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El sindicato

Julio César Sánchez Guerra

Es la hora de la reunión del sindicato; la llamada para dar comienzo insiste porque faltan
compañeros. Alguien dice, en susurro, que hablen poco para que la reunión termine pronto… Y
la reunión se va rápida por la ventana, mientras el tema se diluye en la recogida de dinero para
una fiestecita. ¿Cuál es en el fondo, la misión de nuestros sindicatos, si el formalismo y la
rutina no permiten un diálogo efectivo entre los trabajadores y la administración? ¿Por qué se
nota desgano ante la reunión sindical al punto de que algunos compañeros no quieren
sindicalizarse? En nuestra sociedad de justicia social y que reforma su modelo económico, el
papel de los sindicatos es decisivo por más de una razón: La propiedad social no puede ser
eficiente sin la participación activa de sus trabajadores. La pasividad es el precio de subordinar
mecánicamente el sindicato a la administración. Tal organización no puede limitarse a
cotización, pagar nuestro compromiso con la defensa, alguna fiesta, una emulación formal, o
seguir fríamente instrucciones. El sindicato es una fuerza viva que debe movilizar el
entusiasmo, nuestros deberes, derechos, opiniones, iniciativas, consulta eficaz en la toma de
decisiones. Es urgente, a las puertas de un nuevo congreso sindical, discutir entre todos cómo
alcanzar un sindicato más activo y participativo. Y ese es asunto clave: La participación activa
de los trabajadores en las decisiones, en el resultado de la producción, en la discusión de
nuestras deficiencias o compromisos, incluso en la real evaluación de los cuadros que ejercen
funciones administrativas en cualquier empresa o institución. La reunión sindical es, por
ejemplo, un buen espacio para que las instituciones discutan el servicio que prestamos a la
población, no desde la mirada de la administración sino desde los trabajadores que se
comprometen o asumen la responsabilidad como un acto de identidad. También un lugar para
que nos acordemos de aquel jubilado que durante años prestó servicios en el centro de trabajo
y que ahora pueda estar con una chequera escasa y dos tarjetones de medicamentos. No se
trata de crear otros sindicatos como fuerzas ajenas a la Revolución, ese es el camino que
intentarían los adversarios de Cuba, sino de que la organización esté a la altura de los
complejos desafíos que tiene nuestro país. Lo mismo vale para las organizaciones políticas y de
masas. Los formalismos solo sirven para enmascarar las deficiencias que impiden la marcha. El
asunto se vuelve un problema ideológico mayor si olvidamos que en este país se está librando
una batalla entre dos culturas: una que estimula el egoísmo y la ruptura con todo proyecto
colectivista; y otra que defiende las grandes conquistas alcanzadas a partir del primero de
enero de 1959 y que defiende la equidad, justicia y solidaridad humana. Por otro lado, es
peligroso que se instale entre los trabajadores la idea de que la propiedad privada resolverá
todos nuestros problemas. Esto también es un asunto sindical de primer orden: mantener una
alta participación, no solo numérica sino real, eficiente y creativa, en la defensa del proyecto
socialista. Así, la hora de la reunión no se iría por la ventana mientras tomamos la asistencia;
sería una fiesta del pensamiento, alegría de enfrentar dificultades, el momento en que la voz
de todos alza la verdad y el compromiso en el combate de los días.

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