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Pitagóricos
Pitagóricos
Tema:
Ordoñes Rosales Nicoles
Profesor:
Cosmologia Filosofica Waman Fritas, Juan
2019
Pitagóricos
El pitagorismo fue un movimiento filosófico-religioso de mediados del siglo VI a.
C. fundado por Pitágoras de Samos, siendo ésta la razón por la cual sus seguidores
recibían el nombre pitagóricos. Estos formaban la escuela pitagórica,1 secta2
conformada por astrólogos, músicos, matemáticos y filósofos, cuya creencia más
destacada era que todas las cosas son, en esencia, números.
Algunos de ellos fueron Epicarmo de Megara, Alcmeón de Crotona, Hipaso de
Metaponto, Filolao de Crotona y Arquitas de Tarento. El filósofo Jámblico de
Calcis confeccionó un supuesto catálogo de los Pitagóricos.
Este movimiento descubrió los números irracionales,3 aunque obligaba a sus seguidores
que lo mantuvieran en secreto. Se cree que el pitagórico Hipaso de Metaponto reveló el
secreto y, según la leyenda, fue ahogado por no mantenerlo.4
El pentagrama (estrella de cinco puntas) fue un importante símbolo religioso usado por los
pitagóricos, que lo denominaban «salud».
Cosmología pitagórica
Desarrollo histórico
Después de los milesios, el siguiente movimiento filosófico importante (cronológicamente
hablando) fueron los pitagóricos. Tras las luchas políticas de mediados del siglo VI a. C., la
escuela pitagórica fundada en Crotona (Italia) fue destruida y la emigración de los
pitagóricos y de sus doctrinas se realiza hacia la metrópoli, donde hacia esa época
comenzaron a difundirse. A fines del siglo VI a. C. la filosofía se traslada de las costas de
Jonia a las de la Magna Grecia, al sur de Italia y a Sicilia, y se constituye lo
que Aristóteles llamó la escuela itálica.
Misticismo y ciencia
Pocos rasgos hay que distingan aquí al pitagorismo de una simple religión mística, pero los
pitagóricos figuraban, en el siglo VI, entre los principales investigadores científicos.
Pitágoras se interesó tanto por la ciencia como por el destino del alma. La religión y la
ciencia no eran para él dos compartimentos separados sin contacto alguno, sino más bien
constituían los dos factores indisociables de un único estilo de vida. Las nociones
fundamentales que mantuvieron unidas las dos ramas que más tarde se separaron,
parecen haber sido las de contemplación, el descubrimiento de un orden en la disposición
del universo, y purificación. Mediante la contemplación del principio de orden manifestado
en el universo, especialmente en los movimientos regulares de los cuerpos celestes, y
asemejándose asimismo a ese orden, se fue purificando progresivamente el hombre hasta
terminar por liberarse del ciclo del nacimiento y adquirir la inmortalidad.
Biografía de Pitágoras
Pitágoras nace en el 570 a. C. proveniente del Asia menor (Isla de Samos). Más tarde se
traslada a Crotona al ser desterrado por Polícrates de Samos. Se le atribuyen varios viajes
a oriente, entre otros a Persia, donde hubo de conocer al mago Zaratás, es decir,
a Zoroastro o Zaratustra. De los egipcios heredó la Geometría y el arte de la adivinación;
de los fenicios aprendió la aritmética y el cálculo, y de los caldeos la investigación de los
astros.
Doctrina
Pero más que esto interesa el sentido de la liga pitagórica como tal. Constituía
propiamente una escuela (en griego escuela significa ocio). Esta escuela está definida por
un modo de vivir de sus miembros, personas emigradas, expatriadas; forasteros, en suma.
Según el ejemplo de los juegos olímpicos, hablaban los pitagóricos de tres modos de vida:
el de los que van a comprar y vender, el de los que corren en el estadio y el de los
espectadores que se limitan a ver. Así viven los pitagóricos, forasteros curiosos de la
Magna Grecia, como espectadores. Es lo que se llama el bios teoretiós, la vida teorética o
contemplativa. La dificultad para esta vida es el cuerpo, con sus necesidades, que sujetan
al hombre. Es menester liberarse de esas necesidades. El cuerpo es una tumba (soma
sema), dicen los pitagóricos. Hay que superarlo, pero sin perderlo. Para esto es necesario
un estado previo del alma, que es el entusiasmo (no debemos pensar lo que actualmente
pensamos por entusiasmo, sino que debemos remitirnos al término en griego; este término
quiere decir estar lleno de Dios, poseído, pero no en un sentido peyorativo, sino que
simplemente la persona presta su ser para que el dios, generalmente las musas, hablen
por medio de él). Aquí aparece la conexión con los órficos y sus ritos, fundados en la
manía (locura) y en la orgía. La escuela pitagórica utiliza estos ritos y los transforma. Así
se llega a una vida suficiente, teorética, no ligada a las necesidades del cuerpo, un modo
de vivir divino. El hombre que llega a esto es el sabio, el sophós (parece que la palabra
filosofía o amor a la sabiduría, más modesta que Sofía, surgió por primera vez de los
círculos pitagóricos). El perfecto Sophós es al mismo tiempo el perfecto ciudadano; por
esto el pitagorismo crea una aristocracia y acaba por intervenir en política. Los pitagóricos
seguían una dieta vegetariana a la que llamaban por aquel entonces dieta pitagórica.
Anaxágoras de Clazomene
Nacido en Clazómenas, ciudad griega del Asia Menor fundada por unos
refugiados de Mileto, Anaxágoras se trasladó en su juventud a Atenas,
donde residiría por espacio de unos treinta años. Allí se dedicó a la
enseñanza (se dice que entre sus discípulos figuraron el gran
estadista Pericles y el dramaturgo Eurípides, y tal vez Sócrates), y gozó de la
protección de Pericles cuando éste pasó a dirigir los destinos de la
ciudad.
Por una acusación promovida por Cleón, Anaxágoras fue sometido a un
proceso de impiedad a causa de ciertas atrevidas teorías astronómicas.
Afirmaba, entre otras cosas, que el Sol no era un dios, sino una masa de
fuego incandescente, y que era más grande que el Peloponeso (en sus
explicaciones acerca del origen de los astros, por otra parte, se ha
podido ver casi una anticipación a las hipótesis de Kant y de Laplace).
Según los testimonios de la época, sin embargo, la motivación real del
proceso fue su afinidad con Pericles. Condenado a muerte, Anaxágoras
buscó la salvación en la fuga, ayudado por Pericles, y se trasladó a
Lámpsaco, donde abrió una nueva escuela y falleció unos años más
tarde. Anaxágoras de Clazomene expuso sus ideas en la obra Sobre la
naturaleza, de la que sólo se conservan algunos fragmentos; pero
poseemos los resúmenes y comentarios a sus doctrinas trazados por
Platón, Aristóteles y Teofrasto, entre otros.
La filosofía de Anaxágoras
El pensamiento de Anaxágoras se sitúa dentro de aquella amplia
corriente de esfuerzos por determinar un principio constitutivo y
originario (arjé o arché) común a la variedad de seres del mundo físico
que caracterizó a la filosofía griega desde sus orígenes, es decir, desde
la escuela milesia (siglo VI a.C.). Los milesios habían planteado ya
diversas hipótesis sobre cuál podría ser tal principio: el agua según Tales
de Mileto, el ápeiron de Anaximandro, el aire según Anaxímenes. En su
posterior desarrollo, estas reflexiones se enriquecerían con nuevas
perspectivas y acabarían conduciendo a las visones antagónicas de la
realidad que sostuvieron Parménides y Heráclito.
En este contexto, los eclécticos y los pluralistas intentaron combinar en
un sistema único ambas concepciones, es decir, la inmutabilidad del ser
de Parménides y el eterno devenir de Heráclito. Empédocles explicó la
constitución de los seres desde el punto de vista cuantitativo. Para
Empédocles, los seres están formados por una combinación de los
«cuatro elementos» (agua, aire, tierra, fuego) en distintas proporciones;
la amplia variedad posible de proporciones da lugar a la multiplicidad de
los seres, pero los cuatro elementos que los forman permanecen
inmutables en el perpetuo devenir del universo, es decir, en la incesante
sucesión de cambios y transformaciones.
Anaxágoras de Clazomene, en cambio, explicó la multiplicidad apelando
al aspecto cualitativo. Para Anaxágoras, los seres no resultan de la
combinación de cuatro elementos constitutivos (agua, aire, tierra,
fuego), sino que existen tantos tipos de partículas constitutivas como de
seres: hay partículas de oro, de mármol, de sangre y de cuantos seres
observamos. Anaxágoras llamó a estas partículas gérmenes o semillas
(spérmata); pero, al comentar su obra, Aristóteles las llamó homeomerías,
designación que ha acabado siendo más empleada que la original.
La homeomerías son partículas de ínfima magnitud, invisibles,
inalterables, increadas y eternas. Como los elementos de Empédocles, y
como posteriormente los átomos de Leucipo y Demócrito, poseen como
rasgo la inmutabilidad (el atomismo, sin embargo, postularía átomos
sustancialmente iguales, no un tipo de átomo para cada ser). Para
Anaxágoras, curiosamente, las cosas no se componen únicamente de las
homeomerías que le son propias (la sangre no está formada únicamente
por homeomerías de sangre), sino que también contienen, aunque en
mucha menor proporción, homeomerías de todos los seres restantes.
Anaxágoras llega a esta conclusión después de insólitas observaciones.
Se pregunta cómo podría surgir el pelo del no-pelo, por ejemplo, y llega
a la conclusión de que para que algo surja ha de estar antes presente en
aquello de lo cual procede. El pan que ingerimos es pan porque está
formado en su mayoría por homeomerías de pan (las cosas tienen el
aspecto exterior de la semilla que más abunda en ellas), pero contiene
también, aunque en menor proporción, homeomerías de oro, de
mármol, de sangre y de todos los seres; en el proceso de digestión,
asimilamos las homeomerías de pelo, sangre, etcétera y desechamos las
demás. Por este camino llega Anaxágoras a la formulación de su famoso
principio: «Todo está en todo».
Leucipo
Leucipo vivió el 450 al 370 a.C. Es considerado como discípulo de Parpénides o de Zenón de
Elea y como maestro -o precursor- de Demócrito. Según algunos autores nació en Elea; según
otros, en Abdera; según otros, en Mileto. Las noticias que se tienen a cerca de su vida y de su
doctrina son, en verdad, tan escasas que ya en la antiguedad se dudaba de la existencia del
filósofo.
Según Diógenes Laercio (IX, 31), Leucipo opinaba que el universo es infinito, que una parte del
mismo está llena y otra vacía. La parte llena está constituida por "elementos": los átomos.
Estos átomos son muy numerosos y giran en forma de torbellino, siendo así que los más
ligeros se colocan en la superficie y los más pesados en el centro. Este movimiento de los
átomos no tiene lugar, empero, al azar, sino siguiendo la razón y la necesidad.
Según Aristóteles, Leucipo mantuvo que mientras lo real en sentido estricto es algo lleno, este
algo no es único, sino múltiple (en rigor, compuesto de un número infinito de elementos),
produciéndose las cosas por unión de tales elementos en el vacío y destruyéndose las cosas
por la separación de tales elementos dentro del vacío.
Así, con todo lo antedicho, según Aristóteles y después por Teofrasto, Leucipo formuló las
primeras doctrinas atomistas, que serían desarrolladas posteriormente por Demócrito, Epicuro
y Lucrecio. Asimismo, como dice Diógenes Laercio, no se puede ignorar el hecho de que
Leucipo fue uno de los pensadores que consideró a la Luna como el astro más cercano a la
Tierra y al Sol como el más alejado, reservando para el resto de los astros una posición
intermedia entre aquéllos.
Tales de Mileto
Nació en el 624 a.C. en Mileto ciudad griega en la Jonia (hoy
Turquía), año primero de la XXXV Olimpiada.
Se dice que contrajo matrimonio y que tuvo un hijo, pero también que
nunca los tuvo y que adoptó a un sobrino.
Anaximandro
(Mileto, hoy desaparecida, actual Turquía, 610 a.C. - id., 545 a.C.)
Filósofo, geómetra y astrónomo griego. Como los restantes filósofos de
Mileto, ciudad griega en que surgió la primera escuela filosófica de la
historia del pensamiento occidental, Anaximandro de Mileto supuso la
existencia de un arjé o principio constitutivo y originario común a todos
los seres de la naturaleza. Pero a diferencia de sus compañeros de
escuela, que identificaron el arjé con una sustancia física (el agua en
Tales de Mileto, el aire en Anaxímenes), Anaximandro estableció como
primer principio el ápeiron, término que puede traducirse como «lo
indeterminado» o «lo indefinido».
Anaximandro de Mileto
Heráclito
(Éfeso, hoy desaparecida, actual Turquía, h. 540 a.C. - h. 470 a.C.)
Filósofo griego. Desde sus orígenes y a lo largo del periodo cosmológico,
anterior al periodo antropológico que iniciaría Sócrates, el pensamiento
griego se orientó hacia la búsqueda de un principio constitutivo
(arché o arjé) común a la pluralidad de seres de la naturaleza. Así, en la
escuela milesia se tendió a ver tal principio en una sustancia material (el
agua en Tales de Mileto, el aire en Anaxímenes); en la de Pitágoras, en un
principio formal (el número o ley numérica).
Heráclito
Pero a caballo entre los siglos V y V a.C., las escuelas de Elea y de Éfeso
trataron la cuestión desde una perspectiva más amplia al plantear
concepciones sobre la totalidad de lo existente que resultaron
antagónicas. Para Parménides de Elea, el ser o lo existente es uno e
inmutable; para Heráclito de Éfeso, en cambio, la realidad es puro
cambio e incesante devenir («No te bañarás dos veces en el mismo
río»). En esta antinomia clásica de la filosofía griega, que se revelaría
extremadamente fructífera, se ha visto el origen tanto de la metafísica
como de la dialéctica.
Biografía
Muy poco se sabe de la biografía de Heráclito de Éfeso, apodado el
Oscuro por el carácter enigmático que revistió a menudo su estilo, como
testimonia un buen número de los fragmentos conservados de sus
enseñanzas. El desprecio de Heráclito por el común de los mortales
concordaría con sus orígenes, pues parece cierto que procedía de una
antigua familia aristocrática, así como que sus ideas políticas fueron
contrarias a la democracia de corte ateniense y formó, quizá, parte del
reducido grupo, integrado por nobles principalmente, que simpatizaba
con el rey persa Darío I el Grande, a cuyos dominios pertenecía Éfeso por
entonces, contra la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos.
La filosofía de Heráclito
A tenor de lo que se desprende de los diversos fragmentos, Heráclito
explicó la práctica totalidad de los fenómenos naturales atribuyendo al
fuego el papel de constituyente común a todas las cosas y causa de
todos los cambios que se producen en la naturaleza. La cosas nacen del
fuego por la vía descendente (fuego, aire, agua, tierra) y vuelven a él
por la ascendente (tierra, agua, aire, fuego). La importancia que
concedió a la afirmación de que todo está expuesto a un cambio y un
flujo incesantes («Todo fluye y nada permanece») seguramente fue
exagerada por Platón, quien contribuyó de manera decisiva a forjar la
imagen del filósofo efesio.
Frente a la armonía del cosmos pitagórico y la inmutabilidad del ser
de Parménides, Heráclito concibió un universo en perpetuo devenir. El
motor de esa eterna mutabilidad es la oposición de los contrarios; tal
oposición es causa del devenir de las cosas y, al mismo tiempo, su ley y
principio; pero los contrarios se ven conducidos a síntesis armónicas por
el logos, proporción o medida común a todo, principio normativo del
universo y del hombre que, en varios aspectos, resulta coextensivo con
el elemento cósmico primordial, el fuego, por lo que algunas
interpretaciones los identifican.
Jenofonte
Nació en las cercanías de Atenas, en la región de Ática, durante la segunda mitad del siglo
V a. C., en el seno de una familia acomodada. Su infancia y juventud transcurrieron
durante la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), en la que participó formando parte de
las fuerzas ecuestres.
Fue discípulo de Sócrates y escribió diálogos inspirados en su persona. Durante el
gobierno de los Treinta Tiranos, Jenofonte se unió a una expedición de mercenarios
griegos a Persia conocida como la Expedición de los Diez Mil, contratados por el príncipe
persa Ciro el Joven (con quien trabó amistad), que se enfrentaba a su hermano
mayor Artajerjes II, el rey de Persia. A la muerte de Ciro en la batalla de Cunaxa, la
expedición quedó abandonada a su suerte, sin recursos y en el medio del imperio persa,
por lo que se tuvo que abrir paso a través de 1500 km de territorio hostil hasta conseguir
volver a Grecia.
El relato de Jenofonte sobre esta expedición lleva por nombre Anábasis y es su obra más
conocida. Alejandro Magno consultó durante su invasión al Imperio aqueménida este
excelente escrito, que le ayudó incluso a tomar serias decisiones en el ataque y asedio a
diferentes ciudades y fortificaciones.
Tras regresar a Grecia, Jenofonte entra al servicio del rey espartano Agesilao II, que
comandaba un cuerpo expedicionario griego para proteger las ciudades griegas de Asia
Menor de los persas (396 a. C.).
Sin embargo, la alianza griega pronto se rompió y en 394 a. C. tuvo lugar la batalla de
Coronea, en la que Esparta se enfrentó a una coalición de ciudades griegas de la que
formaba parte Atenas. Jenofonte tomó parte en la batalla, al servicio de Agesilao, por lo
que fue desterrado de su patria. En cualquier caso, los espartanos le distinguieron primero
con la proxenía (honores concedidos a un huésped extranjero) y más tarde con una finca
en territorio eleo, en Escilunte, cerca de Olimpia, en la que comenzó a escribir parte de su
prolífica obra. Aquí se le unieron su esposa, Filesia, y sus hijos, los cuales fueron
educados en Esparta.
En 371 a. C. se libró la batalla de Leuctra, tras la cual los eleos recuperaron los territorios
que les habían sido arrebatados previamente por Esparta, y Jenofonte tuvo que
trasladarse a Corinto. Al tiempo, el poder emergente de Tebas originó una nueva alianza
espartano-ateniense contra Tebas, por lo que le fue levantada la prohibición de volver a su
patria. Sin embargo, no hay evidencia de que Jenofonte retornara a Atenas.
Jenofonte es considerado por algunos autores, entre ellos Jacob Burckhardt, como
partidario de la idea del panhelenismo, ya que, a pesar de su simpatía por Esparta en
detrimento de Atenas, apoyó la idea de unir políticamente todas las polis griegas.