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¿Circuitos editoriales en América Latina?

José Ignacio Padilla

Sería inútil intentar una generalización y hablar de los circuitos editoriales en el


conjunto de América Latina. De hecho, difícilmente reuniríamos los datos para ello.
Quizá sólo podríamos repetir una queja secular: “afectado por una demanda simbólica
débil y una oferta cultural poco representativa de la cultura nacional, el mercado cultural
funcionó como un espacio de intercambio desequilibrado” (Fernández-Bravo
2007:163). Con matices regionales una y otra vez encontramos un mercado
desinteresado por la producción cultural vernácula y un desajuste en relación a su
consumo.
Ciertamente hubo momentos de esplendor, como en México y Argentina a
mediados de siglo, tras el exilio español y la llegada de editores con una rica experiencia
a estos países, lo que resultó en exportaciones de millones de volúmenes (Larraz 2010).
Este esplendor desembocó en la relativa autonomía editorial que encontraba Ángel
Rama en los años setenta (Rama 2008), cuando confluyeron un campo cultural/literario
consolidado y grandes proyectos editoriales. Pero esta autonomía se ha visto reducida a
mínimos tras el avance de las multinacionales durante la ola neoliberal de los noventa.
El caso argentino, bastante estudiado, podría ser representativo. Durante el
cambio de siglo (1998-2002) Argentina vivió un proceso de desnacionalización y
concentración que supuso que los grandes grupos concentraran el 75% de su mercado
(Botto 2006; Diego 2010). Tras la crisis de 2001, una explosión de editoriales
independientes responde a esa situación con una oferta variada y la
agrupándose/organizándose para defender la bibliodiversidad —participando
colectivamente en ferias de libro y rondas de editores, creando cooperativas-
distribuidoras, etc. Además de la efervescencia literaria nacional, en Argentina destacan
las traducciones de libros extranjeros, no sólo en narrativa, sino también en ensayo
político, filosofía, etc. (Padilla 2012)
El panorama mexicano es muy distinto: las universidades e instituciones
públicas se encargan del 30% de las publicaciones registradas en la agencia del ISBN y
las subvenciones a la edición son mayores, por lo que, cobijadas por el estado, florecen
las editoriales independientes—aunque su cuota de mercado sea mínima. Junto a las
editoriales públicas (universitarias, regionales, museos), de alta calidad, el Estado ha
tejido una red de librerías que aseguran una mínima aunque frágil distribución de la
producción intelectual mexicana (literaria, antropológica, patrimonio, etc.)
La industria editorial Colombiana quizá esté más volcada a la educación; sin
duda es ello lo que más exporta, pero también destaca en libros jurídicos y técnicos. Y
paremos aquí, para no hablar de la atomizada situación del resto de la región, en la que
la infraestructura mínima es inexistente (editoriales formales, distribuidoras regionales,
red de librerías, ferias profesionales de libro, mercado de derechos).
Ahora bien, estos tres “grandes”, son muy pequeños al lado de Brasil.
Comparando los libros registrados en las agencias nacionales del ISBN en 2012, vemos
que Brasil suma el 37,7% del total, México el 12,2%, Argentina el 12,7%, Colombia el
6,3% y el resto de países latinoamericanos, en conjunto, el 14,6% (CERLARC
2013:10).
Según la metodología, o la agencia que las elabore, estas cifran variarán
notablemente, y de hecho son muy insuficientes por su falta de especificidad, pero sin
duda indican una clara tendencia. En América Latina se registraron 178,971 libros en
2012, frente a los 104,724 registrados en España. Si excluimos al gigante brasileño, el
total hispanoamericano queda en 103,029 títulos. ¡El volumen de publicaciones
españolas sería idéntico al del volumen de América Latina en su conjunto! y ello sin
contar que buena parte de las publicaciones producidas en ésta son responsabilidad de
los grupos españoles.
Como es bien sabido, el comercio intra-América Latina es muy inferior al
comercio extra-América Latina. Estas son las cifras para 2012: Argentina: 25% vs 75%,
Colombia: 33% vs 67%, México: 12% vs 88%, Brasil: 18% vs 82%. Y la balanza
comercial es siempre altamente deficitaria, con la excepción de Colombia que tuvo un
superávit aproximado de 10 millones de dólares.
No existe un “mercado único latinoamericano” y éste no se va a crear con
esfuerzos voluntariosos. Existen casos puntuales de interés, pero se quedan casi en lo
anecdótico. Un librero argentino (Luis del Mármol) me contaba en su stand de la FIL
Guadalajara de su éxito de ventas de libros de editoriales argentinas independientes.
Walter Sanseviero, de la librería y distribuidora SUR, en Lima, importa libros
argentinos y mexicanos, y consigue acuerdos interesantes que le permiten pequeñas
hazañas como ofrecer en Lima los libros del grupo CONTEXTO (editoriales
independientes españolas) a precios inferiores a los que estos tienen en la misma
España. Un acierto en términos de bibliodiversidad pero que no tiene una contraparte
exportadora que sirva como mínimo correctivo al desequilibrio.
La cuestión de fondo es dónde se resuelve la articulación entre cultura y
mercado: ¿en la esfera pública/estatal? ¿en la sociedad civil? En los extremos opuestos
del espectro de posibilidades estarían México (con una fuerte política estatal) y Perú,
donde se abandonó totalmente la regulación del espacio cultural en favor de los agentes
del mercado, propiciando el raquitismo del sector editorial (sin capital económico ni
social). En el centro del espectro estarían España y Argentina, donde las editoriales
independientes aspiran, de maneras distintas, a ocupar un nicho del mercado y acumular
capital económico, explotando su capital humano, intelectual y simbólico. Con sus
actividades propician un relevo generacional y protegen la heterogeneidad del campo.

Uno escucha comentarios nostálgicos sobre los gloriosos años veinte, escucha
que Mariátegui en Perú estaba muy conectado, que su revista Amauta tenía redes
globales, y que en su biblioteca se encontraban revistas y libros europeos recién
publicados. Es cierto que los libros llegaban a lomo de burro, desde Puno, desde Buenos
Aires, pero ello era posible gracias al tejido comercial pre-existente, de origen virreinal,
sobre el que funcionaba el mercado del libro. Como dice Sergio Bologna: “Lo que la
logística nos recuerda es un elemento que con frecuencia tiende a olvidarse, a saber, que
la globalización no es un conjunto de sistemas virtuales, de comunicaciones a distancia
y de lenguajes simbólicos, sino un sistema con una fuerte ‘fisicidad’, materialidad.”
(Bologna 2006:127)
Los grandes grupos editoriales presentes en América Latina (Planeta,
Mondadori, Prisa (ahora propiedad de Penguin Mondadori) no van a crear ese tejido
comercial intra-americano. Su presencia en el continente obedece a la necesidad de
crear un mercado de trabajo allí donde los parámetros de referencia están definidos por
estándares más bajos: ¿exportar a América Latina o imprimir directamente allí?
Un caso sintomático sería el de Alfaguara y sus filiales latinoamericanas,
dedicadas a la impresión local de su catálogo español y a la edición de autores locales,
que durante muchos años no han estado disponibles en el mercado español ni en el
mercado intra-latinoamericano. Es recién con la llegada de la plataforma de Amazon
para libros electrónicos que las ediciones locales de Alfaguara tienen una distribución
regional: ahora están disponibles en las plataformas española, mexicana y brasileña de
Amazon para su descarga y lectura en kindle. Amazon —que por cierto ya ofrece envíos
gratuitos desde Estados Unidos a México con su nueva opción de global shipping— es
quien está creando la infraestructura para un eventual mercado integrado
latinoamericano. Se trata de un actor de pretensiones monopólicas y planes de
transformar la industria editorial como tal.
Lo que este ejemplo revela es la debilidad de este mercado, donde la cadena del
libro está simplemente incompleta: ni agentes literarios, ni suficientes editoriales
profesionales, insuficientes distribuidores y una mínima red de librerías en vías de
desaparición. Amazon aspira a ocupar toda la cadena, no sólo reemplazando a las
librerías, mayoristas y servicios de logística, sino también a los distribuidores, y, ahora,
con sus opciones de publicación, también a los editores y agentes literarios.
El gigante está re-creando la infraestructura editorial-imprenta-distribuidor-
librería, pero dejando fuera a sus agentes reguladores, con lo que se constituye un
mercado del libro sin agentes, editores ni libreros. Si dejamos de lado la abismal
diferencia de tamaño, ¿qué distingue a este mercado futuro del circuito del libro auto-
editado?

Y así llegamos al punto de vista de los circuitos de lo literario, que podría servir
para tipificar los mercados nacionales, según el tipo de interacción de estos circuitos
entre sí. Hemos venido hablando del mercado del libro en general, pero el mercado
literario sería “un nicho, dentro del mercado de libros, reservado a la novela moderna
tradicional y a la poesía moderna consagrada, que son sus dos formas-matrices”
(Moriconi 2007:180). Este nicho es pequeño: en 2011, siempre según el CERLARC,
sólo el 15% de títulos registrados en América Latina correspondió a literatura, aunque la
variación nacional es fuerte: mientras que Chile alcanzó el 36% y México el 23%,
Brasil sólo marcó un 8%. En cualquier caso, el predominio de las Ciencias Sociales —
no de la literatura— es claro, alcanzando un promedio de 29% en la región (Mojica
Gómez 2012:21).
Ahora bien, la estructura particular de circulación de los textos define una
interfase entre el adentro y el afuera de lo literario, más allá de lo textual, en el universo
propiamente discursivo, a partir de distintas “referencias de valor” (185). Moriconi
propone una clasificación esquemática a partir de tres parámetros de valor: en el circuito
mediático el referente de valor es el diálogo del libro con otros lenguajes y soportes, en
particular el cine; la referencia última aquí es el sistema generalizado de circulación en
el mercado cultural. En el circuito crítico o universitario, el referente es el canon
académicamente consagrado de la alta literatura. Y, por último, en el circuito de la “vida
literaria”, el valor de referencia es el diálogo entre los pares, la lectura mutua entre los
contemporáneos. Tradicionalmente este diálogo se daba en los bares, librerías,
redacciones de diarios, en los alrededores anti-universitarios de las universidades, pero
desde los años noventa se va desplazando a la web (con los matices regionales del caso).
Todos estos circuitos se entrecruzan con el mercado literario. ¿Dónde está la
literatura? ¿en el sistema generalizado de consumo de productos culturales (ocio,
espectáculo, etc.)? ¿o en los reductos académicos de ciertas ciudades? No se puede
cuantificar estos circuitos pero las vagas cifras siempre indican tendencias. Cerca de la
mitad de títulos registrados en América Latina en el primer semestre de 2013 no son
“comerciales”; corresponden a ONGs, universidades, el sector público y la auto-edición.
La producción universitaria supone sólo un 10% frente al 52% de ediciones
comerciales.
En principio, sólo un 15% de este último segmento correspondería al “mercado
literario”. Moriconi se ve obligado a mencionar un cuarto circuito: el de la escritura y
publicación fuera del mercado, que él asocia a las ONG y a las iniciativas de la sociedad
civil. En rigor, en ese circuito ya no estaríamos tratando con la literatura, siempre y
cuando consideremos “que el concepto de literatura implica la circulación en un
mercado del libro y la condición profesional de producción de ese libro del lado del
autor o autora, que son los actores principales del sistema” (193). Pero yo creo que es
este circuito, junto con el de la “vida literaria” el más interesante para pensar y describir
la América Latina literaria.
De un lado, en todo el mundo el nicho de mercado “literario” se reduce. Antes
que de la ficción, los conglomerados editoriales obtienen sus mayores beneficios de la
no-ficción, y hacía allí apunta la industria desde hace años. Quizá una confirmación de
esta tendencia la encontremos en la reciente venta del conjunto de las editoriales
literarias del grupo Prisa (Alfaguara, Aguilar, etc.) al mega-grupo Penguin Mondadori,
en un anhelo de sanear sus cuentas. Estratégicamente el grupo Prisa retuvo las
editoriales educativas (Santillana).
De otro, no es arriesgado asumir que descontando los casos de Argentina,
México y quizá Colombia, la producción del circuito de la “vida literaria” es invisible
detrás de ese 52% de edición comercial distribuida especialmente entre la no-ficción y
la ficción mediática.
Dada la inexistente infraestrutura editorial en Perú, Ecuador o Bolivia, el circuito
de la vida literaria opera con frecuencia bajo auto-edición: sin registro de ISBN, sin
depósito legal en las bibliotecas nacionales, sin editor de oficio, sin una mínima
distribución, sin presencia en las escasas librerías. Desde esta posición, sin referencias
claras de valor, los participantes de la vida literaria tienen que negociar su estatuto con
los otros circuitos y esforzarse por asistir, “dejarse ver” en la “escena” (Laddaga 2008).
Ajenos al circuito mediático y muchas veces surgidos pero no partícipes del circuito
académico, operan con nula visibilidad en la lucha por el control simbólico del campo.
¿Dónde se consolida un significado socialmente compartido? ¿Qué diferencia a
un joven poeta narrador vanguardista de otro decimonónico? Ángel Rama observaba las
presiones que debía encarar el narrador del ‘boom’ ante un mercado moderno
finalmente consolidado. Actualmente, ante el divorcio absoluto del circuito mediático y
el circuito extra-mercantil, en muchos países de la región, los escritores, imposibilitados
de profesionalizarse pueden hacer de la necesidad virtud y sustraerse a (inexistentes)
presiones o bien abandonarse a ellas.

Quiero terminar estas notas con tres ejemplo modélicos del funcionamiento de
estos circuitos:
El primero es el de la piratería. El libro pirata tuvo su apogeo en los países de la
zona andina en los años noventa. El tema es largo, pero un tejido de micro-empresas
informales ocupó el vacío del inexistente mercado literario: los piratas crearon una
infraestructura alternativa, ahí donde la institución literaria no quiso o no supo llegar. El
fenómeno se ha reducido porque la piratería se orientó a la copia de CDs y DVDs. Y es
en el sector audiovisual donde han surgido experiencias de interés: una industria de
videos controlada por sectores sociales populares, ajenos a la institucionalidad
empresarial, cultural y política dominante (Rotondo 2013). Las empresas piratas
pasaron a operar como productoras, gestionando el registro de grupos musicales
(cumbia, folklore, etc.) que luego distribuían sin pagar derechos de autor ni controlar la
copia indiscriminada. Los artistas participan de este circuito para acumular capital
simbólico; renuncian a su propiedad intelectual, pero luego pueden explotar su imagen
en conciertos, fiestas y otros eventos para los que son contratados. Se constituye otro
tipo de mercado, orientado a segmentos de bajos ingresos en base a contenidos locales,
con otras referencias de valor y estructuras, con otra noción de propiedad, que bien
podría ser un modelo para el mercado cultural en general.
El segundo ejemplo corresponde al circuito mediático: es una operación de
consagración literaria donde sí son visibles los agentes del campo, lo que evidencia el
desequilibrio del mercado literario. Me refiero a la publicación de la novela Contarlo
todo de Jeremías Gamboa en otoño de 2013. Gamboa, periodista de oficio le envió su
novela a Vargas Llosa; éste lo recomendó a Carmen Balcells, quien ha negociado en
Frankfurt los derechos de traducción a varias lenguas. La editorial Mondadori editó el
libro simultáneamente en España, Argentina, México y Perú, acompañándolo de una
intensa campaña de promoción. La faja del libro llevaba una cita de Vargas Llosa
elogiando la capacidad de contar historias del autor —típico argumento liberal a favor
de la pretendida desideologización de la obra artística. La presentación en la FIL de
Guadalajara contó con la presencia del mismo Vargas Llosa y la novela se anunció
como un triunfo en los suplementos culturales aún antes de publicarse. Me llamó
especialmente la atención un extenso reportaje publicado en Babelia de El País, el 21 de
setiembre; este reportaje a dos páginas era parte de una serie sobre nuevos escritores
latinoamericanos en vías de consagración, que incluía a Selva Almada, Rodrigo Hasbún,
Lucía Puenzo y Julián Herbert. Antes de que se publicara la novela.
El tercer ejemplo corresponde al circuito crítico en su interacción con el
mediático, y también revela desequilibrios. Me refiero a la Bienal de Novela Mario
Vargas Llosa, celebrada en Lima en marzo último. En ella se falló un premio dotado de
100,000 dólares, la misma cantidad que otorga el Premio Rómulo Gallegos. El
trasfondo político es evidente: un contrapeso a la supuesta “ideologízación” del premio
venezolano. En las fotografías que acompañaron a las notas de prensa de rigor aparecía
Vargas Llosa rodeado de escritores peruanos de mediana edad: Jeremías Gamboa,
Santiago Roncagliolo, Fernando Iwasaki, Gabriela Wiener y Jorge Eduardo Benavides.
La mayoría vive en España y todos son publicados por editoriales españolas. Con razón
se pregunta Ignacio Echevarría: “¿Es que no hay más? ¿Todos están aquí y los
conocemos?” (Echevarría 2014)

OBRAS CITADAS

Sergio BOLOGNA (2006). Crisis de la clase media y posfordismo, Madrid, Akal.

Malena BOTTO (2006). "La concentración y la polarización de la industria editorial", en


Editores y políticas editoriales en Argentina (1880-2000), ed. José Luis de Diego,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, pp. 209–250.

CERLARC - Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe
(2013). El libro en cifras. Boletín estadístico del libro en Iberoamérica (4).
http://cerlalc.org/wp-content/uploads/2014/03/4.0-Libro-en-cifras-4-2-semestre-
2013.pdf, acceso 15 de marzo, 2014.

José Luis de DIEGO (2010). "Un itinerario crítico sobre el mercado editorial de literatura
en Argentina", Iberoamericana, X(40), pp. 47–62.

Ignacio ECHEVARRÍA ( 2014)."Capital de la literatura", El Cultural, 11 de ábril, p. 23.


Álvaro FERNÁNDEZ-BRAVO (2007). "Museos, enciclopedias y mercados: notas sobre
una hegemonía en disputa", en El valor de la cultura: arte, literatura y mercado en
América Latina, ed. Luis E Cárcamo-Huechante, Álvaro Fernández-Bravo y Alejandra
Laera, Rosario, Beatriz Viterbo, pp. 161–178.

Reinaldo LADDAGA (2008). "Otras escenas de literatura. Sobre las letras argentinas en
tiempos recientes", Iberoamericana, VIII(29), pp. 157–170.

Fernando LARRAZ (2010). Una historia transatlántica del libro. Relaciones editoriales
entre España y América Latina (1936-1950), Gijón, Trea.

Juan Pablo MOJICA GÓMEZ (2012). El espacio iberoamericano del libro. 2012, Bogota,
Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina, El Caribe, España y
Portugal, CERLARC.
http://www.cerlalc.org/files/tabinterno/1d493d_Espacio_2012_digi_def.pdf, acceso 18
de abril de 2014.

Italo MORICONI (2007). "Circuitos contemporáneos de lo literario (Apuntes de


investigación)", en El valor de la cultura: arte, literatura y mercado en América Latina,
ed. Luis E Cárcamo-Huechante, Álvaro Fernández-Bravo y Alejandra Laera, Rosario,
Beatriz Viterbo, pp. 179-200.

José Ignacio PADILLA (2012). "Independientes. Editoriales, experiencia y capitalismo",


en Entre la Argentina y España. El espacio transatlántico de la narrativa actual, ed.
Ana Gallego Cuiñas, Madrid; Frankfurt: Iberoamericana; Vervuert, pp. 243–266.

Ángel RAMA (2008). "El boom en perspectiva", en La novela en América Latina.


Panoramas 1920-1980, Santiago de Chile, Universidad Alberto Hurtado, pp. 259–320.

Snatiago Álfaro ROTONDO (2013). "Peruwood: la industria del video digital en el Perú",
Latin American Research Review, 48(Special Issue), pp. 69–99.

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