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NOMBRE:
YARLENY RUIZ CASTREJON
C.I.P. Nº 3-708-2284
ASIGNATURA:
TEORIA DE LA CIENCIA
PROFESORA:
MARTA ACOSTA BETEGÓN
GRUPO:
I-A
TEMA:
TEORIA DE LA CIENCIA
FECHA DE ENTREGA:
17 DE MAYO DE 2020
ACTIVIDAD Nº 1
PUNTOS LUMINOSOS.
La mayor parte de los puntos luminosos que vemos en las noches despejadas tienen varias
características, ellas son:
1. la constancia de sus posiciones relativas, que hacen que el cielo se vea parecido
todas las noches y a lo largo de las mismas. esos puntos luminosos se les suele
llamar constelaciones y han tomado nombres en función a su forma.
2. estos puntos que aparte de formar constelaciones y conservar su posición relativa,
se mueven en círculos a velocidad constante de este a oeste, en sentido contrario a
las agujas del reloj.
3. el tiempo que emplean en completar una vuelta es de 23 horas y 56 minutos,
duración del llamado día sideral. en el polo norte celeste, centro de los círculos
descriptos, se encuentra la estrella polar, visible desde el hemisferio norte, no
cambia de posición de manera apreciable y es visible toda la noche.
o EQUINOCCIOS
Tienen lugar el 23 de septiembre (primavera) y el 21 de marzo (otoño), en estos el sol se
encuentra equidistante en ambos polos, sale por el este y se pone por el oeste ( no por el
noroeste o sudeste precesión de equinoccios el año sidéreo es el tiempo que tarda el sol en
volver a pasar por una constelación y su duración es de 365 días, 6 horas, 9 minutos, y 9
segundos el año trópico es el tiempo transcurrido entre dos pasos sucesivos del sol por el
equinoccio medio. ejemplo: de otoño a otoño y su duración es de 365 horas, 5dias, 48 minutos
y 45 segundos.
Más allá de las explicaciones técnicas ofrecidas por los defensores del universo de las dos
esferas se apelaba, para su validación, a la concordancia de tal sistema con los datos de la
observación (de la observación realizable desde determinadas latitudes: de Babilonia a
Grecia, donde parece haber estado la cuna de dicha representación del universo). Desde ellas
el cielo parece, efectivamente, una bóveda; las estrellas parecen moverse en grupo y estar
incrustadas en la bóveda, que gira alrededor de la Tierra una vez cada casi 24 horas; vemos
que el Sol y la Luna giran también de un modo "evidente" alrededor de la Tierra, mientras que
esta no se mueve en absoluto; el mástil de un barco desaparece en la lejanía del mar tras
haberlo hecho el casco de la embarcación, etc. Pero no sólo se apelaba a la observación, sino
también a elementos de orden estético, como la consideración de que la esfera es el cuerpo
geométrico perfecto, (y como tal debería corresponder a la perfección de los cielos), así como
a elementos de orden filosófico-teológico, como la similitud y simetría entre las dos esferas
(que Copérnico intentará conservar), argumentos, todos ellos, que trascienden los datos de la
observación. En conjunto eran, sin duda, fuertes argumentos, en los que convenían la
inmensa mayoría, a favor de la hipótesis geocéntrica.
En definitiva, podemos afirmar que los tres presupuestos básicos en los que se fundará la
astronomía clásica se encuentran enunciados en la concepción del universo de las dos
esferas: el geocentrismo, la existencia de dos esferas homocéntricas y la afirmación del
movimiento circular y uniforme como propio de los orbes celestes.
El Sol y la Luna, dado que no retrogradan, sólo precisan de un deferente (sin epiciclo). Los
planetas precisan de un combinación de deferentes y epiciclos de modo que se puedan
generar el número de bucles necesarios para explicar sus retrogradaciones (uno para Venus,
tres para Mercurio, 11 para Júpiter, 28 para Saturno).
4. En términos de Aristóteles, ¿en qué consisten las diferencias entre el universo sublunar
y supralunar?
La cosmología Aristotélica va a diferenciar, por lo tanto, entre dos regiones del cosmos que no
son reductibles la una a la otra: el mundo sublunar y el mundo supralunar.
EL MUNDO SUBLUNAR
Es la región del cosmos que abarca aquella parte situada por debajo de la luna (sin incluir
esta última): la región terrestre, nuestro mundo.
Ya vimos en la Física que lo que caracteriza a esta región es el cambio, tanto substancial
como accidental. Continuamente nacen y perecen seres; otros modifican su tamaño, su peso,
sus colores, su posición o alguna otra cualidad. No hay quietud. Es nuestro mundo móvil y
heterogéneo.
Los movimientos característicos de los seres del mundo sublunar son finitos, es decir, tienen
un principio y un fin, y rectilíneos, (ascendentes o descendentes). (Empíricamente, en la
experiencia no se ob-servan líneas rectas infinitas). Todos los cuerpos que componen esta
región están compuestos de cuatro elementos últimos que poseen distintas naturalezas y
distintos lugares naturales a los que tienden para encontrar el reposo: La tierra es el elemento
más pesado y tiende a ocupar su lugar natural, que es el centro de la tierra. A ésta le sigue el
agua, que se sitúa inmediatamente por encima. Después se halla el aire y, por último, el
fuego, que es el elemento más ligero y tiende una tendencia intrínseca a dirigirse hacia la
periferia del mundo. Así, los movimientos que observamos en los distintos seres se deben a la
tendencia de cada elemento que lo compone a ocupar su lugar natural: si tiramos una piedra,
ésta cae porque busca recuperar su lugar propio, el centro del mundo, restaurando así el
orden perdido.
Los movimientos naturales de los cuerpos terrestres son rectilíneos, ascendentes (fuego, aire)
y descendentes (tierra, agua).
Los movimientos no rectilíneos son siempre violentos o forzados por algo exterior al cuerpo
que se mueve así. Es decir, suponen una violación del orden natural.
Además, todos los movimientos se realizan de acuerdo a un fin: el mantenimiento del orden
del conjunto. Si el orden se altera, la naturaleza tiene los mecanismos adecuados para
restablecer el orden necesario y justo.
La cosmología aristotélica es teleológica. El fin, telos, es inmanente a los cuerpos e intrínseco
a la materia, ya que es la forma (morphé), la esencia o naturaleza de los compuestos
hilemórficos, la que determina, como su causa, su comportamiento y desarrollo; su destino.
Dentro del conjunto total del cosmos, la tierra (que no es un planeta para Aristóteles) ocupa el
centro necesariamente. Al estar compuesta del elemento tierra en su mayor parte, tiene
forzosamente que ocu-par el centro del cosmos, su lugar natural. Por lo tanto estamos en una
concepción geocéntrica del universo.
EL MUNDO SUPRALUNAR
Es la región que abarca la luna y todo lo que se halla más allá de ella: cinco planetas o
“cuerpos errantes” (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), el sol y las estrellas.
Esta región es absolutamente diversa de la región terrestre: aquí impera el orden, la armonía,
la regularidad. Y ello es así porque los cuerpos celestes no se componen de los cuatro
elementos terrestres, sino de éter, “lo que siempre corre”, que es un material sutil, óptimo,
imponderable, transparente. El éter o la quinta esencia es un elemento incorruptible y eterno
que le otorga al cielo una homogeneidad y perfección que no poseen los cuerpos terrestres.
Los cuerpos celestes, compuestos de éter, no vagan por el espacio vacío, que es inexistente.
Los planetas y las estrellas están sujetos a unas esferas de éter que son movidas por motores
inmóviles, despla-zando a los cuerpos que en ellas se encuentran. Gira la esfera y no el
planeta en el vacío.
Aristóteles no podía explicar los movimientos a distancia: la gravedad, así que tomó el modelo
geométrico de Eudoxio de las esferas homocéntricas para construir su cosmología. El
universo es esférico, finito, formado por esferas que se hallan unas dentro de otras, siendo la
central la tierra y la última esfera o la que rodea a todas las demás, la esfera de las estrellas
fijas (constelaciones).
El elemento éter que forma el mundo supralunar tiene un movimiento (natural e intrínseco)
circular y uniforme. Lo etéreo no tiene nada que ver con el peso y su lugar natural es la
equidistancia al centro del mundo. Solo se logra ésta con un movimiento circular uniforme, sin
principio ni fin (eterno) en torno al centro que es la tierra.
El cielo es el mundo del orden, de la estabilidad y del equilibrio frente al mundo terrestre de la
diversidad y del cambio.
Era importante tener un conocimiento exacto y geométrico del cielo para poder elaborar
calendarios lunares o solares y regular las actividades humanas como la agricultura y las
fiestas religiosas. La tierra no podía ofrecer un punto de referencia estable y permanente. Fue
el cielo ese asidero de regularidad y orden, la medida del tiempo y de los acontecimientos.
El universo aristotélico no tiene principio ni final; es eterno y no tiene historia. Por ello no hay
posibilidad de hacer una cosmogonía acerca del cosmos: éste es inengendrado y existe
desde siempre.
Al igual que sus predecesores, Copérnico aceptaba que el universo era esférico y que esa era
la forma de la Tierra y de los demás astros; que los movimientos de los cuerpos celestes eran
circulares y su velocidad uniforme.
Pero ¿Cómo explicar el movimiento de traslación alrededor del Sol? Si la Tierra se moviera
alrededor del Sol, la posición angular de las estrellas desde el mismo lugar de la Tierra,
cuando esta se encuentra en dos puntos opuestos de la órbita alrededor del Sol, no podría ser
la misma, por mínima que fuese su variación. Pero esta diferencia angular (conocida como
“paralaje estelar”), al estar tan alejadas las estrellas, no se observaba en la época. No
obstante, dice Copérnico, el problema se puede solucionar aumentando las dimensiones del
universo, de modo que la órbita que describe la Tierra alrededor del Sol sea lo
suficientemente cercana a este para que, dadas las enormes dimensiones del universo,
parezca seguir estando en el centro, en un desplazamiento mínimo. Aún así, las dimensiones
que debería tener el universo según la anterior apreciación, resultaban ser tan inmensamente
grandes en relación con las creencias que se poseían en la época, que no fue aceptada, por
lo general, su hipótesis sobre la magnitud de las distancias entre los astros.
Leyes de Kepler
Según lo anterior, Kepler propuso tres leyes (que llevan su nombre) sobre los movimientos de
los planetas. La primera Ley de Kepler dice que "los planetas describen elipses alrededor del
Sol". Para esta ley, “Kepler se basó en Copérnico quien planteó que el Sol está en el centro
del sistema, pero aún se creía que los planetas se mueven en órbitas circulares”, señaló Luis
Correa, director del grupo de divulgación Gaia Astronomía.
“Esta creencia viene desde la antigua Grecia, porque Aristóteles decía que el mundo
‘supralunar’ debe ser perfecto, y para Platón, la forma más perfecta es el círculo; sin embargo,
Kepler estableció sus estudios con elípticas”, destacó Correa.
La segunda ley kepleriana propone que “cuando un planeta se mueve en una órbita elíptica y
está cerca al Sol, este se mueve más rápido y cuando está más lejos, se mueve más
despacio”, explicó el PHD en Astrofísica, Jorge Zuluaga a lo cual Correa agregó que estos
puntos de la órbita se llaman Perihelio y Afelio respectivamente.
La tercera Ley de Kepler es conocida como Ley Armónica y dice “que existe una proporción
entre el periodo orbital (el tiempo que tarde el planeta en dar una vuelta) y la distancia media
al Sol”, señaló Correa.
En consecuencia, Zuluaga detalló que “el tiempo que se demora un planeta en una órbita
elíptica alrededor del Sol es más largo entre más lejos está”.
“Esta ley puso más tarde a Newton en el camino correcto para proponer la ley de la
gravitación universal”, acotó Correa.
Pero, al margen de los intereses económicos que podía reportar la utilidad civil y militar del
telescopio, Galileo lo aplicó inmediatamente a la observación astronómica, algo que nadie
había hecho, y eso resultó realmente revolucionario. Entre diciembre de 1609 y enero de 1610
su actividad fue frenética. De día pulía cristales y la mayor parte de las noches hacía
observaciones astronómicas. No podía mirar al cielo sin hacer un descubrimiento importante.
La Luna, vista a través del telescopio, era como otra Tierra. Su superficie era rugosa y llena
de cavidades y prominencias, como mostraba la irregularidad del terminador –la línea divisoria
de la parte iluminada y la oscura–. Incluso tenía montañas que, con una hábil demostración,
Galileo pudo afirmar que eran más altas que las de la Tierra. Aunque de por sí definitivo, era
sólo el primer hecho que venía a derruir un dogma fundamental de la ciencia clásica: la
distinción radical entre el mundo celeste, constituido por éter ingenerable e incorruptible,
ontológicamente superior a la materia sublunar, en el que los cuerpos celestes etéreos eran
perfectamente lisos y esféricos, y por otra parte el mundo sublunar, constituido por los cuatro
elementos, ámbito del cambio, de la generación y la corrupción.
Pronto quedó claro que no sólo la Luna sino todos los planetas –los cuerpos celestes que se
movían contra el fondo de las estrellas fijas– eran cuerpos opacos iluminados por el Sol como
la Tierra, uno más de ellos. Frente a la afirmación tradicional de que la Tierra carece de luz y
movimiento, Galileo afirma ya de entrada que probará que «es errante y superior en brillo a la
Luna, y no un sumidero de inmundicias y heces terrenales» (Opere, iii: 75). De hecho, según
explicaba Galileo, también la Tierra reflejaba la luz solar a la Luna, lo que explicaba el «candor
lunar» o tenue «luz secundaria» de la parte de la Luna opuesta al Sol. Además, el telescopio
mostraba innumerables estrellas que sin el instrumento resultaban invisibles. Las nebulosas y
la Vía Láctea eran tan sólo conglomerados de estrellas. A diferencia de los opacos planetas
que mostraban sus cuerpos esféricos, las estrellas aparecían como meros puntos luminosos.
El efecto fundamental del telescopio consistía en eliminar el resplandor accidental difuso que
veía el ojo desnudo. Aunque no profundizó en este punto, ahora Galileo era capaz de
determinar el tamaño de los planetas, pero el de las estrellas planteaba problemas difícilmente
solubles. Aún así, todo indicaba que estaban a inmensas distancias, y eso podía neutralizar la
dificultad opuesta a la teoría copernicana que, para explicar la ausencia de paralaje, había
situado la esfera de las estrellas a una distancia enormemente lejana.
Pero el descubrimiento más importante que presentaba el Sidereus Nuncius era el de los
satélites de Júpiter. La noche del 7 al 8 de enero de 1610 Galileo observó que Júpiter parecía
acompañado por tres «estrellitas» curiosamente dispuestas en línea en el plano de la
eclíptica, dos a oriente y una a occidente. Pensó que eran estrellas fijas. Al día siguiente las
tres estaban hacia occidente. Era muy sorprendente: el movimiento retrógrado –hacia el
oeste– que Júpiter tenía en aquellos momentos, era incompatible con este cambio de
posición. ¿Era posible que las fiables tablas astronómicas estuvieran equivocadas? Galileo
esperó al día siguiente «con grandes ansias», pero el cielo estaba nublado. El día 10 sólo se
veían dos estrellitas en el lado oriental de Júpiter. Ya no había duda, Júpiter no podía moverse
de aquel modo: no eran estrellas fijas, eran planetas o satélites que orbitaban en torno a
Júpiter. El día 11 la disposición era la misma pero las distancias habían variado. El día 12
volvieron a aparecer los tres en una disposición similar al primer día pero a distintas
distancias, y una parecía más pequeña. Finalmente el día 13 vio los cuatro satélites. A partir
de aquel momento, la observación de Galileo es sistemática y minuciosa y, para asombro de
todos, fue capaz de determinar sus períodos de revolución, estableciendo valores muy
próximos a los fijados hoy.
11. SUELE DECIRSE QUE UNA DE LAS RAZONAS MÁS FUERTES PARA QUE SE
TERMINARA ACEPTANDO LA TEORÍA DE NEWTON ESTÁ VINCULADA A SU
CAPACIDAD UNIFICADORA. ¿CÓMO SE EXPLICA DICHA CAPACIDAD?
¿Cómo se explica la estabilidad del universo? Newton no dudó en admi- tir que Dios es quien
había dispuesto el sistema de este modo estable, e incluso, que cada tanto intervenía, como
un relojero que hace pequeños ajustes para mantener el buen funcionamiento de su obra.
Existe una explicación alternativa que no necesita apelar al diseño de ninguna entidad
sobrenatural, arquitecta de esta estabilidad. Newton no plantea esta solución (tal vez nunca se
le haya ocurrido) que hoy se encuentra a mano, de modo que cualquiera de ustedes podría
llegar a descubrirla. ¿Cómo es que los planetas van justo a la velocidad a la que no caen al
Sol ni se escapan de la fuerza gravitatoria de este?
El tipo de respuesta que hoy consideramos más adecuada a este problema ejemplifica un
nuevo modo de pensar inaugurado por la Revolución darwiniana, que veremos en la segunda
parte de esta unidad.
MAPA MENTAL
REVOLUCIÒN COPERNICA
La revolución copernicana es un término aplicado al gran cambio que se produjo en Europa
occidental en la forma de considerar la ciencia. En un principio, su origen se encuentra en los
descubrimientos de Nicolás Copérnico sobre el sistema solar en el siglo XVI, pero el
verdadero alcance de esa revolución fue que cambió la forma de ver el mundo.
En ese momento, la teoría sobre el sistema solar más extendida era la geocéntrica, que
afirmaba que el resto de los planetas giraban alrededor de la Tierra. Copérnico, un astrónomo
polaco, demostró gracias a sus observaciones que, en realidad, era el sol el eje central del
sistema.
Este descubrimiento no solo supuso romper con las creencias establecidas y defendidas por
la Iglesia. A medio plazo, supuso un cambio de paradigma en la investigación científica y en la
filosofía, abriendo camino a las ideas de la Ilustración. La modernidad sustituyó a lo medieval,
dando primacía al pensamiento científico.
Teoría heliocéntrica
En la época en la que Copérnico vivió, la teoría más extendida sobre el sistema solar era la
geocéntrica de Ptolomeo. Este modelo situaba a la Tierra en el centro del universo, con el
resto de los cuerpos celestes girando a su alrededor.
El astrónomo polaco propuso una nueva teoría basada en sus propias aportaciones: la
heliocéntrica. Así, en su obra De revolutionibus (cuyo nombre “De Revoluciones” hace
referencia a la trayectoria de los planetas y estrellas) afirmó que el centro del universo se
encontraba próximo al Sol.
Alrededor de este, según Copérnico, giraban los cuerpos celestes, siguiendo una trayectoria
uniforme y eterna. Entre estos cuerpos se encontraba la Tierra, lo que contradecía a la Iglesia
y a los académicos que la situaban como el centro, para ellos, de la creación.
Esta teoría fue mejorada posteriormente por otros científicos, quedando culminada en el siglo
XVIII por Isaac Newton.
Base de la teoría
La teoría heliocéntrica de Copérnico dio respuesta a los problemas para comprender el
movimiento de los planetas. En realidad, situar al Sol como centro del universo no era nuevo,
ya que Aristarco de Samos, en el siglo III a.C, había propuesto ese modelo para explicar la
carencia de paralaje estelar.
Sin embargo, la simplicidad del modelo geocéntrico hizo que ese antiguo conocimiento
quedara arrinconado. Parte del mérito de Copérnico fue ir más allá de lo que los sentidos
humanos veían cuando miraban al cielo y no dejarse llevar por las enseñanzas eclesiásticas
que situaban al hombre, y por lo tanto a la Tierra, como el centro de lo existente.
A pesar de la defensa realizada por los astrónomos ptolemaicos, como Tycho Brahe, ninguna
de las mediciones que realizaron se ajustaron tanto a la realidad como las de Nicolás
Copérnico.
ARBOL DE LA VIDA