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ENRIQUE OLMOS DE ITA

EL SANTO VS EL SANTO
EL ENMASCARADO DE PLATA CONTRA SÍ MISMO

SÁTIRA COMO HOMENAJE

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EL SANTO VS .EL SANTO
ENRIQUE OLMOS DE ITA

En memoria, y con admiración al hidalguense más celebre,


Don Rodolfo Guzmán Huerta.

Y para Richard Viqueira, carnal.

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EL SANTO VS .EL SANTO
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PERSONAJES
Edgardo Gordillo, científico loco afincado en el corazón de Tepito, profesor de

secundaria.

El Santo enmascarado de plata.

El Santo enmascarado de plata, clonado, o mejor dicho pirata.

Mujer águilachiva. Guardaespaldas de Edgardo.

Mujer lobomomia de Guanajuato. Guardaespaldas y jefa de prensa de Edgardo.

Blue Demon o Demonio Azul. Especie de narrador posmoderno.

LUGAR Y TIEMPO

La gran Ciudad de México.

Primero, la acción sucede en el laboratorio clandestino del científico loco Edgardo,

después, en cualquiera de las calles de la gran ciudad y en la arena México. Al

final en la imaginación.

ESTRUCTURA

Cuando la intención es la sátira y reproducir el discurso del cómic-fotonovela, las

películas de humor involuntario del personaje principal y la cultura/folclor popular,

sólo se puede apostar por la fragmentación, narración, diálogos, transposición de

personajes, escenas atemporales, y sobre todo grandilocuencia. La estructura de

esta obra es como la lucha libre, ya todos sabemos de qué trata, conocemos de

sobra su absurda naturaleza, deporte simulado, pero nos gusta ver los golpes.

Y más: la sangre, aunque sea salsa de tomate.

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EL SANTO VS. EL SANTO


EL ENMASCARADO DE PLATA CONTRA SÍ MISMO

1. EL DÍA SEÑERO

El Santo no era un gran luchador. Era bueno, si acaso.

Y tenía suerte (mucha), además hizo buenos amigos, sabía con quién y cómo relacionarse,

estaba bien enchufado. Pero no era un fuera de serie, como muchos ignorantes han querido ver.

Tendríamos que repasar sus deficiencias técnicas, la lentitud de algunos movimientos, y que se

repetía sin cesar, lo mismo en sus películas que en el cuadrilátero.

No sé por qué a la gente le gusta lo aburrido.

La publicidad, el cine y una perra suerte lo han llevado a la historia como el más cabrón, el más

picudo. Muy superior fue Black Shadow, El cavernario, Huracán Ramírez, Tarzán López y desde

luego yo.

Sobre todo yo, aunque pocas personas se acuerden, porque en un país sin memoria, donde a la

gente hasta se le olvida cómo se llama la calle en que vive, y eso que todas se llaman Juárez o

Hidalgo, no se puede pedir mucho.

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Lo derroté en el primer enfrentamiento que tuvimos en dos caídas seguidas, sin darle ni siquiera

un respiro. Tal vez si hubiera perdido esa lucha ahora sería yo el gran homenajeado, el gran

cabrón, el recordado demonio azul.

La historia es injusta, ni siquiera la escriben los vencedores.

Pero hasta la historia tiene sus revanchas, como en la lucha. Y eso es lo que justamente ocurría

en uno de los agujeros más oscuros del barrio bravo.

En un laboratorio clandestino para copiar discos y películas, entre gran cantidad de

reproducciones chinas de pantalones, zapatos e imágenes de la Virgen de Guadalupe, el

profesor Edgardo preparaba su última y más lograda excentricidad.

ÁGUILACHIVA: ¿Profesor?

EDGARDO: ¿Qué quieres?

MUJER LOBO/MOMIA: ¿Ya vio la fecha?

EDGARDO: ¡No fastidies, estoy viendo la tele! ¿No te das cuenta?

ÁGUILACHIVA: Pero profesor, aquí dice “hoy es el gran día, si lo lees y me estoy haciendo

pendejo, recuérdamelo”.

EDGARDO: ¡Cállate! Que va perdiendo el Atlante…

El gran día estaba marcado con un asterisco rojo que el profesor había pasado por alto, puesto

que justamente el día señero de la raza humana había coincidido con la emisión en televisión

abierta de un partido del Atlante. Sin embargo, sus fieles guardaespaldas insistían en señalar la

omisión del jefe.

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ÁGUILACHIVA: Neta, mire…

EDGARDO: Ta’ madre… A ver, qué quieres…

MUJER LOBO/MOMIA: Mire, profesor…

Y la mutación mitad mujer y mezcla entre águila, lobo y chacal señaló con su gran pezuña animal

el día que durante años habían estado aguardando.

Los calendarios, la historia y el software del futuro hablarán de este día como el que marcó un

antes y un después. En algunas partes del mundo, se cambiará la fecha de la Navidad por este

día extraordinario, o por lo menos eso pensaba el profesor.

EDGARDO: ¡Por la Santa Muerte! Tienes razón… ¡Cómo lo había olvidado!

MUJER LOBO/MOMIA: Tal vez porque no ha dormido bien… O por tantas pastillas… O por

estar todo el día en la tele…

EDGARDO: Sí, sí. Estamos con el tiempo justo… tenemos que ser muy hábiles. Tú, mujer

lobo de Guanajuato, ve por el bastardo, y tú, trae de mi cajón “la máscara”.

ÁGUILACHIVA: ¿La máscara?

EDGARDO: Así como lo escuchas, “la máscara de máscaras”.

ÁGUILACHIVA: Sí profesor…

En cuestión de minutos las dos creaciones genéticas del profesor Edgardo cumplieron

eficazmente su trabajo. Y un hombre fue arrastrado hasta donde se encontraba el profesor. El

torso descubierto, amordazado, la mitad de la cara cubierta y el físico muy similar al de un

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luchador profesional. La otra hembra-mutación traía consigo una máscara de color plata, que

apenas se atrevía a tocar.

ÁGUILACHIVA: Aquí está “la máscara”.

EDGARDO: Perfecto, queda exactamente un minuto y 30 segundos para que la luna de

cáncer entre en Júpiter y Capricornio en Venus.

MUJER LOBO/MOMIA: ¿Y eso qué significa?

EDGARDO: No seas ignorante, eso quiere decir que los astros nos indican el momento

preciso, que tanto esperamos. “El gran día, el gran momento, el gran minuto”. El más

importante de todos.

ÁGUILACHIVA: ¡Qué emocionante!

EDGARDO: Quítale la mordaza, y ayúdame a ponerle la máscara…

MUJER LOBO/MOMIA: Claro que sí, profesor…

EDGARDO: Esto es muy delicado… Ten cuidado, no le hagas daño…

El hombre se resiste a la fuerza del profesor y sus secuaces. Se mueve con insistencia, pero es

inútil. ¡Nace el Nuevo Santo! ¡Se ha consumado el plan del profesor! ¡Una nueva era ha

comenzado!

EDGARDO: Yo te nombró El Santo Nuevo…

ÁGUILACHIVA: ¿Mejor el Nuevo Santo, no?

EDGARDO: Yo te nombró el Nuevo Santo Enmascarado de Plata… Y sobre esta máscara

plateada edificaré mis leyes.

MUJER LOBO/MOMIA: Pero si la máscara no tiene plata, es imitación de acero inoxidable…

EDGARDO: ¡Calla idiota! Esto es serio…

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El hombre enmascarado, muy confundido se palpaba la cara lentamente, no estaba seguro de lo

que le había hecho el malvado profesor, miraba en todas las direcciones. Trataba de quitarse la

máscara.

EDGARDO: Es inútil, no te esfuerces, la máscara es como tu piel. Ahora eres un hombre de

verdad, mejor dicho, eres más que un hombre. Eres El Santo, enmascarado de plata.

LIC. EL SANTO: ¿De qué habla y quién es usted? ¿En dónde estoy?

EDGARDO: Soy tu padre, el profe Edgardo Gordillo, egresado de la Normal Superior número

27 y astrólogo aficionado.

LIC. EL SANTO: ¡Padre!

EDGARDO: ¡Hijo mío! Ven aquí que soy tu padre…

LIC. EL SANTO: Pero, ¿quién soy, de dónde vengo, por qué estoy aquí… es cognoscible el

ser, qué es el infinito, existe la vida extraterrestre?

EDGARDO: Calma hijo, no te puedo responder todas esas preguntas ahora.

LIC. EL SANTO: De pronto tengo un montón de dudas existenciales, no puedo dejar de

cuestionarme. ¿Quién soy, padre? ¿Qué hago aquí? ¿Debo ir a terapia?

EDGARDO: No, claro que no. Mira, eres El Santo: el más cabrón de los cabrones, el más

técnico de los rudos y el más rudo entre los técnicos, el más-más de los muy-muy, chido

entre los chidos, eres la neta del planeta con máscara, el tlatoani de los prietos y los güeros,

el retoño predilecto de Quetzálcoatl, eres la pura onda reencarnada, el mejor caballero

azteca y el más culto príncipe maya. Eres casi la verga parada de manos. En suma, eres el

jefe de jefes, pero en pirata, es decir, en copia no autorizada.

LIC. EL SANTO: ¿No entiendo lo que me dices, padre? ¿Copia no autorizada?

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EDGARDO: Es una costumbre de esta tierra, lo entenderás con el tiempo. Quiero decir que te

he clonado a imagen y semejanza del Altísimo Santo, enmascarado de plata.

LIC. EL SANTO: Estoy un poco confundido, ¿para qué existo? ¿Por qué tengo este cuerpo,

padre? ¿Por qué la vida? Tengo miedo y preguntas, muchas preguntas.

EDGARDO: Bueno, tranquilo, ahora te encontramos un churro de maría para que relajes… Tú,

a ver, búscale un toque a mi primogénito…

MUJER LOBO/MOMIA: A la orden, profe…

LIC. EL SANTO: ¿Pero qué hago aquí, padre? ¿Quién soy?

EDGARDO: Ya te dije: eres el más rifado de los rifados, y más cabrón que bonito. Mira, en una

época no muy lejana, en la gran Ciudad de México, la capital de las capitales, la mera

chingona de las ciudades existió un luchador, llamado El Santo, enmascarado de plata… Él

combatió a las mujeres vampiro, a la hija de Frankestein, a los zombis, a los karatecas y a

Capulina, detuvo la invasión de los marcianos y evitó que se robaran el tesoro de

Moctezuma (otra vez). Y en el ring era imbatible, derrotando a sus adversarios con facilidad.

LIC. EL SANTO: ¿Y yo soy él?

EDGARDO: Qué rápido aprendes. Casi. Con un cabello suyo, es decir una cana al aire que El

Santo dejó en el mundo de los vivos pude recuperar su extraordinario código genético y

después de varias pruebas has nacido tú…

MUJER LOBO/MOMIA: Ya no queda yerba, profe… ¿Qué le damos? ¿Un té de manzanilla?

EDGARDO: ¡No jodas! ¡Mejor sal a comprar! A ver si te fían, porque ya no tengo feria.

MUJER LOBO/MOMIA: Cicatero…

Edgardo: Llevo años esperando tu nacimiento… Primero experimenté con mujeres y

animales, es decir, con especies similares, y han salido engendros como esta mutación…

¿No te das cuenta que esta es una conversación entre adultos? Ve a ver si ya puso la

puerca…

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ÁGUILACHIVA: Si, profe, perdone…

EDGARDO: Me sirven de guardaespaldas, sirvientas, chóferes… No soy muy inteligentes,

pero no me puedo quejar… saben cocinar una cochinita pibil que te chupas los dedos.

LIC. EL SANTO: ¿Son mis hermanas?

EDGARDO: Claro que no, ellas son experimentos, procesos biológicos erróneos. Tú eres El

Santo: la perfección justiciera. Estás por encima de ellas, de mí, de cualquier mortal. Estás al

nivel de Jesucristo, Buda y Cantinflas…

LIC. EL SANTO: ¿Tan alto?

EDGARDO: O más. Durante años cuidé tu cuerpo en crecimiento con ahínco, desde que eras

sólo una célula hasta este cuerpezote macizo… Te he mantenido en un estado de

alertamiento inconsciente dentro de una incubadora electromagnética con impulsión

regenerativa de aguas termales traídas especialmente desde Ixmiquilpan, Hidalgo.

LIC. EL SANTO: ¡Vaya!

EDGARDO: Y hemos acelerado tu proceso de crecimiento fisiológico y neuronal con litros de

leche del DIF y desayunos escolares gratuitos.

LIC. EL SANTO: Estoy enternecido.

EDGARDO: Como no pude darte una madre, porque todas las viejas son unas putas, te lo

digo de una buena vez hijo querido, te construí una matriz artificial con cobijas de Micky

Mouse y Bob esponja que compré en el tianguis; éstas formaban una cápsula de calor

permanente impulsado por litros de pepsi light hervida.

LIC. EL SANTO: ¡Qué sofisticado! Padre, has cuidado de mí, me has dado la vida, no sé cómo

pagarte…

EDGARDO: Dame un abrazo, hijo mío.

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Conmovedora la escena. Padre e hijo se dejaron llevar por sus emociones más profundas. Y

entró después una de las fieles servidoras del profe…

MUJER LOBO/MOMIA: Pues no había maría, pero conseguí polvo mágico…

EDGARDO: Ni modo, vamos a entrarle.

Y la nueva familia, disfuncional como todas, con sus problemas existencias, bastardías, con sus

nombres propios confusos, se sentó a la mesa sin mayores explicaciones ni secretos. Mientras

tanto, al fondo ladraba el televisor la última derrota del Atlante.

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2. LA EDUCACIÓN BÁSICA
Así de alegres se sucedían los días en el seno del barrio bravo. El Nuevo Santo aprendía de su

padre las lecciones de humanidad que con tanto celo había guardado durante años de paciente

reflexión y análisis.

EDGARDO: Nunca le digas a una mujer que la amas. Por nada del mundo profieras esas

sílabas protervas; se lo creen y luego luego quieren tener un hijo tuyo, o peor: matrimonio…

LIC. EL SANTO: Entendido, padre.

EDGARDO: Si quieres dime papá, no tengo inconveniente, hijo.

LIC. EL SANTO: Sí papi…

EDGARDO: Nel, papi no, que me acuerdo de unas señoras que me llaman así. Padre está

bien… Hasta entre nosotros hay que mantener el respeto.

LIC. EL SANTO: Qué sabio eres…

Todos los días, después de almorzar unos tacos de canasta afuera de la escuela secundaria en

la que Edgardo era profesor de Ciencias Sociales, se bebían sendos licuados de guanábana con

chocolate y avena, para caminar juntos hasta su pequeño nido de fraternidad.

Mientras tanto, el padre y su vástago conversaban sobre los temas más trascendentales de la

vida.

EDGARDO: Sin billete no eres nada.

LIC. EL SANTO: No quiero ser nada.

EDGARDO: Claro que no, vas a ser todo, tu destino está marcado, ya verás m’hijo.

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Por la tarde, después de saborear carnitas estilo Michoacán, embutidos o las tortas del metro

Chabacano, El Nuevo Santo tomaba nota en un cuaderno azul. Su padre, estudioso del

comportamiento humano, conocedor de los movimientos sociales y políticos más complejos de la

esfera global, le dictaba hermosas cátedras y educación cívica a su pequeña creación.

“Algún día serás presidente”, ya verás, le decía al finalizar la lección.

“Primero diputado, primero el congreso. Ahí aprenderás del negocio”.

“Ya verás que con un poco de paciencia lo logramos”.

El joven Santo iba anotando lo que su padre le decía, enunciado por enunciado con excelente

ortografía y caligrafía magistral. Santo admiraba a su padre, no sólo dedicaba horas de sus

tardes libres a propagar su inteligencia y reflexión, también le había preparado un extraordinario

proyecto de vida.

EL proyecto de vida.

Hasta la derrota ajena siempre, le decía Edgardo, enfundado en su bata blanca del IMSS.

Por las noches se convertía en el científico loco más fumado de todo el barrio. Sus conocidos

experimentos con todas las sustancias posibles e imaginables le habían dado una bien ganada

fama de excéntrico, sin embargo, él preparaba el mejor de sus golpes, el as bajo la manga en la

figura atlética de su ahora bienamado hijo.

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Edgardo no sólo incentivaba el perfil humanista y reflexivo de su hijo, también se preocupaba por

incrementar su poderío físico. De vez en cuando, las mujeres mutantes que servían al profesor

Edgardo, se convertían en feroces sparring del luchador.

Naturalmente era bueno. No tanto como yo. Tal vez hasta el propio clon del Santo enmascarado

de plata era mejor que él. Nada del otro mundo, de todas formas.

Yo habría destrozado a esas exóticas mujeres mutantes enseguida.

No niego cierta velocidad para atacar por los costados, poner una llave y cambiarla. Usar la

fuerza de las piernas. Repito, nada del otro mundo.

En fin, que el Santo clonado se hartaba y aburría por la facilidad con la que derrotaba a las

mutantes servidoras de su padre. Y Edgardo incrementaba la dificultad de los enfrentamientos.

Cubría los ojos de El Santo, lo ataba a una silla, le metía la cabeza en una bolsa de plástico, y a

sus contrincantes las dotaba con artilugios varios de tortura y combate, como agua mineral por la

nariz, toques eléctricos en los genitales y otros trucos aprendidos por Edgardo durante su breve

estancia en los laboratorios de la policía federal.

El Santo triunfaba irremediablemente. Entre más ventaja les daba a las mutaciones féminas, con

más coraje iba por ellas para someterlas. Su brutalidad impactaba a Edgardo.

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Su predicción era cierta. No sólo la clonación física era perfecta, también los poderes

extrasensoriales de El Santo original se habían transmutado en este nuevo genoma humano que

rápidamente se iba adaptando a la vida moderna.

Y después del riguroso entrenamiento físico, padre e hijo seguían compartiendo conocimientos,

dudas sobre la vida y algunos secretos. Incluso preguntas que habrían inquietado a cualquier

padre común y corriente, pero la mentalidad superior de Edgardo estaba fuera de límites.

LIC. EL SANTO: Padre, ¿y por qué me has clonado a mí? ¿Por qué no a Jesucristo, a Juan

Diego, a Pancho Villa o Lázaro Cárdenas?

EDGARDO: Hijo mío, ¿no estoy yo aquí que soy tu padre?

LIC. EL SANTO: ¿Pero, por qué yo?

EDGARDO: Santo, el más pequeño de mis hijos. Tenías que ser tú. Estaba escrito. Mira,

Jesús por ejemplo tenía un promedio de vida muy bajo, y de los demás ni hablar, no tienen

comparación con tus cualidades. Además sólo conseguí el ADN del Santo verdadero, y era

más fácil que robar una célula del Santo Sudario.

LIC. EL SANTO: Padre, eres tan generoso.

Mientras tanto, un rumor se esparcía como el smog por las calles de la Ciudad de los palacios,

niños y jóvenes juraban haber visto a El Santo, vendedores ambulantes y Testigos de Jehová

anunciaban su vuelta al mundo de los vivos, taxistas piratas relataban historias asombrosas

sobre la llegada de El Santo desde el inframundo.

En las calles de la Merced mujeres bien vestidas profetizaban el retorno de un hombre distinto a

todos, que acabaría con la injusticia y la perversidad.

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El mito había comenzado.

Más bien había reverdecido, cual árbol platanero. En el barrio bravo, todos estaban al tanto de

los fabulosos experimentos del profesor Edgardo, y cada vez con mayor insistencia le

preguntaban sobre la naturaleza del señor enmascarado de plata que lo acompañaba a comprar

las tortillas.

— ¿Oiga profe, y ese cuate suyo es El Santo?

EDGARDO: No, ¿por qué lo dice?

— ¿Es su hijo o qué onda? Ya suelte la sopa…

EDGARDO: Estoy ocupado, después hablamos…

Un grupo de periodistas rondaba la unidad habitacional donde el profesor y El Santo vivían, así

que Edgardo tomó la decisión que la opinión pública estaba esperando.

EDGARDO: ¡Mujer lobo/momia de Guanajuato!

MUJER LOBO/MOMIA: Dígame profesor…

EDGARDO: Organízate una rueda de prensa… Es hora de poner los puntos sobre las ies.

MUJER LOBO/MOMIA: Perfecto…

EDGARDO: Y tú avisa al partido y ve reuniendo a los afiliados… De paso avisa a los vecinos

que vamos a utilizar el patio, para que vayan quitando sus tendederos.

ÁGUILACHIVA: A la orden…

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Lentamente comenzaron a llegar al patio central de la vecindad chóferes de microbús y visitaxis,

chavos banda, vendedores de tamales, emos, maleteros de la central del norte, secretarias,

videntes y lectores del tarot, además de funcionarios públicos de distintas esferas de gobierno,

además de los dos únicos aficionados que conserva el Atlante.

El mensaje se había esparcido a través de un comunicado de prensa: El Santo ha vuelto, nunca

nos dejó, y sobre él edificaremos el nuevo México, el México nonato.

No había dudas, la convocatoria era clara, había que formar un nuevo bloque de oposición a la

oposición.

Se instalaron cámaras, micrófonos y se preparó el escenario improvisado con huacales para

recibir a El Santo, enmascarado de plata. Las vecinas de Edgardo alquilaban las ventanas de

sus departamentos y servían chalupas y chicharrones con boing de mango incluido.

Sólo el director técnico del TRI reúne a tantos medios de comunicación, comentaban los

especialistas. Seguro es una broma, se decían los escépticos.

“El Santo es el Mesías”, “el día del juicio está cerca”, rezaban unas pancartas colgadas en la

entrada del recinto. “Y Santo hazme un hijo”, se leía en una pared pintada con grafitti en negro.

La expectación crecía. Edgardo sabía que su plan era perfecto y besó la frente de su hijo antes

de salir a conceder su afable testimonio ante la multitud de periodistas que cubrían el evento.

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EDGARDO: Sí, señoras, señores, disminuidos físicos y mentales, aquí presentes, autoridades,

compañeros de partido, asamblea, barrio, comunidad de vecinos, sección y zona electoral,

correligionarios normalistas, colegas y amigos. El Santo enmascarado de plata está vivo.

Resucitó de entre los muertos para implantar entre nosotros una nueva era de paz, amor y

cordialidad entre los hijos de Huitzilopotztli.

Y apareció detrás de una cortina roja El Santo, enmascarado de plata. La ovación fue total, la

sorpresa inusitada, los aullidos adolescentes, las lágrimas seniles, la sorpresa infantil.

Flashazos, miradas atónitas, gritos de sus fanáticos y los helicópteros sobrevolando el área. El

escenario estaba servido: había renacido una leyenda.

Una sonrisa malévola se dibujaba en el rostro de Edgardo.

Y sí, como era de esperarse El Santo tenía un discurso preparado.

Nada estaba improvisado aquella tarde primaveral.

LIC. EL SANTO: Yo tengo un sueño, compatriotas. Tengo un sueño profundamente enraizado

en el sueño mexicano. Tengo un sueño: que este pueblo un día se pondrá en pie y caminará

como un verdadero homo sapiens… Tengo un sueño hoy, y mi sueño es el de todos

ustedes, el mexican dream…

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El fenómeno nacional que estábamos esperando, reseñaba un periodista mientras otros pedían

autógrafos a El Santo, enmascarado de plata, vestido con un traje azul celeste y corbata negra

sobre una camisa blanca, una capa brillante lo enfundaba.

LIC. EL SANTO: Mi intención es crear una plataforma ciudadana independiente que me

permita llegar al Honorable Congreso de la Unión para pelear por los derechos de todas y

todos ustedes, y desde hoy seré el licenciado Santo, enmascarado de plata.

Esa fue su última respuesta a una breve pero concisa rueda de prensa.

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3. DESPERTAR DEL SUEÑO DE LOS JUSTOS


Mientras Edgardo y El Santo pirata celebraban en Garibaldi junto con unas fanáticas y sus

guardespaldas el éxito obtenido, logré entrar en su laboratorio ultra secreto, donde guardaba una

pequeña máquina extraordinaria, que podía transportarme al más allá, camuflada como

fotocopiadora.

Existía el riesgo de que me quedara entre los cartuchos de tinta para siempre, pero decidí

correrlo, con tal de despertar al verdadero Santo, enmascarado de plata.

BLUE DEMON: Santo, Santo, cabrón, despierta, Santo…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Qué ocurre? Déjenme en paz…

BLUE DEMON: No es posible, Santo, Santo, lo siento, despierta… ¡Despierta!

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: No, no quiero, estoy muy feliz aquí.

BLUE DEMON: Debes despertar, esto es muy importante.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: No quiero. ¿Qué no te das cuenta que estoy durmiendo

el sueño de los justos?

BLUE DEMON: YA lo sé, pero es necesario que despiertes. Por favor, abre los ojos.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Ostras… ¡Pero si eres Blue Demon!… ¿Vienes a pelear?

¿No fueron suficientes las veces que te derroté? Me tomas por sorpresa y medio jetón, esto

no es justo, estoy en desventaja.

BLUE DEMON: No, Santo, no vengo a pelear, al contrario, este asunto es de suma

importancia. Por lo tanto tenemos que estar unidos.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Pero qué asunto es tan importante para que venga mi

archienemigo a despertarme del sueño eterno?

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BLUE DEMON: La piratería.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Cómo? Chale…

BLUE DEMON: Resulta que un científico loco te ha clonado, y quiere llevar a su idéntica

criatura plateada al Congreso de la Unión, como diputado por elección directa.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¡No!

BLUE DEMON: Y por el PRI.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¡Nooooooo!

BLUE DEMON: No desfallezcas, Santo, por favor… Mantente en pie…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Todavía gobiernan?

BLUE DEMON: No. Ya no. Algo peor: ahora es el PAN el mero mero.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¡Nooooooooooooo!

BLUE DEMON: Lo siento Santo… Respira hondo… tenía que darte esta catastrófica noticia.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¡Estoy devastado!

BLUE DEMON: No, Santo, no puedes dejarte caer así. Todavía se puede solucionar.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Sí? ¿Cómo?

BLUE DEMON: Ya veremos, para eso estoy aquí. He venido a cambiar la historia hegeliana y

derrotar los metarrelatos posmodernos que aquejan a esta sociedad depresiva.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Yaaa. Qué mamón saliste, Blue. Dime, ¿qué haces

verdaderamente aquí?

BLUE DEMON: El pluriempleo, mi Santo. Por las mañanas soy vendedor de seguros, en las

noches vengo a trabajar al teatro y los fines de semana agarro el taxi de un compadre.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Y acerca de tu intempestiva aparición en la historia…

BLUE DEMON: Es simple: sólo yo puedo ayudarte a recobrar la conciencia.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Y qué puedo hacer yo, Blue ante tanta desazón? ¿Por

qué no llamaste a El hijo de El Santo, por ejemplo?

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BLUE DEMON: Porque ya está retirado.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Pues en qué año estamos?

BLUE DEMON: 2008.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Ha pasado mucho tiempo, no soy el mismo. No sé si

pueda combatir al mal e imponer la justicia.

BLUE DEMON: Lo sé, Santo… por cierto, tenemos que salir de esta cápsula-fotocopiante del

tiempo interespacial del más allá porque es muy peligrosa.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿A dónde vamos?

BLUE DEMON: Debemos volar a un sitio seguro y lejos del malvado laboratorio del profesor

que te ha clonado.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¡Vamos!

El Santo y yo sobrevolamos la ciudad. El Santo se mostraba fascinado con los cambios de la

urbe, especialmente un inútil segundo piso al periférico, el aumento de puestos ambulantes y el

metrobús.

Llegamos hasta una biblioteca pública, ubicada en la antigua estación Buenavista. Entre

anaqueles vacíos y libros inexistentes había que poner al Santo al tanto de su copia pirata y las

terribles intenciones del profesor.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Por qué estamos en este lugar?

BLUE DEMON: Nunca hay nadie aquí, ni habrá.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Es muy feo este edificio.

BLUE DEMON: No te preocupes, nadie nos escuchará. Ni siquiera tienes que hablar en voz

baja.

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EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Seguro? Pero si es una biblioteca… Por cierto, está

mega grande la biblioteca…

BLUE DEMON: Que sí, hombre; y mega inútil. Es un elefante blanco y vacío…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Oye Blue, dime una cosa… ¿Ya pasamos de los cuartos

de final en algún mundial?

BLUE DEMON: Todavía no sucede el milagro. Lo siento. En fin, Santo, tenemos que ponernos

manos a la obra, el tiempo apremia. Tu copia pirata está desquiciando a la ciudad.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Cómo lo ha logrado?

BLUE DEMON: Un científico loco, de nombre Edgardo, viejo militante del SNTE y con férreas

convicciones políticas ha creado una réplica genética tuya para sistemáticamente escalar

hasta lo más alto del poder.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Qué tan alto?

BLUE DEMON: Creo que quiere ser la mano que mece Los Pinos. Quiere que El Santo sea

diputado, y después quién sabe. Tiene de su parte a una gran cantidad de seguidores y

compañeros de partido. Entre otros, se ha rodeado de taxistas piratas, policías judiciales,

vendedores de gas, chóferes de microbús, franeleros, emos y aficionados al Atlante…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Al Atlante?

BLUE DEMON: Sí, ya sé que son cuatro, pero ahí están, entorpeciendo la civilidad,

incrementando la hostilidad en la antigua Tenochtitlán…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Por qué quieren apoderarse de este país, y del planeta

entero?

BLUE DEMON: Son gandallas, mi Santo.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¿Qué hacemos Blue?

BLUE DEMON: Tienes que enfrentarte al Santo pirata y derrotarlo en dos de tres caídas sin

límite de tiempo para que la gente note que se trata de una chafa imitación.

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EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: No sé si estoy en condiciones.

BLUE DEMON: Santo, no puedes darte por vencido…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Lo intentaré, te lo prometo…

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4. EL RETO
Durante horas, por las calles oscurecidas de la gran metrópoli, El Santo y yo sobrevolamos sin

encontrar a su idéntico ADN manipulado, su perfecta copia bioquímica. Queríamos finiquitar de

una vez por todas, la terrible confusión que este desgraciado profesor de ciencias sociales le

había ocasionado al pueblo de México.

Aunque el sabio pueblo de México lo ignorara.

De pronto, muy cerca de una parada del metro los encontramos. En la esquina de un concurrido

callejón, El falso Santo enmascarado de plata y su creador buscaban un puesto de tacos para

cenar.

De inmediato bajamos a la calle; en medio del tumulto nocturno y sorprendiendo a los peatones y

comensales.

—¿Eso qué es? ¿Es un avión? ¿Una flecha de plata?

— No, es El Santo enmascarado de plata.

—¡Otro Santo! ¡No puede ser!

—¿Otra vez el Santo? Ya chole…

— Pero si ya tenemos uno.

—¿Cuál es el rial?

— Chale…

La confusión de la gente fue rápidamente solventada por el verdadero Santo.

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EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Mi nombre es El Santo, enmascarado de plata. El

original. My name is Saint, the Silver Masked Man, the original hero; para los gabachos.

— No, tú no eres El Santo. Ya tenemos uno. Tú eres una imitación…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: ¡Claro que no! Él es pirata… Yo soy el verdadero…

—No, ya tenemos uno. No queremos otro. Él es nuestro líder. Lo obedecemos

absolutamente. Vamos a sus marchas y cerramos el congreso o Reforma si él lo pide…

— Él es el chingón.

—¡Espurio!

—¡Espurio! ¡Fraudulento!

Edgardo casi explotaba de cólera, pero la gente seguía creyendo que él y su vástago tenían la

verdad. Los peatones hicieron un círculo alrededor de los luchadores. Se miraban fijamente.

Pero Edgardo sabía que no podía arriesgar a su pupilo, así que ordenó que sus dos

guardaespaldas atacaran furiosas al verdadero Santo.

Yo me ofrecí como juez.

¡Respetable e improvisado auditorio! ¡Lucharan a una caída sin límite de tiempo y mientras el

alumbrado público resista! En esta esquina, las mutaciones del mal: Mujer águilachiva y la Mujer

lobo momia de Guanajuato. Y en esta otra: El Santo, enmascarado de plata.

ÁGUILACHIVA: Ya te tengo, papacito…

BLUE DEMON: Pelea limpia cuerpo a cuerpo…

MUJER LOBO/MOMIA: Te tocó bailar con la más fea…

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Era una prueba de fuego para el oculto en plata. Si El Santo lograba deshacerse de las

horripilantes mujeres, sabríamos en qué nivel físico estaba.

El combate fue brutal. La mutación Águilachiva y la mujer lobo momia de Guanajuato no cesaban

en su intento por debilitar a El Santo, enmascarado de plata, quien esquivaba golpes, se

replegaba para después dar una patada voladora magnífica, resistía el uso indebido que las

contrincantes hacían de objetos diversos.

El Santo aplicaba el abrazo del oso, el candado chino y la carreta romana. Aún así no podía

someterlas totalmente.

Mientras El Santo luchaba contra sus dos oponentes, Edgardo y El falso enmascarado se

escurrían entre la gente para huir del verdadero luchador y refugiarse en su cueva-laboratorio.

La gente disfrutaba de la pelea callejera. Las mujeres salían a mirar los golpes desde sus

balcones, el transporte colectivo dejaba bajar al pasaje, los taqueros repartían refrescos y las

cámaras de televisión, los reporteros gráficos y toda suerte de informantes llegaban al lugar.

Después de un sangriento y cruel combate, finalmente un agotado Santo, enmascarado de plata,

había vencido al dúo malévolo. ¡El ganador es El Santo!

Sin embargo, Edgardo y el clon del luchador de Tulancingo habían desaparecido. El Santo

buscaba con la mirada entre la multitud enardecida. De cualquier manera no tenía más fuerza

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para seguir peleando. Y decidió usar el impacto mediático de la batalla callejera que acaba de

protagonizar. Se acercó al nutrido grupo de comunicadores.

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Al pueblo de México, a los pueblos y gobiernos del

mundo. Hermanos: Nosotros nacimos de la noche, en ella vivimos. Moriremos en ella. Pero

la luz será mañana para los más. Para nosotros la negra rebeldía, el corazón olvidado de la

patria. Nuestra lucha es por la justicia… Y la justicia es la verdad. Yo soy el verdadero Santo,

enmascarado de plata.

—¡Compruébalo!

—¡Espurio! ¡Ilegítimo!

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Por favor, les pido un minuto de su atención. ¡He sido

clonado por un maligno profesor del SNTE, también astrólogo y atlantista! El verdadero

Santo soy yo…

—¡Mentiroso! ¡Traidor!

—¡Compruébalo!

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Lo voy a comprobar el próximo domingo en la Arena

México, si el profesor Edgardo y su candidato/luchador quieren demostrar lo contrario que se

presenten a pelear…

—¡Voto por voto! ¡Máscara contra máscara!

Mirando fijamente a una cámara de televisión, El Santo pronunció su sentencia:

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Te reto, ¡Santo pirata de plata! Si eres rudo ahí estarás…

Y El Santo desapareció en la larga noche de los 500 años.

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5. EL COMBATE FINAL
Durante una semana exacta El Santo aceptó que fuera yo su provisional entrenador para la

lucha más importante de su (post)vida. Íbamos durante horas al gimnasio, mirábamos videos en

youtube, caminábamos del Ángel de la Independencia a la plaza del Zócalo acompañando las

diarias marchas y manifestaciones.

Era evidente: la afición estaba dividida. Ya nadie estaba seguro de cuál era el verdadero

enmascarado de plata. El héroe de multitudes se había multiplicado por dos y con él todo el país

se mantenía en vilo, confundido y expectante.

Estaban los pro Santo enmascarado de plata, y los pro Santo enmascarado de plata II. Aunque

nadie estaba seguro de a que grupo pertenecía.

Sin embargo, en la tenebrosa cueva de Edgardo, el falso Santo se preparaba para derrotar al

verídico justiciero plateado. El malvado profesor preparaba un compuesto químico revitalizante

más picudo que el red bull y un litro de pulque juntos a las nueve de la mañana.

Edgardo sabía que este combate definiría por completo la carrera política de su retoño

manipulado genéticamente.

Por otro lado, el verdadero Santo no podía resistir la tentación – después de tantos años

adormecido – de merendar unas tortas de tamal, una decena de helados de mole poblano y las

tradicionales tortas cubanas.

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El oriundo de Tulancingo disfrutaba su reencuentro con el mundo de los vivos. Era un

degustador nato.

BLUE DEMON: Oye, Santo, ¿por qué comes tanto? Siempre habías guardado la línea…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Blue, creo que tengo ansiedad…

BLUE DEMON: No sabía que los superhéroes sufrían trastornos alimenticios a causa del

estrés…

EL SANTO, ENMASCARADO DE PLATA: Estoy muy nervioso por el próximo combate máscara

contra máscara. Yo nunca la he perdido… Y no sé si estoy preparado para luchar contra la

versión malévola, oficialista y burocrática de mí mismo.

El último entrenamiento lo cancelamos por un empacho de chalupas.

El combate había paralizado al país casi tanto como el último mundial de futbol. La cobertura

mediática internacional e interplanetaria exigía un espectáculo memorable.

Y así fue.

Se eligió a Carlos Monsiváis como réferi, quien aceptó sólo si dictaba una conferencia magistral

posterior al evento.

—¡Respetable público! ¡Lucharán máscara contra máscara, a dos de tres caídas sin límite de

tiempo! ¡En esta esquina el inigualable Santo, enmascarado de plata! Y también en esta

otra: ¡El Santo, enmascarado de plata! ¿Quién será el genuino refundador de la mitología

popular post-Octavio Paz?

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De inmediato la afición era un alarido tremebundo, digno de la batalla más igualada de la historia

del pancracio.

El Santo le aplicaba a El Santo la campana, sin éxito, y ¡El Santo volaba desde la tercera

cuerda!; después ¡El Santo respondía con tremendo laminazo al torso de El Santo!

Digno de un campeonato extraordinario, en el enfrentamiento mostraban los dos luchadores sus

primeros lances.

El Santo aplicaba el cangrejo, mientras que su contrincante le recetaba la carreta romana, y unos

cuantos puñetazos, que El Santo lograba esquivar. Se sucedieron la corbata, el crucifijo y la

hurracarrana…

El Santo no podía con El Santo y viceversa. Éste aplicaba el tirabuzón, aquel el martinete.

Ninguno de los dos se rendía. Uno estrangulaba, el otro buscaba el nudo lagunero. El Santo

intentaba someter el brazo contrincante para aplicar un castigo. ¡El otro Santo volaba desde lo

alto para sorprender al rival con una patada de cascada!

Ni la bebida energética que el profesor Edgardo había preparado para su creación biológica, ni el

duro entrenamiento que el verdadero Santo había recibido en los últimos días, servían para

derrotar, el uno al otro, el otro al uno.

Durante más de una hora la lucha era apasionante y empatada.

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Hasta que la gente comenzó a perder interés. Parecía imposible que resultara un ganador de

este combate, tan equilibrado y parejo en cada movimiento, en llaves y sofisticados castigos que

uno y otro se prodigaban sin cesar.

Los aficionados silbaban, tiraban al cuadrilátero botellas y cacahuates, increpaban al réferi,

meaban fuera de la taza.

Lo que comenzó como la batalla más igualada de la historia se había de quedar así.

Un evidente sucedáneo heterotópico de las limitaciones antropomórficas que entraña la equívoca

naturaleza del mexicano, opinaba don Monsi, agotado ante la repetición de llaves, castigos y

golpes.

De pronto, un confundido pero meditabundo profesor Edgardo pidió el micrófono al locutor-

intelectual-réferi de la contienda. Y su voz apagó los brotes de violencia en las gradas;

interrumpió la pelea, silenció los insultos de las abuelitas ahí reunidas, acalló a los bebés

berreando.

EDGARDO: Como es evidente, mexicanos y mexicanas. Aquí habrá un empate perpetuo,

nadie podría derrotar a nuestros más grandes guerreros. Pero esta batalla es sólo una entre

miles; la guerra es mucho más que esta ofensiva entre dos enmascarados. Propongo

organizar elecciones libres y soberanas patrocinadas por el Estado que duren

aproximadamente un año ordinario, con una precampaña que dure de seis a nueve meses,

para garantizar así el sufragio efectivo y elegir al verdadero Santo, enmascarado de plata,

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representante de los ideales revolucionarios, eclesiásticos, campesinos y socialistas de esta

gran nación.

La idea parecía agradar a la multitud, que ya no distinguía entre El Santo y el licenciado Santo,

enmascarado de plata. Ambos luchadores estaban sofocados, aunque podrían haber seguido

luchando durante horas, sus cuerpos estaban visiblemente debilitados.

Y el país corría el riesgo de someterse a otro devastador proceso electoral. Edgardo proponía

refundar los partidos políticos a partir de estos dos idénticos rivales, cambiar la constitución y

ampliar el presupuesto para los partidos políticos. De inmediato se buscaba un nuevo organismo

electoral que instaurara la contienda democrática.

Y el discurso parecía convencer al gentío. El fervor democrático se abría paso entre porras,

aclamación y sombreros al aire.

EDGARDO: ¡Por la democracia y el Estado de derecho!

Así de previsible se prolongaba la arenga del malévolo profesor Edgardo. Sin embargo, yo me

preguntaba para qué sirve la democracia si podemos resolver todo a golpes, como antes. Así

que sigilosamente me acerqué al cuadrilátero.

Edgardo seguía leyendo su pliego petitorio. Las autoridades ahí reunidas parecían conformes

con la propuesta del científico loco, celebraban su grandilocuencia con aplausos.

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Y los dos luchadores se miraban extrañados pero al mismo tiempo cómplices de la extraña

propuesta, recibían los vitorees, firmaban gorras y entregaban despensas mientras el líder

continuaba su perorata.

Ya nadie sabía, ni yo mismo, quién era el verdadero Santo, y lo peor es que a nadie importaba.

Subí sin hacer ruido. Detrás del simpático agitador de masas estaban los dos enmascarados

hablando acerca de sus respectivas propuestas electorales, la reforma energética y la posible

campaña en radio y televisión.

De un golpe certero en la espalda envíe a Edgardo al suelo. Con otra patada salió disparado del

ring. El micrófono se destrozó nada más tocar el suelo. La derrota de la elocuencia había sido

perpetrada. Un silencio se apoderó del coloso.

Los dos enmascarados me miraban extrañados. El viejo y perspicaz Monsiváis subió a la lona

para intervenir en la contienda.

Su agudo olfato de profeta le avisó.

¡Lucharán Blue demon contra El Santo y su idéntica réplica!, alcanzó a decir.

Tenía en mi contra a dos réplicas genéticas de El Santo, enmascarado de plata. Algo cansados y

tal vez confundidos por los últimos acontecimientos, ahora convertidos en el dúo plateado,

buscaban someterme, hostigarme, derrotarme.

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Recordé aquella pelea. Las llaves, los golpes precisos, la voladora, la patada descendente.

Lo siguiente que tengo en la memoria es al más glorioso luchador de la historia batirse cuerpo a

cuerpo contra los dos segundos mejores luchadores que jamás hayan nacido, de feto humano o

embrión manipulado genéticamente.

Después sólo recuerdo onomatopeyas dignas de un cómic y sonoras mentadas de madre del

respetable.

El resto: historia por todos conocida.

Ese día, esa noche, en la vieja arena México quedó claro quién fue el mejor. Un nuevo mito se

levantó, imponente.

Vota por Blue Demon. Demonio azul, presidente. Él sí luchará por ti (otra vez). ¡Ya lo conoces,

dale tu confianza!

Perdemos irremediablemente la máscara.

Derechos reservados del texto a nombre de Enrique Olmos.

©Los derechos de esta obra se encuentran registrados ante la Sociedad General de Autores Españoles (número de
socio 110068), a quien se debe solicitar autorización para su montaje, puesta en escena, lectura pública, edición y/o
traducción; además del autor quien puede fungir como intermediario a través del correo: info@enriqueolmos.com

LA OMISIÓN A ESTA CLÁUSULA CONSTITUYE UN DELITO

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