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Hay que denotar, que en el evangelio se sigue esta misma dinámica. Dios, envia a su Hijo al
mundo, para después, sus discípulos fueran enviados como testigos del misterio de Dios, en el
hijo, Jesús.
Nos dice un documento de la Iglesia (EN 7ª) que Jesús es el primer misionero, pues Él
experimentaba profundamente ya en su vida, su Misterio de enviado (Jn 11,42):
Todo el ser de Cristo Jesús, toda su vivencia y su actuación pueden calificarse de unción y misión: «Todos los
aspectos de su Misterio -la misma Encarnación, los milagros, las enseñanzas, la convocación de sus discípulos,
el envío de los Doce, la cruz y la resurrección, la continuidad de su presencia en medio de los suyos- forman
parte de su actividad evangelizadora (E N 6 b).
También nos lo dice hoy el evangelio: el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me
recibe, recibe al que me envió. En las sagradas Escrituras aparecen las palabras, apóstol o
enviado, atribuidos a Cristo; de ahí se muestra, la misión; pues él, nos envia.
No se puede entender solo ese término, misión, como definición, si no se toma en cuenta a quien
envia: en este caso, Dios, («Envió Dios a su Hijo único para darnos la vida» (1 Jn 4,9)) y su
enviado Jesús, aquel que envió, su Espíritu para que nos ungiera, como a sus discípulos. Por eso
también la misión de Jesús es llamada, misión del Espíritu. De ahí su misión cobra significado.
También nos habla el evangelio de la importancia del servicio: Jesús sirve a sus discípulos, y
quiere que ellos lleguen a ser grandes en él. Aquel que se engrandece, no podrá dar ejemplo de
servicio, y de testimonio. El testimonio nos une a Cristo, y es aquel, por el que se obra la caridad.
Es, por eso que nosotros pedimos en estos tiempos de semana santa, que se nos infunda, de
dones necesarios, para dar ese testimonio.
Que la misión de aquellos que parten en semana santa sea fructífera y atraiga a más personas
generosas a dar sus vidas en el servicio a los hermanos que no conocen a Dios. Y así como Jesús
estuvo deseoso de compartir su Misterio, su ser, su Misión, a sus discípulos. Así ustedes
compartan su vida, su misión y su misterio con gran alegría.
«Así como tú me enviaste al mundo, así yo también los envío al mundo» (Jn 17,18).
Antífona de entrada: Cf. Sal 66, 2-3
Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros y tenga misericordia; para
que conozcamos en la tierra tu camino, todos los pueblos tu salvación.
Oración colecta:
OH, Dios,
que enviaste al mundo a tu Hijo como luz verdadera,
derrama el Espíritu prometido
para que siembre continuamente la semilla de la verdad
en el corazón de los hombres
y suscite en ellos la respuesta de la fe,
para que todos,
renacidos a una nueva vida
por medio del bautismo,
lleguen a formar parte de tu único pueblo.
Por nuestro Señor Jesucristo.