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Dios no se cansa de tendernos la mano para levantarnos de nuestras caídas.

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva. Es lo que Dios quiere en
este tiempo, ya, de nosotros, que seamos misericordiosos con todos, con los de casa, nuestros
conocidos, amigos, pero sobre todo con los demás, con los más necesitados de la divina
misericordia de Dios.

El papa lo dice de este modo: Él quiere que lo veamos así, no como un patrón con quien
tenemos que ajustar cuentas, sino como nuestro Papá, que nos levanta siempre.

Que veamos en estos tiempos; como todos estamos faltos de esa misericordia de Dios. Sin él
no podemos hacer nada. Es por eso, que él, primero nos invita a compartir nuestro ser, a los
demás. Puede ser que a veces no se pueda demostrar ese amor, pero en este tiempo Dios nos
abre el corazón a los demás, para ver verdaderamente con los ojos de la fe. Hoy los médicos y
especialistas en medicina nos ponen el ejemplo, dando incluso sus vidas por amor a sus
semejantes.

Dice el papa: La mano que siempre nos levanta es la misericordia. Y tú puedes objetar: “¡Pero
yo sigo siempre cayendo!”. El Señor lo sabe y siempre está dispuesto a levantarnos. Él no
quiere que pensemos continuamente en nuestras caídas, sino que lo miremos a Él, que en
nuestras caídas ve a hijos a los que tiene que levantar y en nuestras miserias ve a hijos a los
que tiene que amar con misericordia. Debemos arrepentirnos en esa misericordia de nuestros
pecados para que así sean reparados los pecados que hacemos a nuestro maestro de
misericordia, Jesús. Él espera al pecador para que se arrepienta y cambie de vida, eso lo
debemos de meditar estos días en nuestros corazones.

Hay que ver nuestras miserias dice el papa en la misericordia que Jesús le dijo a santa Faustina:
«Yo soy el amor y la misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con mi
misericordia».

Jesús no nos da sermones en estos tiempos, pero si nos ve con esa tristeza ante el pecado que
ha pasado límites de la misericordia de Dios. Dice el papa: Jesús, fue a encontrarse con sus
discípulos, y les mostró sus propias llagas, para que amemos al que es amor, pero todavía no
entendemos.

Nosotros debemos creer en esa Misericordia, pero no abusar de ella. Debemos de hacer en
estos tiempos, dice el papa la confesión de fe de Tomàs que es más sencilla y hermosa, cuando
viene del corazón arrepentido: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28).

Allí dice el papa: se disipan las dudas, allí Dios se convierte en mi Dios, allí volvemos a
aceptarnos a nosotros mismos y a amar la propia vida.

Nos recuerda el papa que hoy ante lo que estamos viviendo, también nosotros, como Tomás,
con nuestros temores y nuestras dudas, nos reconocemos frágiles. Necesitamos al Señor, que
ve en nosotros, más allá de nuestra fragilidad, una belleza perdurable, cuando nos
arrepentimos de verdad.

Dice el papa: Ese es el motivo para alegrarse, como nos dijo la Carta de Pedro, «alegraos de
ello, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas» (1 P 1,6). También nos
recalca que el anuncio más hermoso se da a través del discípulo que llegó más tarde. Sólo él
faltaba, Tomás, pero el Señor lo esperó. La misericordia no abandona, para quien está
verdaderamente arrepentido.
Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa
justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus
todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me
va mejor a mí. No seamos indiferentes ante el sufrimiento, y hay que ayudar a los otros en lo
que se pueda. En una palabra, de aliento, despensas, comida lo que se pueda.

Dice el papa: Aprendamos de la primera comunidad cristiana, que se describe en el libro de


los Hechos de los Apóstoles. Había recibido misericordia y vivía con misericordia: «Los
creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,44-45). No es ideología, es
cristianismo.

Como pone de ejemplo el papa los escritos y actividades de Santa Faustina: «En un alma que
sufre debemos ver a Jesús crucificado y no un parásito y una carga… [Señor], nos ofreces la
oportunidad de ejercitarnos en las obras de misericordia y nosotros nos ejercitamos en los
juicios» (Diario, 6 septiembre 1937). Pero un día, ella misma le presentó sus quejas a Jesús,
porque: ser misericordiosos implica pasar por ingenuos. Le dijo: «Señor, a menudo abusan de
mi bondad», y Jesús le respondió: «No importa, hija mía, no te fijes en eso, tú sé siempre
misericordiosa con todos» (24 diciembre 1937). Con todos, no pensemos sólo en nuestros
intereses, en intereses particulares. Aprovechemos esta prueba como una oportunidad para
preparar el mañana de todos, sin descartar a ninguno: de todos. Porque sin una visión de
conjunto nadie tendrá futuro.

Es por eso, que el papa nos exhorta a que seamos santuarios de misericordia, que seamos
otros Cristos en esta pandemia, dando ejemplo en obediencia a nuestras autoridades para
salvar a nuestros hermanos, y no contagiar y contagiar lo menos posible.
La santa cruz. Esperanza. Conversión.

Fátima. Salvación. Amor.

Virgen. Martirio. Caridad.

Madre. Penitencia. Fe.

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