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Ética y Valores. GRADO: 11°1 PERIODO :1


Asignatura
DOCENTE María Elena Vera Daza. FECHA: 3/05/ 2020

Cordial saludo.
Muchas bendiciones. Espero se encuentren bien junto a sus seres queridos.
ÁREA: ÉTICA SEMANA 11: comprendida de mayo hasta mayo 8.
OBJETIVO: Identifica históricamente el origen de la ética.

ORIGEN DE LA ÉTICA

¿De dónde proviene la ética? En esta interrogación se


unen dos cuestiones muy diferentes, una sobre un
hecho histórico y la otra sobre la autoridad. La
inquietud que han suscitado ambas cuestiones ha
influido en la configuración de muchos mitos
tradicionales acerca del origen del universo. Estos
mitos describen no sólo cómo comenzó la vida
humana, sino también por qué es tan dura, tan
penosa, tan confusa y cargada de conflictos. Los
enfrentamientos y catástrofes primitivas que éstos
narran tienen por objeto —quizás por objeto principal
— explicar por qué los seres humanos han de
someterse a normas que pueden frustrar sus deseos.
Ambas cuestiones siguen siendo apremiantes, y en los últimos siglos numerosos
teóricos se han esforzado por responderlas de forma más literal y sistemática.

Esta búsqueda no es sólo fruto de la curiosidad, ni sólo de la esperanza de


demostrar que las normas son innecesarias, aunque estos dos motivos son a
menudo muy fuertes. Quizás esta búsqueda deriva, ante todo, de conflictos en el
seno de la propia ética o moralidad (para los fines tan generales de este artículo
no voy a distinguir entre ambos términos). En cualquier cultura, los deberes
aceptados entran a veces en conflicto, y son precisos principios más profundos y
generales para arbitrar entre ellos. Se busca así la razón de las diferentes normas
implicadas, y se intenta sopesar recíprocamente estas razones. A menudo esta
búsqueda obliga a buscar, con carácter aún más amplio, un árbitro supremo la
razón de la moralidad sin más.

 Esta es la razón por la que resulta tan compleja nuestra pregunta inicial.
Preguntar de dónde proviene la ética no es como preguntar lo mismo acerca de
los meteoritos. Es preguntar por qué actualmente hemos de obedecer sus normas
(de hecho, las normas no agotan la moralidad, pero por el momento vamos a
centrarnos en ellas, porque son a menudo el elemento donde surgen los
conflictos). Para responder a esta cuestión es preciso imaginarse cómo habría
sido la vida sin normas, e inevitablemente esto suscita interrogantes acerca del
origen. La gente tiende a mirar hacia atrás, preguntándose si existió en alguna
ocasión un estado «inocente» y libre de conflictos en el que se impusieron las
normas, un estado en el que no se necesitaban normas, quizás porque nadie
quiso nunca hacer nada malo. Y entonces se preguntan «¿cómo llegamos a
perder esta condición pre-ética?; ¿podemos volver a ella?». En nuestra propia
cultura, dos respuestas radicales a estas cuestiones han encontrado una amplia
aceptación. La primera -que procede principalmente de los griegos y de Hobbes-
explica la ética simplemente como un mecanismo de la prudencia egoísta; su mito
de origen es el contrato social. Para esta concepción, el estado pre-ético es un
estado de soledad y la catástrofe primitiva tuvo lugar cuando las personas
comenzaron a reunirse. Tan pronto se reunieron, el conflicto fue inevitable y el
estado de naturaleza fue entonces, según expresa Hobbes, «una guerra de todos
contra todos» Aún si, como insistió Rousseau, de hecho, no habían sido hostiles
unos con otros antes de chocar entre sí. La propia supervivencia, y más aún el
orden social, sólo resultaron posibles mediante la formación de normas
estipuladas mediante un trato a regañadientes (por supuesto este relato solía
considerarse algo simbólico, y no una historia real). La otra explicación, la
cristiana, explica la moralidad como nuestro intento necesario por sintonizar
nuestra naturaleza imperfecta con la voluntad de Dios. Su mito de origen es la
Caída del hombre, que ha generado esa imperfección de nuestra naturaleza, del
modo descrito -una vez más simbólicamente- en el libro del Génesis.

En un mundo confuso, siempre se acepta de buen grado la simplicidad, por lo cual


no resulta sorprendente la popularidad de estos dos relatos. Pero en realidad los
relatos sencillos no pueden explicar hechos complejos, y ya ha quedado claro que
ninguna de estas dos ambiciosas fórmulas puede responder a nuestros
interrogantes. El relato cristiano, en vez de resolver el problema lo desplaza, pues
aún tenemos que saber por qué hemos de obedecer a Dios. Por supuesto la
doctrina cristiana ha dicho mucho sobre esto, pero lo que ha dicho es complejo y
no puede mantener su atractiva simplicidad tan pronto como se plantea la cuestión
relativa a la autoridad. No puedo examinar aquí con más detalle las muy
importantes relaciones entre ética y religión.

“¿Cómo puede depender la ética de la religión?”). Lo importante es que esta


respuesta cristiana no deduce simplemente de forma ingenua nuestra obligación
de obedecer a Dios de su posición como ser omnipotente que nos ha creado -una
deducción que no le conferiría autoridad moral. Si nos hubiese creado un ser malo
para malos fines, no pensaríamos que tenemos el deber de obedecer a ese ser,
dictase lo que dictase la prudencia. La idea de Dios no es simplemente la idea de
un ser semejante, sino que cristaliza toda una masa de ideales y normas muy
complejas subyacentes a las normas morales y que le dan su significado. Pero
precisamente nos interrogamos por la autoridad de estos ideales y normas, con lo
que la cuestión sigue abierta.

ACTIVIDAD 1
1. Responde:
 ¿Qué opinas acerca de la autoridad?
 ¿Qué opinas acerca de la norma?
 ¿Qué opinas acerca de la tradición?
2. ¿Con tus palabras palabras de dónde proviene la ética?

ÉTICA EN SÓCRATES

Sócrates centró su interés en la problemática del


hombre, al igual que los sofistas, pero a diferencia de
ellos, supo llegar al fondo de la cuestión, como para
admitir que era un sabio en esta materia: “Por la
verdad, ¡oh! atenienses, y por ninguna otra razón me he
ganado este nombre, si no es a causa de una cierta
sabiduría. ¿Y cuál es esta sabiduría? Tal sabiduría es
precisamente la sabiduría humana (es decir, aquella
que puede tener el hombre sobre el hombre): y con esta
sabiduría es verdaderamente posible que yo sea sabio”.
¿Cuál es la naturaleza y la realidad última del hombre? ¿Cuál es la esencia del
hombre? Son las preguntas que trata de responder Sócrates.
Finalmente se llega a una respuesta precisa e inequívoca: el hombre es su alma,
puesto que su alma es precisamente aquello que lo distingue de manera
específica de cualquier otra cosa. Sócrates entiende por alma nuestra razón y la
sede de nuestra actividad pensante y ética. En pocas palabras: el alma es para
Sócrates el yo consciente, es decir, la conciencia y la personalidad intelectual y
moral. En consecuencia, gracias a este descubrimiento “Sócrates creó la tradición
moral e intelectual de la que Europa ha vivido siempre, a partir de entonces” (A. E.
Taylor). Uno de los mayores historiadores del pensamiento griego ha precisado
aún más: “la palabra alma, para nosotros, debido a las corrientes espirituales a
través de las cuales ha pasado a lo largo de la historia, siempre suena con un
matiz ético y religioso; al igual que las palabras “servicio de Dios” y “cura de
almas” (también utilizadas por Sócrates), suena a cristiana. Pero este significado
superior lo adquirió por primera vez en la predicación protética de Sócrates (W.
Jaeger).
Es evidente que si el alma es la esencia del hombre, cuidar de sí mismo significa
cuidar no el propio cuerpo sino la propia alma, y enseñar a los hombres el cuidado
de la propia alma es la tarea suprema del educador, que fue precisamente la tarea
que Sócrates consideró haberle sido encomendada por el Dios, como se lee en la
Apología: “Que ésta… es la orden del Dios; y estoy persuadido de que para
vosotros no habrá mayor bien en la ciudad que esta obediencia mía al Dios. En
verdad, a lo largo de mi caminar no hago otra cosa que persuadiros, a jóvenes y
viejos, de que no ese el cuerpo de lo que debéis preocuparos ni de las riquezas ni
de ninguna otra cosa, antes y más que del alma, para que ésta se convierta en
óptima y otra cosa, antes y más que del alma, para que ésta se convierta en
óptima y virtuosísima; y que la virtud no nace de la riqueza, sino que la riqueza
nace de la virtud, así como todas las demás cosas que constituyen bienes para el
hombre, tanto para los ciudadanos individuales como para la polis”.
Uno de los razonamientos fundamentales realizado por Sócrates para probar esta
tesis es el siguiente. Uno es el instrumento del cual nos valemos y otro es el sujeto
que se vale de dicho instrumento. Ahora bien, el hombre se vale del propio cuerpo
como de un instrumento, lo cual significa que son cosas distintas el sujeto –que es
el hombre- y el instrumento, que es el cuerpo. A la pregunta de ¿qué es el
hombre?, no se podrá responder que es el cuerpo, sino que es aquello que se
sirve del cuerpo, la psyche, el alma (la inteligencia) es la que se sirve del cuerpo,
de modo que la conclusión es inevitable: “Nos ordena conocer el alma aquel que
nos advierte “Conócete a ti mismo”. Sócrates llevó esta doctrina suya hasta tal
punto de conciencia y de reflexión crítica, que logró deducir todas las
consecuencias que lógicamente surgen de ella, como veremos en seguida.
En griego lo que nosotros llamamos “virtud” se dice areté y significa aquella
actividad y modo de ser que perfecciona a cada cosa, haciéndola hacer aquello
que debe ser. (Los griegos hablaban, por lo tanto, de una virtud de los distintos
instrumentos, de una virtud de los animales, etc.; por ejemplo, la virtud del perro
consiste en ser un buen guardián, la del caballo, en correr con rapidez, y así
sucesivamente). En consecuencia, la virtud del hombre no podrá ser más que lo
que hace que el alma sea como debe ser, de acuerdo con su naturaleza, es decir,
buena y perfecta. En esto consiste, según Sócrates, la ciencia o conocimiento,
mientras que el vicio será la privación de ciencia y conocimiento, es decir, la
ignorancia.
De este modo Sócrates lleva a cabo una revolución en la tabla tradicional de los
valores. Los verdaderos valores no son aquellos que están ligados a las cosas
exteriores, como la riqueza, el poder o la fama, y tampoco aquellos que están
ligados al cuerpo, como la vida, la fuerza física, la salud o la belleza, sino
exclusivamente los valores del alma que se hallan todos incluidos en el
conocimiento. Por supuesto, esto no significa que todos los valores tradicionales
se conviertan en antivalores, sin más; significa sencillamente que por sí mismos
carecen de valor. Sólo se convertirán en valores si se utilizan como lo exige el
conocimiento, es decir, en función del alma y de su areté.

ACTIVIDAD 2.
1. Consulta quienes eran los sofistas y cuáles eran sus planteamientos.
2. En un breve escrito argumenta acerca de cómo podría aplicarse la ética de
Platón en nuestra sociedad actual. Los renglones que consideres.
3. Redacta una entrevista a 5 personas de tu entorno familiar, las preguntas
con su respectiva respuesta teniendo como base el punto uno de la
actividad 1, del presente taller.

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