por Stephen J. Dubner y Steven D. Levitt 5 de junio, 2005
Traducido de inglés al español por: Patrick Salazar Caso
Adam Smith, el fundador de la economía clásica, estaba en lo cierto al sostener que la habilidad de la humanidad para el intercambio monetario pertenecía solo a la humanidad. “Nadie jamás vio a un animal por sus gestos y gritos naturales querer decir o significar a otro, esto es mío, eso es tuyo; estoy dispuesto a dar esto por eso”. Pero en un limpio y espacioso laboratorio en el Hospital Yale- New Haven, se les ha enseñado a siete monos capuchinos a usar dinero, y una comparación del comportamiento capuchino y el comportamiento humano o bien te sorprenderá mucho o bien no te sorprenderá en absoluto, dependiendo de tu visión sobre los humanos.
El capuchino es un mono del Nuevo Mundo, marrón y hermoso, del tamaño de un bebé humano de un año con una larga cola. “El capuchino tiene un cerebro pequeño, y está bastante enfocado en la comida y el sexo”, nos dice Keith Chen, economista de Yale quien junto a Laurie Santos, psicóloga, está explotando estos deseos naturales --bueno, al menos el deseo de comida-- para enseñar a los monos a comprar uvas, manzanas y Jell-O. “Tú debes realmente pensar en un capuchino como un estómago sin fondo lleno de deseo”, dice Chen. “Los puedes alimentar con marshmallows todo el día, ellos vomitarán y después volverán por más”.
Cuando la mayoría de personas piensa en la economía, ellos probablemente conjeturan imágenes de tablas de inflación o tipos de cambio en vez de monos o marshmallows. Pero la economía está siendo reconocida cada vez más como una ciencia cuyas herramientas estadísticas pueden ser puestas a trabajar en casi cualquier aspecto de la vida moderna. Eso es porque en esencia la economía es el estudio de los incentivos, y de cómo las personas --y quizás incluso los monos-- responden a esos incentivos. Una ojeada rápida de la literatura actual revela que los economistas top están estudiando temas como la prostitución, el rock ‘n roll, las tarjetas de baseball y el sesgo de los medios.
Chen orgullosamente se llama a sí mismo un economista conductual, un miembro de una creciente sub-tribu cuya investigación se entrecruza con la psicología, la neurociencia y la biología evolutiva. Él comenzó su trabajo con los monos cuando era un estudiante de posgrado en Harvard, junto a Marc Hauser, un psicólogo. Los monos de Harvard eran titís cabeza de algodón, y los experimentos con estos tenían que ver con el altruismo. Dos monos se veían uno al otro en jaulas adyacentes, cada una equipada con una palanca que liberaría un marshmallow a la jaula del otro mono. La única manera para que un mono obtuviese un marshmallow era que el otro mono jalara su palanca. Así, jalar la palanca era hasta un cierto grado un acto de altruismo, o al menos de cooperación estratégica.
Los titís fueron bastante cooperativos pero todavía mostraban una cantidad saludable de interés propio: a lo largo de repetidos encuentros con otros monos, el tití típico jalaba la palanca alrededor del 40% del tiempo. Luego Hauser y Chen cambiaron el drama. Condicionaron a un tití a siempre jalar la palanca (creando así un ayudante altruista) y a otro tití a nunca jalar la palanca (creando así un tití egoísta). El tití altruista y el tití egoísta luego fueron enviados a jugar el juego con otros titís. El altruista alegremente jalaba su palanca una y otra vez, nunca dejando de que no caiga un marshmallow a la jaula del otro mono. Inicialmente, los monos respondieron jalando sus propias palancas el 50% del tiempo. Pero una vez se dieron cuenta de que su compañero era un ingenuo (como un padre que compra a su hijo un juguete en cada salida ya sea que el niño sea un santo o un demonio), su tasa de reciprocidad bajó a 30% -- más bajo que la tasa promedio original. El tití egoísta, por su parte, fue castigado de manera todavía peor. Una vez se reconoció que era el egoísta, cada vez que este tití era llevado a la cámara de experimentación, los otros titís simplemente “se volvían locos”, recuerda Chen. “Ellos tiraban sus heces a la pared, caminaban hacia la esquina y se sentaban sobre sus manos, ese tipo de morros”. Chen es un joven híper verbal de 29 años con cabello puntiagudo. Hijo de inmigrantes chinos, él tuvo una crianza itinerante en el medio oeste rural. Como estudiante de pregrado en Stanford, él era un marxista de facto antes de ser seducido, bastante accidentalmente, por la economía. Puede que el sea el único economista conduciendo experimentos con monos, lo que lo pone en ligero desacuerdo con sus colaboradores psicólogos (quienes están más interesados en el comportamiento en sí más que en los incentivos que producen el comportamiento) así como con ciertos colegas economistas. “Me gustan las tasas de interés, y estoy dispuesto a hablar sobre ese tipo de cosas del que hablan ellos todo el tiempo”, nos dice respecto de sus colegas economistas. “Pero puedo decir que ellos están mordiéndose la lengua cuando les digo en qué estoy trabajando”:
Algunas veces no es claro, incluso para el mismo Chen, exactamente en qué está trabajando. Cuando él y Santos, su colaboradora psicóloga, empezaron a enseñar a los capuchinos de Yale a usar dinero, él no tenía un tema de investigación urgente o apremiante. La idea esencial era darle a un mono un dólar y ver qué hacía con él. La moneda que Chen estableció era un disco plateado, de una pulgada de diámetro, con un agujero en el centro -- “parecido a las monedas chinas”, dice. Tomó muchos meses de repetición rudimentaria enseñar a los monos que esas fichas eran valiosas como un medio de intercambio para un dulce y que serían igualmente valiosas al otro día. Habiendo ya ganado esa comprensión, se le presentaba a un capuchino 12 fichas en una bandeja, y este tenía que decidir a cuántas rendirse por, digamos, cubos de Jell-O frente a uvas. El primer paso permitió a cada capuchino revelar sus preferencias y a captar el concepto de hacer un presupuesto.
Luego Chen introdujo shocks de precios y shocks de riqueza. Si, por ejemplo, el precio del Jell-O caía (dos cubos en vez de uno por ficha), ¿el capuchino compraría más Jell-O y menos uvas? Los capuchinos respondieron racionalmente a tests como este -- esto es, respondieron de la manera como la mayoría de lectores de The Times responderían. En jerga de economista, los capuchinos se adhirieron a las reglas de la maximización de utilidad y de la teoría de precios: cuando el precio de algo cae, las personas tienden a comprar más de eso.
Chen luego introdujo un par de juegos de azar y se propuso determinar cuál de ellos preferían los monos. En el primer juego, al capuchino se le daba una uva y, dependiendo del lanzamiento de una moneda, o bien retenía la uva original o ganaba un bono de una uva. En el segundo juego, el capuchino comenzaba teniendo el bono de una uva, y una vez más dependiendo del lanzamiento de una moneda, o bien mantenía las dos uvas o perdía una. Estos dos juegos son de hecho el mismo juego, con idénticas probabilidades, pero uno está enmarcado como una potencial ganancia y el otro como una potencial pérdida.
¿Cómo reaccionaron los capuchinos? Ellos de lejos preferían tomar una apuesta en la potencial ganancia que en la potencial pérdida. Esto no es lo que un libro de texto de economía predeciría. Las leyes de la economía sostienen que estos dos juegos, dado que representan tan pequeñas apuestas, deben ser tratados igualmente.
Entonces, ¿el experimento de Chen simplemente revela las limitaciones cognitivas de sus sujetos de pequeño cerebro? Quizás no. En experimentos similares, resulta que los humanos tienden a hacer el mismo tipo de decisión irracional en una proporción casi idéntica. Documentar este fenómeno, conocido como aversión a la pérdida, es lo que ayudó al psicólogo Daniel Kahneman a ganar un premio Nobel en economía. Los datos generados por los monos capuchinos, dice Chen, “los hace estadísticamente indistinguibles de la mayoría de inversores de la bolsa”.
¿Pero realmente los capuchinos entienden el dinero? ¿O Chen está simplemente explotando sus apetitos sin fin para hacerlos realizar trucos bien hechos?
Varios hechos sugieren lo primero. Durante un reciente experimento con capuchinos que usó pepinos como premios, un asistente de investigación cortó el pepino en discos en vez de hacerlo en cuadrados, como era típico. Un capuchino cogió un disco, comenzó a comerlo y luego corrió a un investigador para ver si podía “comprar” algo más dulce con eso. Para el capuchino, un pedazo circular de pepino tenía suficiente parecido a las fichas plateadas de Chen para parecer otra pieza de dinero.
Luego está el robo. Santos ha observado que los monos nunca ahorran nada de dinero deliberadamente, pero que algunas veces ellos roban una ficha o dos durante un experimento. Todos los siete monos viven en una cámara principal comunal de aproximadamente 750 pies cúbicos. Para los experimentos, un capuchino a la vez es permitido de ingresar a una cámara de pruebas más pequeña en la puerta contigua. Una vez, un capuchino en la cámara de prueba cogió toda una bandeja entera de fichas, las arrojó hacia la cámara principal y luego correteó tras de ellas --una combinación de fuga de la cárcel y atraco en el banco-- lo cual condujo a una escena caótica en la cual los investigadores humanos tuvieron que apurarse en ir hacia la cámara principal y ofrecer sobornos en comida a cambio de las fichas, un reforzamiento que en efecto alentaba más al robo.
Algo más pasó durante esa caótica escena, algo que convenció a Chen de la verdadera aprehensión de los monos del concepto de dinero. Quizás la característica más distintiva del dinero, después de todo, es su fungibilidad, el hecho de que puede ser usado para comprar no solo comida sino cualquier cosa. Durante el caos en la jaula de los monos, Chen vio algo de reojo a lo que él después trataría de quitarle importancia pero en el fondo de su corazón sabía que era verdad. De lo que fue testigo fue probablemente el primer intercambio observado de dinero por sexo en la historia de la monidad. (Prueba adicional de que los monos realmente entendían el concepto de dinero: el mono a quien se le pagó por el sexo inmediatamente intercambió la ficha por una uva).
Este es un tema sensible. El laboratorio de capuchinos en Yale ha sido construido y mantenido para hacer que los monos estén de la manera más cómoda posible, y especialmente para permitirles que prosigan en un estado natural. La introducción del dinero fue lo suficientemente delicada y difícil; realmente no reflejaría nada bueno en cualquier involucrado si el dinero convertía el laboratorio en un burdel. Para este fin, Chen ha llevado a cabo pasos para asegurar que en el futuro el sexo entre los monos en Yale ocurra tal y como la naturaleza lo quiso.
Pero estos hechos permanecen: cuando se les enseñó a usar el dinero, un grupo de monos capuchinos respondió bastante racionalmente a incentivos simples; respondieron irracionalmente a apuestas riesgosas; fallaron en ahorrar; robaron cuando pudieron; usaron el dinero para comida y, en ocasiones, sexo. En otras palabras, se comportaron en buena medida como la criatura que la mayoría de los colegas más tradicionales de Chen estudian: el Homo sapiens.
Para más información acerca de la investigación de Keith Chen, incluyendo fotos, papers académicos y una cámara de monos en vivo, ver www.freakonomics.com
Stephen J. Dubner y Steven D. Levitt son los autores de “Freakonomics: Un Economista Pícaro Explora el Lado Escondido de Todo”.
[Si tiene alguna duda o consulta sobre la presente traducción, escribir a theclub.psalazar@gmail.com]