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que los
desarrollen, y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la
juventud y de la infancia».

3 La propia Constitución ( RCL 1978, 2836; ApNDL 2875) , en su art. 20.4º , aclara que la libertad de expresión
«tiene su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que los
desarrollen, y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la
juventud y de la infancia».

4 Vid. a mero título de ejemplo, las SSTC 106/1996, de 12 de junio ( RTC 1996, 106) , F. 5; 1/1998, de 12 de enero (
RTC 1998, 1) , F. 3; 90/1999, de 26 de mayo ( RTC 1999, 90) , F. 3; y 241/1999, de 20 de diciembre ( RTC 1999,
241) , F. 4.

2- Presentación de los hechos y del itinerario judicial

Como ya dijimos, la sentencia TC 20/2002 ( RTC 2002, 20) se pronuncia sobre las
declaraciones efectuadas por una persona que reunía al mismo tiempo la condición de
director de una oficina bancaria de la entidad Caja Postal y de accionista de la sociedad
propietaria de la misma (Argentaria, SA). Tales declaraciones se habían hecho con ocasión
de la Junta General de Accionistas de dicha sociedad, y se habían dirigido personal y
directamente contra el Presidente de la misma. Según consta en los antecedentes de la
sentencia, en ese foro el trabajador no sólo manifestó su disconformidad con la gestión
llevada a cabo por la dirección de Argentaria, sino que llegó a acusar a su Presidente de
actuaciones concretas que no sólo eran, a su juicio, perjudiciales para la entidad, sino que la
ponían en situación de riesgo desde el punto de vista económico y podían hacer presagiar
una reducción de personal.

Los términos de tal intervención vienen condensados, prácticamente, en un párrafo de los


antecedentes de hecho en el que el trabajador acusa al Presidente «de llevar a Argentaria a
la ruina, de llevar a Argentaria irreversiblemente a una absorción... de estar sangrando Caja
Postal para salvar otras unidades de Argentaria, de utilizar las bases de datos de clientes de
Caja Postal por parte del Banco Directo para ofrecerles su depósito, de esquilmar a los
clientes hasta el punto de haber perdido la credibilidad, de machacarles con tiradas masivas
de tarjetas sin selección previa, sin ningún control que siempre devuelven siempre se cobran
las cuotas y se las tenemos que estar devolviendo. El fuerte de Caja Postal siempre ha sido
la confianza que los clientes nos han demostrado. Vd. ha hecho que se pierda. Le acuso de
que para Vd. el cliente no tiene ningún valor. Le acuso de menospreciar a los empleados de

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Caja Postal en beneficio del BEX y utilizar Caja Postal como retiro dorado para algunos
empleados del Banco Exterior con sueldos astronómicos y ocupando puestos que estaban
siendo desarrollados por buenos profesionales en Caja Postal [...] Le acuso de estar llevando
conscientemente o inconsciente, eso ya no lo sé, a Caja Postal a una posible absorción futura
y dejarla preparada para reducir costes de personal abajo, acogiéndose al artículo 52 y 53 del
Estatuto de los Trabajadores ( RCL 1995, 997) ».

Al hacer estas manifestaciones, el trabajador aclaró expresamente que las hacía en su


doble condición de accionista y de director de sucursal, ya que había sido precisamente esta
última condición la que le había permitido acceder a la información que servía de base a sus
5
argumentaciones . Las críticas, en cualquier caso, fueron recogidas en su día en diversos
medios de comunicación, con la correspondiente difusión del «enfrentamiento» y con las
consecuencias negativas que ello podía tener para la imagen pública de Argentaria y
especialmente de su Presidente.
5 Vid. DEL REY GUANTER, S.: Libertad de expresión e información y contrato de trabajo: un análisis jurisprudencial.
Civitas. Madrid, 1994, pg. 32, en relación con la postura adoptada por la jurisprudencia en un supuesto en el que un
trabajador en un mitin político de carácter electoral expresó su opinión sobre la política municipal, cuando él era
trabajador de un Ayuntamiento.

5 Vid. DEL REY GUANTER, S.: Libertad de expresión e información y contrato de trabajo: un análisis jurisprudencial.
Civitas. Madrid, 1994, pg. 32, en relación con la postura adoptada por la jurisprudencia en un supuesto en el que un
trabajador en un mitin político de carácter electoral expresó su opinión sobre la política municipal, cuando él era
trabajador de un Ayuntamiento.

A los pocos días del suceso, la empresa remitió al trabajador una carta de despido,
motivada por su intervención en la Junta de accionistas y en la que se decía que «dejando al
margen su condición de accionista, y puesto que como Vd. mismo manifestó hablaba también
como Director de una de nuestras oficinas, las descalificaciones dirigidas al presidente de la
Caja Sr. Luzón, tales como que “está llevando a Argentaria a la ruina”, o que “ha esquilmado
a los clientes”, constituyen una evidente transgresión de la buena fe contractual, mucho
más si se tiene en cuenta el puesto de confianza que Vd. ocupa . Constatada [...] la
preocupación que sin duda habrán producido entre nuestros clientes y empleados, se ha
decidido imponer a Vd. la sanción de despido disciplinario , al amparo de lo dispuesto en el
artículo 54.2.d) del Estatuto de los Trabajadores».

El trabajador impugnó judicialmente la decisión de la empresa, entendiendo que el despido


traía su causa exclusivamente en las manifestaciones vertidas en la Junta de accionistas y,
en consecuencia, por la única razón de haber ejercido su derecho a la libertad de expresión.
Pedía que el despido fuese declarado nulo, al ser consecuencia del ejercicio de su legítimo
derecho a discrepar, en su calidad de accionista minoritario de la entidad bancaria que ejercía
como empresaria, en la Junta general ordinaria de accionistas; la decisión empresarial
implicaba, a su entender, «no sólo una violación de sus derechos como titular de acciones,
sino también de su derecho a la libertad de expresión».

El Juzgado de lo Social declaró la procedencia del despido, considerando que el


comportamiento del demandante había supuesto una transgresión de la buena fe contractual,
habida cuenta que las acusaciones hechas por el trabajador en su doble condición de
accionista y de Director de una sucursal, eran muy graves. Aunque para el juez la crítica
podía estar justificada, debía haberse realizado sin utilizar expresiones vejatorias ni mucho
6
menos insultos (como en general ha venido diciendo el Tribunal Constitucional) , siendo así,
además, que las afirmaciones del trabajador, que habían podido incidir de forma muy
negativa en el prestigio de la empresa, no se correspondían con los documentos existentes
7
en la empresa . Por todo ello, el Tribunal estimó que el trabajador se había extralimitado en
su libertad de expresión, como accionista y como trabajador, y que el despido estaba
justificado.
6 Vid. en este sentido, a mero título de ejemplo, las recientes sentencias del TC 204/2001, de 15 de octubre ( RTC
2001, 204) , 6/2000, de 17 de enero ( RTC 2000, 6) , y 192/1999, de 25 de octubre ( RTC 1999, 192) .
De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

6 Vid. en este sentido, a mero título de ejemplo, las recientes sentencias del TC 204/2001, de 15 de octubre ( RTC
2001, 204) , 6/2000, de 17 de enero ( RTC 2000, 6) , y 192/1999, de 25 de octubre ( RTC 1999, 192) .

7 Efectivamente, a los citados argumentos el Juzgado adiciona otro, más discutible, y en el que, sin embargo, no
parece entrar a fondo, a saber: el hecho de que las afirmaciones proferidas no fuesen ciertas porque de los
documentos aportados en autos se desprendía que la opinión que el actor tenía sobre la gestión de Caja Postal era
errónea e inexacta. Sobre la manera en que la jurisprudencia constitucional ha atenuado la necesidad de que la
información sea veraz para amparar el ejercicio del derecho fundamental, véase DEL REY GUANTER, S.: Libertad
de expresión e información y contrato de trabajo: un análisis .... op. cit., pgs. 40-41.

Como puede verse, el Juzgado consideró procedente el despido por haberse producido
extralimitación en la libertad de expresión que el trabajador, como accionista, ejercitó en la
correspondiente asamblea. Así pues, se esconde en esa decisión, como anteriormente en la
de despido, una mezcla de los dos planos en los que actuaba el demandante, de tal modo
que los excesos supuestamente cometidos en el primero motivan una represalia (el despido
disciplinario) en el segundo. El juez declara, concretamente, que la conducta del trabajador
debía calificarse «contraria a los parámetros de la buena fe o pactos éticos de probidad y
lealtad profesional, ya que había supuesto una violación grave del deber de lealtad hacia la
empresa con evidente trascendencia negativa para su prestigio, así como para su Presidente,
al haberle acusado de actuaciones graves e inciertas», cuando la intervención había tenido
lugar, y sólo podía tener lugar, en su condición de accionista, y no como trabajador.

Frente a esta decisión, de cualquier modo, el demandante interpuso recurso de suplicación,


denunciando la infracción del artículo 54.2.d) del Estatuto de los Trabajadores, así como del
artículo 20.1.a) CE ( RCL 1978, 2836; ApNDL 2875) , ante la Sala de lo Social del Tribunal
Superior de Justicia de Madrid. Este Tribunal estimó parcialmente el recurso, calificando
como improcedente el despido al entender que «la intervención del recurrente en la Junta
general de accionistas se había efectuado en calidad de tal y no de trabajador, y que el que
hubiese manifestado que hablaba como accionista y como Director de una oficina de Caja
Postal no desnaturalizaba en modo alguno la mercantilidad del acto jurídico, ya que sólo
como accionista tenía derecho a efectuar tal intervención, siendo la referencia a su puesto de
trabajo un simple elemento retórico de refuerzo del contenido persuasorio de su discurso».

De esa manera, y contrariamente a la premisa adoptada por el Juzgado de lo Social, el TSJ


de Madrid sostuvo que se trataba de una actuación ajena a la relación laboral y que como tal
no podía constituir incumplimiento contractual. Declaró este Tribunal, concretamente, que la
libertad de expresión podía quedar vedada por la «lealtad laboral» (la que debe el trabajador
al empresario) pero no por la «lealtad mercantil» (la que vincula al accionista con el directivo
de la sociedad o con esta misma), y que, en consecuencia, si las críticas que motivaron el
despido no fueron hechas por la condición de trabajador sino por la de accionista, no podía
invocarse frente a la libertad de expresión la buena fe o lealtad laboral; una conducta no
laboral, en definitiva, sólo podría juzgarse en un ámbito extralaboral. Este deslinde de planos
sirvió al Tribunal para neutralizar, por así decirlo, el aspecto laboral del problema, disculpando
al trabajador como tal; pero también fue utilizado para decir que en tales circunstancias no
podía advertirse lesión alguna de la libertad de expresión en su calidad de derecho «laboral»,
ni podía llegarse a la calificación de «radical nulidad» del despido, pues todo ello
presupondría un ejercicio de tal derecho fundamental «desde» o «dentro» de la relación
laboral, cosa que no se había producido en este caso.

La resolución del TSJ dejaba sin efectos la carta de despido, calificándola de


improcedente, pero no otorgaba al trabajador, como es evidente, todo el paraguas protector
de la norma, al negar la implicación de derechos fundamentales en el terreno laboral (pese a
que el proceso no venía motivado más que por una decisión empresarial adoptada en el
contexto de la relación laboral) y descartar, consecuentemente, la calificación de nulidad, con
todo lo que ello significa. De ahí que el trabajador intentara un nuevo pronunciamiento
jurisdiccional, inicialmente a través del recurso de casación para la unificación de doctrina,
inadmitido por falta de contradicción, y finalmente a través del recurso de amparo, que fue
interpuesto tanto contra la sentencia del Juzgado de lo Social como contra la resolución del
TSJ, aunque por diferentes motivos, con fundamento en el artículo 20.1.a) de la Constitución

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y, básicamente, con los argumentos que había ido exponiendo en instancias inferiores.

3- Los términos del recurso de amparo y la posición del Ministerio Fiscal

Aducía el demandante, en concreto, que «el hecho de ser trabajador no puede cercenar los
derechos que como accionista y copropietario de la citada entidad le amparan, y, en
particular, el de asistir o mostrar su opinión en una determinada asamblea», añadiendo que
manifestó sus opiniones «en un foro restringido al que legítimamente tenía acceso y al que
sólo asisten accionistas, y que las imputaciones formuladas se dirigieron al Sr.Luzón en su
calidad de Presidente de Argentaria, SA, y no como crítica a su persona». Entendía el
recurrente, como la sentencia del TSJ, que el motivo del despido resultaba ajeno al ámbito
laboral y que, por lo tanto, «no podía calificarse su actuación como transgresora de la buena
fe contractual, al tener precisamente ésta un ámbito limitado circunscrito a la empresa», pero
sostenía que tal premisa debía conducir a una solución distinta, en el sentido de que «el
despido había sido causado por la manifestación de una concreta opinión o crítica».

Para el recurrente, a la postre, ninguna de las sentencias que se habían pronunciado sobre
su demanda de despido, ni la de instancia ni la del TSJ (aunque cada una por unas razones
distintas), había ponderado debidamente «si su intervención traspasó los límites definitorios
del derecho fundamental a la libertad de expresión». Por lo que atañe a la primera de ellas, el
demandante hacía hincapié sobre todo en que sus manifestaciones, lejos de contener
expresiones vejatorias, constituían simplemente «una crítica legítima sobre la gestión de la
empresa emitida por un accionista más», contra la que no había reaccionado, pudiendo
hacerlo, el directivo afectado para reparar su buena imagen o su prestigio. Por lo que se
refiere a la sentencia del TSJ, que había estimado parcialmente su recurso de suplicación,
hacía ver, por su parte, que «en modo alguno cumplió el deber de tutela constitucionalmente
impuesto ni reparó la lesión sufrida, en cuanto se limitó a una mera declaración de la
improcedencia del despido, confirmando la eficacia extintiva de este último», siendo así que
–acudiendo a estos efectos a reiterada doctrina constitucional– la reparación de la lesión de
un derecho fundamental causada por el despido exige la eliminación absoluta de sus efectos,
y por lo tanto, la calificación de nulidad y el deber empresarial de readmisión. Es esta
declaración la que se solicitaba, en consecuencia, al Tribunal Constitucional, sobre la base de
lesión del derecho fundamental a la libertad de expresión. En resumidas cuentas, y como
deja sentado el TC al inicio de sus consideraciones en la sentencia 20/2002 ( RTC 2002, 20) ,
el trabajador demandante de amparo consideraba que su intervención en la Junta General de
accionistas, en calidad de tal, suponía el ejercicio de su legítimo derecho de crítica, sin que,
por lo demás, hubiera llegado a verter opiniones injuriosas o vejatorias que excedieran del
ámbito protegido por la libertad de expresión.

Ni qué decir tiene que bien distinta era la opinión de la empresa demandada. Opuesta,
como es natural, durante todo el proceso a la acción del trabajador, esta otra parte alegaba,
con ocasión del recurso de amparo, que el recurrente pretendía amparar su actuación en su
calidad de accionista, «con objeto de encontrar cobertura legal a sus descalificaciones y
excluir así la responsabilidad laboral en que pudiera incurrir». Para la parte recurrida, el actor
no se había limitado a verter críticas a la gestión social de la entidad bancaria, único ámbito
en el que podía intervenir como accionista, «sino que los datos, juicios de valor y acusaciones
vertidas lo fueron siempre en relación con su empresa, Caja Postal, y sobre cuestiones
ajenas al ámbito mercantil, conocidas exclusivamente por su condición de trabajador»,
propósito que había manifestado explícitamente el propio recurrente, al precisar que su
acusación se hacía «como accionista y como director de una oficina de Caja Postal». Según
la entidad afectada, en fin, «las acusaciones vertidas por el recurrente no se limitaron a
informar y exponer los hechos y a explicar sus críticas al respecto, sino que también hizo
juicios de valor claramente ofensivos, innecesarios para expresar su opinión sobre los hechos
denunciados y proferidos en descrédito de los directivos y responsables de la empresa»,
fuera, por todo ello, del ámbito de protección del derecho a la libertad de expresión
consagrado en el artículo 20 CE ( RCL 1978, 2836; ApNDL 2875) .
De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

Siendo ésas las alegaciones de una y otra parte, al TC correspondía, a tenor de sus
propias palabras, «efectuar la ponderación del derecho que el recurrente estima vulnerado y
de las circunstancias concurrentes en su ejercicio, al objeto de determinar si tuvo lugar dentro
de su ámbito legítimo, constitucionalmente protegido frente al poder disciplinario empresarial,
y si las limitaciones establecidas por los órganos judiciales están constitucionalmente
justificadas». Para ello, continúa el TC, resultaba preciso «examinar la razonabilidad de la
motivación de las sentencias objeto de impugnación», a las que correspondió en primer
término efectuar aquella ponderación, y, al mismo tiempo, «comprobar si se ha realizado una
ponderación adecuada que respete la correcta definición y valoración constitucional del
derecho fundamental aquí en juego y de las obligaciones que puedan modularlo», con el
objetivo de poder determinar, al final de ese proceso y a la luz de las concretas circunstancias
del caso, «si la reacción empresarial que condujo al despido es legítima o, por el contrario, el
trabajador fue sancionado disciplinariamente por el lícito ejercicio de sus derechos
fundamentales, en cuyo caso el despido no podría dejar de calificarse como nulo».

La tarea del TC no era otra, en suma, que examinar si en el supuesto de hecho


comprendido en la sentencia 20/2002 ( RTC 2002, 20) «el recurrente en amparo hizo un uso
legítimo de su derecho fundamental de libre expresión al emitir sus críticas», en cuyo caso
«la sanción de despido disciplinario por transgresión de la buena fe contractual habría
vulnerado aquel derecho fundamental» (como también lo habrían hecho las sentencias
impugnadas, al no resolver adecuadamente), o si por el contrario, «sus manifestaciones
fueron inapropiadas, en la forma o en el fondo, excediendo los límites constitucionalmente
admisibles», caso éste en el que, según declara expresamente el TC, habría sido
«proporcionada y adecuada la medida disciplinaria adoptada por la empresa».

El TC da a entender, en consecuencia, que de haberse excedido el demandante en el uso


de la palabra (hecho sucedido con ocasión de la citada Junta General de accionistas) habría
estado justificado el despido (decisión adoptada en otro terreno, dentro de la estricta relación
laboral). El TC adopta, pues, una posición bien distinta de la adoptada anteriormente por el
TSJ, habida cuenta que este otro órgano jurisdiccional se había empeñado, como ya vimos,
en separar ambos planos (el mercantil y el laboral) de manera tajante y radical, y a todos los
efectos posibles, esto es, tanto a la hora de determinar si era posible que una conducta
extralaboral afectara a la relación laboral del actor, como a la hora de decidir si era pertinente
dejar al margen del enjuiciamiento de un acto laboral como el despido las declaraciones
hechas por el despedido en relación con su empresa en su calidad de accionista de la misma
y acogiéndose al derecho de libertad de expresión.

El TC, en efecto, se esfuerza en dejar bien claro que, aun cuando las manifestaciones
habían sido hechas por el recurrente en cuanto miembro de la Junta General de accionistas,
tal circunstancia resultaba en este caso «inseparable» de la condición de trabajador de la
entidad correspondiente. En parte, viene a decir el TC, porque «las manifestaciones
realizadas por el recurrente encuentran su base no sólo en el conocimiento adquirido como
accionista de la misma, sino en la experiencia alcanzada fruto de las funciones que venía
desempeñando en la entidad bancaria», dando así un cierto sesgo laboral, por así decirlo, a
su postura dentro de la asamblea de accionistas. Y sobre todo, concluye el TC, porque «la
realidad incuestionable» que se presenta a juicio es, como razona el Fiscal, el despido y el
contenido de la carta de despido, lo cual «expresamente sitúa el origen de la decisión de
prescindir de los servicios del actor, en el hecho mismo de la crítica, derivando de ello
consecuencias como trabajador, no como accionista».

Así pues, para el TC no era posible, desde el punto de vista del enjuiciamiento del caso, el
deslinde que había pretendido hacer el TSJ –que le había llevado a la calificación de
improcedencia del despido, ante la ausencia de causa, como ya dijimos–, puesto que los
hechos «no son otros que una actuación reactiva del empleador despidiendo al trabajador»,
por supuesto incumplimiento de una obligación laboral como es la de buena fe. En el
razonamiento del TC, el dato decisivo estribaba en que la causa del acto de despido había
estado en las manifestaciones del trabajador, que de ese modo habían trascendido desde el

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ámbito mercantil al ámbito laboral, perspectiva ésta, la laboral, que era la que había puesto
en marcha el proceso judicial y la que estaba presente en el análisis del asunto desde el
recurso de amparo, cuyo objeto tenía que ser, en consecuencia, determinar si tales
manifestaciones «resultaban comprendidas dentro del ámbito del derecho fundamental
garantizado por el artículo 20.1.a CE», o si, por el contrario, había que llegar a la conclusión
de que quedaban fuera de su ámbito de protección por «la modulación que en el ejercicio de
tal derecho fundamental impone la existencia de una relación laboral», que podría
convertirlas, si así se estimara, en «un incumplimiento del deber contractual de buena fe que
preside las relaciones laborales». Libertad de expresión por un lado, y buena fe contractual
por otro, eran los términos, a la postre, en que debía quedar planteado el litigio en sede
constitucional, a tenor de esas primeras aproximaciones del TC.

Muy singular fue, por lo demás, la visión del problema por parte del Ministerio Fiscal, que
como es preceptivo también tuvo parte en este proceso de amparo. Para dicho Ministerio
había que preguntarse, antes que nada, y a la vista de la divergencia mostrada por los
órganos judiciales que habían intervenido a lo largo del proceso laboral, si la decisión del
Tribunal Superior de Justicia suponía una conculcación del derecho a la tutela judicial efectiva
del trabajador, habida cuenta que no había entrado a valorar si se había producido o no una
lesión del derecho fundamental invocado por el demandante. Esta alegación, sin embargo, no
tuvo acogida en el TC, que rápidamente descartó la posibilidad de que se hubiera violado el
derecho reconocido en el artículo 24 CE, fundamentalmente porque, con independencia de
que la solución fuese o no acertada, la Sala competente del Tribunal Superior de Justicia
había dado respuesta expresa y directa a la queja del trabajador, resolviendo sobre el fondo
de la misma, aun cuando tal respuesta supusiera una calificación del despido distinta de la
solicitada por el recurrente, desde el momento en que para dicho Tribunal el discutido uso de
la libertad de expresión se había producido fuera del ámbito de la relación laboral, lo cual
impedía su consideración dentro de un juicio laboral. En definitiva, en la apreciación del TC la
cuestión sometida al juez no había quedado imprejuzgada o sin respuesta, sino que, por el
contrario, había obtenido una resolución motivada. Por lo demás, consideró el TC que la
invocación del artículo 24 CE en el proceso de amparo no tenía mayor sentido una vez que
esa supuesta lesión no había sido denunciada por el demandante.

En todo caso, el Ministerio Fiscal centró la mayor parte de sus consideraciones en la


alegada lesión del derecho a la libertad de expresión, aspecto éste de la cuestión en el que
se mostró discrepante con la Sala del TSJ de Madrid –y coincidente, por lo tanto, con el
Tribunal Constitucional–, dado que no entendía pertinente situar las manifestaciones del actor
en el exclusivo ámbito mercantil, pues ello suponía a la postre negar «la realidad objetiva del
despido por el simple hecho de que la empresa no se hallaba legitimada para valorar la
conducta que dio lugar a la decisión extintiva, a pesar de que resultase imposible disociar la
crítica efectuada por el trabajador y el acto del despido». Centrada así su argumentación, el
Ministerio Fiscal recordó que, a tenor de la doctrina constitucional, la celebración de un
contrato de trabajo no suponía la privación de los derechos constitucionales, aunque «en el
ámbito de la relación laboral las manifestaciones de una parte respecto de la otra deben
enmarcarse en las pautas de comportamiento que se derivan de tal relación, pues el contrato
de trabajo genera un complejo de derechos y obligaciones recíprocas que condiciona, junto a
otros, también el ejercicio del derecho a la libertad de expresión». A la postre, en ese ámbito
el ejercicio de la libertad de expresión está sometido a «un límite adicional» cuando tiene
lugar en el marco de un contrato de trabajo, derivado del deber de buena fe contractual, que
no supone, en todo caso, «la existencia de un deber genérico de lealtad con un significado
omnicomprensivo de sujeción del trabajador al interés empresarial».

Con estos presupuestos, el Ministerio Fiscal advertía, no obstante, que las manifestaciones
del actor se habían vertido en la junta de accionistas, fuera de la esfera laboral, y que por ello
mismo su enjuiciamiento se había de circunscribir al ámbito de la relación entre entidad y
accionista, de tal modo que no podía verse mermada de ninguna forma su libertad de
expresión, desde el momento en que no era aplicable el límite adicional que deviene del
deber de buen fe propio del contrato de trabajo, y todo ello pese a que el propio demandante
De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

hubiese declarado que intervenía en su doble condición de accionista y trabajador. Por ello, la
cuestión decisiva en este caso no era si se habían transgredido o no los límites de la buena
fe contractual, sino si por el contenido de sus intervenciones, o por la fuente utilizada para el
conocimiento y la difusión de los hechos denunciados (experiencia personal como director de
oficina), se habían traspasado o no los límites del legítimo ejercicio de la libertad de
expresión. Actuando como accionista y como miembro de la junta general, el recurrente, en
definitiva, había revelado datos y elementos propios del funcionamiento interno de la
empresa, que sólo podía conocer por su condición de trabajador (que no de accionista),
conculcando así sus deberes de sigilo o discreción e incumpliendo la obligación de secreto
profesional, más aún cuando no había utilizado para ello las vías internas de denuncia
propias del organigrama empresarial.

Tales razonamientos llevaron al Ministerio Fiscal a sostener que el recurrente, al no actuar


como trabajador ni dentro de su esfera laboral, no había transgredido límite alguno de la
libertad de expresión en ese ámbito (como pudiera serlo la obligación de buena fe), y, en
consecuencia, no podía sufrir sanción alguna de tipo laboral, por lo que el acto de despido
adoptado como reacción a sus manifestaciones era lesivo de aquel derecho fundamental,
pues no concurrían los límites aplicables en ese terreno al ejercicio del mismo. Pero eso no
quería decir, a juicio del Ministerio Fiscal, que la actuación del recurrente fuese legítima,
habida cuenta que había procedido a la revelación de secretos y que ello podía incluso
motivar la resolución del contrato de trabajo; aunque no era admisible el despido como
consecuencia del ejercicio de la libertad de expresión, sí podía resultar procedente la sanción
por revelación de secretos profesionales, conducta ésta que, como es natural, también
8
cuenta con las debidas restricciones , máxime cuando el trabajador por su cargo o sus
9
funciones desarrolla labores de comunicación o de relación con el resto de la plantilla . A la
postre, la interrelación y mezcla entre todas estas circunstancias llevó al Ministerio Fiscal a
solicitar al TC la aplicación de sus tesis relativas al despido «pluricausal» (aplicadas sobre
todo a los despidos supuestamente discriminatorios, como es sabido), por cuanto la
existencia de un motivo real y serio para el despido (revelación de secretos) obligaba a
descartar la calificación de nulidad por una hipotética lesión de derechos fundamentales (en
este caso, la libertad de expresión). De hecho, el Ministerio Fiscal pidió finalmente la
desestimación del recurso de amparo.
8 Vid. sobre cómo ha valorado el Tribunal Constitucional la posible revelación de secretos profesionales, PEDRAJAS
MORENO, A.: Libertad de información y expresión del trabajador .... loc. cit., pg. 338.

8 Vid. sobre cómo ha valorado el Tribunal Constitucional la posible revelación de secretos profesionales, PEDRAJAS
MORENO, A.: Libertad de información y expresión del trabajador .... loc. cit., pg. 338.

9 A la hora de valorar la posible revelación de secretos profesionales la jurisprudencia ha tenido muy en cuenta, en
su caso, que el trabajador en cuestión tuviese la condición de representante de los trabajadores, porque en estos
casos el deber de sigilo puede funcionar con más fuerza. Vid. HIDALGO RÚA, G. y JESÚS DEL VAL ARNAL, J.:
Poder Judicial. «La libertad de expresión en las relaciones laborales. Un caso sobre medios de comunicación y
despido. Sentencia del Tribunal Constitucional 6/1988 (RTC 1988, 6)» núm. 13, pgs. 38-39; FERNÁNDEZ LÓPEZ,
Mª F.: AL. «El deber de sigilo de los representantes del personal» núm. 9, 1992, pgs. 125-ss.

4- La complejidad del caso: la doble condición de accionista y trabajador

Si bien se mira, las vacilantes alegaciones del Ministerio Fiscal, como en su momento las
conclusiones de la Sala de lo Social del TSJ de Madrid, vienen a poner de relieve la extrema
complejidad de este caso, desde el momento en que el interesado reúne en su propia
persona la doble condición de accionista de la sociedad propietaria de la empresa y
trabajador de la misma (con el añadido, además, de ocupar un puesto de dirección
probablemente afectado por la nota de confianza, o al menos por una especial obligación de
diligencia y buena fe). Ello hace que inevitablemente salten a escena dos planos de análisis,
con sus correspondientes singularidades: el ámbito mercantil, constituido por la relación de la
persona accionista con la sociedad de la que es miembro y con los órganos de dirección de
ésta, ámbito en el que con toda seguridad es posible el ejercicio de la libertad de expresión,
aunque seguramente sujeto a ciertas limitaciones específicas, además de las de orden

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general, y el ámbito laboral, que resulta de la condición de trabajador del actor y que, como
es sabido, admite el ejercicio de la libertad de expresión pero condicionado al respeto de los
deberes propios del contrato, entre ellos el de buena fe. Siendo así, lo primero que había que
decidir, en todas y cada una de las fases del proceso, era si debían o no separarse ambos
planos, y, en caso afirmativo, si el examen y calificación de los hechos debía proyectarse
sobre el campo laboral o sobre el lado societario.

A decir verdad, esta segunda incógnita no era difícil de despejar, habida cuenta que el acto
que había motivado el ejercicio de acciones judiciales no era otro que el despido del
interesado en su condición de trabajador, con la consiguiente ruptura de su relación laboral, y
que la correspondiente demanda se había presentado, como procedía, ante la jurisdicción
laboral. Por lo tanto, el centro del análisis debía y tenía que ser un acto de trascendencia
laboral, separado, formalmente al menos, de aquel otro plano mercantil, y por consiguiente el
enjuiciamiento de los hechos y la respuesta jurisdiccional debía y tenía que hacerse desde el
ordenamiento laboral, en el que han de entenderse integrados, obviamente, los derechos
constitucionales que corresponden al trabajador en cuanto tal o en cuanto persona, entre
ellos la libertad de expresión. Ello no quiere decir, de todas formas, que el plano mercantil de
la cuestión sea despreciable o intrascendente en este caso, por la sencilla razón de que los
hechos habían acontecido en una circunstancia ajena al desenvolvimiento natural de la
relación de trabajo, máxime cuando el propio accionista había trazado cierto punto de unión
entre una y otra faceta, al aludir a su condición de trabajador y a su experiencia como tal
dentro de la empresa. Se trata, a la postre, de un pleito laboral (por muchas razones: por los
hechos impugnados, por la clase de acción ejercitada, por el tipo de proceso puesto en
marcha) en el que se incrustan irremediablemente circunstancias externas (condición de
accionista del demandante, lugar y ocasión de su supuesto incumplimiento) que por su
proximidad deben ser consideradas en el juicio.

Si se adopta esa perspectiva, no parece completamente fundada la postura del Ministerio


Fiscal, que da síntomas, además, de cierta falta de claridad, al menos tal y como queda
reflejada en los antecedentes de la sentencia 20/2002 ( RTC 2002, 20) . En contra de lo que
se desprende de esas alegaciones, para una oficina bancaria no deja de ser trascendente la
actuación de un trabajador (máxime cuando tiene la condición de director), aunque tales
actos tengan lugar en el ámbito de la asamblea de accionistas; distinta valoración habría de
merecer desde luego su actuación en un ámbito completamente separado de su quehacer
profesional, como un club recreativo. Por lo tanto, y al margen ahora de las posibles faltas por
revelación de secretos, la conducta del recurrente tenía trascendencia laboral y había de ser
enjuiciada desde ese ámbito, con los moldes propios del ordenamiento laboral, entre ellos el
alcance dentro de este contexto de la libertad de expresión y los límites específicos de la
misma, todo ello sin perjuicio, desde luego, de que en el ámbito estrictamente societario se
tomaran las medidas procedentes (lo cual podría dar lugar, en su caso, a un proceso
paralelo). En definitiva, al pleito laboral (y al recurso de amparo, como continuación del
mismo) correspondía examinar los hechos imputados al trabajador y su grado de cobertura a
través del derecho de libertad de expresión, para desembocar, al final de ese examen, en la
calificación del despido.

Por razones similares, tampoco parece acertada la solución dada por la Sala de lo Social
del TSJ de Madrid. De nuevo hay que decir que la actuación en el contexto de una asamblea
de accionistas de una persona que tiene la condición de trabajador de una empresa
perteneciente a la sociedad (que además ocupa el cargo de director de oficina, como hemos
dicho) y que saca a la luz problemas que pueden tener efectos en el desenvolvimiento de la
actividad empresarial, puede y debe ser enjuiciada, también, desde la perspectiva laboral,
con independencia de que se pongan en marcha o no los correspondientes resortes
societarios. Tal actuación merecerá o no reproche, y en caso afirmativo podrá discutirse
sobre el grado de gravedad del incumplimiento y la clase de reproche que le corresponde,
pero resulta sumamente artificial y poco realista proceder a una separación tajante de una y
otra esfera, entre otras cosas porque las circunstancias del caso (condición del demandante,
manifestaciones vertidas, datos manejados, etc.) remiten ineludiblemente a una y otra y, en
De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

definitiva, porque la actuación del demandante no era del todo inocua ni para el desarrollo de
la actividad empresarial ni para su propia actividad profesional.

Como dice la sentencia TC 20/2002 ( RTC 2002, 20) en su tercer fundamento jurídico, hay
que partir, en suma, «de la doble condición que en este caso posee el recurrente», como
accionista de la entidad financiera y como trabajador de la misma, concretamente como
director de una sucursal bancaria. Aunque el trabajador sólo pudo participar en la junta
general por su condición de accionista, «tal condición en este caso resulta inseparable de la
de trabajador de la entidad», pues, entre otras cosas, «el despido y el contenido de la carta
de despido» se deben a tal participación y afectan al interesado como trabajador, no como
accionista. No es posible –continúa diciendo el TC– deslindar las manifestaciones críticas del
demandante de su condición de trabajador para situarlas fuera de la relación laboral «y
concluir en la imposibilidad de su calificación como incumplimiento contractual laboral y en la
consiguiente calificación del despido como improcedente», pues, con independencia de que
respondieran en mayor o menor medida a una u otra cualidad (accionista o trabajador), lo
cierto es que motivaron la reacción empresarial y trascendieron de hecho desde el ámbito
mercantil al ámbito laboral. Siendo así, «es entonces desde la perspectiva contractual laboral
desde la que debe analizarse el contenido de tales manifestaciones, en orden a determinar si
resultan comprendidas dentro del ámbito del derecho fundamental garantizado por el artículo
20.1.a) CE ( RCL 1978, 2836; ApNDL 2875) » o si, por el contrario, se han de situar fuera de
ese ámbito de protección por incumplimiento del deber de buena fe contractual que imponen
las relaciones laborales.

Los hechos, pues, tenían trascendencia laboral, lo cual, como es fácil de advertir, por un
lado permite investigar su acomodo dentro del derecho a la libertad de expresión, para, en su
caso, otorgar la debida tutela al trabajador, pero al mismo tiempo, por otro lado, obliga al
enjuiciamiento del despido desde la premisa de que el trabajador había podido incurrir en
incumplimiento laboral, que era justamente lo que –tal vez empujado por cierto ánimo
protector– quería evitar la Sala de lo Social del TSJ de Madrid. Dicho en otras palabras: si se
aceptaba la trascendencia laboral de los hechos, había que partir de un supuesto
incumplimiento del trabajador (el que le imputaba la empresa, ni más ni menos), y había que
proceder, en consecuencia, a la valoración de dicha imputación desde el «estatuto laboral»,
que en este caso tenía que pivotar alrededor del derecho a la libertad de expresión. Había
que dilucidar, en definitiva, qué permite hacer al trabajador ese derecho fundamental y cuáles
son los límites del mismo o, si se quiere, cuál es el espacio al que no llega su manto
protector.

El asunto quedaba reducido, así pues, al típico litigio laboral en el que el trabajador actúa
tratando de ampararse en los derechos fundamentales que le acompañan como persona (la
libertad de expresión en este caso) y el empresario reacciona al considerar que tal actuación
es excesiva, abusiva o desproporcionada. Planteado el asunto en estos términos, las
cuestiones que han de resolverse son relativamente claras: qué alcance tiene la libertad de
expresión, cuáles son los límites genéricos y específicos de la misma, y qué restricciones
concretas operan en el ámbito de la relación laboral, donde juega, entre otros deberes
característicos, el de buena fe contractual. Con todo, debe reconocerse que el litigio
presentaba un matiz peculiar, por el propio desarrollo de los hechos, ya que tenía su origen,
como de sobra sabemos, en una actuación extralaboral del trabajador. Por ello, había que
preguntarse también de qué modo operaba la libertad de expresión y, sobre todo, de qué
manera operaban los límites de la misma. Dicho de otra forma: había que decidir si en este
supuesto la libertad de expresión quedaba condicionada tan sólo por la llamada buena fe
contractual o si, por el contrario, también estaba afectada por la «buena fe mercantil», en
cuanto que el trabajador había actuado como accionista en un foro societario y había sacado
a la luz aspectos atinentes a la gestión empresarial o mercantil de la entidad financiera. De
hecho, y como había apuntado el Ministerio Fiscal, las manifestaciones del trabajador habían
descubierto a terceros «aspectos internos del funcionamiento de la entidad financiera,
defraudando el deber de sigilo o discreción» que cabe pedir a cualquier miembro de una
sociedad mercantil.

29 de julio de 2013 © Thomson Aranzadi 11


Tal circunstancia podía añadir desde luego complejidad al asunto. Si ya resulta
extraordinariamente complicado siquiera bosquejar las lindes de la buena fe contractual
cuando se imputa al trabajador un incumplimiento laboral, más difícil aún es hacerlo cuando
la conducta susceptible de sanción tiene lugar fuera del centro de trabajo o extramuros de la
prestación laboral, y más aún cuando se desarrolla, como en este caso, en un foro societario
en el que el trabajador participaba en su condición de accionista pero en el que, al mismo
tiempo, estaban presentes todos los ingredientes de la relación laboral: se trataba de la
sociedad dueña de la empresa en la que prestaba servicios el trabajador y participaban
también los máximos dirigentes de dicha entidad financiera. Ciertamente, la buena fe
contractual no tiene por qué quedar circunscrita a los comportamientos que estrictamente
pertenezcan a la esfera laboral (lugar de trabajo, tiempo de trabajo, compromisos de trabajo,
etc.); puede afectar, desde luego, a hechos acontecidos fuera del estrecho vínculo laboral,
como ocurre cuando las manifestaciones de un trabajador dañan la imagen, los intereses o la
10
reputación de la empresa . Pero, por lo que se refiere a este caso, debe tenerse en cuenta
que la condición de accionista otorgaba al interesado un derecho suplementario, cual es el de
manifestar su opinión sobre cuestiones societarias y de gestión empresarial, como cualquier
otro partícipe del capital social.
10 Vid. IGLESIAS CABERO, M.: Estudios sobre el despido disciplinario. «Transgresión de la buena fe contractual»
Acarl. Madrid, 1989, pg. 224.

10 Vid. IGLESIAS CABERO, M.: Estudios sobre el despido disciplinario. «Transgresión de la buena fe contractual»
Acarl. Madrid, 1989, pg. 224.

De ahí que, en la ponderación correspondiente entre los derechos en juego, y en la


valoración de las imputaciones hechas al trabajador, hubiera de tenerse en cuenta su
condición de accionista. No es que deban aislarse las manifestaciones de autos de la relación
laboral, ni que, a diferencia de lo que había hecho el TSJ, se concluya en la inexistencia de
incumplimiento laboral, ni siquiera que deba darse preponderancia, en este litigio, al aspecto
mercantil (pues, como ya hemos reiterado, la espoleta del mismo no fue otra cosa que un
acontecimiento puramente laboral, como el despido), pero sí parece razonable partir de que
el trabajador, en aquella coyuntura, era titular de un derecho de participación que le habilitaba
especialmente para manifestar sus opiniones acerca de la entidad financiera, tanto en su
faceta de sociedad mercantil como en su faceta de empresa, tanto en lo que se refiere a su
organización como en lo relativo a su funcionamiento o su gestión cotidiana. La actuación del
trabajador podía tener trascendencia para su relación laboral, como efectivamente la tuvo, y
desde ese punto de vista no había motivos, en contra de lo decidido por el TSJ, para
descartar un análisis «laboral» de los hechos, pero al mismo tiempo resultaba indudable que
tal actuación estaba parapetada en principio en un título legítimo, cual era su condición de
accionista, al margen de que la misma, en cualquier caso, hubiera de sujetarse a los
consabidos límites en el ejercicio de la libertad de expresión, tanto por lo que toca a su
trascendencia laboral como por lo que se refiere a la vertiente mercantil o societaria del caso.

Razonablemente, el Tribunal Constitucional parte de la idea de que el despido trae su


causa en las manifestaciones vertidas por el trabajador en la Junta de accionistas, de que tal
sanción se impone por supuesta transgresión de la buena fe contractual acontecida fuera del
estricto ámbito laboral, y de que, en consecuencia, el juicio debe centrarse en la valoración
de tales hechos a la vista del derecho a la libertad de expresión y de las limitaciones
(generales y específicas) propias del mismo, entre ellas la buena fe contractual, para concluir
en la calificación del despido, que estando por medio un derecho fundamental, había de
oscilar entre procedencia o nulidad. Se trataba, en definitiva, de examinar las circunstancias
del caso, ponderar los derechos en juego y valorar y calificar las conductas, tarea típica,
como es sabido, de los pleitos que tienen como punto de partida el ejercicio de derechos
11
fundamentales .
11 Vid. la STC 120/1983 ( RTC 1983, 120) .

11 Vid. la STC 120/1983 ( RTC 1983, 120) .


De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

5- Sobre la libertad de expresión y sus limitaciones

Desde el punto de vista jurídico el punto de partida y el centro del debate había que
situarlo, indudablemente, en el derecho a la libertad de expresión, antes que nada para dar
respuesta a una cuestión básica: ¿qué permite hacer este derecho?, ¿con qué límites
tropieza en su calidad de derecho fundamental? Era precisa, a la postre, la típica labor de
ponderación entre el derecho y sus posibles limitaciones a la luz de las circunstancias
concurrentes, labor de ponderación que en principio corresponde a los jueces y tribunales
pero que en sede de amparo corresponde también al TC, que puede revisar así el
enjuiciamiento anterior. Como claramente dice la sentencia 20/2002 ( RTC 2002, 20) , en
estos casos el TC «no se limita a examinar la razonabilidad de la motivación de las
sentencias objeto de impugnación», sino que puede y debe comprobar si la ponderación
efectuada ha respetado o no «la correcta definición y valoración constitucional del derecho
fundamental aquí en juego y de las obligaciones que puedan modularlo». Como ha dicho el
Tribunal en otras ocasiones, el «juicio de ponderación en los supuestos de frontera
planteables entre el legítimo derecho a la crítica amparado por la libertad de expresión y la
ilegítima utilización de términos tales que, al resultar insultantes o incluso injuriosos o
calumniosos, excluyen las expresiones en que se contienen de la tutela constitucional, nos
aboca de lleno al tema de la calificación de las opiniones vertidas por el actor atendidas las
12
circunstancias del caso» , con el objetivo último de determinar, a la postre, si se ha
13
producido o no un uso abusivo del correspondiente derecho fundamental .
12 Es más, en esta ponderación el Tribunal puede tener en cuenta criterios distintos de los aplicados por la
jurisdicción ordinaria ( SSTC 171/1990 [ RTC 1990, 171] , 172/1990 [ RTC 1990, 172] , 219/1992 [ RTC 1992, 219] ,
240/1992 [ RTC 1992, 240] , 200/1998 [ RTC 1998, 200] y 134/1999 [ RTC 1999, 134] , entre otras muchas).

12 Es más, en esta ponderación el Tribunal puede tener en cuenta criterios distintos de los aplicados por la
jurisdicción ordinaria ( SSTC 171/1990 [ RTC 1990, 171] , 172/1990 [ RTC 1990, 172] , 219/1992 [ RTC 1992, 219] ,
240/1992 [ RTC 1992, 240] , 200/1998 [ RTC 1998, 200] y 134/1999 [ RTC 1999, 134] , entre otras muchas).

13 Vid. en este sentido, STC 241/1999, de 20 de diciembre ( RTC 1999, 241) , 90/1999, de 26 de mayo ( RTC 1999,
90) .

De ahí que el TC comience recordando que la libertad de expresión, además de la


manifestación de pensamientos, ideas, opiniones, creencias y juicios de valor, «comprende la
crítica de la conducta de otro, aun cuando la misma sea desabrida y pueda molestar,
inquietar o disgustar a quien se dirige», si bien fuera de su ámbito de protección «se sitúan
las frases y expresiones ultrajantes u ofensivas, sin relación con las ideas u opiniones que se
expongan, y por tanto, innecesarias a este propósito», habida cuenta que no existe «un
pretendido derecho al insulto». Se trataba de indagar, así pues, si las manifestaciones
atribuidas al trabajador se ajustaban o no, por de pronto, a estas exigencias generales de la
libertad de expresión, y para ello el TC habla en este caso de una serie de circunstancias que
permiten avanzar en ese sentido: a) el lugar y contexto en el que se vierten las opiniones, b)
la condición en la que se emiten, y c) la forma o medio de manifestarse, es decir: el tono de
14
las manifestaciones .
14 Vid. como ha dicho PEDRAJAS MORENO, A.: Trabajo y libertades públicas. «Libertad de información y expresión
del trabajador y deberes ante la empresa» en AA VV ( BORRAJO DACRUZ, E., director), La Ley. Madrid, 1999, pgs.
342-ss., el Tribunal Constitucional estudia por lo general qué es lo que se ha dicho, quién lo ha dicho, de quién se ha
dicho, a quién se ha dicho, en qué circunstancias se ha dicho, por qué medios se ha dicho, con qué finalidad se ha
dicho y qué consecuencias ha provocado, a la hora de pronunciarse sobre si ha sido abusivo o no el ejercicio del
derecho fundamental.

14 Vid. como ha dicho PEDRAJAS MORENO, A.: Trabajo y libertades públicas. «Libertad de información y expresión
del trabajador y deberes ante la empresa» en AA VV ( BORRAJO DACRUZ, E., director), La Ley. Madrid, 1999, pgs.
342-ss., el Tribunal Constitucional estudia por lo general qué es lo que se ha dicho, quién lo ha dicho, de quién se ha
dicho, a quién se ha dicho, en qué circunstancias se ha dicho, por qué medios se ha dicho, con qué finalidad se ha
dicho y qué consecuencias ha provocado, a la hora de pronunciarse sobre si ha sido abusivo o no el ejercicio del
derecho fundamental.

Desde esta perspectiva de análisis, la sentencia TC 20/2002 ( RTC 2002, 20) se detiene

29 de julio de 2013 © Thomson Aranzadi 13


sobre todo en tres aspectos. En primer lugar, en el lugar de los acontecimientos, que había
sido, como sabemos, la Junta de accionistas, foro que, en palabras del TC, es expresión del
principio democrático de participación de los socios en la gestión societaria, apto desde luego
para la manifestación de opiniones y, en concreto, para mostrar conformidad o
disconformidad «tanto con la gestión social, en sentido genérico, como con los responsables
de la misma, a título particular». Pues bien, se trataba de un foro en el que el recurrente,
como accionista de la empresa, estaba en condiciones legítimas de participar, para opinar, si
así lo estimaba apropiado, respecto de la gestión de la empresa, como el resto de
accionistas.

El segundo centro de atención del TC es la figura del Presidente de la entidad, que había
sido el principal objeto de las críticas. A este respecto el TC recuerda que se trataba del
«máximo gestor de un ente societario» y que, como tal, «revestía una incuestionable
notoriedad pública», siendo así que cuando se ejercita la libertad de expresión «los límites de
la crítica son más amplios si ésta se refiere a personas que, por dedicarse a actividades
públicas, están expuestas a un más riguroso control de sus actividades y manifestaciones
que si se tratase de simples particulares sin proyección pública alguna», circunstancia ésta
que «es inseparable de todo cargo de relevancia pública», sin perjuicio de que, naturalmente,
tales personas no estén privadas de los derechos al honor, a la intimidad o a la propia imagen
15
. No era dudoso, a juicio del TC, que aun cuando no se trataba de una autoridad pública en
sentido estricto, el presidente de la entidad bancaria afectada «tiene una clara proyección
pública atendiendo al puesto que ocupa o desempeña», dato al que hay que añadir el hecho
de que la junta de accionistas se había convocado para ejercitar el control social y hacer
posible la aprobación de las cuentas, por lo que la persona responsable en última instancia
de la gestión «debía asumir el riesgo de que las opiniones, críticas o informaciones vertidas
por los accionistas pudieran llegar a resultarle molestas o hirientes».
15 Vid. sobre la necesaria protección del derecho al honor en los casos en los que éste puede colisionar con la
libertad de expresión, ROJAS RIVERO, G.: Poder Judicial. «El conflicto entre el honor y la libertad de expresión:
referencias al ámbito laboral» núm. 13, pgs. 51-ss.

15 Vid. sobre la necesaria protección del derecho al honor en los casos en los que éste puede colisionar con la
libertad de expresión, ROJAS RIVERO, G.: Poder Judicial. «El conflicto entre el honor y la libertad de expresión:
referencias al ámbito laboral» núm. 13, pgs. 51-ss.

El TC atiende, por último, al tenor de las manifestaciones vertidas por el actor, terreno éste
en el que resulta decisivo averiguar si existe o no «animus nocendi» en quien se expresa, o
propósito de infligir ofensas gratuitas, pues en tal caso nos situaríamos en principio
extramuros de la protección ofrecida por el artículo 20.1 a) CE ( RCL 1978, 2836; ApNDL
16
2875) . En contra de lo que en su momento había entendido el Juzgado de lo Social, que
17
las consideró injuriosas y vejatorias , el TC entiende sin embargo que las manifestaciones
del demandante no habían sido ni innecesarias ni gratuitas, en cuanto no pretendían atacar a
la persona sino criticar su gestión, y que ni por su contenido ni por su forma habían tenido
finalidad vejatoria, pues se limitaron a expresar disconformidad con diferentes aspectos de la
dirección empresarial y a emitir juicios de valor sobre la misma. No se habían utilizado
calificativos insultantes o que desacreditasen al afectado, sino expresiones de tono correcto y
adecuado, siendo así, además, que se trataba de expresiones orales, que carecen, por
definición, del «sosiego y la meditación que cabe presumir en quien redacta un escrito», y
que, por lo tanto, siempre merecen un reproche menor, como reiteradamente ha puesto de
relieve el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Para el TC se trataba, por consiguiente,
de un legítimo ejercicio del derecho a la libertad de expresión, en tanto que «ninguna censura
se puede efectuar de la intervención del recurrente desde la perspectiva del examen de los
límites genéricos del derecho fundamental a la libertad de expresión».
16 Vid. las SSTC 88/1985 ( RTC 1985, 88) y 105/1990 ( RTC 1990, 105) . Además, SOLOZÁBAL ECHEVARRÍA, J.
J.: REDC. «Libertad de expresión, información y relaciones laborales (Comentario a la sentencia del Tribunal
Constitucional 6/1988, de 21 de enero [RTC 1988, 6], caso señor Crespo, asunto filtraciones a El País)» núm. 26,
1989, pg. 170-171.
De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

16 Vid. las SSTC 88/1985 ( RTC 1985, 88) y 105/1990 ( RTC 1990, 105) . Además, SOLOZÁBAL ECHEVARRÍA, J.
J.: REDC. «Libertad de expresión, información y relaciones laborales (Comentario a la sentencia del Tribunal
Constitucional 6/1988, de 21 de enero [RTC 1988, 6], caso señor Crespo, asunto filtraciones a El País)» núm. 26,
1989, pg. 170-171.

17 Vid. PEDRAJAS MORENO, A.: Libertad de información y expresión del trabajador .... loc. cit., pg. 344; BILBAO
UBILLOS, J. M.: La eficacia de los derechos fundamentales frente a particulares. Análisis de la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional. BOE, Madrid, 1997, pg. 509-510.

Seguramente se puede estar de acuerdo con esas afirmaciones, dictadas con un cierto
tono de generalidad, aunque proyectadas sobre las circunstancias del caso, obviamente, por
la sentencia 20/2002 ( RTC 2002, 20) . Pero quizá resulten algo más discutibles algunas otras
consideraciones que se añaden en los fundamentos finales de dicha resolución
constitucional. La primera de ellas hacía ver que las manifestaciones del actor tampoco
habían atentado contra el «derecho al honor del gestor social o del prestigio de la empresa,
valor este último no exactamente identificable con el honor... por lo que en su ponderación
frente a la libertad de expresión debe asignársele un nivel más débil de protección del que
cabe atribuir al derecho al honor de las personas físicas» (con cita de TC 139/1995 [ RTC
1995, 139] ), alusión un tanto sorprendente desde el momento en que las imputaciones se
habían dirigido en buena medida frente a una persona concreta, bien es verdad que no
18
despegada de su condición de Presidente de la entidad interesada . La segunda, por su
lado, resta relevancia al hecho de que las manifestaciones del actor resultasen o no ciertas,
con el argumento de que en el ejercicio de la libertad de expresión, a diferencia de la libertad
de información, las opiniones o juicios de valor «no se prestan... a una demostración de su
exactitud, no siendo exigible la prueba de la veracidad o la diligencia en su averiguación»,
conclusión que, pese a ajustarse a la doctrina reiterada del TC sobre estos temas, no deja de
chocar cuando –como parece desprenderse de los antecedentes de este caso, y como, por lo
demás, se registra al final del fundamento séptimo de la sentencia 20/2002 ( RTC 2002, 20)
del TC– las opiniones vertidas van sustentadas en la correlativa imputación de hechos más o
menos concretos, que deberían ir seguidos de una mínima verificación por parte de quien los
difunde.
18 Sobre el «honor de la empresa como límite al ejercicio del derecho fundamental de libertad de expresión» en la
jurisprudencia constitucional, ROJAS RIVERO, G. P.: La libertad de expresión del trabajador. loc. cit., pgs. 111-112.

18 Sobre el «honor de la empresa como límite al ejercicio del derecho fundamental de libertad de expresión» en la
jurisprudencia constitucional, ROJAS RIVERO, G. P.: La libertad de expresión del trabajador. loc. cit., pgs. 111-112.

6- Una última cuestión: la buena fe como límite en el marco del contrato de trabajo

En todo caso, quedaba aún un trecho por recorrer en el razonamiento del TC, toda vez
que, como vimos, las manifestaciones vertidas por el demandante habían tenido repercusión
en su relación laboral, hasta el punto de provocar la ya conocida reacción empresarial. En
este específico ámbito juegan desde luego las limitaciones generales de la libertad de
expresión, en el sentido de que tal derecho no puede utilizarse para ofender, injuriar o causar
vejaciones a una persona. Pero también juegan, como es sabido, otros límites más
específicos, pues en virtud del contrato el trabajador asume una serie de compromisos que,
en tanto que no resulten abusivos o contrarios a la ley, debe cumplir. Son compromisos que,
no hace falta recordarlo, están ineludiblemente acompañados por la obligación de buena fe,
según se desprende del artículo 1258 CC ; buena fe que, por lo demás, juega también como
exigencia general en el ejercicio de los derechos, conforme dispone el artículo 7.1 CC. El
problema estriba, sin embargo, en detectar y precisar el alcance de la buena fe, tanto en su
contraste con los derechos en ejercicio, como en el contexto de una relación contractual y,
concretamente, en el contexto del contrato de trabajo, cuestión sumamente difícil y
controvertida.

De todo ello es consciente la sentencia TC 20/2002 ( RTC 2002, 20) , que, por lo demás,
no hace en este punto más que seguir una línea habitual de la jurisprudencia constitucional,
19
en relación con la generalidad de los derechos fundamentales y en relación,

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20
concretamente, con el derecho a la libertad de expresión . Como primera aproximación
cabe decir que la buena fe normalmente actúa como límite o freno al ejercicio de tales
derechos y, en especial, como antídoto de un ejercicio potencialmente abusivo, no pertinente
o desproporcionado de los mismos. Se ha dicho en alguna ocasión, no sin razón, que «la
buena fe, en su dimensión objetiva, constituye un límite general al modo de ejercicio de los
derechos subjetivos, y ello porque el ejercicio que transgreda las reglas de comportamiento
impuestas por ese canon ético-social, a pesar de ser, en apariencia, jurídicamente regulares
y admisibles, llevarán aparejada la pérdida de la protección jurídica que el derecho otorga al
21
titular» . De todas formas, se trata de un límite controvertido y de perfiles discutibles, debido
22
a su ambigua naturaleza y a su escueta recepción legal ; no deja de ser, además, un
principio de configuración variable, carente de consagración constitucional expresa, poco
apto en apariencia para asumir un papel de tanta trascendencia como es la limitación de los
23
derechos fundamentales .
19 Vid. sobre la incorporación por la jurisprudencia constitucional de este límite a la teoría general de los derechos
fundamentales, MORENO GARCÍA, A.: REDC. «Buena fe y derechos fundamentales en la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional» núm. 38, 1993, pgs. 263-ss.

19 Vid. sobre la incorporación por la jurisprudencia constitucional de este límite a la teoría general de los derechos
fundamentales, MORENO GARCÍA, A.: REDC. «Buena fe y derechos fundamentales en la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional» núm. 38, 1993, pgs. 263-ss.

20 Vid. a mero título de ejemplo, las siguientes sentencias del TC 81/1983, de 10 de octubre ( RTC 1983, 81) ,
120/1983 de 15 de diciembre ( RTC 1983, 120) , 88/1985, de 19 de julio ( RTC 1985, 88) , 126/1990, de 5 de julio (
RTC 1990, 126) , y 153/2000, de 12 de junio ( RTC 2000, 153) , en las que se sostiene que los derechos de los
trabajadores no están exentos de límites, «particularmente la buena fe y la condición social de dicho ejercicio».

21 Vid. MORENO GARCÍA, A.: Buena fe y derechos fundamentales .... loc. cit., pg. 266.

22 Vid. sobre la ambigua naturaleza de este concepto, DIEZ-PICAZO, L.: La doctrina de los propios actos.
Barcelona, 1963, pgs. 263-ss.

23 Vid. MORENO GARCÍA, A.: Buena fe y derechos fundamentales .... loc. cit., pg. 268-9. De hecho, el propio
Tribunal Constitucional, en su sentencia 22/1984, de 17 de febrero ( RTC 1984, 22) , a propósito de la limitación de
los derechos fundamentales a favor de un fin social (limitación propuesta por el Ministerio Fiscal) mantiene que «una
afirmación como la anterior, realizada sin ningún tipo de matizaciones, conduce ineludiblemente al entero sacrificio
de todos los derechos fundamentales de la persona y de todas las libertades públicas a los fines sociales, lo que es
inconciliable con los valores superiores del ordenamiento jurídico que nuestra Constitución proclama. Existen,
ciertamente, fines sociales que deben considerarse de rango superior a algunos derechos individuales, pero ha de
tratarse de fines sociales que constituyan en sí mismos valores constitucionalmente reconocidos y la prioridad ha de
resultar de la propia Constitución».

Sea como fuere, es una consecuencia clara de la doctrina constitucional que el límite
existe, y que juega de manera muy directa en el ámbito de la relación de trabajo, donde,
como es natural, la buena fe actúa al mismo tiempo como límite al ejercicio de derechos y
24
componente de los deberes contractuales . Aunque la condición de trabajador no supone
renuncia a los derechos del ciudadano, entre ellos el de difundir libremente los pensamientos,
25
ideas y opiniones ( art. 20.1.a CE [ RCL 1978, 2836; ApNDL 2875] ) , sí exige ciertas pautas
de comportamiento para su ejercicio: en el contrato de trabajo confluye todo un haz de
derechos y obligaciones recíprocas que condicionan, en este caso, la libertad de expresión
del trabajador, de modo que manifestaciones que en otro contexto pudieran ser legítimas no
tienen por qué serlo necesariamente en dicho ámbito, pudiendo incluso llegar a justificar el
26
despido disciplinario .
24 Vid. por ejemplo, la STC 153/2000, de 12 de junio ( RTC 2000, 153) .

24 Vid. por ejemplo, la STC 153/2000, de 12 de junio ( RTC 2000, 153) .

25 Vid. por ejemplo, las SSTC 120/1983 ( RTC 1983, 120) , 88/1985 ( RTC 1985, 88) , 6/1988 ( RTC 1988, 6) ,
126/1990 ( RTC 1990, 126) , 4/1996 ( RTC 1996, 4) , 106/1996 ( RTC 1996, 106) , y 197/1998 ( RTC 1998, 197) .

26 Este límite se ha extendido a otras relaciones de prestación de servicios no laborales, como ocurre en la STC
241/1999, de 20 de diciembre ( RTC 1999, 241) , en la que se dice que la buena fe o la especial confianza
intercurrente entre las partes constituye un límite adicional al ejercicio del derecho a la libertad de expresión, por
De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la empresa.

resultar inherente al vínculo jurídico que les une, que es una relación estatutaria.

En otras palabras: la buena fe contractual debe regir las relaciones entre las partes del
contrato y a ella han de ajustar su comportamiento mutuo, lo cual no implica ni puede
implicar, desde luego, una entera sujeción del trabajador al interés empresarial, pues tal cosa
27
chocaría con nuestro sistema constitucional de principios y valores . Todo ello conduce,
como habitualmente ocurre, a la necesidad de proceder a una cohonestación de los derechos
e intereses legítimos que entran en juego, con la correspondiente modulación de los mismos,
y, por lo que ahora interesa, del derecho fundamental invocado, aunque sólo en la medida
estrictamente imprescindible para el correcto desenvolvimiento de la relación laboral, que no
28
quiere decir exacta o exclusivamente atención al interés empresarial . Tal ecuación obliga,
en suma, a la búsqueda del justo equilibrio entre el derecho a la libre manifestación de
29
opiniones y los intereses legítimos del empresario que pudieran verse afectados .
27 Este deber de buena fe se ha puesto en ocasiones, y de hecho el Fiscal en este caso así lo hace, en relación con
el deber de sigilo, si bien esta restricción tampoco es absoluta. Así, por ejemplo, en la STC 90/1999, de 26 de mayo (
RTC 1999, 90) , se dice que este deber de reserva, exigible en términos de buena fe contractual, no llega a tanto
como a imponer un completo secreto sobre los datos laborales.

27 Este deber de buena fe se ha puesto en ocasiones, y de hecho el Fiscal en este caso así lo hace, en relación con
el deber de sigilo, si bien esta restricción tampoco es absoluta. Así, por ejemplo, en la STC 90/1999, de 26 de mayo (
RTC 1999, 90) , se dice que este deber de reserva, exigible en términos de buena fe contractual, no llega a tanto
como a imponer un completo secreto sobre los datos laborales.

28 Vid. en este sentido, SSTC 241/1999, de 20 de diciembre ( RTC 1999, 241) y 90/1999, de 26 de mayo ( RTC
1999, 90) .

29 Vid. sobre la incidencia de la libertad de empresa y el poder de dirección del empresario sobre los derechos
fundamentales en la relación laboral, MARTÍN VALVERDE, A.: RPS. «El ordenamiento laboral en la jurisprudencia
del Tribunal Constitucional» núm. 137, 1983, pgs. 142-144.

A decir verdad, este cotejo entre los derechos e intereses en juego no queda muy explícito,
ni suficientemente extendido, en la sentencia TC 20/2002 ( RTC 2002, 20) . Tan sólo aparece
con ocasión de la respuesta del TC a la sentencia emitida por el TSJ de Madrid, en cuyo
contexto, y con el fin primordial de desestimar sus argumentaciones y proceder a su
revocación, el TC declara que «un despido acordado como reacción empresarial frente a las
opiniones emitidas por el recurrente al margen de sus obligaciones contractuales laborales es
un despido efectuado con vulneración de su derecho fundamental de libertad de expresión»,
desde el momento en que «no hay constancia alguna de que la censurada y sancionada
expresión de las opiniones del recurrente se hubiera llevado a cabo fuera del ámbito propio y
protegido de aquel derecho al emitirse aquéllas fuera del vínculo contractual laboral». Si para
el TSJ no había sido ilícito el ejercicio por el trabajador de su derecho fundamental de libre
expresión, «es obvio que la reacción empresarial que condujo al despido, basado
exclusivamente en las manifestaciones libremente expresadas por el trabajador despedido y
que la Sala consideró ilícito por injustificado, no puede ser calificada sino como radicalmente
nula», máxime cuando la alusión del recurrente a deficiencias o irregularidades en el
funcionamiento de la entidad en modo alguno habían supuesto «la revelación de secretos
30
relativos a la explotación y negocios del empresario» .
30 Sobre el alcance material del deber de secreto, ROJAS RIVERO, G. P.: La libertad de expresión del trabajador.
loc. cit., pgs. 72-73.

30 Sobre el alcance material del deber de secreto, ROJAS RIVERO, G. P.: La libertad de expresión del trabajador.
loc. cit., pgs. 72-73.

Para el TC, en definitiva, la reacción empresarial imponiendo el despido al actor por las
manifestaciones vertidas en la junta de accionistas había sido desproporcionada, de modo y
manera que la respuesta otorgada por el TSJ al correspondiente recurso de suplicación no
supo respetar «el necesario equilibrio entre las obligaciones dimanantes del contrato de
trabajo y el ámbito del derecho fundamental del trabajador en juego, ni la restricción del
ejercicio de dicho derecho efectuada por el contrato de trabajo fue la estrictamente
imprescindible, proporcional y adecuada a la satisfacción de legítimos intereses

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empresariales, puesto que la existencia misma de la relación laboral causó en el recurrente la
vulneración de su derecho a expresar libremente sus pensamientos, ideas y opiniones por
cuanto el ejercicio de dicho derecho fundamental fue la única causa de despido». En
consecuencia, correspondía al despido la calificación de nulidad, y no de improcedencia, por
haber incurrido el empresario en violación del derecho a la libertad de expresión.

7- Reflexión final: ¿dónde queda la dimensión laboral del problema?

Valorada a la luz de los contornos y las posibilidades del derecho a la libertad de expresión,
probablemente haya que decir que la conclusión a la que llega el TC en su sentencia 20/2002
( RTC 2002, 20) es fundada. Sin embargo, también es fácil de advertir que el TC procede
para ello a un giro un tanto artificial en sus razonamientos y argumentaciones. Como tuvimos
ocasión de ver, y a diferencia de la tesis defendida por el TSJ de Madrid, partía el TC de que
los hechos tenían trascendencia laboral, por la doble condición del trabajador/accionista y, en
definitiva, porque el acto que había dado lugar al litigio (el despido del trabajador) se había
producido en el ámbito de la relación de trabajo. No obstante, y pese a ello, el TC se limita a
enjuiciar la conducta del interesado en el contexto de su relación mercantil o societaria, sin
tomar en consideración en ningún momento su tantas veces reafirmada repercusión en la
esfera laboral. Para el TC, al no haber excedido las manifestaciones del actor de los
contornos permisibles de la libertad de expresión, teniendo en cuenta el foro y el modo
específico en que se produjeron, no había motivo para adoptar medida sancionatoria alguna.

Pero, ¿cómo va a ser indiferente para su relación laboral lo que manifiesta una persona
acerca de su empresa, máxime cuando ocupa en la misma un puesto de funciones
directivas? El TC sortea esa cuestión con argumentos variados: en primer lugar, y en relación
con la sentencia de instancia, alegando la inexistencia de manifestaciones injuriosas,
vejatorias o lesivas del derecho al honor, y posteriormente, en relación ya con la sentencia
del TSJ, aduciendo que de no estimarse la existencia de ilícito laboral no había más solución
que otorgar al despido la calificación de nulidad, por afectación a un derecho fundamental.
Pero tal proceder resulta insuficiente, y en buena medida carente de la necesaria fuerza de
convicción. Cabía esperar del TC, dicho más claramente, una reflexión expresa sobre la
aceptabilidad o no de una conducta como la del actor en el ámbito de su relación laboral.
Cabía esperar, en definitiva, que el TC se pronunciara sobre la relación entre esa conducta,
formalmente amparada en la libertad de expresión, y las obligaciones que debía respetar en
su condición de trabajador (directivo) de la empresa.

Si bien se mira, el gran dilema en este caso, y probablemente su aspecto más interesante
desde el punto de vista jurídico, no era otro que el alcance, y en consecuencia los límites, de
un derecho como la libertad de expresión en un ámbito tan particular como el de la empresa.
Sin embargo, esta faceta del problema queda ayuna de pronunciamiento por parte del TC,
que se limita a actuar sobre la configuración o teoría general del derecho en cuestión y, a lo
sumo (aunque sin llegar a detenerse tampoco en sus muy probables particularidades), sobre
su proyección en un foro de naturaleza mercantil o societaria. Si la actuación del accionista
que al mismo tiempo es trabajador interfiere o no en su actividad laboral, si manifestaciones
referidas al devenir de la entidad bancaria en la que se trabaja son siempre aceptables o no,
o si la imprescindible confianza que se presupone en un director de oficina queda o no
defraudada, entre otras posibles cuestiones, son incógnitas que siguen en el aire tras la
sentencia TC 20/2002 ( RTC 2002, 20) , pese a que latían de manera muy clara en el
correspondiente relato de antecedentes.
Análisis: De nuevo sobre la libertad de expresión en el seno de la
empresa.

Análisis del documento

Documentos comentados


(Disposición Vigente) ESTATUTO DE LOS TRABAJADORES. Aprueba el Texto Refundido de la Ley del Estatuto
de los Trabajadores Real Decreto Legislativo 1/1995, de 24 de marzo. Estatuto de los Trabajadores de 1995. RCL
1995\997


(Disposición Vigente) CONSTITUCIÓN. Constitución Española Constitución de 27 de diciembre 1978.
Constitución Española. RCL 1978\2836

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