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CUENTO JAPONÉS # 6

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EL DIBUJO DEL EREMITA

A VECES, en las historias japonesas los animales se mezclan en las relaciones humanas. En
el grupo de que estamos tratando, lo habitual es el animal agradecido al hombre, pero en la
historia que sigue, el animal, de nuevo la mítica grulla, juega un papel diferente, que se
relaciona de un modo un tanto oscuro con su simbolismo espiritual. He aquí un brevísimo
relato enigmático que todavía a finales del siglo XX no deja de sorprendernos.

Hace ya muchos años vivía en una pequeña ciudad un tabernero llamado Shin que tenía
una bodega en la que se bebía bastante sake, pues tenía una clientela agradable y alegre gra-
cias al buen género, pero, sobre todo, a la simpatía y campe- chanía del propio Shin. Un día
de duro invierno llegó a la taberna un anciano con aspecto de ermitaño, luengas barbas,
ropas pobres y muy gastadas, pero limpísimas, y cayado en que apoyarse; los soles y las
lluvias habían dejado huellas en su cara y sus manos curtidas. Se acercó al tabernero y le dijo:
—Buenos días, no tengo un céntimo, pero ¿podría usted darme un poco de sake?
Había algo en el anciano que inspiró confianza a Shin, que era hombre de buen corazón, y,
sin pensárselo dos veces, contestó:
—Ahora mismo se lo preparo y no se preocupe por el dinero. Hoy hace mucho frío y hay
que calentar el cuerpo.
En un momento calentó el licor y también añadió unos aperitivos para reconfortar al
ermitaño'. Dio buena cuenta de ambas cosas el anciano, con gestos y palabras que
demostraban que era hombre de esmerada educación. Pero no sólo era educado, sino que
también era afable y de amena conversación; así que la charla de sobremesa con Shin se
prolongó hasta la noche. Estaba ya muy avanzada cuando se despidió del tabernero.
Al día siguiente el eremita volvió y ocurrió lo mismo. Durante muchos días el anciano
aparecía por la taberna, más o menos a la misma hora, siempre sin un céntimo; Shin le invita-
ba de buen grado, pues en poco tiempo se habían hecho muy buenos amigos y, cuando el
anciano comentaba que no tenía dinero para pagarle, le contestaba que ya lo haría cuando
pudiese.
Pero, antes de que llegase la primavera, el ermitaño dejó de ir por la bodega. El tabernero le
echó de menos y anduvo preguntando a las gentes si le habían visto por alguna parte o si
sabían algo de él, pero nada sacó en limpio, pues parecía haberse desvanecido en el aire.
Añoró mucho Shin las largas horas de tertulia amena con su amigo, pero no tuvo más remedio
que resignarse a no volver a verle y dedicarse a cuidar de su negocio. Era una taberna limpia,
cuyas paredes blancas resplande cían a fuerza de trabajo y atención resultaba una auténtica
delicia para los ojos verla tan reluciente. Esto, naturalmente, enorgullecía al bueno de Shin,
pero no por eso dejaba de lamentar que no volviera tan buen amigo a charlar, pues ya se sabe
que la amistad es un bien muy escaso y Shin lo sabía apreciar.
Podemos, por tanto, imaginar la alegría que le inundó cuando una tarde, a principios del
verano, apareció el ermitaño, se acercó al alegre tabernero y le dijo:
—Querido Shin, te debo mucho dinero y sigo sin poder pagártelo; he bebido mucho sake
tuyo y he pasado muy buenos ratos contigo. Lo justo es que te compense de algún modo. Si
me lo permites, haré un dibujo en la pared para intentar resarcirte de tus pérdidas.
Cogió entonces una mandarina, la peló y usando las cascaras como pincel y pintura
dibujó una grulla esbelta y grácil, con tal habilidad que, a pesar del extraño color amarillento-
ana-ranjado de sus trazos parecía estar viva.
—Cuando vengan los clientes —le dijo el ermitaño— diles que canten y den palmas
mirando a esta pared.
Después se marchó sin querer aceptar el sake que le ofrecía Shin, pero prometiendo volver
más adelante. Al poco rato llegó un grupo de los clientes habituales de la taberna y Shin les
dijo lo que le había comentado el anciano. Como eran gente alegre, no hubo que rogarles
mucho para que empezaran a cantar ante la grulla, aunque lo que vieron casi les deja mudos.
Al ritmo de la música, la grulla dibujada en la pared bailaba extrañas y desconocidas danzas de
indudable belleza, en un espectáculo sorprendente.
En poco tiempo la taberna de Shin se hizo célebre por las danzas de la grulla y el negocio, que
antes daba tan sólo para ir viviendo, se hizo próspero; tanto que, a los pocos años, Shin   era
un hombre muy rico, que tan sólo trabajaba por gozar del ambiente y de las conversaciones
con los clientes.
Un día, el antiguo tabernero, y ahora rico hombre de negocios, vio llegar a su bodega al
ermitaño que cumplía su promesa de volver. Charlaron largo rato y el anciano se alegró mucho
al ver cómo el dibujo de la grulla había podido pagar con creces la deuda pendiente. Después
se sentó ante la grulla y comenzó a tocar una extraña flauta; entonces la grulla salió de la pared
y con el ermitaño en sus espaldas emprendió un majestuoso vuelo, que les alejó para siempre
de la taberna de Shin ante el asombro de todos.

1
El sake se sirve en caliente: se templa al baño María en unas botellitas de porcelana o cerámica llamadas

tokkuri, y se toma en unas copitas o cuencos, también muy pequeños y del mismo material.

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