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“El rey rana”

Hace muchos años, en aquellos tiempos en que bastaba desear una cosa para
que el deseo se cumpliera, vivía un rey que tenía tres hijas muy guapas. Y la más
pequeña de las tres era tan bonita, que al sol le encantaba darle en la cara; y eso que
el sol ha visto ya muchas cosas.
Cerca del palacio del rey había un bosque grande, oscuro; y en el bosque, al pie
de un viejo tilo, brotaba una fuente. En los días de calor, la hija pequeña del rey, iba al
bosque y se sentaba al borde de aquella fuente de agua fresca; cuando se aburría,
tiraba al aire una pelota de oro y la volvía a coger: aquel era el juego que mas le
gustaba.
Pero una vez, la pelota de oro se le escapó de las manos, rodó por el suelo y
cayó al agua; la hija del rey la buscó, pero la fuente era muy honda y no veía el fondo.
Entonces la niña empezó a llorar, a llorar, no se podía consolar, y de pronto, oyó que
alguien decía:
¿Qué te pasa, hija del rey? Estas llorando de un modo que hasta las piedras
sienten pena.
La niña miró a la fuente, y vió una rana que sacaba del agua su cabezota fea.
¡Ah, ranita, eres tú! Pues estoy llorando porque se me ha caído al agua mi pelota de
oro.
No llores mas, que yo te voy a ayudar. ¿Que me darás si te saco del agua la pelota de
oro?
¡Te daré lo que quieras, ranita! Te daré mis vestidos, mis perlas, y la corona de oro que
llevo en la cabeza.
La rana contestó:
No quiero tus perlas, ni tus vestidos, ni tu corona de oro. Quiero que tú me quieras,
que juegues conmigo, que me dejes sentarme a tu lado en la mesa; y comer en tu
plato de oro y beber de tu vaso, y dormir en tu cama. Si me lo prometes, bajaré a la
fuente y te buscaré la pelota de oro.
¡Si, si! Dijo la niña. ¡Si, te lo prometo! ¡Te daré todo lo que quieras si me traes mi
pelota de oro!
Pero por dentro, la niña pensaba: ¡Vaya con esta rana presumida…! ¡Mira que
querer ser amiga de una persona! Lo que tiene que hacer, es quedarse ahí en el agua
con las otras ranas, croando y nada más.
Y la rana, al ver que la niña le prometía ser su amiga, se metió de cabeza en el
agua y enseguida salió con la pelota de oro en la boca. La hija del rey se puso muy
contenta, recogió la pelota y echó a correr.
¡Espera, espera! Gritó la rana. ¡Espera, llévame contigo! Yo no puedo correr tanto
como tú.
Pero no le sirvió de nada gritar tanto ni decir ¡cro-cro!, con todas sus fuerzas; la niña
no paró de correr hasta que llegó a su palacio y en seguida se olvidó de la rana. Y la
ranita muy triste, se metió otra vez en el agua.
Al día siguiente, cuando la hija del rey estaba comiendo con su padre y con
todos los de la corte, la rana apareció en la escalera de mármol del palacio; iba
subiendo los escalones a saltitos, y, cuando llegó arriba, llamó a la puerta del comedor
y dijo:
¡Hija del rey! ¡La más pequeña! ¡Ábreme, que estoy aquí! La niña se levantó
para ver quien llamaba, y, al abrir la puerta, vio a la rana allí en el suelo. Entonces cerró
la puerta de golpe, y corrió a sentarse otra vez en su sitio; estaba temblando.
El rey, su padre, vio como temblaba y le preguntó:
¿De que tienes miedo, hija mía? ¿Había en la puerta algún gigante que te ha asustado?
No, no, dijo la niña. No era un gigante, sino una rana horrible.
¿Y que quería la rana?
¡Ay padre! Ayer fui a la fuente del bosque, y se me cayó al agua mi pelota de oro, y
como lloré tanto, la rana me la sacó del agua, y le prometí ser su amiga, yo creía que la
rana no iba a poder salir nunca de la fuente, pero ha venido y quiere comer a mi lado.
Mientras tanto la rana seguía llamando a la puerta y decía:
¡Hija del rey, la más pequeña! ¡Estoy aquí! ¡Abre la puerta! ¡Cumple ahora mismo con
tu promesa!
Y entonces, dijo el rey:
Hija, lo que se promete se cumple, abre la puerta y que entre la rana.
La niña abrió la puerta y la rana entró dando saltitos, siguió a la princesita hasta
la mesa, y dijo: Acércame tu plato de oro y comeremos juntas. Y la hija del rey tuvo
que comer con la rana en el mismo plato y todos notaban lo que le molestaba aquello;
la rana comía con mucho apetito, pero la niña no podía tragar ni un bocado. Y luego la
rana dijo: Ya he comido bastante, y estoy cansada, llévame a tu cuarto y prepara la
cama, que, vamos a dormir juntas.
La hija del rey empezó a llorar, porque no quería dormir con aquella rana fea y
fría, pero el rey se enfadó y dijo:
¡No puedes despreciar a quien te ha ayudado!
La niña levantó a la rana con la punta de los dedos, la llevó a su cuarto, y la dejó
en un rincón, pero la rana le dijo:
Quiero dormir contigo, si no me metes en tu cama, se lo diré a tu padre. La hija del rey
se puso furiosa, levantó a la rana y la estrelló contra la pared:
¡Descansa ahí rana asquerosa!, pero al caerse al suelo y reventar, la rana se convirtió
en un príncipe muy guapo y muy fino, y se casó con la hija del rey, cuando el rey les dio
permiso. Aquel príncipe les contó que una bruja muy mala le había encantado y hasta
entonces había tenido que ser rana y vivir en la fuente. Y como no quería volver a su
reino, después de la boda se subieron a una carroza de oro tirada por seis caballos
blancos, que tenían penachos de plumas blancas en la cabeza, y la carroza, la guiaba
un criado del príncipe, que se llamaba Enrique el fiel.
Enrique el fiel, había estado muy preocupado por su señor, y cuando le vió
convertido en rana, se puso tres aros de hierro sobre el corazón, para que no se le
estallara el corazón de pena. Y ahora estaba muy contento, y guiaba la carroza por el
camino, y cuando pasó un rato, se oyó un ruido y el príncipe dijo:
¡Enrique, me parece que la carroza se está rompiendo!, ¡no señor! ¡No es la carroza, es
uno de los aros de mi corazón!
Y al cabo de otro rato, volvió a oírse un ruido, y era otro de los aros del corazón
de Enrique. Y luego el otro. Y es que ya no le hacían falta, porque su señor ya no era
una rana, sino un príncipe como antes, y Enrique le miraba y se alegraba y ya no tenía
más penas.

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