Está en la página 1de 1

“El astrónomo leyendo un mapa de estrellas que ya no existen; el

arquitecto japonés leyendo la tierra sobre la cual se construirá una


casa para preservarla de las fuerzas malignas; el zoólogo leyendo las
huellas de los animales en la selva; el jugador de cartas leyendo los
gestos de su compañero antes de jugar la carta ganadora; el bailarín
leyendo las anotaciones del coreógrafo; y el público leyendo los
movimientos del bailarín en el escenario; la tejedora leyendo el
intrincado tejido de la alfombra que se teje; el organista leyendo líneas
simultáneas de música orquestada en la página; el padre leyendo en la
cara del bebé, buscando signos de alegría, o miedo o asombro; el
adivinador chino leyendo las ancianas marcas en la caparazón de la
tortuga; el amante leyendo ciegamente el cuerpo de la amada bajo las
sábanas de la noche; el psiquiatra ayudando a los pacientes a leer sus
inquietantes sueños; el pescador hawaiano leyendo las corrientes del
océano al meter su mano en el agua; el campesino leyendo el tiempo en
el cielo – todos estos comparten con los lectores de libros el arte de
descifrar y traducir signos. En cada caso es el lector quien lee el
sentido; es el lector el que reconoce o garantiza en un objeto, lugar, o
evento una posible legibilidad; es el lector quien le debe atribuir
significado a un sistema y descifrarlo. Todos nos leemos a nosotros
mismos y al mundo alrededor de nosotros con la finalidad de
vislumbrar para empezar a comprender. No podemos hacer nada más
que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial”.
Alberto Manguel
Una historia de la lectura. Ed. Alianza. Madrid, 1998

También podría gustarte