ARTÍCULO 3. EL DETERIORO IRREVERSIBLE DE LA ESCULTURA
MONUMENTAL Y SU SALVACIÓN
En este artículo de Javier Rivera Blanco, de la Universidad de Valladolid, se hace un
repaso por los conceptos de ‘autenticidad’ e ‘identidad’ de las obras de arte (especialmente las que tienen relación con un espacio arquitectónico), atendiendo a la problemática que se plantea en sus acepciones y el uso de las mismas. Comienza el artículo con la definición del término de ‘autenticidad’ planteado en diferentes momentos y desde varias posturas, como en la Carta de Venecia (1964) o en la reunión de Nara (Japón) del año 1994. En esta última, R. Lemaire ya plantea la posibilidad de que la materia de un objeto puede ser sustituida, una postura que también defenderá C. Cristinelli en el congreso celebrado de restauración en Valladolid en el año 1998 y en la que introducirá la diferenciación entre ‘autenticidad’ e ‘identidad’, pues es este segundo término el que permite dicha sustitución. Pero ¿qué es exactamente la autenticidad de una obra? Como ya se ha mencionado, existen varias definiciones del término, pero se puede decir que prácticamente todas concuerdan en que ésta afecta al objeto artístico no solo desde el punto de vista material, sino también al ambiente en el que se encuentra y a su contexto histórico, entre otras cuestiones. Esta autenticidad es inherente a la propia obra y no debe ser alterada para su buen entendimiento y para una correcta conservación. Sin embargo, se plantea entonces el concepto de ‘identidad’, que es aquello que sí puede ser cambiado o sustituido, pues no afectaría (en principio) a la autenticidad de la obra, según autores como C. Cristinelli. Entra aquí el debate entre los dos términos y el necesario discernimiento de ambos para la correcta conservación del patrimonio, pues algunas interpretaciones podrían dar lugar una mala praxis en este ámbito. Debido a que el concepto de ‘identidad’ incluye la posibilidad de sustituir ciertos aspectos de una obra (como los materiales, por ejemplo) existe la problemática de caer en el uso excesivo de dicha práctica, dando lugar a la pérdida de autenticidad de la obra. El autor del artículo aboga por atender a esta autenticidad y por tratar de salvaguardarla siempre que sea posible; sin embargo, acepta que hay momentos en los que dicha salvaguarda se vuelve prácticamente imposible y es entonces cuando entra en valor el concepto de ‘identidad’ y la posibilidad de sustituir, reconstruir, copiar, etc. algunos elementos con tal de que no se pierdan para que se transmita el legado en las mejores condiciones posibles, haciendo factible, así, que las generaciones futuras tengan la posibilidad de mantener la memoria. A través de una serie de ejemplos por todo el mundo, el autor explica esta necesidad del ser humano de transmitir la memoria material aun haciendo uso de reconstrucciones, copias, sustituciones, etc. (parciales o completas) que no siempre son todo lo respetuosas posible con su autenticidad, siendo Francia el paradigma de este modelo con casos como el de la catedral de Notre-Dame o Reims. Me surge aquí la cuestión de dónde se encuentra el límite de estas reconstrucciones/sustituciones y hasta qué punto se llevan a cabo por necesidad o por otros asuntos más banales. Estoy de acuerdo con el autor del artículo en que es mejor conservar antes que restaurar (vale aquí el símil médico de “más vale prevenir que curar”), y también acepto, igual que él, que en ocasiones es necesario realizar sustituciones o reconstrucciones totales o parciales para la correcta conservación, no ya solo de la obra en sí, sino de otros aspectos como el contexto histórico o su iconología. Sin embargo, ¿qué tiene más valor: un templo japonés totalmente reconstruido (la mayoría de los materiales que allí se vean estarán lejos de ser los originales) pero que conserva todo su significado y uso, o un templo griego del que quedan apenas los cimientos y algunas partes levantadas por anastilosis, todo material original en el emplazamiento original, pero habiendo perdido su forma y uso por completo? Como bien dice el autor del artículo, es necesario analizar la situación de cada obra atendiendo a su autenticidad en las diferentes variantes y actuando en consecuencia, pues el fin último de las intervenciones debe ser el de conservar las obras para transmitir este legado a las generaciones futuras en las mejores condiciones.