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¿No puedes darme aún más dicha?

¡Adelante! pues aun te queda el dolor.

Lou Andreas Salomé

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UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

Francisco Traver

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ADVERTENCIA AL LECTOR.

Este es un estudio sobre el masoquismo, hecho a sabiendas de que el masoquismo no puede


fragmentarse del sadismo que le es complementario. Sin embargo, he eludido a propósito hacer un
estudio de aquellas actitudes opuestas o antagónicas, con un propósito claro: el de limitar este libro al
estudio de aquellas actitudes que pudiéramos llamar masoquismo consentido o al menos inconsciente.

Hablar del sadismo y del sádico me hubiera llevado a un análisis demasiado extenso sobre las distintas
versiones del mal y no hubiera sido posible deslindar aquellas conductas negociadas, de aquellas otras
impuestas. Hubiera debido adentrarme en el siniestro mundo de la tortura, del extermino y del
genocidio, actitudes colectivas e individuales que hablan de la universalidad del fenómeno a lo largo de
la Historia. Pero este viaje me hubiera llevado al mundo de la imposición y del suplicio, sin desconsiderar
- sin embargo-la posibilidad de goce que cuelga de él. El lector sabrá entender a qué clase de
masoquismo me refiero, aunque ciertamente es muy difícil delimitar aquellas actitudes que son fruto de
la negociación, de aquellas otras que son una costumbre relacionada con la guerra, la persecución, el
aniquilamiento de cualquier disidencia o aquellos otros ejemplos que proceden de la ordalía, la orgía o
del exceso de Poder, en cualquier tiempo o época.

Este tipo de actitudes son materia para una obra aparte. En este volumen el lector sólo encontrará aquel
tipo de masoquismo que de una manera u otra es electivo. También de sus conexiones con la patología
mental y de sus relaciones con la espiritualidad y la cultura de la dominación.

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INDICE

Primera Parte

1-Introducción----------------------------------------------------------------------- 7

La pareja sadomasoquista----------------------------------------------------- 17

Amor masoquista---------------------------------------------------------------- 20

Sexo, género, orientación y rol----------------------------------------------- 26

2-El masoquismo erógeno-------------------------------------------------------- 33

El problema de la culpa-------------------------------------------------------- 40

Animalidad y fetichismo------------------------------------------------------- 44

Someter-se------------------------------------------------------------------------ 55

La necesidad de castigo ------------------------------------------------------- 58

Flagelantes------------------------------------------------------------------------ 63

El papel de la piel --------------------------------------------------------------- 68

Escatología ----------------------------------------------------------------------- 70

3-El masoquismo neurótico------------------------------------------------------ 76

El carácter masoquista -------------------------------------------------------- 84

El masoquismo y lo traumático --------------------------------------------- 87

Fantasías masoquistas -------------------------------------------------------- 94

1-Indefensión--------------------------------------------------------- 95

2-Explotación--------------------------------------------------------- 97

3-Humillación -------------------------------------------------------- 100

4-Prostitución ------------------------------------------------------- 102

4
5-Infidelidad --------------------------------------------------------- 105

4-Masoquismo y comorbilidad ----------------------------------------------- 110

Masoquismo y depresión --------------------------------------------------- 116

Masoquismo y trastornos somatomorfos ------------------------------ 125

Sinonimia de la FM ------------------------------------------------------------- 126

Masoquismo y trastornos alimentarios ----------------------------------- 132

Masoquismo y otras perversiones ------------------------------------------ 139

Segunda Parte

5-Masoquismo y espiritualidad ----------------------------------------------- 143

La vía ascética ------------------------------------------------------------------- 147

La vía mística -------------------------------------------------------------------- 151

6-Masoquismo y Sociedad ----------------------------------------------------- 162

Masoquismo y posmodernidad -------------------------------------------- 164

El futuro de la perversión --------------------------------------------------- 165

Dominantes y sumisos ------------------------------------------------------- 175

Masoquismo e Internet ----------------------------------------------------- 177

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PRIMERA PARTE

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1-INTRODUCCION.

El sadomasoquismo es aquella condición erótica que toma al sufrimiento como elemento central de su
goce. Siendo el sadismo, un masoquismo imaginario aliado al triunfo del egoísmo, según la definición
que se atribuye a Marie Bonaparte, un sadismo vuelto hacia sí-mismo (Reich, 1949) o un sadismo puesto
cabeza abajo (Reik, 1963). Sin embargo, el término es decididamente ambiguo, no sólo por tomar
prestados los apellidos de dos personajes históricos que le legaron su apellido, sino porque da cuenta de
un constructo teórico a partir de testimonios literarios (Sade y Sacher-Masoch), dos personas distintas
que hablan de una misma pasión, desde lados opuestos de la trinchera. Quizá por eso, ambas
actividades aparecen como entidades categoriales escindidas, pares antitéticos desgajados del tronco
común del que proceden, dando a entender que hubiera individuos sádicos y masoquistas, como si
pudiéramos hablar por ejemplo del odio y del amor como pares opuestos y no como operaciones
análogas vinculadas al apego y a sus amenazas y decepciones.

El sadomasoquismo no es una dualidad sino una dialéctica. Lo mismo sucede con el Bien y el Mal,
conceptos ambos anudados en una extraña operación que parece concederles vida propia a los
contrarios. Dualidades que no existen sino idealmente, vinculados como están, a las operaciones
psicológicas que se relacionan con la violencia genérica de la especie humana y en menor grado de la
dominación, una violencia encubierta.

Hasta ahora, todas las aproximaciones que se han hecho de esta variante sexual proceden de la
literatura y de la clínica. El lector sagaz caerá pronto en la cuenta de que la novedad que pretendo
introducir es escribir una aproximación más allá de ellas. Más allá y no "por afuera de", porque soy
médico y creo que me será difícil renunciar a todo aquel saber que bordea la ciencia desde dentro.

Sin embargo, no pretendo escribir desde el lado de la trinchera médica ni ampararme en la legitimidad
de la ciencia, no pretendo conseguir un saber objetivo, sino simplemente un saber que pueda dar
cuenta de lo que sabemos ya. Una labor de síntesis que agrupe el saber empírico de la filosofía más
comprometida con el ser humano (Hegel, Heidegger y Nietzsche) con el sabor científico más rancio, de
la obra de Freud y el psicoanálisis. Una piedra Rosetta que pueda alumbrar sobreentendidos y
malentendidos y que recorra y escudriñe tanto en la literatura masoquista, como en la antropología
estructural de Levy-Strauss. Lo que trataré en este Estudio sobre el masoquismo, uno más, es de
sintetizar todos y cuantos saberes han dado cuenta del sufrimiento humano consentido y de los
conceptos que cuelgan de él, la muerte, el incesto, el erotismo y el goce. No recuerdo ya si la idea de
escribir - o mejor-de reescribir un estudio sobre el masoquismo, venia madurándose en mi desde hacía
tiempo, como sucede cuando abordamos un proyecto a partir de nuestro propio deseo, o fue fruto de la
casualidad y de mis lecturas simultáneas sobre el asunto. Lo cierto es que cuando tuve la idea de
acometerlo me encontré con una dificultad que ya intuía: la escasa bibliografía científica y sobre todo
los pocos textos modernos que existen sobre el tema. De modo que empecé por el principio: intenté
recoger toda la información que me fuera posible a partir de los clásicos. Naturalmente releí lo poco que
Freud escribió sobre el asunto: El problema económico del masoquismo, Los tres ensayos y poco más.
Me di cuenta que Freud pasó de puntillas sobre el asunto, a pesar de haber escrito sobre lo divino y lo
humano. No obstante, nuestra concepción actual sobre el masoquismo procede de él, no sólo nuestros
conocimientos sino también nuestros prejuicios sobre determinados conceptos, como el llamado
masoquismo femenino. Después de haber releído estos fragmentos me propuse documentarme en las
fuentes, desempolvé al viejo Marqués de Sade y cómo no; volví al simpático Severino de Sacher-Masoch
que había leído de joven, en aquella edición de Alianza prologada por Castilla del Pino, que aún
conservo y me fue muy útil para este trabajo.

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Aun sin ser el primer masoquista de la historia, Sacher-Masoch puso la etiqueta de su apellido a esta
conocida y al mismo tiempo ignorada actividad sexual, descrita profusamente en todas sus variantes por
KraftEbing. Visité también el punto de vista oficial sobre el asunto: la última edición del DSM, la cuarta.
La postura actual de la Psiquiatría sobre el masoquismo es la que sigue:

Un acto real, no simulado de ser humillado, golpeado, atado o cualquier otro tipo de sufrimiento. Los
individuos que padecen este trastorno se encuentran obsesionados por sus fantasías masoquistas, las
cuales deben evocar durante las relaciones sexuales o la masturbación, pero no las llevan a cabo. En
estos casos las fantasías masoquistas suponen por lo general el hecho de ser violado o de estar atado u
obligado a servir a los demás de forma que no existan posibilidades de escapar. Otras personas llevan a
cabo su s fantasías ellos mismos o con un compañero…Las fantasías masoquistas están presentes
durante la infancia y suelen combinarse con otras perversiones como el sadismo, el exhibicionismo y el
fetichismo…Lo usual es que con el tiempo se aumente su potencial lesivo, lo que eventualmente puede
provocar lesiones o incluso la muerte del individuo.

Para el diagnóstico de este trastorno (según el DSM-IV) hacen falta, al menos, dos condiciones:

1.-Durante un periodo de al menos seis meses, fantasías recurrentes y altamente excitantes, impulsos
sexuales o comportamientos que implican el hecho (real, no simulado) de ser humillado, pegado, atado
o cualquier otra forma de sufrimiento.

2.-Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente
significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo. La
novedad que introduce el actual manual de clasificación de los trastornos mentales sobre la anterior
edición (el DSM-3R), es la consideración de su carácter egodistónico, cuestión que no acaba de aclarar si
los ponentes consideran aun hoy el masoquismo una perversión (una parafilia) o no, puesto que este
criterio podría dejar fuera de la clasificación prácticamente todas las conductas masoquistas habituales.
Da la impresión que han tenido en cuenta este rasgo de egodistonía, como sucedió con la
homosexualidad, conservando el masoquismo sexual, como una categoría residual donde englobar
aquellas conductas compulsivas, que a veces naturalmente también existen entre algunos masoquistas,
dejando libre la posibilidad de considerar más adelante la personalidad masoquista descrita por Millon
como un constructo diagnóstico útil.

De allí y gracias a una magnifica monografía de Luis A. De Villena, que leí con deleite mientras hacía
búsquedas bibliográficas regladas que saturaban mi mesa de un exceso de información acerca del tema
que pretendía estudiar, caí en la cuenta de que quizá la mejor fórmula para saber más sobre el asunto
era leer a algunos poetas que habían destacado por sus actividades sadomasoquistas: me refiero a
Swinburne y a Baudelaire, cuyo poema que a continuación expongo, habla de la identificación que todo
sádico hace son su víctima y viceversa:

Y así yo vendré una noche

cuando la hora del placer suene,

hacia los tesoros de tu persona,

como un ladrón, caminando de puntillas.

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Para castigar tu carne jubilosa,

para macerar tu seno intacto

y hacer en tu flanco estremecido

una herida ancha y profunda.

Y vertiginosa dulzura

infundirte, hermana, mi veneno

a través de esos labios renovados,

más abiertos y más bellos…

Recurrir a las fuentes suponía bucear en el texto del "inventor" del masoquismo Leopoldo von Sacher-
Masoch (1836-1895), autor de la biblia masoquista, La Venus de las pieles, un texto de obligada lectura
para cualquiera que pretenda saber algo más sobre el masoquista y el masoquismo. Von Sacher-
Masoch, como por cierto todos los masoquistas era también un gran fetichista: como más adelante
veremos, existen relaciones de vecindad entre los gustos sadomasoquistas y los propiamente fetichistas,
en realidad existen simpatías de vecindad entre todas las perversiones.

Leopold Von Sacher Masoch, era un aristócrata, culto, profesor de la Universidad de Viena donde
compartía magisterio con Kraft-Ebing, el célebre profesor de Psiquiatría, autor de un bestseller en
aquella época: la Psycophatia Sexualis, el libro más vendido de la historia de la Psiquiatría, quizá por la
escasa oportunidad del público en general de leer historias verdes. Von Sacher-Masoch no era pues un
indocumentado, oigámosle en un texto autorreflexivo, de la Confesión de mi vida de 1906:

Soy mentalmente normal, pero he sido precoz en todos los aspectos. A los 13 años componía cantidad de
poemas serios, a los 16 imponía por mi seriedad viril, a los 18 los problemas filosóficos me absorbían. He
tenido pocas relaciones pero buenas y me creo dotado más que medianamente. Convertido en
hipocondríaco a los 18, bajo la influencia de las poluciones que se multiplicaban (sic), llegué a
habituarme después a mi estado, pero soy pesimista y fatalista, a pesar de eso estoy siempre alegre,
pero tengo ideas negras cuando pienso en el porvenir. Von Sacher-Masoch alude constantemente a su
"vicio solitario" a su obsesión por la masturbación a la que acusa de ser la responsable de su propio
masoquismo. En otro párrafo alude a la necesidad de curarse su manía masturbatoria y la asocia con su
problema actual: Para llegar a eso (a curarse de la masturbación) sería necesario, quizá por sugestión
hipnótica eliminar el masoquismo y despertar nuevos sentimientos hacia la mujer buscada por ella
misma (citado por Moll 1899).

La alusión al vínculo entre masoquismo y masturbación está presente en todos los textos de la época y
en todos los textos psicoanalíticos postfreudianos y no es en absoluto una redundancia baladí, dado que
las perversiones y la prohibición sexual mantienen relaciones de buena vecindad y sempiterna antipatía.
Sobre ello volveré más adelante, al ocuparme de las elucubraciones sobre su origen y el problema de la
culpa. Pero me interesa subrayar ahora algo: la precocidad sexual. Llama la atención tanto en Sacher-
Masoch como en Rousseau, que fecharan ambos su experiencia a los 8 años y también que fueran
buenos estudiantes, preocupados ambos por temas éticos o estéticos. Me interesa subrayar esta
palabra y meterla - de momento- en el congelador.

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En otro párrafo, Leopold, da una versión de los hechos calcada a la que más adelante ilustraré con el
caso de J. J. Rousseau. Al parecer, Leopold, a la edad de 8 años espiaba a su tía Zenobia en la intimidad
de su alcoba, mientras propinaba una serie de latigazos a su marido y a un invitado. Por accidente es
descubierto “in fraganti”, entonces ella le proporciona a su sobrino Leopold, el castigo que minutos
atrás estaba presenciando escondido tras un armario y en secreto. Un armario lleno de pieles y de
abrigos, que cae estrepitosamente, siendo descubierto el infeliz espía.

Este acontecimiento se grabó en mi alma como con un hierro al rojo-En ese momento no comprendía a
esa mujer, envuelta en pieles voluptuosas, traicionando al marido y maltratándolo después, pero
aborrecí y amé al mismo tiempo a esa criatura que con su fuerza y belleza brutales, parecía creada para
poner su pie en la nuca de la humanidad. Aquí aparece uno de los elementos a mi juicio más
importantes del masoquismo: la adjudicación de un poder omnipotente a la figura del agresor, que en
este caso es una mujer, adornada con pieles, pero ya se verá como esta transferencia de poder que hace
el masoquista es la piedra nuclear sobre la que gira esta enigmática actividad.

Ya en plena faena, me enteré leyendo un texto de Nacht de 1968 que J.J. Rousseau había sido
masoquista y que sus Confesiones, contenían una experiencia de primera mano (como la de Sacher-
Masoch) para conocer más sobre el tema, una experiencia nada banal que me conmocionó por su
lucidez y si se me permite, por su modernidad.

" Quien creería-dice Rousseau-que este castigo de niño recibido a los 8 años por mano de una mujer de
treinta decidió mis gustos, mis deseos y mis pasiones, para el resto de mi vida y todo eso en el sentido
contrario a lo que debería ser habitualmente. Al mismo tiempo que mis sentidos se despertaron, mis
deseos sintieron tan bien el cambio que les impartió lo que había experimentado, que no se atrevieron a
buscar otra cosa". Obsérvese que el propio Rousseau da una hipótesis etiológica acerca de su
masoquismo sexual, una hipótesis asociacionista del estilo de Binet, y porque no decirlo, muy Freudiana;
pero no solamente eso, sino que además afirma que esta experiencia le marcó en el sentido contrario a
lo que debería ser habitualmente. Es verdad, lo usual, al menos lo que hoy creemos, es que los niños
que han sido maltratados se convierten a su vez en agresores, al menos es lo que estamos
acostumbrados a oír hasta el paroxismo. Llama también la atención otra cuestión de ese fragmento y es
el tema "del despertar de los sentidos". ¿Es por esa razón que Rousseau fue un masoquista en lugar de
un sádico, precisamente porque coincidió con el despertar de los sentidos? ¿O los sentidos se
despertaron precisamente porque ya estaban dispuestos para ello y Rousseau de manera catamnésica
lo hace coincidir con el episodio? Oigámosle.

"La Srta. Lambercier tenía para con nosotros el afecto de una madre, pero también tenía su autoridad y
nos castigaba cuando lo merecíamos. Mucho tiempo se mantuvo con las amenazas y esta amenaza de
un castigo nuevo me parecía muy terrible, pero después de la ejecución lo encontré menos terrible en la
prueba que en la espera y lo más extraño es que este castigo me hizo amar más a quien me lo había
impuesto (…) un castigo en el que había encontrado una sensualidad que me había dejado más deseo
que temor por experimentarlo otra vez por la misma mano." Naturalmente, Rousseau se refiere a la
flagelación, a los azotes en las nalgas, el supremo castigo masoquista. De este fragmento podemos
extraer nuevas conclusiones: el autor del castigo es "como una madre", una persona querida que cuida
de J. Jacques y a la que este estima y admira. No se trata de un castigo inmerecido, brutal o arbitrario,
sino de un castigo merecido y proporcional a la falta (castigo por otra parte muy frecuente en aquella
época), incluso - y según el propio J. Jacques-por debajo de ella. Y la cuestión más importante: la

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amenaza y el alivio que proporciona el castigo, inferior siempre en su cualidad a la percepción de la
propia amenaza repetitiva y constante.

Sea como fuere, el propio Rousseau admite que esta escena le marcó en sus gustos eróticos de adulto y
según se desprende de la descripción, la situación es descrita como sensual y buscada activamente por
el propio Rousseau como un acto consentido y deseado. La lucidez de Rousseau es tal que más adelante
afirma:

"Mi antiguo placer de niño, en lugar de desvanecerse, se asoció de tal manera al otro (relación sexual)
que no pude nunca descartarlo de los deseos encendidos por mis sentidos: y esta locura, unida a mi
timidez habitual, me ha vuelto siempre muy poco emprendedor con las mujeres."

De modo que para ser masoquista (según Rousseau) hacen falta dos cosas, primero una experiencia
infantil voluptuosa, - dice-, obsérvese que no dice erótica o sexual, sino voluptuosa y luego ya en la
adolescencia, que esta experiencia se asocie a la pulsión sexual propiamente dicha. Si encima uno es
tímido pues peor, parece afirmar nuestro héroe. De esa misma opinión resulta ser Kraft-Ebing cuando
dice:

Cuando la idea de ser tiranizado se asocia durante mucho tiempo a un pensamiento libidinoso de la
persona amada, la emoción lujuriosa se transfiere finalmente a la tiranía misma y se completa la
transformación en una perversión (pág. 207, Psychopatia sexualis)

Una idea muy moderna si se atiende a nuestro actual concepto del binding (asociación o ligazón). Entre
nosotros F. Mora ha teorizado que:

Los mecanismos de unir o poner juntas todas las propiedades de un objeto son producidos por la
actividad o disparo sincrónico de todas las neuronas que intervienen en el análisis de cada propiedad de
acontecimiento percibido.

Hoy estaríamos casi obligados por el peso del discurso psicoanalítico a pensar que los niños tienen una
sexualidad calcada de los adultos, o lo que es peor: a negar cualquier sexualidad en ellos. Nadie hablaría
ya, de una experiencia voluptuosa, sino tal vez de una experiencia aterradora o una experiencia sexual
pura y dura, en clave de abuso. Y sin embargo ¿qué es la voluptuosidad?

Según el diccionario "es una sensación que causa placer intenso y embriagador de los sentidos", es decir,
una especie de borrachera placentera, no dice nada del dolor, aunque no está el miedo, ausente en ese
cóctel, el miedo y la expectación, se trata, pues, de una experiencia indiferenciada. Retengamos esto.
Nosotros como adultos, podemos reconocer esta sensación. Es decididamente difusa y quizá la
asociaríamos con la plenitud, la sensualidad o la ebriedad, una sensación inespecífica y placentera de la
que todos y cada uno de nosotros podemos dar cuenta, un estremecimiento, un rapto. Una sensación
innata como aseguraba Cannon, que podemos reconocer en el orgasmo, la contemplación estética, la
lectura de un poema, la delectación ante un perfume, la escucha vigorosa de la 9ª Sinfonía, la sensación
postpandrial o el sueño. Pero también en la ansiedad ante una prueba, la contemplación de un "thriller"
o en la sensación placentera que sigue al ejercicio físico, una sensación de estremecimiento que implica
a todo el cuerpo y que sólo admite al placer como un elemento más de esa combinación. Los
psicoanalista, siempre fascinados por la sexualidad adulta, la llamaron orgasmo oral, una especie de
antropomorfización catamnésica de la sensación adulta. A mí me parece correcto el término de

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voluptuosidad, porque implica una desexualización de la sensación, que es algo -seguramente-más
próximo a la verdad.

¿Puede el castigo desencadenar una sensación voluptuosa? Si leemos con atención el texto de
Rousseau, caeremos en la cuenta de que quizá el castigo, no es por sí mismo el que provocaba esta
reacción, sino la tensa espera en recibirlo y –quizá-la secreta convicción de merecerlo. En cualquier caso
era el castigo quien liberaba de facto la voluptuosidad largo tiempo contenida.

Tengo la convicción de que el castigo por sí mismo no es placentero en ningún caso: los masoquistas no
tienen orgasmo durante el castigo, sino que les sirve de antesala al goce sexual propiamente dicho y
ahora sí, merecido. En este sentido me parece contradictorio el término "algolagnia", o el pensar que los
masoquistas disfrutan con el dolor, o que no lo sienten como los demás ,o que disfrutan siendo
maltratados, esta opinión es más producto de la ignorancia que una aproximación definitiva a la verdad.
Hay dos conceptos bastante aceptados por la moderna sexología, el término excitación y el término
orgasmo, siendo este la culminación de la excitación, aunque no debemos olvidar que existen orgasmos
que suceden por un cambio de rango, un cambio en la organización de la excitación basal.
Evidentemente me refiero a la excitación sexual, pero no toda excitación es sexual, como el propio
término voluptuosidad nos asegura, con independencia de que algunas personas sólo pueden excitarse
con la mediación del miedo. Y no toda excitación es placentera, confundiéndose muchas veces con la
disforia, es decir, un estado de desasosiego, irritable, egodistónico que nunca termina por ser
voluptuoso o placentero, sino colérico o precediendo a un ataque de pánico.

En otro orden de cosas nos excita (nos estremece o sobrecoge) el miedo y la cólera y por eso vamos a
ver películas de terror, donde proyectar nuestro goce negado, nos excita la sangre y la contemplación de
la violencia, que no es más que un fenómeno de proyección similar. Hay excitaciones tolerables y
excitaciones prohibidas. Las prohibidas, simplemente las negamos y se las atribuimos a otro, si es en una
película mejor, allí tenemos oportunidades más que sobradas de podernos disociar. En realidad las
películas no son verdad sino ficción, por tanto no tenemos nada que temer, se trata de simulacros que
ejercen un efecto "como si" fueran experiencias reales. La excitación sadomasoquista que obtenemos
de los filmes de terror es un ejemplo de ello, son excitaciones intolerables, que nadie aceptaría poseer
de buen grado, a pesar de ser un fenómeno generalizado y placentero, léase voluptuoso.

El término masoquismo ha caído en desgracia, quizá por la misma razón que el término perversión o el
término homosexual, no sólo en los manuales de Psiquiatría sino en el propio discurso social. Estas
palabras gozan de mala reputación, todas tienen una acepción intolerable para el cuerpo social. Nadie
se reconocería masoquista, o perverso, y los homosexuales prefieren ser llamados "gays", porque -
efectivamente- el término perversión, como el término masoquista u homosexual, son términos clínicos
que implican alguna perturbación o trastorno mental. Y antes de la clínica y en ocasiones
simultáneamente con ella, fueron términos médico-legales y delitos tipificados en el Código Penal de
casi todos los países civilizados. Algunas prácticas de este tipo todavía lo son y en el DSM-IV existe un
capítulo diagnóstico al que se le ha suavizado el nombre. Las perversiones ya no son perversiones sino
parafilias y allí comparten nosografía tanto el pederasta, como el masoquista "light". Naturalmente el
influyente lobby gay, consiguió retirar de los manuales diagnósticos a la homosexualidad, suerte, que
desgraciadamente no ha corrido ninguna otra "perversión".

Es verdad que la Psiquiatría supuso un avance en la concepción de estas conductas, que en cierto modo
pasaron desde el sistema Penal a los manuales de clasificación médica durante el siglo XIX, pero la
medicalización de los gustos sexuales, lejos de resolver el problema (si es que hay algo que resolver en

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el placer privado), lo que hizo fue categorizarlo, prologando nuevos abusos sobre los disidentes de lo
sexual.

EL DOLOR Y EL PLACER

Estamos acostumbrados a pensarlos en pares de opuestos, en categorías cerradas, a partir de nuestra


instrucción dual; sin embargo existe otra posibilidad conceptual: pensarlos en un continuo de
sensibilidad-insensibilidad o de placer-displacer, constelaciones cuyos destinos son el dolor o el goce
según la vía en que deriven, o en estados de máxima indiferenciación.

Una tradición sufí, afirma:

Cosas antagónicas ejercen una acción común aunque nominalmente sean opuestas. (Rumi)

El estado de máxima sensibilidad consistiría en una percepción difusa y un estado de receptividad


abierta frente a los estímulos. Todos los estímulos, tanto el dolor como el placer se encuentras
maniatados biológicamente a través de los opioides endógenos. Una paciente mía Marta-, que más
adelante seguiré citando como referencia obligada, una mujer de una gran inteligencia e intuición me
confesó un día:

"El masoquismo es un problema de piel, de esquema corporal, yo no conozco mis límites, los límites de
mi piel, necesito que alguien los marque, les ponga fronteras, algo que señale donde está el término
municipal de mi cuerpo. De pequeña jugaba mucho con eso, me gustaba explorar mis orificios, mis
límites, me abría los labios con hilos y con lana y me miraba al espejo, me sentía diferente así. Me
apretaba los ojos hasta marearme porque quería ver las cosas más pequeñas y distantes como próximas
y las cercanas como alejadas, siempre he tenido interés por marcar el límite de mi cuerpo, a veces
haciéndome daño, poniéndome gomitas en las manos para que se me quedara la marca, un daño que
siempre acepté porque me proporcionaba seguridad acerca de dónde acababa mi cuerpo. Sin embargo
el dolor me da mucho miedo".

Los órganos sensoriales están diseñados para recoger toda la información externa, al menos la
percepción que se encuentra en el rango de lo perceptible. Desde un punto de vista neurofisiológico es
obvio que en la piel no existen receptores para el placer sino para el dolor, quizá porque la percepción
del dolor es más importante desde el punto de vista adaptativo para el ser humano, que el propio
placer. En este sentido la adjudicación de una determinada sensación al registro del placer puede ser
una cuestión idiosincrásica o de simple dosis de excitación o de disponibilidad psicológica. Por el
contrario, en el cerebro existen múltiples sistemas de recompensa que dependen de varios subsistemas
alimentados por diversos neurotransmisores. Parece como si en la marea evolutiva, el cerebro hubiera
de haberse blindado intensamente para poder resistir las diversas calamidades que el cuerpo debería
soportar a lo largo de su vida. Las endorfinas sobre todo, regulan un sistema antidolor en el cerebro,
pero también la serotonina y sobre todo la dopamina, parece que forman parte de un metasistema de
recompensa que regula a todos los demás. El dolor no sólo es percibido periféricamente, no sólo es
estímulo o señal de peligro para la homeostasis, sino también respuesta, porque en parte debe de ser
elaborado por el cerebro límbico. Podemos afirmar que el dolor es mitad percepción y mitad sensación.
En ocasiones, como sucede con el dolor psicógeno, ni siquiera es necesaria la alteración funcional, basta
con la sensación pura a nivel central. El dolor para ser reconocido debe ser comunicado, legitimado por
alguien, es así como se transforma en queja. Sin queja, ningún dolor podría ser reconocido y perdería
por tanto su carácter de señal comunicativa. Sin afecto límbico concomitante, el dolor quedaría en nada

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o poca cosa. El dolor es fundamentalmente una emoción, en contraposición al daño que es algo objetivo
y visible. La polaridad daño/dolor, lo visible y lo invisible forman parte de la ritualización de cualquier
"juego sadomasoquista" (utilizaré el término juego para referirme a cualquier interacción, gobernada
por reglas), como más adelante tendremos ocasión de explorar.

En mi opinión el dilema que plantea el masoquismo es sólo aparentemente paradójico. ¿Puede el dolor
erotizarse?

Si lo estamos pensando desde la perspectiva de los opuestos, es razonable que nos invada cierta
perplejidad: dolor y placer parecen categorías alejadas y que se excluyen mutuamente, existe una
incapacidad física de habituarse al dolor. Sin embargo si lo pensamos desde el punto de reglas que
tienen como fin alejar la incertidumbre de cualquier interacción vista del umbral de sensibilidad no hay
contradicción: o se reacciona o no se reacciona, la conocida "ley del todo o la nada". Desde este punto
de vista puramente fisiológico, el masoquismo puede representar un estado de máxima sensibilidad.

Muchos estados mentales psicopatológicos se caracterizan precisamente por su contrario, es decir, por
un estado de insensibilidad crónica, piénsese en la "flemática narcotización" de algunas personalidades
simbióticas o en la indiferencia del esquizofrénico o en la abulia del depresivo, no sólo al placer sino
incluso al dolor físico. Este estado, conocido como anhedonia, insensibilidad al placer, nos oculta a veces
que también es un estado de insensibilidad hacia el dolor. En mi opinión, estos estados representan el
polo opuesto al estado de máxima sensibilidad, que representan determinados estados mentales
vinculados a la creatividad y por supuesto al masoquismo.

Con todo, es probable que la teoría clásica esté equivocada al pensar que lo que sucede en el
masoquismo es una erotización del dolor. Por qué no pensar, que cuando un organismo reacciona, lo
hace a través de la sensibilidad extrema, dado que los órganos de los sentidos están construidos - como
dice Bergson- para apresar "toda la realidad". Tenemos abundantes ejemplos para hacer este ejercicio:
el proceso creador y el testimonio de poetas, novelistas, compositores, creadores en general así lo
parecen indicar, con la conocida metáfora del "dolor de alumbramiento". El creador, a la llamada de una
determinada "inspiración" se encierra durante meses, sintiendo sólo el peso de las horas, sacrificando -
cómo no- partes de su goce y a veces de su comodidad o su equilibrio en función de esta persecución:
las ideas, las imágenes, las melodías se niegan a ser capturadas sin resistencia, aunque el artista termina
por dar con ellas al objeto de transformarlas. He evitado el verbo sublimar, como expresión verbal de
este proceso, pero me parece pertinente emplearlo aquí.

La mayor parte de la gente (la gente común) se limita a disfrutar y consumir sensaciones de otros. Los
artistas transforman esa sensación y alumbran algo distinto, original e idiosincrásico, destinado al
consumo de los demás: de aquellos que son incapaces de crear nada nuevo, por muy inteligentes que
sean, hábiles o talentosos. Ellos, las personas comunes se limitan a consumir bienes que proceden de la
creación ajena, pero el artista es en tanto que transforma. Ese proceso de transformación desde lo
amorfo hacia la obra terminada, es en esencia el proceso creador. Abundan las descripciones que nos
hablan de que ese "alumbramiento" es doloroso y gozoso, puesto que ambas sensaciones aparecen
amalgamadas constantemente en el proyecto. De otro modo ninguna obra podría ser terminada. ¿Es el
artista un masoquista profesional tal y como sugiere A. Philips?

Es muy posible que el artista tenga alguna disfunción especifica en su aparato perceptivo que le impida
filtrar las percepciones a fin de hacerlas tolerables. Eso es, al parecer, lo que hace todo el mundo,
protegerse de la inundación de estímulos, mediante un filtro, una barrera a los estímulos que llamamos
atención selectiva y también umbral de la conciencia. Y el masoquista, ¿qué hace? Mi impresión es que
los masoquistas obtienen placer de forma muy fácil y sencilla. No es raro encontrar en la población

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masoquista femenina una mayoría de sujetos hiperrespondedores: son las llamadas multiorgásmicas.
Mujeres que por la facilidad con que llegan al orgasmo, quizá precisen colocar una barrera ante su goce
y la realidad.

Desde Freud sabemos que las barreras naturales al placer sexual son tres: el pudor, la repugnancia y el
dolor. ¿Es posible pensar que el dolor actúe como un modulador ante la facilitación neurofisiológica del
masoquista? En el placer hay algo de fastidioso, ciertamente. Tal y como dice Bataille: "el erotismo de
los cuerpos tiene algo de pesado, de siniestro".

Existe una tercera posibilidad en la etiología del masoquismo y es que el dolor no sea realmente sino un
epifenómeno, algo que se llega a tolerar para complacer a la pareja o partenaire, algo que forma parte
del ritual sado-masoquista, que se admite como mal menor a fin de acercarse al objeto y retenerlo.
Naturalmente muchas veces se trata de reajustes imaginarios: las mujeres creen que los hombres
disfrutan haciendo sufrir y los hombres suelen pensar que las mujeres disfrutan sufriendo. Este error
cognitivo puede estar en la base del deseo de agradar, más allá del catálogo de los gestos razonables.
Del deseo de agradar que llega hasta el sometimiento o el sacrificio.

Y por fin, creo que las tres teorías pueden ser ciertas: es posible que el dolor se erotice, como es posible
que un determinado sufrimiento se medicalice, dado que la definición o el rotulado de los sucesos suele
ser un consenso de opinión. Es posible también, que el dolor y el placer no sean opuestos, sino
dimensiones de una única categoría: el umbral de sensibilidad neurofisiológica. O que el dolor se acepte
como mal menor a fin de evitar la separación, el abandono o el rechazo. Por último, es posible que el
castigo se acepte para amortiguar el fácil placer, o como un impuesto "para el placer" ofrecido a la
diosa Moral.

Nietzsche decía que la cristiandad había envenenado a Eros y que si bien esta no había muerto se había
convertido en un vicio, condenando el masoquismo al repliegue intrapsíquico, en virtud de las
exigencias de la Moral, una instancia supraindividual que a través de las religiones monoteístas había
logrado penetrar en el individuo a través de sus creencias. Una moral que no sólo condena la violencia,
sino que trata de aparentar que no existe, tras la mascarada del masoquismo. A consecuencia de este
cambio de ubicación hoy diríamos que ya no es un vicio, sino una categoría psicológica, lo que es lo
mismo que decir que sigue morando en el interior del cerebro humano.

Sin embargo, creo que el paradigma del masoquismo, con todo, no es el dolor, sino la humillación y el
sometimiento a una autoridad atávica, impersonal, que opera desde algún remoto lugar del
inconsciente colectivo en forma de padre (o madre) severo, punitivo y castrador. La tía Zenobia de
Sacher-Masoch es el paradigma universal, en este caso representado por la madre-fálica, dominante e
imaginada con atributos casi divinos.

¿Qué necesidad puede tener alguien de someterse a una figura así?

¿Qué juego de roles siniestro se recompone o descompone con este ritual?

Esta pregunta tiene algo de trampa, porque se supone que es deseable socialmente, lograr ser
autónomo, asertivo, dominante y competitivo. Delegar soberanía en otro parece una claudicación
intolerable para nuestros ideales opulentos. Sin embargo, tenemos que admitir que hay algo en la
autoridad que nos resulta fascinante, y que delegar nuestra voluntad en ella, puede tener un efecto
tranquilizador para gran parte de la población. En este sentido el masoquismo o al menos los juegos de
dominación-sumisión serían fenómenos naturales, que se dan en todos y en cada uno de nosotros en
diversos grados y condiciones. Si es un fenómeno natural, desde luego no puede ser patológico, más
que cuando se hace inadaptativo. En mi opinión, el sadomasoquismo no es una enfermedad sino el
representante vicario de la Moral, entendida como el protocolo de prohibiciones que los humanos

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hemos inventado para oponer a las tendencias naturales de codicia, lujuria y agresión, que son
socialmente inaceptables. También puede ser considerado en su vertiente práctica, como una forma de
obtener control, predictibilidad sobre nuestra situación en la pirámide de poder, una forma de explorar
nuestro narcisismo y nuestra pasividad y eventualmente una forma de reparar duelos o identificaciones
deterioradas o fragmentadas.

El masoquista no es una víctima, porque nadie es masoquista de manera pura e ineluctable, sino que el
sadomasoquismo se presenta en bloque, como representante del erotismo ligado al placer de dar
muerte. Esta pulsión relegada al inconsciente por la humanización y posteriormente sacralizada por las
religiones monoteístas, es la responsable de las actitudes de sumisión propias del masoquismo. Lo
primario es la agresión, lo secundario el sometimiento y la autopunición, aunque se trata de
mecanismos bidireccionales y centrífugos que suponen versiones distintas sobre la manera en que el
ente individual afronta la agresión intraespecífica.

El masoquismo del que estoy hablando de momento, es decir, el masoquismo consentido, no tiene nada
que ver con el problema del maltrato, que representa una lacra social, donde las mujeres viven
atormentadas por maridos celosos o acosadores.

El maltrato supone un caso extremo de sadomasoquismo, donde se pierde el aspecto consensuado de


las relaciones de dominación-sumisión, traspasando las fronteras del goce y la alteridad. Se trata más de
un fenómeno pasional que sadomasoquista. Son pues, fenómenos distintos que mantienen un cierto
parentesco anclado en el mito de que la mujer es la esclava del hombre. Ya veremos como precisamente
el masoquismo -clásicamente- ha venido asociándose más con el sexo masculino que el femenino.

Frecuentemente, el masoquista es un manipulador, pero nunca una víctima, a no ser que no sepa que
disfruta con el sometimiento (o que al menos le resulta más fácil de aplicar que la agresión directa),
cuestión que merecerá un capítulo entero. De esta misma opinión es T. Reik quien en 1941 ya hablaba
de la tendencia manipulativa de estas personas. La novedad que introduce Reik en la concepción clásica
de masoquismo, es su idea de que el origen de estas conductas está en la fantasía, entendida como
ensoñación consciente, un lugar desde donde el sujeto podría contener sus impulsos destructivos,
merced a una serie de mecanismos de inversión. Para Reik, los rasgos diferenciales del masoquismo
serían, primero: el factor suspensivo, el retraso. Segundo: el factor demostrativo, hacer ver, y tercero: el
factor provocador, una tendencia a confundir al testigo: un testigo necesario para que la queja sea
reconocida por el otro.

La idea de que el masoquista no busca sino el placer, está contenida en todas las descripciones de los
psicoanalistas. El propio H. S. Sullivan afirmaba en 1947:

Muchas personas aceptan abusos y humillaciones y cuando las observas, descubres que casi siempre
obtienen lo que desean. Y las cosas que desean son: satisfacción y sentirse a salvo de la ansiedad.

Se refiere naturalmente al masoquista perverso, a aquella persona que obtiene un goce sexual directo a
partir de una escena más o menos sofisticada, una dramatización que incluye fetiches y objetos "ad
hoc". Una escena que no tiene nada de improvisada o peligrosa, antes al contrario, se trata de un
escenario pactado, cómodo y seguro, no exento de humor y a veces de esperpento. Una escena
ritualizada y consensuada. Un ritual es una combinación de conductas perfectamente predecibles, que
son repetitivas y están frecuentemente incluidas en una ceremonia, una liturgia, que tiene como
objetivo limitar la difusión de la conducta y del pensamiento. Un ritual es un atajo al albedrío, podría
decirse que un ritual es todo lo contrario del libre albedrío. La vida está llena de rituales que tienen que
ver con los "fenómenos de pase", los estados de transición, los tránsitos de un lugar a otro. El efecto
catártico del ritual, es tal que no es necesario que sea comprendido por el propio iniciado para que surja
su efecto, generalmente normalizador y tranquilizador.

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Es tranquilizador, porque permite al sujeto mantenerse al margen y no pensar, dejarse llevar en un
tránsito difícil y ser conducido por el peso de los símbolos. Lenguaje como somos, no podemos vivir
ajenos a él. En este sentido los rituales abrevian la complejidad del mundo, al permitirnos sentirnos
como partes de una comunidad humana en contacto con lo sagrado o con la totalidad.

A pesar de que la conducta sadomasoquista está perfectamente ritualizada, con un lenguaje propio,
unos mitos propios y fetiches y jerarquías perfectamente definidos, nada hay tan inestable como la
pareja sadomasoquista.

LA PAREJA SADOMASOQUISTA

Estamos acostumbrados a pensar el sado-masoquismo, mediante una polaridad de individuos. Uno que
somete y otro que es sometido, a veces también, en uno que maltrata y otro que es maltratado. Sin
embargo KraftEbing, ya intuyó que el sadomasoquismo era una entidad única y no son estas tendencias
-necesariamente- antinómicas. Pueden de hecho convivir bajo una misma piel, como sucede siempre
con los opuestos. La sexualidad improductiva, no reproductiva, se caracteriza por un mecanismo de
doble impulso: placer y poder. En este sentido nos recuerda Foucault que:

Ejercer un poder que pregunta, vigila, acecha, espía, excava, palpa y de otro lado el placer de huir,
engañar o desnaturalizar. Poder que se deja invadir por el placer al que da caza y frente a él, placer que
se afirma en el poder de mostrarse, escandalizar o resistir.

La pareja sado-masoquista, como extremos donde confluyen las sexualidades fugitivas de la represión
informe, aquella que procede de instancias irreconocibles y a veces invisibles, no son más que los
actores que se refuerzan recíprocamente en las espirales del juego de placer y poder. Categorías, que
como señala el propio Foucault, no se anulan sino que se persiguen, se cabalgan, se reactivan, se
encadenan según procesos de excitación e incitación.

El sádico (o dominante) no es, pues, el contrario del masoquista, su oponente o adversario, sino el actor
que le sirve de soporte, para explorar corporalmente la función categorial del poder y del placer que de
él se prolonga. No quiero decir que en todo masoquista (o sumiso) haya un sádico “reprimido”, sino que
la dominancia y la sumisión son instancias reversibles y permeables, como ser vago o trabajador,
enfermo o sano. No es rara la inversión de roles entre sus miembros o la convivencia de la dualidad en
un individuo (switch). Roles que se eligen en función de los gustos (del carácter de cada cual) y también
del sexo o de la posición social, en realidad se eligen en función de una mitología: la mitología del
género. Una mitología que adjudica el papel dominante al hombre y el sumiso a la mujer (en cada
especie animal este reparto de roles cambia. Por ejemplo: en los leones los miembros dominantes son
los machos y entre las hienas al contrario, son las hembras).

En realidad, la pareja sado-masoquista no hace sino dramatizar, esperpentizar la relación de poder entre
los sexos. Se trata, sin embargo de una simulación: no pueden existir parejas sadomasoquistas estables,
quiero decir oficiales.

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Las que existen se vinculan con un contrato que les obliga a ambos miembros y por un tiempo
determinado: un consenso a plazo fijo y frecuentemente reversible. Hay algo en la pareja
sadomasoquista que es, al parecer, insoportable, como en cualquier pareja perversa. Sin embargo, estoy
lejos de pensar a la pareja sado-masoquista como una entidad entomológica, tal y como
acostumbramos a pensar en Psiquiatría. Tampoco al perverso lo considero así. Aunque la
homosexualidad, por ejemplo, se haya constituido a lo largo de las últimas décadas como una identidad,
no hay que olvidar que esta identidad se sustenta en la creencia de que la perversión es una especie,
cuando sólo hace un siglo era una categoría jurídica y el homosexual, un pederasta reincidente.

La naturaleza médica o psicológica de la homosexualidad (como paradigma de la sexualidad periférica),


nace en 1870, en el famoso artículo de Wesphal sobre las “sensaciones sexuales contrarias”. No tanto
supone el comienzo de un tipo de relación sexual, como una cierta cualidad de invertir lo masculino y lo
femenino. La homosexualidad aparece a partir de este momento como una figura de la sexualidad
cuando fue rebajada de la práctica de la sodomía y redefinida como una especie de androginia interior,
de hermafrotidismo del alma. (M. Foucault, “Historia de la sexualidad”, tomo 1, pág. 57). La pareja
estable y convencional, la pareja reproductora, se caracteriza por la tensión, la discusión, la negociación,
el cambio de roles, el viraje brusco, la fricción y la ambigüedad, dado que tienen que lidiar con las
contradicciones y colisiones sociales internalizadas y asociadas a su sexo, género y posición de poder:
ningún miembro puede ser dominador o dominado de manera explícita o por mucho tiempo, a pesar de
que la dominación o la subordinación se halle omnipresente en cualquier decisión. La dominación es
una instancia supraindividual que no puede ignorarse, es así que usualmente, esta tensión se resuelve
con un reparto de territorios entre ambos miembros, lo que lleva constantemente a una renegociación
de los roles y del reparto del poder en la familia o pareja. La negociación constante del poder es el "leit
motiv" que anima a una pareja durante toda su vida, un engorro que impregna de una forma casi
permanente los conflictos con la prole. La familia podría definirse como aquel lugar donde se dan las
mayores pugnas por el poder de cualquier institución social conocida, con excepción hecha quizá de la
política o las guerras tribales. Los hermanos se jerarquizan según la edad y sus habilidades de seducción.
Los padres que originalmente poseen y delegan el poder, se convierten en los proveedores naturales de
prebendas y distribuidores oficiales entre sí y hacia sus hijos. Y además, estas alianzas cambian con el
tiempo, de modo que la distribución de poder entre ellos no es algo inmutable, sino que se modifica con
el crecimiento y los logros de habilidades de sus componentes, aunque no sin lucha o cesión de
soberanía de una u otra parte.

La pareja sadomasoquista, sin embargo, opera desde un lugar mucho más cómodo y predecible. La
distribución de roles rígidos amortigua y ritualiza la lucha por el poder que aparece en cada esquina de
cualquier decisión, al margen de resultar protectora, en tanto en cuanto fragmenta la idealización de la
consiguiente devaluación que sigue inevitablemente con el paso del tiempo a cualquier relación. Todo
está pactado de antemano, un Amo que ordena y un esclavo que obedece. Mediante un movimiento
mágico, el poder es transformado, defragmentado en placer, proceso que invierte la dirección causal de
la represión sexual, que tiende a internalizar en los individuos la culpa derivada de la transgresión de su
prohibición. A condición -claro- de que se sigan inexcusablemente determinadas condiciones: que se
ponga fin a la exigencia de mutualidad, por ejemplo, una demanda que impregna cualquier relación,
digamos, convencional. Aquí sólo importará el placer de uno, el otro parece rendirse a una especie de
fascinación o altruismo sexual extraordinario: el de subordinarse a un estereotipo de objeto sexual
absoluto. Se profundiza pues, llevando hasta el paroxismo la distinción objeto-sujeto, una distinción
que, paradójicamente, subyace en cualquier búsqueda de placer erótico, que en definitiva no es, sino
una búsqueda de completud. Una completud que sólo se contenta con la aniquilación del otro en su
"mismidad".

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El resultado de este ejercicio, es que entre la pareja que lo practica, al menos en teoría, no aparecerán
jamás tensiones por el control de la situación, que como he dicho antes, suele ser un control ligado a la
mutualidad. En este sentido la pareja sado-masoquista es una pareja sin mutualidad aparente. El esclavo
se cosifica, se animaliza, se niega o se anula. El amo se idealiza, se convierte en un arquetipo de Dios, lo
que secundariamente permite a este no idealizar y al esclavo no devaluar. Esto es naturalmente la
teoría, porque en la práctica sucede una cosa muy distinta y es la rebelión natural del masoquista o el
cansancio del amo extenuado. Es por eso por lo que la pareja masoquista de tan estable, se convierte en
inestable, y entonces como sucede siempre en las relaciones vicariantes, se impone el cambio de pareja
- de estímulo- con objeto de que el juego pueda jugarse sin fin.

No existe complementariedad alguna en la pareja sadomasoquista, sino un juego metacomplementario


donde el esclavo está continuamente "obligando" al amo a hacerse cargo de él. Se dice -en broma- que
la mejor manera de obtener control sobre un masoquista es negarse a darle ninguna orden, pero es
precisamente este, el juego paradójico que ambos miembros de la pareja parecen realizar. Cuando el
juego va demasiado en serio nos encontramos con un orden dialéctico, que gobierna cualquier relación
de poder y que Losey indagó de manera magistral en el filme El sirviente. Una indagación que se
adentra en los múltiples niveles, pragmáticos y semánticos donde la dominación y la sumisión se
articulan, a veces en simulacros y a veces en la brutalidad gratuita. Las más de las veces nos quedaremos
sin llegar a discriminar ¿quién tiene más poder, el que manda o el que obliga a otro a que le manden? Es
obvio que la relación sadomasoquista no es complementaria, sino ambigua en cuanto al poder de un
miembro sobre otro. Es cierto que, formalmente, parece que haya un dominio real (auténtico, no
ficticio), pero en un orden jerárquico superior de realidades, la observación se complica mucho más, al
no poder definirse -desde dentro de la propia relación- qué miembro es el que realmente está
sometiendo a control al otro. En una observación externa parecería que el fiel de la balanza se
decantara hacia el miembro supuestamente más débil, el subordinado en la relación, el masoquista.
Pero sabemos que se puede llegar a tener mucho poder desde la debilidad o el victimismo, así como
poco o ningún control desde la dominancia.

¿Alguien puede creer que cuando un masoquista paga a una prostituta para que le humille o le
cabalgue, ha perdido totalmente el control? En absoluto, porque "quien paga manda", es decir, el
control viene definido por la cualidad de la relación que en este caso es puramente una transacción
comercial. Dicho de otra forma, en la dominación-sumisión existe una ambigüedad constante acerca de
quién controla a quién en la relación, a pesar de que los roles sean estereotipados y repetitivos. Una
ambigüedad que lleva a veces a los dominantes a plantearse la relación en términos de "posesión" y a
los sumisos en términos de "contrato", tal y como ha señalado acertadamente Deleuze y que de alguna
manera marcan las fronteras entre los niveles comunicacionales donde la dominación/sumisión vira
hacia sado/masoquismo.

En este orden de cosas el masoquista que pide a su Amo que le castigue, está de alguna manera
imponiendo un nuevo control sobre la situación y convirtiendo la relación en metacomplementaria, de
ahí la dificultad de definir la relación desde dentro. Esta imposibilidad es la que genera el continuo
cambio de pareja, es decir, el inicio de una nueva partida.

AMOR MASOQUISTA

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Al contrario de Freud, que pensaba que el masoquismo era el representante del instinto de muerte,
algunos autores como Berliner y Menaker, piensan que el masoquismo deriva de las primeras
experiencias infantiles. No consideran al sadomasoquismo como una fuerza instintiva, sino como una
forma patológica de amar.

En su opinión, el niño premasoquista desarrolla una especie de ceguera que le hace interpretar el
sufrimiento o el abuso como amor, pervirtiendo de ese modo las elecciones objetales posteriores. La
vinculación a la figura punitiva es un enigma psicobiológico, porque pareciera que los mecanismos de
aversión fueran suficientes para mantener a distancia -en el vínculo- al objeto punitivo, sin embargo
Millon afirma que:

El peligro de ser totalmente abandonado genera más ansiedad que el vincularse a otro, aunque se haya
experimentado que de tal vinculación derivan consecuencias negativas. (Trastornos de la personalidad:
Más allá del DSM-IV, pág. 621)

Lo que explicaría la vinculación al objeto punitivo o en palabras de Bowlby, el apego ansioso, una forma
de protegerse de un mal mayor. Mal mayor que hace referencia a la pérdida del objeto, a la separación.
En este sentido, muchas personas preferirán un vínculo tormentoso perverso, y aun de abuso, antes que
perder, definitivamente, al objeto de su dependencia. En un orden de cosas más terrenal, es obvio que
pueden existir amores masoquistas, ese tipo de relación donde "mis males, ni contigo ni sin ti, tienen
remedio". Todos hemos tenido la experiencia de ser amados por personas que detestábamos o por el
contrario habernos enamorado de personas que nunca atendieron nuestros ardores o de otras poco
recomendables. Esta situación también es masoquista, y tan frecuente que no merece ningún
comentario suplementario, salvo señalar que cualquier cosa es aceptable para el enamorado, salvo la
pérdida de la propia relación, aun siendo humillante o insatisfactoria. En este sentido nos puede servir
de fuente de información, el propio arte de este homenaje a Billy Holiday, por parte de Mª del Mar
Bonet.:

Jim no me trae nunca las flores que prefiero

no reímos nunca juntos, porque no lo merezco

No sé porqué estoy tan loca por Jim.

Jim no me dice nunca que soy su ardiente deseo

El fuego del amor con que se enciende

A pesar del tiempo que hace que le conozco

Cuando me siento enferma de amor por Jim

Hago como si me vengara de él

Lo dejo ir, pero mi corazón

Se desgarra aún más

20
Sé que el día en que me ame me dejará

Podéis creerme, será hoy o mañana

Siempre llevaré conmigo alguna cosa de Jim.

Dicho de otro modo cualquier cosa es aceptable, antes que la pérdida del objeto amado, aun a costa de
que no nos ame o nos humille con su indiferencia. Es más, existe la sospecha razonable de que el vínculo
pueda perderse definitivamente con la llegada del amor, cuestión que no por paradójica deja de ser
verosímil.

Algunas personas que he conocido en la clínica y que traían consigo una cierta cultura "psi", y también
un cierto adoctrinamiento psicoanalítico, solían definirse "como personas que siempre se enamoran de
personas no idóneas". Esta definición es propia de mujeres cultas que casi siempre tienen algún
prejuicio sobre su supuesto masoquismo inconsciente, etiqueta abusada por los analistas de todo el
mundo. Es cierto que muchas mujeres parecen siempre "repetir un mismo patrón de elección de
hombres incompetentes" para la vida familiar y práctica, a la que parecen aspirar. Pero se trata
simplemente de una trampa de la propia mujer, una trampa hacia sí misma. A veces amamos sin tener
ninguna esperanza de ser correspondidos, simplemente por buen juicio estético. Otras veces porque
necesitamos desembarazarnos de "cadáveres" anteriores y la mejor manera de olvidar a un amante es a
través de otro que haga de puente entre el olvido y la realidad. Otras veces, porque no queremos
compartir nuestra vida con nadie, aunque no nos atrevamos a reconocerlo.

Las mujeres pueden ser víctimas de una mitología del amor, que en cierto modo las mantiene apresadas
en un ideal romántico al que no consiguen capturar, ni desenredar. Lo que ignoran (o niegan), es que tal
vez no les interesa para nada. Otras se sienten frustradas, por no poder reeditar una familia similar a la
suya de origen, sin caer en la cuenta de que no tienen fuerza ni vocación suficiente para llevarla a cabo.
En mi opinión, las mujeres están tan identificadas con el arquetipo materno, que se sienten totalmente
fracasadas si no consiguen, en un tiempo razonable, reeditar su familia perfecta.

Por otra parte ¿qué significa una pareja no idónea? ¿Cómo detectar la idoneidad de una persona, antes
de someterla a la prueba de la convivencia? Una convivencia que no se regala a nadie y que todos
tienen que sufrir con las preceptivas contradicciones, renuncias y adversidades.

¿Por qué estas mujeres suponen que no tienen más remedio que someterse a ella?

La influencia del psicoanálisis sobre las verdades compartidas por la población es tal, que en
determinados ambientes las propias mujeres consideran masoquista el hecho de no haber podido
consolidar una relación estable con una pareja "idónea" y arrastran su supuesto masoquismo por el
diván de más de un psicoanalista, para caer -quizá- con el tiempo en la cuenta de que no necesitan para
nada ese nicho ecológico que los románticos llamaban amor y los menos románticos, hogar.

Es verdad que en determinados casos, la repetición de la pauta fallida es la expresión de una


identificación vicariante más o menos patológica. Es el caso de la hija del abusador que se empareja con
otro abusador, o la hija del alcohólico que repite su elección paterna en su pareja. Pero estos casos no
necesitan de comentario alguno porque la identidad vicaria está en primer plano y se constituye como
un significante con el suficiente peso para impedir la permeabilidad en la elección de otras identidades
alternativas. Se trata de identidades rigidificadas, aprendizajes anómalos y estilos de vida
estereotipados que se instalan en la conciencia obturando el paso a cualquier otra posibilidad, por eso
hablamos entonces de identidades patológicas, que tienden a preservar, a hacer inconsciente la rabia, el

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miedo o la repugnancia extremas a la figura original de dependencia. En la medida en que nos
identificamos con alguien, nos hacemos invulnerables contra él, dado que nos hemos convertido en una
especie de clon del sujeto temido, que pasa así a un lejano lugar inaccesible a la conciencia. El amor
romántico es un sentimiento muy curioso que aún opera como un ideal, al que las mujeres
universalmente parecen aspirar, no así los hombres, constantemente acusados por las féminas de
escasa sensibilidad y de tener poco contacto con sus emociones. Estas mujeres parecen olvidar que el
amor es un correlato psicológico del sexo, un sentimiento que lo puede trascender, pero no anular. Que
el impulso sexual es el que hay que preservar por encima de todo. Que no sabemos por qué, pero la
tendencia reproductiva es precisamente "el quid" de la cuestión. Que nos enamoramos para
reproducirnos, pero que también y gracias al funcionamiento de nuestro cerebro podemos
enamorarnos sin reproducirnos y aún más: que podemos reproducirnos sin enamorarnos en absoluto,
porque la biología - desnuda de cultura- no precisa de subterfugios.

El amor como concepto y también como sentimiento individual, cambia en función de las necesidades
sociales, no es lo mismo el amor medieval que el amor en el romanticismo y no es ni será lo mismo en el
próximo siglo. Algunos dicen que el amor nació con el siglo XIX y la revolución industrial, cuando dejó de
ser una cuestión meramente patrimonial. En la España postfranquista era usual que las mujeres
abominaran del sexo sin amor. De adolescente viví la revolución sexual de los sesenta con estupor,
presenciando como las mujeres seguían víctimas de la mitología anterior y que a pesar de la supuesta
revolución formal, que sin duda se vivió durante los sesenta, seguían tratando al amor como un
salvoconducto moral frente al sexo. Una especie de coartada que el cerebro humano erigía para
justificar de alguna manera sus urgencias sexuales, que terminaron por liberarse gracias a los métodos
anticonceptivos. Una vez más, el cambio de actitudes vino de la mano de la ciencia y no de la
contracultura.

Uno sólo se enamora cuando existe una predisposición para ello, es decir, cuando se cansa de estar solo,
como decía Pessoa. Otra cosa es la pasión amorosa, algo que pone patas arriba al amor y a la
conveniencia, un sentimiento sólo al alcance de personas especiales e inalcanzables para la mayoría,
fascinada por lo práctico. Estas personas especiales se reconocen por su facilidad por apasionarse por
otras cosas (generalmente ideales éticos o estéticos) más allá de limitarse a hacer lo que se espera de
ellas. La mayor parte de la gente común no tiene pasiones sino deseos prácticos, no dispendia sino que
ahorra, no se apasiona sino que se enamora y por eso se construyen nidos de seguridad donde hibernar
una larga temporada, sacrificando quizá para siempre su potencial erótico: estoy hablando de la
normalidad.

Así, no es infrecuente que muchas parejas se planteen después de muchos años de convivencia y
exhaustos por la crianza de los hijos, si todavía siguen enamorados y se quedan consternados si uno de
sus miembros responde negativamente a esta pregunta o quedan perplejos si son abandonados en
mitad del camino reproductor, viéndose reemplazados por una pareja más joven, atractiva y por
supuesto más apetecible, peor si no tiene aún compromisos reproductivos.

El vínculo afectivo de la pareja está diseñado para durar mucho tiempo en función de la necesaria
crianza de los hijos. No hay en toda la escala animal un mamífero tan inepto como el bebé humano. Su
periodo de crianza, aprendizaje y tutela va más allá de lo que sucede en cualquier otro mamífero. La
complejidad de las sociedades postindustriales no hace sino prolongar más y más este periodo de
transición. Es obvio que el ser humano, la pareja humana, precisa de anclajes y soportes biológicos,
psicológicos y sociales para sortear los obstáculos que se oponen a la durabilidad. En cualquier caso lo
que necesita explicación es ¿por qué las parejas permanecen juntas tanto tiempo?

La pareja necesita un código, una química para elegirse mutuamente. Una química que según las últimas
investigaciones de antropólogos como Fischer, tiene que ver con el atractivo físico, la simetría de la cara,

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el aspecto saludable y otros aspectos individuales. El amor se consume rápidamente, porque su función
es la de asegurar el acoplamiento de la pareja. Una vez consumada la unión, la alquimia placentera del
sexo toma el mando en el vínculo y una extraña armonía, un misterioso cóctel de endorfinas, oxitocina,
noradrenalina y serotonina propiciará a medio plazo que la pareja siga unida, logrando la suficiente
complicidad para afrontar la próxima prueba: el alumbramiento y la crianza de los hijos. He aquí el
periodo más delicado para la pareja humana, el periodo de cuarentenas, ayunos sexuales y la presencia
de intrusos en la familia que descomponen y vienen a interferir de una manera u otra en la luna de miel
inicial. Decía Oscar Wilde que el problema de la mujer es que se convierte en madre y el núcleo fóbico
en cualquier perversión es precisamente la negativa a reproducirse, dado que sólo el sexo (o la muerte),
superan la información que puede reunirse sobre un cuerpo (El cuerpo no es solo una suma de células,
por eso ninguna parte del cuerpo contiene en sí misma información total sobre él. Solo las células
germinales contienen la matriz total de información sobre ese ser, en su carga genética y sólo a través
del sexo podemos trascender el propio cuerpo, asumiendo que sexo y muerte son la misma cosa…).

En este sentido nos aclara Garcia-Lorca:

Es justo que el hombre no busque su deleite

en la selva de sangre de la mañana próxima.

El cielo tiene playas donde evitar la vida

Y hay cuerpos que no deben repartirse en la aurora.

No conozco ninguna descripción más exacta del narcisismo que anima cualquier perversión, en este
caso la confesión de un poeta genial y homosexual, acerca de su predisposición a eludir cualquier
compromiso reproductivo, al mismo tiempo que vincula el placer reproductivo con la muerte (la sangre
de la mañana próxima).

Pero donde falla la biología, interviene el censor social. Ninguna sociedad civilizada admite el abandono
de bebés, o la incompetencia del hombre en este proceso. Todas las sociedades avanzadas protegen a
los niños de las idas y venidas hormonales de sus padres, sobre todos de los papás. Obligados, no por la
urgencia bioquímica sino por las leyes civiles y penales y también, es cierto, por una cierta identificación
femenina, lograda en los múltiples coitos anteriores (y a partir de la identificación original con la propia
madre), los hombres, por lo general, permanecen unidos a sus parejas, algunos de por vida. Pero ¿qué
pierde el hombre y la mujer en este proceso?

Es obvio que el hombre ha perdido el paraíso, ha sido expulsado, por un vínculo mucho más poderoso
que el que lo sostuvo unido sexualmente a su pareja. Ha sido desplazado por el vínculo madre-hijo,
mucho más poderoso que cualquier otro, mucho más profundo y atávico que el propio sexo consentido.
La mujer por su parte ya no es una mujer, es una madre, también ha perdido en el proceso su delicadeza
adolescente, su atractivo núbil y tímido, aquello que la hacía deseable para los hombres. Se ha caído del
mercado del sexo, que no es más que el mercado de la reproducción.

¿Es esto masoquismo?

Cuando Freud se refería al masoquismo femenino, lo hacía con una frase que se ha divulgado hasta la
saciedad. Hablaba de un masoquismo "guardián de la vida". La vida sexual de la mujer discurre paralela
a un cierto grado de dolor y sufrimiento. Las reglas y el acto sexual son dolorosos, al menos al principio.

23
El embarazo es cuanto menos, incómodo. El parto es siempre cruento y lleno de peligros hasta hace
recientemente poco. La crianza deforma el cuerpo y hace a la mujer menos apetecible, por no hablar
más que de los aspectos puramente físicos, vinculados a la tarea reproductiva. Y aun así, las mujeres
siguen quedando embarazadas y los hombres siguen cuidando de ellas ¿por qué?

Se podrá decir que es un mandato biológico y natural, como sucede en el resto de las especies, pero
este argumento se contradice con el potencial autoreflexivo que el ser humano alcanzó en su evolución.
No, las mujeres quieren quedar embarazadas, es parte de su deseo, no se limitan a seguir pasivamente
un proyecto divino o teleológico. Un deseo fluctuante que tiene idas y venidas, contradictorio,
ininterpretable, como todo deseo. Son ellas, las mujeres, las que quedan embarazadas y lo hacen a
partir de un acto repetitivo, hostil a su propio cuerpo que es el acto sexual. Un acto sexual que no es
placentero de forma universal, un acto que tiene que haber sido a lo largo de la evolución de la especie,
un acto no necesariamente consentido, un acto que con toda probabilidad ha sido intrusivo, incluso
brutal. Un acto que -con seguridad- sirvió de moneda de cambio en transacciones mercantiles entre
machos, un acto que fue premio para los machos dominantes de la horda, un don como dice Levy-
Strauss, que fundó el comercio y el intercambio. Un premio para los ganadores casi con seguridad,
homicidas. Un acto que venía de fuera y que muy probablemente no requería de la mujer más que una
participación pasiva o subordinada. Ni siquiera precisaba de su consentimiento. Según Levy-Strauss la
prohibición del incesto tuvo como origen la regulación del "problema del reparto de las mujeres a
través del don”. Ya veremos más adelante como la regulación de la violencia y del sexo forma parte del
repertorio de estrategias que los humanos tuvieron que inventar para equilibrar las comunidades y
hacerlas laboriosas y productivas. Lograr un equilibrio entre las prohibiciones y las transgresiones es el
objetivo principal de toda comunidad, la política se dedica precisamente a eso, asumiendo que tanto la
prohibición como la transgresión son inevitables. Aun así ningún gobierno ha resuelto de manera eficaz
el problema. Un pacto desigual y no pacífico, que se ha llamado "contrato sexual", es decir, un pacto
entre hombres, sobre el cuerpo de las mujeres (Carol Pateman) acceso sexual a las mujeres, como no ha
resuelto tampoco el problema del reparto de los bienes económicos entre sus miembros.

Sin embargo, no todos están de acuerdo con esta hipótesis, o al menos no del todo. Para los pensadores
de la Escuela de Frankfurt, como H.Marcuse, la civilización ha alcanzado un grado tal de desarrollo
tecnológico, que la alienación del trabajo podría neutralizarse a poco que alguien quisiera hacer algo
para ello:

El progreso de la civilización ha atendido el nivel de producción en el que las demandas sociales de


energía instintiva para desprender en el trabajo alienado pueden ser considerablemente reducidas. En
consecuencia la continua organización represiva de los instintos parece impuesta menos por la lucha por
la existencia que por el interés de prolongar esta lucha, por el interés en la dominación (H. Marcuse .
Eros y civilización, pág. 137).

No se le puede negar a Marcuse parte de razón, sin embargo, sea como fuere, parece aceptado que de
ese tipo de escenario sexual descendemos todos. Un escenario violento, machista y brutal que
seguramente operó cambios en la alimentación y en las reglas de la hembra humana, haciéndola
disponible todo el tiempo; un acto que con toda probabilidad no resultó placentero para las mujeres
hasta muy avanzadas etapas de la interacción entre los sexos. Una adaptación inteligente y eficaz, pero
no olvidemos que propiciada desde la violencia del macho hacia la hembra.

24
Se podrá argumentar también que las mujeres disfrutan con el acto sexual tanto o más que los hombres
y que el principal motor de la manía reproductiva de los vivos es precisamente esa alquimia de
neurotransmisores que derramados paroxísticamente, llamamos orgasmo.

Este argumento, de ser cierto, lo es sólo desde muy recientemente. El informe Kinsey ilustraba
perfectamente cómo, a pesar de todos los adelantos tecnológicos, el orgasmo femenino precisa de una
cierta instrucción en el varón y no es en absoluto universal. Los hombres que recurren a coitos breves y
rápidos no consiguen que sus esposas accedan al orgasmo. Se sabe que hay una distribución por clases
sociales de este fenómeno, correspondiendo a los hombres más instruidos el porcentaje mayor de
esposas satisfechas.

Las mujeres han pagado muy caros sus coitos, casi siempre con embarazos indeseados, tempestuosos o
furtivos. Sólo a partir de la década de los sesenta a partir de la introducción de los anticonceptivos, la
vida sexual y la vida reproductiva han podido disociarse en la conciencia femenina, liberando el miedo al
embarazo, que parece ser una de las constantes de la represión sexual (de la culpa). Antes de la
introducción de la píldora, antes de los adelantos de la Ginecología, antes de la introducción de las
medidas de higiene más elementales, las mujeres también quedaban embarazadas, a riesgo incluso de
su vida, su honor y su patrimonio ¿por qué? Una línea de argumentación podrá dirigirse hacia la escasa
contractualidad social de las mujeres, es decir, las mujeres quedaban embarazadas porque eso es lo que
se esperaba de ellas y punto. Bueno, este argumento, siendo cierto, no explica la universalidad del
proceso, ni tampoco por qué hoy siguen quedando embarazadas a pesar de los métodos de control de
natalidad. Tampoco explica el deseo genuino de la mujer por quedar embarazada.

Lo realmente curioso, es que una vez que el sexo y reproducción fueron defragmentados de la
conciencia humana, y se consagró el principio de reproducción electiva, surge en todo occidente, una
nueva lacra, un nuevo misterio: el descenso de fertilidad de los varones y la imposibilidad de fecundar.
Todo pareciera indicar, en una lectura social, que la prohibición se ha desplazado de lugar
internalizándose en la conciencia y fisiología masculinas.

Mi argumento preferido es que las mujeres quedan embarazadas porque tienen una presión interna que
las obliga a hacerlo, un mandato transindividual, un programa reptiliano. En primer lugar, su
identificación materna, poderosa y universal es central y estructural. En otro orden de cosas - ya en el
orden de los mamíferos parlantes- porque el deseo de una mujer, ese espacio semántico donde se dan
cabida todos los sueños, está construido y presidido por ese material, el material reproductivo. La mujer
es la guardiana de la reproducción, porque la mujer es la guardiana de los significados. Ese "significado"
se transmite oralmente de madre a hija y se desparrama entre las grietas del deseo femenino, hasta que
estalla en el embarazo. En el ser humano lo biológico y lo social son la misma cosa y dependen del
mismo soporte genético-ambiental. Ningún hombre tiene ese privilegio, porque los hombres necesitan
para afirmarse como tales romper con la madre original y con todo lo femenino que hay en ellos, que es
mucho como veremos después.

La pregunta que se plantea ahora es ¿qué induce a los hombres a permanecer pegados a sus áridas
esposas en los momentos de la crianza?

¿es esto la expresión social del masoquismo masculino?

Efectivamente, la crianza de los hijos impone restricciones sexuales importantes, no sólo por una
cuestión de prioridades fácticas sino también por el peso de los propios símbolos. El arquetipo de madre
es incompatible con el papel sexual femenino, aunque puedan, fácticamente, yuxtaponerse. Muchos
hombres abandonan a sus esposas durante ese periodo y lo hacen para buscarse una esposa o pareja
más joven. Es decir, a una no-madre. Es insoportable para los supermachos aún no domados por el peso
de los mitos, soportar a sus estresadas esposas. En Europa y América lo hacen perdiendo una parte de

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sus bienes. En otros lugares del globo, con el conocido "ahí te quedas". Aunque sólo para repetir el
juego desde el principio, con otra pareja que en cuanto quede embarazada volverá a operar como la
anterior. Esta es precisamente la gran derrota del varón, fascinado por el espejismo de la felicidad
política y sexualmente posible. Una derrota que procede de la repetición obsesiva de las mujeres por
quedar embarazadas. Embarazos cuya gestión, cada vez más, involucra menos al varón, que puede
incluso actualmente ya, ser excluido en el proceso de fecundación.

Un deseo que queramos o no, le deja afuera, como macho de la especie y le obliga a compartir con su
pareja el peso de la crianza. Es verdad que durante ella se pueden mantener relaciones sexuales, pero
basta escuchar las quejas de los desesperados varones occidentales para caer en la cuenta de que en el
trayecto se perdió quizá lo más creativo del sexo, convirtiéndose en una rutina mecánica desesperante
que hace añorar tiempos definitivamente perdidos.

La pareja está fundada y estructurada sobre la crianza. Si el Estado la protege es precisamente porque la
pareja y la familia instituida suponen un enorme ahorro a los poderes públicos. Se dice que la familia es
la matriz de la sociedad, el horno donde se cuecen sus elementos, los individuos. En su seno nos
educamos, nos identificamos, somos cuidados, sostenidos, nos provee de lo necesario más allá incluso
de nuestras necesidades materiales. Ningún Estado puede proveer de estos bienes a sus ciudadanos, de
forma tan práctica y barata.

No obstante no todos los individuos están dispuestos a soportar con estoicismo esta difícil prueba. Las
sociedades precisan y disponen de instituciones que dan cuenta de este no-deseo o de esta
claudicación: el celibato, la toma de hábitos o la homosexualidad son los refugios identitarios de estas
peculiaridades. Se trata de posicionamientos sobre la sexuación, de posicionamientos altruistas sobre el
tema del reparto de los bienes sexuales.

SEXO, GÉNERO, ORIENTACIÓN Y ROL

Estamos también acostumbrados a pensar en lo masculino y lo femenino como opuestos, ¿por qué
pensarlos como opuestos? No hay ninguna diferencia entre lo masculino y lo femenino, salvo la
diferencia anatómica (y algunas habilidades mentales). Tal y como señala Baudrillard, la diferencia es
una utopía, que persigue la escisión de los términos para más tarde reunificarlos. Una actitud que lleva a
pensarlos como idénticos, a negar la alteridad de los individuos confundidos en la alteridad de los
géneros. Ningún sexo es el Otro del otro, sólo los individuos somos el Otro (el objeto) de un sujeto, una
alteridad necesaria para confrontarse y que oponer al infierno de lo Mismo, a la fantasía de una
reproducción asexuada. Lo opuesto a lo masculino no es lo femenino, porque ambas identidades
amalgamadas son la esencia de lo vital, una mezcla de ellas en distintas proporciones.

La conciencia desune lo que anteriormente iba unido: la conciencia individual opera como un órgano de
desintegración (tal y como decía Jung) dado que aunque la conciencia es universal, cada ente no puede
pensarse más que a sí mismo. La identidad se articula en nuestras sociedades opulentas en torno a la
sexuación, este es un fenómeno relativamente nuevo, porque la apariencia ha tomado el mando sobre
la existencia: el cuerpo sobre los logros. Por eso los síntomas psiquiátricos y el sufrimiento individual
giran en torno a síntomas sexuales, es decir, a conflictos sobre la identidad El sexo es una posibilidad de

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dos vías, se es macho o se es hembra, pero la conciencia recursiva del cerebro del hombre abre otras
posibilidades al tener en cuenta también el género, el sexo cerebral. Ahí, las dos posibilidades se
transforman en cuatro, en tanto cada persona puede "sentirse" hombre o mujer con independencia de
su sexo genético. Pero la cascada de posibilidades no termina aquí sino que la orientación sexual, es
decir, el "gusto individual", multiplica otra vez por dos las posibilidades de elección, se es heterosexual u
homosexual (la bisexualidad no supone una tercera opción, sino una implementación de ambas),
dejando en ocho las posibilidades identitarias. Una nueva duplicación deja en dieciséis los platos del
menú de identidades sexuales si tenemos en cuenta las preferencias de actividad o pasividad, de
dominancia o sumisión. Ser dominante o sumiso, activo o pasivo, son roles que vienen definidos
culturalmente, posibilidades estereotipadas que limitan el pensamiento, ahorran energía al presentarse
como categorías cerradas dentro de un menú binario de opciones, un menú que puede, no obstante,
saltarse a la torera y donde cada cual puede configurar según su propio gusto, su opción. Una opción
que en nuestras sociedades, aparece como un sembrado de distintas posibilidades y donde el rastro de
lo sexual, sólo en determinadas ocasiones puede llegar a percibirse, detrás de los infinitos caudales de la
androginia o del atavismo sexual, tanto corporal como caracterial.

Este sembrado de opciones, que hacen del discurso sexual y por tanto de su prohibición algo
redundante e innecesario, puede a veces llegar a erigirse en identidades, en función del propio peso del
discurso social y su internalización: pasan entonces a convertirse en una ideología. Sin embargo, no
existe ninguna elección en este menú desplegable de opciones, se trata de la condición sexual, una
nueva versión de la fatalidad: se nace macho o hembra de una determinada especie (Por no hablar de
los estados intersexuales, de las cromosomopatías o de las enfermedades que feminizan o masculinizan
el cerebro fetal.): el sexo genético determina al sexo genital y este a su vez configura un precursor de la
identidad sexual, que no es más que la internalización del sexo genital. Pero la identidad genérica, a su
vez, no es equivalente a femenino o masculino, se trata de un nuevo plano que añadir al sexo genital. A
los cuales hay que yuxtaponer más tarde la orientación sexual y más tarde aún, la actitud sexual, esta
vez sí, roles, papeles dramáticos que son distribuidos por el director de escena, es decir, el discurso
social. En este sentido la condición sexual se compone:

Genético

Genital

Psicológico

Actitud

Sexo

Macho/hembra

Hombre/mujer

Hetero/homo

Activo/Pasivo

Como se hace notar, el sexo es una cosa distinta al género y también distintas a su vez a los gustos
sexuales y al rol que en ellos se explicita. Y

todo ello, en ausencia total de contradicción6. Un hombre puede saber que es un hombre, amar a otros
hombres, desearles sexualmente y hacerlo como una mujer (con un estereotipo de mujer) pasiva y
sumisa, tal y como aparece en la magnífica novela de Sampedro "El amante lesbiano". En este caso un

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hombre heterosexual, pero con un amor hacia las mujeres dominantes de un claro matiz "lesbiano",
junto con una identidad de género femenina. Este arte del repliegue y despliegue, en que parece
convertirse el deseo sexual y por simpatía el propio posicionamiento del sujeto individual, queda
magníficamente explicitado en un artículo publicado en

"La historia de la vida privada", y tomada de una revista de opinión difundida entre las mujeres (tomo
6), donde podemos observar -quizá-el discurso feminista que se avecina, en contraste con el discurso
feminista de la igualdad, que parece ya no contentará a las más emancipadas.

Una vez conseguida la igualdad en los terrenos profesionales y sociales, las mujeres ya no buscamos en
los hombres delicadeza, en el fondo despreciamos al hombre que nos trata con demasiados
miramientos. Le queremos en su brutalidad, en su diferencia. Desprecio al hombre lesbiano, que está
demasiado pendiente de mi placer. Esta actitud convierte a los hombres en indecisos, cuando no en
misóginos recalcitrantes. Aunque hay -obviamente-identidades deseables y otras menos deseables.

Merced al apego, podemos identificarnos en un número finito, pero amplio de posibilidades, que van
más allá del determinismo de nuestro sexo biológico, psicológico o del discurso dominante. Así:

1.-Quiero ser como él porque le quiero.

2.-Quiero ser como él, para que ella me quiera.

3.-No quiero ser como él porque le odio.

4.-No quiero ser como él, porque la amo (a ella).

Constituyen posibilidades en el registro imaginario de nuestras identificaciones precoces. Así y todo, el


sadomasoquismo no constituye una identidad sexual, tal y como sucede en la homosexualidad, puesto
que su actividad se articula en torno a los roles que la propia sociedad de la dominación modela en el
deseo individual. Se establece pues, tomando prestadas las identidades asumidas o presumidas en las
relaciones hetero u homosexuales, parasitándolas en un juego de espejos.

La dominancia y la sumisión son rasgos de personalidad difíciles de definir, poco fiables desde el punto
de vista del análisis factorial, con una alta varianza, como dirían los estadísticos. Nadie es dominante o
sumiso todo el tiempo, sucede como en la dureza o en la ternura, extremos de un continuo de
posibilidades ejecutivas que son ensayados una y otra vez en nuestras interacciones personales,
llegando sólo a constituirse en un estereotipo en los casos extremos, ¿patológicos? Sin embargo, parece
que estos polos son usuales en las relaciones sexuales llegando a constituir una forma predecible de
operar y a veces constituyéndose en una preferencia, en un gusto individual. No se trata, pues, de una
condición, como es la heterosexualidad o la homosexualidad, ni de un estado permanente del carácter,
sino de un rol que muy pocas veces se manifiesta en forma de identidad, al contrario de lo que sucede
con la homosexualidad, que siempre existió como conducta, pero cuya internalización como identidad
es un fenómeno reciente e inédito, que coincide con la agonía de los discursos clínicos y con la
identificación y legitimación del género. Sin embargo, no está claro del todo si puede existir un sexo
cerebral distinto e incongruente con el sexo cromosómico y anatómico. Aunque desde la patología
hemos sido capaces de identificar algunos estados intersexuales, cromosomopatías, o enfermedades
metabólicas (el síndrome adreno-genital y el síndrome por insensibilidad a los andrógenos) que inducen
en el feto en gestación modificaciones dimórficas que influyen en la feminización o masculinización de
su cerebro, la neurociencia no ha sido capaz de identificar una causalidad común para todas estas

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divergencias de género/sexo que se presentan en la homosexualidad y que por tanto se establecen en
ausencia de patología alguna. La explicación podría encontrarse en la capacidad recursiva del cerebro: el
nacimiento de la autoconciencia, una instancia que podría explicar, la elección "voluntaria" de género, a
partir de la posibilidad del cerebro humano de "pensarse a sí mismo". No obstante, esta explicación
contradice las declaraciones de los homosexuales, que sienten su orientación genérica como una
fatalidad, es decir como algo innato, al margen de la voluntad. Pero las explicaciones de los
homosexuales también se contradicen, en tanto que ellos mismos reivindican su sexualidad como una
alternativa, como una libre elección.

En la siguiente tabla explico la diferencia que existe entre estos conceptos y cómo determinadas
conductas son adscritas a uno u otro registro.

Condición

Estado

Identidad

Rol

Esquizofrenia

Dudosa

Si

No

Dudoso

Homosexualidad

Si

No

Si

Si

Sadomasoquismo

Dudosa

No

No

Si

Criminalidad

Dudosa

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Si

Si

No

Sexo

Si

Si

Si

Si

Ideología política

No

No

Si

No

Lo realmente curioso, es que aquellas actividades que tienen como soporte una ideología, son
benefactoras para la mente humana, lo que implica aceptar que determinadas conductas están
determinadas por una instancia externa al individuo, y que su alienación puede llevarle de cabeza a la
búsqueda de un sentido, más allá del cual, el albedrío y el reconocimiento del desafío implícito de
cualquier perversión pueden devolver al sujeto cierta ilusión de control, desalienándole del peso de la
culpa, que aunque irreconocible o furtiva, se halla de hecho en cualquier forma de sexualidad y aun más
en aquellas que sortean los fines reproductivos.

La homosexualidad, por ejemplo, sólo es un problema individual, en tanto no es reconocida como tal, y
lo mismo vale para cualquier sexualidad periférica. La sociedad, en su matriz de significados, va
ampliando cada vez más ese soporte, haciendo de dique a que determinadas conductas individuales
lleven aparejadas un sufrimiento adherido a la propia condición. La paradoja es que -precisamente esta
ampliación-supone la ruptura de la transgresión y con ella la aparición de nuevas trincheras donde
retroceder y la aparición de nuevos malestares.

Hay una discontinuidad esencial entre los entes humanos debido precisamente a nuestra capacidad
autorreflexiva. Una conciencia que se piensa a sí misma, una conciencia recursiva. Que no es poco. No
existe en toda la escala animal ninguna mente que tenga conciencia de sí misma, aunque podamos
reconocer mentes en algunos mamíferos superiores. Esta propiedad de recursividad tiene un efecto
estructural sobre el cerebro y una incapacidad añadida: ninguna conciencia puede apresar la totalidad.
Podemos - no obstante-sentir empatía por nuestros semejantes, pero si usted se muere yo sé que es
usted el que muere y a mí no va a sucederme nada. La conciencia humana está presidida por un orden
de discontinuidad (Bataille 2000), para suplantarla recurrimos a la empatía y al apego, que nos permiten
mantener alejados los fantasmas del extrañamiento y la alienación.

Lo masculino y lo femenino son los materiales de la conciencia. La conciencia es sobre todo una
conciencia sexuada, tal y como el cerebro puede definirse como un órgano bañado en hormonas. La
dificultad estriba en apresar estos conceptos, que siendo abstracciones, tendemos a identificar con

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atributos visibles. Atributos, muchos de ellos arbitrarios, que se imponen desde un cierto discurso social,
evidentemente, pero en otro orden de cosas, lo masculino y lo femenino son los materiales sobre los
que se asienta la identidad (la identidad más allá del cuerpo): el sentimiento de ser alguien desgajado
del común, del cemento de lo amorfo, de lo indiferenciado. La sexuación es precisamente lo que
preserva y constituye nuestra identidad. Sin sexuación seriamos seres amorfos, indiferenciados,
idénticos, aunque quizá podríamos tener acceso a la totalidad, si es cierto - como dicen algunos-que las
células que se duplican asexualmente son inmortales.

La reproducción sexual supuso un hito biológico, porque aseguró la pervivencia de la célula madre - que
no perdía en su momento reproductivo-ninguna de sus características individuales. En los seres
sexuados la muerte no es consecuencia de la reproducción, no le es contingente, se trata simplemente
de un aplazamiento. La reproducción sexual sin embargo oculta al ser vivo, la agonía y disolución
inherentes a este proceso. A pesar de eso, los seres sexuados nos morimos en la reproducción, aunque
no somos demasiado conscientes de ello. Somos sin embargo conscientes de que los seres asexuados lo
hacen en cada duplicación, como las células cancerosas o los organismos unicelulares, que
efectivamente no son tampoco inmortales.

El cáncer es una perfecta metáfora de la negación de alteridad y de la replicación de lo idéntico, tal y


como sucede en la clonación. Un organismo sin confrontación posible con el Otro, dejado a solas con
relaciones puramente subjetivas consigo mismo. En palabras de Baudrillard, volveríase su propio
anticuerpo mediante una inversión ofensiva de su sistema inmunitario, un desarreglo de su propio
código, que sustituiría a los desarreglos y desajustes de los desacuerdos o de las pugnas con el Otro.
Ahora bien nuestra sociedad propicia, la neutralización del Otro como referencia natural, lo que hace
que este exceso de desinformación acabe haciéndola alérgica a sí misma.

Toda identidad supone un acto político de toma de posiciones respecto a la sexuación: hay que elegir
(elegir para sí) o ponerse enfrente de esta limitación y también de este vértigo. Sin embargo, hay algo de
tramposo en ese menú. La posibilidad de elección es el truco que utiliza la represión sexual a fin de
hacer irreconocible la pulsión original y que el hombre una y otra vez reinventa: ser homosexual
absoluto, bisexual, disidente o integrado, heterosexual pasivo o combativo, fetichista o uranista
aburguesado, no hará a la pulsión original, la sexualidad como soporte de goce individual, menos
peligrosa para la comunidad o menos engorrosa para el sujeto. Por más posibilidades de elección que
nos muestre ese menú desplegable de "opciones sexuales", la sexualidad sigue estando, prohibida.
Curiosamente la ciencia ficción propone una fórmula para escapar a la prohibición de la sexualidad y es
el trato o la cohabitación con clones o replicantes: concretamente metástasis de un modelo original del
que conservan su apariencia, pero que no son exactamente sujetos, ni seres sexuados, sino seres
idénticos y ahistóricos del modelo que semejan y al también ocultan. Porque todos aspiramos a algo tan
contradictorio como ser parte de la especie humana, de ese magma esencial, y algo diferente desde
nuestra propia individualidad. Desde nuestra propia idiosincrasia, aspiramos a lo holístico y a lo
individual, a lo masculino y a lo femenino. Aspiramos a completarnos, porque nos sabemos finitos y
discontinuos y lo hacemos merced al apego y a sus correlatos: el amor, el sexo y la violencia. Todos
aspiramos nada más y nada menos que "a ser nosotros mismos", auténticos y sobre todo diferentes, sin
que nadie sepa exactamente en qué consiste tal cosa. El drama del ser humano es que sólo tiene una
vida para vivir y muchos sueños que interpretar. Y un sólo cuerpo para contener muchas posibilidades
de goce. Algunas personas parecen ignorar esta paradoja e incluso creen que su identidad es
"verdadera", innata e inamovible. Cualquier identidad es ilusoria (como lo es cualquier completud), y
dan fe de ello los múltiples papeles retóricos que interpretamos en nuestra vida, en función de lo que
nos toca vivir y sobre todo de las dificultades que hemos tenido que vencer.

Toda identidad es como una cebolla, un fruto que crece con diversas capas, pero cuya alma, su centro,
su espina dorsal o su subsuelo, según nos lo imaginemos, es una madre eterna y poderosa. Toda

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identidad se construye sobre las primeras " gestalts" que el bebé construye, a partir de la contemplación
fascinada del triángulo que forman los ojos y la nariz de su madre. De existir Dios es una mujer, dan fe
de ellos los ídolos femeninos prereligiosos. Lo sagrado es anterior a lo teológico. La madre es anterior al
padre.

Sin embargo y aunque desde el punto de vista psicológico, la madre sea la roca, más allá

de la cual, más allá de su espejo, no existe nada más, la fantasía central del hombre, es regresar no tanto
a un estado inorgánico e inmaterial, sino a un estado presexual: una forma de liquidar el engorro, no
solamente de las relaciones sexuales, sino de la alteridad, del reconocimiento del otro en toda su
diferencia. Una diferencia de sexo, de raza, de subjetividad. En este sentido el ídolo más adorado por los
mortales es el llamado por Freud, instinto de muerte, cuya última versión nos la brinda la clonación: una
forma de replicación asexuada, que al repetir las series que contiene el material genético, logra eludir el
incesto y la administración individual de cualquier confrontación del sujeto con el Otro.

En este proceso evolutivo de cristalización de nuestra identidad, una identidad que forjamos a través de
las introyecciones que a lo largo de nuestra vida nos van sirviendo de espejo, la mujer se asienta
definitivamente en ese subsuelo común. Podemos oponernos o pegotearnos a ella quedando fijados a
ese patrón universal que la condena a la ambivalencia. Un subsuelo pantanoso, cambiante y lunático
que ha sido descrito hasta la saciedad por los visionarios. Así Wanda, la esposa atribulada de Severino
en La Venus de las pieles, le advierte:

"Nunca estés seguro de la mujer que ames, la naturaleza de la mujer es la volubilidad."

El hombre precisa de forma precoz distanciarse, negar lo que de femenino hay en él, para construir una
identidad propiamente masculina, desgajada de la madre. Lo hace a partir de las imágenes especulares
que le sean de referencia, dado que la maduración no es sino un círculo donde permanentemente se
está cambiando de nivel jerárquico. Este movimiento de flujo y reflujo permite pensar que pueda darse
también marcha atrás, lo que explicaría la regresión y el funcionamiento mal adaptado de las personas
que no tienen bien estructurados sus "nutrientes afectivos". Se crece comiendo, pero se madura
mediante el amor y la ausencia, mediante el placer y el displacer.

En el hombre existe un movimiento primigenio de retirada, de alejamiento, de miedo visceral a la mujer


a la que para siempre se temerá y se deseará (la puissance a la femme de la que hablaba Lacan). De piel
para afuera o de piel para adentro, este movimiento constituye la esencia de la identidad masculina. La
historia está demasiado llena de ejemplos para sacar a relucir ahora, hay pruebas más que suficientes de
cómo los hombres han abominado de las mujeres, las han perseguido, martirizado o incluso asesinado,
sólo por el hecho de ser mujeres, por el hecho de sentirlas como amenazadoras para su masculinidad o
su virtud.

También tenemos pruebas más que suficientes de la fascinación que la mujer y el cuerpo femenino
tienen sobre los hombres, su carácter de fetiche. Hombres que se visten de mujeres, que quieren ser
mujeres, que se someten a terribles mutilaciones, que hormonan sus cuerpos y los moldean hasta
transformarlos en lo más próximo a su ideal. Un ideal que es a veces, también, esperpento. El cuerpo de
la mujer es y ha sido objeto de culto en el arte, en el cine y en la pornografía, constituyéndose en una
industria de proporciones considerables. El voyeurismo del hombre es estimulado hasta la saciedad en
todos los ámbitos de la comunicación y forma parte ya de la mitología cotidiana. Un voyeurismo al que
no son ajenas las propias mujeres, retrofascinadas por el efecto que su cuerpo provoca en los hombres.

32
Las mujeres se saben un fetiche y se acoplan a este fantasma varonil con siniestra reiteración, a veces
hasta el paroxismo como sucede en la anorexia mental, una forma de dominación a partir de la mirada
del otro.

Los crímenes sexuales, el maltrato doméstico o la subordinación de la mujer son fenómenos que deben
de contemplarse desde este orden de cosas: un empuje biológico a la diferencia, propiciado por los
hombres como mecanismo de defensa a su "empuje" hacia la mujer. El mito del masoquismo moral de
la mujer ha impregnado, desde luego, demasiado a los poderes públicos, a la policía, y a las propias
mujeres. El masoquismo moral es un término que debiera abolirse, porque es contradictorio en sí
mismo y como casi todas las palabras crean realidades clínicas y sociales. Ningún masoquismo es moral,
porque en ese caso ya no sería masoquismo, sino martirio. El masoquismo siempre es físico, erótico y
placentero, teniendo como fin el goce sexual. Aunque algunos martirios parezcan ser masoquistas
dependiendo de la identificación que se escenifique en el juego: el sometimiento consentido o la
autopunición. El masoquismo puede ser ascético, puede ser espiritual, puede ser combativo,
aventurero, místico o escatológico, pero nunca moral. La mártir profesional que tanto vemos en clínica
es sobre todo una totalitaria, una masoquista reprimida, podríamos decir, alguien que ha quedado más
acá del talento y del arte, es un censor, un Torquemada, un fascista, que arrastra su mugre no para
gozarla o transformarla, sino para restregarla por la cara del sistema, del médico o del cónyuge. Un
manipulador que se asegura el control de los demás a partir de sus dolencias proteiformes y
cambiantes, un subversivo de la clínica que viene a demostrar que los médicos no podemos curar a
nadie, sobre todo a ellas. Cosa que los médicos ya sabemos y más, los psiquiatras. El masoquismo moral
pone en juego una enorme dialéctica de poder entre el enfermo y el médico, ya que desde una posición
de subordinación puede acumularse un enorme potencial de dominio, de modo que la confusión del
término parece otra vez servida.

2.-EL MASOQUISMO ERÓGENO

33
Es el masoquismo propiamente dicho, el masoquismo físico, el masoquismo perverso, tal y como se
recoge en todos los manuales de Psiquiatría.

El sadomasoquismo - constelación dual-es una entidad clínica desde que Kraft-Ebing la incluyera en su
ya célebre Psychopatia sexualis. Antes de ser especie, las perversiones fueron parte de lo abyecto, los
materiales de la ignominia. Al medicalizar las sexualidades periféricas, los médicos, acaso sin saberlo,
descontaron del vicio, su carga moral, transformándolo en un estigma clínico, en una "especie
protegida" por los ecosistemas psiquiátricos.

La medicina nunca llegó más lejos de considerar a las desviaciones sexuales como "una degeneración,
aberración, monstruosidad o perversión", prestando pues coartadas a la maldad o simplemente
demonizando clínicamente la diferencia (los gustos sexuales), alegando casi siempre causas
desconocidas, es decir, constitucionales. El perverso lo era “porque lo era”, es decir, nacía así en función
de una serie de errores o anormalidades degenerativas de la naturaleza. Para explicar este fenómeno se
hacía mención a la pérdida de potencia genésica, a la sífilis, la cosanguineidad e incluso a la
masturbación, tal y como el desolado Leopold Von Sacher-Masoch afirmaba en su declaración.

La medicalización de estas conductas corrió pareja a la mentalidad científico-natural que recorrió


Europa a partir de la Ilustración: los médicos intentaban separar el grano de la paja con la precisión del
naturalista. Catalogaron las especies mórbidas con una mentalidad botánica como si de arbustos o
especies animales se tratara ignorando que los síntomas psiquiátricos son -casi siempre y además-
metáforas acerca del sufrimiento. Esta mentalidad dio - evidentemente- muchos frutos a la ciencia. Por
ejemplo, se cayó en la cuenta de que la depresión y la manía eran la misma enfermedad,
descubrimiento nada fácil, porque no todas las depresiones cursan con manía. Es la culminación de un
proceso de lucidez observadora, dado que los psiquiatras de aquel entonces no tenían más
instrumentos diagnósticos que su habilidad empírica y observacional. Se describió también la
esquizofrenia, y al descubrir que era una forma evolutiva similar a la demencia senil, se la llamó
demencia precoz, porque afectaba a personas jóvenes en lugar de adultos ya entrados en años, como
sucede en el mal de Alzheimer. No obstante, la esquizofrenia cursaba con un deterioro cognitivo similar
al de su equivalente demencial, dejando a lo largo de su evolución un defecto, que aún hoy a pesar de
los avances psicofarmacológicos padecen al menos la tercera parte de los esquizofrénicos.

Se describieron las psicopatías, la neurosis obsesiva, la histeria y la paranoia. Junto a ellas, los médicos
catalogaron otras entidades de dudosa existencia, siguiendo con la manía del sembrado de entidades.
Así se describieron las psicosis marginales (Kleist), la neurastenia o las perversiones sexuales asimiladas
al concepto de psicopatía, un concepto que aún hoy se halla en crisis debido a las dificultades
epistemológicas de su definición. Se clasificó como perversión y por tanto como una enfermedad a la
homosexualidad, el sadomasoquismo, el exhibicionismo y el voyeurismo, la zoofilia, la necrofilia, la
pederastia y un sinfín de variantes sexuales exóticas, hoy ya desaparecidas no sólo de los manuales sino
de la práctica, como el vampirismo.

Si se clasificaban estas entidades como enfermedades, era porque se pensaba que había algo averiado
en los cerebros de sus propietarios. Algo averiado susceptible de ser descubierto y eventualmente de
hacer algo con ello. Es decir, algún tratamiento o remedio para esas dolencias, que dejaron
instantáneamente de ser vicios, para transformarse en especies. Sus infractores, pasaron de ser
perseguidos por inmorales a ser considerados enfermos, es decir, sujetos de cuidados y tutela.

Para poner remedio a una enfermedad es necesario conocerla bien, saber su o sus causas, su evolución,
su historia natural y los signos y síntomas con que se delata. Así nació la Patología, una disciplina que se
ocupaba de las entidades morbosas.

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La Patología considera a las enfermedades como entidades naturales, algo vivo en sí mismo que se
transforma, nace, crece y se reproduce, como todo lo vivo, dando lugar a efectos perniciosos nuevos en
el cuerpo. Así, de la diabetes por ejemplo, nos fue muy útil suponer que era una entidad natural o
pensarla así, porque nos permitió adelantarnos a los efectos nocivos de su evolución: la obesidad, la
hipertensión, la retinopatía, la polineuropatía y la angiopatía diabética estaban descritas y eran por
tanto conocidas por los médicos mucho antes de que se sintetizara la insulina y poder contar - al fin-con
un tratamiento efectivo, para mitigar o retrasar los efectos destructivos del exceso de azúcar sobre el
organismo. También se sabía su causa, que el exceso de glucosa era el responsable de la enfermedad y
que la diabetes juvenil tenía peor pronóstico que la diabetes del adulto.

Movidos por este afán clasificatorio los médicos del XVIII y del XIX

pugnaban por describir enfermedades y adelantarse a sus colegas, bautizando a determinadas


enfermedades con su nombre de pila o sus apellidos. Sydenham, Huntington, Alzheimer, Babinsby,
Charcot, de la Tourette, Briquet, son nombres clásicos vinculados definitivamente a la enfermedad que
describieron.

Describir no es descubrir, sino acotar un territorio inmenso donde se dan cabida tanto la patología
médica, como la disidencia, los efectos aniquiladores de la pobreza, la ignorancia y también la
discriminación. Gracias a los médicos clasificadores, los asilos se cerraron definitivamente para
prostitutas, esposas díscolas, timadores, crápulas, vagabundos y maleantes de diversa índole que
compartían destino común con los locos propiamente dichos. Sin embargo, permanecieron abiertos
para los

"depravados sexuales", los oligofrénicos y los fingidores de diversas dolencias que hoy conocemos como
histéricos.

No todo fueron logros en la manía clasificatoria de los méd icos del XIX. También desparramaron y
multiplicaron las entidades hasta el paroxismo, sobre todo cuando se pusieron a clasificar lo
inclasificable: el goce erótico periférico, es decir, el que va más allá de la tarea reproductiva o de la
cópula legítima.

Los exhibicionistas de Lasègue, los fetichistas de Binet, los zoofilos de Kraft-Ebing, los
autonomosexualistas, los mixoescopófilos, los ginecomastas, los presbiófilos, los invertidos
sexoestéticos y las mujeres dispaurenistas. Estos bellos nombres de distintas "herejías" (algunas de ellas
ya desaparecidas, por falta de creyentes) constituyen un ejemplo de diseminación de abyecciones que
los médicos, en lugar de conjurar, terminaron por incorporar al discurso social y por tanto al individuo.
Este movimiento clasificador fue coetáneo de otro movimiento desinstitucionalizador, que básicamente
venía animado por una convicción creciente sobre la inimputabilidad legal de la enfermedad mental. Los
enfermos, si eran realmente enfermos, no eran responsables de su conducta, de manera que había que
precisar qué cosa era una enfermedad y qué cosa, vicio, separar a ambas era la función del médico y
darles a los jueces servidas las sentencias: asilo o cárcel.

Como tiempo atrás sucediera, los médicos tuvieron que discriminar, no ya si determinados síntomas
eran obra de Dios o del diablo, sino si determinadas conductas eran imputables o no legalmente. En este
sentido, la medicalización de las perversiones sirvió para alejarlas paulatinamente de los tribunales de
justicia y aliviar así el peso de la persecución legal sobre homosexuales, pederastas y sadomasoquistas,
que venían siendo tratados por los sistemas judiciales de toda Europa como ladrones, criminales o
simplemente como vagos asociales, movimiento que los jueces agradecieron, y aun agradecen, porque
les proporciona coartadas científicas a su quehacer nada fácil: vigilar y castigar (N del A. Se trata de una
obra de M. Foucault) .No obstante, los sistemas judiciales de nuestra antigua Europa reaccionaron muy

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tarde y perezosamente a estas "convicciones científicas", siendo Gran Bretaña y España los últimos
países en abolir la persecución penal a los homosexuales, por ejemplo.

Pero que nadie crea que esto supuso alguna ventaja para los perversos en su conjunto, porque si bien es
cierto que hoy ya no existen fronteras a la sexualidad privada, ninguna sexualidad es excluida, sino que
tal y como Foucault ha señalado acertadamente-, la incluye en el cuerpo como modo de especificación
de los individuos, es decir, se constituye en una entidad, lo que legitima de nuevo a la clínica y por tanto
si no ya los tratamientos, si al menos la nosografía y la previsible explosión de sexualidades heréticas.

Hasta Freud y los Tres ensayos para una teoría sexual de las neurosis (1905), no hubo cambios
importantes en la concepción de las perversiones. Freud no dedicó demasiado tiempo a su estudio,
ocupándose como es sabido de las neurosis, quizá porque no se dedicaba a la práctica forense sino
clínica. Desde ella, sin embargo, nos legó la nomenclatura moderna y ciertas intuiciones e ideas que
fueron y siguen siendo polémicas. Freud distinguía en 1924 tres clases de masoquismo: el erógeno
(objeto de este capítulo), el moral y el femenino.

El masoquismo erógeno puede definirse como aquel que busca el sufrimiento físico con el objeto de
obtener satisfacciones eróticas y que generalmente le preceden inmediatamente, pero que no excluye
la satisfacción erótica propiamente dicha. Es el masoquismo de Sacher-Masoch y el de Rousseau. Nótese
que la definición deja afuera a todas las búsquedas de sufrimiento con fines distintos al erótico. No es
masoquismo erógeno la mortificación del asceta, porque su fin no es erótico sino espiritual, no es
masoquista la restricción alimentaria de la anoréxica porque su fin no es erótico sino estético. Por otra
parte, no es masoquista tampoco la búsqueda de dolor corporal desvinculado de lo erótico, como
determinadas prácticas carcelarias ligadas a la obtención de algún beneficio, o el daño autoinflingido por
algunas personalidades borderline. Tampoco algunas modas que mimetizan algunas prácticas
sadomasoquistas, como tatuajes, piercings o cicatrices en la piel. El papel de las marcas en la conducta
masoquista se ha relacionado con ciertos impulsos exhibicionistas que de alguna manera estarían
relacionados con la conducta demostrativa del masoquista. El síndrome de la mujer golpeada (battered
woman) y algunas de estas prácticas, donde el exhibicionismo ha sido incorporado por la moda,
vendrían a justificarse a partir del factor demostrativo que existe en la conducta masoquista. Un rasgo
demostrativo que precisa de testigos. Testigos que casi nunca son la pareja o partenaire sino un tercero
imaginario que se incluye en el juego.

El sujeto ignora las razones de tal comportamiento, aunque no lo considera absurdo o bizarro.
Paradójicamente, con esta idea, el masoquista erógeno suele mantener en secreto su inclinación, quizá
porque a diferencia de la homosexualidad, el sadomasoquismo no constituye ninguna identidad
deseable o estructurante.

La homosexualidad participa de alguna manera de alguna de estas características de secreto y disimulo.


Puede comenzar siendo una duda mortificante, una idea obsesiva contra la que el individuo lucha y por
la que puede sufrir persecución o menosprecio. Es seguro que la reacción del cuerpo social hacia estas
variantes es la responsable de la vergonzante clandestinidad en que tanto los homosexuales como los
sadomasoquistas se mueven en sociedad. Contrariamente a esta idea, creo que las luchas de los
movimientos "gays" han propiciado que estas conductas hayan pasado de la clandestinidad hacia una
cierta tolerancia social, y a veces y en determinados ambientes, incluso en una marca de cierta clase.
Nada de eso ha sucedido con las prácticas sadomasoquistas, que a diferencia de la identidad "gay" no ha
logrado aún constituirse como una identidad deseable. Nadie admitiría ser masoquista en público, pero
hay muchos "gays" que no sólo lo admiten sino que reivindican dejar de ser un cuerpo extraño en la vida
comunitaria e incluso participar de los bienes del Estado hacia las parejas de hecho. Quizá por ello, los
sadomasoquistas no se rotulan más así, lo hacen con los términos mucho más suaves de amo/ama,
esclavo/esclava, sumiso/sumisa o “sub”. El cambio semántico parece necesario para librarse de la carga

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penal y clínica que les precedió, al igual que sucedió con los homosexuales. De hecho, en los ambientes
"sado" no se habla de sadomasoquismo sino de relaciones D/s, de relaciones de dominación/sumisión o
la más genérica y anglosajona “bdsm” (acróstico de bondage y sadomasoquismo).

La opinión pública no distingue demasiado entre los términos clínicos antiguos y los modernos, y hay
que insistir en que vivimos aun instalados - en términos de opinión pública - en la era de la clínica. Por
ejemplo, casi todo el mundo cree que los pederastas son enfermos, también los que cometen crímenes
execrables, con un móvil sexual. Cuanto más incomprensible, sanguinolento o gratuito sea el crimen,
más se moviliza la opinión publica en la convicción de que estos criminales son enfermos, identificando
caso extremo con patología mental. Determinados discursos "científicos" también prestan argumentos a
esta clase de suposiciones, contribuyendo a aumentar la confusión no sólo ante los jueces, sino en la
propia opinión pública. En este tipo de lógica los crímenes "comprensibles", es decir, los que se cometen
por codicia, celos, móviles políticos o reyertas comunes serían merecedores de castigo penal, mientras
que los crímenes sexuales, los que se cometen contra niños, las violaciones o los que se cometen bajo
los efectos del alcohol serían crímenes susceptibles de tratamiento psiquiátrico (ahora también
psicológico), eso sí, en lugares cerrados y específicos. Ni que decir que esos lugares no existen y que
esos tratamientos tampoco existen, porque no hay nada que tratar. Médicamente (o psicológicamente),
me refiero. En este sentido, asegura Szasz en El rol de enfermo mental:

En la medida en que la ideología que amenaza actualmente las libertades individuales no es religiosa
sino médica, el individuo debe estar protegido no por sacerdotes sino por médicos.

Añadiré a esta convicción profética de Szasz que los tratamientos psicológicos, que pretenden reeducar
o deshacer los efectos perniciosos de la miseria, de la ignorancia o de la asimilación de la violencia,
ocuparán en el futuro no pocas energías de los cuerpos de funcionarios destinados a tutelar el Mal y que
el peligro mayor procederá de este ejército de bienintencionados ciudadanos, ávidos de reeditar para su
disciplina - la Psicología- un remedo de la peor medicina de siglo XIX y una falsificación de sus actitudes
terapéuticas, a fin de suplantarla en aquellos lugares que la medicina ya abandonó.

Esto es quizá debido –probablemente- a las críticas que suscitaron los abusos de los neurocirujanos de
los años 40-50 y su manipulación quirúrgica del cerebro y de las conductas. Técnicas que fracasaron y
que dejaron mal parada la actitud intervencionista de unos médicos demasiado radicales, que
desacreditaron, - quizá definitivamente-las técnicas quirúrgicas manipulativas de la conducta, que han
sido sustituidas por otras formas de control más sutil. Como se ve, poco hemos avanzado en nuestra
concepción de la disidencia desde que Esquirol liberó a los asilados de sus cadenas. Seguimos
manejando esas dos condiciones: la condición de enajenado (lo que no es comprensible) y la condición
de rufián (lo que es posible comprender). Ni que decir tiene que las perversiones sexuales siguen
perteneciendo al cuerpo de lo ininteligible, en tanto que cada perversión es privada y por tanto
idiosincrásica, inasimilable por la mayoría social, incluso por aquellos que son a su vez, perversos. Este
extrañamiento las sitúa de nuevo en el campo de las categorías clínicas, no ya por la Psiquiatría sino por
los medios de comunicación de masas y por tanto también para el ciudadano común.

El motivo es que esta actitud es tranquilizadora, porque pretende explicar lo inexplicable y por tanto
predecirlo, por eso a muchos criminales sexuales se les etiqueta como psicópatas y sádicos,

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simplemente porque se identifica sadismo con violencia 8. A veces los crímenes sexuales son
catalogados como sádicos simplemente porque en el cuerpo de la víctima se encontraron signos de
violencia. Claro que la hay, una víctima siempre se defiende y para poder reducir a una mujer joven y
fuerte hace falta una gran dosis de violencia, amedrentamiento y derroche de energía gratuita. La
etiqueta de psicópata aparece demasiado a menudo y de forma frívola en nuestro sistema judicial,
como si los jueces, fiscales y forenses precisaran también protegerse de la idea inquietante de que los
crímenes sexuales tienen un móvil sexual (no necesariamente mental) y que ese móvil por sí mismo es
suficiente para cometer cualquier crimen. No hace falta recurrir a etiquetas sonoras o literarias, el móvil
sexual es más que suficiente. Porque la sexualidad es en sí misma violenta y su gestión individual genera
a veces codicia y agresión.

Mi opinión personal es que los crímenes sexuales gozan de una gran impunidad en nuestro país y tienen
un efecto de llamada, como si los criminales percibieran las contradicciones que apresan a los jueces, al
sistema penal y a los propios expertos: la dificultad de nombrar el Mal más allá de la clínica o la
asistencia social. Un criminal que fue condenado por una violación y que fue delatado por su víctima,
aprenderá en la prisión que la distancia de condena entre una violación y un homicidio es demasiado
corta para ser tenida en cuenta. La próxima vez no dejará testigos. Los violadores generalmente no
matan a sus víctimas por sadismo, sino para eliminar pruebas y paradójicamente para no volver a la
cárcel a la que temen, por su escasa popularidad entre la población reclusa. Llamar sadismo a esta
constelación donde lo que se entrevé es simplemente una contradicción social en la severidad de las
condenas y el beneficio secundario del criminal, me parece una broma.

Pero al parecer es una broma en la que cree mucha gente. Efectivamente, la perversidad está en todos y
cada uno de nosotros en distinta proporción y se trata de no ver lo que no queremos ver. Se trata de los
elementos naturales del acto sexual, que es en sí mismo la expresión de la violencia primigenia de la
especie, una violencia si se quiere asumida, pero violencia al fin. Las sexualidades periféricas, los gustos
sexuales, no son sino formas de difuminar la práctica sexual pura y dura a fin de hacerla irreconocible.
Somos sádicos menores cuando mordemos a nuestra amante y masoquistas cuando obedecemos,
"voyeurs ocasionales" cuando contemplamos un cuerpo desnudo y exhibicionistas de temporada
cuando hacemos ostentación de nuestro busto un cálido día de verano o en top-less en la playa. Se dirá
que la necrofilia o la pederastia no forman parte del deseo de un adulto normal y es verdad, bien, pues
digámoslo. La mayor parte de las manifestaciones de violencia en las sociedades avanzadas se deben
más al terror que al sadismo.

Digamos qué conductas son incomprensibles y qué conductas son intolerables. Consensuémoslo de
forma social o política, pero dejemos de usar las etiquetas clínicas como coartadas de lo que nos
queremos ver. La pederastia es un ejemplo de cómo una actividad que no siempre es criminal, sino que
a veces es inocente y universal, puede derivar en un consenso persecutorio, donde se adivina una
especie de histerificación del cuerpo social en defensa de los niños. Los niños han pasado de no existir a
pertenecer a una especie entomológica, protegida por leyes que tienden a hacer de ellos eternos
incapaces. ¿Podríamos calificar a Lewis Carroll como un pederasta peligroso? ¿Podría hoy Nabokov
escribir su célebre novela Lolita, sin ser llevado a los tribunales por alguna asociación de defensa de los
derechos del niño? ¿Y Kubrick, podría hacer su Lolita con una actriz adolescente? Los adultos que son
demasiado complacientes con los niños, pueden ser acusados de pederastas debido a esta atmósfera de
sospecha a la que nos ha llevado el descubrimiento de la infancia. Es asombroso comprobar que las
leyes actuales llevarían a la cárcel de nuevo a Oscar Wilde, si su idilio con su joven Arturo volviera a
darse hoy, aquí y ahora. No es de extrañar que los crímenes más abyectos sean cometidos por
adolescentes cada vez más jóvenes e incluso por niños. De hecho ellos no son individuos, sino
categorías, especies, una alienación que les convierte en inimputables.

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La hostilidad hacia los homosexuales es un ejemplo muy claro de lo que quiero decir. Personalmente, la
homosexualidad me parece incomprensible y un enigma antropológico interesante, no tanto por la
homofilia, sino por la aversión hacia la femineidad y a veces su misoginia encubierta. También el rechazo
de las lesbianas hacia los hombres me parece un enigma, muchas veces disfrazado de compromiso
político, pero lejos de creer que se trate de entidades clínicas, tampoco participo de la idea de que se
trata de una "libre elección".

Entiendo que la falacia de la "libre elección" (de hecho la "libre elección" es solo el ultimo paradigma,
que será en el futuro desplazado por otros, como lo fueron, la aberración instintiva, el vicio amoral o la
neurosis) es una artimaña política, pero no comparto la hipótesis del libre albedrío. Ellos, los
homosexuales, consideran incomprensible la heterosexualidad y se resisten a ser interpretados por
cualquier ciencia, están al parecer demasiado escaldados, sin embargo, el enigma biológico o al menos
antropológico es la homosexualidad no la heterosexualidad. Al margen de la dificultad de comprensión
que tiene la homofilia para un heterosexual, su incomprensibilidad no la convierte "de facto" en una
entidad clínica. Para que exista una entidad clínica es necesario que cause "infirmitas", este es el
paradigma de la enfermedad, etimológicamente hablando. ¿Por qué seguir creyendo que la
homosexualidad es una enfermedad si las parejas homosexuales parecen, y declaran ser tan felices (o
desgraciados), como las heterosexuales y nadie muere o queda inválido por el hecho de serlo? Lo que
no es motivo de defunción, sufrimiento o invalidez es muy dudoso que sea una enfermedad. Pero sea
enfermedad, vicio o alternativa, ¿por qué los homosexuales han sido perseguidos, apaleados,
humillados o expulsados de sus comunidades de origen? Por la misma razón que las mujeres: por el
hecho de serlo, porque suponían una amenaza a la identidad sexual masculina, hecha de fragmentos
femeninos que es preciso ocultar.

No es de extrañar que muchos homosexuales hayan sucumbido al peso de la clínica y se hayan sometido
a tratamientos ineficaces y sobre todo a verdaderos tormentos, neuroquirúrgicos o conductuales con tal
de modificar su identidad sexual. Son los homosexuales vergonzantes, aquellos que en mayor medida
parecen sufrir de su condición y los que tienen con el tiempo complicaciones psiquiátricas. Un efecto
más del blanqueamiento que sufre la Maldad es la negación de ella en los niños.

El DSM-IV conserva aún una categoría para estos casos: La homosexualidad egodistónica, dícese del
homosexual que no quiere serlo o no lo acepta, en definitiva, el que ha sucumbido al peso de la clínica y
cree que es posible virar de identidad.

Los homosexuales egosintónicos, los que aceptan su homosexualidad, sin embargo no van nunca al
psiquiatra (aunque pueden visitarlo por alguna otra razón), son felices, alegres o tan tontos como los
heterosexuales. Cada vez más tenemos la convicción de que disfrutan de las relaciones sexuales más
que nosotros - los heterosexuales- y de una forma más libre e intensa. En ellos, el erotismo es
estructura, quizá porque se sitúan afuera de la tarea reproductiva. Dicho de otra forma, no he visto
nunca en clínica a un homosexual que me consultara por el hecho de serlo, aunque si he sido testigo de
la deriva psicológica de más de una persona que duda entre una identidad y otra sin saber a qué
aferrarse. Y ¿por qué iba a consultar al psiquiatra, si la homosexualidad es precisamente su placer?
¿Conoce algún psiquiatra a alguien que vaya a contarle como se divierte?

Con el masoquismo pasa lo mismo, se trata de una actividad generalizada, tanto o más que la
homosexualidad y a veces vinculada también con ella. Está presente en nuestra vida constantemente
tiñendo de erotismo nuestras relaciones. A diferencia de la homosexualidad es sin embargo una
identidad no deseable, más en una sociedad que venera a los triunfadores, a los independientes, a los
poderosos y a los competitivos. Bien, hay personas que renuncian a eso en su vida sexual, aunque
pueden mantener y de hecho mantienen una vida competente en su vida laboral. Sacher-Masoch era
profesor de literatura en la Universidad de Viena, donde compartía cátedra con Kraft-Ebing. De

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Rousseau, qué puedo decir sino que se trata del filósofo de la Modernidad (Curiosamente el filósofo del
Contrato Social) y tantos y tantos ejemplos que no voy a enumerar. ¿Qué enfermedad mental permitiría
un despliegue tal de condiciones literarias, políticas o filosóficas?

El masoquismo erógeno se ha atribuido en toda la literatura principalmente al hombre, lo que le dotaba


de un aura de incomprensibilidad mayor si cabe. De hecho no existen descripciones de mujeres
masoquistas, ni confesiones de primera mano. Sin embargo, mi impresión es que el masoquismo
erógeno es tan frecuente en la mujer como en el hombre, siendo incluso más frecuente la pareja Amo-
esclava, quizá porque se adapta mejor al discurso social de macho/dominante, mujer/sumisa que el
resto de los emparejamientos, aunque cualquier variante es posible, sin que cambie en lo más mínimo
ni la puesta en escena, ni los utensilios empleados, ni el ritual dispuesto, ni por supuesto la esencia de la
búsqueda erótica, se trate de una pareja homo u heterosexual.

EL PROBLEMA DE LA CULPA

Desde Freud hasta nuestros días, la conducta masoquista ha venido siendo interpretada como un
compromiso pulsional relacionado con el complejo de Edipo. Pero el Freud de El malestar en la cultura
va un poco más lejos: atribuye al sentimiento de culpa un papel decisivo en el desarrollo de la
civilización, le otorga una cualidad correctora de correlación con el progreso, y profetiza un sentimiento
difuso de culpa creciente en la población.

La conducta masoquista sería, desde la perspectiva psicoanalítica clásica, como un remedio para escapar
de la angustia de castración. pensaba que el dolor y la humillación masoquista se aceptaban como vía de
escape a un mal mayor. El mal mayor naturalmente era la castración, un castigo que parece proceder de
un Dios lejano y malhumorado. El miedo a la castración es uno de esos conceptos psicoanalíticos que
valen tanto para un roto como para un descosido. La frigidez, la impotencia, la eyaculación precoz, todas
las disfunciones sexuales, las perversiones y buena parte de la clínica, tendrían su origen en este miedo
atávico del hombre a perder sus atributos viriles. En la mujer, lo que estaría en primer plano, es
precisamente la atribución de la castración sobrevenida y su reconocimiento. Creo que el miedo a la
castración - de existir - no justifica un despliegue tan generalizado en la clínica psiquiátrica y en los
temores universales del hombre. A no ser que represente una metáfora sobre la pérdida.

Por otra parte, los argumentos psicoanalíticos son invencibles desde dentro del propio sistema de
pensamiento que los contiene, tal y como han señalado epistemólogos de prestigio, como Popper o
Grunbaun. Para muestra este botón extraído de un texto de Nacht sobre el masoquismo y referente a la
masturbación:

Este es el caso de la frigidez masoquista de ciertas mujeres que no se han perdonado nunca la
masturbación infantil. El sentimiento de culpa no suprime las tendencias a la masturbación, por el
contrario estas mujeres son frígidas o sea privadas de satisfacciones sexuales. Por este hecho, toda
tentativa realizada o incluso reprimida de masturbación desencadenará reacciones autopunitivas
masoquistas. Pero también fuera de estos casos en los que la frigidez se acompaña de masturbación más

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o menos aceptada, el hecho de mantener la idea de femineidad (tal y como está representada aquí por
sus genitales, o sea como resultado de una castración), unida al complejo inconsciente de una falta y de
un castigo, perpetua la necesidad de este último. La observación psicoanalítica nos muestra que la culpa
no se borra nunca mediante el castigo. Esto es lo que explica, el masoquismo en este tipo de mujer, que
la castración imaginaria e inconsciente aceptada como castigo no la preserva sin embargo de toda la
serie de reacciones autopunitivas destinadas a invocar el sufrimiento.

Bueno. De la lectura de este enrevesado texto podemos concluir que el masoquista se siente culpable,
porque de pequeño se masturbaba. Esta es en esencia, la teoría psicoanalítica clásica. Los masoquistas
son culpables de haberse masturbado, ellos lo saben e inconscientemente buscan un modo de expiar su
"pecado". Y además: hagan lo que hagan para expiar esta culpa, seguirán siendo culpables, porque la
culpa y la mortificación subsiguiente, no puede "lavar" la falta cometida. Naturalmente, considero la
teoría de la masturbación como uno de los mitos psicoanalíticos, más fácilmente rebatibles de todos los
que conozco. A pesar de ello, creo que -efectivamente-los masoquistas son grandes masturbadores,
algunos de ellos han elegido este medio de autosatisfacción como la única actividad sexual permitida. Es
lógico que los psicoanalistas dieran tanta importancia a esta observación clínica, dado que es cierta,
aunque puede discutirse sobre si es la causa o un epifenómeno. ¿Por qué habría de sentirse culpable un
masturbador inveterado? ¿A quién daña con su onanismo? ¿Por qué se le ha concedido a la
masturbación infantil un lugar tan importante en la causalidad de lo psíquico? ¿Por qué habría de
hacerse masoquista un masturbador, y no miembro de alguna secta ultrarreligiosa?

El peso de la religión es desde luego muy importante en este tipo de creencias precientíficas. Tanto el
judaísmo como el cristianismo “prohíben “ (en realidad todas las religiones monoteístas contienen
prohibiciones acerca de la masturbación con sus correspondientes correlatos punitivos), de hecho la
masturbación, pero todas las personas que conozco se han masturbado de jóvenes (y de no tan
jóvenes), a pesar de haber sido educados religiosamente. La masturbación es una práctica inocente y
universal, cierto es que muchas veces realizada con escrúpulos de conciencia, en función de la clase de
instrucción moral que haya recibido cada cual, pero fuera cual fuera su origen y condición, todos han
(hemos) seguido masturbándose (nos) a pesar de las restricciones impuestas, por educadores,
progenitores o autoridades divinas. Y sin embargo, no todos somos masoquistas, a pesar de admitir que
la realización de una conducta libremente, no suprime, necesariamente, la culpa inconsciente
relacionada con ella.

La opinión actual es que no es sólo la religión el origen de tal prohibición. Las religiones (y no todas)
vienen a apoyar una necesidad humana fundamental: la normativización de la vida en común mediante
el control instintivo, que suele estar siempre en oposición con el orden comunitario y más aun, desde la
necesidad añadida por las sociedades agrícolas del reparto de las cargas derivadas del trabajo,
constituyendo algo así como la coartada o la justificación teológica de la prohibición. Una prohibición
que se acata en realidad en nombre de lo sagrado, inapreciable en las sociedades politeístas o paganas.

La masturbación es un pecado menor si se compara con el incesto o el parricidio, dos de los tabúes
presentes en todas y cada una de las colectividades de forma universal. Sin embargo Bataille en 1979
aseguraba que las prohibiciones universales genéricas son la prohibición sexual y la prohibición de la
violencia. Las prohibiciones particulares como la masturbación o el incesto son aspectos variables. Dicho
de otro modo:

"En la representación general que se suele tener de ella (el incesto), sustituye a la prohibición sexual
propiamente dicha. Todo el mundo sabe (sic) que existe una prohibición sexual, informe e imposible de

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captar y que la humanidad entera la observa, pero de un acatamiento tan diverso según los tiempos y
los lugares, nadie ha extraído una fórmula que permita hablar en términos generales…(...) así la
prohibición sexual ha escapado hasta el presente a la curiosidad de los investigadores…al tiempo que el
incesto era considerado un enigma por resolver."

Bataille nos está llamando la atención sobre cuál es en definitiva la prohibición principal: la prohibición
sexual. Según él, las comunidades primitivas tuvieron que limitar tanto el goce sexual como el gusto por
la violencia en aras de la convivencia y sobre todo de la productividad. En este sentido, hay un mandato
transbiológico que limita el goce sexual y la agresión, representado terrenalmente por instituciones
jurídicas universales como el incesto o la prohibición del parricidio.

El mismo Freud a lo largo de su vida cambió de opinión en muchos de sus primitivos postulados. En sus
artículos más recientes cuando investigaba la "reacción terapéutica negativa", postulaba en Más allá del
principio del placer precisamente que:

"La culpa es anterior a la falta”.

Enunciado con una cierta dosis de paradoja, pero que nos permite vislumbrar una cierta coincidencia
con la tesis de Bataille, es decir, la culpa no procede de la religión o de la instrucción moral, sino que
éstas son la coartada de aquella que preexiste a la religión.

Lo que estaría prohibido no es tanto la actividad masturbatoria, o las fantasías eróticas, sino la
sexualidad misma. El Superego individual sería de alguna manera el representante genético de la
normatividad primigenia que regulaba la vida en común.

Pero al parecer el que inventó la ley inventó la trampa, porque:

"Existe una relación complementaria entre la prohibición -que rechaza la violencia y la condena- con
unos impulsos de transgresión que la liberan….en este sentido sólo podemos concluir, desde que el
hombre adquirió la posibilidad de representación, que en oposición al trabajo, la actividad sexual es una
violencia que como impulso inmediato que es, podría perturbar el necesario trabajo en común necesario
para la supervivencia de una comunidad, que mientras está trabajando no puede quedar a merced de la
actividad sexual" .

La condena bíblica al trabajo - opuesto al erotismo - parece que por extensión nos obligaba también -
aunque no lo hubiéramos percibido-a ser castos o al menos a regular nuestra actividad sexual. También
nos obliga, casi simultáneamente, a transgredir la norma para nuestro beneficio individual y también a
sufrir un castigo por ello, bien sea la persecución de las leyes humanas o divinas; en ausencia de ellas,
toma el mando nuestro censor particular, un quintacolumnista de la evolución que pervive en nosotros
desde que el libre albedrío se adueñó de nuestra voluntad. Libre albedrío que como es sabido procede
del judaísmo y que acabó separando –definitivamente- al hombre de Dios, su creador, que le otorgaba
la capacidad para el bien y el mal, es decir la libertad, una libertad por la que tendría que rendir cuentas
y aceptar la cólera de Todopoderoso. Nuestro concepto de la libertad procede de este gran hito
religioso, que inventara Moisés para guiar a su pueblo hacia un destino posible, una libertad para elegir,

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una libertad para transgredir, y una libertad para ser condenado. La verdadera libertad consiste pues, en
el derecho a sentirse culpable, al menos la libertad en la que creemos los occidentales.

De hecho, castigar significa "poner castidad", poseen ambas voces la misma raíz etimológica, se castiga
para obligar a ser castos. Es precisamente la castidad el bien a proteger en el castigo, en cualquier
castigo. Sin embargo, nada hay tan sobornable como ese pequeño centinela moral que llamamos
Superego. Toda la filosofía, desde Platón hasta Kant se ha ocupado de ello, nadie parece rendir cuentas
al "imperativo categórico", siempre insuficiente para regular nuestra vida en común y todo el mundo
parece vivir de acuerdo con su conciencia, hasta los mayores criminales se autojustifican internamente
con argumentos más o menos verosímiles. No podía ser de otra manera. La prohibición contiene en su
germen a la propia transgresión.

Se prohíbe, pues, lo placentero. No habría ninguna necesidad de prohibir el trabajo, el sufrimiento o el


dolor, abominados por casi todo el mundo. Y se transgrede la norma, porque matar, maltratar, dominar,
enriquecerse producen placer, bien por sí mismos o porque facilitan el acceso a bienes apetecibles como
las hembras, cuyo acceso es limitado y regulado por reglas ordenadas e inmutables, a veces invisibles. La
libertad que gozan los animales en el sexo es ansiada por todo el mundo y el acceso universal a las
mujeres es buscado por el macho atávico desde el principio de los tiempos y no con fines reproductivos
precisamente, sino sometiéndose a un plan preternatural que los hacía coincidir. Hay, desde luego,
condiciones para la culpa individual. La humanidad entera, diría, es culpable. No existe ninguna especie
que haya sido tan depredadora con el medio natural, tan insensible con las plantas, con los ríos, con su
entorno inmediato, los animales y con sus propios congéneres. La lógica del cazador instalada en el
corazón del hombre le ha impuesto una penitencia sobreañadida, que procede de la conciencia de
fragmentar un orden, de avasallar otros seres vivos que en una época remota, a buen seguro, se sentían
como parte del propio entorno, como un idéntico, un similar, un prójimo, que es necesario sacrificar a
fin de apaciguar la insoportable sensación de discontinuidad del ser individual, un ser superfluo y
ocasional, que precisa a través de la muerte del chivo expiatorio renacer en cada paroxismo y en cada
agonía individual. Lo sagrado y el sacrificio se hallan en el origen de la Humanidad, representan la
conciencia del ser humano de atentar contra un orden natural. La necesaria expiación de esa culpa está
en el origen de los sacrificios humanos, necesarios para compensar la transgresión que el hombre
comete contra otros seres vivos.

Una forma de transgresión es el erotismo. El erotismo transgrede el orden reproductor de los humanos
y pone patas arriba el "orden de picada sobre las hembras", puramente animal. El erotismo es el arte de
la pulsión sexual, porque de lo que se trata en él, es de "alcanzar al ser en lo más íntimo". De lo que se
trata, no es tan sólo de poseer al amado, sino de confundirse con él, a pesar de que el sujeto es siempre
inaccesible. Sí hace falta, aniquilarle.

El paso del estado normal al estado de deseo erótico supone en nosotros una disolución relativa del ser,
tal como está constituido en el orden de la discontinuidad. ( Bataille , El erotismo). Seres discontinuos
como somos, tratamos con el apego de los cuerpos y con el apego de los corazones de abrirnos paso en
la discontinuidad del otro para apropiarnos de él. El objeto del Deseo sea hombre o mujer, bordea las
cualidades objetivas del mismo, se trata de atrapar su cualidad objetal, su aspecto más intangible. Lo
que pretendemos es disolverla, para así mezclarnos con ella y acceder a la totalidad: un orden capaz de
superar la dialéctica objeto-sujeto, que nos resulta intolerable en cuanto entes discontinuos.

“Toda la operación erótica tiene como principio una destrucción de la estructura de ser cerrado que es,
en su estado normal cada uno de los participantes del juego. ( Bataille , op.cit.)". Naturalmente, el
erotismo es un exceso que moviliza no al hombre, sino al ser, le cuestiona más allá de un orden

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biológico, psicológico o social, le cuestiona desde el punto de vista metafísico. Un pleonasmo de lo
ornamental y de lo útil, algo parecido al arte y al juego. El erotismo se halla muy cerca, pues, de lo
sagrado.

Se trata de ir más allá del amor convencional con fines reproductivos, y por supuesto del amor como
forma de lograr una cierta adhesión en el devenir de la vida, o del amor como complicidad de dos
personas que comparten aficiones o intereses comunes. De ir incluso más allá de la belleza, porque lo
que está en juego en el erotismo, es una disolución de las formas constituidas, de ahí el vínculo siniestro
que existe entre el erotismo y la muerte. Decía Lacan:

"Placer es todo aquello que se añade a la vida, el goce es todo aquello que logramos sustraer a la
muerte”.

Y aseguraba Sade:

"No hay mejor medio para familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina".

El erotismo es pues una forma universal de transgresión, una posibilidad creadora del hombre, de ir más
allá de la propia determinación biológica que lo sostiene y lo limita. Puesto que la muerte no es sino
evidencia de nuestra duración como individuos, ¿podríamos sin violencia interior asumir esa
imposibilidad que nos conduce hasta el límite de lo posible?

Por eso:

"Si el amante no puede poseer al amado, piensa en matarlo, con frecuencia preferirá matarlo a
perderlo”, porqué - asegura Bataille- " la destrucción de un ser discontinuo, no afecta en nada a la
continuidad del ser que generalmente existe fuera de nosotros". Si el erotismo transgrede y trasciende
el orden reproductor y el orden del trabajo, nada hay en su actividad que sea imposible de imaginar.
Cualquier variación sobre el tema eterno de un ser que pretende "apropiarse de otro ser", también
discontinuo como él, mediante el apego que nos fue dado por nuestra incompetencia holística, es y será
posible. La amenaza constante de ser abandonado, con la amenaza sobreañadida de quedar solos,
frente a frente, con nuestra nostalgia sobre la continuidad perdida, es insoportable para todos y
permanece en la conciencia individual en forma de sufrimiento, un sufrimiento que tratamos de
exorcizar con diversas estrategias. El sadomasoquismo es una de ellas.

ANIMALIDAD, FETICHISMO.

Ya he comentado la fascinación que ejerce la sexualidad animal sobre el hombre. Para cualquier persona
común, poco interesada por la etología, la sexualidad animal es libre, mucho más libre que la del
hombre. El animal impulsado por su propio instinto, y por la ignorancia de su finitud, no está sujeto a
restricciones o prohibiciones morales. En este sentido, muchas personas entienden que los animales son
perfectas metáforas de una sexualidad sin restricciones.

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Los toros, caballos, perros o cerdos, parecen ser los elegidos para proyectar en ellos nuestra propia
sexualidad, de ello dan cuenta nuestros sueños y los roles empleados en los juegos sadomasoquistas.
Los masoquistas masculinos prefieren el caballo (homo equino) para sus juegos de humillación, las
mujeres eligen al gato, al perro o al cerdo como soporte de su identidad masoquista. El animal no sólo
se elige como paradigma de la libertad sexual sino también por otras razones: El perro está vinculado a
su amo de una manera similar a la del gusto masoquista. El esclavo pretende cosificarse, arrastrarse por
el suelo, como una alegoría perfecta de la propia sumisión. El perro es leal y no hace sino obedecer
ciegamente las ordenes de su amo, en quien proyecta - por cierto-el poder de serlo, su necesidad
gregaria. El perro no tiene voluntad, ni deseo o conciencia de ser un perro. El perro no sabe que es un
perro, ni siquiera sabe que tiene cuerpo. El perro yace en el polvo, duerme a los pies de su amo, carece
de voluntad propia, sólo acepta órdenes y obedece, come en el suelo y frecuentemente las sobras de
comida de su amo. Es pues el perfecto siervo.

En este conocido poema de F. García-Lorca aparece esta alegoría de la sumisión:

Si tú eres el tesoro oculto mío

Si eres mi cruz y mi dolor mojado,

Si soy el perro de tu señorío

No me dejes perder lo que he ganado

Y decora las aguas de tu río

Con hojas de mi otoño enajenado.

En nuestras sociedades opulentas los animales de compañía, las mascotas, el perro, representan la
alteridad cero. El gusto por estos animales, procede del hecho de poder amar a alguien, que no
representa al Otro y con el que -imaginariamente-podemos volcar fantasías amatorias, sin el peligro de
decepción que acompaña siempre a las relaciones entre humanos, gobernadas por la diferencia y la
subjetividad.

El caballo sirve para ser montado, uno de los gustos más frecuentes en la población masoquista
masculina. Ser montado por una amazona soberbia y quizá espoleado por las botas de un ama
dominante e inasequible, mientras es –también-azotado y obligado a cabalgar al trote. Cabalgar como
una metáfora de la posesión carnal, donde la mujer a horcajadas puede explorar cenestesias
desconocidas para el hombre. Tanto los perros como los caballos, necesitan ser encadenados y
sujetados por un dispositivo que permita guiarlos, un collar, una embocadura, pues carecen de voluntad
propia o al menos no es lo que se espera de ellos, sino que obedezcan al amo o al jinete: una
prolongación -narcisista- de su cuerpo y su voluntad.

Si hay una prueba de la "degradación" consciente y voluntaria que acompaña al deseo masoquista es sin
duda la identificación con el cerdo. Un animal que yace en sus excrementos, en su propia deposición, un
animal envilecido, que es tomado como referencia por muchas personas, como el representante de la
abyección más profunda. Imagen fascinante, como la prostituta, que aunque en nuestra cultura se
identifica con la miseria y la enfermedad, no deja de ser una imagen recreada en muchas fantasías de
este tipo, como el gañán sudoroso o la fealdad extrema. En mi opinión, la animalidad de los masoquistas
es una estrategia para conseguir ser dominados más y mejor por el componente dominante de la

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relación: una estrategia de cosificación o degradación, en realidad un simulacro de la falta de alteridad,
aunque no hay que olvidar tampoco el papel de la piel y del pelo que reviste a estos animales y lo que
les confiere atributos cercanos a la Venus de las pieles:

La piel animal simboliza el retorno a la camada con su fuerte olor a pieles y cuerpos, que constituye
como es sabido, uno de los placeres anexos al coito y una reedición del erotismo infantil en la relación
con la madre. (Chazaud, Las perversiones sexuales, pg. 118)

En cuanto se animaliza, una persona deja de serlo, se cosifica hacia su aspecto más intangible y es
posible someterla por tanto a una mayor subyugación. Los rituales sadomasoquistas en la actualidad
están sufriendo cambios vertiginosos, como no podía ser de otra manera, y gran parte de las
descripciones de Kraft-Ebing no son ya más que literatura, sin embargo el encanto por la animalidad y la
sordidez perdura. En este sentido, la descripción simple de los rituales masoquistas de una época
determinada, no son sino artificios cambiantes en la estética del fenómeno. De hecho, gran parte de la
parafernalia clásica sobre el masoquismo (cuero, cadenas y zapatos de tacón) ha sido substituida por la
estética del "piercing" y los tatuajes, estética domesticada al servicio del gran consumo y de la
globalización, donde persiste disfrazado el gusto por la imagenería totalitaria de tipo nazi, en peinados,
botas militares y cuero. Una estética que sobrevive a los cambios sociales, como un icono del dominio
de unos sobre otros.

En mi práctica he encontrado pocos casos donde la animalidad sea tan evidente, sin embargo es
relativamente frecuente encontrar casos de este tipo en las formaciones delirantes de algunos
pacientes, por ejemplo en los delirios de temática licantrópica.

Se trata de trastornos delirantes raros, donde el paciente siente ser un perro, o un lobo.
Consecuentemente con esta idea, vive alejado de los núcleos de población, generalmente en el bosque,
donde se alimenta furtivamente de la caridad o del hurto de comestibles. Como sucede con el delirio del
doble (síndrome de Capgras) se trata de perfectas metáforas, formas exageradas de la convicción
delirante de que se es un animal (que adopta la estrategia del rehén), con un obvio trasfondo
masoquista o de la replicación asexuada, en el caso del delirio de Capgras.

Creo que la animalidad en definitiva es una estrategia destinada a agrandar el abismo, la distancia entre
el Amo, divinizado, y el esclavo animalizado o cosificado. De lo que se trata al parecer es de conseguir
que el objeto sea inasequible. Y que recuerde las fijaciones eróticas generalmente vinculadas a lo
cutáneo:

La piel animal es evocadora de los placeres que acompañan a los cuidados maternales, así como el deseo
de ver el cuerpo desnudo de la madre a quien se intenta seducir exhibiéndose y de la que se espera ser
golpeado, despellejado. (Chazaud , Las perversiones sexuales, pg. 118 ). Donde se advierte,
precisamente, el goce de tener sin tener, de ver sin ver, de insinuar apenas un deseo disfrazado detrás
de una tonelada de metáforas y de ser castigado, para quizá más tarde, ser cubierto de besos. Aquí
encuentro algunas diferencias entre las actividades eróticas según uno y otro sexo. La distancia y la
inasequibilidad del objeto son importantes sobre todo en la pareja Ama/esclavo/a. Menos importantes
me parecen en las otras dos, donde el hombre es instalado en el papel de Amo. La mujer, ama primitiva
y primigenia, necesita ser protegida, mediante mecanismos de idealización, al parecer por alguna
debilidad estructural de su soporte metafórico (sobre todo para los hombres). Nada de esto me ha

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parecido entrever en las relaciones Amo/esclavo o de Amo/esclava. Las relaciones donde la mujer es el
miembro dominante parece que se acoplan peor a la fantasía masoquista y precisan de una
escenografía más potente y de una tramoya mucho más elaborada. ¿Existe alguna diferencia entre
ambos tipos de masoquismo?

El ritual masoquista Ama/esclavo, efectivamente, carece de satisfacción erótica completa y me parece


un rasgo diferencial de importancia, en relación con la posesión real que tiene lugar cuando "el Amo" es
un hombre, lo que hace que se diga que el verdadero masoquismo es el masculino. Casi todos los
masoquistas masculinos obtienen un corolario a toda su dramatización en forma masturbatoria. En este
sentido, me parecen oportunas las observaciones clásicas, al vincular el masoquismo con la
masturbación, sin embargo, creo que el masoquista no lo es por masturbador o impotente, sino que en
la lógica de la propia distancia buscada y que le separa de su ama o amo, no se permite el acceso sexual
a ella/el, porque precisamente éste es el goce. Un goce que trata de impedir el acceso sexual directo.

Un goce que no tiene ninguna relación con la imposibilidad de obtenerlo. El masoquista frecuentemente
no es un impotente, diría que es excepcional esta situación. El caso siguiente alumbra esta afirmación.

Iván tiene 24 años y consulta por un cuadro que nada tiene que ver con sus gustos masoquistas. Es un
muchacho bien parecido que trabaja de recepcionista en un hotel. Iván tiene muchos contactos sexuales
completos con chicas de su edad, pero este tipo de sexualidad le aburre. Alguna vez ha pedido a alguna
de sus partenaires sexuales que se comporten con el de una forma grosera y que se adapten a su
fantasía que es en resumen la siguiente: una mujer mayor le maltrata y le insulta, le llama cochino
cuando le ve con el pene erecto y entonces se limita a degradarlo verbalmente, él se arrastra por el suelo
implorando perdón y lloriqueando, pero ella es intransigente y cruel. Una vez en el suelo ella le pisotea
(tracking le llama a esta práctica). Declara ser uno de los placeres que más excitación le procura,
entonces una vez pisoteado por la mujer con los pies desnudos, él se dedica a besar y a acariciar ese pie.
Esta actividad termina con una profunda excitación, pide permiso para obtener satisfacción y una vez
concedido se masturba. Ivan es heterosexual absoluto y según declara sólo ha llevado a término una vez
esta fantasía, con una mujer que no conocía. Le gustaría encontrar un ama fija, una mujer que le
maltratara, con clase y estilo, una mujer altiva y dominante a la que serviría el resto de sus días, al
parecer, siempre bajo el telón de fondo de esta misma fantasía.

Como puede observarse por este caso, Iván no es impotente, (tampoco Rousseau o Sacher-Masoch lo
eran) sólo que en la lógica de su sumisión nunca osaría "mancillar" a su ama con una relación sexual
completa. Se limitaría a obedecer las instrucciones de aquella para cualquier satisfacción, que parece
proceder del retardo, limitación y control externo del orgasmo. Esta limitación en el acceso carnal tiene
algo de sagrado, algo de idealización, algo helénico (la Wanda de Severino era comparada a Venus). En
mi opinión, este tipo de vínculo es usual en las relaciones de dominación Ama-esclavo, donde el hombre
inconscientemente busca sensaciones femeninas, que apresa desde el estereotipo social del
sometimiento. Nada sucede así en las relaciones Amo-esclava, que siempre terminan con la posesión
sexual completa por parte del miembro dominante y la completa satisfacción por parte del miembro
subordinado.

El goce de Iván parece circunscribirse a la búsqueda de humillación por parte de una mujer con ciertos
atributos fálicos, que Iván no alcanza a vislumbrar. Además, es digno también de comentar el
fetichismo del pie.

Efectivamente, la asociación entre masoquismo y fetichismo es muy frecuente (Deleuze afirma que no
hay masoquismo sin fetichismo), como se desprende de la lectura de "La Venus de las pieles". El pie, es

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desde luego el fetiche preferido por los masoquistas, hombres y mujeres. El fetiche es algo parcial que
representa al todo. Una de las características del fetiche es que sirve para representar al todo
inasequible. Esta devoción de Iván por su Ideal femenino no representa ninguna novedad en Occidente,
antes al contrario, sus influencias pueden rastrearse en el mundo clásico y aun en la poesía sufí. Así
Ashwaq (el Intérprete de los Deseos) un poeta murciano que vivió en el siglo XII, escribe:

Aunque me incline ante ella como es de rigor

y ella nunca devuelva mi saludo,

¿tengo motivo alguno para quejarme?

una mujer hermosa no siente obligación.

Un tema amatorio clásico: el amor como idolatría a un ser inalcanzable, un tema apolíneo recurrente
que más adelante y por sincretismo, entraría a formar parte del culto extático a la Virgen María (Robert
Graves, en el prólogo de " Los sufis" de Idries Shash )... O en la poesía amatoria de todos los tiempos,
véase este pasaje de García Lorca:

Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas

Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,

Abiertos en las plazas con fiebre de abanico

o emboscados en yertos paisajes de cicuta.

Sin embargo, el fetiche no es una metáfora, sino una especie de fotografía, un icono que opera por
contigüidad, sobre un recuerdo infantil relacionado con el descubrimiento de la ausencia de pene en la
mujer. Según la teoría clásica el fetiche es un objeto cualquiera, algo que sirve para denegar el recuerdo:
un recuerdo relacionado con el descubrimiento de la diferencia sexual, algo que se vio "inmediatamente
antes" y que aparece como un objeto congelado, suspendido, pues su función es -precisamente- la de
denegar un conocimiento al que ya se ha tenido acceso: el conocimiento sobre la diferencia.

Un paciente bipolar que tuve ocasión de tratar, anunciaba sus virajes de fase con un curioso síntoma: la
compra compulsiva de lápices de labios. Otro paciente oligofrénico que conocí, coleccionaba sujetadores
y bragas que robaba en las azoteas, siendo detenido e ingresado en un manicomio por ello.

Todo fetiche es aprensible, en tanto que es un objeto inanimado, relacionado con cierta estructura por
una relación de contigüidad. El gusto por las bragas femeninas, los sujetadores o las medias, los zapatos
o zapatillas, no es azaroso, sino que responde -precisamente-a una relación que lejos de ser simbólica,
se comporta como una representante de cercanías de lo deseado y temido. Precisamente, la
característica del fetiche es, que al ser un objeto inerte, es inapresable, en comparación con su dueño,

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que está vivo y quizá por eso es inaprensible, en tanto que lo vivo está sujeto a la voluntariedad y a una
cierta objetividad. Lo objetivo es el enemigo de la fantasía, compuesta siempre por lo objetual, es decir,
por el deseo que completa lo objetivo y le da forma. Para Castilla del Pino el pie es sin embargo un
atributo fálico.

El fetiche condensa, el todo por la parte, la totalidad del objeto al que es imposible acceder… El pie es
muy estimado porque es a través de él como obtiene la gratificación masoquista propiamente dicha. La
mano o el pie son equivalentes del látigo, de la espuela o de cualquier otro objeto útil para la punición. El
significado de los mismos es muy complejo. Se trata de un atributo que le confiere al partenaire
femenino un poder fálico. Esto satisface la fantasía de la doble tendencia homo y heterosexual que el
masoquista anhela en muchos casos, en tanto que fálica se constituye en objeto ante el que se somete,
como antes al padre todopoderoso, en tanto mujer compone un objeto materno substitutivo ( pg. 43 ,
Introducción al masoquismo).

El fetiche es la condición de amor, "tiene que ser así y sólo así", parece querer decir el fetichista, lo que
hace inclasificable cualquier fetichismo, puesto que existen tantas variantes como individuos y
posibilidades de goce: el fetichismo es el equivalente sexual de la sutileza. Lo que más llama la atención
en las prácticas masoquistas es la utilización que hacen los miembros masosádicos de la fetichización del
otro: una forma de alteridad que niega el reconocimiento. Mientras Iván fetichiza el pie, una parte del
pasaje nos explica dicho fenómeno:

El terrible engaño del amor consiste en que empieza a hacernos jugar no con una mujer del mundo
exterior, sino con una muñeca interior de nuestro cerebro.

En este sentido, cualquier forma de amor sería fetichista, dado que no nos enamoramos de objetos
reales sino de cualidades que añadimos a partir de nuestro propio deseo. El fetichismo es propio de
hombres, quizá porque son los hombres los más interesados en denegar la castración, o quizá también
porque la femineidad es más frecuentemente negada en el hombre (en sí mismo), por representar un
estatuto -socialmente-menos deseable. Por el contrario, las mujeres fetichizan muy poco el cuerpo del
hombre y mucho más sus atributos o cualidades relacionadas con el poder o el reconocimiento social. El
fetichismo del hombre está relacionado con el tener o no tener, el de la mujer con ser o no ser. La mujer
es fetichizada, pero no fetichista. Granoff y Perrier han señalado que el fetichismo más frecuente en la
mujer es el que va asociado a un cierto tipo de maternaje, un maternaje que deja al partenaire
masculino petrificado (sin función). (Como la mirada de la Esfinge).

El hombre necesita substitutos físicos para obviar lo que teme, por eso el esclavo no tiene acceso
directo al cuerpo de su Ama. De lo que se trata, es de mantener el cuerpo del "Ama" incólume y cerrado
a la posibilidad de gratificación erótica por parte del miembro sumiso, en este caso, del hombre. En
tanto no existe verificación, puede continuarse el juego, a pesar de que el hombre masoquista sabe que
"su Ama" no tiene efectivamente pene. Otra interpretación posible es que el varón masoquista no
temería tanto descubrir la castración en el ama, sino más bien asumir su deseo de estar castrado, ser y
sentir como una mujer.

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Aquí puede intuirse como el miembro dominante opera como espejo y no como testigo. En este caso el
testigo es el psicoanalista, aquel a quién se le cuenta esta conducta. La predilección de los hombres por
el cuerpo de las embarazadas, de las mujeres con pechos grandes o con atributos sexuales remarcados,
afilados o perforados (pelo, uñas, tacones y vestimentas ceñidas) parece indicar que el fetichismo es
más una perversidad propia de hombres y que la "falización" del cuerpo de la mujer es un remedo
imaginario que posibilita la cohabitación de una mujer con "otra mujer" (en realidad de un hombre con
género de mujer).

Es cierto que en general, para el hombre resulta intolerable el cuerpo desnudo de la mujer y precisa de
circunloquios para poderlo apresar en toda su inmensidad, circunloquios que generalmente captura
mediante el ritual de quitarse la ropa, todo un arte del retardo y del aplazamiento del que se han hecho
no pocos ejercicios artísticos captando a un ejército de consumidores. Que el vacío de la mujer tienta al
hombre pero lo desconcierta, hasta el punto de tener que introducir un ritual de aplazamiento en todos
y cada uno de los accesos eróticos que propone. De hecho, el retardo que los masoquistas se imponen
en sus juegos eróticos preliminares, es una consecuencia factual de este no querer ver, de este no
querer saber que ha sido confundido con frecuencia por los clínicos como impotencia sexual. El hombre
masoquista no es impotente, sino que conociendo la diferencia, deniega, retarda y suspende hasta el
límite esa verificación, que especularmente le proporciona la sensación de deleite femenino.

El placer femenino es siempre, para los hombres un enigma, un enigma inverificable al producirse en el
interior del cuerpo de la mujer, a la que le atribuye poderes de un macho plus, en tanto que puede
obtener una satisfacción continua, sin eyaculación y por tanto inapresable en tanto que infinita.

¿Puede considerarse el pene un fetiche? Ya he dicho que la propiedad intrínseca del mismo es ser un
artículo inanimado. Sin embargo, no he conocido nunca ninguna mujer que coleccionara calzoncillos
masculinos o preservativos a pesar de la relación de contigüidad. He conocido -no obstante- mujeres
que poseen artilugios fálicos substitutorios, que usan, ¡¡atención!! bajo las órdenes o indicaciones de
otro, siendo poco frecuente el uso por propia iniciativa y desde luego con muy poco interés en su
tamaño, tal y como piensan los hombres.

Parece que de lo que se trata es de no acceder, accediendo. Iván no pretende en ningún momento tener
un coito con su Ama. Su goce excede y va más allá de eso. Para esa actividad tiene otras amantes, que
"sólo logran aburrirle". La amante ideal de Iván es una mujer con atributos masculinos. Iván tiene acceso
a los dos goces, está efectivamente con una mujer y con un hombre, tiene metafóricamente dos
cuerpos en uno. ¿Es esta actividad una objetivación de la homosexualidad latente de Iván?

No lo creo. ¿Qué impediría a Iván mantener un contacto homosexual si lo deseara? ¿Es realmente cierto
que es un heterosexual absoluto? Bien, eso es lo que declara y no he encontrado argumentos que
contradigan esta declaración ni un funcionamiento desajustado en ningún otro ámbito. En mi opinión
Iván era -efectivamente- heterosexual, pero no había contemplado la posibilidad de que aunque su sexo
era el masculino, su contradicción estaba en su género, no en su orientación. En su menú de opciones
sexuales no contemplaba esa posibilidad de hombre-heterosexual con género femenino, y por tanto su
ritual masoquista era un intento de atrapar concretamente ese fantasma (digo fantasma porque en
realidad, el género no existe).

Cualquier deseo es ininterpretable, y si es cierto que Iván gratificaba dos tendencias al tiempo mediante
esta actividad masoquista, ¿en qué consistiría la curación? Naturalmente, en la renuncia a uno de esos
dos goces que ha logrado emparejar y amalgamar mediante operaciones complejas de su cadena
metonímica, como por cierto hacen los poetas. ¿No es precisamente esta la esencia de la poesía y del
erotismo, llevar a la indistinción, a la confusión de dos objetos distintos? Dice Rimbaud:

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Recobrada está

Qué: la eternidad

Es la mar que se fue

Con el sol

Efectivamente, de eso se trata en cualquier goce, de que el mar marche con el sol.

Las mujeres no parecen andarse con tantos rodeos, porque el fetiche fálico en el hombre está
representado por un órgano, lo que las hace inmunes a la metáfora. La mujer se sabe fetiche del
hombre, pero no tiene fetiches propios, porque el pene no necesita representación substitutoria (es
órgano y es símbolo) y la vagina no existe visualmente (icónicamente), es decir, los genitales de la mujer
son internos.

El masoquismo erógeno en la mujer no está demasiado bien estudiado, quizá porque se le daba por
supuesto desde el principio. Desde que Freud describiera que había encontrado un "masoquismo
femenino", es decir, una forma específica de masoquismo en la mujer, ligada a su posición pasiva,
dependiente y subordinada al hombre, todo ha ido de mal en peor para la comprensión de este
fenómeno. Ni que decir tiene que el masoquismo de las personas pasivas, dependientes y subordinadas
no es, ni nunca podrá ser, masoquismo perverso. Ya hemos visto que el sadomasoquismo implica una
ruptura instrapsíquica, una búsqueda sobre todo de transgresión, un ir más allá del placer que se
procura con otro cuerpo con fines reproductivos. El amor con una persona pasiva, dependiente y
subordinada es posible, pero ninguna transgresión es posible aquí, porque el escenario es demasiado
cómodo, consensuado y estereotipado. Ninguna mujer pasiva, dependiente y subordinada aceptaría
además serlo en la alcoba, quizá porque esa cuota añadida de sumisión les resultara intolerable. Lo
usual es lo contrario, que este tipo de mujeres "liberadas" obtengan su goce precisamente allí donde
otras encuentran su martirio.

No solamente Freud consideraba a la mujer "naturalmente masoquista", sino también una pléyade de
analistas femeninas como Hélene Deutsch y Maria Bonaparte, dos de sus más fieles discípulas. Para
ellas, tanto como para el maestro, el masoquismo femenino es necesario para la evolución sexual de la
femineidad: un tributo para un tránsito. Es difícil comprender por qué se tendría que considerar a la
mujer que acepta su femineidad como masoquista. Antes al contrario, parece que son los hombres los
que toman prestada la escenografía de sumisión en sus conflictos de género. Si el masoquismo es una
tendencia natural en la mujer, ¿qué sentido tendría rotularla como tal? Sea como fuere, los analistas
han llegado a conclusiones epidemiológicas como esta:

La perversión masoquista propiamente dicha es excepcional en la mujer, a pesar de que se diga que a las
mujeres les gusta que les peguen, lo que no puede sucederles, como a los hombres, sino cuando su libido
busca de ese modo una satisfacción extraviada. Más frecuentes son las fantasías masoquistas. (Nacht
1973).

Es difícil para un científico mantener la opinión de que a las mujeres no les gusta que les peguen, salvo si
les gusta, y mantener que la mujer es masoquista por naturaleza, diciendo además que la perversión
masoquista es extraordinaria en la mujer. Mi opinión es que aquí existen dos o tres prejuicios
encadenados que dan como resultado un galimatías psicológico, que nadie se ha atrevido a resolver.

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Creo que el masoquismo femenino es un mito, pero como todo mito representa un atajo a la verdad y la
verdad es que existe un sometimiento de género de la mujer al hombre, un sometimiento que hace de
estas prácticas un elemento conocido y redundante, una escenografía convencional que algunas
mujeres utilizan de forma transgresora para su goce si son capaces de racionalizar el discurso del genero
con intención de socavarlo. No hay ninguna razón para que podamos concluir que el masoquismo
erógeno es raro en la mujer. Como tampoco la hay para pensar que a las mujeres les gusta que las
peguen. A las mujeres -como a los hombres- les gusta elegir sus goces, y habrá mujeres que disfrutarán
de estas prácticas, como hombres los hay, lo cual no implica pensar en un masoquismo estructurante de
género. No por el hecho de ser mujeres ya llevan pegada en la oreja una etiqueta de masoquismo,
aunque sea efectivamente-más "comprensible y tolerable", como lo es también la homosexualidad
femenina para los hombres en general, siendo como es menos frecuente. Ese es el error y el discurso
que ha roto la verdad en mil pedazos irreconocibles. Sí a ello unimos la gran cantidad de mujeres
maltratadas que emergen desde la caverna de sus hogares infernales y desvelan la lacra de su martirio,
convendremos en que este tipo de discursos han hecho mucho daño a las mujeres, porque es verdad
que muchos hombres ignorantes han incrustado esta convicción en su sistema de comprensión del
mundo.

Nada que ver con el masoquismo estas prácticas degradantes, o al menos con el masoquismo como
perversión. Sólo aquí se nos muestra la cara criminal de la perversión, como sucede en los abusos de
niños. Que existe una enorme distancia entre Lewis Carroll, pederasta refinado y sublimado que escribió
gracias a su fascinación por Alicia, una de las páginas más bellas de la literatura infantil y cualquier
violador de niñas, es tan obvio, como que el amor puede ser un móvil de bienestar y felicidad práctica o
una pasión criminal. El sadomasoquismo es un arte de lo erótico, el maltrato una lacra a extinguir y que
probablemente representa la patología social de esta variante sexual.

La diferencia creo que es importante señalarla muchas veces, para que no haya lugar a dudas: el
masosadismo es aceptado libremente, mientras que el maltrato es impuesto por un régimen doméstico
de terror, que por cierto tiene poco que ver con lo erótico y si con el control total de la conducta del
otro, derivada de la celotipia, el alcoholismo crónico o la estupidez y una identificación con el verdugo
más propia del síndrome de Estocolmo que de un juego erótico.

El sadomasoquismo es muy poco frecuente entre las parejas convencionales, diría que es un hecho
extrapareja y clandestino. Ya he señalado la dificultad de llevar a cabo una vida estable con una pareja a
largo plazo con rituales masosádicos. Esta dificultad es propia de todas las parejas "perversas". La falta
de creatividad amorosa pasa factura rápidamente y tiende a "amanerarlas", llevándolas de la mano
hacia un apaciguamiento burgués y bienpensante. Este mismo fenómeno es posible observarlo incluso
en parejas de homosexuales: en el momento en que se estabilizan, empiezan a pensar en matrimonio,
herencias, pensiones e incluso en adoptar hijos, cuestión que representa una paradoja tal para el
Estado, que lleva a la administración y a la propia comunidad "gay" hacia un esperpento de su propia
capacidad censora o transgresora. Las parejas estables son conservadoras por definición, se sostienen
en el hecho reproductivo y son fijadas a la realidad tiránica del día a día por las cuestiones patrimoniales
ligadas a la crianza. Su sexualidad inculca normas y preceptos, es una sexualidad sosegada. Las parejas
masosádicas son liberales (en realidad son paganas) y rompen con facilidad cuando se estanca la
relación, o se ven incapaces de hacerla mudar de estado. Conculcan esas mismas normas y su sexualidad
es tormentosa y pasional. Esto sucede en toda relación creadora, se imponen cambios de estímulo,
nuevas metas, nuevos goces y nuevos compañeros de juegos.

Decir que la mujer está más preparada que el hombre para la sumisión, es sólo una parte de la verdad.
Es cierto que el aprendizaje de ciertos "patrones de apaciguamiento" de la agresión pueden estar
incrustados en el cerebro de la mujer de forma vestigial, mucho más profundamente de lo que están en
el hombre. No hay mejor forma de apaciguar la agresión que mostrarse dispuesta para el coito. Esta

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puede ser una razón de peso para que la mujer se adapte mejor a determinadas pautas de interacción
que excluyan la lucha o la huida o que vaya más allá de ellas, otra razón es que no hace falta inventar el
modelo, porque ya está contenido en la propia relación entre los sexos. En este sentido, algunos autores
como Loewenstein (1957) sostienen que el masoquismo es una forma de seducción.

El masoquismo es el arma de los débiles, es decir de todos los niños, cuando se enfrentan al peligro de
una agresión.

Se trataría pues de rituales de sumisión, cuya función adaptativa consistiría en desactivar la agresión,
rituales que pueden ir desde el ofrecimiento ritual, hasta la seducción.

Pero también es cierto que ser masoquista en la sociedad actual está tan mal visto para ellas como para
ellos. Se trata de ser competente, asertiva, dominante, exitosa, bella e independiente. ¿No es aquí
donde el masoquismo femenino puede mostrar su cara más transgresora? El masoquismo en el hombre
siempre ha sido algo bizarro, extravagante, porque al hombre se le suponía fuerte, dominante y rapaz.
¿No estaremos asistiendo a un fenómeno que por contaminación ha enseñado a algunas mujeres que
ser dominadas puede ser un mecanismo transgresor, similar al que los hombres eligieron para sí?

Si se trata de ir contracorriente es muy posible. Hay algo en el hombre (y en la mujer), que les impulsa a
ir más allá de lo que se espera de ellos, y a retroceder si sienten que algo se les está imponiendo, desde
un cierto discurso social. El discurso social actual es un discurso de éxito, de eficiencia y de igualdad
impuesta. Algunas mujeres pueden estar hartas de esto, porque se trata de una presión que recae sobre
sus cuerpos, una y otra vez configurando una femineidad estereotipada y alienante. Es posible pensar
que:

Quizá las mujeres hayan comprendido que ser femenina a través de la sumisión voluntaria es un camino
más nítido hacia la femineidad, aun a través de estas formas ritualizadas de la pareja sadomasoquista. Y
que represente una renuncia tanto a la masculinización de un protagonismo que siempre acaba dejando
una huella en el cuerpo y que se prolonga en una lucha con el suyo propio en forma de regímenes y
dietas para intentar mantener un cuerpo esbelto que sugiera fragilidad y timidez (A. Philips, 1998 ).

La sumisión como parte del deseo sexual, no es algo que pertenezca a un sexo: constituye una
posibilidad para ambos. Aunque los hombres y las mujeres hayan desarrollado estrategias distintas de
relacionarse con la autoridad, o incluso que la dominación vaya ligada a un cierto "nivel social", la
necesidad de someter y someterse es esencialmente humana. En la sumisión uno es concebido por
alguien que nos excita y nos atrae, la mente descansa, porque -efectivamente- el sometimiento es

extraordinariamente atractivo y para algunas personas el sentirse sometido es un alivio, tanto de la


voluntad como de la responsabilidad y cómo no: el deseo de pertenecer totalmente al objeto que se
ama, implica un cierto grado de entrega y sometimiento, pero si la entrega no puede ser multiplicada, se
impondrá una cierta remodelación de su demostración. Nada que ver con el tormento de las purgas de
la bulímica o de las restricciones de la anoréxica. La sumisa adaptada es una mujer nada neurótica, que
en este sentido puede ser definida como una apasionada amante, en contraste con el apagamiento
sexual de las nuevas estoicas de nuestras sociedades opulentas. Lo mismo es posible decir del sumiso,

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generalmente un hombre con mucho poder y acostumbrado a mandar, a la competencia y al éxito
profesionales.

En relación con este tema de la externalización de la responsabilidad, Castilla del Pino ofrece un material
clínico que en mi opinión es paradigmático:

Una paciente casada de 32 años, que siente un rechazo hacia la actividad sexual, ante la que cede
eventualmente con una actitud pasiva, puede conseguir cierta excitación con las caricias de su pareja,
precisa no obstante para alcanzar el orgasmo pronunciar en alto la siguiente frase: "dame permiso para
gozar", dirigida al marido. Conseguido el permiso ella puede ser como habitualmente no es y dejarse
libremente ir hacia el orgasmo (Introducción al masoquismo, pg. 26 ).

Obsérvese como en este caso existe otro tipo de barrera al placer: se trata de barreras morales,
neuróticas, por así decir. No es el dolor el que se opone al placer, sino la vergüenza o el pudor, las
barreras universales. La paciente precisa para romper esta barrera "el permiso del marido", así y sólo
así, logra romper esta barrera y "ser como habitualmente no es". Pero es precisamente así, porque ha
delegado esa función en otra persona: ella no es responsable y puede gozar libremente, porque ha
logrado externalizar la responsabilidad de su propio goce. No es ella, pues, la que goza sino el marido
quien la "obliga" a hacerlo. O goza precisamente porque ha obtenido el "permiso" para hacerlo.
Obsérvese que no goza "por ser obligada", sino que la obligación es precisamente la que legitima el
goce, en tanto que permite enmascarar la culpa del placer individual. Nótese el entrecomillado, porque -
efectivamente-mientras escribimos tenemos esta posibilidad. No existe cuando hablamos, asentimos o
negamos. Cualquier enunciado puede ser completado con unas comillas que dan cuenta de un
extrañamiento, de una alienación. El marido no obliga a su mujer, sino que es "obligado" por ella a
obligarla. Nada sucede fuera de las reglas del lenguaje, nada erótico, ni violento.

¿Qué sería de nosotros sin el lenguaje? Nos hizo como somos. Sólo él revela en el límite, el momento
soberano en que ya no rige. Pero al final el que habla confiesa su impotencia. (Bataille , El erotismo,
pg. 280 ). Creo que esta dinámica es la piedra angular del masoquismo y desde luego más frecuente que
la feria del cuero y las cadenas que estamos acostumbrados a ver en las películas pornográficas o la
mitología iconográfica sobre el tema.

SOMETER-SE

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Se trata, pues, de someter-se voluntariamente, no de ser sometido por la fuerza. Las fantasías
masoquistas en las mujeres están tan extendidas que cuando una mujer con coraje las cuenta, puede
ser acusada de estar haciendo una apología de la violación. Es cierto que muchas mujeres fantasean con
ser violadas, pero esto no significa linealmente que "deseen ser violadas". Es cierto que muchas veces
las personas preferimos ser forzadas a hacer algo, porque lo tememos a la vez que lo deseamos, pero
esto no legitima a nadie para llevarlo a cabo sin su consentimiento. Las fantasías de violación,
prostitución o esclavismo son, la mayor parte de las veces, ejercicios lúdico-eróticos y no una
declaración de intenciones. Ninguna persona, sea hombre o mujer, disfruta con ser violado, apaleado,
maltratado, sometido, forzado o humillado en contra de su voluntad, pero estas fantasías son
universales. Sólo en determinadas ocasiones dejan de ser fantasías: sólo algunos consiguen cruzar la
frontera y pasar al acto; lo usual es que se trate de un inocente ejercicio para conciliar el sueño. Observo
hoy desde mi balcón a un grupo de adolescentes que juegan y charlan animadamente alrededor de una
piscina. Los más osados están en el agua, otros, los timoratos, se debaten entre entrar en el agua, o no
entrar. A pesar de que el día es caluroso, la primera impresión, el contacto del cuerpo caliente con el
agua fría, opera como un disuasivo para los frioleros. Poco a poco, casi todos han optado por el
chapuzón bienhechor, sólo una adolescente tímida parece haber perdido su oportunidad. Al poco, entre
todos los amigos, entre risas y bromas, la arrojan a la piscina. Ella se resiste, grita, implora, pero al final
acaba como todos sus compañeros, nadando y compartiendo su alegría juvenil. Será la última en
abandonar el agua.

Es obvio que en este caso, la muchacha precisaba de un empujoncito (el picotazo del que hablaba
Lorenz) para vencer su aprensión. El problema es que en la vida no siempre tenemos tanta suerte como
la muchacha de la piscina. No existe un cuerpo de voluntarios para propiciar determinadas decisiones y
se puede alegar que nadie está legitimado para ello. ¿Lo están el grupo de adolescentes para lanzarla al
agua? ¿Es esto también un abuso, en grado menor de la voluntad de la chica?

Una paciente con ciertas tendencias masoquistas me pidió una vez estando en tratamiento conmigo, que
ahora tenía una gran oportunidad para adelgazar, dado que estaba en tratamiento psicológico. Me pidió
que controlara su peso y que fuera "muy duro" con ella si pasaba un sólo gramo, del peso ideal que se
había comprometido a mantener. Muchos masoquistas desean ser forzados a hacer lo que quieren
hacer, este parece ser un juego voluptuoso vinculado al deseo de ser sometido. Entregarse sin lucha
parece poco excitante. Algunas mujeres preferirán un periodo de esgrima y forcejeos para aceptar
definitivamente a un hombre como pareja dominante y quizá persista después esta tendencia a la
confrontación. Sin embargo, hasta este juego deberá ser pactado y ello dependerá del grado de
consciencia que la pareja tenga sobre su propio deseo. La mayor parte de la población, con todo,
prefieren pasarse la vida discutiendo antes de llegar a un sometimiento físico, son los masoquistas
reprimidos, otra posibilidad. Los casos puros, de existir, escapan a la clínica y al conocimiento de la
Psiquiatría, por eso las descripciones de los psiquiatras de todos los tiempos están centradas en la
sintomatología que acompaña al "masoquismo encubierto", es decir, aquellas manifestaciones
autodestructivas que no tienen que ver con el erotismo propiamente dicho y que resultan martirizantes
y destructivas.

Para que un masoquista pase al acto, precisa encontrar una pareja que disfrute con la actividad opuesta,
forzando, maltratando, humillando o azotando y que además entienda los vericuetos del juego. Se trata
de encontrar algo así como un buen actor, dado que el ritual masosádico es siendo cierto y verdadero-
un montaje de buen humor donde están presentes en partes iguales tanto el suspense como la farsa.
Alguien con quien se hayan pactado los límites y que pare a tiempo, alguien que sepa cuando un "no" es
un "si" y cuando un "no" es un "no" definitivo y rotundo. Naturalmente es necesaria una total
complicidad, nada que ver con esos psicópatas que violan mujeres en los descansillos y mientras las

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amenazan con un cuchillo, les preguntan "¿te ha gustado verdad?". Si les gustara tanto, creo que
estarían de sobra tanto las armas, como las amenazas. El psicópata puede interpretarse como una
persona que no sabe discriminar el juego de la realidad, alguien que cree que lo que sucede en la TV es
la realidad, que todas las mujeres quieren ser dominadas y que hay que llevar el juego hasta el límite.
Naturalmente, la víctima de un psicópata queda invalidada para este tipo de juegos y para muchos
otros, lo que da cuenta de la invasión intolerable que sufre la víctima. Ningún miembro dominante sería
capaz de llegar tan lejos con una persona sumisa en las relaciones D/s (de dominación/sumisión). Se
trata pues de dos fenómenos distintos que beben ambos de una misma raíz, el disfrute erótico del
dominio y el disfrute de la sumisión.

Con todo, creo que tampoco los psicópatas son enfermos, porque creo que la violencia es un hecho
irreductible como la muerte, algo que no precisa de interpretación y que no acaece por culpa de nada o
de nadie.

La violencia es el eje de torsión desde la animalidad hacia lo humano y por tanto algo que forma parte
de su misma estructura.

El goce en la sumisión sexual es parecida al goce/deseo o facilitación en la sugestión hipnótica. Casi


todos podemos ser hipnotizados, si…queremos serlo. Nadie puede ser hipnotizado en contra de su
voluntad y aunque alcanzara un grado profundo de trance, nadie podría ser obligado a hacer algo en
contra de su voluntad. La hipnosis puso patas arriba nuestro concepto de la voluntad y nuestro
concepto sobre la conciencia, que tendemos a contemplar de una sola pieza. De los mecanismos
hipnóticos inducidos, tanto como de los espontáneos (que se producen en los estado disociativos),
aprendimos no hace mucho que el ser humano precisa de coartadas potentes "para hacer lo que quiere
hacer" y que no hará nunca lo que realmente no quiere hacer. ¿Cómo discriminar entonces lo genuino
de lo apariencial?

La mente tiende al autoengaño y muchas personas creen que son y piensan lo que aparentan, han
logrado o fracasado al pegotear su concepto sobre sí mismos con la conveniencia, de tal modo que
llegan a confundirse a sí mismos. En las hipnosis colectivas se puede observar -precisamente- este
fenómeno: los más influenciables resultan ser aquellos que precisan disociarse para irresponsabilizarse
de su propia conducta que en este caso recae sobre la persona del hipnotizador, un dominante
dramatizado. Del mismo modo, Thigpen demostró que en las neurosis de guerra, gran parte de los
accidentes disociativos, se debían a un mecanismo para eludir la responsabilidad derivada de las
situaciones de catástrofe y ligadas a la visión del espanto, como ya saben los psiquiatras militares de
todo el mundo.

De lo que se trata pues, es de que alguien nos diga qué hacer. Esto es lo que en otro orden de cosas
persigue el o la sumisa, muchas veces mediante una violencia psicológica similar a la que Severino utilizó
contra su esposa Wanda para "obligarla" a ejercer el papel de dominante y que finalmente aceptaría a
partir de mecanismos de identificación proyectiva.

¿Me cree usted capaz de maltratar a un hombre que me ama como usted y al que yo también amo?,
pero a continuación añade, si alguien se entrega demasiado a mí, me hago arrogante. Wanda, que en
un principio aspiraba a un papel de ama de casa sumisa y obediente, parece ser consciente de que vale
tanto para un roto como para un descosido. Es posible que le trate peor de lo que usted se imagina,

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confiesa, más adelante. Es cierto, aunque los roles de dominador o dominado sean unívocos, el
sadomasoquismo es un bloque, tal y como intuyeron los clásicos. Wanda se hubiera adaptado mejor al
papel de sumisa, pero a partir del deseo de Severino termina por asumir su papel e incluso termina por
"cogerle gusto".

Voy viendo que hay instintos peligrosos dormidos en mí, llega a admitir.

Instalarse en el deseo de Severino era toda una tentación para Wanda y para cualquier mujer.
Constituirse en alguien que desde una posición de autoridad, nos permita disfrutar de lo que no osamos
-más que en sueños- contarnos a nosotros mismos. Una autoridad investida, de una premisa casi
sagrada.

Se me apareció tan divina, tan casta, que como el día anterior ante la diosa, caí de rodillas ante ella y en
un acto de adoración apreté mis labios contra sus pies. (La Venus de las pieles)

En cuanto a objeto inaccesible, la mujer ha de ser investida con todas las características de la
inasibilidad: la infidelidad (ideal del masoquista), la volubilidad, la fortaleza, la divinización, etc. Es
entonces y sólo entonces cuando la diosa puede ser idolatrada, a través de sus partes, el pie, o alguno
de sus atributos metonímicos. El problema para el masoquista es lograr mantener esta situación, más
allá de un episodio puntual. La libertad del masoquista consiste en ser sometido continuamente por el
dominante elegido. Así Severino nos confiesa:

Lo cómico de mi situación es que soy como el oso del parque Lili. Puedo huir y no quiero y todo lo soporto
cuando ella me amenaza con la libertad.

Aquí, Severino está expresando la paradoja de la relación masosádica (la estrategia del rehén), porque la
libertad tal y como la entendemos nosotros, un sinónimo de la autonomía significaría para Severino la
pérdida del objeto, un objeto construido a fragmentos, un objeto disecado, donde lo que importa es
mantenerlo a toda costa bajo el mecanismo imaginario, que permite al masoquista más de una
gratificación en un sólo cuerpo, y apresarlo completamente a través de la metonimia.

Cualquier persona común sabe o se ha planteado alguna vez a qué me estoy refiriendo. Nadie posee a
nadie, porque los cuerpos objetivos, las personas físicas, somos inaccesibles unos a otros, podemos
tocarnos, amarnos, odiarnos, acompañarnos en la desgracia, enseñarnos unos a otros, pero nadie
accede completamente a nadie. Ni siquiera el abrazo amoroso nos pone a salvo de esta imposibilidad,
una ilusión que se desvanece después del éxtasis y que renace constantemente en el deseo. En este
sentido dice Lacan:

El acto sexual es de hecho imposible, porque en él, el hombre tiene que dar algo que no tiene a alguien
que no lo es.

Esta es la imposibilidad metafísica de la que dan cuenta las metonimias, que merced a las leyes del
lenguaje, hemos inventado para "poseer" a todos y cada uno de nuestros seres amados. Nadie es
aprehensible en cuanto a cuerpo, pero todo es posible mediante el amor objetal, a través de esa clase

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de amor, que añade o sustrae atributos a los objetos y les deja a punto (podados o adornados) para ser
consumidos por una imaginación desbordante. Eso es lo que consigue Severino, mediante su
subordinación sumisa a Wanda. Posee así a su tiránico padre, a su madre, a su tía Zenobia y a su propia
esposa. Todos de una vez.

Sucedámonos simultáneos, dice Gil-Albert.

"Sucederse simultáneamente" es distinto a yuxtaponerse, una imposibilidad física desde el orden que
rige en los cuerpos, pero una posibilidad abierta para los corazones.

LA NECESIDAD DE CASTIGO

La necesidad de castigo no pertenece al catálogo de las necesidades comprensibles por el común


raciocinio, hipnotizados como estamos por el mito deseable de conseguir placer a cualquier precio. En
efecto, la mayor parte de la gente parece comportarse así: buscamos y entendemos a nuestro prójimo,
que dice buscar comodidades, riquezas, poder, reconocimiento social, prestigio profesional, buena
cocina, buenas amantes, etc. Sin embargo, no parecemos entender, aunque podemos percibir que otras
personas corren maratones extenuantes, preparan oposiciones, sacrifican su juventud en aras de un
ideal, recorren a nado en invierno una larga distancia o hacen -durante sus vacaciones- el camino de
Santiago. El hedonismo es una posibilidad, el estoicismo otra. Modos de explorar los propios límites: el
exceso y el sufrimiento.

Se podrá razonar que estas actividades representan paréntesis en la vida de una persona y que otras
tienen como objetivo la superación individual, el altruismo de la especie o cualquier otro argumento
similar. Es cierto, pero a medias. Lo que no se puede negar es que este tipo de actividades, no son
consensuadamente placenteras y consumen mucho tiempo y energías. Que casi nadie obtiene premios
por sus esfuerzos y que la mayor parte de los sacrificios -voluntariamente aceptados- quedan en el
anonimato más absoluto. Escribir un libro, por ejemplo, supone un ejercicio de estas características, un
libro que ningún autor sabe si verá alguna vez la luz, es verdad que las más de las veces es el orgullo
egocéntrico el motor de estas tareas, ¿pero no se trata las más de las veces de un fracaso del mismo?
Un trabajo incierto que no se sabe si algún día leerá nadie. ¿Dónde está el premio, donde el placer?
Escribir un libro no es ningún placer, antes al contrario, escribir es un acto doloroso. Como lo es escribir
una sinfonía, un poema o limpiar las llagas de un leproso.

El castigo físico es, en nuestras sociedades opulentas, intolerable, no solamente porque ellas abominan
del dolor, sino también de la autoridad, de ese alguien legitimado para proporcionarlo y porque cada
vez más, aunque parezca increíble, vivimos en una sociedad menos violenta, una sociedad que ha
disminuido considerablemente su tolerancia a la violencia. En realidad las sociedades occidentales
blanquean la violencia (Baudrillard 1990), reniegan de ella, la disocian del Bien, al mismo tiempo que la

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publicitan y de alguna manera propician una insensibilidad progresiva de los espectadores (Kristeva). La
violencia sólo es legítima en tanto en cuanto puede mostrarse y se convierte en espectáculo. Más allá de
eso, el número de homicidios desciende progresivamente en toda Europa occidental desde 1900,
aunque vivamos mediatizados e inmersos en una difusión universal de los detalles ejecutivos de su
expresión y en una atmósfera donde cualquier tipo de violencia es abominado por el discurso social.

Una crisis que afecta a aquél que estaría en condiciones de aplicar sanciones a las conductas
individuales. Sólo los jueces poseen en nuestras sociedades esta potestad, las demás figuras de
autoridad parecen haber sido despojadas de tal función y pueden ser cuestionadas y reprendidas, si
existe una sombra de sospecha de un mínimo abuso en la aplicación de un correctivo. Ni la policía, ni los
maestros, ni los mismos padres, son depositarios fiables en una sociedad democrática del poder
sancionador, corrector y normalizador del castigo individual. No es de extrañar pues que en un contexto
donde el castigo físico es abominado, aunque no en cambio la exclusión, el abandono o la negligencia,
sea aquel recobrado ritualmente por alguna sexualidad perversa, pues el Mal siempre resurge. Un
castigo que es en muchas ocasiones un alivio, porque nos permite identificar un enemigo, corporeizarlo
y eventualmente confrontarse con él, lo que siempre es preferible a la alienación de un enemigo
invisible, con unas normas opresivas e inefables, y sin posibilidades de confrontarlas salvo con la
desesperación.

Se dice que "quien mucho te quiere te hará llorar", porque el acto de llorar es, como el amor,
ambivalente. ¿De qué lloramos, cuando lloramos?

Podemos derramar lágrimas cuando estamos tristes, pero también lo hacemos cuando estamos alegres
o furiosos. Sin embargo, el llanto comunica pena, pesar o aflicción, con independencia del estado
interno del que llora, quizá una forma analógica de pedir que cese el castigo, aunque muchas veces ese
castigo proceda del propio individuo y no de una instancia externa a él, lo que haría el castigo más
soportable que la gratuidad de un llanto sin destinatario.

La religión es una excelente coartada para muchas de estas actividades, pero el sufrimiento no es
exactamente un hecho religioso, porque es anterior a él y es “ejercido” por muchísimas personas, que
no tienen necesariamente una concepción trascendente del ser humano. La vida puede definirse como
una muerte aparente, lo único que sabemos seguro es que somos finitos, y parece que esa conciencia
de finitud es insoportable para los humanos. No es de extrañar que para algunas personas el placer, me
refiero al placer de los cuerpos, sea algo pesado, siniestro, algo que no logra contener la conciencia de
discontinuidad. Es por eso que algunas personas prefieren la pasión al placer, e introducen en su vida
cierta desavenencia y perturbación. La amenaza constante de una separación, de una pérdida, tal y
como es vivida la muerte individual y las muertes pequeñas que la preceden, a medida que vamos
perdiendo a nuestros seres queridos u odiados, permanece siempre en la conciencia. Hay personas que,
movidas por la pasión, pretenden ir más allá y explorar el lado turbio de las cosas. De sus cosas. De su
propia discontinuidad efímera.

La búsqueda inconsciente de castigo flota en toda la obra de Freud y del psicoanálisis como la piedra
angular causal del masoquismo. En síntesis: Freud achacaba la génesis del masoquismo a una culpa
inconsciente, ligada con la culpa edípica, a una culpa mítica. Más allá de la propia biografía individual: el
asesinato del padre totémico. El error conceptual de Freud fue pretender encontrar en las vidas
individuales de sus pacientes algún tipo de evento que pudiera configurar traumáticamente el
despliegue ulterior de la libido y la generalización de su doctrina. En mi opinión, existe una contradicción
entre el Freud de Totem y Tabú y el Freud de los Tres ensayos y una teoría sexual. El psicoanálisis es una
ciencia de lo individual, de lo subjetivo, en este sentido, la manía generalizadora de algunos analistas
siempre me pareció incongruente. Quiero decir, que no hace falta que haya habido ningún suceso
traumático en la vida de una persona para que se haga masoquista ni cualquier otra cosa relacionada

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con la culpa, porque la humanidad está construida sobre un crimen, un pecado original, que se
constituye en una instancia intrapunitiva, intrapsíquica a partir del momento en que las religiones
monoteístas inventaron el libre albedrío. Antes de eso no había pecado sino fatalidad.

Para Freud, todo el ritual masoquista consistía en retrotraer al individuo a un castigo infantil del que
creyó ser merecedor. El masoquista quiere ser castigado como un niño, pero como un niño malo,
aunque no lo haya sido nunca. Simultáneamente a esta idea, dice también:

Un niño que se comporta con una maldad inexplicable, está haciendo una confesión e intenta provocar el
castigo como medio simultáneo de satisfacer su sentimiento de culpa y sus tendencias sexuales de tipo
masoquista (1918).

Sin embargo, la teoría freudiana tiene una serie de fisuras serias, dado que el propio Freud no aclara
cuál es la culpabilidad del niño que obra de ese modo. La primera objeción es, que una vez castigado, el
masoquista debería ser absuelto de su pecado, como suele ser frecuente en los castigos proporcionales
a la falta. La segunda es que no se comprende porque el adulto debiera elegir una forma de castigo tan
pueril como los azotes en las nalgas, castigos que para un adulto son algo inocentes, acostumbrados
como estamos a ser castigados de formas mucho más terribles por la propia vida.

La deformación y la exageración del masoquista son expresiones de cólera. En lugar de decir "esto es
grotesco", provoca una escena grotesca, cercana al esperpento. (T. Reik, op cit)

La tercera cuestión es que si precisáramos ser castigados por algún pecado infantil, ¿por qué elegir
precisamente un castigo ligado a lo erótico?

Si nos sentimos culpables por habernos masturbado, con dejar de hacerlo y convertirnos a la liga de la
decencia pública, creo que purgaríamos suficientemente nuestro pecado. Esta técnica ha demostrado
ser muy eficaz con los alcohólicos por ejemplo, ¿por qué no iba a serlo con los masturbadores?

La superación de una situación no es nunca el retorno al punto de partida. Si alguien se siente culpable
de algo - cosa totalmente posible - no será reeditando la situación culpógena, como logrará abrirse paso
hacia el perdón. Lo usual es que el que se siente culpable por algo trate de negar su culpa, mediante una
cascada de racionalizaciones o bien que trate de neutralizarlas mediante una actitud opuesta al daño
cometido (real o imaginario), o que trate de amortizar la deuda mediante dádivas emocionales. Sólo
cuando todo esto fracase, "el criminal se entregará a la policía o acumulará errores para lograr ser
detenido". Pero una vez en la cárcel, una vez castigado, la culpa desaparecerá. Porque tal y como
asegura Bataille: "en la libertad está contenida la impotencia de la libertad". Gracias al dolor, el placer
aparece otra vez atractivo, gracias al hambre, las patatas y el arroz nos parecen manjares exquisitos,
gracias a la privación de libertad, ansiamos convertirnos en pájaros. Por algún extraño motivo, los
humanos nos estancamos cuando se nos priva de todo desafío y tal y como asegura A. Philips: " salir
bien librado siempre termina por arruinar el alma" . Gracias a la esclavitud, la libertad aparece otra vez
atractiva y sabido es que el cerebro no puede percibir sino contrastes. Continúa la misma A. Philips:

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Lo que necesitamos es ubicación, definición. El masoquismo encarna la necesidad de una limitación
impuesta por una fuerza externa, no de una autolimitación. Encarna necesidades que pueden ser una
forma de debilidad, pues el pensamiento más lúcido prefiere ser libre en la limitación. El masoquismo
descubre el límite de los discursos políticos y sociales pretendidamente liberadores del hombre. (Una
defensa del masoquismo, pág. 190).

Aquí hay dibujada, a mi juicio, otra de las características esenciales del masoquismo: su capacidad de
subversión y la búsqueda de autolimitación no impuesta: abdicar de la libertad nos hace libres. ¿No
sería subversiva una mujer, que en la época actual se declarara públicamente masoquista, en una
campaña de "outing" (tal y como hacen periódicamente los homosexuales) aceptando de buen grado
su esclavitud sexual, frente a un amo todopoderoso, que la utiliza sexualmente a su libre
conveniencia?

Desde luego, a condición de que esa mujer sea simultáneamente a eso libre, (tal y como lo entendemos
en Occidente) es decir, competente e independiente. Me parece que este tipo de mujer, sería desde
luego, más transgresora, creativa y subversiva que todas las muñecas anoréxicas que pululan por las
consultas de los psiquiatras de este final de siglo, o de las amas de casa que publicitan en televisión su
privacidad más abyecta, sin embargo es obvio que resultaría políticamente incorrecta, al menos para las
que creen y luchan por la igualdad femenina. Esta especie de antítesis de Aly McBeal resultaría chocante
y transgresora. La mujer sumisa combativa, escandalizaría y sería declarada la enemiga viviente del
feminismo. Igual sucedería con los hombres que hicieran algo así. ¿No es subversivo un juez, un general,
un almirante, un gran poeta que paga a una prostituta para que le flagele, le cabalgue y le humille?
¿Alguien es incapaz de ver el desorden que el juego masoquista propicia en la distribución social del
poder? Sólo aquellos que carecen de humor podrían no esbozar una sonrisa.

Lo que parece ser intolerable para el hombre es la imposibilidad de oponerse a algo, la falta de
prohibición. Una educación indulgente y permisiva, la ausencia de trincheras donde refugiarse y un
enemigo visible contra el que poder confrontarse. La falta de pecados que cometer y por los que
hacerse castigar y perdonar, la imposibilidad de renacer. Tener demasiado y demasiado placer es
intolerable, si al mismo tiempo no existe una contraprestación social que pueda ser transgredida.
Paradójicamente, los discursos liberadores del hombre lo esclavizan todavía más al yugo de lo amorfo e
insustancial, ignorando o soslayando que el sufrimiento es inevitable, y que los discursos terapéuticos
parecen agotados. Los discursos de la liberación de la mujer, por ejemplo, no hacen sino añadir nuevas
presiones a su imaginario con un doble turno y una jornada agotadores. Algunas, retroceden ante ese
peso, otras enferman psicosomáticamente, algunas voces feministas están empezando a plantearse qué
orden es exactamente el del enemigo. Pues una vez conquistado un derecho, ¿cómo haremos, para
eludir el deber de ejercerlo? ¿Cómo evitar que la conquista de un derecho se convierta en prescripción?

Hay una especie de límite para la muerte y para los signos de muerte que nos acompañan durante
nuestra vida que ni la política ni la medicina podrán contener. Si la prohibición no puede proceder de la
política, porque sería incompatible con el discurso democrático, ni de la religión porque ya nadie cree en
ella, sólo queda un último reducto: la clínica. Es la Medicina la última censora de actitudes, y parece que
cualquier prohibición no pudiera ser acatada más que en nombre de la ciencia. No es de extrañar, pues,
que el aburrimiento ontológico que se esconde en todo placer individual e ilícito, haya que ir a buscarlo
al diván de los psicoanalistas en forma de "necesidad de castigo inconsciente" o en la consulta de los
forenses. En la novela de Luis Landero, Juegos de la edad tardía, un personaje hace el siguiente chiste,
que cito de memoria:

61
Créame amigo, hay que tener todos los vicios, hay que fumar y comer carne de cerdo, beber y
trasnochar. Así cuando caes enfermo el médico te puede prohibir algo, y puedes sacrificarte en alguna
privación e incluso sanar por sugestión.

¿De qué serviría al asceta privarse de algo? ¿Qué haremos cuando toda la Humanidad haya alcanzado la
utopía de una felicidad y bienestar totales? Sólo con la muerte podríamos sustraer algo a la propia
muerte: sentencia que encierra en sí misma una contradicción insoluble. Efectivamente, las
prohibiciones ya sólo se sustentan en la ciencia: fumar es pernicioso para la salud, pues provoca cáncer,
la sal hipertensión, el cerdo y el alcohol son la fuente de todos los males. ¿Qué político o autoridad
eclesiástica osaría prohibirlas en nombre de su disciplina? Ese es el problema y no otro. Cualquier
transgresión es hoy una transgresión médica, una transgresión contra la clínica. Sólo por esa razón las
perversiones continúan existiendo en los manuales de Psiquiatría o apareciendo como metáforas
incompletas de sufrimientos inconcretos. Pero no tenemos ninguna evidencia de que las perversiones
sean enfermedades mentales. Más aun, todo apunta a que la represión política y religiosa se sirvió de la
Psiquiatría para "meter en vereda" a los disidentes de lo sexual. El término desviación sigue
manteniendo un cierto equipaje administrativo, mientras que cada vez más y más evidencias, permiten
suponer que se trata de operaciones que afectan al deseo individual (Simon, W. 1994).

Aunque para el cuerpo social es tranquilizador suponer que lo ignominioso, lo abyecto y lo


incomprensible sean categorías clínicas; aunque a los jueces les venga como anillo al dedo suponerlo
también porque esta convicción les facilita su labor normativa, creo que nuestra actitud, la actitud de los
psiquiatras debe ser la de devolver a la sociedad las preguntas que esta nos hace en forma capciosa y
preguntarse ¿de qué se acusa el acusado? Creo que, como en El Proceso de Kafka, la pregunta estaría
plagada de suposiciones más que acertadas, de por dónde andan las cosas.

El mundo camina hacia una abolición del pecado y una medicalización de lo espantoso, lo que es lo
mismo que decir que cualquier forma de erotismo extra-reproductivo necesita ser psiquiatrizado para
poder ser así exorcizado "sine religione". Como cualquier forma de maldad o de contratiempo, necesitan
de víctimas para soslayar al azar, esas víctimas serán el futuro los psiquiatras y los médicos en general,
demiurgos y depositarios de los vicios del hombre y paradigmas de la responsabilidad delegada, como
tutelantes del Mal.

No es de extrañar en este contexto que he dibujado, la búsqueda de castigo individual como un


epifenómeno deseable de la libertad. En la novela El hombre que quiso ser culpable, una novela de
política-ficción, se dibuja un mundo futuro donde la culpabilidad ha sido abolida por el Estado, una
sociedad opulenta y de bienestar. Un Estado feliz, evidentemente, es incompatible con los malestares
individuales. En esta magnífica novela, el protagonista mata a su mujer en un ataque de celos. El Estado,
bienhechor, a través de funcionarios acreditados, dispone lo necesario para "disimular" las pruebas y
que todo parezca un accidente. Sólo el homicida sabe la verdad, lo paradójico es que se niega a ser
absuelto, porque efectivamente tiene derecho a sentirse culpable. El Estado le niega esta posibilidad de
ser libre, porque - aunque opulento-ese Estado no es más que un Estado totalitario. Al final, al persistir
en su actitud, da con sus huesos en un manicomio. El tratamiento consiste naturalmente en persuadirle
de que está equivocado, es pues un acto de fe inquisitorial. La novela es una parábola orwelliana, donde
el omnipresente Estado que ya se dibuja empieza a emerger en forma de ficción. En la vida diaria y
sobre todo judicial de un psiquiatra, hay motivos más que sobrados para preguntarse ¿quién castiga en
un estado democrático a los culpables? Y ¿qué proporción existe entre la falta cometida y el castigo
impuesto? Y sobre todo, ¿existe algún vicio que haya escapado al inventario de los manuales de
Psiquiatría? ¿Hay alguna posibilidad de escapar a la clínica?

62
FLAGELANTES

A pesar de los cambios sociales, el supremo goce masoquista sigue siendo los azotes en las nalgas, una
actividad sobre la que se han escritos hasta verdaderos tratados (por ejemplo un tratado, escrito en
1744, sobre reglas prácticas para disciplinar a las esposas: "Sur lúsage de battre a sa meitrese" de un tal
Troyes (cit por Villeneuve)), por médicos, esclavistas, sacerdotes y eruditos diversos.

La extraña relación entre el placer y el dolor, entre el sufrimiento y el amor, entre el poder y el goce, es
conocida desde la antigüedad. Se ha dicho que Salomón, en su senectud, se hacía pinchar por sus
mujeres a fin de atizar su virilidad desfalleciente. También a Sócrates se le atribuye el gusto por la
flagelación, como a Aristóteles por la posición equina. Petronio en el Satiricón hace flagelar a uno de sus
personajes con ortigas que estimulan su virilidad. En 1643 aparece una monografía consagrada a la
flagelación, cuyo título era De usu flagrorum in re veneria et lumborum renunque officio (Del uso de los
flagelos en la actividad venusta y en el oficio de lomos y riñonada) de un tal Meibonius.

Según Meibonius, la flagelación estimulaba la potencia sexual porque estimulaba la región sacra, que es
donde se encuentran las terminaciones nerviosas y están las vesículas seminales y sus ramificaciones.
Del uso de los flagelos en la actividad venusta y en el oficio de lomos y riñonada. Los golpes provocan
calor en la zona aludida y de ahí nace la actividad seminal y la erección. (L. A. de Villena , Las
perversiones, pg. 58 )

Más tarde el marqués de Sade parece que plagia al propio Meibonius en su relato de Juliette:

El dolor de las partes fustigadas sutiliza y precipita la sangre con más abundancia, atrae el espíritu a los
órganos reproductores, un calor necesario para consumar el acto de libertinaje.

Es decir, se consideró históricamente que la flagelación era una especie de afrodisíaco en su versión más
ligera, un correctivo teñido de erotismo explícito en las medianas y un castigo severo en otras
indisciplinas graves. Petronio en la Ducutiana aporta una recomendación doméstica del uso del látigo:

A una mujer melancólica

por falta de ocupación

frotadle el culo con una ortiga

y rebosará de pasión.

La flagelación es una actividad antiquísima y bárbara que se utilizó en la Grecia clásica, para fortalecer la
virilidad de los muchachos, en Roma como una especie de carnaval vinculado a la fertilidad y en casi

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todo el mundo como castigo y corrector educativo. Una actividad ubicua que no fue en absoluto abolida
por la cristianización. Antes al contrario, el cristianismo, con la precipitación del goce erótico vinculado a
la santidad, lo perfeccionó hasta el paroxismo, extendiendo su uso como penitencia y adosándole un
elemento erótico que persiste hasta nuestros días. Las epidemias de flagelantes en el siglo XI o de
convulsionarios en el XVIII, suponen hitos de la histeria colectiva vinculada a la identificación con los
sufrimientos del hijo del Hombre. Sigue siendo un misterio del por qué en lugar de renegar de ellos la
Iglesia Católica, propició estos fenómenos y los democratizó convirtiéndolos en una virtud cristiana.

Quizá esa transmutación del castigo pagano hacia una actividad de imitación de Cristo esté en la raíz de
la adherencia de un goce, que en otro nivel de expresión se negaba: el goce sexual propiamente dicho.
Así fue, hasta la conocida irrupción de Kraft-Ebing que depositó definitivamente esta práctica, en la
nosología psiquiátrica. Y ahí sigue. En algunos países como Inglaterra, ha persistido el uso del látigo
encapsulado en la instrucción de generaciones de adolescentes. Ian Gibson en su libro, El vicio inglés,
desvela (denuncia) lo extendido de esta actividad, aunque más con fines de divulgación, que de
profundización en el fenómeno. En España, la corrección por azotes fue abolida por ley, emanada de las
Cortes de Cádiz, pero en la propia Inglaterra y Alemania se asistió a un resurgimiento de este castigo
durante el siglo XIX, tal y como relata Luis A. de Villena en su libro Las Perversiones.

¿Afrodisíaco, castigo, virtud cristiana, placer o perversión sexual?

Estos han sido los paradigmas en los que se ha movido el gusto por la flagelación.

Freud retomó el tema del masoquismo en la línea de Kraft-Ebing y atribuye el sadismo al hombre y el
masoquismo a la mujer, como correlatos de su actividad y pasividad constitucionales, sin embargo,
añade una novedad: identifica el gusto por los azotes con el erotismo anal, es verdad que lo necesitaba
para justificar su célebre teoría de la libido y que termina por encontrar un "argumento de peso". Así en
El problema económico del masoquismo, escribe:

El papel de las nalgas en el masoquismo también se comprende fácilmente, prescindiendo del carácter
evidentemente básico que tiene en la realidad (sic). Las nalgas son aquella parte del cuerpo, a la que se
da preferencia erotogénica en la fase sádico-anal, lo mismo que ocurre con el pecho en la fase oral y con
el pene en la genital.

Dicho de otra manera, que las nalgas están sensibilizadas para el ¿placer? por su proximidad con el ano,
teoría que se parece de manera siniestra a la de Meibonius a poco que se lea entre líneas. Se puede
entender e incluso aceptar, que tomar el pecho para un bebé suponga una sensación voluptuosa,
también que durante los primeros años de vida, el infante obtenga placer mediante la expulsión o la
restricción de las heces. Pero ¿qué tiene que ver este placer que procede de la codificación de
sensaciones introceptivas con el dolor de la flagelación? ¿Cómo se transforma el dolor en placer? ¿Y por
qué en las nalgas, es una cuestión de simple vecindad anatómica?

En 1919, Freud publicó un ensayo paradigmático. Pegan a un niño, que dio un vuelco en la concepción
moderna del masoquismo. En aquel ensayo, Freud propugnaba una idea revolucionaria: que la visión de
ver azotar a alguien causaba una perturbación, no sólo a la víctima de los azotes, sino también a los
espectadores, sobre todo cuando estos se encontraban en un rango de edad de entre 5-7 años. En
síntesis, las ideas de Freud, que analizó a algunas personas no especialmente masoquistas, sino con
intensas fantasías masoquistas de tipo flagelatorio seguidas de masturbación, era el siguiente:

64
1.-Un niño (mi hermano) es pegado por un adulto (mi padre). “Si mi padre pega a mi hermano (y no a
mí)”, es "porque me quiere (a mí) más que a mi hermano". Esta suposición infantil, llevaba al niño a un
intenso sentimiento de culpa, a consecuencia del cual, y mediante un movimiento de identificación
regresiva con el hermano, parecía suceder:

2.-"Mi padre me pega a mí (porque me quiere)". Este movimiento de identificación, mediante un


mecanismo de regresión, parecía instalar al niño en una situación de equilibrio con respecto a la culpa,
pero le dejaba en una situación de intensa vulnerabilidad con respecto a su autoestima, dado que el
sometimiento al padre puede ser intolerable para algunos niños, de modo que, un tercer movimiento
parecía apreciarse como forma de solución del conflicto:

3.-"Mi madre (y no mi padre) me pega a mí, porque me ama". Es una solución de compromiso, frente a
la desvalorización secundaria al sometimiento al padre, que aunque sigue siendo un posicionamiento
masoquista, esta vez respecto a la madre, permite al niño escapar del sometimiento jerárquico hacia
aquél.

Estas tres posibilidades ofrecen un modelo perfecto para la comprensión del fenómeno masoquista en
los adultos, porque da cuenta de las cuatro posibilidades de parejas sadomasoquistas (Hombre-hombre,
Hombre-mujer, Mujer-mujer y Mujer-hombre), con independencia del rol. En mi opinión esta
explicación precisa sin embargo de ciertas aclaraciones. Es necesario, desde luego, una atmósfera de
disciplina física, cercana a lo terrorífico, para que estas cosas sucedan así. Evidentemente, el gusto por la
flagelación parece imponerse en aquellos países donde este tipo de disciplinas se aplican de un modo,
pudiéramos decir, sistemático, como por ejemplo en Inglaterra y no por la proximidad al ano como
Freud suponía. No creo que un castigo resulte erotógeno, es decir, que cause placer a menos que medie
un enorme beneficio secundario al mismo.

La autopunición masoquista no es la ejecución de la pena temida, sino una punición más benigna que
puede reemplazarla (W. Reich, op. cit). Sin embargo, estoy convencido de que determinados castigos,
aplicados por determinadas personas, pueden resultar voluptuosos para un niño de entre 5-8 años (y
también entre los adultos). Aunque las cosas debieran funcionar racionalmente así:

-"Me pega, luego le odio".

A veces funcionan de este otro modo, debido precisamente a las inversiones que tratan de ocultar el
afecto original, la rabia o el odio: 2.-"(Dado que le amo y le necesito y) me pega, le quiero más". Y aun:

-"Anhelo su castigo (porque lo merezco) y así me sentiré querido". O:

"Prefiero que me castigue, esta (mujer) y no aquel (hombre)". Creo que es muy posible que estos
mecanismos funcionen así, naturalmente, con otra condición: que ese castigo no sea brutal o demasiado
intenso o reiterado y procure un dolor asumible, pues entonces lo que sucedería no tendría nada que
ver con el erotismo sino con el miedo (el sadismo no podría ser reprimido, sino que quedaría como un
fantasma intransformado):

-"Me pega (no me quiere) y por eso le temo (le odio)" 2.-"Si soy como él, no le temeré, (será él quien me
tema)" En mi opinión, gran parte del error epistemológico en que se encuentra la interpretación
psicológica, del goce por la flagelación, es la suposición de que resulta placentero, sin haber considerado
que determinados castigos pueden ser inferiores en severidad a lo esperado en proporción a la falta,
(real o imaginaria) o que inflingidos por determinadas personas pudieran añadir una gratificación
erótica, superior al propio efecto aversivo del castigo. Según A. Philips:

65
Los latigazos son cualquier cosa menos placenteros. No son sino un requisito previo, para el contacto
sexual que se espera para después…una vez recibido el castigo, el cuerpo está vivo para la sensación,
completamente abierto a la receptividad y ansiando una sensualidad positiva (Una defensa del
masoquismo, pg. 183 ). Bueno... esto es otra cosa, porque nos permite desprendernos de la paradoja
que representa el masoquismo. Recibir azotes duele tanto al masoquista como al normal, sólo que unos
lo aceptan como antesala al goce propiamente dicho, mientras la mayor parte de la gente abomina del
dolor y trata de evitarlo por todos los medios. Al menos ya no suena tan “perverso" o tan extravagante.

Sin embargo, algunos autores ya habían avanzado una hipótesis similar, la teoría del aplazamiento. T.
Reik ha llamado la atención sobre un rasgo de la relación objetal masoquista, a saber: que las fantasías y
el ritual masosádico tiene como objetivo demorar o aplazar el goce sexual propiamente dicho. De lo que
se trata es de hacerlo durar más, ¿no es eso lo que todas las parejas hacen (o deberían) en sus
relaciones habituales?

Sabemos que la mujer necesita para obtener el beneficio del orgasmo, que el coito dure entre 20 y 30
minutos. Unos piensan que este aplazamiento está relacionado con el miedo al fracaso, es la hipótesis
clásica, Castilla del Pino insiste en que:

El lector podrá entrever fácilmente que como hemos visto, el recurso a la fantasía, está estrechamente
relacionado con la impotencia, o a la conciencia de tal (Introducción al masoquismo, pág. 26).

¿Por qué pensar que esta demora, perseguida activamente, representa una conciencia de impotencia y
no al revés? ¿Por qué no pensar que el acceso al placer está demasiado facilitado en el masoquista y
busca precisamente algo que le haga de dique o lo amortigüe? No he conocido nunca ningún
masoquista impotente o ninguna masoquista frígida, aunque es posible que en siglo pasado, los
pacientes masoquistas fueran a su vez impotentes, a partir de la patoplastia cultural. El caso opuesto,
estaría constituido por aquellas personas que precisan enormes cantidades de estímulos relacionados
con la percepción de rango para excitarse, son precisamente estos los que ejercen el papel dominantes
en las relaciones, seres oscuros, taciturnos y circunspectos.

Sin embargo, es verdad que los psiquiatras vemos muy pocos casos en el contexto clínico de
masoquistas erógenos. Lo que más atendemos son pacientes que consultan por dificultades,
inhibiciones o neurosis sexuales. El caso que más atrás presentaba, de la casuística de Castilla del Pino,
la mujer inhibida, que pedía permiso al marido para llegar al orgasmo, es un caso de masoquismo sexual
caracterológico, pero no perverso. Es bueno recordar ahora que "la perversión es la otra cara de la
neurosis", tal y como intuyó Freud. O sea, que el perverso goza lo que el neurótico sufre. Entonces ¿a
qué viene insistir en el tema de la supuesta impotencia del masoquista perverso?

El miedo nos excita, del mismo modo que nos excitan determinadas imágenes, como la venganza o la
ira, o el sentimiento de poder, algunas veces nos excitan más si las vemos (proyectamos) en otro. Son
sensaciones voluptuosas, en el sentido que Rousseau daba a esta palabra, son sensaciones pregenitales
(incluso prehumanas), en el sentido de que las aprendemos mucho antes de catar el goce genital, el
orgasmo sexual. Sin embargo, tal y como dice Rousseau, no son el goce sexual, sino sensaciones que
ciertamente le preceden y que posteriormente pueden adherirse al goce sexual adulto y genuino e
incluso tomar el mando: ultrasensualismo llamaba Sacher-Masoch, acertadamente, a este fenómeno.

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Muchos hombres son incapaces de excitarse cuando sienten miedo, sin embargo, para otros el miedo
calculado puede ser un excelente afrodisiaco.

De hecho, no existe una única sexualidad, y muchas condiciones para la excitación, tantas como
sensibilidades individuales.

¿Por qué nos gustan las películas de miedo? Para unos un rapto de ira puede ser tan voluptuoso, como
para otros el perfume de una flor. Se trata de una condición erótica individual.

En el caso de Rousseau o de Sacher-Masoch no cabe ninguna duda de que su masoquismo estaba


directamente relacionado con la escena que describen y que con tanta lucidez manifiestan en sus
elaboraciones causales acerca de su predilección por los azotes. Pero me pregunto ¿fueron los azotes de
la Sra. Lambercier, o los de la tía Zenobia, los castigos más severos que sufrieron tanto Rousseau como
Sacher-Masoch, en su vida infantil? Si atendemos a sus biógrafos, como Moll, o a sus propias
declaraciones, tanto uno como otro, habían sido educados en ambientes aterradores con padres
distantes, fríos y tiránicos. Estoy seguro de que ambos "prefirieron" ser castigados por su tía y la Srta.
Lambercier que los castigos, que a buen seguro, les propinaron sus padres. Dicho de otro modo: los
castigos de las féminas eran un alivio comparados con los castigos reales ya recibidos. El propio
Rousseau lo verbaliza muy claramente cuando dice que en su fantasía temía el castigo, pero una vez
recibido lo percibía siempre como un alivio. Precisamente la espera de recibirlo era más insoportable
que el castigo propiamente dicho. Los masoquistas suelen preferir un montaje de suspense para sus
rituales sexuales. "El no saber qué va a pasar después", es al parecer un goce bastante generalizado,
como "el que haya reglas" o "que hagan de mí lo que quieran". El "no saber lo que va a suceder
después", es naturalmente una falacia. Todo masoquista sabe lo que va a suceder (aunque no en qué
orden) y desde luego, lo que no va a suceder. No va a suceder que el miembro dominante le mate.
Tampoco va a suceder que el miembro sádico le maltrate hasta un punto más allá de lo soportable.
Entonces ¿de qué clase de sorpresa se trata? Hay pues un cierto truco, como por cierto también lo hay
en las películas, donde pase lo que pase durante la proyección, sabemos que en dos horas,
aproximadamente, todo terminará y saldremos del cine. Es un final predecible, siempre sucede así, lo
cual no es obstáculo para que durante la película nos sintamos asustados, sobrecogidos o tristes, por la
suerte que corren los protagonistas elegidos por sabios guionistas, para contener toda posible
identificación del espectador. De lo que se trata no es tanto de sufrir o gozar sino de salvarse, de
renacer. El masoquista sí sabe lo que va a suceder después. Sucederá que inevitablemente - después y
no antes-de toda la sucesión de posturas, flagelaciones, ataduras, mordazas, vejaciones, gritos y
súplicas, habrá un orgasmo y después la pareja se separará y cada uno seguirá con lo suyo. Lo que no
sabe es cuándo sucederá todo eso, ni la secuencia de las sevicias, es-precisamente-esa espera
voluptuosa, la que busca el masoquista. Es ahí donde reside precisamente su condición erótica: en la
espera. No hay nadie tan paciente como un masoquista, ellos son los mejores estrategas, saben y
desean esperar porque saben que su acceso al placer es inevitable. Contrariamente a esta idea, los
miembros dominantes suelen ser impacientes y atolondrados. Por eso se dice que el mejor "Amo" es
siempre otro masoquista que eventualmente ejerza ese papel. Como decía Sade, uno de los que
intuyeron que el Bien y el Mal eran inseparables:

"Puedo provocar tanto dolor cómo placer, pero el placer puede fingirse, el dolor no, el placer está en mí,
el crimen afuera".

Lo que es lo mismo que admitir en los dominantes cierta incompetencia para provocar placer en una
pareja y una cierta habilidad para gestionar un goce imposible de aprehender, dado que el orgasmo
femenino (al contrario del masculino) carece de verificación. En cualquier relación erótica, de lo que se

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trata es de capturar el placer del otro. Un placer que debido a la discontinuidad entre los sujetos,
representa siempre un enigma. Siempre, claro está, que el goce del otro no sea idéntico al mío, lo que
sucede siempre en las parejas heterosexuales. Esta imposibilidad de capturar el goce del otro, es el
reconocimiento más palpable de la diferencia y un posicionamiento sobre la alteridad. Una alteridad
que reconoce la incapacidad del sujeto de atrapar el goce del otro y en el otro.

EL PAPEL DE LA PIEL

Los psicoanalistas empeñados en encontrar explicaciones causales al enigma del masoquismo y


encajarlo en la teoría de la libido, intentaron dar explicaciones al problema de conjunción que
representa el dolor y el placer simultáneos, que se buscan aparentemente en la flagelación, con la
ambivalencia propia de la fase sádico-anal. Reich, en un intento de explicar, desde dentro de la propia
teoría esta contradicción insalvable, escribe:

No se trata de buscar el dolor -como a primera vista pudiera parecer-, sino el calor de la piel. En la
búsqueda del látigo, el dolor es el precio que hay que pagar por el calor que proporciona la flagelación.
El frío es intolerable porque se identifica con la soledad. Sin quererlo Reich, -profundamente intuitivo-
insiste en la teoría clásica, pero aporta unas pinceladas en torno a la importancia de la piel en los
masoquistas. Una importancia que procede de la fetichización de la misma:

-El uso de las pieles (como la siniestra Zenobia), como fetiche universal en los masoquistas. Aun hoy el
cuero es una de las constantes en cualquier relación de flagelación o simplemente en el simple
exhibicionismo de la parafernalia "sado". Artilugio al que hay que añadir cada vez con más frecuencia las
prendas de goma o látex.

-La importancia de la piel como atributo que mostrar después de que en ella haya quedado "la marca"
del dolor, que autentifique el sufrimiento. Quizá haya que inscribir aquí el gusto por las prendas muy
ajustadas que sirven como "segunda piel", y que pueden sustituir a la propia - imaginariamente-en el
desuello. Y que de alguna manera retrocede en la causalidad del masoquismo hacia el eterno tema de la
fusión.

La importancia de la piel, en los masoquistas, procede de la función intrínseca de esta víscera


eviscerada, la mayor y más importante del cuerpo en cuanto a superficie y en cuanto a receptores
destinados a procesar la información externa (dolor, calor, presión, vibración y texturas) y a servir de
envoltura psíquica, en tanto es límite, pero también protección y contención. En este sentido,
narcisismo y masoquismo representarían las caras opuestas de la genealogía de la moral, la una (la
narcisista) vuelta hacia el propio goce y representante vicario de Dios y la otra (la masoquista), puesta al
servicio del goce en -el Otro-, una idolatría, un tránsito iniciático, con su liturgia, sus sacramentos, sus
sacerdotes y sus acólitos.

Didier Anzieu propone considerar el sadomasoquismo como el resultado de una organización


fantasmática infantil, relacionada con la simbología de las heridas y las tendencias exhibicionistas y

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voyeuristas ligadas a la fase uretral-fálica. Para ello echa mano del mito griego del sileno Marsias, al que
se atribuye el invento de la flauta.

Ufano con su hallazgo y creyendo que la música de la flauta era la más bella del mundo, Marsias desafió
a Apolo a producir con su lira un sonido comparable. Apolo aceptó el reto, con la condición de que el
vencedor tuviera derecho a tratar al vencido como quisiera…Marsias fue declarado vencido y Apolo
colgándolo de un pino le desolló. (P. Grimal Mitología griega y romana).

Según Chazaud:

El goce masoquista, efectivamente, alcanza su más alta cota en el horror a un castigo corporal (la
flagelación) llevado hasta el punto de que los pedazos de la piel despegados dejan huellas. Este
fantasma permanece y en la práctica perversa rara vez es realizado hasta el máximo, pero puede ser
muy peligroso cuando se añaden también quemaduras. Existe un fantasma de fusión cutánea con la
madre, quedando figurada la separación por el arranque de la piel, reforzada por los recuerdos infantiles
de despegue de vendas y apósitos.

Dicho de otra manera, el desollamiento imaginario tiene que ver con una unión íntima, del verdugo con
su víctima. Unión sobre la que volveremos más tarde al ocuparnos del ascetismo y sus relaciones con el
masoquismo. El tema de las vendas, sin embargo, tiene una importancia capital en los rituales
sadomasoquistas. Mi paciente Marta a la que me he referido en incontables ocasiones en este libro
aseguraba durante su tratamiento:

"Cuando era pequeña y me enfadaba con mi madre me daba cabezazos contra la pared, pero ella (la
madre) me castigaba si hacia eso, de modo que descubrí un truco: morderme los carrillos por dentro de
la boca hasta hacerme sangre, pero mi madre acudía solícita a curarme con colutorios. Después descubrí
que los arañazos en la piel eran igualmente protectores porque me ponía tiritas. Pero lo que más me
gustaba de las tiritas no era ponérmelas sino quitármelas, arrancarme los pelos y la costra de las heridas
hasta hacerlas sangrar. Más tarde, de mayor disfrutaba mucho con la depilación a la cera, ritual que
llevo a cabo con enorme placer…a veces cuando estoy sola me vendo el tórax y los pechos dejándome
solo visible los pezones…no sé me siento distinta así”. Este testimonio por si sólo creo que daría la razón
a Anzieu, acerca de la importancia de la piel como límite del yo y la búsqueda de completud del
masoquista a través de esa metáfora que representa el desollamiento más o menos mitigado en este
tipo de prácticas. Como explica la mitología en su epílogo sobre la historia de Apolo y Marsias:

Apolo arrepentido por haber desollado a Marsias, rompió su lira y convirtió a Marsias en un río. Lo que
es una manera de admitir que la flauta de Marsias era efectivamente de mejor sonido que la lira de
Apolo, a pesar de haber perdido en la comparación. A cambio de su error, Apolo le concede a Marsias la
capacidad de ser un río: de un fluir sin fin. Otra vez aparece Heráclito y el eterno tema del cambio: algo
que resulta aparentemente idéntico, pero que siempre es distinto .

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ESCATOLOGIA

Ya he dicho que el erotismo supone siempre la ruptura de algún tabú. Una ruptura privada. El tabú es
una prohibición arcaica, algo que se acata en nombre de lo sagrado. A veces los tabúes se recogen en los
códigos jurídicos de los pueblos, que regulan la vida en común. Otras veces se caen de ellos en función
de la evolución de las distintas sociedades, en ocasiones, es la religión la que sale al rescate de tabúes
que pierden vigencia y los vuelve a introducir en la nómina de lo prohibido. Hay tabúes universales y
otros que persisten en nuestras sociedades avanzadas, aunque ya no en forma de delito sino del simple
decoro, como sucede con la desnudez.

Los tabúes son enormemente protectores para el ser humano individual, aquello que se acata en
nombre del tabú es intransitable, y aquél que se transgrede, siempre resulta peligroso para la
convivencia social y el propio individuo, dado que lo que se transgrede pierde inevitablemente su
aspecto protector. Algo que nos protege en tanto que algo deseable esconde, en su trama arquetípica.

La desnudez es un tabú que a lo largo del tiempo ha ido perdiendo vigencia jurídica y vigencia religiosa,
siendo como es aún un tabú, es decir, un rastro erótico de lo prohibido, un rastro de lo sagrado. Ni que
decir tiene que no estoy empleando la palabra "sagrado" en su acepción teológica, sino en su acepción
más arcaica, aquella que contiene un estremecimiento (el horror) que acerca al hombre hacia lo
trascendente, lo numénico. Hoy la desnudez ha ampliado su campo de aceptación pública, usualmente
ligada al arte. La desnudez ha perdido gran parte de su potencial obscenidad, porque las sociedades han
modificado su punto de vista sobre ella, aunque aun conserva gran parte de su potencial intimidatorio y
siniestro. Hay desde luego excepciones, podemos estar desnudos en la playa, y por supuesto en la
consulta del médico sin que ello suponga un acto de ruptura del tabú, también podemos contemplar
desnudos en el cine, el teatro o las revistas, bordeando aquí ya lo permitido. Las prohibiciones no sólo
contienen la transgresión en sí mismas, sino también excepciones que las hacen aparecer como acciones
neutras a pesar de que el desnudo siga siendo algo sagrado. Las sociedades avanzadas mudan de
opinión constantemente con respecto a su concepción de los tabúes. Diríase que la Modernidad
consiste en la paulatina superación de los tabúes arcaicos; dado que existe una total identificación entre
el tabú y lo religioso. La secularización progresiva de nuestras sociedades trae consigo una modificación
de los tabúes universales o su intercambio por otros generalmente del campo clínico. El adulterio - por
ejemplo-es un tabú, pero apenas conserva para un occidental su original estigmatización sagrada, ni
siquiera es ya un delito, sólo un pecado para los creyentes, socialmente, el adulterio es tolerado siempre
que "se conserven las formas". Una prohibición puede soslayarse siempre que "no llegue a saberse", no
se convierta en pública, que se mantenga en secreto, sobre todo el de las mujeres. Parece que el cuerpo
social ha tenido que ir mudando de opinión acerca de las transgresiones intolerables y las que tienen
perdón social a lo largo de la historia. El adulterio es un tabú porque en determinadas comunidades
primitivas era insostenible que el hombre abandonara a su esposa por otra mujer. Este lujo no podía ser
consentido por una comunidad, donde el reparto del trabajo era posiblemente su única oportunidad de
subsistencia. El problema no era tanto que un hombre tuviera comercio sexual con otra mujer, como
que abandonara a la propia a su suerte. El adulterio sigue siendo un tabú, a pesar de la anarquía que
gobierna el intercambio sexual en nuestras sociedades opulentas y tiene como base la misma aprensión:
el abandono a su suerte de la mujer, con su prole.

Parece que la propia comunidad es consciente de que hay que propiciar un cierto equilibrio entre
prohibiciones y transgresiones a veces incluso, prescribiéndolas. Es el caso de las fiestas populares o de
las ceremonias de pase.

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Durante una semana al año, coincidiendo con los solsticios o alguna celebración ligada a las cosechas, el
orden social de los pueblos se pone patas arriba, subvirtiendo las reglas que durante todo el año se
acatan con aparente buena disposición. Aquí como dice la canción de Serrat ... el prohombre y el villano,
bailan y se dan la mano... Es la fiesta una excepción, una válvula de escape para que las prohibiciones no
lleven en sí mismas el germen del desorden social.

Uno de los tabúes más generalizados es el tabú del incesto, que se mantiene no sólo en los códigos
jurídicos de prácticamente todo el mundo, sino que sigue siendo considerado pecado por todas las
religiones, lo que se agrega al horror atávico de cometerlo por parte de la gente común. Como ya
demostrara Levy-Strauss en su obra: Las estructuras elementales del parentesco, el incesto no es igual
en todas las culturas. En principio, se trata de una prohibición que trata de restringir el comercio sexual
entre padres e hijos, pero también de los hermanos entre sí. Se trata de favorecer la exogamia.

Sin embargo, el tabú del incesto no es sólo una prohibición, sino que frecuentemente - en las sociedades
primitivas-contiene la prescripción de idoneidad para contraer matrimonio. En algunas comunidades
con pueblos hostiles alrededor, el incesto contiene una cláusula que hace deseable el matrimonio entre
los primos matrilineales, aunque lo prohíbe en los patrilineales. Según Levy-Strauss, que estudió este
fenómeno en su propio origen, la causa era que este tipo de matrimonios propiciaban el intercambio
entre sus miembros, mientras que los matrimonios por la vía patriarcal tendían a estancarlos. Cada
sociedad construye sus propias reglas de intercambio sexual, debido a que el acceso a las mujeres es un
bien que va más allá de la voluntad privada y se considera un bien público.

Si una sociedad organiza mal el reparto de mujeres se sigue un verdadero desorden ( Bataille , op. cit ,
pg. 215 ). Por eso ciertas costumbres atávicas como el rapto de la novia o el viaje de "luna de miel"
siguen conservándose entre nuestras costumbres ligadas al hecho de desposarse. Incluso en nuestras
sociedades democráticas es posible entrever en algunas ocasiones estas prescripciones, vinculadas no a
la prohibición, sino a la idoneidad de tomar una determinada esposa. Es usual que en determinadas
clases sociales, se pacte de antemano el matrimonio de una hija, por parte de los padres, con el objetivo
de asegurar un orden patrimonial. En ocasiones "casarse con quien uno quiere" supone la ruptura de
este tabú, al que siguen perturbaciones y desordenes familiares. De hecho, en las clases sociales altas y
dominantes, es usual que la elección se efectúe de manera "endogámica", dentro del mismo grupo
económico. Este hecho debe considerarse como una prescripción ligada al tabú del incesto, donde el
padre tiene el poder de otorgar a su hija, según la conveniencia de sus intereses patrimoniales. A
cambio de eso, esperará que otro padre de su clase social, disponga lo necesario para emparejar
también a su hijo varón. El derecho de pernada medieval era una institución jurídica que procedía
también de esa misma convicción: la generosidad de la entrega de una virgen, la hacía algo sagrado, un
bien que el propio marido debía evitar, dejando esa función al señor medieval, representante en este
caso del padre prohibido. Con todo, la institución universal del incesto, lo que trata de proteger no es la
eugenesia, como creen muchos, que creen ver una especie de precursor higiénico-natural en esta
coerción, sino el intercambio "mercantil" basado en la generosidad del que cede o dona a su hija. A
cambio de este acto de generosidad, se multiplican las redes del intercambio y de comunicación hasta el
infinito y, simétricamente, habrá

una mujer para mi hijo, en cualquier otro lugar donde un padre haga lo propio.

Dicho de un modo más claro, el incesto es atractivo para las comunidades humanas, y precisa ser
sometido a una fuerte restricción. De no ser así, ninguna comunidad humana hubiera soportado las
tensiones internas del clan y la organización del trabajo se hubiera resentido gravemente. No sólo el
incesto, toda la sexualidad humana es enormemente atractiva (sobre todo el acceso a las vírgenes) y

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precisó de una serie de restricciones para posibilitar la convivencia, sobre todo después de la
especialización del trabajo de las comunidades agrícolas. Sin embargo, la prohibición no suprime ni la
codicia humana (una codicia de mujeres y bienes materiales), ni la actividad sexual, sino que abre al
hombre, incluso al más disciplinado, una puerta a la que no puede acceder la animalidad: la transgresión
de la regla.

El erotismo transgrede reglas, prohibiciones que proceden de lo sagrado. No es erótico robar, porque el
robo no es tabú, sino simplemente un delito. Los tabúes son restricciones que siempre tienen que ver
con la mujer, el acceso carnal a la mujer y el crimen, es decir, tienen que ver con los deseos infantiles y
con el periplo de la humanidad desde la protohistoria del hombre. El dinero no es un objeto de deseo
infantil, sino que responde a otro tipo de lógica más adulta y vinculada al deseo de dominio o a la
codicia: un atajo para acceder a lo mismo.

Los tabúes también protegen a los muertos, dado que es precisamente el culto a los muertos, el primer
signo de humanización encontrado en los homínidos, incluso en aquellos que eran de hecho caníbales.
Parece que la conciencia de la muerte y el culto a los muertos, junto con la preocupación por su tránsito,
es la primera señal de cambio desde una sociedad natural animal, hacia una sociedad humana y por
tanto cultural.

El asesinato, la necrofilia, la pedofilia y el incesto parecen ser los únicos tabúes que persisten en
nuestros códigos penales y que nos horrorizan moralmente con similar intensidad al castigo que
propician los tribunales. Sin embargo, la desnudez, el adulterio, la prostitución o la flagelación de los
masoquistas nos parecen variantes privadas inocentes que muy pocas personas admitirían como dignas
de ser castigadas por los Estados modernos o que se encuentran toleradas por los poderes públicos.
Dicho de otro modo, no siempre existe un paralelismo entre lo prohibido por el tabú y el consenso social
y político, respecto a la represión de esta conducta.

Uno de los tabúes más profundos de nuestra especie es la relativa a la prohibición de consumir carne
humana, la abolición del canibalismo. Hace relativamente pocos años tuvimos ocasión de presenciar
como un grupo de adolescentes que habían quedado atrapados en un avión en la cordillera de los Andes
se comían a sus compañeros muertos en el accidente. Para sobrevivir hubieron de consumir proteínas
humanas. Estoy seguro de que aquellos supervivientes tuvieron que vencer una extrema repugnancia y
aversión para llevar a cabo aquel banquete. Aun hoy, estoy seguro de que aunque ninguna autoridad
humana les condenó, muchos de ellos tendrán la sensación de haber transgredido un orden que
trascendía la propia ley. Una transgresión sagrada. Aun así, consumir carne humana está prohibido por
las leyes, porque suponen la profanación de un cadáver, y un cadáver se considera algo intocable,
porque es inmortal.

Las creencias que sostienen los tabúes son generalmente sólo mitos o conveniencias obsoletas. Claro
que un cadáver no es inmortal, aunque tarde mucho tiempo en descomponerse y desaparecer. Los
desnudos son bellos y no contienen ningún estigma de pecado, si la mirada es bella. ¿Entonces por qué
los tabúes persisten a pesar de todo, no sólo en la conciencia del humano sino en sus códigos legales y
religiosos?

Nadie lo sabe, pero la ruptura de algún tabú es seguida de desorden social (y de patología mental), tanto
o más que las propias prohibiciones. Parece pues, que la convivencia entre humanos está basada en un
equilibrio entre la aceptación y la transgresión de las mismas, junto con una lenta redefinición de la
propia esencia del tabú, por parte de la opinión pública, así como la substitución de unos tabúes por
otros, dado que el Mal es inagotable e inseparable del Bien.

Freud elaboró una teoría-la Teoría de la libido-a fin de dar cuenta de estos temores primigenios: el
temor de devorar a la madre, el temor de destruirla con las propias heces o el temor de poseerla, eran

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deseos estructurantes, preexistentes en el bebé. Es decir el bebé quiere, desea comerse, matar y poseer
a la madre literalmente, según se encuentre en la fase oral, anal o fálica del desarrollo libidinal.
Posteriormente, desarrollará

intensos deseos de matar al padre rival, a fin de quedarse con la madre en propiedad. Ni que decir tiene
que la teoría de Freud es indemostrable, pero profunda y elegante porque da cuenta de todos y cada
uno de esos temores primigenios que nos tienen atrapados en la edad adulta. Ciertas operaciones
inconscientes, defensivas, como la represión, ponen a buen recaudo estas pulsiones, condenándolas a la
sepultura del inconsciente donde transformadas en derivados socialmente aceptables, persisten
durante toda su vida buscando una vía para su gratificación.

Estoy de acuerdo en que si tenemos tanto horror al incesto, es porque algo hay en el incesto que es
profundamente atractivo. No soy tan consciente de que matar a mi padre o devorar a mi madre tenga
algún atractivo erótico, pero estoy dispuesto a aceptar que el crimen totémico o el sacrificio humano (el
pecado original) forman parte de eso que llamamos Humanidad.

Creo que Freud describió en su teoría de la libido, una historia del periplo de la humanidad. Sin saberlo
elaboró una mitología que vendría a substituir a la clásica para nuestra comprensión de nuestros
orígenes como especie y nuestro destino comúnmente encadenado a la fatalidad de saber que somos
finitos y que somos sobre todo o quizá tan solo un cuerpo, materia. Creo que lo que Freud describió son
parábolas genéricas y no sucesos individuales .

Sin embargo, no todos piensan así. Herbert Marcuse, por ejemplo, cree que el origen del pecado, el
origen de la represión, hay que ir a buscarla precisamente en la represión instintiva de la que hablaba
Freud. Así en Eros y civilización, escribe:

La búsqueda del origen de la represión nos lleva al origen de la represión instintiva, la cual se encuentra
en la primera infancia. El Superyo es el heredero del Complejo de Edipo y la represión de la sexualidad
se dirige contra sus manifestaciones pregenitales perversas. Ya he hablado de la posición de Bataille
sobre este asunto. Una posición que tiene en cuenta una prohibición difusa y supraindividual sobre la
sexualidad y la violencia. Hay que recordar que para Bataille la sexualidad es una forma de violencia, en
tanto que de lo que se trata de conseguir con ella es la disolución de los cuerpos:

Me asombra ser el primero en decirlo, tan claramente. Resulta banal aislar una prohibición particular
como es por ejemplo el incesto y buscar su explicación solo fuera de su fundamento universal, que no es
otro que la prohibición informe e universal de la que es objeto…y que es siempre la misma en cualquier
lugar y en cualquier condición. Tal como cambia su forma, su objeto cambia; tanto si lo que está en
cuestión es la sexualidad como si lo es la muerte, siempre está en el punto de mira la violencia; la
violencia que da pavor, pero que fascina.

Lo que fascina es pues lo prohibido, en tanto que prohibido, por alguna instancia externa al propio
individuo. Todas las operaciones del erotismo tienen como fin, transgredir el orden que alumbra con
una luz siniestra y culpable la propia prohibición. Dice Baudelaire:

La voluptuosidad única y suprema del amor reside en la certeza de hacer el Mal.

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Aunque es cierto que el acto sexual tiene siempre un valor añadido de fechoría, sobre todo si se trata de
la primera vez, (o con una virgen) creo que el lector sagaz sabrá interpretar a qué clase de mal se refiere
Baudelaire y a qué clase de acto sexual me estoy refiriendo. No me refiero a esa clase de acto, que se da
sin peligro alguno, con todas las bendiciones sociales y en el secreto de nuestra alcoba con nuestra
esposa o marido legales, con un contrato sobrevolando en forma de expectativa reproductiva. Me
refiero - claro está-a otras formas de sexualidad: a las que tienen que ver con el Mal.

El sadomasoquismo es una actividad erótica que goza de casi todos los ingredientes que uno a uno
convocan la angustia, el miedo, el horror y la repugnancia. Ya se sabe que el último reducto del erotismo
es la muerte, pero las actividades sadomasoquistas se mantienen más acá de esa frontera y se
conforman con esas pequeñas muertes que llamamos orgasmo, precedidas de una serie de rituales que
ya he descrito más atrás.

interesa ahora referirme a determinadas actividades que gozan de cierto prestigio entre sus
practicantes, me refiero a las escatológicas. Freud decía acertadamente que las barreras naturales que
se oponen al goce sexual son tres: el pudor, la repugnancia y el dolor. Ya sabemos de las operaciones de
la pareja masoquista para lograr salvar, amortiguar o intensificar el placer, mediante rituales que ponen
a prueba la tolerancia dolorosa del miembro sumiso. La flagelación y el insulto, pero también la cera
goteando de una vela, las pinzas que atraviesan los pezones, las anillas que perforan la vulva o cualquier
otro artilugio similar a estos, ponen en juego, no sólo la humillación y la sumisión de la pareja sino
también su resistencia al dolor.

Todos los hombres saben del intenso placer que procura seducir a una muchacha, tímida, pudorosa y
frágil. Las mujeres también lo saben, y por eso el aspecto aniñado y delicado suele ser buscado
activamente por medio de dietas y regímenes. La muchacha pudorosa estimula, mediante el mecanismo
de identificación proyectiva, el sadismo arcaico del varón, se constituye como un desafío para él. Toda la
literatura erótica desde el marqués de Sade, hasta Apollinaire, dan cuenta de este deseo, seducir
novicias, vírgenes y "pervertirlas hasta el límite más abstruso e inverosímil", excitaba y excita nuestra
dormida sexualidad occidental. De eso trata la buena pornografía: aquella que excita los sueños del
cliente sin engañarle respecto a lo que va a suceder después , que todo quedará sólo en eso, mirar, en
este caso leer.

De lo que se trata en el sadomasoquismo es de vencer estas barreras al placer, de una prueba, de una
ceremonia iniciática. Se trata de comprobar el poder del miembro dominante, sometiendo a un examen
al miembro sometido, de vencer esas resistencias naturales que de alguna manera certifican la
verosimilitud del proceso, que procuran un acta de fe, de autenticidad, por así decir. Sería absurdo que
la pareja se sometiera "profesionalmente" a las sevicias masosádicas, un simulacro, como sucede con las
parejas contratadas con fines mercantiles. Algo demasiado falso, mecánico e ilusorio, como el coito con
una prostituta. La pareja sadomasoquista necesita certificados de dolor, de verdadero pudor y de asco,
sino todo queda en una pantomima histriónica o patética. La repugnancia se pone a prueba porque es
necesario comprobar hasta qué punto la pareja sumisa "ama" al dominante. Hasta qué punto de
disolución de su propia "mismidad", amor asimétrico y sin mutualidad. La prueba de la orina (lluvia
dorada) que es emitida por el miembro dominante con el fin de regar con ella el cuerpo de la pareja
sumisa, para que sea bebida con deleite, y las más poco frecuentes prácticas de coprofilia, son
certificados urgentes de buena disposición. ¿Hay alguna forma más evidente de conseguir ese
certificado de disolución del que hablaba Bataille, que a través de estas prácticas? ¿Se pueden confundir
mejor dos cuerpos?

Naturalmente, la práctica de la "lluvia dorada", ni para el que la emite, ni para el que la recibe, es
placentera, sino que marca un signo de autenticidad del sometimiento. Lo que está en juego aquí, no es
la disposición a un juego placentero o sexual, sino la disposición a un juego de poder. No solamente por

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la referencia simbólica a la territorialidad animal, (marcada con feromonas procedentes de la orina) sino
por la sensación de poder que acompaña frecuentemente a esta práctica, placer que tiene que ver con
el triunfo sobre un tabú universal, fuertemente defendido por una repugnancia visceral, una barrera
inexpugnable para la mayor parte de las personas comunes. La práctica de la felación, por ejemplo, por
otra parte una práctica muy extendida en las sociedades pulcras y europeas, es similar al goce
escatológico y la práctica preferida junto al "bondage" por las mujeres y hombres masoquistas (Breslow,
Evans y Langley, 1985).

En puridad, la felación sólo es placentera para el miembro que la recibe, es una práctica asimétrica. El
otro, frecuentemente una mujer, goza identificándose con el placer del hombre: complaciéndole. Se
dice que el amor es una mezcla de líquidos orgánicos: los amantes mezclan saliva, esperma, flujo
vaginal, sudor. Esto se considera una actividad normal, pero la orina y las heces siguen considerándose
un tabú. Un tabú que es preciso soslayar, en la actividad erótica. Esta es la diferencia entre las parejas
masosádicas y las parejas normales, que parecen conformarse con una declaración de amor sin
especias, sin iconos y sin ídolos. Quizá los sadomasoquistas no son más que eso, paganos que bordean
lo sagrado a fin de perseguir el absoluto más amenazante: la muerte, pues de eso trata el erotismo, de
bordearla en su límite, no más allá, sino en la agonía del ser individual. En este sentido Betty Joseph en
1982, hablaba de una "adicción al límite", para explicar los fenómenos masoquistas y determinadas
prácticas autoeróticas que pueden llevar al individuo a la muerte por asfixia. (Cooper, 1995).

El autoahorcamiento es una actividad masoquista peligrosa pero rara, que tiene que ver con el
onanismo. Al parecer la hipoxemia del ahorcamiento provoca la eyaculación en determinadas personas
adictas a esta práctica, tal y como aparece en el célebre caso del Luis de Borbón ,el último de los Condé,
que fue hallado colgado y con signos de haber eyaculado en el momento de la agonía. Cuestión que el
forense desentrañó en su célebre diagnóstico: Princeps enim, ut diximus, erecto membro, sperma
ejaculatus, investus est.

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3.-EL MASOQUISMO NEURÓTICO

Ya he dicho que las prácticas masosádicas perversas no suelen formar parte de ninguna constelación
sintomática conocida en Psiquiatría, a menos que consideremos a la propia perversión como síntoma, lo
que resulta una excepción en la clínica. La perversión es la otra cara de la moneda de la Moral, donde se
ubica frecuentemente el sufrimiento mental, la autopunición, la culpa o la vergüenza. La primera
consecuencia de ello es que ningún perverso sufre a consecuencia de su perversidad, sino de forma muy
tangencial, cuando se rebasan determinados límites. Unos límites que impone el discurso social
dominante a través de la Ley o de la Higiene.

Sin embargo, hoy que las categorías clínicas se encuentran en crisis, los psiquiatras comienzan a hablar y
a pensar en términos de continuos. No se trataría ya de imaginarse el masoquismo erógeno como "la
otra cara de", sino como una dimensión más de un continuo de conducta masoquista, donde en un
extremo nos encontraríamos las personalidades más desajustadas, como las limítrofes, y en el otro
extremo las perversiones propiamente dichas con un ajuste perfecto o casi perfecto del individuo.
Entiendo como masoquismo neurótico a aquellas estructuras de sufrimiento (neurótico) que no están
relacionadas con lo erótico, al menos de forma consciente. No lo están aparentemente, en una primera
ojeada. Aunque eso depende de la definición que hagamos de lo erótico y del goce que lleva aparejado.
De eso se han ocupado mucho y bien los psicoanalistas. Ofrecer una escucha a ese goce que se
manifiesta en el dolor y que parece inaprensible para el sentido común y para la clínica clásica: aquella
que atiende sólo a lo aparente.

Es verdad que se ha exagerado este asunto hasta el paroxismo. Hasta el suicidio ha sido interpretado en
esa clave de goce erótico (Es obvio que en el suicidio existe un intento de vencer a la muerte, de
adelantarse a ella, dado que morirse o matarse no son equivalentes, aunque fácticamente resulten en lo
mismo.

.Para Nacht el masoquismo neurótico es aquel que:

El masoquista no sabe que es masoquista, ignora que sus sufrimientos son creados por él y más todavía,
que los sufrimientos pueden constituir los medios adecuados para satisfacer las necesidades de una
libido entorpecida.

Puedo entender que una persona sea masoquista y no lo acepte, como puedo entender que una
persona sea homosexual y no lo practique, pero otra vez nos topamos de bruces con el tema de la libido
entorpecida, es decir, de una insatisfacción sexual crónica por parte del desdichado paciente. ¿Es esto
verdad? ¿Se llega a un sufrimiento neurótico por una interrupción del flujo libidinal? ¿Son todos los
masoquistas neuróticos disfuncionales en sus interacciones sexuales?

Gran parte de estas ideas se deben a una elaboración de Freud. Naturalmente, a lo largo de su actividad
profesional se encontró con pacientes que no respondían a su técnica, es más, había pacientes que en
lugar de ponerse bien (como era lo previsto) empeoraban. Freud (1923) llamó a esta forma de
resistencia "reacción terapéutica negativa" y la atribuyó al masoquismo inconsciente del paciente. Dicho
de otra manera, aquellos pacientes que no reaccionaban ante el llamado del prestigio de la nueva

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técnica, era porque su masoquismo inconsciente se lo impedía. Ni que decir tiene que el argumento de
Freud es tautológico, porque no se molestó en valorar la posibilidad de estar equivocado, al pensar que
el psicoanálisis podría ayudar a todo el mundo, de modo que depositó la culpa de su ineficacia, en el
propio paciente.

Esta idea ha lastrado de manera notable al movimiento analítico, de manera que se ha llegado al
paroxismo: atribuir cualquier inesperado accidente en el curso de un tratamiento, al supuesto
masoquismo invencible del paciente, incluso en aquellos casos en que el tratamiento es interrumpido
por un suicidio, cosa frecuente en la clínica y generalmente impredecible.

Creo - no obstante - que el sadomasoquismo puede infiltrar cualquier estructura clínica sea neurótica o
psicótica, porq ue se trata de un fenómeno universal, que tiene que ver con la distribución social del
poder y con la ratificación mediante el tributo del dolor y la humillación de la posición subordinada del
otro. En este sentido, si los enfermos son nuestros contemporáneos, no hay ninguna razón para que
puedan verse afectados por este dilema, al igual que sucede con el tema de la sexualidad, el
rendimiento, la belleza o cualquier otro.

Ya he dicho que el dolor ajeno no puede verse, precisa ser comunicado. Y que existen muchas clases de
dolor, más allá del dolor físico, incluso matices semánticos: el sufrimiento, subjetivo y el daño, objetivo.
En nuestra mentalidad dualista atribuimos la palabra dolor al daño objetivo o corporal y la palabra
sufrimiento al "dolor mental". Cuando este dolor se hace verbo, se transforma en una queja, y toda
queja es escuchada generalmente por un médico. Ésta es, precisamente, la esencia del malentendido.

La gente no siempre se queja cuando está enfermo, sino también cuando está triste, solo o confuso,
para ser atendido, ayudado, escuchado o para mitigar su sensación de desamparo. El problema es que
ya no existen profesionales investidos para asistir a este tipo de quejas relacionadas con el sufrimiento
común y todo acaba convirtiéndose en una queja corporal o en la más elaborada que constituye un
síntoma psiquiátrico. También porque el cuerpo ha pasado de ser un envoltorio más o menos incómodo,
cárcel del alma, para constituirse como la narrativa en una identidad que mostrar.

La medicalización del sufrimiento no sucede sólo porque no existan "escuchadores" profesionales, sino
porque el público ha dejado de creer en ellos. También porque la gente que se queja, generalmente,
obtiene algún tipo de ayuda insertada en los cuidados sanitarios generales. Quejarse es, pues, una
estrategia que forma parte de las habilidades aprendidas por cualquier sujeto. Pedir ayuda es una
estrategia humana fundamental, ofrecerla también.

La cosa se complica porque el que se queja, no sólo obtiene bienes de ayuda, sino también beneficios
materiales, bajas laborales, pensiones, indemnizaciones y ventajas sociales. Además obtiene compasión,
en función de su habilidad para quejarse y prebendas en la distribución de las cargas. Hay gente que se
queja bien, es exitoso en su comunicación quejosa y otros no obtienen más que rechazo o desdén. Esta
reacción del interlocutor no tiene tanto que ver con el motivo de la queja, sino con la manera de
quejarse, hay personas que son sutiles y otros que son abruptos, desconsiderados y no obtienen más
que alejamiento y por tanto una pérdida de ayuda o apoyo. No tienen más remedio, pues, que seguir
quejándose. Como seres discontinuos, no somos capaces de saber a ciencia cierta quién sufre y cuanto
sufre, de manera que lo hacemos por aproximación, del mismo modo que ignoramos también el goce
del otro. Esta grieta de apreciación la resolvemos comparándolos con sufrimientos conocidos o con la
expectativa de llegar a sufrirlos por nuestra parte, pero esta aproximación al dolor ajeno es una prueba
para nuestro propio sadismo, porque moviliza nuestro miedo a sufrir. Hay dolores que se mitigan con
pequeños esfuerzos, lo que nos deja siempre un buen sabor de boca y dolores que no hay forma
humana de aliviar, lo que solemos hacer entonces, es distanciarnos de ellos e ignorarlos. El quejoso no

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cae en la cuenta de que el dolor ajeno es imposible de apreciar o cuantificar, salvo mediante un
mecanismo activo: la identificación, una manera de saltar el abismo que separa a los entes individuales.

Puedo entender que un cólico nefrítico duela, porque yo he sufrido cólicos nefríticos. Puedo entender
los dolores del parto, porque todas las mujeres paren. Podemos entender un dolor de muelas, porque
todos hemos tenido un dolor de muelas. ¿Pero cómo entender una experiencia fuera de lo común? Y
sobre todo ¿cómo identificarse con un dolor que no cesa?

¿Cómo identificarse con un moribundo, sino muriendo con él?

La gente común se distancia del dolor, no quiere oír hablar de él, no quiere saber. Del mismo modo,
presenciar la agonía de un ser querido o incluso de un desconocido es una experiencia generalmente
aterradora, que las personas tienden a evitar a toda costa.

El quejoso no sabe lo fastidioso que es oírle, por eso hay profesionales que se ocupan de él,
generalmente médicos y cuando todo falla, psiquiatras. La gente común no puede hacerse cargo del
dolor de otro, más que en condiciones de zarandeo íntimo y comprensible como una pérdida reciente,
donde lo usual es que sea la propia comunidad de familiares los que ayuden al proceso de duelo, que es
siempre un desprendimiento compartido, también por ellos. No precisan identificarse, porque el dolor
les afecta del mismo modo. En este sentido, hay una continuidad entre el pariente más próximo y los
demás, que aunque impresionados en distintos grados, forman por así decir, una "comunidad de
afectados", aunque por un tiempo generalmente breve. La fórmula social "le acompaño en el
sentimiento" es como se sabe un puro formulismo, sólo los afectados sienten ese dolor, los demás
simplemente por respeto y espanto hacia la propia muerte se muestran desolados, pero es evidente que
se trata de una farsa.

La muerte de otro nada tiene que ver con la propia muerte, la única, la verdadera. Nos la recuerda y por
eso necesitamos huir, olvidar, distanciarnos de ese sufrimiento intolerable que es recordatorio de
nuestra propia finitud. Cualquier dolor opera desde esa imagen, nos recuerda nuestra vulnerabilidad,
nuestro destino desde la siniestra imposición que otro nos hace de su propia muerte, de manera casi
obscena, reiterativa y la mayor parte de las veces ingenua.

Dicho de otro modo, aguantar las quejas de los demás es insoportable. La simple empatía nos permite
comprender aquellos sufrimientos que podemos compartir, conocer o haber experimentado ya pero en
pequeñas dosis y siempre durante un periodo breve de exposición. Los dolores crónicos, los
sufrimientos intolerables o fuera del rango de lo común, nos cambian, nos transforman. Precisamos
poner a prueba para ello, como antes he dicho, nuestro propio sadismo, es decir, necesitamos poder
tolerar nuestro goce, nuestra fascinación por su contemplación. Generalmente, lo que hacemos es
dejarnos contagiar por el dolor y hacerlo nuestro, es lo que se llama propiamente identificación o
introyección. Es el caso del hermano que se deprime al mismo tiempo que el hermano. O del marido
que enferma al ver a su esposa enferma, generalmente de algo parecido. O que sanan los dos al mismo
tiempo. Es frecuente también observar que uno enferma cuando el otro sana.

Sucede porque el dolor ajeno nos transforma, nos cambia. Primero tratamos de ayudar, luego de
relativizar, más tarde si todo fracasa nos alejamos ignorándolo, si tampoco es posible, simplemente lo
contemplamos como fascinados por él. Con todo, lo usual es que el dolor ajeno se deposite en alguna
instancia bienhechora, hospicio, hospital o asilo, donde otros profesionales lo "atiendan mejor".
Naturalmente esto no es más que una racionalización: el resultado de la misma es que nadie muere en
su casa, sino en un lugar impersonal y con una muerte nada solemne.

En realidad, el que sufre lo que busca es a alguien a quien inocularle su dolor y quedar así a salvo del
mismo. Claro que es una idea mágica, pero no imposible del todo, el que se queja a veces logra inocular

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su dolor a otro, pero ni aun así logra librarse de él. Otras veces, el dolor precisa de testigos que lo
legitimen y por fin el dolor puede ser una forma de introducir confusión o culpa en alguien significativo:
una forma de comunicarle algo a alguien.

Generalmente, los quejosos comunes no van a visitar al psiquiatra. En la clínica, los quejosos que
solemos ver son los recalcitrantes, aquellos que han terminado con la paciencia de familiares y médicos
y acuden al psiquiatra en busca de alguna razón "psicológica" a su malestar. En realidad, no existe
ninguna diferencia esencial entre ellos, salvo su tozudez. Cualquier psiquiatra sabe que el dolor siempre
es verdadero. Es una solemne tontería clasificar el dolor en orgánico y psicógeno. Todo dolor es
orgánico, es decir, genuino, aunque no haya alteración funcional que lo justifique. Porque cualquier
dolor lleva aparejada una queja, y la queja va dirigida a alguien y debe ser oída.

Una queja sin fin que frecuentemente significa: "nadie puede aliviarme", del mismo modo que el
amante en su éxtasis podrá decirle a su partenaire: "no sabes nada de mi placer". La medicalización de
nuestras sociedades opulentas ha operado un cambio en la clínica y en la presentación del sufrimiento:
ya no existen las histerias del siglo XIX, con una clínica básica de impotencia o déficits funcionales.
Nuestra sociedad ya no permitiría estas manifestaciones pasivas de ceguera, parálisis o estupor. Se
precisan nuevos síntomas que puedan comunicar algo, mas allá de la incapacidad, se necesita el dolor
como medio de impactar las conciencias asistenciales de nuestro estado del bienestar. El enfermo
doliente se hace oír, protesta, demanda exploraciones y gasta: un gasto del que se alimenta el propio
sistema sanitario. El paciente deficitario es pasivo, calificado de simulador y frecuentemente
abandonado a su suerte en un sillón de ruedas. En mi opinión, se trata del mismo fenómeno, la histeria
del siglo XX se llama dolor y como era de suponer es propio de mujeres.

Con todo, no creo que las mujeres sean más masoquistas que los hombres como ya he dicho. Creo sin
embargo que tienen que soportar más contradicciones que aquellos, contradicciones sociales que
configuran una femineidad confusa entre definiciones cambiantes y antinomias prácticas y
probablemente una mayor facilidad para activar subsistemas basados en el desamparo (helplessnes) El
caso individual tiene poca importancia, lo importante es preguntarse ¿qué es una mujer? ¿En qué
consiste la femineidad? Este es el gran dilema. Lacan dice:

La mujer es una esclava que busca un amo para reinar sobre él.

La gracia que tiene esta definición es precisamente la paradoja que contiene, porque hace referencia a
un dilema de difícil solución dado que las dos identidades, dominante y sumisa, son identidades poco
deseables para la mujer actual. Efectivamente, la mujer está suspendida en una paradoja, en múltiples
paradojas, quiero decir.

Sabemos que la identidad en el ser humano no viene definida biológicamente como en los animales:
ellos no saben si son machos o hembras, pero no se salen ni un segundo de la determinación de su sexo
biológico. La identidad sexual humana está definida en gran parte socialmente, está contenida en las
expectativas sociales. En el hombre, lo biológico y lo social son la misma cosa. Además de eso, tenemos
otra posibilidad: por ser libres, podemos oponernos al escenario que los demás han diseñado para
nosotros. Podemos transgredir la norma, el tabú, la prohibición o la conveniencia. El que se casa con una
mujer que no era la idónea está sorteando una prohibición. La mujer que es o se define como lesbiana,
está oponiéndose a lo que la sociedad espera de ella. El solterón que evita a las mujeres está haciendo
lo propio. ¿Qué pueden hacer las mujeres para ser femeninas? ¿Qué hacen?

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A duras penas, la mayoría de ellas trabaja fuera del hogar, atiende a sus hijos, está casada, es
sensatamente feliz, va de compras, de vez en cuando a la peluquería, y restringe su vida social al
mínimo. Le gusta sentirse atractiva y tiene un coito una vez por semana con su marido, le es fiel, tiene
fantasías sexuales de todo tipo que nunca llevará a cabo y atiende a sus padres en la vejez y la
enfermedad. Satisface así una vida privada llena de restricciones y una vida más o menos "profesional"
que sirve para amortiguar el peso de los gastos de una crianza basada en el consumo, que sus hijos le
imponen desde una igualitaria concepción de las oportunidades. Una vez viuda, se dedicará en cuerpo y
alma a sus nietos, será su criada, como antes lo fue de su marido y ahora una vez sola, quizá vuelva a
reincidir con algún viudo atractivo con el que configurará una pareja de hecho, para salvaguardar la
pensión y lograr apoyo y compañía para el tránsito de la vejez.

Nada que decir a este modelo, se trata de un modelo tradicional, conservador y eficaz, que parece
impermeable a las contradicciones que afectan al modelo de mujer. Es un modelo de femineidad útil
para las sociedades semirurales, basado en la repartición del trabajo y del poder de las comunidades
agrícolas de origen. En este tipo de mujeres la revolución industrial sólo parece haberlas afectado, en el
sentido de que han de trabajar fuera de casa, generalmente son maestras o enfermeras, es decir, se
ocupan de bienes de servicio. Este modelo es sin embargo impensable por desconocido para las mujeres
urbanas del próximo siglo que ya se adivina. Este tipo de mujeres tienen una vida desordenada y difícil,
profesiones liberales y son competentes y asertivas. Les gusta ser atractivas y gastan mucho tiempo en
su embellecimiento, a pesar de lo cual no tienen la sensación de ser bellas o de sentirse a gusto en su
propio cuerpo. Compiten con los hombres en su propio territorio y frecuentemente han renunciado a
una vida familiar en función de las demandas de su trabajo. Si la tienen, son frecuentes los conflictos
afectivos, el rechazo del propio cuerpo, los divorcios, las tormentas emocionales y las crisis y rupturas
sentimentales. A pesar de tener una vida sexual libre y sin prejuicios, no logran establecer una pareja
definitiva y algunas de ellas parecen haber renunciado a reeditar una familia convencional. Tienen un
índice de natalidad bajísimo, a pesar de que declaran que les gustaría ser madres. No obstante,
encuentran dificultades insalvables para acometer este proyecto. Generalmente no tienen demasiado
apoyo social y viven solas o con parejas sucesivas, comen fuera de casa y no tienen lo que en términos
generales llamamos un hogar, sino tan solo diversos lugares de paso. Estos dos modelos, a grosso modo,
son modelos de identificación y operan como referentes en el imaginario de las mujeres. En ninguno de
estos grupos hallaremos con frecuencia mujeres masoquistas perversas. En el primer grupo, porque la
sumisión está contenida en el plano vivencial, es decir, la vida de estas mujeres contiene el suficiente
grado de sacrificio como para que encima se busque abiertamente en otro lugar. Son frecuentes sin
embargo las depresiones y los dolores musculares. En el otro modelo, el de las mujeres liberadas, son
frecuentes las actitudes aniquiladoras propias de la disforia histeroide (Klein), las reacciones
tempestuosas o histriónicas, y los trastornos alimentarios.

Nótese que cada mujer, de cada uno de estos grupos, renuncia a una parte de sí misma ( de sus
posibilidades de elección) en su identidad social. La primera renuncia a "una carrera profesional",
subordinando su destino al de su familia. Siempre bajo el paraguas del apellido conyugal, no osará

sobresalir más allá de lo que su marido y su mitología masculina le permitan. Dado que en esta clase de
matrimonios los roles son complementarios, la mujer se plegará inconscientemente a las necesidades
familiares, sacrificando su ambición, su actividad intelectual, su creatividad y también su erotismo, que
poco a poco irá transformando en quejas, dolores y malhumor en caso de que enferme.

En el otro caso, la mujer sacrifica también un aspecto de sí misma, quizá el más arcaico: la maternidad,
la pasividad, la dependencia y la capacidad de entrega. A cambio de eso, quizá resulte una inteligente
profesora o una brillante científica. Su dificultad principal se centra en encontrar una pareja idónea,
porque ni ella misma puede tolerar su propia dependencia, ni al parecer encuentra a ningún hombre
capaz de compartir una existencia tan inestable. Este tipo de mujeres comen mal y duermen peor, por lo

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que su erotismo resulta afectado por distintas razones al caso anterior, no por haberlo sacrificado, sino
indirectamente por pérdida de interés por parte de los hombres.

Por una extraña razón, cuyo origen desconozco, a las mujeres les gusta agradar a los hombres, les
encanta complacerles y sentirse deseadas, pero simultáneamente, a algunas de ellas les resulta
bochornoso someterse al deseo del varón tradicional, que busca en su hogar el conocido "reposo del
guerrero", es decir un lugar al que volver y donde haya alguien esperando con una cerveza fría y una
sonrisa en la boca. Algunas mujeres consideran reprobable esta actitud de sumisión y se niegan a asumir
este papel o lo asumen con resignación e ira, consiguen así un hogar déspota y un cuerpo doliente,
porque la dominación sigue existiendo en un orden supraindividual.

En comparación con los hombres, pocas mujeres consiguen este hogar ideal, cuando son ellas las que
ejercen el papel dominante socialmente hablando. La inversión de roles tradicionales es una posibilidad
teórica que en cualquier caso no resolvería el problema, tan solo cambiaría el escenario. Los hombres en
general parecen poco interesados por construir un hogar y por mantenerlo operativo, aunque están
dispuestos por lo general a soportar las cargas económicas e instrumentales de su construcción y cada
día más, agrandando en parte el malentendido.

Las mujeres sobre todo, precisan continuas confirmaciones de su atractivo por parte de los hombres,
esta confirmación se da en la seducción, en la promiscuidad o en la inocente frivolidad del devaneo o
del cortejo, pero es mucho mejor la seguridad de tener a alguien fijo y seguro, con el que las reglas no
precisen de negociación permanente. Hay evidentemente-algo enfermizo en una búsqueda perpetua y
en el cambio constante. En este sentido, una mujer sin pareja es una mujer "desconfirmada", una mujer
sin atractivo y por tanto sin valor. Los hombres, por el contrario, necesitan confirmación de su poder, de
su capacidad para modificar las cosas. En este sentido, un hombre sin poder es un hombre
"desconfirmado", un calzonazos.

Dicho de otra manera, algo se pierden tanto los unos como las otras, la mujer parece muy dificultada
para lograr atractivo y competencia simultáneamente, mientras que el hombre no precisa el atractivo a
condición de que tenga poder, el control de algún ámbito. Donde es posible entrever que la autoestima
está vinculada al rango de una manera dimórfica en los sexos.

Se puede decir que son casos, modelos extremos los que he ejemplificado aquí. No creo que lo sean,
pero estoy dispuesto a admitir que existen otras posibilidades. Pero creo que son peores. La mujer
divorciada, sin recursos, que además tiene la responsabilidad de criar hijos sin ayuda de un hombre, es
un ejemplo de lo que quiero decir. O el ama de casa que pasa gran parte del día sola y sin nadie a quien
cuidar, o con una mengua creciente de su capacidad de influencia en la familia, debido al conocido
"síndrome del nido vacío". O qué decir de la solterona, a veces un estado más deseable que los
anteriores aunque de menor prestigio social. Ser mujer es, pues, poco deseable. Mucho se ha criticado a
Freud y al psicoanálisis por la conocida teorización sobre "la envidia del pene" en las mujeres (una
metáfora desafortunada). Se ha dicho hasta la saciedad que las mujeres envidian a los hombres con
razón, no tanto por ese exceso de su anatomía, sino porque los hombres viven mejor (aunque no más)
que las mujeres. Es verdad. Mi impresión es que las burguesitas vienesas vivían atormentadas por la
doble moral sexual y por eso Freud descubrió lo que descubrió. Sin embargo, creo que las mujeres de
este final de siglo, a pesar de todas las revoluciones sexuales que efectivamente desterraron el miedo a
las consecuencias del embarazo, no han logrado - sin embargo-mejorar la deseabilidad social de ser
mujer, ni la confusión de expectativas que de un lado la sociedad y de otro lado el deseo masculino o sus
propios fantasmas les imponen.

Ser madre, seguir siendo atractiva, competente, instruida, competitiva y buena esposa, parece un ideal
lejano de conseguir en un solo cuerpo y en una sola vida. A pesar de ello, muchas mujeres lo intentan,

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quizá hasta que la menopausia las deja -imaginariamente-fuera de combate. Para la mujer, la
menopausia es el fin, lo que nos habla de qué orden es el que predomina en su deseo: el orden
reproductivo. La mujer se sabe fuera del mercado, aunque siga manteniendo relaciones sexuales
satisfactorias. El marido asiste de lejos ajeno a esta metamorfosis, porque el hombre es activo
sexualmente toda su vida y no parece afectarse más allá del miedo a la pérdida de su competencia
ejecutiva. El hombre es por definición un derrochador de células germinales, la mujer ahorradora. El
deseo del hombre no es nunca reproductivo, el deseo de la mujer lo es sobre todo. Esa es la diferencia
(una de ellas) y la causa del equívoco que entre hombres y mujeres existe desde que la igualdad de
oportunidades ha pasado a formar parte del discurso político y social. Más allá de la igualdad jurídica o
política, entre hombres y mujeres hay un abismo de discontinuidad porque cada uno de ellos sirve a un
diferente amo, la mujer a la especie, el hombre a su deleite.

No quiero decir que el hombre no pueda también querer tener hijos, incluso amarlos y cuidar de ellos, o
que la mujer no persiga el placer por sí mismo. Lo que quiero decir es que los sexos parecen orientarse
biológicamente de ese modo, solo si quedan resortes para la sublimación, pueden hacerse las cosas de
una manera negociada. Un lujo para el que hay que disponer de energía suplementaria. La prioridad es
la que es, el resto es ornamental. Con todo, y por mimetismo, algunas mujeres parecen operar con
gustos masculinos, y los hombres con gustos femeninos, pero no se trata más que de una mala
imitación, los papeles ya fueron distribuidos por los mayoristas de la identidad, léase la evolución
primero y la sociedad de la dominación después.

Quizá por eso la mayor parte de clientes para los psiquiatras la forman las mujeres. Todas las mujeres,
también las amas de casa y las mujeres sin recursos o apoyo social, restos de familias deshechas. El
epígrafe de este capítulo estaba elegido pensando principalmente en ellas. He dado un rodeo para
ilustrar las contradicciones genéricas que afectan al sexo femenino en general, pero las que más van a
sufrir, el grupo de riesgo por excelencia para padecer una enfermedad psiquiátrica la tienen
precisamente estas mujeres: mujeres solas o amas de casa con cargas familiares. Enfermedad
psiquiátrica o médica, porque al parecer el mayor grado de estrés los soportan precisamente estas
personas. Estamos acostumbrados a pensar en el estrés como un exceso de demandas por parte del
ambiente, pero no siempre es así. El estrés es a veces un exceso de demandas y a veces un déficit.
Llamamos estrés a cualquier fuerza externa que obligue al sujeto a cambiar, a modificarse, a adaptarse a
una situación nueva. El ama de casa que pierde a un hijo emancipado no tiene un exceso de trabajo,
sino una ganancia en cuanto al esfuerzo a realizar. Es seguro que aquí va a haber un sufrimiento que si
no es mental y consciente, será corporal e inconsciente. Tiene que ser capaz de tolerar ese goce, si no lo
hace, tendrá que pagar las consecuencias de un modo u otro.

Después de una larga enfermedad, una mujer que atendía a su marido sufre una intensa depresión con
autoacusaciones infundadas, respecto a una presunta incompetencia en su cuidado. Generalmente, la
dinámica suele ser similar. Si una persona no es capaz de tolerar el alivio que le causa la desaparición de
un ser querido, después de una larga enfermedad y de una dedicación extrema a su cuidado, sufrirá casi
con toda seguridad una depresión. Precisamente soñamos para eso, para evacuar esos contenidos
inconscientes. Soñar es equivalente en este caso a matar. Si esa misma persona sueña con el marido
muerto, si es capaz de anticiparlo en sus sueños, puede predecirse de que el duelo será normal, al
impedirse de ese modo la identificación con el difunto.

Pero matar es un tabú. Matar imaginariamente equivale a matar realmente, aunque fácticamente
sepamos que son cosas bien distintas. Lo sabemos racionalmente, pero nuestro cerebro profundo no lo
sabe. Una de las cosas más curiosas de la mente humana es su ausencia de contradicción, podemos
amar y odiar a una misma persona, como podemos ser humildes y vanidosos simultáneamente. No hay
que olvidar que los conceptos opuestos, como los entes individuales, no son más que un consenso de
opinión. En la medida en que somos capaces de matar imaginariamente al otro, pues de eso se trata, de

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deshacernos de él, nuestro proceso vital seguirá su curso de una manera natural, no enfermaremos.
Pero si nuestro sadismo natural es reprimido, si no somos capaces de vivenciar el profundo asco, el
rechazo a morirnos con él, caeremos enfermos de cualquier cosa. De cualquier cosa que mostrar a los
demás como equivalente de esa muerte. El problema parece ser la extraordinaria capacidad de
adaptación de los humanos: capaces de adaptarnos a cualquier contrariedad y a veces sucumbir por
nimiedades, esa es en esencia, lo paradójico de la relación entre los eventos sociales mensurables y su
impacto en el psiquismo humano. Una prueba más de nuestra indeterminación lineal. Esa queja
exhibida es lo que llamamos masoquismo neurótico, el representante socialmente aceptado de nuestro
deseo encubierto de matar o de nuestra negativa a seguir gozando. Una pequeña muerte metafórica
que enseñar a los demás en busca de perdón y que sufrir. Pero ya sabemos que ninguna culpa puede ser
borrada mediante el castigo autoimpuesto. Porque la falta es anterior a la culpa y al ser ignorada es
imposible de expiar. Y

también porque al venir de dentro no complace a nadie y carece de descarga erótica, no puede ser
gozada.

A veces la culpa es la representante legal del deseo ilegal. No quiero decir que detrás de cada culpa
individual haya un deseo abyecto, porque muchas veces la culpa individual es el deseo de otro, le
sustituye. Pero la culpa siempre es el repliegue de un deseo, una víscera que como la piel está vuelta
hacia fuera, una ofrenda a los demás y donde están los signos de nuestra identidad profunda, lo que no
hemos logrado ser.

La diferencia que encuentro entre el masoquismo neurótico y el masoquismo erógeno, aparte de la


suposición de que uno es inconsciente y el otro consciente, es el manejo que hacen ambos de la culpa
individual. Mientras que en un caso el castigo es impuesto por uno mismo, es invisible y público y -
sobre todo-es negado como goce, en el otro caso el castigo viene de fuera, es visible, privado y aceptado
como merecido y proporcional.

Todo lo erótico se desenvuelve en el ámbito de lo privado. Nos ocultamos para orinar, para defecar y
para hacer el amor. La desnudez tiene algo de ritual, algo sagrado, y por eso constituye un tabú, nos
defendemos de la obscenidad de la mirada ajena mediante el ocultamiento, única condición para que el
goce individual sea tolerado por la comunidad. Contrariamente a esto, el sufrimiento neurótico necesita
ser confirmado por la medicina o por la clínica y parece que esta posición ha ganado muchos adeptos.
Las personas muestran sus llagas en los consultorios de los médicos, en las conversaciones con los
amigos, al parecer sin avergonzarse en absoluto de ello, sin ninguna clase de pudor. En este sentido,
concluyo que al menos en estos casos la clínica ha vencido al goce, se ha impuesto al placer tal y como
Freud pronosticara en El porvenir de una ilusión, dado que la clínica es la religión del siglo y los
Hospitales las catedrales donde se ofician los ritos de iniciación y pase de los individuos en su tránsito
por la vida. Estar enfermo se ha convertido en algo normal, visitar un Hospital en algo cultural de buen
gusto.

En el dolor neurótico el sadismo es internalizado (reprimido), convirtiéndose en sufrimiento, y el


masoquismo se exhibe en forma de queja. No podría ser de otro modo. Si fuera el masoquismo la
pulsión internalizada, el sadismo no sería una queja, sino una reivindicación, una fanática convicción que
trataría de imponerse, como sucede en esos casos donde el sufrimiento explícito se transforma en
paranoia o en una tendencia querulante. No hay que olvidar que el masoquismo siempre es secundario,
es decir, una transformación de la agresión natural del ser humano, vuelta hacia el propio Yo. Por eso
quizá, los paranoicos gocen de una peor reputación que los neuróticos en general. Suelen ser personas
desagradables y crueles que son rechazadas y deslegitimadas, reconociéndolos como enfermos
psiquiátricos verdaderos. Para la comunidad médica de bienes, el sadismo debe ser el sacrificado de una
exposición pública, esa es la condición. Si lo que se exhibe persistentemente es el sadismo, el resultado

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será sin duda la hospitalización y el estigma psiquiátrico. Pasa lo mismo que en relación con lo erótico,
sabemos que existe, pero preferimos no verlo. Si alguien se salta un tabú, podemos entenderlo, pero a
condición de que sea ocultado y no todos corren la misma suerte. Las tendencias intra o extrapunitivas
individuales siguen ese mismo camino. Son aceptables médicamente las tendencias intrapunitivas, pero
son inaceptables las que se vierten al exterior. Una queja reivindicativa es, además de insoportable, un
signo de mala educación.

EL CARÁCTER MASOQUISTA

Wilhem Reich en 1932 describió lo que según él era un tipo de personalidad presidida por el fracaso:

Un sentimiento constante de pena, de sufrimiento indefinido, de tensión afectiva y sobre todo de


insatisfacción; necesidad de quejarse, de mostrarse desdichado, aplastado por la vida; la tendencia a
encontrar complicados e insolubles los problemas más amplios de la existencia, a exagerar las menores
dificultades y atormentarse con ello, y paralelamente una imposibilidad de disfrutar de las alegrías de la
vida.

Y también:

Un sentimiento crónico y subjetivo de sufrimiento que se manifiesta objetivamente a través de la


tendencia a quejarse. Otros rasgos añadidos del carácter masoquista son las tendencias crónicas a
inflingirse dolor y a humillarse y una intensa pasión por atormentar a otros, de quienes recibe
exactamente lo mismo.

El carácter masoquista no se considera (aún) hoy una entidad clínica. No hay suficiente base empírica,
aunque el DSM-3R admitiera en su apéndice, el carácter autodestructivo, una entidad que recibió
muchas críticas y fue definitivamente corregida por el DSM-4. En realidad, el carácter masoquista
descrito por Reich, Freud y tambien Bergler (La neurosis de destino), son la misma cosa, que antes
describí con el nombre de masoquismo neurótico. En mi opinión, no constituye un trastorno de
personalidad particular, no es siquiera una entidad clínica, sino un terreno de disposición sobre el cual
aparecerán inevitablemente complicaciones médicas en los casos leves y psiquiátricas en los más graves.
Un terreno de disposición que se asienta sobre una serie de mecanismos de defensa que se erigen
contra el goce y de tipos de afrontamiento específicos que tratan de evitar el placer.

En mi opinión, el paradigma esencial del masoquismo neurótico se encuentra contenido en la última


frase de la definición de Reich: una imposibilidad de disfrutar de las alegrías de la vida y un placer en
atormentar a otros. ¿Qué le sucede a alguien que no puede disfrutar del placer común?

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Primero diré lo que no les sucede, para luego aventurar una posible explicación. No le sucede que tenga
averiado el aparato perceptor de la cualidad afectiva (los circuitos fronto-límbicos). Estas personas
saben muy bien discriminar los estímulos placenteros de los dolorosos, no tienen una

"afasia" para el placer, sólo lo sienten en proporciones débiles y a costa de mucho exceso de estímulos y
con escasa resonancia emocional. Aparecen, así, como pesimistas y circunspectos.

Tampoco les sucede que tengan un debilitamiento del umbral perceptivo, porque si fuera así, serían tan
incompetentes para el placer como para el dolor, no son anhedónicos como los esquizofrénicos o los
melancólicos, ni tienen una afectividad aplanada como sucede en algunos estados defectuales, son más
bien hiperrespondedores y pareciera que su afectividad se derrocha en picos apocalípticos de ira o
resentimiento extra o intrapunitivo.

Lo que puede sucederles es que bloqueen la expresión externa de alegría o placer, intercambiando
(cambiando la polaridad) estos contenidos por todos aquellos que contengan la parte contraria y
puedan ser legitimados socialmente. ¿Pero por qué estas personas podrían hacer esto?

Estas personas son capaces de mostrar ira, enfado, resentimiento, dolor, sufrimiento, o confusión. Pero
suelen ser incompetentes para mostrar alegría, placer, agradecimiento o ternura. Son personas que
prefieren aparecer como desdichados y asegurarse así una cuota de "comprensión" por parte de los
demás y lograr apoyo en función de la competencia de sus quejas, pero ¿dónde está su placer,
realmente no lo sienten, qué se hizo de él?

Ya he dicho que la Cultura se opone a la Naturaleza en el manejo que el hombre hace de su satisfacción
individual. El ser humano está condicionado a reprimir el placer y no sólo el placer, sino cualquier cosa
que tenga que ver con su condición de ser deseante y deseable. Es frecuente que quien reprime el
placer quiera ser también "invisible", y reprima también su exhibicionismo natural, su desafío físico al
sexo opuesto. Es usual que la timidez sea un conglomerado de estas tendencias que se reprimen en
nombre de la Cultura. El hombre reprime estas tendencias, porque existe una facilitación cultural para
hacerlo. Toda la Moral del signo que sea está erigida, precisamente, para dar cobertura ideológica a esa
represión. Sería impensable que reprimiera su altruismo, su generosidad o su ingenuidad. Se reprime lo
que entra en conflicto con la moral, no lo que va a favor de ella. Hay un tributo que pagar en cualquier
caso a la diosa Moral, por eso son frecuentes las personas que triunfan en su vida profesional pero
fracasan en su vida amorosa, personas que lo tienen todo si no fuera porque les falta… No se trata de la
condición humana, o de que no se pueda tener todo, se trata de que los humanos no se lo permiten
todo. Para disfrutar de algo hay que merecerlo, esa es la máxima que utilizan las parejas
sadomasoquistas (perversas) para la gestión de su goce.

¿Podemos aprender alguna cosa sobre ello? Creo que sí. ¿Quién se considera a sí mismo tan bueno,
competente, leal, honesto y valioso, como para merecer la mitad de goce que extrae en su vida? Al
margen del ideal de bondad que tengamos en nuestra concepción íntima, es obvio que tenemos
demasiado, demasiado pronto e intensamente. Nuestra balanza de pagos emocionales casi siempre se
inclinaría, en una observación objetiva hacia él debe, si no nos olvidamos de que las mejores cosas de la
vida son gratis.

Sucede también que muchas cosas que nos gustan las tenemos negadas en nuestra conciencia. No he
dicho reprimidas, sino negadas. No nos da la gana admitir que nos gusta hacer esto o aquello, como si
precisáramos engañar y engañarnos a nosotros mismos sobre el estado de pagos de esta balanza
emocional. Nos gusta que los demás crean que somos generosos, sacrificados y altruistas. Para ello,
solemos disfrazar nuestros deseos bajo el aspecto de un martirologio resignado, o bien se los atribuimos
(proyectamos) a otro, ocultándonos a nosotros mismos la verdad y por supuesto confundiendo a los
demás.

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¿Por qué? Una vez más, porque el placer (el placer sexual y el placer de dar muerte) están prohibidos,
por aquella instancia informe que Bataille situaba en la organización social y Freud en el interior del
cerebro mediante aquel homúnculo llamado Superyó.

Contrariamente a lo que sostienen los discursos liberadores del hombre, creo que el sufrimiento
neurótico no procede inequívocamente de las restricciones o de las dificultades o de una infancia
tormentosa y difícil, sino también de una educación demasiado tolerante, demasiado indulgente, con
figuras incapaces de sostener la función atávica de la autoridad o el maternaje. Una educación
inconsistente, sin prohibiciones sagradas, y por tanto sin posibilidad para la transgresión con sentido
histórico. Una educación que proporciona demasiado goce y demasiado poder para un niño, necesitado
siempre de control y de restricciones razonables. Lo razonable en la crianza es siempre asimilado como
amor, quizá por eso algunos azotes sean asimilados de este modo, aunque duelan en el momento en
que se imponen. La ausencia de límites siempre se configura como eso que los psicoanalistas llaman un
superyó demasiado rígido y que no es sino la versión intrapsíquica de la conocida máxima: El poder tiene
un enorme miedo al vacío. Alguien tomará el mando en una situación de caos. Del mismo modo que
sucede en la organización social, un periodo de desórdenes viene seguido de un gobierno autoritario.
Ese alguien que toma el mando en esa clase de situaciones es precisamente el futuro masoquista
neurótico, un caudillo totalitario.

Paradójicamente las carencias emocionales no parecen provocar por si mismas desordenes


psicopatológicos, más que en la medida que estas carencias se configuran como una expectativa
habitual, o empobrecen el entorno del niño hasta extremos intolerables. Así y todo, es necesario que

el niño compare, ya que sin comparación no hay codicia, ni por tanto sufrimiento mental.

A pesar de todo, un niño con figuras inconsistentes en su crianza no desarrollará un masoquismo


neurótico de una manera fatal. La causalidad biológica esta presidida por un orden estocástico, una
mezcla de determinismo y caos. Mayor importancia tienen los sucesos de la vida adulta, así se entiende
el caso del empleado ejemplar que es ascendid o y no logra ser más que un jefe desastroso y
angustiado. O el caso de la persona que obtiene un premio de lotería y comienza una vida disoluta y
derrochadora, siendo antes de eso una persona sensata. Sólo somos capaces de soportar una pequeña
porción de goce, son nuestros límites. Los masoquistas perversos al contrario tienen su límite en el
dolor, en la repugnancia y en el pudor, pero jamás en el placer. Es la posición laica. El neurótico en
cambio es un moralista.

No creo, sin embargo, que la infancia de una persona sea determinante en la configuración de una
constelación neurótica, porque seguimos aprendiendo durante toda la vida. Estos aprendizajes pueden
ir a favor o en contra del goce, engordando o estrechando nuestro sentido de deuda. Casi a diario
hacemos balance entre nuestro goce y nuestro deseo. Cuando uno aumenta, el otro disminuye. Si hay
demasiado goce, la balanza indica deuda; si hay demasiado deseo, la balanza indica insatisfacción y por
tanto búsqueda. Una búsqueda que cesa con el goce y equilibra la balanza hasta el próximo y predecible
desequilibrio. Eso es, precisamente, lo que hacemos continuamente en nuestra búsqueda de
homeostasis interna, entre el binomio goce-deseo.

Las personas comunes, que son sensatamente felices, han logrado un equilibrio individual e
idiosincrásico en las fluctuaciones de este binomio. Aun así no existen recetas de felicidad, porque la
balanza es completamente diferente de persona a persona y también el periodo de fluctuación del fiel.
Hay personas que se exigen mucho y otras muy poco. Hay personas profundas y otras superficiales. Hay
personas que se preguntan y otras que ignoran activamente. Así cada caso individual es una vuelta a
empezar, en la articulación de un sentido propio del goce y del deseo. De eso se ocupa el psicoanálisis:
de la subjetividad. De él no pueden emerger, pues, leyes universales, porque no existe un ente

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universal, sino entes individuales que viven fascinados por ser diferentes unos de otros, siendo como
somos, casi idénticos.

En los masoquistas, tanto en los perversos como en los neuróticos, la balanza indica siempre deuda. Los
perversos la asumen en privado y los neuróticos reniegan de ella, mostrando sus consecuencias en
público. Ese es otro de los movimientos que diferencian a los unos de los otros. El manejo que hacen de
su sentimiento de deuda.

No trato de decir que el sentimiento de deuda neurótico sea siempre real, pero tampoco quiero decir
que sea necesariamente imaginario. Somos responsables no sólo de lo que hacemos, sino de lo que
somos incapaces de deshacer (No estoy inventando nuevas versiones de la culpabilidad, sino ciñéndome
a la lógica de la Moral judeo-cristiana que supongo en el centro de la Moral del hombre occidental sea
creyente o no. En el centro de esta moral, no sólo se encuentra el pecado y su correspondiente castigo,
sino también la posibilidad de perdón, de redención). Somos responsables también de no reequilibrar
nuestras deudas emocionales cuando podemos hacerlo y no lo hacemos porque estamos disimulando o
por orgullo y por último, a veces también nos encargamos de las deudas de otro, cuando esa persona es
soporte de alguna identidad estructural de nuestra personalidad.

A veces nuestra identidad está conformada sobre alguien que es culpable (o que fue culpable). Es el
caso descrito por Anna Freud con el nombre de "identificación con el agresor". Sucede cuando vivimos
en ambientes aterradores, violentos o escindidos pero no excluyentes. Se impone tomar partido por el
agresor o por el agredido, de una forma "niechtzschiana". Se trata del caso bien conocido de “síndrome
de Estocolmo", porque lo sufrieron unos secuestrados en esa ciudad por un grupo terrorista y
estudiados a poco de ser liberados por la policía, por los psicólogos responsables de su asistencia, que
describieron este síndrome curioso. Con todo, lo usual no es haber vivido una experiencia fuera de lo
común, sino una experiencia doméstica algo inusual, que por costumbre se va conformando en nuestra
conciencia como algo normal. Cuanto más nos adaptemos a ese algo inusual, más distorsionará nuestro
sentido común. La identificación tiene como objetivo protegernos de sentimientos desagradables, como
el miedo, la ira, la vergüenza o la tristeza. En la medida en que nos identificamos con la figura que
propició la emergencia de esos sentimientos, estamos "a salvo" de ella. Es decir, podremos
relacionarnos con esa persona sin sentir miedo, ira, vergüenza o tristeza. Pero nosotros nos habremos
hecho un poco más tristes, coléricos, miedosos o tímidos. Por eso, tenemos la capacidad de rebelarnos,
de oponernos y de combatir a lo que nos desagrada de nuestras figuras de referencia, sobre todo en la
adolescencia, periodo especialmente tormentoso donde lo usual es que haya una guerra abierta con
nuestros progenitores. Todos lo hacemos, pero seguramente algunos lo hacen demasiado poco.
Inadvertidamente, van conformando una identidad similar al progenitor con el que se tuvo la pendencia,
hasta hacer suyas no ya las culpas individuales, sino a veces las culpas de una estirpe completa. Así:

En el masoquista el Superyó se comporta con respecto al yo como padres particularmente severos con
respecto a un niño desobediente. ( Nacht, op cit, pg. 65 )

Lo que hace el masoquista neurótico es pues obedecer un mandato interno que actúa como un censor
del goce. No es pues tanto un niño desobediente como un buen ciudadano, que va al médico a curarse
de su sufrimiento incesante. Y además, una victoria moral con respecto al progenitor culpable, acusado
generalmente no ya de maldad sino de incompetencia.

En la medida en que no "matamos" a tiempo a nuestros opositores emocionales, nos morimos un poco
nosotros. Es verdad que el parricidio está protegido por un fuerte tabú, sólo las personas muy

87
perturbadas pueden romperlo. No romperlo en el imaginario conduce al individuo inexorablemente a
morir poco a poco y a "matar" a los que están cerca de él.

De esa materia se hacen las relaciones humanas, una violencia que nos alcanza a todos. Una violencia
cuyo goce es negado u ocultado por el neurótico y que es devuelto en forma de queja airada hacia los
suyos. Hace unos años, me llamó la atención la carta breve que un suicida adolescente le dejó a sus
padres antes de consumar su acción descerrajándose un tiro en la boca:

"Ya os dije que no haría la mili"

No hizo la "mili" y sus padres, seguro, que murieron casi definitivamente con ese mensaje que no
admitía réplica, ni por supuesto perdón.

El sadomasoquismo conforma un solo bloque. No se es masoquista o sádico, sino sadomasoquista (se


suicida y mata). En este sentido, la distribución de roles que hace la pareja sadomasoquista puede
operar como una terapéutica psicodramática sobre personas especialmente vulnerables al sufrimiento,
al permitir el desdoblamiento bienhechor. Es una hipótesis: la posible cualidad terapéutica del
masoquismo perverso. En oposición a esta idea, el masoquista neurótico está solo y tiene que
desempeñar los dos papeles. Incapaz de negociar las reglas de una dramatización recreadora de su
conflicto, se deshace en críticas y reproches hacia los demás o hacia sí

mismo, dependiendo de si predomina la externalización sádica o la internalización masoquista.


Dependiendo del papel que esté representando aunque solo, en un escenario vacío de público y sin más
guión que su improvisación.

EL MASOQUISMO Y LO TRAUMÁTICO

¿Pero entonces donde quedan las lúcidas impresiones de Rousseau o de Sacher-Masoch? Ellos
describieron un episodio preciso y puntual como origen de su elección masoquista. ¿Estaban
equivocados? ¿No fueron la Srta Lambercier y la Tía Zenobia las responsables directas de su devoción
por el látigo?

Creo que hay diversas formas de entrada en la perversión o la neurosis masoquista, una de ellas,
podríamos decir, es la traumática y otra, la simple iniciación. Entiendo como iniciación a aquella forma
de conocimiento que se transmite a través del peso de los símbolos. En la iniciación no se trasmiten
conocimientos, sino carisma, es decir, se aprende observando al propio conductor espiritual resolver
problemas, o resolviendo aquellos que el Maestro plantea.

En la iniciación, el conocimiento se adquiere a través de cambios del nivel jerárquico, en


desplazamientos del saber, más que en series acumulativas del mismo. Su procedimiento pedagógico es

88
el enigma, cuyo desvelamiento no lleva sino a otro enigma y a una nueva formulación. Así
sucesivamente, mediante movimientos y cambios de órbita epistemológica, el sujeto va mudando
interiormente, y adquiriendo un conocimiento recursivo, a pesar de que el entrenamiento tenga como
fin aparente el dominio de una disciplina concreta, que no es sino su pretexto.

En este sentido, una primera experiencia sadomasoquista es siempre un enigma (como lo es cualquier
experiencia sexual). Un enigma que lleva al sujeto a preguntarse por qué. En realidad, cualquier
iniciación es un acto en cierto modo de violencia de unos sobre otros, que el miembro iniciado acata
para complacer, aplacar o retener a su iniciador.

Voy a poner un ejemplo desligado de la sexualidad, es decir, de la prohibición. El lector deberá hacer el
esfuerzo de sustituir una preferencia cualquiera por un gusto prohibido. Supongamos que me gustara
mucho el chocolate. Esta preferencia no constituye una enfermedad. Es sólo una idiosincrasia, a veces
una estereotipia, pero no una entidad clínica. Aunque es cierto que dependiendo de la época, esta
preferencia hubiera podido constituir una aberración nutricional, más tarde quizá una estereotipia
alimentaria y por fin un trastorno atípico de la alimentación. Esta consideración no es en absoluto
baladí, no ya porque las entidades crean realidades fácticas, sino también porque la consideración
clínica del

"comedor de chocolate", nos lleva a la consideración de que ese sujeto, es sobre todo, un enfermo, que
precisa, observación, cuidados y tutela y más: que la preferencia por el chocolate responde a una
especie, a una entidad natural. Una vez aislada y filiada esta entidad, no haremos sino diagnosticar más
y más casos de enfermos "comedores de chocolate", porque distintos malestares quedarán unidos a esa
etiqueta legitimada por la clínica. Es verdad que si abuso del chocolate puedo indirectamente enfermar,
sobre todo si soy obeso o diabético, pero sólo enfermaré secundariamente. El chocolate por si mismo
no causa enfermedades a no ser que esté adulterado, claro.

De modo que la preferencia por comer chocolate no es una enfermedad. Si no lo es, sobra - desde el
punto de vista epistemológico y sobre todo desde el punto de vista clínico-conocer más sobre ella. No es
más que una preferencia individual, una asociación azarosa entre las múltiples posibilidades de
"elección" que tiene el paladar humano.

Sin embargo, pueden darse otras posibilidades, las extremas o esperpénticas: la persona que se
alimenta sólo de chocolate y la persona que decide matarse comiendo chocolate. ¿Qué diríamos de
estas personas?

Bien, el sentido común nos empujaría en la dirección de pensar que se trata de algún tipo de
perturbación mental. Si este tipo de personas fueran sometidas a algún tipo de observación psiquiátrica,
podríamos encontrarnos con el antecedente mórbido de haber sufrido atracones de chocolate en la
infancia, mientras devoraban pastillas de chocolate a escondidas de sus padres, con la consiguiente
indigestión y castigo por parte de los progenitores. Entonces quizá concluyéramos que existe una
relación de continuidad causal entre aquél episodio, y el atracón suicida de chocolate o la preferencia
única y mórbida por este alimento.

El argumento es desde luego elegante y poderoso, pero no tiene demostración posible. Demostración
por otra parte irrelevante, porque comer chocolate seguiría sin ser una enfermedad, aunque el
chocolate puede asociarse con cualquier estimulo voluptuoso, si ambos coinciden en e tiempo. Dicho de
otro modo el suicidio o la estereotipia a comer chocolate debe ser considerado sólo como una metáfora,
es decir de algo que representa otra entidad, quizá otro sufrimiento (o goce), se trataría de un síntoma
vacio, en el sentido de que no procedería directamente de una señal neurobiológica de avería, sino de
un constructo individual sancionado o legitimado por alguien.

89
Bien, si hay una forma, una contraprueba. Si el chocolate tiene algo en su composición que pudiera
actuar químicamente en el cerebro, podríamos concluir que crea adicción. Incluso podríamos es un
exceso semántico, muy común hoy, suponer que existen adicciones no químicas. En este caso, casi
todos aquellos que han sufrido un atracón de aquellas características desarrollarían un síndrome de
"preferencia por el chocolate". Y las cosas -desafortunadamente-parecen no funcionar así.

El mismo Freud cayó en la cuenta durante su vida de que el psicoanálisis no podía ser una ciencia
convencional porque carecía de valor predictivo: se trata de una teoría aislada del resto de la ciencia
que no contiene en sí un modelo aplicable a la predicción. Los mismos sucesos parecían afectar a las
personas de muy diversas formas y a algunas no afectarlas en absoluto. El psicoanálisis, en palabras del
propio Freud, era una ciencia "postdictiva": "dime lo que te pasa ahora y te diré que te pasó entonces",
cuando lo lógico debiera ser "dime que te pasó y te diré lo que te espera".

La ciencia se ocupa de encontrar predicciones fiables y opera bajo el paradigma de la repetición


controlada de las variables experimentales. El psicoanálisis opera bajo un paradigma totalmente nuevo:
la reconstrucción del sentido de las cosas. De una forma similar al concepto de destino de Heráclito, el
psicoanálisis recompone (al menos teóricamente) el sentido de cada sufrimiento individual. No desde el
punto de vista del destino como fatalidad lineal, sino desde un punto de vista relacional y de cambio:
estocástico. Ese es el verdadero sentido que daba Heráclito a los eventos de la vida y también la
interpretación que de Freud hacemos hoy.

Sin embargo, nos tomamos tan en serio al psicoanálisis durante la década de los 60 y 70 que según
diversas fuentes la homosexualidad podía deberse: a la ansiedad de castración, a la identificación con la
madre, a una defensa contra la psicosis, a un ambiente demasiado hiperprotector o a un ambiente
demasiado feminizante. En fin, una confusión que daba cuenta de una imposibilidad de filiación por la
vía psicológica. No estoy diciendo que no sea lícita una aproximación científica al fenómeno homosexual
o a cualquier presunción etiológica, sino que la causalidad psicológica no es nunca lineal.

El error epistemológico de toda una generación de buenos terapeutas fue suponer que la
homosexualidad era una entidad clínica, cuando no es más que una identidad, a veces también una
ideología, tan ilusoria como cualquier otra. Ahora y gracias a las neurociencias, sabemos que la
homosexualidad es más frecuente en las familias que han tenido un gran número de niños varones, la
suposición científica es que se trata -quizá-de una sensibilización androgénica de la madre. Dicho de otra
manera, los homosexuales no son "más femeninos" que el resto de los hombres, sino "más machos", si
por macho se entiende una mayor exposición a la testosterona en la vida uterina. Con todo, no es más
que una teoría que necesita ser probada y que no explica - desde luego-todas las homosexualidades. Los
neurocientíficos actuales están persuadidos además de que no existe una única homosexualidad, del
mismo modo que no existe una única heterosexualidad.

La teoría de la hipermasculinidad es interesante, porque da cuenta de un fenómeno conocido y que ya


he nombrado de pasada más atrás: para los homosexuales la sexualidad es central, para los
heterosexuales un divertimento o una carga reproductiva.

El error era pues un error de enfoque, estábamos mirando en la dirección opuesta donde estaba el
objetivo. Una vez más, la persistencia en el error se debió a la influencia del psicoanálisis sobre el
pensamiento científico, sobre todo en la primera mitad de este siglo, demasiado influido por una óptica
determinista. El Freud primitivo sostenía que las neurosis eran (todas) de origen traumático. Comenzó
pensando así a partir de sus observaciones hipnóticas sobre el "trauma" de las histéricas vienesas,
material clínico sobre el que fue elaborando una teoría sobre el ser humano que destacaba básicamente
por su anticonvencionalismo y su materialismo, una teoría que acabó subyugando intelectualmente a
los estudiantes más entusiastas, que rechazaban la clínica convencional por su superficialidad. Lo que

90
Freud encontró en esa búsqueda fue -naturalmente-de contenido sexual: traumas sexuales,
masturbaciones secretas, fantasías incestuosas, celos fratricidas y algún que otro abuso sexual. No podía
ser de otra manera, era la Viena burguesa y decadente de principios de siglo. Freud, movido por su
pasión científica, cayó pronto en la cuenta de que las histéricas le terminaban siempre contando lo que
quería oír, de modo que empezó a renunciar a la hipnosis por considerar que era una técnica demasiado
sugestiva. Y Freud quería saber la verdad. La verdad es que no siempre había trauma (la mayor parte de
las veces) y los resultados solían ser similares: la gente enfermaba de lo mismo, casi siempre de histeria.
Poco a poco, fue abandonando la teoría traumática y sustituyéndola por la teoría sexual de las neurosis.
Concluyó que lo "importante no es lo que pasó", sino lo que el individuo "elaboró sobre lo que le pasó",
elaboración que cambiaba en función de la edad y de la etapa psicobiológica de maduración
psicosexual. Naturalmente, esta posición aunque posiblemente mucho más cercana a la verdad, es
tautólogica porque no hay manera de saber lo "que sintió entonces y de aquella manera". Sólo podemos
saber lo que dice "aquí y ahora", de manera que el "cuandoentonces" no es más - no suele ser más-que
un apaño de la conciencia, una búsqueda de justificaciones y racionalizaciones, en fin, una falacia
catamnésica, que no sirve como soporte a ninguna teoría sensata y comprobable.

Aun así, la definición que dio Freud sobre lo traumático sigue siendo válida: algo que viene de afuera y
que compromete las defensas del Yo, obligándole a adaptarse a la nueva situación con un suplemento de
gasto de energía. Después de muchas idas y venidas, los psiquiatras nos hemos puesto de acuerdo en
qué cosa es un trauma. Suponemos que un trauma es una situación fuera de lo común, que
compromete nuestro equilibrio físico y psíquico, que causaría malestar en la mayoría de las personas
que lo sufrieran. Un sobresalto intenso y sobre todo inmanejable con los instrumentos psicológicos de
que disponemos para enfrentarnos a las situaciones de tensión. Un hecho traumático es la pérdida de
una persona querida en accidente, o de una muerte imprevista, una catástrofe natural, con grave riesgo
para la vida, la pérdida simultánea de varios familiares, sufrir un asalto violento en plena vía pública o
una violación. En fin, cualquier cosa contra la que no podemos luchar o huir, evitar o transformar con los
utensilios con que nos dotó la naturaleza. No es un hecho traumático tener un examen para un
estudiante, tener un susto en la conducción de un automóvil, o sufrir una descarga eléctrica. Que se
averíe el televisor o que se inunde nuestro garaje. Se trata de contratiempos, de adversidades o de
accidentes sin más, pero no de traumas. El trauma es un estrés violento, intenso y fuera de lo común. La
cosa se complica porque a veces pequeños estresores también pueden amargarnos la vida, estresores
no tan intensos pero también a veces crónicos, es decir, duraderos. En este caso no hablaríamos de
trauma sino de estrés. Una de las características del trauma es que para mantener causalidad relacional
con algún trastorno, debe ser inmediatamente anterior al mismo. De manera que no está aceptado que
los "traumas" infantiles causen trastornos a los adultos, ni siquiera que supongan trauma alguno porque
entran en contradicción con la condición de contingencia, que define al propio trauma.

Sin embargo, tampoco está demostrado lo contrario. Por ejemplo, aceptamos que las víctimas de algún
abuso incestuoso durante la infancia, desarrollarán en su vida adulta un tipo de personalidad concreta,
presidida por las tendencias autodestructivas, la búsqueda de sensaciones sexuales fuera de lo común y
la afectividad tempestuosa e inestable (un trastorno límite o inestable de la personalidad). En mi
opinión, ni siquiera esto está

suficientemente probado de forma "predictiva". Sin embargo, podemos aceptarlo como hipótesis, sin
perder de vista otra de las posibles variables críticas: la definición de qué cosa es un abuso.

Aunque sabemos lo que es un abuso desde el punto de vista jurídico, hay muchas razones para dudar
acerca de qué cosa es un abuso psicológico y sobre todo, las correlaciones que este mismo abuso tiene
en la sexualidad o las preferencias sexuales de un adulto a largo plazo. En este sentido, el siguiente
material clínico ilustra la perplejidad del clínico, que escucha la siguiente declaración de una paciente de
19 años, que viene a consulta por una serie de quejas de los padres relacionadas con el rendimiento

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escolar: Sara es una adolescente despierta y de aspecto normal que en cuanto se queda a solas conmigo
me hace la siguiente confesión:

"Lo que me preocupa, es lo siguiente. Ya no soy virgen, hago el amor con bastante frecuencia, a veces,
muy pocas con el mismo chico. Pero creo que soy frígida, me cuesta mucho tiempo excitarme y casi
nunca llego al orgasmo, de manera que me da vergüenza salir con chicos, porque no quiero hacerlo y
que vean que soy frígida (sic). Sólo una vez llegué al orgasmo, al que siempre llego con masturbación.
Fue con un chico muy dominante y autoritario que me daba órdenes. En la medida en que iba
obedeciendo sus órdenes, me iba excitando de manera que tuve un orgasmo. Bueno lo hicimos unas
cuantas veces y le dejé porque era un impresentable" (sic).

"Ahora que estoy delante de un psiquiatra me gustaría preguntarle algo, pero me da vergüenza…¿Se
trata de saber si eso puede tener que ver con una experiencia que tuve a los doce años?…..Bueno, yo
venía de clase y subí a casa por las escaleras, había un hombre esperándome en uno de los descansillos,
me preguntó algo y me obligó, quiero decir que me forzó…si con penetración, me amenazó con un
cuchillo…no me hizo daño, ni me pegó, yo estaba muy asustada y obedecí, yo estaba muy asustada…al
llegar a casa se lo dije a mi madre y ella y mi padre decidieron no volver a hablar nunca más de ese
asunto. En casa no se volvió a hablar de ese incidente…no lo denunciamos ni nada, bueno al cabo del
tiempo le vi por la calle y me asusté mucho, pero él no me dijo nada".

La paciente había relacionado espontáneamente aquel episodio de abuso con su actual preferencia
acerca de relaciones presididas por cierto autoritarismo. Estaba tratando de averiguar algo más sobre
aquel episodio cuando la paciente, que hasta entonces se había mostrado firme y segura en su relato,
añadió balbuceante:

"Pero eso no es lo peor, tengo mucha vergüenza de contarlo, porque esto no lo sabe nadie… Mientras
aquel hombre me violaba, yo le di un beso en la boca. Entonces el me sonrió y me dijo "¿Ah te ha
gustado, eh?”

Lo que yo me pregunto ahora, lo que no me deja dormir es: ¿Me gustaría que me violara aquel hombre,
por qué lo hice?, ¿cree usted que me gustará que me fuercen a hacer el amor?".

La pregunta de Sara me conmocionó, así como su lucidez y su entereza. Le respondí que su reacción no
significaba que le estuviera gustando lo que le hacia aquel hombre, sino un mecanismo de defensa
natural que utilizó para protegerse del miedo a ser asesinada. Le expliqué lo que era un ritual de
sumisión y parece que lo entendió, porque al cabo de unos días me dijo que mi explicación "le había
llevado mucha paz y serenidad".

Más allá de eso, la pregunta que me hacía Sara es la pregunta que trato de responder ahora. Podemos
aventurar que Sara se sentía culpable por aquel episodio, avergonzada y culpable, y que esa culpabilidad
puede tener algo que ver con su condición para el goce y también con su frigidez habitual. Pero ¿de qué
podría sentirse culpable Sara? Se me ocurren tres razones:

1) de la propia violación.

2) de haberle dado un "beso en la boca" al agresor

3) de no haber denunciado el hecho, debido a la actitud de los padres.

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Si pudiéramos establecer una jerarquía de daños, todo parece indicar que la respuesta correcta es la
segunda, a pesar de que el "silencio forzado" ha sido señalado como una importante dimensión en el
trauma por Lister en 1982.

Si juzgamos no obstante la emoción verbalizada en el relato del suceso, esa parte era de la que más
avergonzada se sentía. La violación, en sí misma, no parecía haber dejado huella en su conducta actual,
ni siquiera soñaba con ella o aparecían recuerdos intrusivos en forma de flash-backs, es decir no parecía
haber un "síndrome de estrés post-traumático". Es más, la violación en sí misma, a pesar de haber sido
en una edad núbil, no la recuerda con dolor o como un ataque especialmente violento. Tampoco parece
haber reproche alguno directo o indirecto a los padres por haber callado aquel episodio. Tan sólo
recuerda la vergüenza, el miedo de volver a encontrarse con aquel hombre, (un vecino de su misma
localidad de mediano tamaño) y su pregunta obsesiva acerca de su supuesto masoquismo, una palabra
que ha buscado en el diccionario y sobre la que tiene una teoría muy común: las personas a las que les
gusta que les hagan daño. ¿Ella?

Generalmente, las víctimas de una violación suelen pasar por un episodio de "reparación" donde son
frecuentes los autorreproches, la ira intensa, un sentimiento de desamparo, con ansiedad difusa y
trastornos del sueño. Se supone que la víctima se debate entre sentimientos de culpa "por no haberse
resistido lo suficiente" y una ira justificada hacia el agresor que se relaciona con la situación de
desvalimiento. Por último, parece que los trastornos del sueño se relacionan con el intento del cerebro
por deshacerse del material traumático. Todo este cuadro es lo que sucede en los adultos.

¿Pero sucede así en los niños? ¿Sucede igual si no hay violencia física que cuando se utilizan medios
extremos?

En el caso de Sara, podemos aventurar que su precocidad sexual y una cierta tendencia promiscua,
pueden estar apoyando la teoría de que busca la repetición de la escena temida para intentar
incorporarla definitivamente. Es decir, representaría una especie de automedicación que no consigue
"curarla" en tanto que sigue mostrándose frígida. Ya he dicho que nadie se cura volviendo al punto de
partida. Podemos también aventurar que Sara ha hecho una identificación con el agresor, en tanto que
ese mecanismo es el que cabría esperar en una situación de esa naturaleza, sin embargo, nada en la
clínica permite suponer algo así, no había agradecimiento o desculpabilización del agresor. Más bien
parece que Sara pretende repetir la escena primaria como una manera de someterse a la prueba. ¿soy
masoquista o no? La respuesta a la que parece haber llegado, es sí: dado que sólo puede gozar con la
repetición de una escena parecida, alguien que le da órdenes. Lo que me parece sorprendente y un
signo de buen pronóstico en este caso, es que después de encontrar un chico con el que pudiera gozar,
le dejó plantado, "porque era un impresentable". Creo que esta es la clave de la resolución de este caso.
Sin embargo, ignoro el destino pulsional de esta muchacha. No la volví a ver más que un par de veces.

El caso me parece interesante porque permite plantearse la violación en términos de rapto voluptuoso,
de erotismo apocalíptico. Comparándolo con las descripciones de Rousseau y de Sacher-Masoch
podemos concluir que tanto Sara como ellos habían sido víctimas de una experiencia similar, una
iniciación violenta. Es verdad que Rousseau y Sacher-Masoch no fueron violados, pero tampoco Sara fue
maltratada. Lo que quiero decir es que la voluptuosidad de la que fueron objeto, mezcla de miedo,
desvalimiento y expectativa de un daño mayor, pudiera ser semejante, y que el hecho de haber salido
indemnes de ella, pudiera estar en el centro de la elección de unos y de otros. A Sara pudo gustarle y
seguramente sintió un gran alivio el salir airosa de aquella situación, me refiero a que salvó la vida, que
seguramente vio peligrar. Sara pudo quedar fijada a su renacimiento ulterior.

La expectativa de daño por parte de Rousseau y Sacher-Masoch también era mayor que los castigos que
recibieron. Ellos mismos declaran que el alivio era un componente de su voluptuosidad, ellos eligieron

93
ese camino para volver a gozar esa revelación, se hicieron masoquistas perversos mientras Sara se
convirtió en -provisionalmente-frígida y promiscua. Mientras unos erotizaron aquella experiencia, Sara
la deshistoriza para hacerla síntoma. Pero estoy empleando la palabra erotización a sabiendas de que
ninguno vivió aquella situación como erótica, ya he dicho que el ataque que sufrieron pudo ser
voluptuoso, pero no erótico. El erotismo vendría después adosado (binded) al complejo subyacente, tal
y como acertadamente nos describió Sacher-Masoch, KraftEbing y las modernas teorías del binding o
apego. Lo que trato de decir es que no todos los abusos son igualmente traumáticos, cosa que todo el
mundo sabe, aunque jurídicamente o moralmente todos los abusos sean condenables. Y que algunos
abusos ni siquiera son traumáticos psicológicamente. Pero no olvidemos que los abusos que se hacen
brutalmente o con confrontación física con la víctima son seguidos de una peor recuperación y tienen
peor pronóstico. ¿Hubiera sido voluptuosa la experiencia de Rousseau si hubiera sido ejecutada por su
propio padre, en términos de una brutal y tremenda paliza?

En mi ejercicio profesional me he encontrado con muchas confesiones acerca de "abusos menores",


como tocamientos, besos en la boca, instigación a la masturbación por adultos e incluso algún caso de
felación forzada. Casi siempre los que han "sufrido" estos abusos han considerado su influencia en la
edad adulta de manera desigual. Hay que recordar que el niño es un perverso polimorfo y que acepta
cualquier placer siempre que no sea causa de daño físico. Mi opinión actual sobre este asunto es que a
mayor placer o dolor, mayor fijación, y por tanto, mayor condición de goce o sufrimiento aparecerá en
la edad adulta. La primera experiencia voluptuosa parece ser determinante en cuanto a la elección de
goce en el adulto.

Creo también que esta fijación viene determinada por varios factores: uno de ellos es la edad: nótese
que la experiencia de Rousseau y de Sacher-Masoch está fechada en los 8 años, también las
descripciones de Swinburne respecto a la flagelación sistemática como método educativo a las que
sometían a los alumnos en Eaton (y que se encuentra en las descripciones de Ian Gibson en El vicio
inglés) o los pacientes de Freud. Parece que hay una ventana plástica para el aprendizaje voluptuoso de
estas tendencias.

En general, un estímulo aversivo disminuye la posibilidad de que el organismo mantenga una respuesta
de acercamiento. No obstante existe un periodo de "impresión" (imprinting) sensitiva que produce
precisamente la respuesta contraria; esto es, los estímulos aversivos incrementan las respuestas de
acercamiento/vinculación en lugar de disminuirlas. (T. Millon , óp. cita, pg. 621 )

En otras palabras Millon está dando la razón a Freud: los castigos pueden ser placenteros para un niño,
si invierte la polaridad de su afecto con respecto a quien le está maltratando:

Me pega porque me ama (Pegan a un niño, Freud, 1919) Creo también que la reacción de los padres es
fundamental, para el destino final del complejo de culpa. No hay duda de que puede ser amplificado por
determinadas actitudes sociales, sobre todo por la "confesión" pública y oral preceptiva en los juzgados,
que no suele concluir con la absolución (a diferencia de la confesión canónica) y la confrontación con el
agresor, que suele ser "a cara descubierta" con careos y otras técnicas que actúan como amplificadores
de la culpa y la vergüenza. Una vez más, la justicia y la clínica andan por caminos opuestos. Por último,
he de decir que los abusos -psicológicamente-sentidos como tales por el cuerpo social y la propia
víctima, casi siempre suelen ser de hombre a niña o de hombre a niño. Nunca he conocido un solo caso
de "abusos" de mujer a niño o de mujer a niña, a pesar de que los contactos sexuales entre adultos y
niños son muy frecuentes en la población general. Quiero decir, que no conozco casos definidos como
abuso, a pesar de conocer evidentemente casos de seducción y de juegos sexuales entre adultas y
varones. Si se trata de una "iniciación" o de un abuso es sólo algo que sabe “el agredido”. Tampoco los

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homosexuales suelen definir su iniciación como abusiva, a pesar de que fuera efectuada por un adulto,
lo que indica que hay un componente de censura social que opera en contra del goce y a favor de la
prohibición. Una censura que deja fuera del control social al amor homosexual, como si no existiera. No
podía ser de otra manera.

Pero la cuestión se complica prácticamente hasta el infinito porque muchas veces el iniciador es una
persona que tampoco puede ser calificada como un adulto, sino como un similar, lo cual hace que nos
preguntemos de nuevo, qué cosa es definitivamente un abuso y qué cosas son simplemente juegos o
exploraciones sexuales. La barrera no es clínica, sino la opinión pública y la tolerancia social.

Todo parece indicar que el bien a preservar son las niñas. La cualidad del abuso viene definida por la
edad del abusador y el sexo del abusado. Lo intolerable es que un hombre adulto abuse de una niña. Es
decir que el bien a proteger es el tabú del incesto, no solamente aquel que procede de la propia familia,
de padre a hija, sino todos aquellos que por semejanza parecen reproducir esta tendencia universal: los
que proceden de algún equivalente del padre. Freud decía que el verdadero incesto era el que se
producía de madre a hijo, muy poco frecuente por otra parte, sin embargo, lo que parece operar como
un mandato universal y que requiere mayor restricción y aun así (o quizá por eso) una mayor cuota de
transgresión es el incesto de padre a hija (o de adulto a niña), porque parece que ese el verdadero goce
tal y como Bataille y Levy-Strauss suponían.

FANTASÍAS MASOQUISTAS

La fantasía es un acto voluntario (o involuntario) del cerebro, que en contraste con los sueños acontece
en estado de vigilia. Es usual que a la vida fantástica diurna se le adjudique un papel similar al de los
sueños, una forma de compensación. Es decir, una manera creativa de complementar la vida real. Es
usual que las fantasías no se lleven a la práctica, sino que se limiten a un mero ejercicio lúdico. En las
personas normales, la cualidad de la fantasía sustituye a la vida práctica. Gracias a la fantasía nos es
posible recrear, inventar y visitar mundos que no osaríamos hacer en la realidad. La fantasía representa
un espacio protegido, íntimo e ininterpretable, que representa al deseo en su estado puro (a diferencia
del fantasma donde ya se encuentra modificada). De ella emerge el arte, y la transformación del mundo,
también el crimen y cualquier abyección violenta. El fanático se alimenta de su fantasía y trata de
imponerla al mundo, el novelista inventa nuevas realidades a partir de su fantasía, el lector - aquel que
no tiene suficiente - se limita a recorrer las que sugieren otros. Las personas comunes obtienen muchos
beneficios de su vida fantástica. Les hace más adaptables, más felices, en la medida que su imaginario
llega a componer como la cara oculta de una vida -quizá-sin interés subjetivo alguno. Los sueños están
para ser soñados y no para ser vividos, sobre todo cuando se convierten en pesadillas. Existen ciertas
evidencias de que los actos irreflexivos, violentos o desajustados de la vida de algunas personas, se
encuentra en oposición a su vida fantástica o al menos a su incapacidad para la anticipación. Es verdad
que muchos sueños soñados llegan a ser también vividos, pero este hecho se encuentra en oposición al
concepto de "acting out", un acto que se opone al recuerdo, un acto en cortocircuito, sin reflexión. Un
antirecuerdo al que se le supone como soporte material una fantasía inconsciente.

Los psicoanalistas franceses utilizan el término fantasma (fantasme) en lugar de fantasía. Ambos
conceptos sin embargo no son equivalentes. Mientras la fantasía se supone un acto voluntario y

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consciente, el fantasma es un material reprimido, una presencia espectral que da cuenta de una lucha
de transformación de la pulsión -repulsión originaria-, en derivados socialmente aceptables. La inversión
"tu no debes", por la más aceptable "tú debes", es el ejemplo más común para entender aquella
metamorfosis, después de que en ella se hayan producido las necesarias inversiones, que en este caso
serían: "no debes golpear", se transformaría en: "me golpean" y aún más allá de eso en: "disfruto con
los golpes”.

Creo que el término fantasía inconsciente es un constructo algo tautológico, porque se supone que es
previo haber pensado en algo para llevarlo a cabo. No es necesario suponer tal cosa, pero por hacer el
relato más verosímil, en adelante me referiré tan sólo a las fantasías conscientes, aquellas de las que el
sujeto tiene alguna noticia.

En sí mismas, las fantasías conscientes suelen ser inocentes en tanto que el sujeto sabe que se trata sólo
de eso: de fantasías, es decir, de no eventos. Sólo los enfermos obsesivos parecen sufrir a consecuencia
de su actividad fantástica, generalmente relacionadas con deseos de matar algo que parece estar en
relación con la vivencia de corporeidad de las palabras, o de los pensamientos que parecen operar como
hechos, al estilo del Fiat lux, el lenguaje de Dios que creaba Realidad; dijo fuego y ardió. Las fantasías
comunes no representan un antirecuerdo, como el

"acting out" o los recuerdos intrusivos de los escrúpulos obsesivos. No se trata de una instancia
antiempírica como en los actos irreflexivos que nunca fueron soñados, sino de un complemento de la
vida que no se pudo vivir. Es decir, de una forma de aprender algo acerca del deseo.

Para Reik, el origen del masoquismo es precisamente la fantasía- ensoñación: surge de imágenes, de
acciones violentas y agresivas que son transformadas y remodeladas por los cambios de roles. (T. Reik
op. cit) La vida fantástica está generalizada entre los humanos. Hay como un continuo: en un extremo
estarían aquellas personas mitomaníacas que se creen sus propias fantasías, es decir, se mienten a sí
mismos con cierta verosimilitud, sin perder del todo el juicio sobre la realidad, es decir, sin estar locos y
en el otro extremo se encontrarían aquellas personas, serias, rígidas o demasiado formales, que nunca
fantasean, pareciera como si no existiera en ellos ni un ápice de irrealidad.

En este sentido, diré que las fantasías sadomasoquistas están absolutamente generalizadas en la
población. Baste echar un vistazo a los informes sobre sexualidad que se han editado hasta la fecha para
comprobarlo. Esas fantasías recrean sobre todo los grandes temas de la dominación/sumisión que de
algún modo ya adelanté cuando hablaba del masoquismo erógeno. Trataré de sintetizarlos en algunos
epígrafes.

1.-INDEFENSIÓN

Llamamos indefensión a la situación en la que el sujeto percibe que sus esfuerzos no le permiten luchar
o escapar de una situación temida, peligrosa o dolorosa. Se supone que la indefensión es una estructura
comportamental y neuroglandular que informa al cerebro de que determinadas actitudes de
lucha/huida han fracasado. El sujeto se rinde ante el temor (real o imaginario), mostrándose por tanto
vulnerable a la emergencia de trastornos afectivos o de ansiedad. Para Seligman, la indefensión
aprendida seria la base psicobiológica de estos trastornos, presididos por la claudicación y la
desmoralización.

Al margen de esta consideración etiológica, en la génesis de determinadas enfermedades, la indefensión


es buscada voluntariamente por muchas personas "corrientes" que fantasean o sueñan con ser atadas,
amordazadas, vendadas en los ojos y sometidas al libre uso de otra persona, generalmente de un modo
sexual, erótico, aunque también pueden combinarse con otro tipo de sevicias masoquistas, actividades
que se conocen con el nombre genérico de bondage. Este tipo de prácticas son comunes y se establecen

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como rituales obligados en cualquier pareja sadomasoquista. Se trata de fantasías generalizadas entre
las mujeres normales. La pregunta que yo me haría ahora es ¿qué clase de enigma se encuentra
agazapado en este goce, aun siendo imaginario? ¿qué gana una persona fantaseando con ser
maniatada?

La actitud de entrega voluntaria parece no ser suficiente. Algunas mujeres (y algunos hombres) quieren
pertenecer a alguien, de un modo animal, de un modo que vaya más allá de la entrega que se hace en
nombre del amor, de la conveniencia o el bienestar. Hay algo de atávico en ser atada, en ser dominada
hasta la rendición física. Ser obligada a hacer algo, generalmente el acto sexual, parece ser un goce
femenino arcaico, como ya he tenido ocasión de decir en más de una ocasión. Hay algo quizá también
de voluptuoso en esa rendición, que será seguida - naturalmente-por una restitución de la libertad,
tanto en la fantasía como en el juego. El prisionero está a merced de su captor, este escenario - aún
pactado-suele ser de una enorme intensidad erótica, porque cualquier cosa es posible esperar en esa
situación de cautividad, más aún si se suprimen las aferencias visuales y el cautivo no puede ver qué
está haciendo su

"secuestrador", si se suprimen también las señales verbales, el miedo emergerá y puede actuar como un
potente multiplicador (arousal) de la espera tensa que tanta importancia tiene en el goce masoquista. La
imposibilidad de escapar, aun siendo una escenografía más o menos consensuada, parece que no
termina de eliminar el miedo, y ese miedo puede actuar del modo en que las descripciones clásicas nos
revelaron: como un componente del cóctel voluptuoso, ese "no saber qué va a venir después", que
parece operar como un siniestro anticipador del placer sexual.

El miedo es un sentimiento aversivo, desagradable, que nos hace alejarnos de las personas o situaciones
que nos lo provocan. Lo usual es evitar las situaciones temidas, es lo que sucede en las fobias, sin
embargo, sabemos que la evitación es una mala estrategia para afrontar el miedo. El tratamiento de
cualquier fobia consiste en la exposición, es decir, el afrontamiento de la situación temida en grados
crecientes hasta que el miedo haya desaparecido completamente de esa percha cognitiva. Toda fobia es
un miedo irracional, exagerado e invalidante que apresa al individuo en un círculo de rituales para evitar
la situación temida, que poco a poco va extendiéndose más y más como una mancha de aceite. La
autorrestricción que se impone el masoquista o la que procede de la fantasía puede ser una forma de
liberarse de las propias restricciones, es decir, una forma de irresponsabilizarse del propio deseo o al
menos, que no resulte inmoral. El que está atado, inmovilizado, o carece de escapatoria, no puede hacer
otra cosa que "relajarse y gozar", la responsabilidad es del otro. Dicho de otro modo, es muy posible que
la causa de estas fantasías y el goce de ser sometido a ataduras y restricciones de movimientos, proceda
de un intento de deshacerse de las propias "ataduras mentales", que imposibilitan el goce de sentirse
sometido en la realidad, al menos en la relación sexual de las mujeres siempre maniatadas por amplios e
intensos resortes arcaicos.

Una mujer de 38 años la que traté por una agorafobia y cuyo inicio coincidió con una serie de fantasías
sexuales relacionadas con un compañero de trabajo, me hizo la siguiente confesión: Lo que más me
gusta de él (se refiere a su compañero de trabajo), es que es desconsiderado, malhablado y algo tosco,
me gustaría que me raptara y me llevara a una cueva, que me tuviera allí encadenada y que me usara a
su antojo.

Naturalmente, no consiguió sus objetivos, pero su agorafobia mejoró en la medida en que fue capaz de
relacionar aquellas tendencias masoquistas que habían aparecido en su relación con el compañero de
trabajo, y el cuestionamiento que esa misma relación había logrado introducir en la relación con su
marido y al mismo tiempo con la pérdida de seguridad que para ella entrañaba esta relación y que

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estaba en la base de la emergencia de su agorafobia. En esta paciente aparece otro de los fantasmas
masoquistas universales: el gusto por lo abyecto, lo siniestro o lo animal, es decir por los antivalores.

2.-EXPLOTACIÓN

Si en las mujeres, la fantasía más común es la de ser "utilizada sexualmente", sin consentimiento (al
menos tácito); en los hombres masoquistas, la fantasía y también la práctica más usual es la de ser
esclavizados en el servicio doméstico.

Ser mayordomos, o criados, señores de la limpieza o simplemente esclavos destinados a estas tareas,
parece que es un goce suscrito por muchos hombres, que buscan una pareja dominante femenina. El
gusto por la explotación doméstica supone una inversión de roles tan divertida que no puedo dejar de
admirarme por la inventiva humana23. En una época donde el discurso social dominante es la igualdad
de oportunidades, la participación del hombre en las tareas domésticas y la liberación de la mujer de la
"esclavitud del hogar", el hecho de que haya hombres que se ofrezcan a este tipo de servicios de forma
gratuita, con tal de tener la oportunidad de tener un ama dominante y exigente que colme sus deseos
de "mucamas esclavizadas", no deja de tener una pizca de ironía. Los hombres sabemos que las tareas
del hogar son detestables, aburridas, monótonas y que compensan poco a nada a las que las realizan,
mujeres en su mayoría. De hecho, casi todo el mundo que conozco delega estas tareas en personal
contratado para tal fin, al menos la limpieza de la casa, un acto reiterativo, absorbente y enormemente
aburrido. De modo que lejos de resolver el problema las clases acomodadas lo delega en las clases más
desfavorecidas, lo que suele ser algo conocido por todos y tolerado por la moral individual. Se trata de la
esencia de la cultura de la dominación, que es posible desentrañar en las relaciones laborales, de un
modo más nítido que en las personales.

En mi opinión, los hombres masoquistas que se ofrecen para este tipo de servicios, no lo hacen tanto
porque obtengan un placer en ello, sino porque indirectamente pretenden introducir un elemento de
subversión en la relación de dominación con una mujer, ese es el goce, porque aunque la sumisión se
haya atribuido clásica y universalmente al deseo de dominio del hombre, existe un metadominio, que es
cuando un hombre domina a la mujer no sólo en el terreno habitual, sino más allá de él, a través de la
captura imaginaria que tiene lugar en este tipo de escenas, donde el hombre "juega" a ser esclavizado
por una mujer.

Este aspecto de simulación grotesca que parece acompañar a todas las actividades sadomasoquistas no
debe hacernos presuponer que se trata de una ficción, de una dramatización, sino que más allá de eso,
se sirve de una cierta tramoya teatral, para esconder y mostrar ese margen de incertidumbre, que opera
como en un funanbulista a lo largo de la red sadomasoquista que le contiene.

Una persona a la que conocí, en una situación no clínica, me contó que solía poner anuncios en el
periódico para dar rienda suelta a esta fantasía masoquista en la realidad. Solía anunciarse, como
"esclavo se ofrece a ama dominante para tareas domésticas de forma gratuita”. Esta persona que
vivía solo, tenía contratada para su propio servicio doméstico a una persona ajena, sin embargo para él
suponía un extremo goce el ser maltratado, constantemente humillado y obligado a repetir la misma
tarea, (Un conocido aforismo sufí dice: Lo que es, es/lo que no es, ni ha sido ni será. Una manera
poética de decir que cualquier cosa que pueda ser imaginada puede llevarse a cabo, mientras que lo no
imaginable, jamás será llevado a la práctica, pues existe más allá del lenguaje) por un ama que le
explotara para tal fin. Naturalmente la limpieza de su casa no le proporcionaba ningún goce.

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El goce no es por tanto la limpieza, sino la humillación que la propia tarea doméstica encarna para
cualquier persona, tanto más si es un hombre quien la sufre: es posible entrever la dualidad del
pensamiento masoquista y la búsqueda de la inversión. Tanto más si es ejercida por el dominio de una
mujer y voluntariamente aceptada como un componente más de un ritual masoquista de tipo erógeno,
que incluía maltrato y distintas sevicias, siempre presididas por los instrumentos propios de la limpieza:
cubos, fregonas, escobas y diversos utensilios fálicos vinculados a las tareas del hogar. Contrariamente a
esto, no he conocido nunca ninguna mujer que declarara su gusto por este tipo de "esclavitud", dado
que de existir ya tiene su propia legitimación en las relaciones convencionales. Oldman y Morris en 1990
y Millon en 1994 describen la disposición de algunas personas a:

Actuar de una forma servil y humillante. Se sitúan en un plano inferior y animan a los demás para que se
aprovechen de ellos. Son aquiescentes y poco asertivos, obsequiosos y sacrificados, dependiendo en
grado extremo de las expectativas que los demás tienen sobre ellos Es decir, existen formas de sumisión
tan bien integradas que no son reconocibles como algo patológico, ni como algo atávicamente sexual,
como por ejemplo la sumisión doméstica de las mujeres en general. En mi opinión, aquellas formas de
sumisión que se hallan integradas en las relaciones comunes o en las rutinas convencionales, nunca se
convierten en un ritual masoquista, porque en este tipo de relaciones lo que se busca es una inversión
de los roles tradicionales y quizá también una esperpentización de las propias relaciones de poder.

No hay que olvidar que si existe el sadomasoquismo o las relaciones D/s en general es porque existen
realmente vínculos de poder y sumisión entre las personas y que además, la mente se rige por un
principio de economía: si un impulso se encuentra ya gratificado, lo que se buscará a continuación es un
castigo. Por eso, es prácticamente imposible encontrar mujeres masoquistas perversas entre las amas
de casa convencionales y sí

muchas neuróticas. En el caso de que alguna de ellas fuera masoquista, ya tiene su parcela de goce y de
castigo en el anonimato de su actividad. Una vez más, lo que es un goce para unos se constituye en un
tormento para el resto de la humanidad.

Si existe el sadomasoquismo como fenómeno, es porque existe una sociedad donde la dominación, el
éxito, la autonomía y la eficacia, son valores deseables y otros, como la dependencia, la sumisión, el
fracaso o la ineficacia son lacras a extinguir. Es verdad también, que si existen "esclavos" es porque la
esclavitud fue abolida (está de hecho prohibida), no me imagino a ningún masoquista en los campos de
algodón del sur de los Estados Unidos, mientras se mantuvo vigente la esclavitud de forma legal, aunque
supongo que la carga erótica de las relaciones entre amos y esclavos flotaría por los campos de algodón,
y aun hoy, en el inconsciente de las razas. Naturalmente, detrás de un valor, hace falta un contravalor y
esto es precisamente lo risible de esta situación, donde de lo que se trata es casi siempre de, a partir de
un goce individual (que procede de la fragmentación y enmascaramiento del goce prohibido), subvertir
el orden social deseable y políticamente correcto, en definitiva, un ataque al consenso. Claro, porque la
perversión no es sólo una venganza de la sexualidad frente a la represión, sino también una forma
paradojal de placer que se vuelve hacia el Poder para invadirlo como un “placer a soportar” (Foucault,
op cit, pag 63).

En este sentido, una paciente (Marta) - licenciada y con bastante éxito en su profesión-que tuve ocasión
de tratar me contó:

"A mí lo que me gusta es la esclavitud sexual, pero no la esclavitud doméstica, no estoy dispuesta a
casarme nunca, porque los hombres lo que buscan es una criada. Creo que no estoy preparada para eso,

99
además soy una persona muy independiente y no creo que me adaptara a esa situación. Estoy dispuesta
a hacer de criada en una sesión, pero no en ser definitivamente la criada de nadie. Además el hombre en
cuanto encuentra una criada deja de ser un Amo y se convierte en un gordo complaciente: pierde toda
capacidad para dominar, aquello se convierte en una relación incestuosa".

Efectivamente, las relaciones convencionales parecen abocar ineluctablemente a un tipo de vínculo


rutinario, dominado por los fantasmas familiares, donde casi inevitablemente se pierde toda carga
erótica, aunque se conserve la afectiva. Tal y como dice A. Philips: El sexo blando es cualquier cosa
menos sexualidad.

Algunas personas fragmentan su vida erótica de un modo tan lúcido, que no dispuestos a renunciar al
placer, sacrifican la estabilidad que cualquier rutina de pareja pudiera proporcionar, es el caso de Marta.
Ese parece ser el truco, "esclava para esto y no para lo otro". Una especie de fragmentación de la
actividad erótica que permitiera preservar su mundo erótico masoquista con una vida bastante
adaptada y competitiva que por otra parte había conseguido. Un deslinde entre lo erótico, lo laboral y lo
afectivo, por así decir. Pareciera como si Marta intuyera que el erotismo y el trabajo se oponen como la
noche al día. Como casi siempre, la pareja estable y el erotismo.

Claro que he de repetir otra vez, que la relación Amo-esclavo es una relación dialéctica y sometida por
tanto a sus leyes. Cualquier persona habituada a las relaciones humanas puede suponer cuánto hay de
manipulación, de irresponsabilidad y de deslealtad en este tipo de relaciones presididas por la
inestabilidad y la impredictibilidad. No hay que olvidar que en definitiva el masoquista:

Es manipulador y de baja responsabilidad, casi nunca cumple sus obligaciones y busca situaciones de una
baja agradabilidad, incita en los otros respuestas de ira y rechaza la ayuda de los demás. (Widiger,
1993).

3.-HUMILLACIÓN

La autoridad conserva algo de sagrado: Todos aceptamos de una manera u otra a la autoridad, el
principio de autoridad encarnado en nuestros gobernantes, jefes, polític os, policías, militares, o
cualquier otra figura relacionada con ella. Hemos cambiado muchas veces de opinión acerca de nuestras
razones para respetar a alguien más allá del respeto convencional que nos tenemos los humanos.
Hemos pasado de respetar al más fuerte, al más rico, el más poderoso, por el más culto, pero no hemos
sido capaces aun de superar el concepto mismo de autoridad sobre el que se cierne algo numénico, algo
sagrado que procede del inconsciente atávico del hombre.

Y lo hacemos porque la autoridad es tranquilizadora. Delegar nuestras responsabilidades cívicas en otros


nos quita un enorme peso de encima. Y no sólo las cívicas, sino también las individuales. Elegir es una
trampa del sistema capitalista (de la comunidad de bienes), una ilusión fagocitada por el propio sistema,
que aparece ante nosotros como un menú desplegable de opciones. Elegir es fastidioso, porque nos
deja siempre el sabor de la sospecha de habernos equivocado, por eso dudamos y vacilamos ante optar
por esto o por lo otro, como si cualquier alternativa fuera navegable sólo con decir "quiero esto y no lo
otro". En realidad existen muchas dudas sobre la capacidad del hombre por optar libremente hacia
alguna opción. Algunos pensadores como Minsky abominan del libre albedrío y vuelven una y otra vez a
elucubrar sobre el carácter y el destino de Heráclito. Volvemos a interesarnos por la fatalidad y la
ananké (la diosa necesidad).

En realidad nadie puede elegir aquello que no existe en su mapa sobre futuribles prácticos o en sus
habilidades instrumentales. Lo usual es que deleguemos parte de esa responsabilidad en otros.

100
Someternos a los planes de otros parece ser inevitable en todos los ámbitos de la vida, las clases
dominantes con más frecuencia que las clases bajas, la realeza forzosamente. Lo paradójico es que a
más poder, menor grado de libertad. En este sentido, el sentimiento categorial del poder se halla en
crisis, todo el mundo sabe que el poder está distribuido de forma horizontal, como esperpentizó -
magistralmente-, Kafka en El castillo. Nadie es completamente libre, ni nadie es completamente
autónomo para resolver sus dudas sobre si será mejor esta posibilidad o aquella otra por más poder que
tenga o por más que lo delegue.

Tomar riesgos en las elecciones supone aceptar contrariedades y responsabilidad. Hay personas que
detestan tomar responsabilidades y personas que no son felices si no controlan o dominan un
determinado ámbito, el destino de estas vocaciones complementarias es terminar encontrándose. La
mayor parte de la gente se limita a criticar las decisiones de los demás porque suponen que en el menú
no están todos los platos alineados y disponibles. Hay algo fastidioso en elegir, aunque también
queremos - casi todos-que en el menú figuren los que más nos gustan, pero sólo para después, dejarnos
seducir por el camarero.

El poder puede notarse o estar agazapado, su visibilidad depende del lugar que ocupemos en la
jerarquía social. Cuanto más arriba, más visible resulta. También cuando se está muy abajo son comunes
los conflictos con la autoridad, pero por otra clase de razones. Lo que me interesa decir en este
momento, es que el poder se manifiesta mediante la arbitrariedad de su ejercicio y la subordinación por
la aceptación de la humillación, como moneda de pago, de reconocimiento y de autentificación de la
autoridad. Se podrá decir que existen autoridades morales que no precisan de sometimiento o
humillación de sus admiradores. Es verdad, como también que en las interacciones comunes que
tenemos con las figuras próximas de autoridad, incluso en el terreno laboral, estas actitudes vengan
presididas por el respeto y la profesionalidad, por el diálogo y las buenas intenciones. Pero no me estoy
refiriendo a ese microclima de distribución horizontal del poder, sino al Poder en sí mismo. Aquel poder
del que se desprenden grandes decisiones, que afectan a la convivencia entre las comunidades o de los
grupos humanos. Al poder económico que no ha resuelto aún, el gran tema de la distribución de la
riqueza y al poder que impone normas y restricciones en nuestra vida sexual.

Ese poder que representa un paraguas para el desorden y que adoramos como un becerro de oro, se
infiltra en nuestra vida y cambia nuestras actitudes, es un poder invisible al que ambivalentemente
amamos y odiamos, pero al que nos sometemos más o menos conscientemente o de mala gana. Ese
poder exige reconocimiento en forma de humillación, en forma de genuflexión, como si se tratara de
Dios. Se manifiesta de forma arbitraria y castiga y distribuye prebendas de forma injusta, por eso
sabemos que es Poder, la sombra de un arquetipo venerable (Gordon R, 1987).

Ese es precisamente el poder que la pareja sadomasoquista explicita en su ritual y también la actitud
común de muchas personas, en sus relaciones con el Poder. El que se humilla ante él no sólo está

reconociéndolo, legitimándolo o confirmándolo, sino que está también buscando una ubicación a su
abrigo. Le está seduciendo para que le tome a su cargo, lo que le da legitimidad para mantenerse en su
incompetencia, ineficacia, irresponsabilidad o debilidad. El humillado activa en el dominante su
sensación de poder que mediante la arbitrariedad vuelve a poner las cosas en su sitio cuando la
situación parece haber llegado a un impasse.

Los animales fuertemente jerarquizados, que actúan en común para la caza, tienen una serie de rituales
de humillación, como ofrecer la yugular o agachar las orejas, que tienen como finalidad desactivar la
agresión de los individuos dominantes. El que se humilla, de una forma inconsciente, lo que busca es
precisamente eso, aunque se trata de una estrategia no siempre exitosa, dado que la humillación es la
señal que autentifica el poder, que puede ahora sentirse legitimado para ser aún más cruel, cosa que no

101
sucede en el reino animal. La historia de los Emperadores de Roma está llena de ejemplos, de cómo en
su delirio paranoide algunos de ellos, por ejemplo Calígula, llegaron a tantear sus límites en el ejercicio
de una arbitrariedad asesina. Naturalmente, fueron a su vez también asesinados. Ese es el límite, la
muerte.

Qué duda cabe que en todas las fantasías masoquistas existe un componente de humillación, ser violado
o violada es humillante, ser tratado como un perro también lo es, ser el criado de un ama, pisoteado,
orinado o flagelado son humillaciones tangibles y fácticas. Mi opinión es que mientras unos las aceptan
y las representan, exorcizando así sus efectos perjudiciales, otros se limitan a sufrirlas estoicamente o
metafóricamente, buscando apoyo, comprensión y simpatía para su causa.

Así y todo existe una humillación adaptada que no reconoceríamos como masoquista: aquellas personas
descritas por Morris en 1990 bajo este axioma.

"Vivir es dar, servir a los demás, amar es ofrecer….lo mejor y lo más noble de las personas es su falta de
egoísmo, el estilo magnánimo con el que están hechos los santos y los buenos ciudadanos" Se trata pues
de una humillación que aparece como un ideal, como algo perfectamente deseable y una tendencia
altruista del hombre. De modo que la confusión del término aparece otra vez servida, porque mientras
algunas tendencias masoquistas son abominables, otras aparecen infiltradas por un ideal, como un
modelo a seguir.

4.-PROSTITUCIÓN

La prostitución no se ha considerado uniformemente a lo largo de la historia de la humanidad como una


lacra a extinguir. Podemos afirmar que la prostitución tuvo un origen sagrado, vinculado al templo
pagano y a la adivinación. Las prostitutas de la época clásica eran una especie de augures, mediadores y
facilitadoras de las relaciones, tal y como hoy pueden ser las asistentas sociales (exceptuando el
comercio sexual). Una especie de demiurgos comunales consagradas a la tarea del alivio genital de los
hombres, entre otras cosas.

Porque la prostitución aunque resulte vano decirlo, es cosa de mujeres, es consecuencia de la actitud
femenina: una actitud de ofrecimiento y de huida, que la prostituta transgrede en tanto en cuanto
después del ofrecimiento se sigue una entrega. Un acoplamiento perfecto al deseo de los hombres, pero
un oficio de mujeres, aun en los hombres. Si el tabú del incesto se refiere a la prohibición de cohabitar
con una niña, es obvio que este tabú es muy protector para ellas, tanto que puede llegar a convertirse
en una prescripción de por vida. El incesto protege a las niñas de coitos indeseables y abusivos, pero
también las condena a una vida desexualizada, o mejor deserotizada, es decir, las convierte en madres,
el único papel donde la sexualidad femenina es tolerada, allí donde se encuentra enmascarada e
irreconocible. La castidad de las unas prescribe de hecho la promiscuidad de las otras.

Las mujeres se saben un bien preciado y muchas de ellas luchan para dejar de serlo, a veces
ofreciéndose - con condiciones-al deseo del hombre.

No quiero decir que las mujeres sean más deseables que los hombres o que las mujeres no tengan
deseo, sino porque tal y como afirma Bataille:

102
Ellas se proponen al Deseo. Se proponen como objeto al deseo agresivo de los hombres (G. Bataille, óp.
cit. pág. 137) O:

(La libido es siempre masculina (Freud). Una frase hermética que precisa a la luz de las neurociencias
de alguna explicación (F. Mora, Cerebro íntimo, pg. 132) (1)

La sexuación se produce en el feto siempre a partir de la testosterona, tanto en las mujeres como en los
hombres. Los varones comienzan a segregar testosterona ya en las primeras semanas del embarazo,
mientras que las niñas no lo hacen sino después del nacimiento. Mientras el cerebro de los niños
comienza a modelarse sexualmente a partir de los aportes endógenos que proceden de sus testículos, la
niña no empieza a hacerlo sino a partir de la ausencia de testosterona, ya que las alfa-proteínas del
plasma impiden que la testosterona plasmática que procede de su ovario y del de la madre, difunda a
través de la barrera hematoencefálica . En este sentido se ha considerado que el cerebro del varón es
una hembra plus, es decir una diferenciación de la hembra, cuestión que ha sido muy criticada porque
parecía confirmar la hipótesis clásica de que el hombre es "algo más que la mujer": un especialista de la
sexuación. Sin embargo hoy sabemos que esta exposición a la testosterona no sólo tiene un efecto
estructural en el cerebro (tamaño) sino también funcional. El cerebro del hombre y el cerebro de la
mujer son distintos en cuanto a arquitectura y funcionalidad, pero no existe hegemonía de ningún tipo
del uno sobre el otro. Cada uno tiene pues desde el punto de vista neurofuncional, una especialidad.

Con el cristianismo empezó la consideración, o mejor, la desconsideración de ese papel comunal que
había representado la prostitución religiosa, sin embargo, a pesar de todas las persecuciones y de todas
las redadas políticas y religiosas contra estas mujeres, ningún país ha conseguido su erradicación y casi
todo el mundo civilizado y occidental ha desarrollado fuertes mecanismos de tolerancia social hacia esa
actividad. Hay fuertes indicios de que la prostituta equilibra de alguna forma las tensiones sexuales y
violentas de la comunidad masculina. Degradadas y criticadas por casi todo el mundo bienpensante, el
negocio del sexo no hace sino estimularse continuamente desde la lógica económica de los medios de
comunicación. Inmersas en esa contradicción social, las prostitutas no parecen afectarse por la
liberalización de las costumbres sexuales, ni por la crisis económica o por el incremento del SIDA. Sólo
un cierto estilo de vida -inestable-impide a estas mujeres constituirse en profesionales de alto rango,
como sucede con los futbolistas o los toreros, que hacen su carrera mientras son jóvenes. Sólo la miseria
o la sordidez más absolutas parecen recordar que su profesión está relacionada con la vergüenza
asociada a la relación sexual. La tuberculosis, el alcoholismo, la sífilis en el siglo XIX y el SIDA en el XX son
enfermedades y metáforas que nos recuerdan de lejos la ignominia inherente a la transgresión de
prohibición sexual. La desaparición de estas lacras, acaso modificará en el futuro nuestra percepción de
la prostitución, que adoptará un rostro amable y bienhechor.

En realidad, lo de la liberalización de las costumbres sexuales no es más que una falacia. Es verdad que
hemos sido capaces de suprimir la doble moral y el miedo a los intempestivos embarazos puede por fin
soslayarse. Pero el acceso a las mujeres está vetado para amplias capas de la población. Estas personas
tienen que conformarse con coitos rutinarios y esporádicos con sus aburridas esposas si es que las
tienen o visitar el lupanar con alguna regularidad si no quieren explotar de resentimiento social. En
realidad:

La prostitución de las unas prescribe la huida sexual de las otras. (Bataille , óp. cit. pg. 139)

103
Si existen prostitutas, no es solamente porque no existe un equilibrio en el reparto de las mujeres, sino
porque existe una posibilidad de goce distinto, que se articula en un deseo y en un cuerpo. Deseo (de
verificación) del hombre y cuerpo (dispuesto a la inmolación) de la prostituta (que aparecen como pares
dialécticos de una misma posibilidad). La prostituta es, en esencia, la personificación de la diferencia
sexual que el hombre propugna para su goce, pero también es cierto que el hombre es para la prostituta
aquél que paga por haberla elegido como objeto sexual.

El sueño del macho medio en la Europa occidental es que todas las mujeres se dirijan a él diciéndole: "Tu
esperma me interesa". El mismo proyecto de una revolución sexual, centrada en lo genital, acaso no sea
más que un medio de reforzar la dominación masculina acelerando el intercambio de mujeres. No es la
liberación de la mujer lo que se persigue con ello, sino la liberación, bajo el signo del erotismo
masculino, de su disponibilidad total a los hombres, de su intercambiabilidad. (El nuevo desorden
amoroso, pg. 55).

Este fragmento de Bruckner y Finfielkraut pone el dedo en la llaga acerca del efecto perverso y
paradójico que determinados discursos liberadores de la mujer han tenido en el orden social. Una vez
conseguido el derecho al orgasmo, ¿cómo hacer para eludir la obligatoriedad del mismo?

Para el hombre que contrata los servicios de una prostituta, la relación sexual es un acto puramente
catabólico, la mujer es simplemente un testigo hueco de ese goce. A la prostituta se le paga para que
obedezca, para que sea testigo y autentifique la mecánica hidráulica del proceso de inseminación. El
macho que paga una prostituta lo hace para aumentar la diferencia entre él y ella, la sitúa en el nivel de
su deseo, puramente especular, una masturbación con testigos y un ejercicio de poder pírrico. No le
paga para que goce, ni le paga para otra cosa distinta a la simple autoverificación.

El placer masculino es breve y débil, comunica básicamente una enorme vulnerabilidad, "eyaculo luego
existo" es la máxima que parece imperar en el orden del macho. Una vulnerabilidad que se muestra y se
oculta mediante el precio pactado. La prostituta también lo sabe pero vive de su silencio.

Todas las mujeres parecen haber leído a Flaubert, cuando afirmaba:

"La estupidez consiste en querer terminar". Los hombres (y también las prostitutas), por el contrario, se
muestran casi siempre apresurados y atolondrados en el acto sexual. Pareciera más bien que están
evaluando su propios genitales, con lo que se pierden la oportunidad de gozar realmente del cuerpo de
la mujer.

El orgasmo es aburrido porque es previsible y está preestablecido desde el principio de la erección. Una
erección tan precaria que lleva consigo implícita su desaparición como destino ineluctable. (Bruckner y
Finkielkraut , op. cit., pg. 39)

La mujer siempre es inquietante para el hombre, no sólo por los fuertes tabúes vinculados al incesto,
sino también por la propia vulnerabilidad genital del varón. Comparándose con la enorme versatilidad
del orgasmo femenino y con la imposibilidad de su verificación, el hombre teme y abomina de la mujer,
degradándola a un objeto puramente de uso, objetal y no objetivo. Ese es, el discurso al que se somete
la mujer o el hombre que se prostituye o sueña con serlo.

Si el ideal del hombre masoquista es ser un "cornudo", es decir, la deslealtad sexual de la pareja, el
ideal de la mujer masoquista es ser prostituida. Las fantasías de prostitución son comunes entre las
mujeres masoquistas, como el personaje encarnado por Catherine Deneuve en la película de Buñuel,

104
Belle de Jour, y frecuentes también en determinadas mujeres "normales". Entre las causas de esta
modalidad del goce creo haber encontrado la esencial en la declaración que una paciente me hizo,
durante su tratamiento:

"El goce es que un hombre te elija, que pague por estar contigo. Que te prefiera a las demás y tener la
posibilidad de ser de muchos hombres". La clave es ser pues un objeto erótico pero un objeto
significativo. Estar en la categoría de elegibles, ofrecerse, no para retroceder como hacen las mujeres
comunes, sino para adaptarse como una zapatilla al imperio del goce y del discurso masculinos. Algo a lo
que se accede en función de su atractivo, una autentificación.

A no ser que opte por la castidad, toda mujer está expuesta al deseo de los hombres, de modo que toda
mujer sabe en qué condiciones o a qué "precio" cederá. Pero siempre, en cualquier circunstancia, la
mujer opera como objeto erótico (incluso cuando opera como madre, en este caso para el hijo). El
ejercicio de la prostitución (o la fantasía de ser prostituida), es la revelación de un ir más allá de los
propios límites. La prostituta cede siempre por un determinado valor, lo que la libera de otro tipo de
razones emocionales. Ese precio, que no siempre se adjudica la propia mujer por sí misma es,
precisamente, el límite impuesto por la prostituta en cuanto objeto erótico.

Las mujeres masoquistas reproducen en esencia la relación con el proxeneta con el amo o pareja
dominante, es decir, le delegan el límite del acceso a su cuerpo. Otra vez nos encontramos con el
estribillo que se adivina a través de muchos pasajes de este libro: es preferible una vida con límites que
procedan de otro, a vivir bajo el peso de la autolimitación. Sin embargo, las fricciones entre la pareja
sometida y la pareja dominante son comunes y presididas por tormentas de identificaciones
proyectivas, del mismo modo que sucede con el proxeneta y su prostituta. En este sentido, son
reveladoras estas declaraciones.

Él (proxeneta )

Ella es ingobernable, me hace estar todo el día pendiente de ella, es incorregible, me "cabrea"
constantemente, me deja esperando durante horas, es muy irregular, no tiene horario. Se me pierde, se
sube en coches y yo le tengo dicho que no haga eso, que hay mucho peligro en la calle, pero ella parece
que disfruta haciéndome sufrir y yo paso noches que no pego ojo, porque estoy "mosqueao" con ella,
parece que le gusta provocarme para que le dé (transcripción literal).

Ella (prostituta )

Es verdad, pero al poco se me pasa y necesito pedirle perdón, entonces el que está muy "cabreado"
conmigo, me manda a tomar por el…, pero yo vuelvo a hacerle carantoñas, porque en el fondo le quiero,
¿sabe?, aunque me dé de vez en cuando (flojito eh!), le prefiero porque se preocupa por mí. Y sí, soy
bastante bohemia, yo (transcripción literal) La pregunta que me hago a partir de estas declaraciones es
¿quién es el miembro sumiso y quien el dominante en esta pareja? ¿Es la prostituta la abanderada de la
insumisión femenina, presentándose precisamente como un señuelo envenenado a la dominación del
hombre?

5.-INFIDELIDAD

105
Ya he dicho que el ideal del masoquista es ser traicionado, ser "un cornudo", conseguir la infidelidad de
la pareja, aunque eso sí, una infidelidad bajo control, sujeta a reglas. Sin embargo, esta afirmación
precisa de un mínimo de comprensión acerca de qué son los celos. Los celos, como la ira, el miedo o la
tristeza, son sentimientos innatos en el hombre y se encuentran articulados en la madeja de las
prescripciones sociales y los programas genéticos heredados. La fuente de los celos es la codicia y la
posesividad, sentimientos que muchas veces confundimos con aquél y que frecuentemente se
encuentran encadenados en un mismo individuo.

Para algunos psicoanalistas como Melanie Klein, la envidia es primaria y diádica, mientras que los celos,
son secundarios y herederos del complejo de Edipo, es decir, proceden de la triangulación de una
relación diádica.

Contrariamente a lo que sostienen determinados autores procedentes del mundo del psicoanálisis, los
celos no son siempre patológicos, antes al contrario pueden representar una conducta adaptativa. Una
característica propia de los celos patológicos es su conexión con algún tipo de delirio paranoide. A veces,
los celos no representan un delirio sino tan sólo una idea sobrevalorada emparentada con las ideas
obsesivas.

Los celos normales se caracterizan por su temática no erótica sino sentimental, se trata de reacciones
frente a la exclusión o reacciones imaginarias frente a la triangulación de las relaciones humanas. Se les
conoce también con el nombre de celos infantiles, porque parece ser que la rivalidad fraternal está en el
origen de ese sentimiento que suele aparecer cuando un niño es "desplazado" de la atención de la
madre por el nacimiento de un nuevo hermano. Sin embargo, una de las características de los celos es la
ambigüedad. Ambigüedad que está implícita incluso en el orden del lenguaje, donde es difícil expresar
de quién se tiene celos en una relación de tres: es decir, quién es el adversario y quién es el amado. Sin
embargo, la cualidad de los celos eróticos está muy lejos de asemejarse a la de los celos "normales", sin
dejar de considerar que en muchas personas coexistan celos de las dos clases, quizá como consecuencia
de la adherencia de los unos a los otros.

Para Freud, el origen de los celos es un complejo homosexual. De modo que el origen de la paranoia
estaría en una homosexualidad reprimida, hecho bien conocido en la famosa sentencia la paranoia es la
cara opuesta de la homosexualidad. Este axioma freudiano, ha sido rebatido y confirmado en la clínica
tanto por sus defensores como por sus detractores, sin que se haya hasta la fecha llegado a un
consenso sobre el origen de los celos delirantes.

Lo que es cierto es que los celos existen porque los seres humanos tenemos una cierta tendencia a
"cosificar" nuestras relaciones con nuestros iguales. El sentido de "propiedad" parece que anima este
sentimiento y provoca cogniciones erróneas en nuestra vinculación con determinados objetos, sobre
todo con los objetos de amor, teñidos casi siempre o impregnados de cogniciones imaginarias y
reforzados por el apego. Es más que obvio que la lógica de determinados discursos parece discurrir por
este sendero de la propiedad, o de la apropiación del otro a través de una conducta determinada que
induce sentimientos dislocados en quien las sufre. De modo que es frecuente que el celoso acabe siendo
engañado, no tanto por las primitivas intenciones de su pareja, sino como medio de escapar de un
control absoluto y abusivo sobre su vida y conducta privadas. Me estoy refiriendo naturalmente a
aquellas personas que tienen la desgracia de convivir con una de estas personas, que ponen a prueba la
tolerancia del otro, al control insufrible que una pareja de este tipo lleva a provocar, cuando no a
medios de coerción física para conseguir su objetivo de "propietario absoluto" de su pareja.

Naturalmente, la empresa está destinada al fracaso. Ninguna duda razonable puede contener al libre
albedrío de otra persona, que muy probablemente acabará por escapar de un tormento semejante en
cuanto tenga la menor oportunidad. Sin embargo, el otro miembro de la pareja dista mucho de ser

106
"inocente". Los celos patológicos no se construyen de un día para otro, sino que precisan una cierta
evolución, una evolución de cogniciones que tienen que ser legitimadas por alguien. Ningún celoso lo es
sin algún indicio continuado por parte de su pareja de una cierta legitimación de esos celos. No quiero
decir con eso que la pareja celosa tenga alguna razón real para sentirse celoso, lo que quiero decir es
que incluso habiendo motivos para sentir celos, estos no deberían nunca llegar a constituir un delirio,
sino todo lo más una angustia que cesaría con la ruptura de la pareja. Los celos no son tolerables, y
cuando aparecen, el problema no es tanto si son razonables o no, sino que al existir ya presuponen un
cierto grado de legitimidad por parte de la víctima. Es decir, la propia víctima ha dado al celoso alguna
prueba de que en efecto, ella/el, es -efectivamente-propiedad del celoso/a.

El dilema del celoso, una vez establecida la pendiente delirante, es que no puede hacer nada para
detener los celos si no es acabando con la vida de su pareja, encarcelándola, o sometiéndola para
siempre, lo que parece convertir al amado en adversario, y de ahí la paradoja. Porque haga lo que haga
el celoso, y reciba las pruebas que reciba por parte de su pareja, no podrá terminar con la pendiente de
dudas y de indicios que le atormentan y que por proyección terminan arruinando la vida de la relación.

Lo que me interesa en este momento es por oposición con la evolución clínica de determinados
síndromes delirantes, alumbrar la gestión privada que algunas parejas introducen en su vida para eludir
su celotipia, mediante un mecanismo totalmente perverso, como es "el compartir" a la pareja o incluso
participar en juegos de tres, adoptando distintos roles de participación o de simple voyeurismo. Una de
las curiosas transformaciones que ocurren en la vida privada de parejas sadomasoquistas es la
negociación que se establece entre ellos, sobre el tema de la pertenencia. En ese reparto de roles es
frecuente, y dependiendo del grado de perversidad de cada cual, que uno de los miembros,
generalmente el miembro dominante, tenga abierta la posibilidad de tener relaciones con otras parejas.
El miembro sumiso tiene acotado este territorio excepto en los siguientes casos:

1.-El miembro dominante puede "ordenar" al miembro sumiso que tenga una relación específica con
alguien elegido por el propio miembro dominante.

2.-El miembro dominante puede "permitir" al miembro sumiso que mantenga relaciones siempre que le
mantenga informado, sobre todo en los detalles morbosos.

3.-El miembro dominante puede participar en un intercambio, en el que opere como árbitro o como
voyeur, "cediendo" temporalmente al miembro sumiso a otra persona.

Lo realmente curioso de estas formas de interacción es precisamente que la negociación de los celos en
la pareja está sometida a unas leyes que hacen imposible la emergencia de un delirio de celos.
Naturalmente, mientras funcione este tipo de negociación. La pregunta que habría que introducir ahora
es ¿resulta protectora para la emergencia de una paranoia de celos este tipo de actitudes?

No estoy seguro de que esto resulte así, porque no creo - como ya he dicho-que la pareja
sadomasoquista pueda considerarse una pareja con futuro, en el sentido de que su estabilidad está
puesta de continuo sobre la mesa. La estabilidad suele romperse porque las personas tienen - también-
otro tipo de necesidades, más allá de las eróticas, y son precisamente estas, las que consiguen con el
tiempo socavar cualquier contrato perverso de este tipo. Aunque naturalmente el juego puede seguir
jugándose mientras existan parejas sucesivas dispuestas a jugarlo.

Sin embargo, desde un punto de vista económico, es obvio que en este tipo de contratos perversos el
tema de los celos se desplaza desde el tormento que significa para el neurótico o el paranoide hacia una
fuente de goce. ¿Es este el goce del paranoico? ¿El goce que no osa gozar?

107
Para ello tendríamos que explorar el goce perverso que subyace en el sadomasoquista. ¿Qué placer
extrae un masoquista de ser engañado, compartido, alquilado o utilizado como fuente de intercambio?

En mi opinión, este tipo de goce no se opone al principio del placer, sino tan sólo al principio de la
propiedad, que revolotea en nuestras relaciones convencionales de pareja. Una propiedad de la que no
reniegan los miembros de la pareja sadomasoquista, sino que se acoplan a ella de una forma subversiva
y anticonvencional.

Ya he dicho que el masoquismo no es más que una estrategia que oponer a las tendencias sádicas del
ser humano, un repliegue de la personalidad, un juego o una tendencia del carácter. Pero más que nada
el masoquismo es un rol, un papel dramático en el que una persona queda investida, durante un cierto
tiempo y en una determinada relación de un guión determinado. El reparto de estos roles está
frecuentemente relacionado con la ambivalencia de nuestros sentimientos y la protección que procede
del hecho de jugar tan sólo uno de por vez.

El mecanismo de idealización, que muchas personas utilizan en su gestión con sus objetos significativos,
está adherido con seguridad al de devaluación: muy probablemente la idealización/devaluación es un
mecanismo de defensa único, con una polaridad que procede de la tendencia a juzgar como opuestos
conceptos que sólo son contrarios en nuestra lógica racional (una lógica dualista). Lo usual es que las
personas que utilizan masivamente este mecanismo acaben por "despoblarse de objetos internos"
valiosos, puesto que reciben casi simultáneamente el ataque imaginario y el amor idealizado. Es muy
común que nos veamos divididos por sentimientos de amor/odio hacia personas que necesitamos. Este
conflicto puede llegar a ser aniquilador para determinadas personas, que llegan a destruir sus objetos
buenos y protectores debido a la ira que esos mismos objetos, con razón o sin razón, puedan llegar a
provocarles.

El psicodrama que representa cualquier tipo de relación sadomasoquista propicia una catarsis
tranquilizadora con respecto a esos opuestos, no por conciliación de los mismos sino aumentando y
profundizando en su polaridad: en este sentido, existe un miembro que viene definido por unas reglas
en las que los celos no están permitidos. El miembro sumiso que acata un contrato sadomasoquista está
definido, precisamente, por la carencia de deseos, celos, envidia o vanidad. Simplemente no existe
como individuo deseante y por tanto responsable (culpable). Ha sido desposeído de su cualidad
objetiva, es simplemente un objeto al que se sustraen o añaden accesorios a fin de hacerlo o acoplarlo
al deseo del miembro dominante. En este sentido, un miembro sumiso que sintiera celos, cosa por otra
parte posible, no sería un miembro sumiso sino una pareja convencional. Sólo en la medida en que
alguien pudiera disociarse de un modo tal que le permitiera identificarse absolutamente y sin ningún
tipo de grietas con este tipo de contrato o encuadre, el rotulado sería eficaz, de modo que podríamos
admitir que el miembro sumiso carecería de la suficiente voluntad para sentir celos al hallarse al menos
prohibida su manifestación. Naturalmente, esta especie de ruptura intrapsíquica (en el caso de que
pudiera llevarse a cabo de forma genuina) le deja inmune a cualquier desarrollo morboso cuyo origen
sean los celos, dado que su parte sádica ha sido desplazada hacia fuera y se ha hecho corpórea. Dicho de
una manera más clara: el miembro sumiso está protegido frente a sus propios mecanismos de
devaluación y el miembro dominante de su tendencia a la idealización.

En este sentido, quiero destacar y yuxtaponer ahora dos tipos de discursos muy frecuentes en la clínica,
la "queja" de una masoquista hacia su pareja dominante y la queja de una mujer común hacia su pareja:
La sumisa.

"Mi amo tiene otras sumisas, pero yo le quiero mucho, sólo le echo de menos, porque le veo poco. El está
muy ocupado"

La mujer común.-

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"El problema es que no me escucha, no participa de la vida en común, está siempre demasiado ocupado
y delega en mi toda la responsabilidad, me trata como a una cosa, no se da cuenta de que soy su mujer y
que tengo mis necesidades".

Me pregunto, ¿a qué clase de compromiso pulsional o afectivo llegó aquella primera paciente y a la que
la segunda paciente no puede acceder por sí misma, sino a través de la queja y la devaluación? Una
cierta perplejidad me invade, dado que pienso que tan masoquista es un amor como el otro.

Lo mismo sucede en el caso de la pareja dominante. Puede gratificar instancias que de otro modo
estarían condenadas a la represión. Me refiero a la necesidad de ser engañado.

El goce de ser engañado consiste en triangular la relación, en introducir a una tercera persona en la
pareja, en hacerla pues pública, al introducir testigos en la privacidad sexual. Muchos hombres comunes
son engañados por sus esposas delante "de sus propias narices" y a pesar de las evidencias no se "dan
por enterados". Es obvio que existe un goce en compartir a la esposa, porque este tráfico permite
mantener relaciones imaginarias con una tercera persona. Estoy convencido de que el goce que algunos
hombres tienen por ceder, intercambiar o alquilar a sus parejas o miembros sumisos en una relación de
este tipo procede del hecho de que estos intercambios gratifican instancias homosexuales negadas,
tanto en el varón como en la mujer. Utilizando a su pareja como mediadora, es decir, como medio para
apresar otro fetiche: el pene de su "partenaire". Un fetiche sobrevalorado en las relaciones
homosexuales masculinas y negado en las femeninas. Creo que sí es cierto que el origen de los celos
delirantes es precisamente la necesidad de proyectar en la pareja el propio deseo homosexual del
celoso, este medio perverso de ejecutar o dramatizar la fantasía, en la realidad es una forma de acotar
un desarrollo paranoide de celos. Y que puede resultar protector en tanto no existe exposición real al
contacto homosexual, sino a través del cuerpo de una tercera persona. Otra cosa es que la escenografía
o el encuadre puedan mantenerse operativos de por vida, como sucede en cualquier relación perversa.

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4.-MASOQUISMO Y COMORBILIDAD

Las clasificaciones categoriales se encuentran, definitivamente, en crisis en la Psiquiatría actual,


paralelamente a la crisis de los consensos. Todo parece indicar que hay signos crecientes de que la
nomenclatura va a tener en cuenta - cada día más -, los modelos dimensionales en sus descripciones de
las enfermedades y trastornos mentales. Es obvio que - al menos-en Psiquiatría, las mismas
enfermedades, las mismas categorías encierran no sólo significados distintos, sino pronósticos diversos.
Este hecho sucede en toda la Medicina, hay enfermos y no enfermedades, pero en Psiquiatría este
conocido aforismo adquiere un valor esencial, estructural en cuanto a la definición de la propia entidad
mórbida, hasta tal punto que parece que estuviéramos hablando de entidades distintas. A pesar de
saber que este aforismo es cierto, la enseñanza de la Medicina se basa en el estudio de las
enfermedades y muy poco de los enfermos, como entes individuales. ¿Seria posible una medicina que
no se basara en la Patología sino en la caracterología, o en cualquier otra característica individual, tal y
como propone la medicina tradicional china?

En Medicina, un diabético juvenil es siempre un diabético grave, con una expectativa de vida similar y
con un tratamiento y unos cuidados estereotipados. En Psiquiatría, un esquizofrénico nunca es igual a
otro, porque las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro, que afectan y son afectadas a
su vez por la personalidad, las variables sociales o las habilidades instrumentales innatas o aprendidas.
En otro orden de cosas, hay enfermedades que se parecen a la esquizofrenia y sin embargo no lo son.
Por otra parte, carecemos de marcadores fiables para saber a qué cosas entendemos por una
esquizofrenia, más allá de la experiencia clínica. Cada vez más, se impone hablar de continuos y de
espectros de enfermedades. Se habla del "espectro afectivo" para englobar a entidades tales como el
trastorno afectivo mayor, el trastorno bipolar, la ciclotimia y la distimia. Se supone que son expresiones
fenotípicas de una misma enfermedad. Naturalmente, de ahí procede el malentendido: no todos los
distímicos son iguales, ni todos los bipolares tienen el mismo pronóstico. Se impone pues una
clasificación que tenga en cuenta el desarrollo longitudinal de la enfermedad y las diversas gradaciones
de intensidad para poder comunicarnos unos con otros si no queremos perecer en una torre de Babel.
Algo parecido sucedió cuando la Psiquiatría Americana decidió la edición de los sucesivos DSMs: un
intento de consensuar las etiquetas diagnósticas entre distintos psiquiatras, procedentes de diversas
concepciones de la enfermedad mental, cuando no del hombre. En este sentido, va tomando cuerpo
cada vez más, la concepción del sadomasoquismo no como enfermedad sino como una dimensión
humana vinculada a la dominación, donde quedarían englobados todos los comportamientos que he ido
describiendo, en función de los mecanismos implicados y de los modos de ajuste alcanzados, así como
los modos típicos de regresión que son esperables en el desajuste grave, de aquellos casos que hasta
ahora he descrito con el nombre de neurosis masoquista. En este modelo dimensional no hay pues más
perversión, ni psicosis, ni neurosis, sino un continuo donde tienen acomodo -acaso-todas las variantes
humanas que se cuelgan de este fenómeno, por otra parte empíricamente bien conocido y de una
solidez y fiabilidad media entre los trastornos de la personalidad, aunque no se encuentre en las
clasificaciones del DSM.

Una de las características de cualquier rasgo de personalidad es su tendencia a la perpetuación. Otra, es


que existe una "facilitación idiosincrásica" para el aprendizaje de determinados rasgos. Todos podemos
sentir en nuestra vida resentimiento, pero determinadas personas tienen una mayor facilidad para

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sentirse resentidas, como los paranoides o los pasivo-agresivos. Todos podemos sentirnos tristes o
incapaces, pero determinadas personalidades, como las masoquistas, tienen una "facilitación" hacia
este tipo de actitudes o sentimientos, lo cual no quiere decir en modo alguno que el paranoide esté
siempre desconfiando o que el masoquista vaya a estar siempre quejándose de su incapacidad. Sin
embargo, lo hará de un modo específico a cualquier contrariedad, estrechando su campo de reacciones
previsibles, y lo hará –además-con mayor frecuencia que cualquier otra persona. Hasta límites más allá
de lo razonable, en los casos extremos, y empobreciendo sus recursos afectivos, hasta que su
personalidad se encuentre sumida en el marasmo: a este hecho le llamamos regresión, el resultado de
una larga vida de ejercicios poco saludables, como por ejemplo puede ser la incapacidad para integrar
las experiencias positivas.

Si es verdad que el masoquista se vincula frecuentemente a un objeto punitivo, que procede del periodo
sensorio -motor del aprendizaje, es decir a un objeto significativo de la primera infancia, tal y como
suponen Melzack y Scott (1957), es de suponer que esta persona, en su vida adulta, deseará que se
mantenga el sufrimiento o la deprivación. Dado que al ser incapaces de conectar el dolor con quien lo
inflige, sienten mayor seguridad y afecto vinculándose a cualquier persona que le acepte. Esta
experiencia puede ser la base para el comportamiento masoquista tanto perverso como neurótico:

El sometimiento a la degradación se hace en función de un error cognitivo, que permite suponer que
estos comportamientos suponen algún tipo de protección, reducción del temor y tal vez, ausencia de
dolor adicional (Millon , op. cit. pg. 621).

Tales patrones tienen lugar cuando el progenitor es un cuidador inconsistente. Los padres o quizá la
madre de esta clase personas, suelen ser frustrantes, deprivadoras y rechazantes, actitudes que
alternan con una solicitud excesiva y culpógena y unos cuidados posesivos. Este modelo pendular de
cuidados está en la base de la conducta masoquista, aunque es posible encontrarla en cualquier otra
patología, sobre todo en los dependientes, los evitadores, los limítrofes y los vacilantes. Es decir, no
tiene un rango de especificidad.

Cuando el niño comienza a dar muestras de autonomía, es decir, en el periodo que Freud llamaba anal y
en la moderna psicología evolutiva llamamos periodo sensoriomotor-autónomo, se producen reacciones
de los padres que pueden limitar la normal evolución del niño, una etapa presidida por la expansión del
mundo que propicia la deambulación y el ensayo y el error de este descubrimiento vinculado a la propia
autonomía. A este tipo de actitudes se las conoce con el nombre genérico de hiperprotección y se
supone que están relacionadas con un sinnúmero de desarrollos mórbidos, presididas por la falta de
confianza, el temple miedoso o la timidez. Millon supone que este tipo de niños premasoquistas sólo
dejan de recibir el afecto pendular (ambivalente) de sus padres cuando están enfermos, se han hecho
daño o muestran alguna deficiencia. Hablando en la terminología de Mahler diríamos que estos niños
tienen experiencias de reaproximación breves e inconsistentes.

Algunas madres se comportan como buenas cuidadoras solo cuando el niño depende absolutamente de
ellas, pero se desengañan cuando el niño adquiere autonomía, se vale por si mismo o inicia su inspección
del mundo. Un descubrimiento que a menudo se ve colmado por el fracaso, el dolor y el retroceso. Este
fenómeno se conoce con el nombre de reaproximación, y el niño debe hallar en la madre la misma
solicitud que cuando dependía absolutamente de ella.

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Este tipo de personas, sometidas a este tipo de crianza, pueden llegar a la conclusión de que son
incompetentes y anormales o puede suceder que para ganar afecto recurran a plantear problemas para
provocar que las cosas vayan mal. Además aprenden también a desviar la hostilidad y las críticas
parentales mostrando enfermedades, incluso llegando a autoinflingirse daños o mostrando una
propensión enfermiza a los accidentes. Durante el periodo puberal, que es cuando el niño tiene que
elaborar su identidad sexual, el sujeto premasoquista tiene que encajar sus figuras de identificación. Lo
más interesante de este encaje de identidades es que es la única forma conocida en que el ser, el ente
individual, puede llegar a confundirse con su identidad genérica. Quiero decir, que la identificación es un
mecanismo mágico que nos permite "ser igual que", sabiendo que se "es distinto a". Mientras que la
identificación exitosa es un salto en el abismo de discontinuidad de los humanos, la identificación
fracasada aparece no como una confusión, sino como una yuxtaposición. Los padres y los hermanos
sirven como modelo o antimodelo, y los niños suelen mostrar dificultades cuando perciben una
disarmonía conyugal y una escisión o divorcio emocional entre los padres.

Obligados a tomar partido, lo hacen de una forma pendular y ambivalente, unas veces son de un bando
y otras se sienten de otro, con lo cual no tienen tiempo para desgajar una identidad diferente a la de su
padre o su madre: son su madre y su padre yuxtapuestos, pero nunca juntos, el objeto no aparece
"disuelto", sino a fragmentos "incomestibles". Si una niña se encuentra un marco materno de
infelicidad, quejas, irritabilidad y cólera y además tiene un tipo de vinculación masoquista hacia la
madre, inevitablemente aprenderá estrategias de manejo frente a los hombres. Como este tipo de
matrimonios, siempre y complementariamente, tienen un padre distante, infraimplicado en los asuntos
familiares, ausente, débil o incompetente, la niña no sólo se encuentra más sometida a los caprichos de
la madre, sino desprotegida en tanto en cuanto, no tiene un modelo masculino para oponer y donde
comparar a sus posibles pretendientes. En este orden de cosas, es frecuente que esta niña elija en el
futuro hombres igualmente distantes e inefectivos. Si además, el papel del padre ha sid o devaluado
constantemente por la madre con una actitud crítica o excesivamente manipuladora, ningún hombre en
el futuro será lo suficientemente bueno, lo que llevará a una continua búsqueda y cambio de pareja. La
mujer masoquista tiene los ojos llenos de hombres de paso o de explotadores fijos.

La atracción por varones devaluados, indignos de confianza, poco de fiar, chicos malos, está en el hecho
de la intensa capacidad de seducción que este tipo de personas pueden llegar a desplegar junto con el
hecho de que pueden hacer que la vida sea momentáneamente divertida y excitante, pero que
terminan por convertirla en algo miserable e infeliz. Este tipo de niñas tienen una sexualidad muy
ambivalente y suelen tener experiencias homosexuales en la adolescencia como fruto de sus dificultades
de identificación. Dado que son utilizadas con frecuencia por las madres como alternativa afectiva a sus
esposos, inicialmente la niña se muestra conforme con esta situación: el amor de mujer a mujer, porque
idealiza a su propio sexo (a la madre). Se muestra muy sensible hacia la espontaneidad, y a las
demandas de otras mujeres pero es inevitable que aparezcan episodios de desconfianza, celos o
rivalidad con ellas. En mi opinión, las mujeres masoquistas que he conocido son grandes misóginas, lo
que indica que la relación con la madre es (fue) tempestuosa y conflictiva.

En realidad, una mujer masoquista y heterosexual es una mujer convertida al ideario masculino. Una
mujer que trata de complacer al hombre, sacrificando su propio goce y subordinándolo a aquél (sin
negar que exista en esta actitud un metagoce), accede de algún modo a un aquél idealizado que no es
más otro, sino un representante vicario de Dios. En el niño premasoquista, lo que sucede es una
incompletud en la maduración del concepto de hombre. Para este tipo de niños, la madre es la figura
más fuerte y omnipotente: la madre fálica, la madre sin castrar, la madre que no ha sido afectada por la
diferencia perceptiva que impone la figura del padre. Sus imágenes masculinas son débiles, confusas o
minusvaloradas. Al percibirse como débil en relación con la madre, el niño no puede integrar la imagen

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de lo que cree que debe ser un hombre. Integrar el papel de hombre en un sistema familiar de este tipo
es una tarea formidable, el niño puede haber aprendido a ser sumiso y amable, y a conseguir sus fines
de un modo parásito y manipulador. No desarrolla la reflexión crítica ni el sentido de la iniciativa,
opiniones propias ni autoconfianza. Siente el mundo como un peligro para su autoestima lo que implica
que la ausencia de autoafirmación se perpetúe como un sistema de retroalimentación negativa.

Todo este bagaje de interacciones familiares concluye en el momento en que al completar su círculo
madurativo, estas personas:

Aprendan a recrear experiencias indeseables para ellas mismas y tiendan a autoanularse, en vez de
progresar se retraen hacia la debilidad, la incapacidad y el sufrimiento (Millon op. cit. pg. 624).

Dado que los masoquistas presentan una perturbación dual entre su mundo interno y su mundo
externo, junto con una perturbación en su sistema de reconocimiento del dolor (fundamentalmente el
dolor moral), es decir, se muestran muy ambiguos en sus reacciones de evitación de las situaciones
desagradables, este tipo de personas son, a su vez, muy difíciles de amar. Debido a que mediante esta
inversión de la polaridad psíquica, pueden sentir que son tanto más queridos cuanto más sufren, el
círculo de maduración se interrumpe como también el flujo natural de los nutrientes afectivos que
hacen que una personalidad se mantenga intacta durante toda la vida. Dicho de otro modo, se impide el
ajuste entre las gratificaciones y las decepciones lo que impide la homeostasis psíquica, decantando la
balanza hacia la facilitación de la regresión.

Según Millon, el temperamento afectivo del masoquista oscila entre la disforia, la aprensión, la angustia
y el tormento mental. Sin embargo, el masoquista no busca tan sólo el sufrimiento para impresionar a
los demás, sino para el ennoblecimiento propio.

Un paciente masoquista que tuve ocasión de tratar a causa de un episodio depresivo mayor, y que tenía
rasgos esquizoides de personalidad y una voluntad decidida de salir del "mundo" e irse a vivir como un
asceta a la montaña, me contaba que buscaba una compañera para atraerla a ese proyecto ascético,
con mal resultado. Pensó en buscarse a una chica fea, la más fea que encontrara, porque pensaba que
precisamente por serlo no rechazaría su propuesta. El episodio depresivo se hizo patente cuando esta
mujer - encontrada al fin-le dejó yéndose a vivir con su mejor amigo. Solía decir que no tenía ningún
interés por ella, ni por ninguna otra mujer u hombre, aunque le gustaba de cuando en cuando tener un
coito ocasional con alguna mujer. Cuando encontraba a una mujer dispuesta a irse a vivir con él, se las
arreglaba para decepcionarla sexualmente y afectivamente, a fin de impedir el vínculo, que para él no
era sino un instrumento para iniciar una nueva vida en el campo, incluso aceptando el matrimonio si ella
le imponía esa condición. Sexualmente no era impotente, sino que tenía un orgasmo reservado, lo que
era muy valorado por sus parejas, sin embargo prefería abiertamente la masturbación, incluso cuando
hacia el amor con una de ellas. Cuando ella llegaba al orgasmo, él se masturbaba en el water para que
ella no le viera.

En este paciente, era evidente que se sentía superior moralmente al resto de las personas. Sus ideales
de vida ascéticos no eran compartidos por nadie, como tampoco su desapego por el dinero o por
cualquier tipo de prebenda social. Consideraba el sexo como un asunto de limpieza y de autocontrol, sin
embargo y precisamente por esta inversión de polaridades de la que hablaba Millon, era un hombre
muy hábil en los negocios, y un líder en su sector. Lo que le gustaba era empezar desde cero, cosa que

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había hecho muchas veces en su vida. Pareciera como si al llegar a un cierto nivel de acomodo
económico y laboral, precisara deshacerlo todo y volver a empezar, para lo que no dudaba incluso en
"fracasar en algún proyecto", tal y como describió Bergler en su "neurosis de destino". No se sentía a
gusto en este mundo y hablaba continuamente del suicidio, una posibilidad que había meditado
fríamente y que no había llevado a cabo, porque no había perdido aun la esperanza de encontrar a una
mujer, que le acompañara en su peculiar exilio.

Cualquier persona, sea masoquista o no, que tenga una perturbación de la personalidad, crea un cúmulo
de irrealidades a su alrededor para lograr conformar el mundo, la realidad externa a su percepción
interna y lograr hacerla congruente con sus expectativas. Así, es frecuente que la persona paranoide se
cree sus propios enemigos, con una especial forma de criticar o herir a los demás mediante su actitud
suspicaz. Todo parece indicar que sucede de un modo planificado y congruente, "las escrituras" suelen
cumplirse porque operan como predicciones paradójicas.

La primera y principal irrealidad que sorprende a cualquier terapeuta es la facilidad que el masoquista
encuentra para culpar a los demás de su propia incapacidad, de su sufrimiento o de su autocompasión.
Pareciera como si el masoquista supiera o intuyera que ha sido tratado injustamente, pero no alcanza a
vislumbrar que el objeto de su desgracia está muy atrás en su vida y que no se relaciona con sus
relaciones adultas sino con las figuras significativas de la infancia.

Una cosa muy curiosa que pasa en cualquier trastorno de la personalidad es que jamás es cuestionado
por el propio paciente. Parece como si la personalidad se protegiera de la verdad mediante un cúmulo
de irrealidades y de deformaciones. No me refiero sólo al hecho de que todos estamos muy pagados de
nosotros mismos, hasta los masoquistas lo están, sino que ese punto de crítica necesaria para no perder
de vista cuáles han sido nuestras carencias o toxicidades infantiles y poderlas conectar con lo actual,
parece haberse perdido –definitivamente-en las personas que sufren una perturbación de carácter. Hay
como un anclaje perfecto a lo mórbido y una resistencia activa a modificar cualquier punto de vista
relacionado con el pasado.

Este nivel de irrealidades va configurando un paisaje empobrecido, en tanto que va debilitando sus
soportes sociales y sosteniendo cada vez con mayor frecuencia errores cognitivos.

En este sentido Beck en 1967 ha llamado la atención acerca de que:

Algunos patrones de comportamiento repetitivo observados en masoquistas son: la tendencia a


interpretar la falta de un éxito total, como un fracaso, tener dudas sobre sí mismo cuando se consigue
algo, exagerar la importancia de los defectos personales, reaccionar a las críticas con autodesprecio y
esperar rechazo por parte de los demás. En mi opinión –sin embargo-este patrón descrito por Beck está
más cerca de la anorexia mental que de la depresión propiamente dicha. El masoquista logrará con sus
quejas que todo el mundo le evite, con lo que –irremediablemente-conseguirá quedarse a solas con su
dolor. Si es una mujer casada, el marido y los hijos se alejarán, sus contactos sexuales serán cada vez
más esporádicos Y una nueva queja que añadir a su catálogo de decepciones, "nadie me ayuda o nadie
me comprende", configura un nuevo escenario de desvalimiento que deja al paciente con un terreno
abonado y fértil para la emergencia de patología psiquiátrica convencional. Tal y como ha señalado
Millon, una de las razones por las que conocemos poco sobre la comorbilidad asociada al trastorno
masoquista (afligido) de la personalidad, es que no se consideró su inclusión en los DSMs hasta su
tercera edición revisada. Ya he dicho que su inclusión fue cuestionada y su paso por la nosología,
efímero. Sin embargo, algunos psicoanalistas continuaron antes y después de las sucesivas ediciones de
los manuales de clasificación consensuados ocupándose de este trastorno. De entre ellos cabe
mencionar a Kernberg, que en 1988 elaboró una teoría jerárquica de los mecanismos de defensa

114
empleados por algunas personalidades, centradas en el narcisismo y cuya elaboración se encuentra en
Trastornos graves de la personalidad. La originalidad de Kernberg consistió en adelantarse al modelo
dimensional que todos los psiquiatras demandamos hoy, por considerarlo más aproximado a la realidad
clínica que las rígidas categorías, que encierran no pocos equívocos y no parecen haber resuelto del
todo el tema de la fiabilidad de los diagnósticos psiquiátricos en dónde aún no hemos sido capaces de
establecer los fenotipos más frecuentes. Kernberg, a través de constructos psicodinámicos intermedios
sostiene que el fenómeno masoquista es universal, su clasificación tiene como paradigma la gravedad
del trastorno.

En primer lugar considera el masoquismo normal, es el ejercicio de la autocrítica realista y los


sentimientos de culpa cuando se experimentan sentimientos de dirección opuesta. Hace referencia al
trastorno depresivo- masoquista como uno de los de "mayor nivel" o a las formas neuróticas de la
patología del carácter. Describe tres constelaciones de rasgos, el funcionamiento patológico del Superyó,
la excesiva dependencia de apoyo, el amor y la aceptación de los demás y la tercera las dificultades en la
expresión de la agresión. (Millon , óp. cit. pg. 605).

En síntesis, estos pacientes tienden a deprimirse en aquellas situaciones en que otras personas
sentiríamos ira o rabia. Una conducta sumisa con el fin de aplacar las tensiones de su ambiente y una
tendencia a percibir a los demás como crueles y omnipotentes. Esta constelación caracterológica,
naturalmente, contiene los ingredientes de una enorme vulnerabilidad a los trastornos afectivos.

MASOQUISMO Y DEPRESIÓN

Clásicamente se ha venido emparentando el masoquismo con los trastornos afectivos, en la suposición


de que ambos compartían la misma causa: una excesiva presión superyoica. De tal modo que existe una
confusión entre ambos términos: carácter depresivo y carácter masoquista parecen remitir a un mismo
significado, de manera que de incluirse algún día en los manuales de clasificación es muy posible que lo
haga como "carácter depresivo", tal y como el propio Kernberg propugna, o carácter cohesivo en la
terminología de Shimoda. En este sentido, incluso el propio nombre de distimia ha sido puesto en
cuarentena, dado que los distintos autores no se ponen de acuerdo acerca de sí se trata de un síndrome
psiquiátrico del eje 1, o un trastorno de personalidad del eje 2. Lo mismo sucede con el trastorno
border-line, para unos trastorno de personalidad y para otros un trastorno afectivo mitigado
(Andreasen).

Es verdad que los caracteres que impulsan al individuo al autosacrificio, una estrategia fundamental
tanto de los masoquistas como de los depresivos, suelen verse acompañados de episodios depresivos,
sean melancólicos o distímicos. Sin embargo, creo que prácticamente todos los trastornos de
personalidad pueden verse afectados por trastornos afectivos, por una serie de razones de
patoplasticidad.

115
Los trastornos afectivos y los trastornos de ansiedad son el grupo de enfermedades psiquiátricas más
frecuentes y también - o quizá por ello-las que reciben un mejor acomodo en el modelo médico de
atención y de ganancia de algún tipo de beneficio en la salud pública. Es demasiado sospechoso que
prácticamente la mitad de la prevalencia de los trastornos mentales en la población general, sean
precisamente los afectivos, y más sospechoso aún que sean las mujeres las que más diagnósticos de
depresión soportan.

Deprimirse es normal, forma parte incluso de nuestro vocabulario común, sin embargo, ser un
esquizofrénico es de mala educación, una palabra maldita que nadie se adjudicaría de buena gana. La
palabra alcoholismo conserva un estigma de vicio, la palabra paranoia de maldad. Si las enfermedades
mentales siguen patrones culturales en su expresión y sintomatología, es obvio que la depresión es el
mejor nicho donde puede encontrar acomodo cualquier sufrimiento. Un sufrimiento que puede ser
medicalizado, analizado, confirmado y tratado con los innumerables antidepresivos que la industria
farmacéutica ha puesto a punto en los últimos años, encontrándose con la paradoja farmacológica de
que distintos mecanismos de acción consiguen resultados similares.

El sufrimiento autopunitivo es tolerable y puede ser mostrado en público, pero el sufrimiento


externalizado en forma querulante y demandante es intolerable. La desviación de la hostilidad hacia el
propio yo, es lo que se espera en cualquier situación civilizada. El cuerpo social prohibe la
externalización de la violencia y le opone distintos tabúes para su expresión, toda la educación que un
niño recibe está destinada a conseguir el control de la agresión, su modulación y su disimulo. Hay
estados intolerables que tienden a negarse o a blanquearse como los celos, la envidia, el resentimiento
o la codicia. Todos estos sentimientos son castigados desde que emergen en cualquier sistema
educativo o en el seno de la familia. Se fomenta la amistad, el compañerismo y el "saber compartir", se
castiga el individualismo, el egoísmo y la delación. Aun así, existen personas individualistas, egoístas y
delatoras. Dicho de otro modo, se castiga la agresión y aún más: se prohíbe cualquier manifestación
agresiva, este es el precio que la civilización paga a la naturaleza, la represión de lo instintivo, ¿pero qué
sucede con aquellos que han sucumbido al peso de la doma de la civilización?

El sistema educativo, otro de los escenarios donde se dirimen las modernas luchas de poder, tiene un
problema con algunas dimensiones normales del ser humano, es el caso de la dependencia. Diría que
existe una cierta ambivalencia pedagógica: los niños son instruidos a querer a sus padres y a sus
hermanos, obviando la rivalidad fratricida y el resentimiento hacia ellos y a reprimirlos no mediante la
imposición de límites firmes sino sepultándolos en la fosa del inconsciente. El apego es estimulado, pero
también su opuesto, el desapego y la emancipación. Los padres dicen querer a todos los hijos igual, a
pesar del acumulo de evidencias que hacen que todos sepan quién es el hermano preferido. La
demanda de apego y de afecto es estimulada, pero al mismo tiempo se propicia la independencia
cuando los padres ya están lo suficientemente hartos de la crianza. No es de extrañar que los
adolescentes se debatan entre un permanente conflicto entre sus necesidades de dependencia y de
autonomía, sin saber a qué atenerse y sometidos al bombardeo del doble vínculo que les lanzan desde
todos los sistemas de comunicación.

Ser humilde, servicial, y mostrarse como un ser débil y desvalido, genera adhesiones y apoyos sociales,
familiares e individuales suplementarios. Sin embargo, aparecer como autosuficiente, firme o asertivo,
produce miedo, envidia y un sentimiento de retirada de aportes afectivos por parte de casi todo el
mundo, en la convicción de que ese tipo de personas no necesitan ningún apoyo.

La ideología del sacrificio tiene mucho público, notoriedad y prestigio. Pasarse la vida corriendo en
pistas de atletismo, aun a costa de doparse con anabolizantes, no supone sólo motivo de honores
nacionales, sino del asombro admirado por parte de la población general, aun sabiendo que todo eso no
es más que un negocio de la industria de las zapatillas de deportes y de la televisión. Ignoro la razón del

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porqué escalar el Himalaya es una gesta heroica y consumir cocaína un vicio detestable. Correr en coche
un hecho admirable y fumar un peligro público para los fumadores pasivos. Todo parece indicar que el
sacrificio de los otros es de admirar, siempre que ese sacrificio beneficie a alguien, sea algo publicitable,
que pueda mostrarse como ejemplo. Sin embargo, los sacrificios privados, la autoinmolación que no se
sostiene en la industria promocional de algún tipo de imagen, son considerados como algo bizarros o
extravagantes. Estoy seguro de que alguien podrá decir o pensar que el nivel de ajuste del escalador o
del corredor de fondo es superior al cocainómano o al del fumador empedernido (un vicio detestable
que se ha vinculado al masoquismo y a la pulsión de muerte). Unos subliman mejor que otros, se podrá
argumentar, pero lo cierto es que la civilización humana se basa en el sacrificio de algunos, - chivos
expiatorios-que nos vienen a recordar, constantemente, que la vida es efímera. Aunque los sacrificios
humanos y las ejecuciones públicas están abolidos por las sociedades opulentas (o quizá por eso), la
necesidad de perpetuos sacrificios es más que obvia y algunos se ofrecen voluntarios para conjurar está
necesidad. En este orden de cosas, ninguna actividad humana podría desvincularse del masoquismo. Es
masoquista el que se queda a estudiar sacrificando su salida con los amigos, también el fumador que no
quiere dejar de fumar, el enamorado de algún imposible, el corredor de maratón, la maestra rural, la
madre Teresa de Calcuta, los idealistas que persiguen un ideal o el gastrónomo hiperlipídico.

Claro, sería llevar la argumentación demasiado lejos, porque entonces el término masoquismo no
significaría nada y nos encontraríamos en el mismo callejón sin salida en que se encontraron aquellos
que propusieron la inclusión del término autodestructivo en el DSM3-R: cualquier conducta puede ser
rotulada como autodestructiva. En mi opinión, la misma ambigüedad tendríamos con la nomenclatura
de "carácter depresivo", dado que mi hipótesis es que éste término tiene una enorme "deseabilidad
social", mientras que otros, por ejemplo el trastorno antisocial de la personalidad, pesan como una losa
en las clasificaciones, debido a su sesgo jurídico o médico-legal.

Lo que quiero decir, es que la depresión es una enfermedad que correlaciona con todos y cada uno de
los trastornos de la personalidad y también con aquellos pacientes que no cumplen criterios para un
diagnóstico del eje 2. La depresión es un cajón de sastre, donde se dan cita los grandes malestares del
individuo de las sociedades opulentas, porque ofrece una salida digna (médica) a sus clientes. Una
solución que, al mismo tiempo que adopta un rostro admisible para ser reconocida comosufrimiento
genuino, sin embargo no puede eludir el rostro oscuro que yace en la violencia. El depresivo (verdadero)
es un lobo que sueña con devorar corderos. Por eso se deprime, y se comporta "como si ya hubiera
concluido el festín". A diferencia del obsesivo, que trata de conjurar su violencia con actos mágicos,
escrúpulos y anancasmos que proceden de la posibilidad de hacer el mal, el depresivo expía la culpa de
un crimen imaginario que ya se ha consumado.

En este orden de cosas, me interesa ahora introducir dos historias clínicas muy interesantes. La primera
es una masoquista erógena, con síntomas obsesivos mitigados y que mudó hacia una depresión. La otra
una masoquista neurótica con una neurosis obsesiva (un TOC) grave, que tuve oportunidad de seguir
durante muchos años. En los dos casos nos vamos a encontrar con la misma pulsión homicida, pulsión
cuyos destinos toman distintos caminos y diversas formas de ajuste.

El caso de Clara.-Clara tiene 29 años, es soltera y profesora de enseñanza media. Su calificación


profesional es de un nivel de diplomatura. Tiene un hermano mayor que le lleva dos años, sus padres
viven y están sanos. Su madre es una persona malhumorada, dominante con los hijos, y sin embargo
una perfecta esposa, dócil y al servicio de su marido, un funcionario oscuro y distante. La madre se ha
apoyado en Clara desde que era niña, la domina y la manipula constantemente, es invasiva, intolerante
y frustradora. Sin embargo, madre e hija están muy unidas, a diferencia de los hombres de la casa que
son desapegados, asertivos, y competentes fuera de la casa. El padre es el rey, la madre se desvive por
él, le lleva el desayuno a la cama, le trae las zapatillas, etc. Con el hermano mayor, casado y
emancipado, mantienen una relación puntual pero periódica. Clara, sin embargo, es la que se ocupa

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básicamente de soportar las eternas fricciones entre la madre y la nuera, las quejas de la madre hacia el
padre, les pasa incluso parte de su sueldo, a pesar de vivir sola, le hace de taxista, la lleva al médico, etc.
Dicho de otra forma, la madre es una persona explotadora, manipuladora y desagradable con la hija, a la
que sin embargo utiliza como enfermera, sustento material y paño de lágrimas. La hija, a pesar de
declarar "que es muy independiente", que justifica y racionaliza en el hecho de vivir sola, ciertamente
pasa su tiempo libre haciendo de acompañante de la madre en su eterno peregrinaje médico. De hecho,
pasa más tiempo en casa de sus padres que en la suya propia, por otra parte muy cercana. A pesar de
ello, Clara no manifiesta ningún signo de hostilidad hacia la madre, tampoco hacia el padre a quien
justifica constantemente de su desapego emocional, diciendo que no "soporta ir a los hospitales porque
se marea".

Define su educación como muy estricta, recuerda castigos repetitivos cuando hacía alguna cosa mal
hecha o desobedecía. Nunca los padres le han pegado, pero los castigos que recuerda eran
vergonzantes, porque la obligaban a escribir cientos de veces una frase que luego debía ser verificada
por algún miembro de la familia. Su educación fue culpógena en el deber y desapegada en lo afectivo.

Desde pequeña ha sido dócil y obediente, es decir, se adaptó a la caricatura de bondad que la madre le
proponía, dice querer mucho a sus padres y también a su hermano, con la única que se lleva mal es con
su cuñada, "porque es muy dominante" (sic). Nunca ha tenido ningún problema psicológico, salvo
algunos pequeños escrúpulos como "la incapacidad para decir tacos" o alguna pequeña fobia como "no
poder ver los cuchillos del revés". A pesar de estos pequeños síntomas muy leves y de una timidez que
bordeaba lo enfermizo, la paciente fue capaz de sacar unas oposiciones y de independizarse de su
familia al menos económicamente.

Clara es una mujer muy bella, que impresiona por su fragilidad y su timidez caracterológica.
Incongruentemente con esto, su forma de vestir es provocativa y algunas veces "inadecuada" para una
profesora, que trata con adolescentes. Muy delgada, aunque sin criterios para un diagnóstico de
anorexia, bordea sin embargo el índice de masa corporal, en su rango más bajo. No tiene - sin embargo-
amenorrea.

Es una mujer firme, paciente, complaciente y flemática, que aparece con un cierto aplanamiento de su
respuesta afectiva. Es, sin embargo, sintónica, y su empatía es normal, no se aprecian más que rasgos de
cierta obsesividad, aunque sin criterios para establecer un diagnóstico del eje 2. El asunto es que Clara
es una masoquista erógena verdadera, es decir, una persona que disfruta sometiéndose a "un Amo",
una perversa. En este momento en que consulta ha roto con él, "porque la ha dejado por otra chica más
joven" (sic). Voy a eludir las prácticas sexuales de este caso, porque son las que he descrito en la primera
parte del libro, se trata de prácticas estereotipadas. Sólo decir que el vínculo de esta muchacha hacia
"su Amo", era un vínculo totalmente idealizado, que parecía bordear la pérdida del juicio de la realidad.
Sin embargo, no hubo sufrimiento con la pérdida. Solía referirse a sus sentimientos masoquistas como "
su forma de sentir", que naturalmente guardaba en secreto. Ocasionalmente, mantenía relaciones
sexuales convencionales con parejas normales, a las que solía referirse diciendo que eran personas
agradables y que " a su manera eran interesantes", pero que "ella no estaba acostumbrada a que la
trataran con tanta dulzura". Prefería parejas dominantes que la sometieran hasta la animalidad, es
entonces cuando verdaderamente disfrutaba del sexo. Sin embargo, no era en absoluto promiscua y
tenía muchas dificultades para encontrar un "nuevo Amo". La sexualidad convencional la aburría y
perdía el interés en las parejas que la trataban con solicitud.

Reaccionaba como un resorte cuando era solicitada puntualmente por su "antiguo Amo", de tal forma a
lo que sucedería en una hipnosis. Llegué a pensar si habría algún código que la hacía reaccionar de
aquella manera. Naturalmente, el código era el maltrato y la vejación.

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El problema que sucedió en el curso del tratamiento, al que había acudido para resolver su problema de
timidez, sucedió cuando fue enamorándose de un chico que la pretendía y al que contó su problema sin
que la rechazara. En este momento, se desencadenó un episodio depresivo mayor que tuve que
manejar con antidepresivos debido a su intensidad. La pregunta que me hacía Clara y que me dejaba
con cara de tonto, era ¿cómo me he podido yo enamorar de un hombre que no es un Amo?

El caso de María.-María es una joven de treinta años, desmañada, con cara de sufrimiento, bastante
tosca en su expresión, que consulta por un TOC (trastorno obsesivo-compulsivo) de larga evolución.
Tiene una miopía bastante intensa que según ella la afea y esa es la razón por la que no sale a la calle, ni
tiene amigos. Poco a poco ha ido retirándose de la vida, hasta convertirse en una especie de ermitaña
en su propia casa. María sostiene que es fea y repugnante, que "se da asco a sí misma", cuestión que es
objetivamente inexacta, constituyendo una idea sobrevalorada en clave de dismorfofobia.

Es hija única y vive con sus padres, la madre se ocupa de la casa y el padre es pensionista. El padre es
también miope y utiliza unas gafas graduadas que María detesta, porque le recuerdan su propia fealdad,
es pensionista porque tuvo un accidente de trabajo, hace 4 años (en el momento de la consulta). Es
desde entonces que María está enferma. Comenzó un día en que viendo la TV, oyó una noticia sobre un
accidente de tráfico, noticia que coincidió casi simultáneamente con un accidente laboral del padre,
accidente que le valió la invalidez permanente. A partir de entonces, le cogió manía a la palabra
"siniestro". Cuando la oye tiene que apagar la TV, y someterse a un ritual de limpieza, ducha, con el
propósito mágico de purificarse.

Ha pensado en meterse monja porque le atrae la vida espiritual, pero ninguna comunidad la ha
aceptado al vislumbrar rápidamente su manía por la limpieza. En realidad, María es incapaz de
distanciarse de sus padres, a los que somete al tormento de sus limpiezas continuas, inacabables y
repetitivas, porque cada vez más parece como "si la casa se llenara de miasmas"(sic). Además de los
rituales de limpieza, María presenta retardo psicomotor grave. Para venir a la consulta precisa comenzar
a vestirse horas antes, de manera que todo esté en orden cuando sale de casa. Sus rituales sólo la
afectan en aquella casa, y en ningún otro sitio se siente atormentada por ellos, por esta razón le ha
pedido a su madre un cambio de domicilio, a fin de intentar empezar de nuevo en una casa "que no esté
maldita".

La maldición de aquella casa no es otra, más que fue allí donde oyó las palabras mágicas que
desencadenaron su estado actual, como casi siempre sucede con los TOC, un inicio brusco y
perfectamente reconocido por el sujeto. Para María aquella palabra tenia características mágicas y
sentía como si hubiera desparramado su poder por toda la casa, también por los objetos que hubiera
podido tocar, como la máquina de escribir que empleó para redactar el parte de accidente, que había
presentado el padre para recibir la pensión de la que vivían los tres.

Los grandes temas de María son su miopía y la idea de fealdad ligada a ella (a pesar de que usa lentillas y
es indetectable) y sus rituales continuos de limpieza. También la "manía" hacia su padre, al que "no
puede ver" y al que persigue desde que entra en casa con la fregona y el cubo, limpiando su rastro por
donde quiera que va. La vida familiar es insoportable, pero María no puede evitar hacer lo que hace.
Acusa a sus padres de ser poco comprensivos con su enfermedad, "dado que si dejara de hacer lo que
hace, sería peor".

El retardo de María hace que las tareas se compliquen y se hagan infinitas. Cuando todos están
durmiendo, ella está aún fregando, y cuando llega la hora de dormir, ya es muy tarde. Si se acuesta tal y
como está, al día siguiente tendrá que cambiar las sábanas, razón por la cual, muchas noches pernocta
en una silla. Las manos de María están azuladas y llenas de sabañones y llagas, debido a su continuo
contacto con el agua y el jabón. María odia a su padre y verbaliza espontáneamente sus reproches y su

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ira hacia él, lo que habla del fracaso de la represión en los TOC. Según ella, es el responsable de todas
sus desgracias, porque "un hombre como él no debería haberse casado, ni tener hijos". Se refería
naturalmente a su estigma, a su miopía, ya que suponía haberla heredado de él, le veía a él reflejado en
ese defecto suyo. Los padres soportan con estoicismo este problema, sólo el padre a veces reacciona
con furia, que es seguida de la racionalización de "que todo es culpa de su enfermedad". Dicho de otro
modo, María se ha constituido como un tormento para la vida de sus padres y la suya propia, un
tormento de una crueldad extraordinaria, que sólo admite cierto sosiego cuando sale de casa, por venir
a la consulta o ir a Misa o cuando el padre está fuera de casa, poco por cierto, porque se ve muy mal.

Mi impresión es que María llevaba un desarrollo crónico de un TOC que había ido empeorando cada vez
más con la edad y con la ausencia de alternativas de ajuste social. No había sido capaz de terminar sus
estudios, ni de encontrar un trabajo duradero. Tampoco había tenido nunca relaciones afectivas, ni
contactos sexuales, siempre se había sentido al margen por su fealdad y su torpeza, de manera que se
había autoexcluido muy precozmente de todo contacto afectivo que pudiera ser empleado ahora como
un apoyo. María tenía muy mal pronóstico y cualquier tratamiento que hubiera puesto el énfasis en la
introspección, no hubiera hecho sino empeorar las cosas.

Después de una evolución tórpida y grave de su TOC, María pareció mejorar sólo después de la muerte
de su padre y encontrar un cierto ajuste a partir del cambio de domicilio que procuró aquella muerte.
Sin embargo, María en la actualidad sigue siendo una enferma grave con bastante deterioro, torpeza y
retardo, que se operó de su miopía, sin llegar a alcanzar una autoimagen que no estuviera en contraste
con su idea de fealdad extrema.

Un comentario.-Si he yuxtapuesto estos dos casos clínicos, es porque me parece que se trata de dos
casos de masoquismo con distinto nivel de ajuste. De ajuste y de destino. Si pudiéramos imaginar el
masoquismo como una pirámide, como una jerarquía, el caso de Clara ocuparía un terreno próximo a la
cúspide y el de María próximo a la base. Quiero decir, que en un supuesto "continuum" de
sadomasoquismo, el caso de Clara está jerárquicamente por encima del de María, siguiendo las ideas de
Kernberg, aunque el origen psicogenético me parece muy similar: ambas gestionan como pueden su
propio sadismo, sus propios deseos de matar.

Aunque ignoro cuál fue el destino de Clara, es obvio que su episodio depresivo guardaba relación con su
masoquismo neurótico: le era necesario para purgar una culpa. En el caso de María, sin embargo, su
TOC era suficiente para mantener su pulsión homicida - solo en parte-fuera de su conciencia de forma
exitosa o económica, aunque con graves y persistentes desajustes de su personalidad.

¿Cuál podía ser sin embargo la culpa de Clara? Evidentemente, la de haberse enamorado. Lo
sorprendente en la relación masosádica de Clara era la ausencia de amor, había adoración según sus
propias palabras, una especie de idealización de aquella persona, pero no amor. Todo pareciera indicar
que lo prohibido para Clara fuera el amor común, desplazado por un sentimiento de reverencia casi
religiosa a su antiguo "Amo", que no era sino una idealización más o menos legitimada por un
determinado discurso. También llamaba la atención la escasa sensación de pérdida, de duelo frente a
aquella pérdida. Todo pareciera indicar que aquella no se había producido nunca en el imaginario de
Clara. Debido a la impredictibilidad de aquella relación, "el Amo" se presentaba en su casa cuando
quería, no necesitaba avisar, aparecía y desaparecía, como en una novela de suspense. Esa era la regla
que gobernaba aquella relación. Para Clara su masoquismo era algo extravagante pero en absoluto
patológico, tenía una concepción dialéctica de las relaciones: "unos dominan y otros, los más débiles,
somos dominados, eso es normal". O "yo ya sabía que acabaría dejándome, lo que le gustó de mí es que
era virgen".

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En mi opinión, el conflicto de Clara es un "acting out" transferencial: ella comienza una relación
convencional cuando ya ha establecido una transferencia intensa con el terapeuta y es precisamente esa
relación la que pone en conflicto la frecuente polaridad del masoquista. Esa relación la obliga
necesariamente a identificarse con su madre, a ser una mujer convencional, a servir a la pulsión
reproductiva, hasta ahora camuflada en su actividad masoquista perversa o quizá inalcanzable por su
causa. Lo interesante de este caso es que permite vislumbrar la fluctuación que acontece desde la
perversión hasta la neurosis y como es, precisamente, la perversión la que hace de dique al sufrimiento.

Clara me solía decir que no estaba preparada para el matrimonio, que era muy independiente y que era
muy feliz en su relación con su antiguo "Amo", con el que nunca pensó en formalizar una pareja estable.
Ahora lo que se le venía encima es –precisamente-ese dilema, más aun, en tanto que el muchacho que
la pretende, después de haber oído de su boca la confesión terrible de "su forma de sentir", no ha salido
huyendo como era de esperar, sino que la acepta. ¿Qué hacer pues?

El problema de Clara, en mi opinión, procede de un maternaje desde el que no ha sido capaz de


configurar una identificación sólida y que sustituye por la idealización del Otro. Una idealización que le
permite mantener una identidad desgajada de la madre, al percibir en ella una fuente de seguridad,
perfección y fortaleza que ella misma no ha podido internalizar, como tampoco sus efectos
tranquilizadores. Su identidad está compuesta de fragmentos, unidos por un cemento que hace de
pegamento a los trozos, ese cemento es precisamente la perversión sadomasoquista, que ella escenifica
desde la posición sumisa, que le permite reproducir en el vínculo actual su dependencia original.

Sin embargo, Clara era ingobernable y siempre "se salía con la suya" según sus propias palabras. No era
una persona fácil de manejar, ni que se atuviera a horarios o pactos. Siempre encontraba un giro
decisivo para poner patas arriba la relación, que ella terminaba por asumir como un defecto de su
carácter, pidiendo perdón, desde su estrategia de desactivación de la hostilidad del otro, pero volviendo
a reincidir en sus retrasos en las citas, o en sus continuas informalidades relacionadas con su tiempo de
terapia. En la transferencia apareció precisamente el aprendizaje de manejo que había obtenido por
imitación de su madre, sin embargo, fue imposible de modificar desde el encuadre psicoterapéutico.
Circunstancia que me encontrado en todos los perversos: una dificultad de mantener la relación
terapéutica de manera que resulte operativa.

Esta inconsistencia de los cuidados maternos "en péndulo" que oscilan desde una solicitud extrema
cuando uno se muestra débil, hasta un desapego absoluto por cualquier muestra de autonomía por
parte de los hijos, es bastante frecuente en las sociedades patriarcales. Parece como si este tipo de
madres estuvieran exhaustas de su propio papel subordinado al hombre, de tal manera que los hijos
fueran un engorro, sólo aceptable, en tanto que se muestren desvalidos, enfermos, o necesitados de
cariño. De manera que nunca se potencian - con esta clase de crianza-las actitudes positivas, la firmeza o
la claridad de ideas. Por supuesto, la autonomía es percibida como un peligro y una posibilidad de
pérdida definitiva del cariño de los hijos por este tipo de padres. La consecuencia de este tipo de crianza
es que las niñas "aprenden" estrategias de seducción, zalamerías y estereotipos aniñados de manejo de
su ambiente, que más tarde pegotean en su estrategia erótica con los hombres, al mismo tiempo que se
alejan o son rechazadas por el resto de las niñas, lo que impide su identificación vicaria con las
amistades, con sus iguales. Esta clase de mujeres parecen adivinar por dónde anda el imaginario de los
hombres, y se identifican con ese pastiche de sumisión para complacerles y aplacarles.

Naturalmente, no es más que una estrategia que sólo tiene éxito en tanto en cuanto no existen
compromisos profundos con la pareja. Se trata de jugar un papel que permita la idealización del padre y
el manejo subsidiario de su conducta, tal y como aprendieron de su propia madre. Sometiéndose a un
"Amo" todopoderoso que soporte esta disociación, el problema de su identificación se soslaya de
inmediato. La perversión de Clara tiene un efecto económico sobre la mente, dado que le permite una

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identidad femenina parcial que no entra en conflicto con su parte hostil hacia la madre, al mismo
tiempo le permite ganancias instintivas relacionadas con su sadomasoquismo, al instaurar una relación
de huida acercamiento continuos, sin peligro de convertirse a su vez en "una madre", hecho que rechaza
racional e inconscientemente. Por último, le permite a su vez seguir negando el conflicto interno que
soporta con su madre real, continuando sometida a ella en un plano vivencial y al hombre en un plano
imaginario, desplazando en el resto de las mujeres el fantasma materno (perseguidor y envidioso).

Es precisamente cuando se enamora de su pretendiente cuando el barco comienza a hacer agua. La


solución mejor que encontró en este punto es propiciar que la relación terapéutica se detuviera. Dicho
de una manera más comprensible: se empeñó en que yo la rompiera, cosa que hice en tanto que sus
impuntualidades y ausencias de las sesiones hacían imposible el vínculo terapéutico.

Este tipo de terminaciones tormentosas en las terapias de "insight" son muy frecuentes con los
pacientes perversos, diría que inevitables. Parece que Clara era incapaz de tolerar la responsabilidad
que se derivaba de su actitud, por lo que decidió implantar en mí aquel sentimiento de agresión, de
ataque al escenario terapéutico, que la llevaba a destruirlo. Precisó que fuera yo, desde la autoridad de
la ciencia, el que lo disolviera, después de inocularme un sentimiento turbio de confusión, rabia e
impotencia, es decir, de desvalimiento. Esa reacción contratransferencial me confirmó que Clara era una
perversa y que habíamos dado con una roca. Una roca que no conseguiríamos remover con la palabra,
era la hora pues de negociar la pérdida. Naturalmente la vi muy pocas veces después de esa ruptura,
aunque lo suficiente para entrever que la depresión había desaparecido, lo que me permite suponer que
su "problema" estaba resuelto. Su problema era la terapia y su espejo transferencial: el pretendiente
común. Una vez más, confirmé que el vínculo terapéutico no servía para tratar las perversiones, el goce
individual, dado que el objetivo de cualquier terapeuta hubiera sido el opuesto al que ella perseguía,
que no era otro sino el seguir jugando su juego.

El caso de María era opuesto al de Clara, al menos en su tendencia a adherirse al terapeuta y a


defraudarlo continuamente a fin de poner patas arriba la relación, aunque con una estrategia distinta.
María no mejoraba con la terapia, sino que empeoraba cada vez que hablábamos de sus problemas.
Pronto me di cuenta de que una terapia de introspección no hubiera hecho sino conducir la relación a
un punto de regresión, conocido como "reacción terapéutica negativa". Según Freud, esta conocida
forma de resistencia es la expresión máxima del masoquismo primario: conseguir que la terapia se
convierta en una nueva fuente de sufrimiento. Aunque la historia de María contiene no pocos
elementos dignos de analizar, me refiero concretamente al hecho "de no poder ver a su padre", frase
que pronunciada por una miope tiene una carga semántica cuanto menos interesante, indica el
movimiento regresivo en que María se movía para imaginariamente-asesinarle. “No poder ver”, significa
odiar. El que no se ve ha muerto, no existe omnipotentemente, maniobra muy frecuente en los niños en
los que rige fisiológicamente el pensamiento mágico. Freud y el psicoanálisis en general, suponían que el
masoquismo tenía que ver con una regresión anal, aunque admitía un masoquismo primario, ligado al
instinto de muerte (muerte individual, pero vida para la especie). Sin embargo, la fase anal, el periodo
sensorio -motriz, en mi opinión, no se caracteriza tanto por el erotismo anal, cuestión que nadie ha
podido demostrar hasta ahora, como por el gusto por la deambulación, la adquisición de poder ligada a
la autonomía y a la ganancia de la visión como el órgano sensorial más importante en el control del
mundo externo. La vista es efectivamente el órgano de los sentidos más importante, de todos los que
los humanos hemos adquirido a lo largo de la evolución, no sólo porque poseemos una visión
estroboscópica (en tres dimensiones), sino porque nuestros ojos se encuentran dotados de unos
movimientos angulares que nos permiten percibir la realidad externa con un campo muy amplio para
nuestra condición de mamíferos. Lo que quiero decir es que el niño en su fase sensorio -motriz es muy
posible que de "erotizar" algo, no sea su ano, sino su visión, aunque tampoco creo que se trate de una
erotización, sino de una ganancia ligada al movimiento, o mejor, de la visión en movimiento, cuestión

122
que desde luego entiendo va ligada a un placer cenestésico y a la adquisición de poder en el manejo
(visual) del ambiente.

María parecía efectivamente y simbólicamente castrada como Edipo, transformándose a su vez en una
Esfinge, que se hacía preguntas y se planteaba dilemas que no obtenían respuesta. El odio de María era
un odio hacia su propia estirpe, un odio parricida, algo intolerable, un tabú al que debía oponer alguna
barrera que le permitiera salir airosa. La muerte de su padre llegó quizá demasiado tarde. Su
personalidad ya tenía demasiados agujeros para poderse reconstruir, su grado de regresión: "No le
puedo ver y por eso no puedo matarle", había ya provocado enormes lagunas en su desarrollo para que
la muerte del padre pudiera aportar algún beneficio a su estructura mental sádica. Por eso la muerte del
padre sólo alivió el curso de su enfermedad, pero no la modificó substancialmente.

La psicoterapia no podía tampoco ayudarla, porque María la utilizaba como una forma de castigo y
transferencialmente como una forma de devaluación y frustración del propio terapeuta, representante
en este caso de un padre estigmatizado por un defecto congénito: una miopía que articulaba en este
caso una línea generacional maldita, que termina electivamente en María.

En mi opinión, los casos más graves de masoquismo son los que se manifiestan a través de mecanismos
persistentes de regresión. La regresión en sí misma no es más que un retroceso de la personalidad hacia
la búsqueda de una identidad consistente, un suelo donde encontrar alguna certidumbre, sin embargo,
las regresiones prolongadas constituyen un problema para el futuro de la maduración, dado que
impiden al sujeto llevar a cabo su proyecto vital en armonía. Por eso, las enfermedades mentales
siempre son más graves cuanto más precoces son sus manifestaciones. En función de los mecanismos de
defensa empleados, de un nivel jerárquico u otro, dependerá el futuro del paciente. Esta es una idea de
Kernberg, quien en 1986 proponía una gradación de los mecanismos de defensa según una jerarquía:

Mecanismos de un rango jerárquico alto: la formación reactiva y la sublimación.

Mecanismos de rango intermedio: a la transformación en el contrario y la represión.

Y como mecanismos de rango bajo a la proyección, la escisión y la regresión.

El objetivo de todo mecanismo de defensa es la homeostasis, el equilibrio entre las sensaciones de


placer-displacer mediante la disolución de la conciencia de cualquier idea o sentimiento que pueda
perturbar este equilibrio. El porqué unas personas utilizan un registro determinado y no otro es un
dilema que nadie - al menos que yo sepa-, ha sabido o podido dilucidar, sin embargo, tenemos algunas
pistas:

Es muy posible que dependa:

1º.-De la naturaleza del conflicto, es obvio, que un impulso parricida debe de ser protegido más
fuertemente que un impulso homicida cualquiera.

2.-De la intensidad del conflicto, no toda hostilidad adquiere una dimensión tan dramática como en el
caso de María, no sólo por la modulación de factores externos, sino por la propia naturaleza de la
agresión. Clara no odiaba tanto a su madre, como María a su padre.

3.-De los factores moduladores, de entre ellos, nombraría acaso a la propia personalidad, entendida
como el resultado dinámico de la interacción de lo biológico con lo ambiental. Al estilo de afrontamiento
y a la habilidad de solución de problemas y también, cómo no, a las carencias de aprendizaje que la
propia enfermedad o sus secuelas hayan propiciado en el desarrollo de esa personalidad.

123
4.-Las creencias. Mientras Clara es una pagana, María es una católica. El sacrificio y la renuncia tenían en
cada una de ellas distintos sentidos. Mientras una lo derivaba hacia el placer, la otra se autoinmolaba
en la pira de su propia estirpe.

Esta idea de paganismo se encuentra ya en H. Ey, quien en su conocido y clásico tratado de Psiquiatría
escribe:

Los comportamientos masoquistas pueden ser entendidos como los sacrificios en las religiones, es decir
como medios de obtener el perdón y conseguir el contacto con el objeto omnipotente, en una verdadera
idolatría. (H. Ey, Tratado de psiquiatría, pg. 376)

Es obvio que María disponía de pocos resortes operativos en comparación con Clara: no tenía profesión,
ni amistades o apoyos sociales, llevaba enferma un montón de años cuando vino a verme por primera
vez y no conocía la sexualidad genital. Su timidez caracterial, junto con la carga de su estirpe, habían
propiciado una retirada brutal de aportes afectivos de su medio, situándose en un conflicto mucho más
arcaico y primitivo, con el que a cuestas deambulaba por la vida.

Tanto en un caso como en otro, la psicoterapia fue inefectiva, dado que la escucha de ese goce no podía
sino propiciar en un caso, el intento de abandonar la terapia, en tanto representaba la prohibición del
mismo, es decir, representaba la normatividad, y en el otro caso, el intento de convertirla en un nuevo
tormento que añadir al catálogo de sufrimientos. Quizá por esta razón, los psiquiatras sabemos poco de
la perversidad y mucho de sus efectos devastadores cuando se convierte en enfermedad mental.

MASOQUISMO Y TRASTORNOS SOMATOFORMES

Hasta ahora me he referido al dolor moral o al sufrimiento mental, una separación de conceptos que se
propicia desde nuestra tendencia dualista de ver las cosas. En este epígrafe voy a referirme al dolor
corporal, al dolor físico y a sus relaciones con el masoquismo. Naturalmente, me referiré al dolor en
ausencia de daño, el dolor llamado psicógeno por la medicina oficial, el dolor como experiencia
subjetiva, algo que va más allá

de la objetivación científica, un dilema clínico que muchas veces pone patas arriba el sistema de
atención de salud y cercena la confianza entre médicos y pacientes. La esencia de la misma es
generalmente un malentendido.

Ya he dicho que la división artificiosa entre dolor verdadero (objetivable) y el dolor psicógeno (subjetivo
y por tanto no objetivable) no es más que una falacia de nuestra manera de pensar. En realidad, todo
dolor es verdadero (genuino). La confusión procede del hecho de que aun hoy muchos médicos piensan
que el dolor psicógeno crónico es una forma de simulación con intenciones prácticas. Sin negar la
posibilidad de que existan quejas que procedan del beneficio directo y primario de las mismas, la mayor
parte de las personas que se quejan de dolor, no lo hacen de primera intención por obtener ventajas

124
económicas sino por otras razones, entre las que citaré las de obtener compasión y una victoria moral.
La primera de estas razones es que el dolor es precisamente la queja masoquista por excelencia, el
masoquista exhibe su dolor, como el leproso sus llagas, porque esa es corporalmente la esencia del
sufrimiento, de su sufrimiento, y que pone a prueba la identificación de los demás con ese dolor,
generalmente obteniendo el beneficio de la compasión. Sólo secundariamente a esta exposición - y
además-recibe beneficios por ello: es objeto de cuidados médicos, de indemnizaciones o de licencia de
cargas laborales o de cualquier otro tipo.

La segunda razón y la más importante a mi juicio, es que el dolor es una queja que permite al individuo
alejarse de la carga del estigma psiquiátrico. Mientras el depresivo es un enfermo mental, que es
susceptible de peritación, evaluación y tratamiento psiquiátrico o psicológico, el enfermo con dolor
elude al menos hasta cierto punto su estigmatización psiquiátrica, si consigue eludir la sospecha siempre
presente en el saber médico que el dolor psicógeno crónico - por incomprensible-es susceptible de una
etiqueta "psi". La tendencia actual de la medicina es cada vez más y más confusa respecto a qué cosas
considera psiquiátricas y qué cosas considera médicas. Por ejemplo, mientras la psicooncología
experimenta un considerable avance en las sociedades opulentas, el dolor psicógeno - cada vez más-
tiende a ser filiado en nuevas entidades somáticas, donde los reumatólogos y rehabilitadores
encuentran un caldo específico para su quehacer en entidades como la fibromialgia (FM) o el síndrome
de fatiga crónica, que logran así una legitimación médica, a salvo de las peligrosas etiquetas de histeria o
de enfermos simuladores o neurasténicos. Al mismo tiempo, se enfatiza que estas enfermedades
consideradas como "legítimamente somáticas", tienen un parentesco muy intenso con la depresión, no
sólo debido a la sintomatología concomitante, sino también por los trastornos del sueño, la irritabilidad
y la prueba definitiva: una moderada aunque errática respuesta a los antidepresivos convencionales.

Si en Psiquiatría solemos decir que los trastornos afectivos son la epidemia del siglo, en medicina
sabemos que la queja más importante, más frecuente y reiterada es el dolor psicógeno, es decir, el dolor
no objetivable, el dolor que no parece proceder de ninguna avería o de ningún daño aparente. Se trata
generalmente de dolores musculo-esqueléticos, relacionados anatómicamente con la cintura escapular,
la zona cervical, las lumbares o el dorso, completa o parcialmente. En realidad, no hay parte del cuerpo
que escape de este dolor, descrito casi siempre como una quemazón, un golpe, un mordisco, un
arrancamiento, un pinchazo o un latigazo.

SINONIMIA DE LA FM (Según F. Gonzalez Carmona 1999)

Síndrome de febricula Fatiga vital , Fibromialgia

Fibrositis (Gowers, Encefalitis de islandia

Sindrome miofascial doloroso

Neurosis americana

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Miofascitis macrofagica Tendinopatia generalizada

Neurosis cardiaca (Da Encefalomieliti)

Astenia somatopsíquica

Miálgica benigna

Síndrome de fatiga Neuromiastenia

Reumatismo crónica (Holmes 1988) epidémica generalizado

Síndrome de Enfermedad misteriosa Fatiga intelectual somatización ambiental de Otago (Gothe, 1995)

Síndrome australiano de Poliomielitis atípica

Brucelosis crónica dolor crónico del miembro superior

Síndrome de dolor Síndrome post-viral

Síndrome de Epsteinidiopático difuso

Mononucleosis

Enfermedad de Lago-infecciosa crónica

Fatiga persistente Polimialgia reumática

Neurastenia

Miopatia hipotiroidea

Psicastenia(Janet 1903) Artritis reumatoidea

Este dolor reiterado y refractario a cualquier tratamiento, viene casi siempre acompañado por un estado
afectivo cercano a la depresión, a la irritabilidad o al desvalimiento, en cualquier caso a la
desmoralización y a la tristeza. Se trata de un dolor que modula con el estado afectivo, el frío y el calor,
las emociones y la sobrecarga y que se alivia mediante el masaje, el calor, el ejercicio físico moderado y
los antidepresivos o relajantes musculares. También con la sorpresa, la distracción y el éxito (G.
Carmona, 1999).

Una vez más, esta epidemia se ceba en mujeres cercanas a la menopausia. La mayor incidencia se
encuentra en el grupo de mujeres entre los 35-45 años, después -inexplicablemente-este trastorno, me
estoy refiriendo a la FM, a la que considero un paradigma del dolor psicógeno crónico, desaparece tan
misteriosamente como apareció, después de un largo peregrinaje en busca - casi siempre infructuosa-de
alivio. Siempre he considerado que cuando una enfermedad consigue tanta clientela entre un sexo, es
muy sospechosa de que no se trate de una entidad clínica, sino de un trastorno étnico (Demaret, 1983),
es decir, de una percha donde colgar diversos malestares, como sucedía con la histeria de conversión en
el siglo XIX24, que sirve como "legitimación" a un amplio abanico de contradicciones propiciadas por la
cultura de origen y que a su vez facilita a sus poseedores una catarsis más o menos consentida en su
medio habitual. 24 Algunos autores (Ellman y Shaw, 1950), piensan que la FM es una forma de histeria
de conversión. Otros van más lejos en la suposición que determinados malestares utilizan la

126
patoplasticidad para acomodarse a formas de expresión legitimadas por la medicina y los medios de
comunicación.

En este sentido, la FM sería más un constructo de los médicos que una entidad con vida propia.

Claro que si los médicos han decidido que este constructo (un constructo que como se deriva de la
sinonimia ha tenido numerosos descriptores) era útil, es porque la queja existía. Naturalmente, pero
una vez legitimado el constructo, lo que es de esperar es que hayan muchos más malestares comunes,
dispuestos a colgarse de él. Hoy, de hecho, la FM

representa una epidemia en las sociedades opulentas. Esta es la paradoja que impregna el quehacer
médico y también el efecto nocivo de la divulgación de determinados malestares.

Con esto, no quiero decir que la depresión, por ejemplo, no sea una entidad clínica, lo es. Pero también
hay muchos malestares que se adaptan a ella, mimetizando su sintomatología: se trata de lo que
conocemos como copia fenotípica, depresiones que se producen en ausencia de una predisposición para
sufrirla: depresiones aprendidas, podríamos decir, evocamos entonces factores psicológicos y sociales.
Malestares que aprenden a adaptarse a las expectativas racionales que la clínica les propone y a las
expectativas racionales ligadas a su tratamiento. Si la depresión no existiera como entidad clínica, es
obvio que seguiría habiendo depresivos, pero desde luego no tantos, quizá asistiríamos a un aumento
de la úlcera gastroduodenal, una enfermedad que como sabemos está

disminuyendo, como por cierto la propia histeria de conversión, a consecuencia de que determinados
malestares han encontrado -acaso-otra vía para su expresión: las enfermedades afectivas o por
ansiedad, por ejemplo.

Las mujeres, como he dicho en este libro incontables veces, tienen que asumir una carga suplementaria
al resto de la humanidad sólo por el hecho de serlo. No hablo ya de las dificultades en elaborar una
identidad sólida por las sucesivas crisis que los modelos de femineidad han sufrido a lo largo del siglo,
sino también por el peso simbólico que llevan a cuestas en función de su tarea reproductiva específica.
En este sentido, no es sorprendente que estas enfermedades afecten a mujeres en sus últimos años
fértiles y que se amortigüen cuando la posibilidad de quedar embarazadas haya desaparecido de los
fantasmas que atrapan su conciencia. Esta

"epidemia" afecta tanto a mujeres casadas como separadas, y todo parece indicar que la variable crítica
es la etapa psicobiológica que atraviesan y los fantasmas relacionados con ella. Según la revisión de F.
Gonzalez Carmona de 1999, la FM afectaría a:

Mujeres (90%), de entre 30-45 años, divorciadas, con bajos sueldos, con niveles educacionales y de
escolarización bajos, perfeccionistas, eficaces, puntuales, voluntariosas, con mala percepción de la
propia salud, compulsivas, ordenancistas, no obesas, con mala disposición hacia los psicofármacos y alta
utilización de analgésicos (Sutter 1993), con síntomas sugerentes de mala salud psíquica y alta
puntuación en hipocondría, histeria, psicastenia, esquizofrenia y depresión en el MMPI. Y con frecuencia
teniendo la impresión de que algunos de los síntomas descritos son aprendidos (la cefalea), alexitimia
como característica de la personalidad, matrimonio discrepante con agresividad recíproca y alto nivel de
ira disimulada, siendo hijas de madres a las que describen como severas, controladoras y arbitrarias.

127
Dicho de otro modo, un perfil que podría compararse a cualquier trastorno de personalidad del eje II
(compulsivo o pasivo-agresivo), es decir, un perfil compatible con cualquier paciente psiquiátrico que
presentara algún tipo de diagnóstico en el eje I.

Según los teóricos del aprendizaje, hay fuertes evidencias de que el dolor crónico es una conducta
aprendida e inadaptada. Si al dolor pudiéramos mágicamente desagregarle el estado afectivo, las
ventajas sociales añadidas a la condición de enfermo, el alivio en el soporte las cargas laborales y el
mensaje de "protesta" no verbal implícito en el mismo, su cualidad de reproche, lo que quedaría no
sería más que un dolor soportable y de leve intensidad.

Aunque este tipo de somatizaciones se dan más frecuentemente en mujeres aun en edad fértil, no
quiero decir que el dolor psicógeno proceda del miedo o del deseo de quedar embarazadas, sino más
bien de la posibilidad de quedar fuera del mercado reproductivo, un fantasma atávico que en la mujer
representa quedar también afuera del mercado erótico, es decir, de ser una mujer no deseable. Ya he
dicho que la esencia de la sexualidad viene definida por un orden que trasciende lo volitivo, se trata de
un impulso transbiológico que atraviesa de parte a parte la voluntad de los seres humanos individuales.
Quedar afuera de este mercado es para la mujer una pequeña muerte anticipada por el dolor y la agonía
de su sufrimiento.

Sin embargo, este sufrimiento tiene algo de paradójico, de incomprensible. ¿Por qué hoy, que
precisamente la ciencia ha conseguido de alguna manera que las mujeres puedan planificar sus
embarazos, hoy en que la expectativa de vida ha aumentado considerablemente y que el bienestar de
los tránsitos de las edades ha llegado a un estado casi nirvánico, suceden estas cosas? ¿Por qué hoy, que
una mujer puede seguir haciendo vida sexual activa hasta el final de sus días acaecen o parecen renacer
este tipo de fantasmas?

Ya he dicho que la mujer opera como siempre objeto erótico, como objeto al que se elige en función de
intereses sexuales (y también reproductivos y de apego), esa es precisamente la esencia de la
subjetividad femenina y de ahí procede su dolor, en su caducidad. Un objeto que se ofrece al deseo del
hombre, quien elegirá o desestimará. Una mujer sin interés erótico es muy poco probable que se
reproduzca, a pesar del mito comúnmente aceptado de que las mujeres son las que eligen. Es cierto que
la mujer considera y sopesa sus posibilidades de elección de pareja y que acaba ofreciéndose al mejor
dotado para la tarea reproductiva, pero no es menos cierto de que sin despertar algún interés erótico,
una mujer quedaría célibe y sin descendencia.

En la mujer, su atractivo, su valía como mujer, está adherida a su potencial reproductivo, para lo que
precisa ser fecundada. Para esta tarea, precisa de un varón interesado en sus encantos. Una cuestión
que no tiene ninguna importancia entre los fantasmas masculinos, más preocupados como ya he dicho
por mantener su potencial eyaculador dentro de un rango operativo.

Las mujeres - aunque algunas no lo admitan racionalmente-tienen una enorme necesidad de entregarse,
de ser cuidadas, protegidas y sostenidas, emocional y materialmente. Tienen un miedo visceral y arcaico
a ser abandonadas a su suerte, recelo que viene a activarse precisamente cuando su potencia l erótico
entra en decadencia. Estoy hablando naturalmente de un fantasma femenino, porque la realidad suele
ser que la plenitud acontece en cada persona a una edad determinada, un fantasma que tiene mucho
que ver complementariamente con los fantasmas masculinos, donde anida constantemente el carácter
de fechoría que tiene para el varón la posesión de una hembra joven y vigorosa, mejor si es virgen. Y si
es más de una, mejor.

De ahí la grieta, y el abismo de incomprensión que acontece en las relaciones entre los sexos. Sólo
determinados controles de la personalidad alejan al varón de sus pretensiones de sexualidad universal:
controles morales y fácticos, pero controles al fin. En este sentido, los movimientos de liberación de la

128
mujer han oscilado entre presentar una batalla abierta al sexo masculino o - como sucede ahora-a
retroceder, al caer en la cuenta de que la igualdad de oportunidades entre los sexos ha cercenado de
raíz las necesidades afectivas que las mujeres llevan incrustados en sus genes desde el origen de la
humanidad. Ya he dicho también que la paradoja actual en que han incurrido los movimientos de
liberación sexual y que han sido señalados por los propios movimientos feministas, se refieren a la
universalización de la oferta sexual por parte de las mujeres, esto es, su supuesta disposición a copular
con todo el mundo. Paradójicamente, determinados discursos, en su intento de romper el tabú que -
secularmente- las mujeres, tuvieron que llevar a cuestas, dejándolas encerradas en sus cocinas o en un
convento, han terminado por desprotegerlas, también, del deseo de los hombres, que perciben que
toda mujer es posible y por tanto accesible a él.

La esencia del tabú del incesto es la de rotular a determinadas mujeres como no disponibles (y prescribir
las que lo están). Usualmente no están disponibles las niñas, ni las demasiado viejas, tampoco las
casadas ni las mujeres "consagradas". Al mismo tiempo, este tabú prescribe y señala, aquellas mujeres
"públicas" que están disponibles todo el tiempo: las prostitutas y las jóvenes sin compromiso. La
debilitación de los tabúes, que se ha propiciado en las sociedades opulentas a partir de la secularización
universal que han soportado, hace que el mercado del sexo, de mujeres disponibles, se haya expandido.
Las mujeres casadas ya no están prohibidas y todas tienen, debido a su participación laboral activa,
motivos más que sobrados para estar expuestas al deseo de los hombres. Lo mismo sucede con las
solteras y las separadas o viudas. Ninguna mujer (salvo las menores) parecen estar a salvo de las leyes
abiertas del "mercado sexual". Los movimientos de liberación de la mujer, junto con el acceso de estas
a los bienes del trabajo y el acceso a cierta emancipación económica, han aumentado
considerablemente el número de mujeres "disponibles", lo que ha hecho simultáneamente aumentar
entre ellas también el fantasma de rivalidad, competencia y por tanto también de desvalimiento,
derivado de su legitimación-deslegitimación como objeto erótico.

El propio Marx teorizó sobre ello, cuando escribía, anticipándose a su tiempo:

Oponer a la propiedad privada la propiedad general, puede expresarse también en la forma animal que
busca oponer al matrimonio, la comunidad de las mujeres. Este es un comunismo tosco e irreflexivo. La
envidia general constituida en poder no es sino la forma escondida en que la codicia se establece o se
satisface de otra manera. Lo que ha cambiado son los motivos por los que una mujer es accesible
sexualmente o no, pero la codicia de bienes sexuales continua operando en el imaginario masculino, tal
y como Marx parecía pronosticar en sus Manuscritos. Mientras en las sociedades agrícolas el tabú del
incesto que rige la convivencia en común se manifiesta en unas normas claras, que son acatadas por
todo el mundo (o casi por todo el mundo), las sociedades opulentas se gobiernan por una regulación
distinta, manteniendo el viejo tabú del incesto solamente para proteger a las menores de edad, pero
soslayando cualquier otra prescripción. El resultado de este cambio es que hace falta aumentar el
número de mujeres "no disponibles" para regular el mercado sexual. Mujeres que ya no son
"consagradas" sino enfermas crónicas, lesbianas y otras formas de altruismo social, perdiendo en este
cambio su sentido religioso y adoptando una mascarada clínica. Las sociedades que son gobernadas por
prohibiciones y prescripciones claras (tabúes) suelen comportarse así:

1.-Un heterosexual A, mantiene relaciones con una heterosexual B

2.-Ningún miembro de A o B pueden mantener relaciones entre sí, y deben mantenerlas con un/una
heterosexual C.

3.-El heterosexual C mantiene relaciones con la heterosexual D. 4.-El heterosexual D mantiene


relaciones con la heterosexual A. Lo que propicia un intercambio circular y exogámico de las redes de

129
dependencia. Aun así, en este modelo, existen personas "consagradas" que no se relacionan
sexualmente con nadie: el homosexual F, el enfermo G, o la abuela o tía A (menopáusica). Estos
individuos son necesarios para equilibrar el reparto de mujeres dis ponibles: en edad fértil y
laboriosamente útiles.

En nuestras sociedades opulentas, que han visto reducida este tipo de regulación de intercambio por
una debilitación de los tabúes, lo que rige es el acceso de "todos a todos". Así:

1.-El bisexual A tiene relaciones con la heterosexual B

2.-La heterosexual B mantiene relaciones con el bisexual C.

3.-El bisexual C tiene relaciones con el heterosexual A.

4.-Ambos C y A mantienen relaciones colaterales con los heterosexuales D y F.

De manera que el círculo de interacciones se amplía hasta el infinito, en tanto que no está delimitado
por las necesidades reproductivas, sino que incluye - sobre todo-las necesidades subjetivas de goce. Este
tipo de interacción, donde la exclusión no viene definida por la "consagración", precisa de individuos
que reequilibren el reparto mediante su autoexclusión altruista. A diferencia de lo que sucedía en las
sociedades primitivas, en las nuestras, estas mujeres que se autoexcluyen son mujeres que ya han
cumplido un mandato reproductivo, simplemente se autoexcluyen del mercadeo erótico, pudiéndose
dedicar eficazmente a otras tareas. Todo parece indicar que el rol de objeto erótico en la mujer es
incompatible con las múltiples presiones que tiene que aceptar y que proceden tanto del deseo de los
hombres, como del reparto del trabajo y de lo políticamente correcto: es decir, se trata de un modelo
condicionado por los "mass media" que son en definitiva los que transmiten las verdades deseables: las
verdades creenciales que comparte una comunidad.

Las enfermas de dolor crónico, a diferencia de las anoréxicas no se autoexcluyen del mercado erótico
antes de ser deseables, sino cuando perciben que ya no lo van a ser más. Algunas lo hacen coincidiendo
con un divorcio, abandono o separación que incluye cargas familiares y una quiebra económica
importante, otras lo hacen manteniendo una pareja estable, aunque las razones entiendo que son las
mismas: una forma masoquista de eludir cualquier intimidad sexual o de restringirlas al mínimo, cuando
la confrontación con la diferencia es ya insoportable. El ser humano tiene dos necesidades que
frecuentemente se encuentran en contradicción y casi siempre en alguna tensión: me refiero a la
necesidad de apego que es centrípeta y a la necesidad sexual, centrífuga. Lo realmente curioso de estas
necesidades es que casi siempre se anulan entre sí. Cuando se consigue un apego extraordinario con
una persona, es frecuentemente a costa de disminuir la actividad sexual, y viceversa. Hay algo en el
apego de incestuoso, de prohibido y de engorrosamente aburrido cuando se trata de compatibilizar con
el trato sexual. Las personas que conviven mucho tiempo juntas acaban por desarrollar una especie de
aversión entre sí (como sucede por ejemplo con los hermanos o con los padres demasiado invasivos),
una aversión naturalmente carnal que puede luego sublimarse en otras actitudes de tipo fraternal. Una
aversión que confirma el apego, pero que inevitablemente relega la sexualidad a un hecho testimonial y
rutinario. Quizá por esta razón, las sociedades opulentas han optado por la monogamia sucesiva, para
dar cuenta y gratificar estas dos necesidades de forma secuencial. Una estrategia de distracción que
permite a los hombres mantener la presunción - el espejismo-de ser sexualmente libres.

El alto número de mujeres divorciadas y solas, con responsabilidades familiares de crianza y con pocos
recursos económicos y educacionales, habla por sí mismo de la necesidad de cuidados que muestran
esas enfermas, desde la presentación de su dolor crónico y también de dos cosas más: de su incapacidad
motórica (su invalidez y dependencia) y de su desinterés sexual. Es precisamente aquí, donde anida la

130
imposibilidad de que el síntoma sirva para algo más allá de la queja: de ahí la imposibilidad de dejar de
quejarse.

¿Qué hombre tomará a su cargo una hembra dolorida, débil y sin interés por el sexo? ¿Qué médico
tomara a su cargo una queja sin fin, que no parece aliviarse con nada, ni con ninguna medida higiénica o
terapéutica? Es entonces cuando el médico - crispado-derivará el caso al psiquiatra, otro malentendido
que añadir al periplo vital de nuestra fibromiálgica que añadirá quizá entonces un nuevo estigma
psiquiátrico a su propio dolor.

El masoquismo neurótico pone a prueba el sadismo reprimido del interlocutor, que reaccionará
quitándose de encima a la paciente imposible, después de racionalizar su decisión. Efectivamente, hay
algo de insoportable en la escucha de quejas interminables y de dolores erráticos, que no parecen
responder a nada y que condena al médico a una sensación de incertidumbre y de desvalimiento. Es
precisamente aquí donde es posible observar el carácter de protesta de la queja de este tipo de
enfermas, una protesta que se ejerce desde la manipulación de la debilidad y desde la rendición y
desmoralización que muchas mujeres sufren y expresan a través de su propio cuerpo: un escenario
donde representar la violencia de la sexualidad y sus estragos imaginarios.

MASOQUISMO Y TRASTORNOS ALIMENTARIOS

Si el dolor es el lenguaje mediante el que la mujer neurótica

"comunica" su masoquismo, al objeto de manifestar su protesta respecto a su falta de contractualidad


sexual (y su miedo a ser abandonada por ello), los trastornos alimentarios, y concretamente la anorexia
mental, representan una retirada gozosa del mercado reproductivo. Efectivamente, no existe ningún
otro síndrome médico donde coexista tan claramente la enfermedad con la ausencia de poder genésico
como en la anorexia nerviosa.

Lo más interesante de la anorexia es que se trata de una retirada alegre, si la comparamos con la
retirada dolorosa de la que hacen gala las mujeres afectas de dolor crónico.

La anorexia mental se caracteriza por un cuadro de restricción alimentaria, que conduce a la -


generalmente-paciente adolescente hacia una pérdida de masa corporal que la lleva hacia una fórmula
hormonal prepuberal, que -inexorablemente-tiene como consecuencia una retirada de las reglas,
manteniendo - no obstante-la actividad física y la agudeza mental y la, casi siempre, ausencia de
depresión.

Lo curioso de esta enfermedad es que la anoréxica es estéril durante los años en que debería consolidar
una relación reproductiva sólida y duradera. Es verdad que muchas anoréxicas podrán quedar
embarazadas si su trastorno remite, espontáneamente, o por medio de cuidados médicos o
psiquiátricos, pero el origen de esta enfermedad - sean cuales fueren-sus causas orgánicas o
psicológicas, es que deja a la que la sufre fuera del mercado reproductivo, hasta que las reglas vuelven a
hacer su aparición. Considero a la anorexia un éxito de disciplina de la mujer, en cuanto a su motivación

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de retirada del mercado reproductivo. A diferencia de la bulímica - una forma fracasada de anorexia - la
paciente restrictiva ha conseguido su meta de situar su fórmula hormonal en un nivel prepuberal, una
autoesterilización.

Se ha dicho hasta la saciedad, y también se ha criticado igualmente, que la motivación para la restricción
alimentaria que lleva a cabo la anoréxica es a partir de su rechazo del rol femenino. Sin embargo,
Gordon señala la paradoja de que muchas anoréxicas y bulímicas son, por el contrario, mujeres que
adoptan un estereotipo hiperfemenino. Se trata de niñas que se acoplan perfectamente - al menos
durante algunos años-a este estereotipo, que incluye el deseo de agradar a los hombres. Esta
observación es tan cierta que algunos autores han llamado la atención acerca del interés por el
embellecimiento que muestran estas enfermas, incluso al borde la muerte por caquexia. Y es cierta,
sobre todo, durante el periodo en que la anoréxica se debate con su peso, con sus regímenes y
mantiene aun una silueta y aspecto redondos y femeninos, es decir, la mantiene mientras aun no ha
logrado ser anoréxica.

La tormenta emocional que apresa a la bulímica parece haber desaparecido en la anorexia. Una
observación que ha llevado a algunos autores a pensar que la bulimia no sería más que una forma de
transición a veces exitosa y casi siempre fracasada de llegar a convertirse en anoréxica. En la siguiente
tabla pueden observarse algunas diferencias significativas entre ambas entidades que hablan de una
continuidad evolutiva entre ambas dimensiones psicopatológicas:

ANOREXIA

BULIMIA

CONFLICTO

MADRE

PADRE

DESEO DE AGRADAR

SI

SI

ACTIVIDAD FISICA

HIPERACTIVIDAD

NORMAL

MENSTRUACION

NO

CONSERVADA

TIPO HORMONAL

PREPUBERAL

NORMAL

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PESO

BAJO

CONSERVADO

COMPETENCIA

ALTA

BAJA

TRASTORNO AFECTIVO

NO

SI

TR. PERSONALIDAD

A VECES

SI

DEPENDENCIA

NO

SI SUBSTANCIAS

DESEO SEXUAL

NO

SI

CAPACIDAD GENÉSICA

NO

CONSERVADA

RASGO PREDOMINANTE

PERFECCIONISMO

IMPULSIVIDAD

Aunque es cierto que no todas las anoréxicas comienzan siendo bulímicas -y no necesariamente las
bulímicas acaban siendo anoréxicas-es más que obvio que existe una continuidad entre ambas
entidades como parecen indicar las entidades intermedias: la bulimarexia, el trastorno por atracón o las
bulímicas de bajo índice corporal. Mi opinión es que ambas

"entidades" son la representación de un mismo conflicto psicológico y también antropológico: las


anoréxicas, con habilidades instrumentales superiores a las bulímicas, resuelven "exitosamente" este
conflicto, que no es otro sino el de retirarse temporal (o definitivamente) del mercado reproductor.

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Las niñas tienen una pubertad difícil, donde no sólo tienen que integrar los cambios corporales que se
manifiestan en su cuerpo, sino también encajar las múltiples demandas, a menudo contradictorias que
recaen sobre ellas, desde la familia, el sistema educativo o los propios medios de comunicación.
Encajarlas en su propia personalidad, con su identidad sexual pregenital y con sus anhelos e ideales. Este
proceso necesita un tiempo de "descanso", un tiempo en que puedan mantenerse alejadas del deseo de
los hombres, un tiempo donde puedan articular los conflictos derivados de los discursos sociales e
integrar un esquema corporal nuevo, con el progresivo desarrollo de sus caracteres sexuales
secundarios: una novedad que añadir a este escenario tormentoso y complicado por la mitología
compartida con sus iguales, que ya no parece proceder tanto de la propia familia, sino de los modelos
sociales que operan como referentes, mucho más importantes que los propios esquemas familiares de
origen.

A este periodo de "descanso" se le ha llamado desde el nacimiento del psicoanálisis fase de latencia, un
periodo que se supone vinculado a las demandas de aprendizaje por parte de una sociedad compleja. Se
suponía que durante esta fase, la niña se encontraba a salvo de los fantasmas sexuales edípicos, ya
había completado su identidad sexual y que derivaba su curiosidad - originariamente sexual-hacia otros
"sublimados" que terminaban por ampliar el campo de sus intereses y conocimientos teóricos e
instrumentales.

Es más que obvio que esta fase de latencia es un constructo pensado para las sociedades opulentas,
dado que en las sociedades primitivas, las niñas hacen coincidir más o menos su matrimonio con su
emergencia adolescente. Es natural, porque aquellas sociedades son muy protectoras y sus miembros
no necesitan aprender nada que vaya más allá de las habilidades para su propia subsistencia. El
problema parece complicarse cuando esas niñas tienen que desarrollarse sexual e intelectualmente en
una sociedad compleja, donde tienen que atender simultáneamente a múltiples demandas e ideales
internalizados de forma a veces contradictoria. Se ha señalado con cierta razón a los medios de
comunicación como mediadores en los mitos de la belleza o del rendimiento. Es verdad que las
muchachas jóvenes se ponen a dieta no por motivos religiosos, como en la Edad Media hacían las
precursoras de esta curiosa enfermedad, sino por motivos estéticos y también por motivos de control
sobre su propio cuerpo. Aunque con todo, no comparto la opinión reduccionista de que los creadores de
moda "tengan la culpa" de la eclosión epidémica de esta enfermedad en las últimas décadas. Más
importante me parece la niversalización de la oferta y demanda sexuales que la propia presión por
alcanzar una belleza ideal.

De haber algo nocivo en los medios de comunicación, me parece mucho más importante la convicción
difusa de que todas las mujeres deben estar disponibles, todo el tiempo y compitiendo entre sí, para
acercarse al ideal masculino de la libre accesibilidad. Convicción difundida hasta la saciedad en filmes,
series, y en cualquier formato que en forma de historia ejemplifique, opere como un adoctrinamiento
donde la crítica sea imposible. La narrativa es de hecho incontestable - por omnisciente-al contrario de
la publicidad, dado que no pretende informar o enseñar, sino simplemente narrar, lo que puede hacer
de ella una publicidad encubierta muy peligrosa, porque va más allá del adoctrinamiento implícito en la
propaganda, pero crea mitos, desfigura ideales y propone entornos de relación que terminan por
aparecer como deseables e inevitables. La sobreexposición a escenas sexuales es universal, del mismo
modo que sucede con la violencia. El metamensaje que llevan explícito este tipo de historias de
literatura, cine, concursos o películas, es que no existen tabúes: lo que significa que cualquier mujer es
susceptible de desear o ser deseada por un hombre o varios, lo que deja a la mujer (adolescente)
desprotegida sobre su propio deseo y confundida respecto a su misión prematrimonial
(prerreproductiva), que no es otra sino la de articular las suficientes habilidades prácticas para encontrar
un compañero idóneo para el proceso de reproducción y crianza, al mismo tiempo que es elegida por él
como objeto erótico.

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Operar como objeto erótico y al mismo tiempo ser eficaz en rendimientos instrumentales o intelectuales
es una demanda demasiado complicada para algunas mujeres, al menos en determinada edad. Las
habilidades de "nursing" y "teaching" también aparecen disociadas en los modelos sociales de los
mamíferos, concretamente en los simios. Criar niños y enseñar a los niños son habilidades que
requieren cierta especialización, y no es raro encontrar estas actividades separadas en algunos simios
que conviven en grupos organizados (jerarquizados). Ha señalado Demaret, que la anoréxica es una
magnífica cuidadora de niños y proveedora de alimentos, aunque no sepa cuidar de sí misma (ni pueda
tener hijos propios). Este mismo autor ha señalado la ausencia de niños pequeños en la fratria de la
anoréxica en el momento de la eclosión de la enfermedad. Parece que el hecho de cuidar niños protege
a las adolescentes de padecer un trastorno alimentario, aunque esta observación no ha podido ser
replicada adecuadamente.

En este modelo antropológico de pensar las cosas, la anoréxica sería una mujer adolescente que por
razones desconocidas ha eliminado de su catálogo desiderativo el deseo sexual, esto es, su potencial
reproductivo, manteniendo - no obstante-su función de "teaching" perfectamente operativa. Según
Devereux, estos trastornos étnicos se deberían a:

Una extensión o exageración de conductas y actitudes normales dentro de la cultura de origen, que a
menudo incluyen conductas por lo general muy valoradas.

Como - por ejemplo-ponerse a dieta, pero también la función del "teaching". Esta función de "teaching"
está encomendada en los simios a las "tías", es decir, a las hermanas de la madre, en ausencia de ellas,
serán las hijas jóvenes las que operaran desde ese rol. Al parecer y siempre siguiendo los estudios de
Demaret, la "tía" es una institución social importantísima en los primates, porque permitiría la descarga
de la crianza en la madre, al propio tiempo que robustece los roles de apoyo intrafamiliares y favorece y
amplía el "prestigio" de la madre. Generalmente las "tías" son hembras infértiles o menopáusicas a las
que se les concede un rango de "conductoras" en las manadas o en la vida comunal. Se trata pues de
mujeres consagradas a la tarea del "teaching". Al margen de esta interpretación antropológica que hace
referencia al reparto del trabajo, cuestión que en opinión de algunos autores se encuentra en el centro
de la cuestión que nos ocupa, es evidente que las anoréxicas son aquellos casos individuales que han
sucumbido a la "tiranía de la delgadez", una presión informe ejercida desde el cuerpo social. Se trata de
una opresión que no sólo implica valores estéticos, sino sobre todo de eficacia en el control del propio
cuerpo, es decir, una tiranía sobre los rendimientos. Pero no se trata de una dictadura cualquiera, sino
de un ejercicio cuyas consecuencias prácticas son la retirada de las reglas, es decir, la aniquilación del
deseo y la disponibilidad reproductiva. Sin embargo, los trastornos alimentarios en este contexto de
víctimas de la tiranía de la delgadez presentan una paradoja. ¿Es la anoréxica una rebelde, que expresa
con su cuerpo esa contradicción social, o más bien se trata de una perfecta metáfora conservadora del
deseo de los hombres llevado al paroxismo?

Lo realmente curioso de la delgadez es que es un valor heterosexual, un valor que las mujeres
internalizan a partir del deseo de los hombres, un deseo contradictorio que incluye la masculinización de
la mitad inferior del cuerpo y una feminización de su mitad superior25. Ni qué decir, que ninguna dieta
puede conseguir este modelo andrógino ideal. La delgadez - sin embargo-es muy poco frecuente en el
deseo femenino homosexual. Las lesbianas están muy poco representadas entre las afectadas por
trastornos alimentarios, a diferencia de los homosexuales varones, cuya búsqueda de la delgadez parece
una internalización de los ideales masculinos con respecto al cuerpo de la mujer. Mi opinión es que si la
norma es la delgadez, su antinorma - la obesidad- es mucho más transgresora que la propia delgadez y
se encuentra más cercana a la concepción que del erotismo he hecho a lo largo de este libro, como

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condición para el placer individual. En opinión de Gordon, esta contradicción o ambivalencia es la seña
de identidad de un trastorno étnico:

Exageran los valores culturales de modo que representan tanto una afirmación como una negación de
los ideales más apreciados de una sociedad. Por ello las respuestas que obtienen son ambivalentes: por
una parte son vistas como parias, rebeldes o desviadas y por otra evocan respuestas de admiración,
envidia e incluso respeto. (Gordon , "Anorexia y bulimia", pg. 197).

Estos valores sociales que representan "la norma" o la deseabilidad social, contienen por su propia
definición una condena de sus opuestos, en términos categoriales son los siguientes:

VALOR

CONTRAVALOR

La delgadez

La obesidad

La autonomía

La dependencia

La eficacia o rendimiento

La ineficacia y el fracaso

a belleza

La fealdad

La dominancia

La sumisión

El trabajo remunerado

El trabajo doméstico

La juventud

La vejez

Como se observará, los valores vienen definidos socialmente y llevan en su misma definición colgando a
su opuesto, que se constituye en un (En este sentido algunos autores como Dorfman y Leder se han
preguntado: ¿es femenino el masoquismo en la mujer?. ¿O más bien se trata del negativo del deseo
(masoquista) de los hombres?) antivalor. Un antivalor que en ese momento preciso se transforma en
una especie de transgresión de la norma deseable. Es decir, en una perversión, en algo extravagante que
es necesario ocultar, maquillar. En algo vergonzante que supone la pérdida de control, o de valor, por
parte del que la sustenta, en suma, la pérdida de su prestigio social. En ocasiones incluso estos
contravalores pueden erigirse como valores a seguir, perturbando o desafiando nuestro propio
concepto de belleza, como se hace desde determinados movimientos artísticos.

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Un objeto de la vida cotidiana, igual a si mismo o a la serie que le representa, es un icono postmoderno
ejemplar para representar la igualdad de la belleza en un contexto democrático, donde la belleza ha
desaparecido como Ideal (Andy Warhol) La anorexia - sin embargo-no representa un Ideal, sino su
esperpento, y en este sentido no puede ser considerada una perversión, en tanto que no representa una
condición erótica para el goce individual, sino más bien una hiperadaptación exagerada a las demandas
sociales que tratan de preservar la belleza en un cuerpo, que se exhibe como el resultado del triunfo del
"control" y del ascetismo sobre los impulsos biológicos del hambre. Un éxito del control sobre el cuerpo
y sus servidumbres, que aunque no se trasciendan en una actitud religiosa, toman de aquella el
ascetismo, la renuncia y el sacrificio, aunque sus objetivos hayan sido modificados socialmente.

Si la delgadez es un valor de prestigio y "contractualidad" social, habrá individuos que se posicionarán


en torno a él, de un modo u otro, dependiendo de la eficacia que hayan podido desarrollar en cuanto a
su mantenimiento. Otros se situarán alrededor de su esperpento (anoréxicas) y otros renunciarán a él,
constituyéndose en la encarnación de un contravalor (obesidad).

Lo realmente curioso y paradójico de este juego de "escape del valor" es la propia definición del valor.
La norma es tan arbitraria y tan imposible de alcanzar, que no hay más remedio que preguntarse acerca
del origen de la misma. De por qué la delgadez es un valor y sin embargo no lo es la escasa inteligencia o
la locura. Se trata además de un valor que nada tiene que ver con lo sagrado, y de ahí la confusión en
torno a su transgresión, se trata de un valor caprichoso, arbitrario, que no significa nada, un valor
anómico. Se trata de un pastiche desiderativo de las sociedades opulentas, donde no se conserva nada
de un rastro sagrado que pudiera legitimar su prescripción. Al contrario de los tabúes, no representa
nada excepto un precepto social, un consenso de los mercaderes.

¿Es posible que estos preceptos sociales hayan desplazado a los tabúes arcaicos, que representaban
atajos y bloques de información moral que tratan de regular la convivencia en los humanos?

Es comprensible que la belleza sea un valor en sí mismo, lo que resulta paradójico es cómo la belleza
viene definida por patrones culturales, que tienen que ver con la salud, la mitología de la energía física,
el deporte y la manipulación del cuerpo hasta hacerlo un ideal inalcanzable para la mayoría de personas.
De ello se encargan tanto los médicos, con sus discursos clínicos y actitudes quirúrgicas, tanto como los
medios de comunicación. La ecuación salud = vigor = delgadez = belleza, ha logrado penetrar de tal
modo en el inconsciente colectivo del hombre occidental, que se ha constituido en un precepto
universal, la misma utilidad que para el hombre primitivo suponían los tabúes relacionados con la
menstruación, la carne humana o el adulterio. Si la ruptura u obsolescencia de determinados tabúes ha
hecho que sean suplantados por otros de corte tecnológico, es una pregunta que corresponderá
responder a los antropólogos. Me interesa - no obstante-señalar que la anorexia existe en tanto existe
una veneración de la delgadez y una demonización de la obesidad, y que esta enfermedad toma
prestados elementos ascéticos de sus predecesoras, las ayunadoras santas o las artistas del hambre,
mudando su cuadro clínico y adaptándolo a las "exigencias culturales" actuales, aunque dejando
entreabierta la máscara de renuncia (sexual), y sacrificio (corporal) que aquellas sostuvieran, con otros
fines distintos a la de adaptarse a una belleza imposible. En este sentido, la anorexia, junto a la
obesidad, de igual modo que el masoquismo erógeno (que pone patas arriba el paradigma de la
igualdad) podrían constituirse, no ya en la consecución de un ideal, sino interpretarse como la
hiperadaptación a mandatos profanos: sumisa en la delgadez o la negación de cualquier ideal en la
obesidad.

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MASOQUISMO Y OTRAS PERVERSIONES

Si es cierto que las perversiones no representan sino distintas cualidades del goce individual, es
predecible que existirán correspondencias entre ellas y que coexistirán usualmente más de una en una
misma persona. Así sucede en realidad.

Es muy frecuente encontrar combinaciones diversas en casi todas las perversiones, como ya hice
mención al abordar el fenómeno del fetichismo. También los rasgos exhibicionistas son frecuentes entre
las parejas sadomasoquistas o entre las fantasías de mujeres masoquistas, sobre todo si se trata de la
exhibición forzada. Muchas mujeres se someterán a alguien si es capaz de conectar con sus pulsiones
exhibicionistas y llevarlas a cabo a partir del deseo de otro, dado que el Amo habita en el espejo (Amo
"es la conciencia que es para sí, pero ya no simplemente el concepto de ella, sino una conciencia que es
para sí, que es mediación consigo a través de otra conciencia, a saber: una conciencia a cuya esencia
pertenece el estar sintetizada con el ser independiente o con la coseidad en general" (Hegel)) , en la
mirada. Lo más interesante del exhibicionismo es que es una conducta que sólo parece ser legítima
(como el goce perverso), a partir de una cierta condición impositiva, ya hemos visto que se trata de una
falacia impositiva, pese a lo cual y quizá por eso, libera "de facto" al exhibidor de su responsabilidad. La
búsqueda de situaciones de riesgo, el coito en lugares públicos, tanteando la posibilidad de ser
descubierto y por tanto merecedor de algún tipo de sanción, parece encontrarse entre el catálogo de
goces de algunas personas y forman parte del repertorio sofisticado que muchos contemplamos en
películas como Nueve semanas y media, verdadera biblia del masoquismo light.

Lo que me parece una cualidad distintiva del exhibicionismo entre hombres y mujeres es precisamente
el carácter compulsivo del exhibicionismo masculino en comparación con el carácter manipulativo del
exhibicionismo de las mujeres. En realidad, este carácter de compulsión o de "fuerza irresistible", con el
que parecen manifestarse determinadas perversiones como el exhibicionismo o la pederastia, se
refieren casi siempre a las perversiones ilegales, practicadas más frecuentemente por los perversos
masculinos. Si comparamos estas conductas por sexos, veremos que en las mujeres casi nunca son
percibidas como impulsos emergentes, sino como conductas que precisan de una legitimación para otra
persona, de otra mirada. Como dice Lorca:

Hay barcos que en la noche,

buscan ser mirados

para naufragar.

El exhibicionista masculino busca en la sorpresa de su exposición, el asombro y la perplejidad de su


víctima, mientras que la exhibicionista femenina lo que busca es "ofrecerse como objeto erótico", ser
deseada, evocar una mirada y escapar. En este tipo de conductas hay mucho de provocación y de
manipulación y también de riesgo, por lo que muchas mujeres optan por hacer este tipo de juegos en
pareja, estableciendo con ella una especie de contrato sado-masoquista que incluye la exhibición
forzada. Sin embargo, no he conocido nunca ninguna mujer exhibicionista que sienta ese impulso como

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algo irrefrenable, probablemente porque el exhibicionismo femenino no es ilegal y por tanto no está
sujeto a sanción alguna.

En este sentido, baste como muestra esta confesión que (Utilizaré adrede el término confesión para
referirme en toda la obra a las manifestaciones realizadas por pacientes en contextos clínicos, al
entender que este tipo de confidencias se hacen con el fin de obtener perdón y reconocimiento, tal y
como señala Foucault, con la diferencia de sustituir la penitencia por la terapia.) me hizo una paciente
exhibicionista durante su tratamiento, al que solía acudir sin bragas. Una vez confrontada con este límite
que le impuse para seguir en tratamiento, me confesó:

"Me gusta ir sin bragas porque los hombres te miran, ¿Llevará o no llevará?".

Donde parece evidente el ofrecimiento como objeto erótico, ligado a la ambigüedad de su propuesta.
Sin embargo, un exhibicionista masculino que tuve en tratamiento durante años debido a una permuta
de su condena, que el juez le había impuesto para no procesarlo, me confesaba abiertamente.

"La verdad es que no sé por qué lo hago. Es una tontería". Donde puede evidenciarse el extrañamiento y
la alienación respecto a sí mismo y a su propia conducta. El paciente sentía que su impulso
exhibicionista era irrefrenable, a pesar de la evidencia de que mientras estuvo conmigo en tratamiento
por prescripción judicial, no reincidió. Es más que obvio que existe una correlación entre la sanción
jurídica de determinadas conductas y el sentimiento de alienación con respecto a ellas, en este caso la
simple tutela psiquiátrica bastó para que esta conducta cesara durante años. No ya porque ser un
libertino no es una categoría deseable, ni reconocible, sino además porque la Psiquiatría y la Ley
intervienen de oficio para sancionar esta inocente actividad sexual periférica, que al ser sustraída del
catálogo de conductas intencionales, se desplaza a un lugar donde no puede sino ser sentida como una
actividad alienante, impuesta desde alguna lejana instancia y enloquecida. De lo que se trata, al parecer,
es de mantener opacas las relaciones entre placer y poder, mediante la diseminación de conductas
específicas que puedan ser filiadas, y por tanto ser reintroyectadas como categorías en el ser humano
individual. Conseguido este objetivo, el Poder puede volver a ser indulgente y permisivo.

Además del fetichismo y del exhibicionismo, el travestismo es también una actividad, más frecuente de
lo que pudiera pensarse y que tiene que ver con el masoquismo y también con el fetichismo. Todo
travestismo es un caso especial de fetichismo. Por una razón que se me muestra esquiva, a muchos
hombres les gusta disfrazarse de mujeres y no dejan de hacerlo a la menor oportunidad legítima, como
son las fiestas de disfraces o los carnavales, fiestas profanas que sacralizan y prescriben la transgresión.

Al margen de estas oportunidades legitimadas por la costumbre, los hombres travestistas, lo hacen en la
intimidad. Simulacro de unos y de otros, socializado el uno, íntimo el otro. Una intimidad homo u
heterosexual y como mecanismo de retardo o un preliminar erótico. Al parecer, esta tendencia y este
goce de vestirse de mujer tiene que ver con la suspensión fotográfica de la que hablaba Deleuze. El
travestista se mira en el espejo y detiene así el transcurso de los hechos y deniega de la castración, a
veces incluyendo entre sus sevicias la de ser suspendido (literalmente), una forma de dramatizar
precisamente el juego erótico que desea, la suspensión (metafórica) o detención del tiempo. Al ser él,
un hombre vestido de mujer, capta aquella imagen infantil que según la teoría clásica le permite escapar
del horror ante la diferencia. Contrariamente a lo que puedan pensar los profanos, no todos los
travestistas son homosexuales. Casi siempre el ejercicio del disfraz se suele hacer en soledad, situación
ideal para captar esa instantánea precipitada, ese No que permite al sujeto escapar a lo que por cierto

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sabe, dado que no está tan perturbado como para confundir su sexo biológico. La denegación no es lo
mismo que la negación, dado que generalmente el travestido sí

sabe que es un hombre y sí sabe que las mujeres carecen de pene, al contrario de los transexuales. Esta
es la teoría clásica, aunque caben otras interpretaciones, que entroncan con el hecho cultural de la
androginia. La postmodernidad se caracteriza por el trasnsexualismo, el transeconomicismo, el
trasnesteticismo y la transpolítica, esto es la búsqueda de negación de las diferencias. Baudrillard pone
el ejemplo de Michael Jackson como icono postmoderno, una imagen de transvestista frankesteniano,
que supera en un solo cuerpo el discurso del mestizaje y de la diferencia sexual: un ídolo de síntesis,
para ser adorado por los fieles que reniegan de la diferencia .

El hecho de que la mayor parte de travestidos sean hombres, habla por si mismo de qué trata de
conseguir el varón que se disfraza de mujer: detener un instante y visionar en su propio cuerpo,
recreándolo, la fotografía de una madre fálica, imposible por tanto de poseer (o de ser poseído por ella).

Precisamente, el masoquismo masculino se establece sobre este pacto, sobre este malentendido: "Seré
tu esclavo en tanto en cuanto no te muestres tal como eres, no muestres tu desnudez y tu carencia y te
muestres inaccesible para mí".

Sólo en los casos más graves, donde existe además un severo trastorno de identidad, podemos
encontrarnos con incursiones más o menos vergonzantes del travestido en busca de ser mirado,
observado o descubierto, que indica además la necesidad de otra mirada para dar crédito, una mirada-
testigo que añadir a la propia.

Un paciente trasvestista, me hizo una vez la siguiente confesión:

Mi ilusión es poder vestirme de mujer y atreverme a salir de casa, aunque sea en coche.

Este mismo paciente que tenía una sexualidad tan infantil y poco diferenciada que daría la razón al
propio Freud en sus formulaciones originales, nunca había tenido relaciones sexuales completas,
aunque declaraba que era homosexual. Sus experiencias y actividades homosexuales se limitaban a
escarceos extragenitales, y a la imposibilidad de mantener una relación mínimamente continuada con
alguien. Un día, iluminó a partir de una frase una de las claves para mi comprensión del masoquismo y
de cualquier perversión:

Me gusta acostarme con chicos y que me abracen fuerte, muy fuerte, para no morirme solo.

En mi opinión, este estado prepsicótico de perceptividad entronca con la clave de cualquier goce
perverso, la denegación que se hace de la muerte, no sólo en la reproducción, sino en la sexuación
misma, y en este caso, en la soledad. Una soledad percibida como límite, más allá del cual, sí

existe el NO definitivo: la ausencia y la discontinuidad perpetuas.

140
SEGUNDA PARTE

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5.-MASOQUISMO Y ESPIRITUALIDAD

"Abdicar de la libertad me ha hecho libre"

José Luis Sampedro

Si la sexualidad no contuviera en sí misma un germen de violencia, sería impensable que estuviera


reprimida de forma universal: una prohibición que se acata en nombre de las conveniencias o de la
religión, de la ideología o del compromiso social, porque en el fondo, la sexualidad es engorrosa de
administrar por parte del ser individual. La sexualidad genera pasiones y locura, pendencias, vergüenza y
culpa, es abyecta o sublime, fuente de inspiración o desasosiego, pero en su naturaleza se encuentra
contenida la clave de su prohibición, por una instancia informe y prehumana, una prohibición que se
soslaya mediante la transgresión de sus artículos, a esta transgresión le he llamado - hasta ahora-
erotismo. Erotismo, que es indivisible del sacrificio del cuerpo y de la sumisión aceptada en nombre de
una instancia supraindividual, conectada a través de estados emocionales como la agonía y del éxtasis,
con el ser humano individual.

Es cierto que la violencia sexual resulta inapreciable en las prácticas comunes, en las prácticas regladas y
conyugales que cualquier sociedad considera como legítimas, sin embargo, el temblor de su presencia
es absolutamente visible en las perversiones, en todas ellas y también en algunas de sus posibles
transgresiones no catalogadas como clínicas: el desfloramiento de una virgen, en el adulterio, la
violación, en la prostitución o en cualquier versión de lo infame.

Es totalmente invisible (parece haber desaparecido por completo) en aquellos estados que buscan,
precisamente, una institucionalización de su soslayo, mediante el celibato voluntariamente aceptado,
sea trascendente o por incompatibilidad con una causa. En los estados de renuncia instintiva que se
enmascaran detrás de una elección de sacrificio altruista. Si el erotismo es, precisamente, el derroche de
sensualidad que el hombre inventó para transgredir la regla de la prohibición sexual, el ascetismo es
precisamente su contrario: el goce reinterpretado desde el otro flanco, el goce de la restricción, un
ahorro de energía sexual que se invierte y se polariza desde otra posición, persiguiendo no obstante el
mismo objetivo, el rastro de "lo numinoso". No olvidemos que el sacrificio procede no sólo
etimológicamente de lo sagrado, sino que cualquier tráfico de relaciones del hombre con lo divino,
incluye siempre un sacrificio. Un sacrificio humano.

Lo numinoso podría transcribirse como "lo que es totalmente ajeno" o bien "lo totalmente otro". El Otro
con mayúsculas, cuyo representante moral es la represión, dado que es, precisamente, esta instancia la
que consigue a duras penas introducir al hombre en el seno de la cultura (de la renuncia). En este
sentido, identifico lo numinoso con la represión, pero estoy lejos de considerarla un mecanismo
psicológico individual como imaginaba Freud. Creo que es más bien una instancia que opera desde
afuera de nosotros, alienando y desalienando al ser humano individual, por medio de preceptos y
prohibiciones como también de alivio y protección. Una instancia que es internalizada de forma desigual
por los individuos y también transgredida de forma distinta y con suerte y ropajes diferentes. En mi
opinión el acceso al "numen", tiene dos vías, la vía erótica y la vía espiritual. A esta vía voy a dedicar este
capítulo.

Ya he dicho que el problema que tienen planteado los entes individuales humanos es la incapacidad de
obtener una sensación permanente de continuidad entre ellos. Siendo como somos tan parecidos, tan

142
semejantes, parece que nuestra condición nos empuja constantemente hacia una búsqueda de
diferencias individuales. Tenemos tanto horror a la igualdad como a la diferencia.

El ser humano nunca termina de perder la nostalgia por la completud extraviada en la ardua tarea de
construirse un Ego, una identidad propia y su vida, al menos la vida de algunas personas se caracteriza
por una búsqueda que trata de recuperar la continuidad perdida o el "sentimiento oceánico" del que
hablaba Rolland en 1923, la fusión con el Todo. Una búsqueda que es constante en la vida de aquellos
que tuvieron pérdidas precoces o que sufrieron exilios emocionales. Una dificultad sobreañadida es que
nuestro apego por los seres queridos, no es más que una ilusión que viene a desaparecer con su muerte,
con el abandono o con la decepción. Hay algo en las relaciones, en los vínculos humanos, que les hace
tender hacia el desengaño o al aniquilamiento. De modo que el miedo por la pérdida sobrevuela de
principio a fin en la vida de los hombres, desde el momento en que osamos establecer vínculos afectivos
con otros, entes individuales y discontinuos como nosotros mismos. Aun así, lo hacemos
constantemente, sucediendo con frecuencia que la amargura por las sucesivas pérdidas y decepciones
va agrandando el abismo de discontinuidad que sólo los adolescentes y los niños parecen soslayar con
sus actitudes de fraternidad o amor universales. Por eso, quizá, se les llama

idealistas. Porque creen que es posible reconstruir con los iguales la continuidad perdida en la primera
infancia donde usualmente fuimos dioses.

La omnipotencia infantil es el rastro que conservamos individualmente de la fusión perdida con el Todo,
al menos con esa parte del todo que es posible preservar no ya desde el recuerdo sino desde una
remota sensación de plenitud y completud que opera desde fuera del lenguaje: una sensación que es
inefable.

Lo común es que los adultos sepan a una determinada edad que es imposible lograr esa continuidad con
sus iguales y se refugien en el egoísmo bienpensante, el egoísmo posible que hace que "cada cual vaya a
lo suyo", sin intentar modificar nada ni a nadie. Esa es, según todos los datos contrastados por mí, la
creencia y la actitud más popular entre los adultos. Por eso, a medida que envejecemos y vamos
acumulando decepciones, nos hacemos más egoístas, es decir, ya no queremos a nadie o todo lo más a
nuestras "prolongaciones", eso es, se considera normal, aunque se critique en privado, sobre todo
cuando ese egoísmo nos resulta intolerable para nuestro propio bienestar.

Perder a alguien querido es usualmente insoportable para los humanos, se trata de vivir la muerte por
anticipado. Quedarse solo, es decir, ser consciente, vivir de forma corpórea esa discontinuidad, ese
aniquilamiento del ser es intolerable para la mayor parte de los humanos acostumbrados como estamos
a vivir la ilusión de una complementariedad posible. Por eso formamos parejas y familias, tejemos un
círculo de amistades, nos asociamos y somos - en definitiva-gregarios, porque la soledad es un anticipo
de la muerte. Es la muerte - precisamente-lo que las personas comunes tratan de eludir y de bordear sin
acercarse demasiado a ella. Algunos, hasta intentan renegar de la misma, exponiéndose a situaciones de
riesgo, otros suicidándose, basándose en la conocida máxima de que "morir" no es lo mismo que
"matarse", aunque fácticamente sean equivalentes.

Hay personas que por razones de su propia historia individual,

"eligen", se posicionan frente a este dilema haciendo todo lo contrario de aquellos que pretendían
bordear la muerte a través del erotismo. Tampoco enferman a causa de él como hacen los neuróticos ya
descritos en anteriores capítulos, van por otro camino, simplemente renuncian voluntariamente a la
sexualidad, a la violencia, y dedican su vida a perseguir un ideal. Ideal que generalmente va asociado a
fuertes restricciones, renuncias y sacrificios individuales. Es obvio que estas personas son
frecuentemente violentas y extraordinariamente sensuales, de ahí la frecuente asociación entre su
conducta y la psicopatología. Mi opinión, sin embargo, es contraria a esta hipótesis, creo que la vía

143
espiritual es un camino extraordinariamente exitoso para resolver determinadas encrucijadas de la
personalidad del mismo modo que el masoquismo erógeno puede resolver frecuentemente duelos e
identificaciones morbosas, mediante el mecanismo de escapar o trascender a la propia subjetividad. La
subjetividad tiene algo de alienante, de siniestro, algo que conecta con la "fantasía del doble", esa
fascinación humana por un mundo sin diferencias, una multiplicación infinita de lo Mismo. Quedar a
merced de otro, de una tarea o de una misión puede ser para algunas personas más creativo o
tranquilizador, que sucumbir alienado por la propia Mismidad. Es obvio que existen muchas personas
que acometen esta tarea desde una posición laica, como Simone Weil. Otras desde una fuerte
convicción del sentido de mis ión, como Lawrence de Arabia, personas apasionadas que vivieron su vida
con un profundo desgarro. Unos desde el compromiso social, y otros desde el lado de la gesta. Creo que
todos ellos merecerían de alguna manera estar en este capítulo, porque todos ellos sacrificaron y
exhibieron en su vida pública fuertes componentes sadomasoquistas. Y distintas formas de acometer la
gestión de sus pulsiones agresivas, convirtiéndose quizá en masoquistas trascendentes.

Voy a dedicar este capítulo a aquellas personas que derivaron su búsqueda hacia el lado de la
espiritualidad propiamente religiosa. Se trata de saber si el ascetismo, el misticismo o la espiritualidad
tienen algo que ver con el masoquismo, con esa constelación que llamamos masoquismo, y que de
alguna manera se manifiesta en todos y cada uno de nosotros desde diversos ángulos y fórmulas de
compromiso con la agresión. No obstante, aclararé desde este preciso momento que no intento hacer
una patografía, ni un análisis psicoanalítico de ninguna de las obras que me merecen más consideración
para ilustrar este capítulo: los místicos españoles. No estoy de acuerdo con aquellos que pretenden
retrospectivamente-diagnosticar o etiquetar determinadas experiencias místicas, rotulándolas de
experiencias histéricas o epilépticas, tratando a personajes históricos como si fueran coetáneos
nuestros. Si Santa Teresa de Jesús era una epiléptica o no, no sólo es algo indemostrable, sino
irrelevante, y además pone patas arriba el paradigma clínico, porque creo que ese tipo de fenómenos
son precisamente la encrucijada que los psiquiatras precisamos para constatar que no toda experiencia
individual es susceptible de categorizar, aunque el cerebro, naturalmente, posee estructuras comunes
para la expresión vivencial tanto en las psicosis, como en los estados normales (Por no hablar de los
conocidos estados modificados de conciencia, entre los que se cuenta el éxtasis, el trance o el sueño).
No les considero pues casos clínicos (aunque presentaran alguna psicopatología), sino personas que
vivieron profundamente desgarrados por una búsqueda.

Es verdad que muchos enfermos mentales tienen trances de posesión mística, pero basta mirar la
televisión en algunos programas de "reality shows" para caer en la cuenta de que las experiencias
inusuales no solamente las tienen los enfermos mentales y los fingidores, sino también personas
absolutamente cuerdas. Es verdad que casi siempre fanáticas, pero el fanatismo no siempre es una
enfermedad y hay que recordar que hay fanatismos tan bien integrados en su contexto histórico que no
son detectados como tales y pasan desapercibidos, o que incluso son alentados por los propios medios
de comunicación. Si hay algo que choca en las experiencias inusuales de nuestros visionarios
contemporáneos no es tanto la extravagancia de su experiencia sino la extemporaneidad de la misma,
su obsolescencia, como sucede en las apariciones marianas, en una época en la que ya nadie cree en la
virgen. Cuestión no tan bizarra, por ejemplo, en la Ávila medieval y en una Europa convulsionada por la
Reforma, que precisaba de contínuas confirmaciones por parte de los creyentes católicos, de la verdad
de sus creencias.

Toda creencia o toda extravagancia posee un "timing" y una lógica, que hace que, debidamente
contextualizada, pierda parte de valor de experiencia clínica que la Psiquiatría actual, de un modo
reduccionista, pretende clasificar de forma retrospectiva. Los "arrobamientos" de Santa Teresa hoy
pueden ser interpretados por un psiquiatra -efectivamente-como una alucinación o un estupor histérico,
pero considerando la época en que se produjeron, en su contexto personal, este tipo de experiencias no

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pueden ser despachadas con una etiqueta diagnóstica sin más, ignorando el enorme potencial creador y
reformador de los individuos que - habría que decir-las sufrieron.

Usualmente, el paradigma histórico y el paradigma clínico se sitúan en una tensión permanente cuando
no entran en franca contradicción. No es mi propósito añadir un nuevo paradigma, sino examinar los
fenómenos ascéticos desde el punto de vista de lo que hasta ahora he llamado sadomasoquismo: una
constelación sindrómica derivada de la propia naturaleza del acto sexual y mantenida por la genealogía
de la moral que se le opone como medida cautelar de convivencia, pero también como expresión del
dominio social de unos sobre otros.

El acto sexual es un acto violento a la vez prohibido y transgredido, a través del cual los humanos (tanto
los hombres como las mujeres) tenemos la sensación de acercarnos en cierta plenitud a la continuidad
que añoramos desde que perdimos a nuestra madre, allá en nuestra primera infancia y tuvimos que
crecer, a golpe de decepciones y de adversidades. Más aun en aquellos que la perdieron literal y no sólo
metafóricamente. Si desde el punto de vista cósmico lo numinoso es aquello trascendente,
transindividual y transhistórico que nos permitiría una comunión perfecta con la totalidad, desde el
punto de vista de la psicohistoria individual, este estado de Nirvana se encuentra en los periodos
precoces de nuestra fusión simbiótica con nuestra madre o incluso más allá, en los estados anorgánicos
anteriores a nuestra restringida visión del mundo.

El niño al nacer no tiene, debido a la inmadurez de su sistema nervioso, conciencia de su propia


existencia, no existe un Yo propiamente dicho, no hay aun conciencia, ni por tanto autoconciencia. Sólo
una perceptividad difusa y creciente. El niño es tan inepto desde el punto de vista sensorial y motor que
moriría si no fuera criado, acariciado y estimulado mediante el lenguaje de signos que la madre
entrelaza a fin de estirar de su corteza cerebral. Es precisamente mediante el apego, el alimento y el
lenguaje, como el niño madura desde un sentimiento de alienación hasta un sentimiento de vinculación
propiamente humano. Sentimientos que se establecen a partir del tercer mes, donde existe una ventana
plástica para el aprendizaje innato de determinadas respuestas sociales: la sonrisa y los gruñidos
significativos. A partir de este momento se operan cambios vertiginosos en su psiquismo, debido
precisamente al establecimiento del reconocimiento de caras y de un precursor comunicacional. Este
estadio llamado también "fase del espejo", nos establece como sujetos, al permitirnos un
reconocimiento especular (mirroring) a partir de la mirada del Otro. Ese Otro, imaginario, que habita el
espejo ideal y mortal, tiene sexo y nos introduce, nos "sexa" a través de esa mirada, en el mundo ideal y
mortal del sexo.

El reconocimiento de la cara de la madre, no obstante, enfrenta al bebé a un primer dilema: la ausencia


de la misma. La articulación del psiquismo humano se hace sobre "lo que hay y lo que falta” (añoranza),
"lo que estuvo y quizá vuelva"(nostalgia), o “no estará más” (tristeza). Sobre el anhelo y la plenitud, una
alienación y un reencuentro. Cuando aparece el conocido fenómeno descrito por Spitz como angustia
ante el extraño, podemos señalar que el niño ya conoce la primera zozobra, conoce lo que significa
perder a la madre, porque reconoce su ausencia. Usualmente se pierde para más adelante recuperarla
de nuevo, este movimiento pendular de ganancia y de pérdida establece en los niños una corriente de
esperanza, cuyo resto psicológico es la confianza básica. Algo que permanecerá con nosotros el resto de
nuestra vida si hemos podido superar con éxito los primeros temores aniquiladores de la pérdida de la
madre. Hay personas que no logran superar con éxito esta primera prueba. Se trata de las personas que
han perdido a su madre realmente, o bien han sido criados en instituciones impersonales para
huérfanos. Se supone que esta primera pérdida es devastadora para el niño, porque le impide completar
con éxito su maduración en relación con la esperanza de "que las cosas irán bien o se arreglarán", es
decir, que esta pérdida estropea la confianza básica, a la vez que sumerge al niño en un mar de zozobras
y en un anhelo de alcanzar la unidad perdida que todo niño común tiene en parte satisfecha como un

145
buen recuerdo instalado en su memoria individual. Este estado de fusión diádica entre la madre y el
niño no volverá a repetirse nunca en la vida, porque el niño irá madurando, hasta completar a la edad

de 8 años el ciclo de su maduración psicobiológica y su cerebro ya no volverá a detenerse en aquel


"punto de acupuntura", que hacía que determinados aprendizajes fueran tan fáciles como a los tres
meses de edad. La persona que no establece una confianza básica a esa edad, ya no volverá

a tener una oportunidad de establecerla, al menos de una forma exitosa y eficaz, del mismo modo que
cualquier aprendizaje motor es más fácil a determinada edad que a edades adultas, aunque desde luego
no es imposible. Por ejemplo , es bien sabido que podemos aprender a leer y escribir de adultos, pero el
nivel de ejecución que logrará alcanzar un adulto - aunque posible -, no será nunca el mismo que el del
niño que aprendió a los 3 o 4 años, cuando su ventana plástica para la lectoescritura se hallaba
"abierta".

La simbiosis con la madre (Mahler, 1962), es lo más parecido que como entes individuales viviremos, en
relación con algo mucho más trascendente que es la conciencia. Me refiero a la conciencia universal.
Dotados como estamos de un cerebro singular en relación con nuestros primos los monos, los humanos
construimos una conciencia individual y lo hacemos a partir de la capacidad recursiva del cerebro de
"pensarse a sí

mismo". Sin embargo, la conciencia individual que percibimos en bloque, de una pieza, no es más que
un engaño de nuestro propio cerebro. El Yo no es sino un constructo abstracto, que da cuenta de
fragmentos de nuestra identidad amalgamados por el cemento de nuestro egoísmo. Sin embargo, en
algún remoto lugar, albergamos un anhelo: una conciencia de ser otra cosa, más allá que una gota en el
océano, una gota irrelevante. A este tipo de conciencia se le llama trascendencia, la sospecha de que
somos, fuimos o seremos, algo más que un ente individual, una forma de consciencia que va más allá de
la religión y que nos permite sobrevivirnos en otros, tal y como señaló Hegel. De ese anhelo se ocupan
naturalmente las religiones, pero también la metafísica, disciplinas que tratan de dar cuenta de este
fenómeno por otra parte universal y tan antiguo como la propia sexualidad. No se trata tanto de saber si
existe Dios, pregunta por otra parte banal, sino que somos nosotros, de qué está construida nuestra
conciencia y qué clase de anhelos persiguen los hombres que han osado ir más allá en esa búsqueda. No
se trata de buscar a Dios en el cielo sino dentro de cada uno de nosotros, de eso trata la espiritualidad
más elevada: el misticismo. Nosotros, los occidentales, estamos educados en un sistema de creencias
fuertemente materialista, que hace que aparezcan como deseables los bienes materiales y como
consecuencia de ello, hipertrofiamos nuestras señas de identidad, mostrándonos todo lo distintos que
podemos llegar a ser en relación con nuestros semejantes. Incluso los tratamientos psicoterapéuticos
que empleamos en Occidente (como el psicoanálisis) enfatizan "la construcción de un yo diferenciado"
que impulsan al individuo hacia un supuesto proyecto teleológico, como es el propio concepto de la
maduración, imaginándola como si fuera una escalera, una jerarquía de logros cuyos peldaños
inexorablemente hay que escalar uno a uno, si no queremos perecer en la "regresión" o en el marasmo.
El problema de las psicoterapias occidentales es que pretenden profundizar demasiado en la
"comprensión" de uno mismo, a partir - sobre todo-de la biografía individual, soslayando con frecuencia
lo que tienen de normativas y alejando al hombre "despierto" y trascendente de la persecución de su
propio límite, aceptando premios de consolación congruentes con la moral social. Revelar a alguien en el
curso de un tratamiento de que determinada actitud es egoísta - por ejemplo - le llevará
inexorablemente hacia la represión de esa actitud, pero no averiguará nada de los límites de ese
egoísmo, ni podrá trascenderlo.

A veces no caemos en la cuenta de que la mejor manera de librarse de los celos, la envidia o la codicia,
no es tomar conciencia de ellos, sino más allá de eso, propiciar la apertura del individuo a otro tipo de
gratificaciones basadas en la generosidad, la cooperación, o la compasión humanas. La generosidad

146
ejercida y practicada a diario, es la única forma de no sucumbir al marasmo de la envidia. Ninguna
psicoterapia occidental enfatiza en esta dirección, conformándose con los “insights” que puedan
lograrse sobre estos sentimientos”. La idea clásica del laberinto que recorre Teseo en busca del centro
está tan incrustada en nuestras mentes occidentales, que a nuestro tránsito por la vida le suponemos
una carrera de obstáculos, donde los instrumentos principales para tener éxito son la espada al cinto y
el hilo que sostiene Ariadna que nos impedirá perdernos en él.

Ni que decir que "el mito del laberinto" no es más que una metáfora de la vida, una metáfora helénica,
una más. Los místicos orientales sostienen puntos de vista completamente distintos sobre la
maduración, la vida y el Yo. También para la enfermedad, el sufrimiento y la desesperanza. Los
orientales propugnan un método distinto para abolir el dolor y la calamidad. Propugnan la disolución del
Yo, una vía completamente opuesta, una profundización en el límite, un escape de la subjetividad, un
nihilismo pasivo, como lo denominó Nietzsche. Para un yogui, es precisamente el Yo la fuente de todos
los males. Esa conciencia de ser algo desgajado de la totalidad, esa conciencia del ser individual, es la
responsable por el egoísmo y la distorsión de la verdadera belleza de la totalidad, de los malestares del
hombre.

Lo verdaderamente curioso es que el ascetismo es una vía común tanto en Oriente como en Occidente
para alcanzar ese estado de cosas que los místicos llaman comunión con la totalidad, Nirvana o fusión
con Dios. Se trata de alcanzar una ruptura intrapsíquica tal, que desaparezca el Yo y por tanto sus
necesidades, el egoísmo, la maldad y el dolor. Curiosamente, la única vía patentada para alcanzar ese
estado de cosas, es una vía que precisamente hace de la renuncia, el dolor y la privación, los ejercicios
fundamentales para alcanzar aquellos objetivos.

No me refiero pues a cualquier espiritualidad, sino a aquella que persigue una finalidad noética, una
actitud de búsqueda de conocimiento. De un conocimiento fusional, que trascienda la conciencia
individual, las habilidades instrumentales prácticas que los humanos nos construimos para salir bien
librados de la vida y sus querellas, un acceso a lo numinoso que dé cuenta de la conciencia total. En este
sentido, algunos psicoanalistas, como Jung, advertían ya que:

La conciencia no es un órgano de síntesis, sino un órgano de desintegración: separa lo que originalmente


iba unido. Lo separa y lo proyecta en la realidad como fragmentos inconclusos e inconexos, como somos
los seres individuales, lo masculino y lo femenino, el bien y el mal: la consecuencia inmediata de este
modo de operar es el invento del maniq ueísmo, la intra y la extrapunición, la culpa y la agresión. La
siniestra polaridad que aparece una y otra vez no sólo en nuestra conciencia moral, o en la misma
constelación del sadomasoquismo.

LA VÍA ASCÉTICA

Es usual que pensemos en las enfermedades como lacras a extinguir, porque hemos identificado de tal
modo el sufrimiento con la enfermedad y la miseria, que nuestra conciencia nos impulsa a pensar de ese
modo. También es común que identifiquemos las enfermedades como entidades morbosas a erradicar,
sin caer en la cuenta de que muchas enfermedades son excelentes antídotos para otras, o que
representan hitos adaptativos de la especie humana. Así, la anemia falciforme es una excelente

147
medicina para el paludismo, la diabetes un intento "auto-transgénico" de hacer frente a las hambrunas y
la psicosis maníaco-depresiva un excelente afrodisíaco para el talento creador, la paranoia o el
fanatismo paranoico un magnífico motivo para la reforma de algunas injusticias sociales, o para
acometer gestas épicas de enorme trascendencia histórica.

Se puede objetar que a veces el remedio es peor que la enfermedad, pero eso lo decimos ahora, porque
disponemos de otros remedios baratos y eficaces para hacer frente a esas enfermedades, con un
componente genético de carácter adaptativo más que evidente. Y lo decimos casi seguro porque
vivimos tantos años (demasiados), que estas enfermedades que originalmente fueron remedios para
otras, hacen su aparición inexorablemente. Es seguro que al hombre primitivo le fueron muy útiles para
librarse de males endémicos mortales. ¿Qué importa ser diabético en una comunidad cuya esperanza de
vida bordea los treinta años? En este sentido, no es raro que las enfermedades mentales hayan sido
consideradas durante milenios como enfermedades sagradas y a los enfermos mentales como
ciudadanos consagrados, hasta que la lógica productiva los impulsó a la indigencia y más tarde a la
exclusión.

Hay enfermedades que curan de otras ("simili similibus curantur") y experiencias vitales que sumergen a
las anteriores en el olvido, debido precisamente a la dureza o extrema adversidad de las actuales. Es lo
que se conoce como el principio del rey Lear: “la enfermedad mayor hace olvidar a la enfermedad
menor”.

El sufrimiento es inevitable y si lo es, lo mejor es hacerle frente mediante su medicina universal: hacerse
refractario al mismo. Para hacerse resistente al sufrimiento hay que hacerse también refractario al
placer, poner el cuerpo en cuarentena, restringir las necesidades al mínimo y obedecer una disciplina
férrea que incluya la supresión de toda referencia corporal, de toda necesidad. De lo que se trata
básicamente es de contener el impulso sexual y los impulsos destructivos hasta hacerlos desaparecer o,
más allá de eso, proyectarlos en la matriz numinosa, alcanzando una perfecta comunión con el Todo,
comunión siempre teñida de contenidos, anhelos y referencias sexuales.

La vía ascética consiste inevitablemente en:

1.-Ayuno. La mejor forma de disciplina corporal es reducir las necesidades vitales al mínimo, después de
un ayuno prolongado el organismo se adapta a la nueva situación, reduciendo su gasto energético. 2.-
Soledad, el aislamiento sensorial es común en toda práctica ascética, que trata de profundizar la
vivencia de discontinuidad, vivencia que todos los seres comunes tratamos de disimular con diversas
estrategias sociales, destinadas a procurarnos compañía.

3.-Disciplina corporal, usualmente mediante la adopción de posturas incómodas o dolorosas, destinadas


a hacerse refractario al dolor. 4.-Disciplina mental, generalmente mediante la oración o la repetición
mecánica de "mantras", ejercicio tedioso que consigue desconectar la atención selectiva del ámbito
común.

5.-Falta de sueño, es decir, se suprime al mínimo la capacidad reparadora del mismo, a fin de impedir
una recuperación total del organismo, dejándolo la mayor parte del tiempo en posición de activación.
Naturalmente todos estos ejercicios tienen un común denominador en todos los ascetas religiosos, que
van un poco más allá de las obligaciones o las reglas que les impone la religión (en este caso la católica),
me refiero al voto de castidad, pobreza y obediencia, votos que no todos los clérigos (o religiosos)
observan, dependiendo de la severidad de su regla. La pregunta que podríamos hacer ahora es ¿por qué
una persona adulta, y en su sano juicio, debería renunciar a esos bienes, que casi todo el mundo
persigue? Es placentero comer y beber, hacer el amor, tener riquezas, ser autónomo y no depender de
nadie, tener poder y control sobre los demás. ¿Por qué hay personas que voluntariamente eligen para
su vida este tipo de restricción? Se podrá decir inmediatamente que los motivos son religiosos, pero

148
¿qué significa eso? ¿Es que Dios exige de sus criaturas ese extremo grado de sacrificio? En ese caso, no
habría salvación para nadie fuera de esas prácticas. Y esta no es la opinión de los teólogos: sí existe
salvación, aunque no se sea un asceta, incluso para el pecador hay salvación. No hay que olvidar que la
religión católica es la única que concede redención para el mal, quizá porque es también la única que se
basa en el sacrificio del hijo de Dios como salvación de la especie humana. Si no es necesario tal grado
de mortificación para alcanzar la salvación eterna, ¿cuál es la motivación que anima a estas personas?
Aun más ¿cuál es la motivación de aquellas personas que se someten a severas restricciones desde un
posicionamiento laico? Y aun: desde diversos conceptos, del hombre y de Dios, en casi todas las
religiones. Hay que recordar que todas estas preguntas ya fueron formuladas en otros capítulos, cuando
hacíamos referencia al masoquismo erógeno. Es verdad: las prácticas ascéticas se parecen mucho a las
restricciones masoquistas, aunque la motivación sea distinta. Aquellas conductas de flagelación,
búsqueda de dolor, escatología, sometimiento y obediencia extremas son muy parecidas,
siniestramente parecidas a las prácticas de los ascetas o de hombres y mujeres religiosos que controlan
su cuerpo mediante cilicios, o flagelaciones destinadas a mortific ar el cuerpo y a obtener control sobre
él. También se parecen mucho a los ayunos de las anoréxicas y a su búsqueda de perfección, también es
posible detectarlas en su desinterés sexual. Todas estas conductas tienen un denominador común, que
se podría resumir en una sola frase: algunas personas perciben que hay algo en la sexualidad y en la
agresión humanas que es necesario aniquilar. En su sexualidad y en su agresión, dado que la conciencia
individual sólo puede percibirse a sí misma, en su propio cuerpo. De lo que se trata es, de aniquilar-se el
deseo sexual, el deseo de matar, o ambos. Ir algo más allá de lo que hace el resto de la humanidad,
autocontrolarse o autorrestringirse de buena o mala gana. Esta posición parece no ser suficiente para
ellos, hay que aniquilarse, llegar al borde, al límite. Esta posición es también muy similar a la búsqueda
erótica, aunque aquí lo que está en juego suele ser "la negación de un ideal" , más que la persecución
del mismo.(A. Philips, op cit). Así pues, el ascetismo y el erotismo son dos vías distintas para llegar al
mismo sitio: a la contemplación del estremecimiento de la muerte, de la muerte propia, la verdadera, la
única. Santa Teresa lo dice en verso, en su conocido poema:

Vivo sin vivir en mi

y tan alta vida espero

que muero porque no muero.

Los ascetas no son sin embargo suicidas, aunque en determinadas prácticas un exceso de devoción o un
defecto de cálculo arroje el resultado de la inanición y la muerte como le sucedió a Santa Catalina de
Siena, después de su fracaso como mediadora en el cisma de Occidente. El suicida es casi siempre un
pagano29, como el masoquista erógeno, el asceta es un hombre (o mujer) trascendente y
profundamente religioso. El asceta no busca voluntariamente la muerte, porque sabe que su vida no le
pertenece sino a Dios, la delega en él y en su Voluntad. El asceta sólo la bordea, a riesgo de perder pie
en el precipicio, precisamente para acercarse más y más a Él (morir por no morir).

29 Nótese que digo pagano y no agnóstico o ateo. El paganismo es la actitud religiosa preteológica, es
decir una actitud de adoración de ídolos vinculados a fuerzas de la naturaleza y al tótem. El paganismo
es prerreligioso, porque no contiene información moral, sino una lejana sensación de que existe un
rastro numénico en el ídolo adorado.

Claro que la mayor parte de ascetas religiosos creen en la otra vida y este podría ser un argumento de
peso para los defensores de la motivación exclusivamente religiosa, pero en mi opinión, esta no es razón

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suficiente, porque tenemos el testimonio de otros ascetas que, sin creer en la otra vida, han operado de
forma semejante, me refiero a los ascetas laicos, a los que han luchado por la clase obrera, por la
liberación de la mujer, por un ideal político cualquiera o por la defensa de los orangutanes, y que han
pagado el peaje de ese tránsito con su propia vida. Cualquier motivo parece acoplarse a la perfección a
esta conducta inexplicable que es la restricción del placer y la búsqueda de mortificación en persecución
de un ideal (o de la negación del mismo) sea terrenal o sobrenatural.

Tampoco quiero decir que el asceta sea un masoquista sin más, porque ese argumento es el contrario
del que vengo manteniendo a lo largo de toda la obra. Suponer al asceta como masoquista sería
envilecerle, sería peor que eso: medicalizarle o psiquiatrizarle. Del mismo modo, tampoco creo que las
experiencias místicas que muchas veces aparecen en los ascetas sean formas de psicosis o histerias de
tipo disociativo, porque ese tipo de reduccionismo ya está algo pasado de moda a partir del hecho de la
crisis de las categorías. He de recordar ahora que la tesis que he mantenido en este libro es
precisamente que el sadomasoquismo no es una enfermedad, sino un conglomerado dual de tendencias
innominadas, vinculadas y representantes de la dominación de unos sobre otros, relacionada con el
hecho sexual y la violencia asociada con él, que sobrevive en la mente individual como un lejano
pariente de las guerras morales que la humanidad ha sostenido desde la caverna hasta el invento de las
religiones monoteístas30.

30 En tanto contienen no sólo dogmas y explicaciones míticas sobre el ser humano, sino sobre todo
bloques de información moral, acerca del Bien y el Mal.

Hay personas que a partir de esta constelación causal, enferman, y otros que escriben arias de ópera,
escalan el Himalaya o ganan una medalla olímpica. No se nace sádico o masoquista, sino con un
temperamento y unas pulsiones biológicas determinadas, que son moduladas por el carácter y la
educación, también por las experiencias precoces y por la enfermedad mental. Aun así, es imposible
soslayarlas del todo, porque el dominio sexual forma parte de la misma esencia del hombre y este en su
búsqueda de completud, contempla constantemente "la disolución" del otro como medio para poderle
retener. Hay, al parecer, algo en el abandono, en la pérdida y en "la mismidad" aislada del apego que es
insoportable. A pesar de ser muy parecidos, los humanos, tenemos distintos grados de intensidad en la
emergencia instintiva: hay personas que son enérgicas y otros frágiles, me refiero a la intensidad de sus
pulsiones tanto sexuales como agresivas. Hay caracteres o personalidades que debido a su tendencia
intrapunitiva son excelentes candidatos a las depresiones. Hay otros caracteres, como los narcisistas,
que son incapaces de digerir las frustraciones de un modo adaptativo. Ya he hablado de las experiencias
precoces que pueden sensibilizar a los niños a entender que un objeto maltratador o abusivo sea fuente
de amor y de seguridad invirtiendo la polaridad de sus elecciones. La pérdida precoz de la madre, junto
con un padre ausente, así como identificaciones vicariantes o alternativas son también tenidas en
cuenta en la transformación del sadomasoquismo natural en cualquier otra solución.

Quiero decir que si el sadomasoquismo es una constelación causal no puede ser una enfermedad, sino
una fuente de donde proceden los distintos malestares o goces vinculados a ella. El ascetismo procede -
cómo no - de esa misma fuente, aunque el destino de esas pulsiones sea mucho más creativo y
transformador que el ayuno de la anoréxica o el "piercing" de las masoquistas, generalmente una forma
de negar el ideal que se persigue y que se convierte así en algo inalcanzable.

150
LA VÍA MÍSTICA

El amor es éxtasis

(Proverbio sufi)

Si el ascetismo conlleva una disciplina física y espiritual basada en la restricción, el misticismo es un


fenómeno que aunque frecuentemente adherido a aquél, persigue un fin generalmente relacionado con
la fusión con Dios, o con el principio de la totalidad. El misticismo es una vía generalmente asociada a
fenómenos de modificación del estado de conciencia transitorios. No todos los ascetas son místicos,
pero quizá todos los místicos han sido ascetas. La mejor aproximac ión a la experiencia mística procede
de Henry James, quien en 1902, advertía en el fenómeno místico cuatro cualidades:

1.-Inefabilidad, la experiencia mística es indescriptible en palabras, sólo puede ser experimentada.

2.-Cualidad noética, si bien predomina el aspecto afectivo, los estados místicos también son
cognoscitivos, en la medida de que pueden proporcionar una revelación profunda sobre aspectos que
escapan al pensamiento discursivo.

3.-Raptos, el episodio místico dura minutos o como máximo horas, una duración más larga es
excepcional.

4.-Pasividad. El rapto místico puede ser inducido voluntariamente, pero al llegar a él, el sujeto cae en
una sensación de impotencia y una sensación de pérdida de todo control, es asumido por un poder
sobre el que no tiene ninguna capacidad de voluntad propia.

En este estado de trance místico, son frecuentes las alucinaciones visuales y las revelaciones, así como
comprensiones o aprehensiones de fenómenos que escapan a la lógica racional. El estado afectivo
predominante es un estado de la conciencia conocido como éxtasis: una especie de voluptuosidad
gozosa o de felicidad intensa asociada a un estado de perplejidad contemplativa. A falta de un vocablo
con el que designarlo, Santa Teresa lo llamó arrobamiento. Oigamos precisamente a la Santa describir
con detalle uno de sus estados de éxtasis y agonía, que le sobrevenían espontáneamente y en
momentos tan embarazosos, que llegó a pedir a Dios que dejara de favorecerla de esta manera. Se trata
sobre todo de distintas visiones y cenestopatias y que describe en Su vida, un libro que como se sabe,
fue prescrito por su confesor para discriminar si sus estados de éxtasis procedían de Dios o del diablo.

"En esos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo".

"Acá las más veces ningún remedio hay, sino que muchas veces sin prevenir el pensamiento ni ayuda
alguna viene un ímpetu tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esa nube o esa águila
caudalosa y cogeros con sus alas".

"Es ansi que me parecía, cuando quería resistir, que des debajo de los pies me levantaban fuerzas tan
grandes que no sé con qué comparar, que era con mucho más ímpetu que estos otras cosas del espíritu,
y ansi quedaba hecha pedazos".

151
"Veiale en sus manos un dardo de oro largo y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este
me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle me parecía las
llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me
parecía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay
que desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual,
aunque no deja de participar el cuerpo algo y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el
alma y Dios, que suplico a su Bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento". La tentación de
interpretar estos fenómenos en clave sexual es más que comprensible para un occidental adoctrinado
en la mitología psicoanalítica y que no sea capaz de entrever la ingenuidad de Teresa. El orgasmo
genital, la agonía del moribundo y el rapto trascendente - efectivamente-parecen participar de
sensaciones parecidas, tal y como parece en la famosa escultura de Santa Teresa de Bernini y en toda la
iconografía mística.

Del mismo modo, la experiencia extática no sólo es una experiencia gozosa, sino también dolorosa. En
este sentido, parece alejarse de aquella interpretación y adentrarse un poco más en el terreno de lo que
hasta ahora hemos llamado masoquismo. La sensación de desbordamiento del místico, junto con esa
sensación de gozo a través de algo externo, impuesto, que sucede de forma arrebatada por una
instancia quizá divina, a la que el sujeto no puede oponerse voluntariamente, es precisamente la esencia
del erotismo masoquista. Todo lo cual viene a indicar que el erotismo es una categoría amplia que va
más allá del sexo genital. Y que se parece extraordinariamente a lo que hasta ahora hemos llamado
masoquismo erógeno, una forma de masoquismo profano. En este sentido, es bueno recordar ahora
que:

Tanto la espiritualidad como la sexualidad liberan el alma y una y otra son profundamente
democráticas. Y lo son porque cualquiera puede entrar en una Iglesia con luz de velas encendidas y
porque hay pocas personas en el mundo cuyo atractivo sea tan mínimo para tener que privarse del sexo
(A. Philips , óp. cita, pg. 202).

¿Y qué decir de las propias experiencias extáticas? ¿Son este tipo de experiencias formas atenuadas de
psicosis o de estados de trances histéricos? ¿Pueden ser interpretadas como fenómenos comiciales,
ligados a formas de epilepsia del lóbulo temporal?

En realidad no cabe ninguna duda de que el fenómeno extático es un fenómeno emocional. Hoy tiende
a considerarse que estos fenómenos estarían mediados neurofisiológicamente con fenómenos de
kindling (encendido) en la amígdala o el sistema límbico (un disparo síncrono de un grupo de neuronas).
Se trataría pues de fenómenos neuroeléctricos, aunque no podríamos hablar en este caso de epilepsia
propiamente dicha. Se trataría no obstante de fenómenos ictales, sin convulsiones, mediadas por una
intensificación del afecto .

La palabra misticismo es comúnmente asociada con lo irreal, lo sobrenatural, lo vago, lo parapsicológic


o, lo oculto o esotérico, lo poético o con estados alterados de conciencia provocados por las técnicas de
meditación o por medios psicodélicos. Las experiencias místicas de Teresa de Jesús o de Ignacio de
Loyola no tienen nada que ver con esta suposición, dado que en su contexto preciso, este tipo de
experiencias eran usuales, tanto o más que las experiencias actuales de particulares con extraterrestres.
Cien años antes, una santa guerrera Juana de Arco, describía una experiencia similar:

He oído esta voz de un ángel…acompañada por una gran luz…no pasa un solo día que no escuche esa voz
y me encuentro con gran necesidad de oírla.

152
Obsérvese que la cualidad de la experiencia alucinatoria es similar a la de Teresa de Avila o de cualquier
experiencia mística. A destacar la necesidad de repetición de la experiencia, que resulta
placenteradesarrolla en una atmósfera de felicidad, si las comparamos con las amenazantes visiones de
los esquizófrenicos.

Es obvio que estas alucinaciones se construyen con los materiales del afecto y de las creencias. Quien
cree en la vida extraterrestre está a un paso de suponer que los alienígenas viajan hasta nuestra Tierra,
y de ahí a ser abducido, raptado o mantener conversaciones en idiomas extraplanetarios hay sólo dos o
tres pasos cualitativos. Sin embargo, en la Edad Media creer en Dios no era algo extravagante sino la
norma. Profesar en religión, no sólo era algo reservado a "las verdaderas vocaciones", sino una salida

"laboral" para los intelectuales, humanistas, músicos y artistas en general. No es extraño que los
mejores poetas medievales fueran clérigos o monjas. El acceso a la cultura de forma universal es un
fenómeno relativamente nuevo y parecemos olvidar que estos "visionarios" del siglo XVI eran ante todo
intelectuales y personas muy refinadas culturalmente para su época, que vieron constreñidos sus
apetitos intelectuales por la escasa oferta cultural que su medio podía ofrecerles. Es seguro que Santa
Teresa, S. Juan de la Cruz y S. Ignacio de Loyola eran personas culturalmente muy formadas para su
tiempo, que no tenían más remedio que la carrera eclesiástica para dar salida a sus apetitos espirituales
y a sus ansias de reforma que los tres sin duda, llevaron a cabo. Lo que es seguro, es que no eran
enfermos mentales, aunque si personas atormentadas con unas infancias desgraciadas presididas por la
ausencia materna. La lucidez de Santa Teresa es tal que ella misma nos da una clave de la
indiferenciación entre un éxtasis y una simple unión (¿carnal?):

"La diferencia entre unión y arrobamiento, o elevamiento o vuelo que llaman de espíritu o
arrebatamiento que todo es uno. Digo yo que estos diferentes nombres todo es una cosa y también se
llama éxtasis. Es grande la ventaja que hace a la unión; los efectos muy mayores hace y otras hartas
operaciones; porque la unión parece principio y medio y fin y lo es en lo interior; más así como estos
0tros fines son en más alto grado, hace los efectos interior y exteriormente". (óp. cita pg. 119 ). Según
Egan (1984), los fenómenos psicológicos vinculados a la experiencia mística son los que siguen:

1.-Éxtasis. Es una forma de estrechamiento del campo de la conciencia, es decir, del conocimiento
consciente, el místico se centra y queda absorto pensando sólo en Dios como objeto de contemplación.
En este proceso todos los modelos de razonamiento normal son eliminados hasta que se alcanza la
experiencia de unidad. Desde el punto de vista fenomenológico, el éxtasis se considera un estado de
trance, un estado alterado de la conciencia.

2.-Alucinaciones visuales. Pueden ser sensibles o corpóreas, el místico ve un objeto que los demás no
ven, a veces pueden ser visiones imaginativas o pseudoalucinaciones, como las que suceden durante el
sueño.

3.-Alucinaciones auditivas. San Ignacio las llamaba "loquelae", pueden adoptar una forma externa y
sensorial en las que el místico oye frases desde afuera de sí mismo. Otras veces, las palabras oídas
pueden experimentarse como si vinieran de dentro o tuvieran su procedencia en un entendimiento
profundo y revelador.

4.-Revelaciones. Las "loquelae" tienen un contenido perteneciente al pasado, presente o futuro,


habitualmente prescripciones relacionadas con el buen gobierno de la Iglesia. Otras veces, estas
revelaciones adquieren un valor profético, tratándose de advertencias sobre supuestos desastres que
afectan a la humanidad o a la comunidad eclesial.

153
5.-Alucinaciones cenestésicas. Se trata de sensaciones de movimiento, levitaciones o sacudidas, también
olfativas o gustativas, fenómenos autoscópicos, sabores divinos, análogos a los fenómenos sensoriales.
Con frecuencia, es difícil desentrañar estas sensaciones de expresiones metafóricas o poéticas, como la
que nos legó la santa de Ávila. 5.-Aura de felicidad. El estado afectivo predominante en los estados
extáticos puede contemplarse perfectamente en la Santa Teresa de Bernini, un estado similar al del
orgasmo sexual o a la agonía del moribundo, acompañada de una sensación de dulzura y un profundo
sentimiento de felicidad causada por la visión de Dios (Meissner 1992). Que existe una diferencia entre
el éxtasis y el orgasmo genital no es solo una intuición de la Santa de Ávila, sino un testimonio que
algunas lúcidas pacientes me habían hecho en la consulta. Así como también: que la motivación estética
laica era suficiente explicación, más acá de la religiosa, para los trances extáticos. Claro que los místicos,
en realidad, han cuestionado con su presencia y sus pretensiones la existencia misma de las religiones
organizadas. Creo que este es un aspecto muy interesante de la mística que no ha sido suficientemente
estudiado. Ellos transgreden tanto como el perverso la norma, en este caso, la social, y además los
dogmas religiosos.

Santa Teresa y los místicos españoles, fueron sin duda influidos por los místicos sufíes del siglo XII,
incluyendo al mismo Averroes. Parecían ser conscientes de que el exceso de formalismo era el principal
enemigo de la religión, más que la herejía o la Contrareforma, ellos como los sufíes se sentían iguales a
los suyos y propugnaban una vida comunitaria sin jerarquías. En el aspecto individual se sentían
responsables ante sí mismos y su conciencia y no ante la jerarquía, aunque la acataran formalmente. La
religión no era sino una coartada para recorrer propio camino espiritual. Aunque esa vía de iluminación
estaba dirigida hacia el Dios cristiano ortodoxo.

Una paciente que había sido diagnosticada erróneamente de epilepsia me contó, o mejor, me legó, este
testimonio escrito:

La primera experiencia de este tipo la tuve muy pequeña, tendría tres años aproximadamente, y se
produjo al escuchar una cinta de cassette con cuentos, en la que sonaba el “Tema de Odette” del Lago de
los cisnes de Tchaikovsky. Yo no conocía aquella pieza, pera la primera vez que la oí, me quedé
completamente obnubilada...estaba como hechizada, terminaba de oírla y la volvía poner, una y otra
vez, y cada vez que la escuchaba me parecía más hermosa, me trastornaba profundamente. No podía
hacer nada mientras la escuchaba...y acabé partiendo la cinta de tanto pasar aquél tema. No me
importaban los cuentos, yo sólo deseaba oir aquella música que parecía venir del cielo.

Yo no recibí ninguna cultura musical en ese sentido. En mi casa había libros, pero no música clásica, y
aquella obra me predispuso a seguir escuchándola durante toda mi vida.

En la adolescencia, sin embargo, los episodios se produjeron de forma más violenta, llegué a tenerles
miedo porque podía llegar a desmayarme, como me sucedió en dos ocasiones, y temía seriamente por
mi integridad física y psíquica.

Exceptuando un episodio asociado a la poesía, todas las experiencias han estado vinculadas a la música
clásica, y siempre se han producido sin previo aviso, incluso con obras que estaba - literalmente harta-de
escuchar como el Bolero de Ravel. En aquella ocasión, yo tendría 13 años, lo puse en el tocadiscos y me
conecté los auriculares...leía mientras escuchaba sin demasiado interés porque en realidad yo esperaba
la “Pavane pour una infante difunte”, obra que me gustaba más. Recuerdo que estaba apoyada contra la
pared, de pie, hojeando un libro, y en la decimocuarta repetición sentí cómo me abandonaban las
fuerzas del cuerpo, cómo me iba escurriendo por la pared. Veía cómo bombardeaban una población que
desconocía, pero sentía a la vez un placer similar al orgasmo genital, eso sí, más brutal por cuanto se
acompañaba de esa sensación en mi cerebro que no sabría cómo definir porque no encuentro
palabras...era doloroso pero también extremadamente placentero....de hecho es una experiencia

154
incomparablemente superior al orgasmo genital aislado, pero sentía miedo, porque yo no era dueña de
mí. Desconozco si en ese momento yo le pertenecía a alguien, pero no era a mí, desde luego. Esa misma
experiencia se ha producido con momentos muy puntuales de obras musicales, de hecho, se producen en
un instante determinado, cuando un violín, por ejemplo, suena con una nota determinada, cuando un
instante de melodía me parece especialmente bello...hablamos de fracciones de segundos, como
máximo de dos minutos según mis cálculos.

Las obras con las que se han producido estas experiencias son variadas, pero en conjunto la sensación
común es de que las piernas no me sujetaban. Sólo oía la música, más y más fuerte, todo se nubló a mi
alrededor, sentía los ojos arrasados de lágrimas, me costaba respirar, a pesar de la falta de fuerzas,
sentía una gran tensión en la cabeza, una especie de mareo en el que se alternaban imágenes con
sonidos –las recuerdo todas y cada una porque dejan, invariablemente, una huella indeleble en el alma -:

La Sinfonía 3ª de Beethoven, Heroica, 2º Movimiento (“Marcha fúnebre”), La Consagración de la


Primavera de Stravinsky, Sinfonía Nº 1, Der Titan, Mahler, 3º Movimiento (“Feierlich und gemessen”), La
Creación, de Haydn, Sinfonía 7ª de Sostakovich, “Leningrado”, La Pasión según San Mateo, J. S. Bach,
Requiem, Verdi, Stabat Mater de Pergolesi y Stabat Mater de Rossini, Requiem de Mozart, Sinfonía de los
Salmos, Stravinsky, Cant de la Sibil.la, anónimo medieval.

En poesía, me sucedió con el poema “Unidad en ella” de Vicente Aleixandre, en “La destrucción o el
amor” y se produjo al llegar por vez primera al verso “quiero amor o la muerte”...ahí mis ojos se
detuvieron, dejé de ver todo salvo ese verso, era consciente de que lloraba pero no podía hacer nada por
evitarlo, me invadió la misma sensación de indefensión, de falta de autonomía, pero era tan
maravilloso...que me sentía tocada por la mano de dios, el diablo o quien fuera...sentí que me
desgarraba por dentro, pero a la vez, sentía que no había nada comparable en el mundo a aquello que
yo sentía.

Ahora no me sucede tan a menudo, pero no he dejado de vivir experiencias así desde que me enfrenté a
la primera. Cuando se produjo por primera vez no entendía nada, era muy niña, después y ahora,
tampoco le encuentro demasiada explicación, pero he reflexionado mucho sobre el tema, y tengo
algunos elementos de juicio que antes no tenía. Quisiera insistir en ellos, porque aunque no puedo decir
qué es, puedo intentar decir qué no es.

No es un orgasmo genital, porque sería incompleto. Éste sería una sacudida brevísima en comparación
con esto que describo. Jamás he sentido la posibilidad de morir en un orgasmo....no atenta tanto contra
mi cuerpo. El orgasmo no trasciende el cuerpo, y estas experiencias tiene un denominador común: siento
que la piel, los huesos, mi cuerpo en fin, son un obstáculo para que algo salga sin límites, se expanda y
vuele quizás. En definitiva, el cuerpo se queda pequeño para una sensación así. La música se oye
diferente, como si no estuviese reproducida por un aparato, sino como si saliese de dentro hacia
fuera...como si en mi interior estuviese alojada la sinfónica más maravillosa del mundo tocando para mí
sola...y quisiese ser escuchada por más gente exteriorizando el sonido a través de mi piel.

Quizás no tiene explicación, en todo caso, antes me asustaba, pero ahora considero que es un regalo de
los dioses a unos pocos elegidos...porque difícilmente se puede entender sin vivirlo. Estoy segura de que
por eso, ahora, me interesa tanto la mística oriental u occidental...en sus poemas he encontrado las
descripciones más parecidas a lo que yo siento cuando me sucede esto que le cuento...

155
Cuando acaba la experiencia, me siento muy agotada, mareada, y con una sensación extraña de
ensimismamiento que puede durar todo el día...no es algo que por breve, se pase y se olvide...machaca
el cuerpo y la mente, te sacude como si fueras un pelele, te deja exhausta, sin respiración...las últimas
veces he intentado contrarrestar la potencia de estas experiencias hiperventilando, aunque creo que lo
más sensato es dejar que tu cuerpo sea un instrumento donde algo de proporciones titánicas se dirime,
te desgarra y te posee por completo.

¿Qué puede decirse de estas experiencias desde el punto de vista psiquiátrico? La semejanza entre la
experiencia mística y los trastornos psicóticos ya había sido advertida por Sócrates, que consideraba a la
locura como un don divino, sin embargo, no estoy de acuerdo en que estos fenómenos de modificación
de la conciencia sean siempre psicóticos. James (1902), Bowers y Freedman (1966) Arietti (1967) y
Buckley (1981), habían ya advertido que: el sentimiento de ser transportado más allá del yo, un estado
intensificado de conciencia, la pérdida de fronteras entre el yo y el objeto, la distorsión del sentido del
tiempo, los cambios perceptivos cenestésicos y la intensificación o el debilitamiento de las
percepciones, francas alucinaciones y la sensación de estar envuelto en luz, son sensaciones comunes
del trance extático y en las psicosis tanto orgánic as como funcionales. Casi todos los psiquiatras que
han escrito sobre el tema (recogidos por Meissner en 1992) están de acuerdo en que ambos fenómenos
participan de una expresividad sintomatológica similar, así

Lukoff en 1985 hablaba de la necesidad de dis tinguir entre las "experiencias místicas con rasgos
psicóticos" y los "trastornos psicóticos con rasgos místicos".

Sin embargo, Arietti en 1967 se posiciona en la línea de distinguir claramente entre ambos fenómenos y
se basa en que:

1.-Las alucinaciones religiosas son predominantemente visuales y no auditivas, al contrario de lo que


sucede en la esquizofrenia. 2.-El contenido de estas alucinaciones involucran a personas significativas
del pasado del sujeto o bien sus sustitutos, pero con una apariencia e intencionalidad protectoras.

3.-Su contenido es grato y no aterrorizador

4.-El que las experimenta siente un importante aumento de la autoestima y la sensación de haber sido
designado (lo que por otra parte le vuelve a hacer sospechoso a los ojos de un psiquiatra actual). 5.-Un
importante sentido de misión de proporciones prodigiosas. 6.-Insights especiales y significativos,
trascendentes para el sujeto. Arietti agrega que aunque casi todos los místicos suelen ser fanáticos, no
pueden considerarse paranoicos porque carecen de amargura y resentimiento. En lugar de ello
demuestran un sereno optimismo y despliegan en función del sentido de su misión una amplia actividad
creadora, reformadora o intelectual, que sería imposible de mantener en una personalidad aniquilada
por la psicosis.

A veces el diagnóstico de psicosis es posible, pero ciertos elementos pueden ser predictivos respecto a
un buen pronóstico. Algunos autores sostienen que a veces, la psicosis puede ser una forma apocalíptica
de ajuste. Es obvio que la mayoría de episodios psicóticos tienden a la cronicidad y al defecto, pero
algunas psicosis breves o reactivas pueden ser formas arcaicas de reaccionar frente a los estímulos
aniquiladores. Una buena integración del episodio psicótico siempre es un signo de buen pronóstico, así
como el buen funcionamiento premórbido, el inicio brusco y agudo o la presencia de estresores
recientes ligados al episodio. Aun así, hay autores como Lenz (1979) que consideran que las experiencias
místicas son formas de psicosis, también los fenómenos cognitivos erróneos, como la inspiración, la
revelación, la fe irracional o la creencia en algo incomprensible. Lenz aduce para ilustrar su punto de
vista que la presencia de alucinaciones, así como lo repentino y pasivo de la experiencia mística, junto
con la polaridad de los estados de ánimo, el sentido de misión y la pérdida de la conciencia del tiempo y

156
el espacio son fenómenos psicóticos, por lo que se posiciona entre los que no están por la labor de
deslindar un fenómeno de otro.

Sin embargo, el sentido de misión no siempre es un fenómeno paranoide. Es verdad que muchos
paranoicos tienen un alto concepto de sí mismos y tienden a la grandiosidad, pero en mi opinión la
"misión" del paranoide es parte de su delirio, mientras que la "misión" del no paranoide es una carga
que se acepta a pesar de trastocar en gran medida los planes terrenales de aquél, que se siente
designado por Dios (o por cualquier otra fuerza) para alguna tarea, casi siempre de considerables
proporciones. Otras veces, la presión de la comunidad es tan fuerte y nuestra tendencia a identificarnos
con los héroes tal, que inexorablemente "alguien se instala en el papel del elegido" para conducir a la
comunidad generalmente hacia la gloria. Todos los místicos han sido grandes reformadores.
Concretamente, Teresa de Ávila consiguió apoyo político para una orden, que pretendía simplemente
terminar con las diferencias de clase y posición entre las monjas. Pretendía una comunidad igualitaria,
de ser necesario con menos monjas, pero todas iguales. Su orden del "Carmelo descalzo" vino a sustituir
a las carmelitas calzadas, donde la corrupción y el abuso, así como las historias verdes, estaban a la
orden del día.

En mi opinión, el paranoico no tiene intención de modificar la realidad de sus conciudadanos, el no


paranoide es sobre todo un héroe social y más pronto o más tarde también su chivo expiatorio, dado
que el orden social tiende a deglutir cualquier transformación para acabar más pronto o más tarde por
neutralizarla. La comunidad necesita de héroes, pero siempre acaba renegando de ellos, al parecer, hay
algo insoportable en las obras de las personas, más si se oponen al Poder terrenal constituido, cuya
lógica acaba por desplazar a los primitivos anhelos que todo reformador pretende llevar a cabo 32 (En
este sentido es bueno recordar que la Iglesia Católica fue fundada por un gran reformador llamado
Jesucristo, sus mismos seguidores siglos más tarde crearon la Inquisición). La tarea del héroe consiste,
precisamente, en su sacrificio ritual destinado a servir de chivo expiatorio a sus conciudadanos: el héroe
es un rehén de su tiempo, que es necesario y quizá por eso más tarde será sacrificado.

Lo que es verdad es que las experiencias místicas, en nuestra época, son siempre sospechosas, también
las experiencias trascendentales, siendo más frecuentes, sin embargo, las experiencias extrasensoriales,
las abducciones o las visiones e incluso charlas con extraterrestres. El sentido de misión grandiosa
aparece aquí otra vez en primer plano, y todo ello amplificado hasta el paroxismo por los medios de
comunicación, coadjutores de lo suprasensible. Este tipo de personas logran hoy escasas adhesiones, no
más allá de la atención puntual de periodistas especializados en el escándalo o de algunos seguidores
fanáticos. Quizá el miedo a acabar siendo etiquetados como locos opere como un modulador en la
verbalización pública de este tipo de experiencias, aunque el afán de popularidad sigue siendo una
motivación esencial. Así, lo que parece más posible es que los visionarios actuales no sean más que
impostores en busca de notoriedad a cualquier precio (cuestión que no está descartada del todo en los
visionarios medievales).

Los fenómenos extáticos genuinos, en mi opinión, no se dan en personas esquizoides o extravagantes,


sino en personas fuertemente ajustadas, con un sólido fundamento social y una vida pública que en la
línea de su misión se acata como una carga que arrastrar. Tanto S. Ignacio de Loyola como Santa Teresa
desarrollaron una vida pública intensa, con viajes constantes y negociaciones políticas complejas para
lograr su misión de fundar y consolidar sus respectivas órdenes religiosas, que prestaron sin duda
grandes beneficios a la Iglesia y al Estado (piénsese en la tarea de S. Ignacio tuvo mucho que ver con la
tarea de la Contrareforma). Para terminar con los fenómenos ligados a la vía mística, diré que la posición
de Buckley (1981) es la más parecida a mi forma actual de ver las cosas: tanto los estados místicos,
como la psicosis, pueden compartir simplemente una carga afectiva "extática" que imbuye percepción
con una intensidad aumentada.

157
De la misma opinión es el padre de la psicología moderna, Henry James, que en 1902 escribió:

La percepción de lo divino ocurre no a través del trabajo de facultades sensoriales especiales y distintas a
las normales, sino a través de la sobreimpresión a las sensaciones que todos tenemos, de un sentimiento
numinoso y místico.

Añado que la conducta sadomasoquista erógena, así como los estados vinculados a la creatividad,
pueden participar de este estado de apertura a los estímulos, en la línea de lo que Bergson llamaba el
rango de la percepción aparente, agrandándolo en determin adas personas unas veces para bien y otras
para mal. Lo abyecto y lo sublime forman parte del persiguieron a sangre y fuego a los disidentes.

Todos los reformadores, tanto religiosos o laicos, han destacado por su firme convicción de misión de
estar predestinados para una tarea insoslayable. Muchas de sus dudas y cavilaciones hacen referencia al
discernimiento del sentido de esta tarea. Es curioso observar que algunas de las personas que arrastran
este sentido de misión han sido personas con fuertes privaciones de amor materno, por la pérdida
precoz de la madre. Mientras en los adultos el duelo tiene como misión el separar al objeto de sus
recuerdos, esperanzas y deseos, en los niños el duelo sigue una dirección opuesta: evitar la aceptación
de la realidad y el significado emocional de la muerte, manteniendo de alguna manera interna, la
relación que se terminó en cuanto realidad externa (Miller, 1971). Dicho de una manera más clara: el
niño que ha perdido a su madre, lo que hace es conservarla en su mente activa y viva, mientras la
muerte es negada en la realidad. En mi opinión, esta constelación preserva omnipotentemente al sujeto
de la pérdida devastadora imposible de "metabolizar", al tiempo que le hace sensible para experiencias
de tipo fusional o de búsqueda de completud, (aunque todos los humanos estamos incompletos, las
personas comunes no tienen esta percepción constante y sobre todo de forma perentoria o inaplazable)
al tiempo que le confiere una especial resistencia a la privación y al sufrimiento, que convenientemente
dirigidas a partir de otros factores de la personalidad conducen al sujeto hacia su tarea, generalmente
una tarea de héroe.

De una atenta lectura del libro de Su Vida, se desprende que la tarea de Santa Teresa no acaba de
definirse hasta bien entrada su edad adulta, también podemos observar sus motivaciones afectivas para
tomar los hábitos y su vinculación emocional con su hermano Rodrigo. También es bien conocido y bien
documentado el apocalipsis de conversión en S. Ignacio a partir de una herida de guerra en la pierna
acaecida en Pamplona (1521), así como la función de las identificaciones con hermanos mayores en sus
respectivas elecciones.

Lo que es seguro es que estos personajes del siglo XVI tenían fuertes impulsos agresivos y sexuales que
habían sido guerreros (como Íñigo de Loyola), o "metidas en devaneos", como Teresa de Ávila,
encontrándose documentados - en el caso de Íñigo de Loyola-su afición juvenil a las armas y su casi
segura participación en la muerte de algunas personas (W.W. Meissner 1995). Teresa de Ávila era una
mujer de fuerte personalidad que fue capaz de enfrentarse a su propio padre para profesar, después de
innumerables dudas y crisis personales. Sus juegos infantiles incluían el deseo de ser martirizada por
"moros" y alguna que otra fuga del hogar en busca de su ansiado destino de sacrificio. Su amor por su
hermano Rodrigo o el que más tarde sería su confesor, el propio Juan de Yepes (S. Juan de la Cruz),
participaban seguramente de los componentes del afecto natural entre seres humanos de distinto sexo.

La tarea del héroe es generalmente incompatible con el matrimonio, lo que la hace doblemente
apetecible para el que siente que su sexualidad y su agresión son peligrosas. De hecho, se considera
clave en la elección de la vocación religiosa la evitación sexual, un elemento psicológico clave para este
tipo de elecciones. Pero no se trata tan solo de evitar el sexo sino de impedir su emergencia, me refiero

158
en los casos que estamos estudiando: casos fuera de lo corriente, donde no sólo se trata de evitar la
comunión carnal, sino de trascenderla, de ir más allá de ella, bordeándola en sus límites (más allá del
castigo y la recompensa está la sabiduría, la iluminación) para ir a parar a un lugar común, donde se dan
cita tanto el erotismo como la espiritualidad profundas, baste como ejemplo este poema de S. Juan de la
Cruz.

Descubre tu presencia

y máteme tu vista y hermosura

mira que la dolencia

de amor que no se cura

sino con la presencia y la figura.

La poesía de S. Juan de la Cruz está llena de alegorías entre la esposa y el Amado, de Dios y su siervo, del
amor y su desgarro. Lo que S. Juan hace es metaforizar esta unión divina con fragmentos de amor
terrenal, no con un propósito pedagógico, sino lírico. En mi opinión, la sensualidad en el sometimiento
erótico está tan a flor de piel, que no es necesario un análisis psicológico para adivinar a qué se refiere el
poeta, de qué elementos está echando mano para comunicar su experiencia y qué clase de sentimientos
carnales está describiendo para hacernos llegar su mensaje de comunión mística. Es lógico, porque el
misticismo, por tratarse de una experiencia fuera de lo común, es más, por ser inefable, no puede
comunicarse sino con alegorías fusionales de tipo sexual, aunque también abundan las alegorías
puramente poéticas, en un sentido más amplio, tal y como sucede en la mística sufí, donde las
metáforas abarcan formas varias de descripciones voluptuosas y sensoriales (la doncella, el vino, la
danza...) La renuncia sacrificada de la sexualidad y el acatamiento de la tarea individual que cada cual
siente como irrenunciable es quizá un elemento común entre la vía mística y la vía laica. El motivo
religioso no es el único que los hombres han considerado para renunciar al bienestar, a la comodidad o
a las riquezas de su origen social. Un origen que, a veces, parecía asegurarles lo mejor de la vida. Incluso
ellos - los místicos señalados-eran hijos de hidalgos y de señores feudales, su vida hubiera - con otra
orientación-sido más cómoda y generosa en poder, bienestar y placeres, sin embargo, renunciaron a
ellos siguiendo un designio que les impulsaba a un tipo de existencia basada en el rigor y la privación,
una búsqueda paciente y llena de contradicciones y errores que unas veces les hizo llegar donde
deseaban y otras no hizo más que llenarlos de dudas y de mortificación.

Los casos de renuncia son comunes a toda la humanidad, no hace falta ser católico, ni siquiera ser
creyente, para elegir un destino de mortificación vinculado generalmente a una tarea grandiosa, a una
misión heroica, a una gesta o a una ideología concreta. Piénsese en los disidentes políticos, perseguidos
por el Estado en los países totalitarios. ¿Qué clase de motivación hay más allá de la fachada de la
ideología? Piénsese en los líderes de estos movimientos, generalmente extraídos de la propia nobleza,
más tarde burguesía, adaptada durante generaciones al régimen, ¿qué se pretende combatir y cual es el
premio que se persigue alcanzar con cada sacrificio individual?

El diagnóstico de histeria ha ido perdiendo con el tiempo valor clínico, por tratarse de una etiqueta
diagnóstica confusa que parecía englobar vicisitudes opuestas cuando no contradictorias o sexistas. De
hecho, en las clasificaciones actuales, este término ha desaparecido, conservándose - no obstante-el
término "fenómenos de conversión" para los poco frecuentes episodios de pérdidas o déficits
sensoriales que acaecen tras estresores psicosociales, asociados generalmente a ventajas asociadas a la
enfermedad.

159
Una de las razones de la pérdida de valor de este diagnóstico se halla en la polisemia de esta categoría,
verdadero cajón de sastre para la Medicina del XIX y el XX. Está perfectamente documentado el hecho
de que la histeria es una enfermedad étnica, es decir, una forma de expresar distintos malestares
individuales que se cuelgan de esa etiqueta para obtener una legitimación médica. Al tratarse
generalmente de una etiqueta asociada al sexo femenino, han sido muchos los autores que han alzado
su voz para denunciar la inevitable misoginia histórica asociada al término y la confusión y
descalificación implícitas en su formulación. Algunos autores como Slater han propuesto su abolición.

La histeria puede considerarse como una colección de rasgos conductuales, cognitivos y caracteriales
diversos, vinculados a una forma de "protesta atenuada" o simulada que pretende obtener
generalmente los beneficios vinculados al rol de enfermo. Es usual por tanto que las mujeres hayan sido
candidatas a ser diagnosticadas como histéricas, convirtiendo su protesta en una enfermedad,
deslegitimando así su carga transgresora, invirtiendo su demanda y rotulándola como una enfermedad
subsidiaria de cuidados médicos.

Es muy posible que Teresa de Ávila fuera una histérica.

Están documentados cuadros psiquiátricos en monjas de clausura de aquella época que hablan de la
indudable autotortura practicada por comunidades enteras. Probablemente Sta Teresa tuvo una
excesiva predilección por el lá tigo. No olvidemos que durante la Edad Media hubo verdaderas
epidemias de flagelantes que recorrían pueblos y ciudades, en una especie de ordalía masoquista que
hoy interpretaríamos más bien como una histeria colectiva (una forma de mimetismo mediada por la
demostración de la fe) que como masoquismo perverso individual.

Diría que era inevitablemente una histérica, como también toda mujer que consciente de su "minoría de
edad" en relación con los hombres y candidata a realizar una tarea de proporciones colo sales o míticas
(nada menos que el martirio, en el caso de Teresa), debe renunciar a los papeles que la comunidad ha
planeado para ellas de forma ineluctable. ¿Qué podía hacer una muchacha de 16 años en la Ávila
medieval, enamorada de la lectura, con un fuerte carácter y destinada inevitablemente al matrimonio o
a ver envejecer a su padre? ¿Qué hacer con su pasión fusional? ¿Cómo canalizar estos anhelos de un
modo socialmente aceptable para la sociedad de su tiempo?

Si la histeria es una afección propia de mujeres, es precisamente porque hoy como ayer, el rol femenino
está lleno de contradicciones. A pesar de los movimientos liberadores de la mujer, hoy quizá más que
nunca son visibles los resultados de su alienación. Una alienación destinada a convertirse
inexcusablemente en madre de sus hijos o en objeto erótico por parte del orden masculino, un orden
impuesto a dentelladas por la virilidad desde el origen de los tiempos. Es usual y comprensible que
muchas mujeres a lo largo de la historia hayan renegado de esta inevitable posición a las que el deseo
masculino parecía impulsarlas. Las más inteligentes, creativas o emprendedoras de ellas pagaron con la
muerte, o la hoguera su osadía. Algunas nos han legado su granito de arena de una obra que lejos de
perderse neutralizada por la maldad o la ignorancia de la masa, nos ha llegado en forma de testimonio,
haciendo que nuestro autoconcepto se engrandezca y la humanidad camine en un mundo donde la lacra
de la injusticia y la desigualdad puedan ser - quizá-alguna vez extinguidas. También esto es - desde
luego-masoquismo, porque de alguna manera reconoce el orden de la dominación, no reniega de él,
sino que lejos de convertirlo en una queja o en una conducta perversa le trasciende en una corriente
fusional con el propio Dios, nada más y nada menos:

"No se contenta el alma con menos que Dios" Y amar a Dios se convierte, inevitablemente, en un
suplicio. Si el masoquismo (en la mujer) es una conducta que pretende adaptarse al orden masculino,
delegando en alguien externo, las limitaciones que el ser mujer tiene y ha tenido a lo largo de la historia,

160
es evidente que delegar en Dios aquel orden de poder masculino para ometerse a Él, es una postura
inteligente y adaptativa que en la España medieval generaría adhesiones y legitimación social, al
contrario de las prostitutas o las concubinas, las otras transgresoras. Al mismo tiempo que se acata este
determinado orden, se cercena poniendo sobre el tapete las contradicciones de las propias experiencias
místicas: un dilema para los inquisidores y letrados de la época, hombres doctos imbuidos de un
sentimiento de misoginia y de prejuicio hacia lo femenino, que hubieron de discriminar si las visiones de
Teresa eran obra de Dios o del diablo, una cuestión que hoy nos parecería banal, imbuidos como
estamos por el paradigma clínico. Y que debían sentenciar si aquellas experiencias eran dignas de la
hoguera o de la santidad. Otra vez aparece por tanto el dilema del poder (recordemos a los jueces del
XIX, intentando discriminar la conducta delictiva de la enfermedad). Un poder que apenas fue arañado
de lejos por la abierta conducta transgresora de los ascetas, místicos y laicos que han puesto-aunque
por breves momentos-patas arriba el curso de la historia gracias a su empeño articulado en torno a lo
políticamente posible de cambiar al mundo.

Toda espiritualidad, sea religiosa o laica, se basa en la suposición de que existe "un más allá", es decir,
un más allá de la vida, que no es necesariamente un lugar. Esta suposición no sólo tiene consistencia en
las creencias religiosas, donde se supone existe un Paraíso (un lugar), un Nirvana (un estado mental)
eterno, sin sufrimientos, ni calamidades, sino que a veces toma otras formas no tan corpóreas de
representación. ¿Qué es sino el afán de trascendencia de un escritor? ¿No es Bach de alguna manera
inmortal? ¿No es la obra de Gandhi susceptible de ser catalogada como un logro universal?

¿Es esto lo que quiere decir Kalil Gibran, cuando habla de la eternidad?

Un solo instante más,

Un momento de reposo en el viento

Y otra mujer me dará a luz

El afán espiritual del ser humano viene definido por su propia conciencia de finitud y de incompletud.
Freud consideraba que la religión no era sino un premio de consolación para los temores y los
sentimientos de soledad intrínseca y de desamparo que acompañan a los humanos desde el principio
hasta el fin de sus días, sólo compensados por pequeñas ilusiones que nos mantienen ocupados, sin
pensar demasiado en nuestra propia muerte, que siempre vemos lejana, como si fuera algo que no va
con nosotros, a pesar de saber conscientemente que es la única seguridad que podemos albergar frente
a nuestro destino.

Con independencia de que la explicación de Freud sea o no verosímil, los humanos apasionados que
renuncian al placer o a la comodidad individuales, lo hacen persiguiendo un ideal fusional, que a veces
se alimenta de una creencia religiosa. En otras, es una motivación profana.

Efectivamente, la motivación religiosa no es condición

indispensable, a veces el amor es en sí mismo la panacea que el hombre opone a la muerte, como
podemos observar en este soneto anónimo medieval:

SONETO A CRISTO CRUCIFICADO

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido;

ni me mueve el infierno tan temido

161
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, señor; muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme ver tu cuerpo tan herido;

muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No tienes que me dar porque te quiera,

pues aunque cuanto espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

(Anónimo Siglo XVI)

Donde podemos intuir que la recompensa de la vida eterna no siempre es la única razón que mueve a
un místico, sino que quizá el mismo acto de la entrega altruista, total y sin condiciones a una causa, a
una persona, o incluso a una idea estética, puede estar en la base de la experiencia. Del mismo modo
que el Mal por el Mal acaba convirtiéndose en Bien, el Amor por el Amor precisa de sacrificios y de
restricciones: de inmolaciones individuales.

Esta línea de pensamiento, sin embargo, no pertenece a ninguna religión especial, está en todas ellas,
tal y como señalan los teóric os del sufismo. Según Robert Graves, el sufismo es la enseñanza secreta
contenida en todas las religiones. El conocimiento no se obtiene sino con el amor, tomando a este en el
sentido poético más abstracto, no como el amor físico de la cópula con un amante ni como el amor
familiar o conyugal por más perfecto que este sea sino como la devoción a un Pantocrator, por más
enloquecida o por más irracional que su conducta nos pueda parecer. Un Amo que sabe perfectamente
lo que hace, porque:

El placer es un canto de libertad pero no es la libertad (G. J. Gibran)

6.-MASOQUISMO Y SOCIEDAD

162
Ya no sabemos nombrar el Mal.

Baudrillard

Si existen actitudes individuales de dominio y sumisión es porque existe una sociedad basada en la
dominación: una actitud cultural desde que el hombre se propuso el dominio y la predicción de la
naturaleza. El sadomasoquismo es pues un hecho cultural, como el Bien y el Mal. Es ingenuo el
promover al uno en beneficio del otro, ambos se encuentran encadenados. No se trata aquí de
categorías biológicas, como sucede en el sexo cromosómico que nos es dado por la naturaleza y su
aleatoriedad, o el sexo genital, consecuencia del desarrollo embrionario de aquél. Tampoco del sexo
cerebral, el género, punto de cruce entre la biología y la psicología y consecuencia de la capacidad
recursiva del cerebro humano. Tampoco de la orientación sexual, que es el modo en que el sujeto
organiza sus pulsiones y repulsiones, en relación a sus identificaciones precoces.

La dominancia y la sumisión son características específicas del modo en que los humanos nos
relacionamos sexualmente, que a veces son congruentes con actitudes más genéricas de nuestro
carácter y a veces son completamente divergentes con nuestra manera de ser. Dominancia y sumisión
son pues polos extremos de un contínuo de actitudes, que a modo de campana de Gauss, contendrían a
la mayor parte de la población en el centro de la misma si dispusiéramos de instrumentos fiables para su
medida. Como la extraversión-introversión, o el neuroticismo-estabilidad o la dureza-ternura o cualquier
otro par de opuestos modales del carácter. Ni siquiera tenemos la evidencia de que este rasgo sea
heredado, innato o biológicamente determinado, entre otras razones porque psicológicamente no
representan más que conductas puntuales, que casi nunca se establecen como rasgos permanentes de
la personalidad. Como sucede con otros parámetros psicológicos tenemos una cierta evidencia empírica
de su existencia, pero no tenemos la seguridad de que se trate de magnitudes de la personalidad, mas
allá de las descripciones de la caracterología o de la sexología.

Pero tenemos la evidencia de que las sociedades humanas se articulan sobre la dominación de unos
sobre otros, a partir de instancias supraindividuales. De unas clases sociales sobre otras, de un sexo
sobre el otro, de unas prácticas sobre las demás. Sin embargo, existe un denominador común a ellas: su
impredictibilidad, la carencia de leyes, que hacen que podamos hacer suposiciones fiables sobre
fenómenos que puedan arrancar de esa suposición.

Esta incertidumbre es una de las características de la complejidad. Si tuviéramos que buscar una palabra
que definiera el "medio ambiente" en que el cerebro humano sigue su desarrollo ontológico, desde el
nacimiento hasta pasada la adolescencia, esta palabra sería sin duda, la complejidad.

Nuestro cerebro pesa al nacer 1400 gr., igual que el "Homo sapiens" que habitaba las cavernas de Cro-
Magnon, somos, pues, Homo Sapiens. Este límite que dispuso la evolución se halla al parecer en la
estrechez del canal pélvico de la mujer. La evolución llegó a un compromiso entre el coeficiente de
encefalización y las cargas del parto en las hembras humanas. No parece que el cerebro humano haya
aumentado su peso desde entonces, lo que sí ha hecho es ganar complejidad. Este dato nos permite
suponer que la evolución no ha terminado (Ayala 1994).

Lo que nos lleva de cabeza a deducir que los desarrollos y el aumento de prestaciones del cerebro
humano se ha hecho sin modif icar cuantitativamente su masa total. Pero entonces ¿de dónde procede
la complejidad cerebral?

Naturalmente de su medio ambiente. Medio ambiente que no es sólo aire, sol y temperatura, sino
también y sobre todo, la organización social. Todo permite suponer que el tamaño del cerebro, que
alcanzó su cima evolutiva en el hombre primitivo, le llevó a modificar su medio ambiente, creando una
red de predicciones a su alrededor, capturando la naturaleza y alejándose del determinismo puro. Su

163
mayor cerebro e inteligencia le permitió crear una mayor riqueza en su estructura social y esa mayor
complejidad social, a su vez, cinceló su cerebro hacia una mayor complejidad, manteniendo la masa
total del mismo, mediante pliegues y repliegues de su estructura.

Dicho de un modo más claro, la complejidad social puede ser un modo de introducir presiones selectivas
en los individuos. Si esto es así

podemos predecir que el destino de la especie humana pasa inevitablemente por un aumento de su
trama social, de sus laberintos pasionales, señalizados con una cada vez mayor riqueza de abstracción y
una mayor dificultad de discriminación entre el bienestar y el riesgo. Vivir armónicamente con la
naturaleza es ya una utopía porque la naturaleza ha dejado de ser una amenaza.

Para el hombre moderno la mayor amenaza procede de sus

semejantes. Del proceso de codificación y decodificación de las señales cada vez más complejas y
ambiguas que nuestros iguales nos dirigen. Desentrañar el nudo de señales, cada vez más engorroso y
paradójico del vivir en común, es un problema relativamente nuevo que nuestros coetáneos tienen que
enfrentar y aprender a reconocer. Un problema que deben aprender a resolver antes de su entrada
definitiva en el mundo adulto, una entrada cada vez más diferida. Un dile ma, pues, de aprendizaje. De
estos dilemas y complejidades voy a hablar ahora, una nueva complicación que añadir a la existencia. De
cómo se integren en el cerebro individual, dependerá que surjan nuevas patologías que ya se adivinan y
también que los más capaces sean los destinados a configurar cambios en el genoma (o nuevas
turbulencias sociales) que legar a las generaciones futuras a través de la supervivencia de los más
adaptados.

MASOQUISMO Y POSTMODERNIDAD

Entiendo por postmodernidad a aquella corriente uniformizadora que supuso una ruptura con todos los
ideales y esperanzas de la Modernidad. Una corriente que sobre todo trata de contener el miedo a la
diferencia, uno de los horrores que el ser humano aún no ha sabido conjurar. Uniformidad,
individualismo, virtualidad, que contaminan tanto el espacio político como el estético, el económico y
también el sexual. Un discurso que se solapa con la querencia globalizadora de la economía, y que
contiene el mismo germen de alienación e incertidumbre que la miseria del Antiguo Régimen, aunque
enmascarado en iconos y creencias que hacen del ser humano individual su propio Dios y su propio
proyecto.

La revolución sexual de los 60 ha sido - según Baudrillard-la responsable del viraje de las pulsiones
sexuales actuales hacia la androginia, al "liberar todas las virtualidades del deseo". Esta dispersión de
posibilidades lleva al hombre a preguntarse: ¿soy hombre o mujer? Al devolverle al hombre el uso de su
libertad y de su voluntad, este cambio benefactor, sin duda, le ha llevado de bruces hacia la pregunta
fundamental,

164
¿dónde está mi voluntad, qué quiero y qué espero de mí? Sin duda un resultado paradójico, pero que
invariablemente se da en cualquier revolución, con sus efectos secundarios de duda, incertidumbre,
perplejidad y confusión.

Este tipo de preguntas, articuladas según el discurso de los deconstructivistas, pone de relieve que al
menos algunas de las verdades que dábamos por buenas, como consecuencia de aquella revolución: la
dispersión de las oportunidades de goce, sean puestas en tela de juicio de nuevo, por la presunción más
que plausible de que quizá este desparramamiento de sexualidades periféricas no sea más que un truco
(tal y como Foucault suponía) para lograr una represión más eficaz desde el otro lado de la trinchera: el
esperpento, lo grotesco. La equivalencia entre simulación y realidad.

La exageración de la puesta en escena erótica es mucho más eficaz como medio de aversión que la
tradicional prohibición represiva (Baudrillard, 1990).

Estos actos de apariencia que vienen a sustituir a los antiguos modales y la búsqueda de diferencias en
los archivos de nuestra memoria, en nuestros logros o en nuestras señas de identidad culturales, han
sido definitivamente-desplazados por una especie de ingenuidad débil, donde el narcisismo tradicional
de la mitología y del psicoanálisis ha terminado sucumbiendo en aras del look o del perfomance:
imágenes mínimas que ni siquiera merecen una mirada admirativa, sobresaltada, sobrecogida o
asombrada, sino ind iferente. Una indiferencia que consiste en jugar a las diferencias, sin creer en ellas
(Baudrillard, 1991). Efectivamente, ¿qué sentido puede tener cambiar las reglas de ajedrez? El
sinsentido y aún más, la socialización, amenazan las señas de identidad sobre la que colectivos enteros
han construido su identidad a partir de aquella revolución, que prometió a cada cual una parcela de
felicidad en el océano de los goces sexuales, aunque algunos sólo hayan conseguido reinados efímeros
sobre pequeñas islas desiertas.

¿Cómo ser perverso en una sociedad que ha hecho de la perversión su principal regla de juego? ¿Cómo
transgredir un orden que no cree en modelos absolutos, que democratiza la belleza, el Mal y reniega de
la razón? ¿Dónde hallar refugio de tantos seres iguales a mí mismo?

EL FUTURO DE LA PERVERSIDAD

En todo momento estoy utilizando el término perversidad como el lugar imaginario donde se articula el
discurso de la sexualidad distinta, aquella sexualidad que no tiene nada que ver con la procreación, o
con la reproducción. Perversidad como sinónimo, pues, de la sexualidad prohibida.

Y voy a tomar además a la homosexualidad como paradigma de las sexualidades periféricas: las
diferentes, aquellas que se sitúan al margen de la reproducción, aunque no necesariamente - como
después veremos -, más allá de la paternidad y maternidad electivas. Paradoja, que hoy, ya no lo es más,
a partir - sobre todo-de los embarazos probeta o de las discutidas leyes de adopciones para
homosexuales. El motivo por el que elijo a esta

"perversidad" es por el hecho de ser la más conocida y frecuente, pero también porque integra una
identidad social más coherente, y un discurso político más combativo, para su reconocimiento e
integración sociales. La homosexualidad, como cualq uier otra forma de perversidad sexual es (supone al

165
menos), un posicionamiento sobre la sexuación y la ruptura privada de un tabú, es decir, sobre alguna
de las prohibiciones que recaen sobre el placer individual. Es, o son, además, posicionamientos sobre la
transgresión, sobre las excepciones y sobre las cargas reproductivas, que en este caso soporta la
sociedad heterosexual, no perversa.

¿Por qué acatamos o transgredimos los tabúes? Es, sin duda, una pregunta interesante que tendemos a
responder en clave de una rebeldía pública o acatamiento aquiescente a algún tipo de superestructura,
quizá a una instancia supraindividual que desde algún lejano lugar nos gobierna, nos vigila y nos castiga:
sea la Represión, Dios, o el mismísimo Superego. Situar esta instancia en el interior del cerebro, en las
intenciones de las clases dominantes, en un Ser Superior o en la mente de determinados malvados que
gobiernan el mundo desde una lejana atalaya de minorías económicas poderosas y selectas, es fruto de
nuestra tendencia a antropormofizar las causas sociales o aquellas que se escapan de las leyes de las
causalidades simples, próximas, concretas o comprensibles. Sí, la sexualidad está prohibida, pero nadie
gestiona hoy esta prohibición directamente, ningún ser supremo o grupo de prohombres, ni las
multinacionales, ni el capital, sólo el hombre, o mejor, su entramado social, lo prescriben y tutelan. Y lo
hacen, porque el placer individual es peligroso para una sociedad laboriosa y productiva, desde que las
sociedades aumentaran su complejidad y pasaran desde los grupos nomádicos y cazadores, a los grupos
agrícolas, establecidos y recolectores. Claro, que este estado de cosas, donde se reprime lo instintivo y
se favorece su transformación en derivados socialmente aceptables, beneficia a unos individuos de ese
mismo tejido social y perjudica a otros. Necesariamente, porque una sociedad gobernada por
prohibiciones instintivas, favorece un caldo de dispensa de prebendas y corrupción. Porque estas
prohibiciones no afectan a todos los individuos por igual, del mismo modo que la riqueza no se reparte
igualitariamente entre todos los integrantes de una comunidad dada. Por ejemplo, el tabú del incesto,
de obligatorio cumplimiento para los individuos comunes, no lo era para los faraones: en ellos la
prescripción era desposar a la hermana, como es sabido. La prohibición se transforma aquí en
prescripción. Las diferencias en las aplicaciones prácticas de las restricciones del tabú o de las
excepciones de su jurisdicción, son y han sido motivos de desórdenes: unos desórdenes que Marx
pronosticaba como la legítima coartada de las clases asalariadas en su rebelión contra el Poder, que en
este caso situó en el Capital.

Sí existe la prohibición, existirá la transgresión, y también un límite entre la transgresión aceptable y la


transgresión inasumible. Esta deletérea línea que separa lo tolerable, aun detrás del secreto o el
disimulo de lo intolerable, es un consenso, esta vez sí: un consenso de los mercaderes, a través de la
legitimidad política que las democracias formales extraen de sus discursos políticos homogéneos y
"pegados al terreno" de lo posible. O sea, de aquellos que tienen algo que decir, ganar o perder en la
distribución de prebendas, bulas y exenciones morales, penitencias públicas y beneficios sociales.

Frente a ello, lo que se nos muestra es un continuo discurso de legitimación-desligitimación que


pareciera ser urdido para despistar nuestra visibilidad sobre lo realmente importante, que es, que debe
ser: ¿Para qué sirve la prohibición sexual? ¿Es aún hoy necesario mantenerla como eje de torsión de la
vida en común?

En lugar de mantener este tipo de discursos, los perversos, aquellos que no acatan la prohibición sexual
e incluso la llevan al paroxismo "contra natura" en una especie de venganza contra las instancias
represoras, a las que con frecuencia ridiculizan aun de soslayo, en lugar de tomar este camino, los
perversos, buscan su legitimidad.

Quizá el fin de su exilio civil, el fin de su disimulo, el fin del secreto, suponga la proclamación pública y
estridente de su condición. Quizá los años pasados en la clandestinidad obligada por el discurso
tradicional les impele ahora a profundizar en esa proclama. Que ganar terreno en la no discriminación
suponga ese posicionamiento público, chillón y desafiante del "orgullo gay". Doy por sabido y asumido

166
que la homosexualidad y todas las perversiones juntas no suponen ninguna amenaza para la
perpetuación de la especie. Así como doy por sabido y asumido que la homosexualidad no es un motivo
de depravación para los jóvenes o una pedagogía pecaminosa inasumible por la mayoría social. De
modo que como categoría psicológica, estoy persuadido de que la minoría homosexual tendrá con el
tiempo y el cambio de determinadas mentalidades, asegurada una legitimación de su discurso.
Considero pues al discurso deslegitimador, acabado y en retroceso.

Ahora bien, no hay que olvidar que cualquier transgresión se construye siempre en relación - quiero
decir en oposición-a algo. La homosexualidad y las perversiones sexuales existen porque existe una
prohibición primigenia, sin prohibición ¿existirían acaso las perversiones?

Sin la deslegitimación del discurso normalizador de la mayoría, ¿existiría el desafío de una sexualidad
idiosincrásica, que se impone desde una convicción del innatismo del género, es decir de una forma
alienante de fatalidad?

Mi posición personal está del lado de pensar que: de exilios por condición sexual ninguno, de
integración social de los divergentes sexuales, toda, pero de remordimiento de la mayoría social,
heterosexuales comprometidos con la tarea reproductora, ninguna, absolutamente ninguna. Dado que
en definitiva, la humanidad entendida como ese almacén de posibilidades génicas de sus miembros, del
que hablaba Bateson, está soportada por los individuos heterosexuales que se reproducen.
Concedámosle a esta mayoría, al menos, el mérito de haber soportado en la evolución de nuestra
especie, el perfeccionamiento indiscutible del biotipo, del cual emergen también, no sólo las oportunas
mejoras del fenotipo humano, (como la longevidad o la mejor calidad de vida), sino también la propia
conducta homosexual, conducta que paradójicamente los propios homosexuales no pueden perpetuar.
Usualmente, esta misma mayoría es la que – aparentemente -, pone el listón en un sitio distinto en cada
momento histórico, cierto es que esta mayoría no actúa como un resorte, movida por el sentido (o el
bien) común que los políticos demócratas (incluyendo a los homosexuales) replican elección tras
elección, sino que lo usual es que estas masas estén dirigidas por intereses, líderes sociales, demagogias
espúreas y otros fenómenos.

Pero vamos a admitir que –efectivamente-esta mayoría social es la que discrimina en cada instante
histórico lo admisible de lo in admisible (más tarde ofreceré pruebas del porqué creo que no sucede
exactamente así). Bien, esta mayoría social está muy cerca de admitir la igualdad civil para
homosexuales y lesbianas, al menos en lo que concierne a su estatuto jurídico, similar al de las parejas
heterosexuales con las leyes de parejas de hecho, de matrimonio o la más radical, de adopción para las
parejas del mismo sexo.

Mi impresión es que el movimiento gay-lesbiano se equivoca en esta estrategia. No sólo porque lleva a
la propia homosexualidad a un callejón sin salida epistemológico (sin contenido transgresor alguno),
sino porque una vez concedida la igualdad, ¿cómo harán para no sentirse obligados por las mismas
cargas que abruman a los heterosexuales? Cargas que proceden de la rutina de la monogamia, pero
también de una sexualidad sosegada, conservadora y patrimonial, es decir, legítima.

Los antecedentes a los que me refiero podrían relatarlos las historiadoras del movimiento feminista.
Algunas de las más lúcidas de sus pensadoras han observado que una vez reivindicado y conseguido
para la mujer el orgasmo que se les negaba desde la noche de la caverna, su conquista ha dado paso -
inexorablemente-al deber al orgasmo, es decir, a una nueva carga, a una nueva presión que recae otra
vez sobre las mujeres. El motivo de este acabalgamiento es, sin duda, la moderna vinculación entre el
placer y la salud: si una plena vida sexual es buena para la salud, es más que obvio que el orgasmo
femenino ha dejado de ser ilegítimo para convertirse en una norma, en un deber sanitario.

167
Paradójicamente, de estos movimientos ha surgido la idea de que determinados discursos liberadores
de la mujer no han hecho sino encadenarla con otro tipo de yugos a los mismos bueyes.

Se podrá decir, con razón, siguiendo argumentos de tipo legitimista, que los movimientos gays sólo
buscan poner el contrato "gay" en igualdad de condiciones al contrato heterosexual. Convivir en
igualdad de derechos y en igualdad de protección frente a la Ley. Es cierto y mis reservas no van en esa
dirección, porque estoy persuadido de que las sociedades democráticas occidentales no tienen
argumentos que oponer ni a la convivencia, ni a la adopción de niños, ni al matrimonio entre
homosexuales.

Es muy posible que los únicos argumentos que puedan esgrimirse en esta batalla deslegitimadora, sean
los argumentos clínicos, una vez desamortizados los discursos religiosos. Argumentos que enfatizarán
las dificultades en la construcción de una identidad sólida por parte de los niños, criados y educados por
una pareja del mismo sexo. ¿A quién llamarán papá y a quién llamarán mamá? ¿Romperá en su mapa
afectivo del mundo esta confusión de sexos, que propician las parejas unisexuales?

Este tipo de argumentos son débiles y sobre todo demasiado escrupulosos: bordean el candor o la
pusilanimidad. Hay niños con familias monoparentales y niños criados en ausencia de uno de los
modelos sexuales, por no decir que hay niños educados según modelos perniciosos, en familias
abusadoras, negligentes o francamente incompetentes. Aun en el caso de ser criado por padres más o
menos homologados, la nómina de esqueletos en los armarios es demasiado numerosa como para
señalar a la familia tradicional y heterosexual como una cuidadora ideal. No es posible pensar que una
familia homosexual, o mejor, una pareja unisexual, pueda ser, precisamente en función de ello, más
incompetente o nefasta que la pareja tradicional. Otra discusión es si este tipo de parejas constituyen
familias o simplemente unidades domésticas.

Es verdad que la pareja tradicional aporta, sin embargo, una novedad sobre la propia pareja unisexual.
Me refiero a que los diferentes sexos de los miembros de la pareja pueden ser soporte de identidades,
modelos y roles que adheridos a aquellos (al género) operan como referentes imaginarios en el cerebro
de los niños. De cómo se desplegaría este fenómeno en un niño criado por una pareja unisexual es
motivo de elucubraciones. Sin embargo, no creo que este "conflicto de semejanzas" no pueda ser
fácilmente resuelto por las figuras próximas al entorno social y de un modo más que precoz, del mismo
modo que sucede ante la ausencia de uno de los progenitores.

No estoy seguro - sin embargo -, de si este "modus vivendi" podría conformar en sí mismo un nuevo
motivo de exclusión o discriminación, dado que el grueso social seguirá estando compuesto por familias
agrupadas en torno a la diferencia sexual. Un grupo mayoritario que seguiría imponiendo su discurso a
las minorías sexuales y por tanto diseminando sus prescripciones, normas y preceptos, vinculados o
derivados de sus propias construcciones imaginarias sobre los sexos. Pero supongo que este fenómeno
es bien conocido por las minorías sexuales y no voy a enfatizar mi discurso en torno a este handicap
predecible. Más allá de esas consecuencias, pudiéramos decir, políticas, no veo ningún otro problema a
la crianza de niños en el seno de familias unisexuales, tal y como he dicho, que supongan alguna
novedad a las lacras ya catalogadas por la propia historia y que nos ha legado la familia heterosexual. Lo
que es previsible, en un primer momento al menos, es que este tipo de nueva parentalidad que
propugnan para sí las parejas unisexuales, derive en un ideal de crianza, una utopía de felicidad, como
siempre sucede con aquellos proyectos sociales que son observados como en un laboratorio por los
autores de un experimento trascendental. Lo sabemos porque ya existen de hecho padres y madres
unisexuales con hijos adoptados o bien engendrados dentro o fuera del vientre de uno de los
partenaires.

168
Lo realmente novedoso en este tipo de parentalidad no es tanto la semejanza sexual de los padres, sino
la disociación entre la parentalidad y la sexualidad. Una fórmula que podríamos llamar sexualidad
perversa y paternidad responsable: una disociación que no es patrimonio exclusivo de ningún modelo
perverso, sino que es perfectamente aplicable a la heterosexualidad convencional. Una práctica que al
disociar –efectivamente - el trato sexual de la reproducción propiamente dicha, admite cualquier
variante en su expresión fáctica, una disociación que representa una novedad respecto a la revolución
sexual de los sesenta. Allí lo importante era tener mucho sexo con poca procreación, ahora parece que
lo importante es de nuevo la procreación, pasando subrepticiamente el sexo a un callado segundo
plano.

Para ser exactos lo que ha pasado a primer plano es la parentalidad, la procreación interesa muy poco a
las clases opulentas de occidente, que parecen haber abdicado de esta tarea definitivamente,
depositando esta carga en los inmigrantes, es decir a los sometidos. También aparecen en el horizonte
variantes perversas en parejas no perversas. Por ejemplo, una pareja heterosexual, con hijos a su
cuidado, engendrados y criados según los cánones de la ortodoxia heterosexual, pueden a su vez ser
padres de hijos engendrados de forma incestuosa. Sucedería si un padre donara su esperma a una hija
viuda o estéril para fecundarla "in vitro", transformándose en padre (biológico) y abuelo (político) del
mismo niño, mientras su esposa es abuela y hermana de ese mismo niño, dispersando las redes del
parentesco hacia unas nuevas fórmulas que requerirán quizá nuevos sustantivos para nombrarlas. Y
todo ello sin haber consumado delito alguno y sin tener la sensación de haber soslayado ningún tabú. Y
desde luego, sin aportar ninguna desventaja para la crianza armónica de este niño.

La pregunta que en este momento se me ocurre lanzar, a modo de guía para un ejercicio de
introspección antropológica, es la siguiente: ¿Es el incesto del padre anteriormente citado, semejante al
incesto común, o se trata de un fenómeno diferente? ¿La sociedad del mañana deberá penalizar los
incestos -probeta, del mismo modo en que penalizó durante milenios el acceso sexual por parte de los
padres hacia sus hijos?

Ningún lector con sentido común osaría -creo-condenar o criminalizar estos incestos-probeta que
soslayan y salvaguardan - de hecho-el acceso sexual del padre hacia sus hijas, aunque permita
fecundarlas. El incesto, uno de los tabúes más universales y profundos de nuestra especie, tiene, de
hecho, excepciones. Excepciones que en este caso proceden de las modificaciones jurídicas que
necesariamente introducirá la ciencia y sobre todo la tecnología reproductiva en los próximos años, no
sólo en la vida práctica, sino también en el imaginario de nuestros conciudadanos. Sin embargo, no
podemos olvidar los peligros reales que encierra la tecnología reproductiva si consigue comercializar y
atrapar el fantasma de la inmortalidad: una inmortalidad que sólo puede ser conseguida
imaginariamente-mediante la reproducción asexuada, a o partir de series (clones) de un modelo
original. La repetición ad libitum de una serie de individuos idénticos, como si fueran productos
industriales, articularía la fantasía de inmortalidad posible, al mismo tiempo que permitiría eludir el
terror a las diferencias.

La cohabitación con estos seres asexuados, idénticos al original mantendría alejado el fantasma del
incesto, pero volvería cualquier sexualidad inútil. Resolvería la sexualidad edípica pero a favor de un
sexo, no humano, como si de un coito con una muñeca hinchable se tratara. (Baudrillard, cit, pag 125 )

O:

169
Nosotros ya no practicamos el incesto, pero lo hemos generalizado en todas sus derivaciones. La
diferencia consiste en que nuestro incesto ya no es sexual o familiar sino protozoario.( Baudrillard, op,
cit, pag 131) Efectivamente, Edipo en la probeta seguirá siendo Edipo, aunque disfrazado de manera tal
que resultará irreconocible, perdiendo quizá para siempre su envoltura trágica y convirtiéndose en un
héroe de cómic.

¿Debilitará esta nueva apariencia cómica nuestra repugnancia por el incesto?

Nótese, sin embargo, que no es el sentido común, las buenas intenciones o las luchas políticas de las
minorías sexuales las que consiguen avances, teñidos de incertidumbre (y a veces de repugnancia) en
nuestra concepción de lo bueno y lo malo, lo criminal de lo tolerable, lo abyecto de lo sublime, sino más
bien el discurso científico, que hace aparecer como inevitables determinados cambios que ya se
adivinan y que proceden sobre todo de la industria de la reproducción humana, pronto de la genética,
que permitirá incluso la elección de bebés a la carta, por no hablar de la clonación, que resucitará el
fantasma de la inmortalidad y quizá también el vampirismo del XIX.

Podemos estar seguros de que estas tecnologías, no harán sino aumentar las diferencias entre unos y
otros, a pesar de que conseguirán elevar el nivel y la calidad de vida, de forma tal, que seguirán siendo -
casi invisibles-esas diferencias, incluso morfológicas, que aún hoy separan al abogado del trabajador
manual. Estas desigualdades podrán ser asimiladas al progreso y aceptadas como un mal menor,
teniendo en cuenta que todas las clases sociales tendrán acceso de forma más o menos similar a estos
"bienes reproductivos". Naturalmente las clases sociales seguirán existiendo, aunque la tensión entre
ellas será menor, como ya sucede hoy, en que el proletariado ha desaparecido de la escena política y
social, dejando el relevo a una nueva clase social que ya se intuye: los inmigrantes.

Me parece más importante, pues, debatir cómo se engendrarán nuestros niños, a saber quién criará,
adoptará o tutelará su infancia. Creo superado el modelo pedagógico que asimilaba el "teaching"
(enseñar) al "nursing" (criar) y asignaba estas tareas en función del sexo. "Nursing" para mujeres, una
habilidad adherida a su potencial dador de vida y "teaching" para los hombres, aquellos que en número
más abundante accedían a cualquier tipo de magis terio. Cómo se engendrarán los niños y en virtud de
qué intereses serán repartidos, en que vientres crecerán, qué manipulaciones genéticas serán
admisibles y cuáles serán perseguidas por la ley y por último: ¿qué clase de vínculos mercantiles o
afectivos unirán a los gestores de los embarazos con los propiamente engendradores o dadores de
material genético? ¿A quién pertenecen los niños, una vez disociado del todo el engendrar del
apareamiento puramente físico?

Todas estas preguntas y paradojas que se despliegan a medida que la tecnología reproductiva banaliza y
comercializa más y mejor sus productos (no olvidemos que es una industria como otra cualquiera),
permiten suponer una buena salida profesional para los juristas que en el futuro se especialicen en
tecnologías y asuntos reproductivos. Quizá una nueva disciplina, el Derecho Reproductivo, se llegue a
enseñar en las Facultades de Derecho. Pero estos dilemas políticos, jurídicos y éticos tendrán que ir
encontrando acomodo en los textos legales a medida de que aparezcan y vayan demandando
respuestas legislativas o reguladas.

En este sentido, no me cabe ninguna duda de que las parejas unisexuales hallarán bien pronto asiento y
legitimidad en nuestro sistema civil, tanto para regular sus bienes, herencias, testamentos y también el
vínculo jurídico con "sus hijos", a pesar de que el hijo sólo podrá ser hijo biológico de uno de los
miembros de la pareja (y a veces de ninguno de ellos), quedando el otro miembro como un padre o
madre de segundo orden. Hasta aquí ninguna novedad con respecto a la pareja heterosexual, donde
también los códigos civiles de casi todo el mundo otorgan a la madre la cualidad de ser la única, la
verdadera progenitora, véanse, si existe alguna duda, como en las sentencias de divorcio la tutela recae

170
una y otra vez sobre las madres, a pesar de tener un horario laboral tanto o más infernal que el de su
marido. Todo pareciera indicar que los jueces considerasen que el progenitor genuino en una pareja
heterosexual fuera la madre, siendo el padre una especie de proveedor externo de recursos o un mero
acompañante en la tarea reproductiva. Pero ¿quién será la madre de un clon, después de saber que un
clon es, precisamente, la superación de la maternidad? Bien, esta contradicción también puede darse en
la pareja unisexual, sin aportar ninguna novedad con lo que ya sabemos. Más adelante ya veremos
como retrocede la perversidad de la pareja cuando es desplazada por los poderes públicos, desde el
secreto de la explotación privada, a las barricadas del maltrato.

Pero la comprensión que los poderes públicos, sobre todos los políticos y legales, demuestran con su
concesión de derechos civiles a las parejas unisexuales, no es más que un premio de consolación, quizá
movido por un sentimiento difuso de culpabilidad de los homófobos, de aquellos que no soportan el
presenciar la ruptura pública de un tabú. No soportan su visibilidad, aunque podrían tolerar su
invisibilidad. Una invisibilidad que a los homosexuales se les ha vuelto intolerable, porque cualquier
identidad hoy se sustenta - sobre todo-en el cuerpo. Sin cuerpo en performance, parece imposible
cualquier transgresión, pero la performance es -paradójicamente- el principal enemigo de la
autenticidad de un acto perverso.

Las minorías seguirán siendo minorías, aunque la transgresión que se oculta en las elecciones
homosexuales de objeto, deberá buscar otros horizontes para su expresión. La pregunta que me planteo
responder ahora es: ¿Dónde irá a parar la perversidad una vez que el derecho a integrarla en la normal
convivencia sea conseguida?

No soy de los que identifican la perversidad con la maldad o la ignominia o la abyección todo el tiempo.
Determinadas perversidades sólo bordean la maldad, otras se sitúan frente a ella, es verdad que otras
representan a la Maldad en estado puro, pero también la normalidad, la normatividad puede ser
malvada, a veces incluso más intolerable, opresiva y cruel que la peor perversidad, sobre todo cuando
busca la uniformidad. Una uniformidad que como objetivo político nos encontramos tanto en las
practicas totalitarias, como en los ideales de nuestra democrática sociedad postmoderna. Pero sucede
también que determinadas perversidades han sido tan integradas por el cuerpo social, que ya no se
consideran más perversidades, es decir, se trata de perversiones enmascaradas, socializadas, sin carga
alguna de transgresión. Sucede con el desnudo, o con la frecuentación o el ejercicio de la prostitución
por ejemplo, sucederá pronto también con la homosexualidad, al menos con la más socializada de ella.
La dictadura del cuerpo y su exaltación social, como tarjeta de visita, ha desplazado la abyección que se
escondía oculta bajo el vestido, y ha terminado por socializar el desnudo, a pesar de que siga
constituyendo un tabú tanto la contemplación de un sujeto desvestido, como mostrarse desnudo en
público. A pesar de que las prostitutas modernas ya no sean tísicas y se muestren como chicas comunes,
jóvenes, deportivas, rebosantes de salud o licenciadas universitarias, la prostitución sigue siendo un
tabú, una infamia (la dominación sexual mediada por el dinero), sólo reconocible cuando coexiste con la
decrepitud, la enfermedad, la miseria o la minoría de edad.

¿Dónde ha ido a parar, pues, aquella línea que separaba la prostitución asumible de la inasumible?
¿Dónde buscar ahora la vergüenza y la culpa de mostrar/ver un cuerpo desnudo? ¿En qué nuevas
barricadas encontraremos, reconoceremos aquella abyección? ¿Dónde ha ido a parar el Mal?

Entiendo al Mal como un subproducto del Bien, una consecuencia o sombra de aquel, que por otra
parte tampoco es fácil de percibir en una sociedad como la nuestra, donde el candor y la ingenuidad,
junto con la mediocridad y la necedad como estilos de vida, suplantan a la creatividad y al talento al
servicio del bien común: los ideales clásicos de virtud. Ambos han retrocedido a barricadas discretas,
privadas o secretas. Las barricadas donde ha retrocedido el Mal están hoy en el campo del delito. El
terrorismo, la violencia de género, la violencia anómica. Posiblemente también, en el turismo sexual y

171
en las actividades que tratan furtivamente de arrancar, mediante cámaras ocultas, imágenes que
recojan escenas más o menos escatológicas en lugares públicos, como retretes o probadores de ropa,
respectivamente. Me refiero al turismo sexual ilegal sobre todo, a aquél que incluye trato con menores,
pero también al turismo sexual como expresión ignominiosa de la explotación infame del hombre sobre
sus semejantes.

Naturalmente somos tolerantes con nuestra prostitución opulenta, discreta e higiénica, la hemos
asumido de una forma tan familiar que nos es difícil esbozar un gesto de desagrado o rechazo ante ella.
Pocos ciudadanos se opondrían a los derechos laborales de las prostitutas, a sus derechos pasivos
relacionados con la seguridad social o a que tuvieran pensiones de jubilación o asistencia sanitaria.
Después de todo, somos razonables. Y además, cada cual hace lo que quiere con su cuerpo. Pero sí, el
turismo sexual, sobre todo cuando incluye trato sexual con menores, nos impacta, nos repugna y nos
conmueve. Del mismo modo, el top-less en la playa nos parece tolerable, pero una cámara furtiva que
tomara imágenes de esos mismos pechos en un probador de ropa nos parecería intolerable, una
intrusión criminal en nuestra intimidad. Pero ¿no son los mismos senos? ¿no es el mismo ejercicio de la
prostitución, tanto el de la tailandesa como el de la estudiante burguesa?

Se dirá velozmente – santa palabra-que el top-less de la playa es voluntario, libremente escogido, y que
la jo vencita que se prostituye para comprarse ropa lo hace también voluntariamente, mientras que las
imágenes tomadas furtivamente, sin permiso de su dueño, son indebidas, como también la prostitución
de una jovencita tailandesa, a la que se considera una víctima de la ignorancia, la miseria, o ambas. Es
verdad, lo que no es más que aceptar que lo que se trata de salvaguardar, desde nuestro punto de vista
occidental, en cualquier caso, es el libre uso del cuerpo por parte del que lo exhibe o lo vende, pero
¿puede un cuerpo exhibirse/mirarse o venderse/comprarse? Me refiero a si puede hacerse sin efectos
secundarios. ¿Es el uso del cuerpo un derecho inalienable?

¿No será más correcto pensar que precisamente nuestra tolerancia con la prostituta universitaria
prescribe de hecho la obligada prostitución y el abuso de la adolescente asiática? No estoy haciendo un
ejercicio de la teoría del caos, pero si el tabú del desnudo ha sido desplazado de la playa, donde allí es
ahora legítimo, ¿a qué nuevos lugares habrá que ir a reconocerlo?

La perversidad sólo puede seguir siendo perversidad en una sociedad opulenta cuando se desplaza hacia
la locura o el Mal, los únicos lugares donde nadie mira cuando es interrogado acerca de los límites de su
propio goce, porque ahí habitan siempre los otros.

Obsérvese que en estos dos casos que he comentado, precisamente dos actividades más o menos
inocentes, como el top-less en la playa o la prostitución episódica de una jovencita burguesa, acaban por
desplazar esos goces hacia más allá de la frontera de lo legal. Ilegal (y escatológico) es tomar imágenes
en los retretes, de los culos de sus usuarios, como ilegal (sobre todo ignominioso) es abusar de pobres
jovencitas que fueron vendidas por sus padres apenas cumplieron los 12 años.

La pederastia es quizá el último y más abyecto refugio de la perversidad. Hay como un redescubrimiento
de la infancia que en los últimos tiempos ha dado lugar a un cambio radical en la concepción jurídica de
la misma. En síntesis, la infancia es un bien público a proteger, ya nadie puede mirar hacia otro lado si
un niño es desatendido, abandonado, abusado o maltratado. Existe un consenso social acerca de la idea
de que el niño no es una propiedad de sus padres, sino un ciudadano, portador de derechos, cuyo
garante no es la familia, sino la comunidad. La paradoja está en que le considera un ciudadano incapaz,
no sólo en su incapacidad para autogobernarse, sino también incapaz para el Mal. Del mal que pueda
cometer un niño son responsables siempre los otros, y cuando no hay otros, se impone un acto de
contricción pública, pero lo público carece de conciencia. De manera que actividades más o menos

172
comunes como las actividades incestuosas han pasado de ser consideradas actividades privadas a
delitos perseguibles de oficio. Pero ¿son los niños siempre inocentes?

Las leyes que dicen proteger al menor, son cualquier cosa menos protectoras, son alienantes.

El mismo fenómeno es posible apreciar en el maltrato de género, una lacra creciente en intensidad,
gravedad y frecuencia, donde parece vislumbrarse apenas cómo la cultura de la dominación o el terror
doméstico privado, ha sido desenmascarado por los avances sociales y ha puesto de relieve no sólo el
problema que existía encubierto o latente, sino también la especial venganza de los abusadores sobre
sus víctimas recién emancipadas, que parece querer decir: "tú no puedes dejarme". Al parecer ser
abandonado, es intolerable para los machos educados en la creencia de que la mujer es la esclava del
hombre.

Considero a la pederastia y al maltrato de género las barricadas más frecuentadas por la perversión,
ahora y para el futuro próximo. Allí se refugiarán goces individuales que hasta el momento se hallaban
prendidos en la práctica privada (el incesto o el terror doméstico). Lo paradójico de todos estos
movimientos sociales es que a una ganancia sucede inexorable un retroceso. Cuando parece que la
humanidad ha dado un paso firme en la línea de abolir una lacra, en otro lugar, en otro límite, aparece
una lacra nueva, peor si cabe que la anterior. Esta ley de flujo/reflujo que parece acontecer de forma
inexorable parece indicar que existe un orden que no puede ser modificado y que cualquier cambio
influye en todo el sistema social, desplazando de lugar las tensiones y siguiendo las leyes ya conocidas
de la sistémica.

Naturalmente, no considero que este orden tenga una procedencia celestial. Se trata de un orden que
acontece sobre unas reglas no explícitas de disimulo, secreto y complicidad. Se puede ser adúltero sin
que se sepa, homosexual en la intimidad, ladrón con el cuello blanco, pederasta en Cuba o Tailandia,
especulador en Africa, traficante de armas en Yugoslavia o blanqueador de drogas en la Banca. Lo que es
inadmisible es la bigamia, manifestarse violentamente, el atraco a mano armada, la pederastia en la red,
o el menudeo de drogas en la calle. Naturalmente, los que se dedican a aquella actividad y a esta otra
son personas diferentes, distintas versiones de la maldad. Unos y otros se necesitan. Pero no sólo los
malos de distinto nivel se necesitan entre sí, sino que el sistema mismo necesita a los malos y a los
desviantes. Dice Durkheim:

Un sistema que produce su propio cambio integrando las perturbaciones contestatarias asegura su
estabilidad. Para que la originalidad del idealista que está por encima de su tiempo pueda manifestarse,
es preciso que sea posible la del criminal, que está por debajo del mismo. No es posible la una sin la otra.
O, tal y como dice Foucault:

La existencia de una prohibición crea a su alrededor un campo de actividades ilegales, que procura
supervisar, al tiempo que extrae de ese campo un beneficio ilícito a través de los elementos, ellos mismo
ilegales, pero manipulables gracias a su organización como delincuencia….la delincuencia facilita un
mantenimiento generalizado del orden (Vigilar y Castigar, op cit)

Dicho de otro modo, ciertas formas de delincuencia son útiles socialmente, porque la única forma de
abolir la prostitución infantil en Tailandia es negándose a integrar (abolir) la prostitución nacional,
incluso la más blanda o episódica: levantar la prohibición sólo conseguiría que determinadas clases
políticas perdieran el control sobre el Mal y sobre los bienes que derivan de él.

Pero negarse a integrar a las prostitutas nacionales podría generar desórdenes y desequilibrar
gravemente el sistema, un sistema que halla su estabilidad en fórmulas de integración consensuadas

173
con las minorías y la opinión pública simultáneamente. Del mismo modo, sabemos que la única forma
de acabar con el hambre en Africa es un reparto equilibrado de los bienes materiales a escala global,
cuestión que nadie discute en su íntima formulación, sino en la imposibilidad fáctica de llevarla a cabo.
Dicho de otra forma, esa integración debe de ser políticamente asumible y técnicamente aplicable.

Pero todo el mundo sabe que la mejor estrategia para desactivar una actividad ilícita es integrarla y
disolverla, diluirla en el tejido social. Si una ctividad deja de ser clandestina, se desactiva su potencial
peligrosidad y contagiosidad factual. Deja de ser excepción para transformarse en una norma más. La
subversión precisa pues de una confrontación excluyente por parte del sistema, y por eso el sistema
tiende a deglutir cualquier variación.

En este sentido puede "profetizarse" que la última versión de la insurrección popular, el movimiento
antiglobalización, será desarticulado por los Estados opulentos del siguiente modo: una parte de este
movimiento, será engullido por el sistema, otra parte será sobornado y neutralizado, la otra parte,
residual se extinguirá por lisis. La primera parte de este plan, ya se ha establecido, se le da un nombre
(movimiento G-8), luego se busca un líder. A partir de este momento, al formalizarse, el movimiento está
liquidado.

Los países ricos y opulentos necesitan a los países pobres para desplazar allí parte de sus vicios y de las
perversiones intolerables en su propio territorio. Lo mismo sucede con la dominación económica,
lingüística o cultural, también con los residuos tóxicos o las industrias contaminantes. Ninguna novedad
pues, aunque a veces, algunos países movidos por su orgullo patriótico y por líderes carismáticos
pueden detener la penetración de la iniquidad en su propio territorio (el caso de Cuba y Fidel Castro o
de Irán y el ayatolah), especializándose en desarrollar una ignominia propia. Nadie pues parece estar a
salvo, no existen paraísos, ni zonas ciegas que escapen al influjo de las contradicciones sociales, que
pretenden regular la convivencia o garantizar un mínimo de equidad. Pero no sólo los ricos de Europa
necesitan a los pobres de África o Sudamérica, sino que también los ricos de Europa necesitan a los
menos pobres de Europa, quienes a su vez, también necesitan a los superpobres de otros lugares para
ejercitar sobre ellos las enseñanzas de la dominación. Una dominación que es también negada,
disimulada, apenas perceptible en las relaciones laborales y mitigada bajo compromisos económicos y
afectivos en el ámbito doméstico.

Un ámbito dónde se esconde, por fin, la última barricada identificada de la maldad: la violencia de
género, una violencia creciente, amplificada por los medios de comunicación y los traficantes de sangre,
excesos y escándalo. Una violencia que es sólo la punta del iceberg de la violencia minor que tiñe las
relaciones sexuales y que nos negamos a integrar, disolviéndola en la intrascendencia y banalidad con
que los medios informativos la blanquean, negándola y separándola del Bien, un ideal al que por ley
tenemos derecho, ignorando que una sociedad que avanza en la superación de una lacra,
necesariamente liberará - simultaneámente- otras tendencias catabólicas que van adheridas a ese ideal.
Digámoslo claramente: la liberación de la mujer y sus discursos, acertados o erróneos, son los
responsables del maltrato de género, porque todo ideal contiene un germen de abyección en su
sombra, que será liberado apenas aquel sea asimilado por una mayoría social. Del mismo modo que la
Perestroika supuso un incremento de la delincuencia, de la inestabilidad social e incluso de catástrofes
naturales, que hizo a muchos ciudadanos soviéticos añorar al comunismo, un cambio en el estatuto
social, personal, laboral y sexual de la mujer ha liberado estas tendencias en algunos hombres:
tendencias que -efectivamente-se encontraban potencialmente distribuidas en los nudos de la red

174
social, no en los cerebros individuales de los maltratadores, que no constituyen en sí mismos ninguna
patología, ningún perfil.

El Bien y el Mal son inseparables, y aunque no sepamos a ciencia cierta qué es el Bien, existe un
consenso sobre qué es el Mal y un pacto siniestro para silenciarlo, ocultarlo y enajenarlo como parte
escindida de los ogros sociales. Una tarea imposible del fanatismo ingenuo de nuestras sociedades
opulentas.

DOMINANTES Y SUMISOS

Supongamos una ciudad donde un número determinado de habitantes son dominantes y otro número
concreto de ellos, sumisos. Y que alguien decide fundar una ciudad de dominantes y otra ciudad de
sumisos, eligiendo a esos futuros ciudadanos de entre las poblaciones identificadas. El resultado de este
experimento que A. Toffler destacaba en su libro, La política de la tercera ola, aunque allí las
poblaciones eran respectivamente, trabajadores y vagos, sería sorprendente.

Nos sorprendería que al poco tiempo las poblaciones tenderían a estabilizarse y a reproducir el estado
de cosas que reinaba en la ciudad original. A este tipo de reajustes se le conoce con el nombre de
desorden. Un caos gobernado por reglas inmutables, aunque en cierto modo inciertas. Sin embargo,
existe una armonía oculta que tras un primer oscurecimiento se revela, más tarde, con una claridad
superior a la manifiesta.

Fue precisamente un biólogo, Robert May, quien estudiando el crecimiento de una población animal y el
desborde de su punto crítico, cayó en la cuenta de que al representar gráficamente esta ecuación, era
un sistema lineal continuo que al superar cierto parámetro deja de ser lineal y se bifurca en dos valores
o puntos, cada vez más deprisa hasta que el sistema se vuelve caótico, es decir disipativo, redundante y
periódico, reproduciendo en sus ramificaciones infinitesimales a todo el conjunto. (A. Escohotado, Caos
y orden. pág. 86)

El error está en considerar como categorías o magnitudes lineales, lo que no es sino una polarización de
(En realidad un agrupamiento de individuos en función de paquetes cuánticos, que serían atraídos por
un “atractor”) individuos, en torno a las posibilidades (de dispersión de la identidad) que la comunidad
ofrece a sus habitantes. Si vivimos en una sociedad de la dominación, existirá una idea-atractor llamada
dominación y habrá individuos que se concentrarán en torno a los patrones de dominación y otros en
torno a los patrones de la sumisión, una vez bifurcada la curva de crecimiento. Pero no hay categorías o
entidades caracteriales que los sostengan, son simplemente roles imaginarios, reversibles e inducidos
por la ilusión de alternativas que la sociedad propicia en un menú desplegable de opciones y que
permite al individuo elegir y a los demás rotular, juzgar y excluir.

175
Ya he dicho anteriormente que la pareja D/s no representa una conjunción de dualidades, salvo en los
casos extremos. Se trata de una relación dialéctica que no representa, pues, en la mayoría de los casos,
ninguna complementariedad. Desde el punto de vista comunicacional, se trata de una
metacomplementariedad negociada.

En una relación D/s no existe una ruptura o una negación totales de la alteridad, sino tan sólo un
exorcismo. Ruptura que tan sólo podemos apreciar en las relaciones sadomasoquistas "verdaderas", es
decir, radicales. Para que exista una alteridad radical es necesario que el Otro no exista. Sólo entonces
aquél puede ser aniquilado, extinguido o masacrado. Es el caso del torturador con su fascinada víctima.
Fascinada porque para ella, el torturador es una imagen de Dios, una imagen que podemos ver en la
magnífica película de Cavani " Portero de noche", una fascinación que afecta tanto al torturador como a
la propia víctima, aquí podríamos hablar de una alta complementariedad, de una alteridad cercana a lo
radical. Una alteridad radical que no existe en los ataques sexuales comunes o en los homicidios
pasionales, porque allí, la víctima no está fascinada, sino aterrorizada, y no se entrega al propósito del
atacante, sino que se le opone. Aquí, el otro es reconocido como Otro, no existe pues una negación de
la alteridad, aunque pueda existir una asimetría absoluta, aunque puntual.

Sólo en el exterminio de los indios americanos por parte de los españoles, en los sitios de Sagunto o
Numancia, o en el holocausto judío, podemos apreciar en toda su crudeza una situación de alteridad
absoluta, donde el dominante extermina al oprimido y halla en aquél la complicidad necesaria para
llevar adelante su plan, en una actitud podríamos decir sinérgica con sus intenciones de exterminio. Una
autoinmolación que se acepta complementariamente con resignación e impasibilidad. Una aniquilación
legitimada por la víctima que se niega así como Otro. Cualquier alteridad puede ir desde el grado cero
hasta el Absoluto. El grado cero correspondería a la simetría absoluta entre dos personas (o dos
comunidades), ambos se reconocen idealmente iguales, lo que es lo mismo que decir que se aceptan
como portadores de mínimas diferencias, hecho desde luego utópico. Al parecer, los humanos sólo
podemos gestionar pequeñas diferencias entre nosotros y los demás, nos horrorizamos ante las
diferencias estridentes: evidencias que generalmente negamos (simplemente no existen) (para los
aztecas los españoles no existían como Otro, eran simplemente Dioses), hasta que nos vemos obligados
a confrontarnos con ellas, sucede en la diferencia racial (no existe racismo en un país con una sola raza),
en la diferencia sexual, que no existe hasta que nuestra madurez perceptiva nos "obliga" a hacernos
cargo de la diferencia, o en las desigualdades económicas, que tampoco nos preocupan demasiado
hasta que el desorden social viene de algún modo a afectarnos personalmente: un exceso de pobres a
nuestro alrededor nos perturba de igual modo que un exceso de extranjeros.

Existen tres posicionamientos con la diferencia, tres formas distintas de gestión: la primera versión nos
la ofrecen los discursos diferencialistas, el hombre es el opuesto a la mujer, el día es el opuesto de la
noche, la maldad es el opuesto de la bondad, el sádico del masoquista. Este tipo de discursos son
apócrifos y artificiales, se articulan en la búsqueda de pequeñas diferencias en las entidades que
legitimen la posición del que se siente Otro (en oposición a algo), sin serlo. El hombre no es el opuesto
de la mujer, ni la noche del día sino momentos reversibles que se suceden e intercambian en una
seducción incesante (Baudrillard, 1991). Este tipo de pensamiento categórico, maniqueista, que se ha
impuesto desde la Modernidad de nuestros pensadores contemporáneos, ha dejado sin resolver el
eterno tema de los matices. ¿Qué sería en este modo de pensar el atardecer? Consecuencia de este
modo de razonar es el aislamiento de nuevas especies, el hombre como enemigo de la mujer o la
convicción de la hegemonía de Occidente sobre el Islam y la abominación de sus prácticas ancestrales, la
ablación del clítoris o la más conocida de la prohibición del chador, que se intentan combatir desde un
siniestro concepto de hegemonía transcultural.

176
Conjurando el hecho sencillísimo de que no existe ninguna solución, en ninguna teoría moral o política de
la diferencia, pues la propia diferencia es una ilusión reversible. (Baudrillard, op cit pag 141). La segunda
forma de articular un discurso sobre la diferencia es la negación beatífica de la misma. Son los discursos
de la igualdad. Discursos que se establecen desde una asimetría, que suele invalidar los propósitos
humanitarios de los que lo sostienen, a partir de la fetichización del Otro o su idealización.

Dado que ninguna diferencia puede ser - de hecho-gestionada con gasto cero y que los casos de
alteridad absoluta son fenómenos extremos, la mayor parte de las personas se sitúan en una posición
negociada, intermedia, que podríamos definir como una dialéctica del intercambio, esto es, en una
relación de dominación-sumisión parcial y reversible, donde los roles se intercambian en función de
pequeñas extorsiones y violencias cotidianas, desavenencias y perturbaciones.

Decir también que no todas estas formas de D/s son reconocidas e identificadas como perversas.
Algunas de ellas están tan bien integradas en el discurso social que pasan - de hecho-desapercibidas. Es
el caso más genérico de la dominac ión del hombre hacia la mujer, de las clases opulentas sobre las
clases bajas o de los oriundos sobre los extranjeros, también del Amo sobre el esclavo (me refiero a la
hegemonía del Bien sobre el Mal, de la virtud sobre el vicio, de lo racional sobre lo afectivo). Es así si
atendemos - sólo-el nivel de poder que ostentan estos pares de opuestos, de otros, entre sí. Pero en
otro nivel de representación, también existe -simultáneamente-una explotación sutil de la mujer sobre
el hombre, de las clases bajas subsidiadas sobre los contribuyentes o qué decir del consumo de recursos
sociales que representa la atención de los inmigrantes para nuestro Estado del Bienestar. Cualquier
relación o interacción humana está basada en las leyes de la dialéctica, de la inversión y de la
reversibilidad. No existen pues dominantes o sumisos que ejerzan todo el tiempo como tales, como no
existen tampoco individuos activos o pasivos. No se trata de rasgos permanentes del carácter, sino de
actitudes provisionales. Cualquier conducta y cualquier definición sólo es posible en relación con ese
otro que le sirve de espejo, de mirada y de confrontación.

Al menos dos.

MASOQUISMO E INTERNET

Internet es la última versión tecnológica de la idolatría. Por la red global circula información, abyección,
promoción y respuestas a casi cualquier pregunta. Es, como cualquier tecnología, un arma de doble filo
por donde se democratiza el Mal, pero también la ciencia y la información sobre cualquier materia, en
una aldea global a la que cualquier usuario puede, con unas mínimas habilidades, acceder, sin ningún
tipo de restricción, mas allá de su capacidad discriminatoria sobre lo útil o lo banal, sobre lo legítimo de
lo prohibido.

También de la perversión. Pero no de una forma de perversión cualquiera, sino de una forma nueva,
asimilable por el gran público, mediatizada por el anonimato y la virtualidad, una fórmula que erosiona
nuestro sentido de la transgresión y de los límites del juicio de la realidad. Una perversión, pues, al
alcance de todos.

177
En realidad cualquier alteridad que no incluya el tacto es una forma de virtualidad que compromete el
sentido de la realidad. El teléfono por ejemplo contiene algo de siniestro, de irreal. La pornografía y
cualquier variación sexual, por extraña que sea, circula de forma procelosa por la red, fagocitando nueva
clientela para nuevas perversiones, aun en aquellos que no son, de hecho, perversos, al diseminar las
oportunidades y las posibilidades de goce. Un goce deshonesto en tanto que promete y miente respecto
al resultado real de su finalidad. Como sucede con la mala pornografía, los goces perversos en la red son
sustituidos y desplazados por otros, anónimos, virtuales y alienados. ¿Soy un hombre o un clon? ¿O un
ser transparente que se alimenta de su propia mismidad masturbatoria, frente a los estímulos que la red
desparrama para consumo de unas masas atemorizadas por la existencia de Otros?

Dispersión de identidades: ahora masoquista, más tarde fetichista, mañana homosexual. No importa,
porque cualquier perversión real o imaginaria que preexistiese, será desplazada por una nueva actividad
adictiva. Tanto más adic tiva cuanto mayor sea el miedo del individuo a confrontarse con sus
semejantes, un miedo postmoderno y también un ideal: vivir y gozar, sufrir y morir sólo, conectado a
una pantalla que virtualmente enciende pasiones poco confesables para la mayoría de los humanos.

Internet desplaza la perversión, que siempre reconoce al Otro, aunque sea para abominar de él, por la
perversión aun no filiada de una perversión virtual, una perversión sin sentido, en tanto en cuanto no
existe como posibilidad real de goce, cuerpo a cuerpo, mediante la confrontación dolorosa del Otro. Es
allí pues donde el psiquiatra, el sociólogo, el humanista, acudirán buscando información sobre esos
goces, que no se encuentran en los tratados37, o si lo hacen, es para colgar de ellos etiquetas que,
prendidas de conceptos, acaban por no significar nada.

En un contexto clínico, es imposible aprender nada sobre la perversidad, más allá de sus efectos
secundarios. Ya he dicho que la gente no va al psiquiatra a contarle cómo disfruta de la vida, sino cómo
la sufre. Los psiquiatras sabemos muy poco acerca de los placeres individuales y lo poco que sabemos es
tangencial, generalmente a partir de los fracasos del goce, o de su encubrimiento neurótico. A pesar de
ello, "las perversiones" siguen estando en los manuales de Psiquiatría, pero el conocimiento que
adquirimos -a veces tras una larga vida profesional-es insuficiente y fragmentario. Se impone pues la
red.

Los puntos de encuentro que tenemos con los fenómenos perversos están descalificados por sí mismos:
el ambiente clínico es un malentendido para articular un discurso sobre el goce, pero ¿qué decir del
conocimiento que logramos cuando actuamos como peritos judiciales de un supuesto perverso, en un
conflicto médico legal? Aquí el encuadre está viciado de antemano y nuestras conclusiones, como la
tarea de los inquisidores, está más cercana a discriminar sobre un posible heretismo inimputable por
enfermedad mental.

En mi vida profesional he actuado como perito en tres ocasiones para diagnosticar a un supuesto
perverso: una vez fue un pederasta, otra un exhibicionista y la tercera vez un asesino en serie. Los dos
primeros salieron bien librados de sus etiquetas diagnósticas, el tercero no. Las sentencias del juez
siempre tuvieron en cuenta el peso de la etiqueta, casi siempre para dejar libre al acusado de acuerdo
con un diagnóstico de perversión. Por el contrario el asesino en serie no tuvo esta suerte, a pesar de que
hubiera quien adornara su diagnóstico de perversidad con otras etiquetas no menos confusas como la
de "psicopatía".

Creo que hay que situarse fuera de la clínica si pretendemos entender los fenómenos del goce periférico
que representan las perversiones. En ella, podemos presumir que no vamos a encontrar sino disimulo,
incluso cuando trabajamos en ambientes clínicos y confidenciales, secretos. ¿Qué decir de cuando lo
hacemos en un contexto médico-legal?

178
El malentendido, ya he dicho, procede de la suposición de que la "enfermedad mental" supone una
mengua en la voluntad y que los perversos son enfermos mentales. Nada más lejos de la realidad.

Es verdad que un enfermo mental (verdadero), puede ser a su vez un perverso, como puede también
padecer una apendicitis, pero no hay ninguna relación entre la perversidad (una condición para el goce
erótico) y la enfermedad mental. En realidad, los enfermos mentales están muy poco interesados en lo
erótico, sin embargo, los perversos son personas normales que no padecen signos o síntomas de
enfermedad mental, son por tanto totalmente imputables.

La condición para el goce no puede constituirse en una etiqueta psiquiátrica, no sólo porque confunde la
epistemología de la propia Psiquiatría, sino porque configura un caldo social, donde cualquier diferencia
es percibida de forma paranoica y cuyo inevitable destino es la exclusión, no en nombre de la
normatividad, lo que sería tolerable, sino "en nombre de la ciencia".

En el contexto clínico me he preguntado muchas veces hasta qué punto nuestros enfermos nos cuentan
la verdad. Me refiero a toda la verdad. Creo que sería inocente que supusiéramos que esto es así. Aun
en el caso de que hubiere una perfecta sintonía en la alianza terapéutica que conseguimos establecer
con ellos, es obvio que hay un segmento de privacidad que queda sin explorar en cualquier forma de
psicoterapia.

Se trata de barreras de edad: los adolescentes nos ven como agentes de sus padres. De barreras
jurídicas: los acusados de algún delito como mecanismos abstrusos de la propia ley. Las mujeres pueden
sentirse violentas contándoles intimidades a los hombres y los hombres también a las psiquiatras. Por
último, existen barreras sociales, barreras de lenguaje y barreras transferenciales, el terapeuta puede
vivirse como una persona lejana e inaccesible, alguien que es o representa al Poder en sí mismo.

No, los pacientes no nos cuentan toda la verdad, para no ser descubiertos, disecados, analizados y
sometidos al tormento de ser etiquetados como un bicho raro. El encuadre psicoterapéutico es
insuficiente para dar cuenta de la intimidad de una persona.

Además, los psiquiatras damos miedo. Las personas comunes suelen pensar que los psiquiatras
tratamos locos, que estamos locos o que tenemos poderes invisibles. Nos adjudican mágicamente
habilidades que no tenemos y nos sustraen otras que sí tenemos. No todo el mundo va al psiquiatra a
contar su intimidad. Se prefiere para eso a los amigos o confidentes no profesionales. Cuando alguien va
al psiquiatra ya ha agotado, podríamos decir, los apoyos sociales que le daban sustento. Aun así, no es
de esperar una apertura confiada y sostenida, sino una relación desconfiada y difícil. En los últimos años,
y quizá a un debilitamiento del discurso psicoanalítico y de su prestigio, estamos asistiendo a una
progresiva medicalización de la figura del psiquiatra, del psiquiatra médico. Los pacientes traen
expectativas de curación médica, rauda y eficaz. Ya nadie busca al psiquiatra como testigo donde volcar
en él, sus problemas ordinarios o sus fantasías, sino una curación mágica con psicofármacos de
cualquier sufrimiento, hasta del sufrimiento necesario como es, por ejemplo, el duelo. No sé si de eso
tenemos la culpa los propios psiquiatras, la industria farmacéutica o la emergencia de los psicólogos en
el mercado del sufrimiento, pero me parece haber asistido a un cambio en la presentación de la
enfermedad, como también a las expectativas que los enfermos depositan en nosotros, desde que
empecé mi ejercicio profesional en la década de los 70.

Hago este rodeo para preguntarme sobre el futuro de nuestra disciplina. Y también para mencionar un
hecho que aunque embrionario, me parece digno de tener en cuenta: me refiero a la emergencia de las
nuevas tecnologías de la comunicación en el mercado del sufrimiento y sobre todo en el intercambio de
la perversidad. Me refiero a las posibilidades que se entrevén en Internet, con respecto a la

179
comunicación humana. Sobre todo a los chats específicamente perversos, como los dedicados a gays,
sado-masoquistas, lesbianas, fetichistas, etc. No estoy utilizando en ningún momento el término
perverso en cuanto a una entidad clínica, sino que me voy a referir a la sociedad perversa como un
modo de articular la perversidad, es decir, las condiciones individuales para el goce. La proliferación de
esta formas de intercambio abren un interrogante muy interesante a la propia Psiquiatría. ¿Para qué
serviremos los psiquiatras en la era de Internet?

Es evidente que aún no podemos hacer psicoterapia en la red, por varias razones. La primera es el tema
de la despersonalización. Efectivamente, en Internet nadie es quien dice ser, pueden vivirse
personalidades alternativas, lo que favorece el fraude terapéutico, algo insalvable para una terapia
reglada. Pero también favorece algo que nadie en su propia vida puede hacer. Me refiero al posible
desdoblamiento de la personalidad, de las actitudes y de las identidades. ¿Puede este desdoblamiento
tener algún efecto beneficioso en sus usuarios?

En una reciente entrevista publicada por un diario de tirada nacional, Susan Sontag explicaba el caso de
un amigo suyo que gracias a Internet había podido "vivir" una experiencia homosexual, que de ningún
otro modo hubiera osado explorar. La pregunta que me hago es: ¿ese desdoblamiento anónimo de esa
persona le procurará algún efecto en su felicidad, salud individual o posib ilidades de goce?

Y la siguiente pregunta es ¿las relaciones virtuales son capaces de provocar distorsiones o beneficios en
los que las emplean?

Ningún terapeuta aceptaría -creo-hacer una terapia por Internet sin ver la cara de su paciente, aunque
ya exis ten formas mitigadas de counseling en la red. Aunque es muy probable que hubiera pacientes
que prefirieran hacer terapia con alguien a quien no ven. Se abren interrogantes éticos de imposible
respuesta en este momento, en que la red aun no ha dado de sí todo lo que se espera en un futuro
próximo. Sin embargo, los temas deontológicos no me preocupan demasiado en este momento.

¿Habrá alguien en el futuro dispuesto a pagar una escucha profesional teniendo la posibilidad de
encontrar un partenaire en la red? ¿Será la red la substituta de la confidencia clínica en el futuro?

Se puede decir, con razón, que las relaciones virtuales en Internet no dejan de ser imaginarias. Es
verdad. También lo son nuestras fantasías, nuestros deseos y nuestros sueños. El imaginario de cada
cual es potente y construye y deconstruye mundos con la velocidad de un ciclón, en este sentido, somos
omnipotentes. Y además, aunque el cerebro sano sabe que el imaginario sigue siendo el imaginario,
muchas personas prefieren este registro al de la propia realidad y se dedican a destilar su propia
fantasía para consumo de los demás. Además el cerebro no parece distinguir demasiado entre la
realidad que procesa como realidad y la realidad que procesa como imaginaria. Lo sabe sólo en
condiciones de vigilia, pero la materia en que se sustentan ambas es la misma.

Por eso, nos refugiamos en la narrativa ajena, vamos al cine y estamos fascinados por el arte. Vamos a
que nos cuenten historias, porque - como decía Dostoievsky-, si la vida fuera divertida no
necesitaríamos jugar. De pequeños nos cuentan cuentos, que recordaremos toda la vida con alguna
fábula moral. Nos enamoramos de artistas de cine que nunca conoceremos. Recordamos cancioncillas
de cuanto estuvimos enamorados, leemos novelas que nos transportan hacia mundos que nunca
visitaremos y visionamos vídeos pornográficos con variantes sexuales que nunca hemos ejercitado. ¿Es
esto virtual?

Las tecnologías virtuales se definen en oposición al puro imaginario de las novelas o de los cuentos
orales, en que comprometen nuestro juicio de la realidad. No se trata sólo de leer una novela, sino de
vivirla. Percepción visual, auditiva, cenestesias y texturas conformarán un nuevo engaño de los sentidos

180
tan aproximado a la realidad que tendremos serias dificultades en saber qué es real y qué es imaginario
sin volvernos locos.

Nada de esto se encuentra aún comercializado en masa, y no es mi intención más que mencionarlo de
pasada para decir que la variable crítica que discrimina entre lo real y lo imaginario o virtual es el juicio
de la realidad. Es real aquello a lo que adjudicamos valor de realidad y no es real aquello que vivimos
como imaginario. Hasta en las pesadillas tenemos una especie de gobernante interno que nos advierte
de que estamos soñando cuando las cosas se ponen feas. De manera que no acepto que se diga que las
interacciones que se hacen en Internet son del todo inocentes o juegos de niños, como sostienen
aquellos que movidos por el prejuicio, aun no navegan o aquellos otros que ven un peligro en cualquier
tecnología nueva sin ver también lo que tienen de avance.

Otra dificultad que encuentro para hacer terapia por Internet es la falta de control sobre el propio
encuadre. Internet se caracteriza por la desaparición de nuestros interlocutores, por su dispersión y por
el misterio de su identidad real.

¿Cómo hacer para ayudar a un supuesto suicida que no conocemos más que por un nick? La falta de
control sobre las variables de la psicoterapia la convierten de hecho en algo anómalo, en algo
desprofesionalizado, en una ayuda puntual que tiene más de desahogo que de búsqueda de soluciones.
Las personas recorren varios chats, desaparecen largas temporadas y cuando vuelven lo hacen con otro
nombre adoptando quizá otra identidad. La impostura es frecuente, hay hombres que se hacen pasar
por mujeres y mujeres por hombres. Casi todos mienten (o pueden hacerlo) sobre su edad o su aspecto
físico. Pero aunque estas variables pudieran ser sometidas a un examen objetivo, no habría manera de
mantener al mismo tiempo el anonimato y la objetividad, al eludir las señales analógicas de un contacto
real. El tono de la voz, los gestos y el aspecto de una persona delatan muchas veces sus conflictos
profundos. Sin embargo el "cara a cara" es un obstáculo que me parece que opera en muchas ocasiones
contra la sinceridad. Es verdad que se pueden hacer ya chats con imagen, pero esta situación es
entonces la misma que un cara a cara, con sus mismas dificultades y obstáculos. Con una más añadida,
la ausencia de calor humano y de "carne en el asador", lo cual impediría -a mi juicio-la emergencia de
una trasferencia intensa tal y como la conocemos en nuestra práctica convencional. Tampoco era mi
intención hablar aquí de las posibilidades de hacer terapia en Internet. Si he tocado este tema era para
aclarar de pasada lo que pienso acerca de las relaciones entre “partenaires” dialogantes en un chat, que
están presididas a mi juicio por:

1.-El anonimato

2.-La posibilidad de adquirir diversas identidades

3.-La impostura

4.-El volcado de fantasías poco usuales

5.-La posibilidad de encontrar “partenaires” con quien compartirlas, es decir, la posibilidad de contactar
con un semejante.

Naturalmente, este encuadre es cualquier cosa menos un encuadre terapéutico, y por eso le llamaré en
adelante el "encuadre perverso". El encuadre perverso no tiene como fines clasificar, tratar o curar, sino
simplemente "poner en con tacto" personas según un área concreta de preferencias. Hay chats
dedicados a la poesía, a la caza, a los deportes de riesgo y también a la perversidad de la que me estoy
ocupando prioritariamente. La gente que concurre a un chat no lo hace con ningún fin utilitario, sino
que muchas veces es un fin en sí mismo, se trata de charlar, bromear, insultarse, o discrepar, sin la
posibilidad de llegar a las manos: una posibilidad que acentúa -necesariamente-nuestra fantasía del otro

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transparente, por tanto otro que no puede ser espejo. Todo lo que sucede (o casi todo) lo que sucede en
un chat es inocente y algo ingenuo, sus usuarios suelen ser adolescentes entre los 18 y 30 años, como
sucede siempre con las nuevas tecnologías. Hay también chats donde la gente se propone tener la
ilusión virtual de masturbarse en grupo, tener coitos virtuales, etc. En realidad no hay forma humana de
saber que pasa al otro lado de la red y la mayor parte de las veces todo queda en un truco de buenos
actores y de mejores intenciones. El juego consiste en creer que nuestro “partenaire trasnparente” está
teniendo realmente un orgasmo si se trata de una interacción cibersexual o de que está fumándose un
"canuto" que muchas veces compartirá con sus "colegas" de chat.

De manera que se pueden tener ciberorgasmos, ciberfelaciones, ciberamantes o ciberamores, dando


lugar a una nueva nomenclatura, que como mínimo es ingeniosa.

No quiero decir que en el futuro las relaciones virtuales vayan a substituir a las relaciones reales. Las
relaciones "reales" no corren ningún peligro, son insustituibles, diría que inevitables. El infierno de las
relaciones reales prevalecerá. Lo que parece adivinarse es que estamos asistiendo a una verdadera
democratización o globalización del fenómeno de la perversidad, del mismo modo que la información
circula por la red de forma ubicua.

Ya no es necesario guardarse para sí aquello abyecto e inconfesable que nunca hemos contado a nadie,
ahora tenemos la oportunidad de volcar nuestras fantasías en la red, después de buscar un “partenaire”
complementario que opere como contenedor del goce. Tampoco quiero decir que los contactos entre
internautas tengan como finalidad tener un contacto real. Creo que más bien los contactos entre
cibernautas tienen la finalidad de servir de soportes a las fantasías, que pueden constituirse en
verdaderas comunidades virtuales como ya está sucediendo en algún caso. Las "Kedadas" (encuentros
colectivos entre ciberamigos), generalmente adolescentes sin compromisos con la vida, están
sometidas a la misma decepción y a la misma aridez y dificultades que cualquier interacción entre
humanos. De modo que son usuales que los primeros entusiasmos vengan seguidos rápidamente de
deserciones en masa. Dos de las razones del éxito de estas "interacciones perversas" se encuentra en el
anonimato y en la gratuidad. Nadie (o poca gente) pagaría por charlar en un chat si tuviera que abonar
una cuota para ello, ese pago implicaría demasiado compromiso para el usuario y de lo que se trata en
cualquier interacción perversa es quedar afuera de compromisos y de la exposición de la verdadera
identidad, que cualquier pago derivaría.

Además las personas conectadas a la red pueden explorar sus tendencias perversas sin temor a ser
reconocidas, aun sin haber ejercitado nunca ninguna de ellas (es decir, sin ser propiamente perversos).
Pueden someterse a la prueba de la realidad que una conversación perversa pudiera delatarles e
introspectivamente averiguar muchas cosas sobre su deseo, que jamás hubiera osado preguntarse. En
este sentido, la "sociedad perversa" actuaría como una autoterapia, o al menos, como un
autodescubrimiento.

Las interacciones masósadicas son un buen ejemplo de ello. Mi opinión personal es que se encuentran
en expansión y es uno de los leit-motivs que animan cualquier chat, tanto los genéricos como los
específicos. Naturalmente la gente que concurre a este tipo de interacción son personas que se hacen
preguntas sobre su sexualidad. No sólo les anima la curiosidad de saber algo sobre el fenómeno en sí,
sino que pretenden explorar su interés en el juego. Son personas que tienen fantasías masósadicas, - ya
he dicho que este tipo de fantasías están generalizadas en la población general -, pero que declaran que
nunca han tenido una experiencia de este tipo. Naturalmente toman sus precauciones, nadie puede
llegar a un contacto real de este tipo (ni de cualquier otro) sin tomarlas. De hecho existen páginas web
que dan consejos de cómo comportarse en una primera cita. Pero son personas que quieren llegar a
tenerlas una vez explorada su tendencia a la dominación o a la sumisión y que se debaten entre la
perversión virtual y la real. En una conversación de este tipo, se nota que las cosas están muy

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elaboradas, cada persona tiene una lista mental de qué gustaría de probar y lo que está más allá, la
frontera que nunca se cruzaría, sin embargo las personas se preguntan en muchas ocasiones donde está
su límite. La búsqueda del límite es en mi opinión la clave que guía la búsqueda erótica. La sexualidad
normal no se ocupa casi nunca de ello, me refiero a la sexualidad "light", a la sexualidad convencional.
Esta se conforma casi siempre con la búsqueda del placer, de algo que añada placer a la vida, sin riesgos,
más acá del Mal. Hay personas que lejos de esto se preguntan que hay más allá de la vida, si hay Dios o
no lo hay, si existe la reencarnación, si hay transubstanciación, resurrección de los muertos o un estado
de Nirvana permanente. Bien, hay otras personas que se preguntan qué cosa sucede en el límite: en el
límite de la vida con la muerte. Es obvio que la mayor parte de los perversos no suelen ir tan lejos, pero
ya es algo indagar sobre ello. El perverso es aquél que no se conforma con el placer, aspira al goce, a lo
que hay más allá del placer. Todos los perversos, aunque no lleguen al borde que separa la vida con la
muerte, atraviesan el lado oscuro de las cosas, aunque sólo sea en el imaginario, fantaseando y
descubriendo -quizá-que pueden llegar más lejos. Todos, en este sentido, rompen un tabú, transgreden
la norma y se sitúan más allá del sexo reproductivo, el único que no está prohibido. Se podrá
argumentar también con algo de razón que la mayor parte de estas interacciones no persiguen ningún
fin, se trata de juegos, de pasatiempos más o menos autoeróticos, formas de excitarse o de bromear
que bordean la ingenuidad y lo lúdico. Estoy seguro de que esto es así en muchos casos, pero me
pregunto si este juego no estará escondiendo una realidad, a la que no tenemos acceso más que en
nuestra propia imaginación, a la que negamos cualquier verosimilitud. Si atendemos a "las confesiones"
que se hacen a través de este medio, las relaciones reales que se establecen a través de Internet son
escasas y decepcionantes, lo que no es más que admitir la incongruencia entre la revelación objetiva
que propicia la realidad de la propia fantasía, que siempre es omnipotente. Estas relaciones o contactos
son, desde luego, fácticamente posibles, y no hay ninguna razón para suponer que quienes las cuentan
de forma anónima están mintiendo, porque no pierden nada (luego veremos si lo ganan) con esa
declaración. En cualquier caso, sus declaraciones pueden ser tan auténticas o tan falsas como las que se
realizan cara a cara con un interlocutor cualquiera, o en el diván de un psiquiatra. Como psiquiatra,
estoy acostumbrado a operar "como si" todo lo que me cuentan fuera siempre verdad. En cualquier
medio o en cualquier ámbito. Ya sé que muchas de las cosas que se le cuentan a un psiquiatra (o a un no
psiquiatra), son siempre verdades parciales, sesgos perceptivos, mentiras intencionadas para conseguir
prebendas o engañar al interlocutor, sin embargo, acepto siempre las mentiras como si fueran verdades.
Tiempo habrá para confrontarlas con el propio paciente y de desenmascarar el engaño. A mi juicio lo
importante no es la veracidad de lo que la gente cuenta, sino las razones que le llevan a contar una cosa
y no otra. Es así como descubrimos a los mitómanos, a los confabuladores y a los que buscan beneficios
en la enfermedad.

La gente miente mucho en Internet, es cierto, y casi nunca el autor del engaño es desenmascarado. Si
esto es cierto me interesa saber ¿en qué cosas mienten y para qué?

Mienten sobre todo en su aspecto físico y, en menor medida, en la edad. ¿Para qué debería mentir en
relación con su aspecto físico una persona que sabe que no va a confrontarse directamente nunca con
su interlocutor? He aquí la paradoja. Lo lógico es que si mis intenciones son las de conseguir una pareja
para un contacto real en Internet diga siempre la verdad, pero si no persigo este fin, la mentira está de
más. Las mentiras serán desveladas en el momento del encuentro y seré pronto o tarde
desenmascarado. Si no va a haber encuentro ¿para qué mentir?

Se miente para excitar al “partenaire”. De lo que se trata no es tanto tener una relación sexual real con
él, sino conseguir su atención, lograr una cierta exclusividad, conseguir alguien que logre soportar las
propias fantasías y conseguir, atención a esta palabra: seducirlo.

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Pero ¿seducir para qué? ¿con qué finalidad? Todos los psiquiatras hemos tenido una escena como la
que voy a contar a continuación en nuestras entrevistas cara a cara con determinadas pacientes. Creo
que el fenómeno es el mismo. De lo que se trata es de introducir el deseo propio en la cabeza de
alguien, de inocular algo insoportable en el otro, hablo de la identificación proyectiva, un mecanismo
perverso presente en cualquier interacción en Internet y también en algunas pacientes como esta:

Una paciente de 50 años a la que conocía porque había tratado a un familiar suyo, me pidió una
consulta para hablarme de sus problemas. Era una mujer atractiva y con aire de resignación, debido -
según ella-a un matrimonio desgraciado. Sólo sentarse cara a cara conmigo, me hace la siguiente
confesión: Desde que me conoce (me conoce de una sola entrevista) no ha dejado de pensar en mí, tanto
que esta noche pasada y sabiendo ya, que la iba a recibir ha tenido el siguiente sueño. Estaba arrodillada
delante de mí y me pedía si podía hacerme una felación, yo le decía que si, que estaba dispuesto porque
desde que la conocí también estaba excitado pensando en la posibilidad de que llegara a ser mi paciente.
Naturalmente, después de oír este sueño, me puse en guardia, porque aunque son frecuentes estas
declaraciones de amor de pacientes femeninas insatisfechas a sus psiquiatras, nunca nadie en su sano
juicio, me las había hecho el primer día. Es decir, se trataba de una jugada muy fuerte. Al concluir la
sesión donde estuvimos hablando de temas generales, mientras intentaba despistar el tema erótico, nos
levantamos y entonces la mujer cogiéndome de la cintura, me preguntó, mirándome fijamente a los ojos
¿me dejas que te haga una cosa?. Como pude me desprendí del abrazo de aquella mujer-por otra parte
muy atractiva-y como pude, ya no recuerdo cómo, logré despedirla, no sin quedar azorado, perplejo
y…excitado.

Estoy seguro de que el sueño que me contó aquella paciente era falso. Pero en cualquier caso es
irrelevante que fuera falso o verdadero. La paciente trataba de seducirme, más que eso: de acorralarme
y de convertirse en mi amante allí mismo en mi propio territorio, en mi consulta. Se trataba de una
seducción brutal, de un arrebato, de un rapto realizado con bastante brusquedad, quizá motivado por la
urgencia o el ansia de tener un contacto sexual. Sea como fuere, el sentimiento que me invadió, una
especie de voluptuosidad (en el sentido de Rousseau), me llevó a preguntarme qué es lo que pretendía
aquella mujer. Bien, creo que hay pocas interpretaciones de su intencionalidad.

Las interacciones humanas se basan en gran parte en este mecanismo. Nadie seduce a nadie sin cortejo,
sin un ritual de seducción. El seductor introduce su deseo en el seducido, que a su vez se comporta
como seductor, cuando el seductor original ha quedado exhausto, relevándose continuamente en esa
función. En cualquier relación hay siempre un seductor y un seducido. Aunque los roles del cortejo, al
estar definidos por un orden social basado en el respeto mutuo y en la apariencia, difumine en
ocasiones quien inició la maniobra. Lo usual es que la mujer se ofrezca y salga huyendo, imponiendo así
una persecución por parte del varón excitado ante esa huida. Ese es el juego. Tan sólo las prostitutas no
huyen después de ofrecerse: eso es -precisamente-lo que les confiere el estatuto de mujeres
consagradas. El deseo siempre lo pone alguien, generalmente el hombre, al que se le supone siempre un
deseo en posición de debe, la mujer aunque tiene deseo "se ofrece al propio deseo", tal y como
propone Bataille. La mujer - sin embargo-es poco usual que muestre su deseo de una forma explícita,
aunque estos modelos se encuentran en crisis en todo el mundo occidental. La seducción, cualquier
seducción, es una forma menor de violencia, alguien impone a otro su deseo o su rechazo. Es imposible
(poco probable) un deseo simultáneo, alguien enciende la cerilla, generalmente el que puede
permitírselo.

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La novedad que propicia Internet respecto a la seducción es que tampoco hace falta ser un gran
seductor para seducir a alguien. Esta es una novedad de nuestra sociedad postmoderna. Una sociedad
que abrevia los plazos e introduce fórmulas inusuales como esta:

“Tu pene me interesa."

En Internet los encuentros son poco frecuentes, porque de lo que se trata no es tanto de tener un
contacto sexual, sino de tener muchas oportunidades para excitar y ser excitado, también de ofrecerse
sin huir, es decir, tener la oportunidad de ser una

"prostituta", estando a salvo por la propia distancia física que la red interpone entre los “partenaires”.
Bucear en esa sensación y descubrir qué cosas nos excitan, sin tener que exponer nuestro cuerpo y
nuestra reputación y sobre todo: averiguar si somos capaces de despertar respuestas poderosas en los
demás, cuestión que para una mujer es vital. Averiguar, atención a la palabra: "si se es atractiva", es
parte de la ilusoria paradoja en que Internet ha convertido nuestra vida sexual alternativa. Una
atracción que sin la exposición del cuerpo, es el ideal para ciertas personas tímidas y evitadoras, una
competencia desleal para las más atractivas y las prostitutas profesionales.

Las interacciones perversas en Internet propician la omnipotencia, a condición - claro está- que el juego
no rebase los límites de la restricción virtual de la propia red. Democratiza la belleza, amplía las
posibilidades de los tímidos, rompe en definitiva el infierno de esgrima dialéctica en que se desarrollan
nuestros primeros contactos presididos por el miedo a ser excluido o por prejuicios sobre nuestra
apariencia, nunca del todo aceptada y en colisión con nuestro ideal corporal. Acorta el camino entre el
conocimiento entre dos personas y las acerca, ocultando el cuerpo, ese enemigo, hasta un punto en que
se hace necesario retroceder para seguir manteniendo el anonimato. Las fantasías que se vierten en la
red sólo podrían hacerse cara a cara con personas muy puntuales y después de un tiempo más bien
largo de trato personal. Aun así, surgirían dificultades y sombras: las barreras comunicacionales a las
que ya me he referido. De este modo, Internet propicia un intercambio profundo, pero casi siempre
inconsumado.

Pero ya hemos visto que uno de los goces del masoquismo es precisamente la inasibilidad del objeto.
¿Qué busca el masoquista, sino precisamente esta inconsumación? Cierto es que existe una barrera
física que impide el contacto carnal entre los “partenaires”, pero ¿no es precisamente esta una barrera
de seguridad que propicia que nuevos consumidores se adentren en el lado turbio de las cosas, sin
peligro alguno? Ya hemos, pues, disecado las características principales de cualquier interacción
cibersexual en Internet:

1.-Fantasía.

2.-Inconsumación.

3.-Anonimato y no exposición del cuerpo.

4.-Posibilidad de desdoblamiento e impostura.

5.-Seducción.

6.-Omnipotencia.

7.-Democratización del acceso de todos a todos.

8.-Seguridad física.

9.-Promiscuidad.

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10.-Mitomanía.

¿Puede haber en la vida real una oportunidad mejor para que la sociedad perversa emerja? En Internet
los límites son sólo los de la propia ley, no existe otro límite más que el que las propias reglas del juego
propician con la propia naturaleza del intercambio.

No creo que el panorama mejore o cambie sustancialmente cuando los chats de imagen provean a los
consumidores de una pantalla que permita ver al interlocutor. Tampoco el vídeo teléfono ha tenido
mucha suerte, porque de lo que se trata básicamente en este tipo de relaciones es de no ver, u oír, sólo
de escribir.

Escribir no es lo mismo que hablar o ver, aunque forme parte también de la narrativa, es decir de la
capacidad para contar, inventar y transformar el mundo, de eso se ocupa la literatura. En la charla,
además de narrar, lo hacemos exponiendo algo nuestro: la voz, soporte de la propia identidad. Si lo
hacemos delante de una cámara de vídeo lo que exponemos es el cuerpo, sumergido e investido en una
inexorable y vulnerable identidad. Escribir pertenece a un registro distinto al de la charla oral. Escribir es
un acto racional, matemático, que procede de nuestro cerebro izquierdo, hablar es un acto también
racional pero teñido de emociones e infiltrado de incertidumbre, algo gestáltico que gobierna el cerebro
derecho. Escribir no compromete a nada inmediato, hablar es distinto porque aquí se expone la voz.
Muchas fantasías que se vierten en la escritura no podrían ser reproducidas con palabras, la escritura no
tiene censura más allá de las reglas gramaticales y el buen gusto estético. En el habla ya está operando
nuestro censor moral, algunos sujetos se asustarían de oírse a sí mismos. Claro que escribir, presupone
un cierto talento para dimensionar la seducción, en un registro donde las señales analógicas han
desaparecido, un talento al que no parecen acceder las personas poco preparadas, incultas o poco
hábiles para manejar el teclado. Este es un obstáculo que, de alguna manera, cercena las posibilidades
de buena parte de la población actual. Pero voy a referirme a las barreras o a los límites que este tipo de
interacción tiene en el desarrollo de las perversiones, sin tener en cuenta a los que por razones
culturales no han podido, ni podrán acceder.

Los límites que tiene Internet desde el punto de vista del destino de la perversidad son, a mi juicio,
ilimitados. También para el delito, la falsificación y la globalización de información que debería ser
confidencial. De eso se ocuparán los juristas a medida que los delincuentes que operan en Internet
descubran nuevas formas de delinquir aun no regladas, como lo que sucede con la divulgación de bases
de datos, protegidas por la Ley.

Mi opinión personal es que el vertido fácil de fantasías en la red va a tener a medio plazo un efecto
benefactor sobre el sufrimiento. Muchas personas se sentirán decepcionadas por las posibilidades
ciberafectivas de la red. Otras permutarán casi completamente las relaciones de carne y hueso, por
relaciones virtuales. Otros enloquecerán. Pero algunos podrán, gracias a las posibilidades de este nuevo
medio, desplazar determinadas tendencias que de otro modo se hubieran constituido en fantasmas
permanentes, cuyo destino final hubiera sido inexorablemente la neurotización.

La perversión es la otra cara de la neurosis. Si es verdad esta conocida sentencia Freudiana, las
perversiones más frecuentes, las perversiones que no hacen daño a nadie, tienen aquí su oportunidad.
Una oportunidad de escapar de la neurosis y sobre todo de la clínica. Una viñeta clínica para ilustrar esta
última afirmación.

Atendí a una paciente afecta de una agorafobia, casada de unos treinta años, cuyo marido me contó en
una entrevista que el inicio de su ansiedad, había acontecido a partir de lo siguiente: Ambos tienen una
sexualidad libre y habían frecuentado el cambio de parejas, pero para él no era suficiente, pretendía que

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su esposa aceptara una fantasía que quería llevar a la realidad. La esposa es muy sumisa y el es bastante
dominante pero no sabe cómo iniciar a su esposa en la sumisión (se refiere a la sumisión sexual). Buscó
la ayuda de un amigo que se ofreció a enseñarle y precisamente aquí comienza el cuadro de agorafobia
de la mujer, así como una serie de episodios histriónicos destinados a convencer al marido de que
aquella persona "le da mucho miedo". El marido pretendía presenciar el coito entre el amigo y la esposa
sin llegar a intervenir, es decir operando solo como “voyeur”. El problema de este matrimonio era la
imposibilidad de negociar esta fantasía y de darle una solución satisfactoria, dado que la agorafobia de
la esposa estaba relacionada con esta demanda y era utilizada por aquella como una coartada para
evitarla.

Naturalmente, en esa ocasión me limité a señalar aquella correspondencia, lo que me hizo perder un
cliente. Tiempo después, me encontré con el marido y me contó la epicrisis de aquella situación. Para
entonces ya sabía que la mujer ideal para un masoquista es aquella que es infiel, y que aunque alguien
se defina como dominante, puede esconder a un masoquista reprimido.

Había buscado consejo a través de Internet en un chat de sadomasoquistas.

Y habían llegado a una situación de compromiso con una tercera persona que les había guiado y habían
conseguido llegar a una total compenetración y confianza. Estuvieron varios meses chateando y
hablando por teléfono. La mujer comenzó a mejorar a medida que iba avanzando su "iniciación". No hizo
falta tener ninguna cita con aquella persona que había operado aquel cambio. Actualmente el y su
esposa comparten la afición a visitar este tipo de chats y su esposa parece entusiasmada con las
posibilidades del cibersexo, en este caso de la cibersumisión. No hay ni rastro de la agorafobia.

No lo he comprobado personalmente, pero este es el relato del marido. Lo que ahora procede
preguntarse es por el destino del otro miembro de la pareja, ¿qué sucederá con él? Si la teoría es cierta,
es posible que con el tiempo desarrolle una celotipia, dado que su pulsión homosexual es precisamente
la que se encuentra - al parecer-desactivada en este momento, al menos por lo que sé, que no es mucho
dado que la información la obtuve en una situación no clínica. Sin embargo, "la infidelidad" de la mujer
es sólo virtual, con lo que el número de enigmas aumentan con estas interacciones ¿Podrá sentirse
celoso a pesar de todo, el marido? ¿Será suficiente su gratificación homosexual?

Inexorablemente, el encuadre perverso sustituirá a la clínica, como la clínica sustituyó al confesionario.


Si resultará beneficioso o perjudicial para la humanidad, es algo que ya podemos intuir porque hemos
asistido históricamente a un proceso similar en la transformación del vicio en enfermedades.

Un viraje semántico que modificó la realidad y nuestra percepción de la misma, y que ahora se presenta
en su última versión: el sembrado de posibilidades de identificación, el Poder despliega un menú
democrático y accesible, al tiempo que permite la diversidad de oportunidades, ocultando la verdadera
naturaleza del Mal y la propia prohibición sexual, persiguiendo a los disidentes y manteniendo
prohibiciones difusas y ambiguas en sus guettos más sórdidos y cada vez más frecuentados, por resultar
la última trinchera de la abyección. De esta confusión habrá quien resulte beneficiado y habrá quien
salga mal parado, no hay soluciones ejemplares y universales para todo el sufrimiento individual. Pero si
existe sadomasoquismo, si existe perversidad, es precisamente porque existe una cultura de la
dominación, como existe la anorexia porque existe un culto excesivo a la belleza y al cuerpo. Nadie, de
eso estoy seguro, podrá poner un dique de contención al progreso tecnológico, que probablemente
cambiará definitivamente las reglas de interacción entre los humanos, y aparecerán nuevos y antiguos
pesares y calamidades. La esencia del hombre es esa, al menos mientras no se invente algo para evitar

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la muerte individual, el supremo drama. Blanquear el Mal es una mala solución, diseminar las
oportunidades de goce, una perversión social, un premio de consolación con que el Poder nos consuela
para que no se nos ocurra preguntarnos ¿por qué mantener hoy determinadas prohibiciones? ¿por qué
reducir a la clínica determinadas oportunidades de goce?

Una respuesta que nos llevaría a cuestionar el propio orden sobre el que las sociedades opulentas han
alcanzado un cierto equilibrio, sólo amenazado por la existencia de los pobres, los hambrientos y los
desheredados. Es decir de los oprimidos más allá de lo sexual, la forma –

Quizá más encubierta de dominación y también más cercana a lo que entendemos como normalidad.

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