Está en la página 1de 116

El círculo del tiempo

Robert R. Coenraads

Versión en español: Constantino Hernández


‘El círculo del tiempo’ está dedicada a mis “cuatro favoritos”, quienes han pasado de la infancia
a la adultez durante la planificación y posterior escritura de esta novela en la década
comprendida entre 2008, cuando la obra comenzó a tomar vida en la pequeña granja de “Nono”
Leónidas Mora, en las fértiles laderas de los Andes Venezolanos, hasta la presente fecha de su
primera aparición pública.

A menudo se dice sobre el género de la Ciencia Ficción, que cualquier relación con personas y
eventos del presente es meramente casual, una involuntaria coincidencia. Sin importar cuán
cierta pueda ser esta afirmación en cuanto a la trama y el hilo argumental de “El círculo del
tiempo”, en este caso muy especial, mucho de las personalidades únicas e individuales de los
“cuatro amigos”, sus maravillosas interacciones y divertidas travesuras durante los incontables
viajes de la infancia, las aventuras, las excursiones, los campamentos y vacaciones, han servido
de perfecto telón de fondo para darle vida a este relato.

Ahora que ustedes, Emma, Francheska, Josh y Leonora, buscan sus propios caminos hacia la
adultez, deseo que puedan estar siempre unidos por las aventuras de la infancia que tanto
disfrutaron juntos, y que cuando sus sendas de vida vuelvan a encontrarse, conserven su hermosa
amistad.

Espero que disfruten de esta historia extraordinaria, una historia escrita especialmente para
ustedes, y que la atesoren en el futuro como una evocación de aquellos tiempos felices que
compartieron juntos, mientras recorrían el maravilloso camino hacia la vida adulta.

Robert R. Coenraads
Prólogo

Francheska se detuvo momentáneamente en el cruce de caminos mientras los oblicuos rayos del
bajo sol de la tarde proyectaban un mosaico de sombras y doradas luces sobre los verdes campos.
Ambos caminos la llevaban a casa y la atraían por igual: uno se abría paso a través de los
cultivos en la baja planicie, el otro atravesaba los altos pastizales.

Poco importaba cuál de los caminos escogiera, pues, tomaban el mismo tiempo, y todos los días,
al regresar de la escuela a la casa, elegía uno u otro. Hoy lo pensó por un momento. Si optaba por
la senda hacia la planicie había la posibilidad de disfrutar de una tierna mazorca de maíz, o quizá
podía sentarse un rato en la orilla del río, sumergiendo los pies en sus refrescantes aguas. Si
escogía el sendero hacia los pastizales, éste la llevaría cerca del lugar donde las vacas
descansaban a la sombra. Para esa temporada estarían pariendo en cualquier día y ella adoraba
las travesuras de los becerros recién nacidos, de color marrón y blanco, mientras retozaban en los
alrededores durante la primavera.

¿Cuál sería el camino a tomar entonces? Sólo una vez, hacía un par de veranos, no había tenido
que escoger. El río rebosó sus propias orillas, inundando el terreno bajo.

Dio unos pocos pasos, imaginando lo que podría ver, entonces regresó de prisa al cruce y se
detuvo. De tomar la senda de la planicie, nunca sabría lo que ocurriría a lo largo del otro
trayecto. Si escogía la vía del pastizal, quizá podrían suceder las cosas más emocionantes en el
otro sendero, ¡y tampoco lo sabría!

Aquella disyuntiva intrigaba a Francheska cada día camino a casa, pero hoy algo más la
inquietaba con respecto a la elección correcta y se quedó paralizada por no saber qué decisión
tomar. Si solo se pudiera dividir en dos y tomar ambas rutas a la vez disfrutaría de lo que le
ofrecían ambos senderos… pensándolo desde ese punto de vista, ¿por qué no podía solo estar en
todas partes al mismo tiempo?

Hoy, por algún tipo de premonición, o una casualidad en sí, eligió el camino de la planicie, lo
que a su vez la llevó a un encuentro inusual. Ocurrió cuando se aproximaba a la cerca, donde el
río fluye más allá de la granja.

En un área sombreada, utilizada para picnics y situada a un lado del camino, más allá de la cerca
que bordeaba la propiedad, estaba un hombre alto y de contextura delgada. Utilizaba pinceles en
un lienzo de Canvas sobre un caballete. Llevaba puesto un delantal manchado de pintura y una
boina francesa inclinada a un lado del rostro para proteger los ojos del sol mientras trabajaba. El
hombre dejó de pintar y la miró mientras se aproximaba, justo antes de que la niña desviara su
trayecto río arriba, hacia la casa. En los días siguientes, ocurrió lo mismo, ella respondía los
saludos del desconocido levantando la mano al tiempo que seguía su recorrido, y así, estos
encuentros silenciosos se hicieron parte de la rutina diaria.

Francheska se preguntaba sobre la pintura. No podía verla porque el caballete estaba lejos, y a
medida que pasaban los días, la curiosidad empezó a apoderarse de ella, hasta que un día decidió
acercarse y rompió el silencio.

“Disculpe, señor, ¿Qué está pintando?” – exclamó

“Un boceto al óleo sobre este paisaje”-respondió con un marcado acento francés

“Quizá Mademoiselle quiera verlo”.

Francheska se apartó del camino y se dirigió hacia la cerca. Recordó las advertencias de su
madre sobre hablar con extraños, pero ya él no parecía ser un desconocido. Además, el hombre
permanecía del otro lado de la cerca y ella era ágil y rápida, capaz de aventajar a cualquier adulto
torpe y lento. Se acercó a pocos metros de la cerca.

“Me llamo Francheska”-dijo

“Mi nombre es Nefrois Noire”-respondió el hombre, dando vuelta al lienzo, de manera que ella
pudiera ver la pintura. “Artist extraordinaire”.

Francheska dijo, con voz emocionada: “¡es más sorprendente de lo que pude haber imaginado!”.
La pintura captaba no sólo la hermosa estampa de tarjeta postal del paisaje que los rodeaba. Más
allá de los perfectamente ordenados y undosos surcos de las tierras aradas que serpenteaban los
contornos de la pradera, los campos de girasoles, soya, maíz y otros cultivos, sobre un tapizado
de verdes brillantes, matices dorados y de color marrón, el cuadro parecía captar el espíritu
bucólico de aquellos parajes.

“Estoy pintando una serie de paisajes, echa un vistazo en la esquina inferior de la pintura, si’l
vous plait,”, dijo el pintor.

Ella se acercó un poco más para ver mejor, y allí, las líneas curvas, doradas y verdes de los
campos condujeron su mirada hacia la figura de una jovencita de uniforme escolar que caminaba
por el sendero.

- “¡Oiga, me incluyó en su pintura!”

- “Cada día, tomo algunos detalles y los pinto mientras te acercas”

- “Me gustaría hacer un cuadro especialmente para ti”

“Bueno, mejor me voy a casa”, dijo Francheska, algo incómoda por el repentino tono de cercanía
que denotara aquel ofrecimiento del hombre, a quien apenas estaba conociendo.
Al día siguiente, luego de meditar brevemente sobre el dilema de siempre en el cruce de
caminos, finalmente la curiosidad la llevó a tomar de nuevo la senda hacia la planicie. El artista
aún estaba allí, como ella muy en el fondo ansiaba. El hombre le dijo:

“Detente justo allí, por un momento. ¡La luz es perfecta!” Pintó frenéticamente, con pinceladas
ágiles, mientras la jovencita esperaba.

“Très belle, parfait, he captado lo que necesito”, exclamó jubiloso, marcando más su acento
francés. “Puedes venir y echar un vistazo”.

Cuando el artista dio vuelta al lienzo, ella pudo ver que había empezado con otra pintura. En el
cuadro, la figura de Francheska se veía más grande y era ahora el núcleo central del paisaje; el
leve esbozo de una sonrisa en el rostro, sus mejillas sonrosadas por el ejercicio físico que
suponía el trayecto diario, el movimiento natural, libre, de su uniforme sobre sus piernas
mientras caminaba; todo representado de forma mucho más detallada, mientras los demás
elementos presentes en su pintura anterior habían pasado a un segundo plano; los prados, los
blancos cercados, las humeantes chimeneas, los diferentes avisos y letreros escritos a mano, los
buzones de las casas, hechos con latas de leche, las cuchillas para el arado y otros equipos de la
vieja maquinaria agrícola usada en las granjas, todo lo que había visto en la pintura anterior
permanecía en el nuevo paisaje.

Francheska se acercó para ver mejor. Plasmada a la perfección, la expresión de la jovencita


captaba sus más íntimos sentimientos, sus emociones más profundas, su vínculo con el hogar, la
granja, su pequeño pueblo. Aquel artista había sido capaz de captar el alma de aquella niña en
una pintura.

“En pocas semanas lo tendré listo y te lo obsequiaré”. Cuando el cuadro estuvo listo, Nerois
llamó a la niña hasta la cerca para entregárselo, pasando el lienzo cuidadosamente sobre el
alambre de púas.

“Esto es lo que hice para ti, Francheska”. Cuando la niña tomó la pintura, notó algo extraño en el
comportamiento del artista: un leve tirón, como si dudara en entregársela, hasta que finalmente le
dio el hermoso regalo.

“Gracias, señor Noire”. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre y se sentía extraña.
Había algo raro en él. No había perdido del todo sus reservas con respecto al enigmático
personaje.

Noire la vio desaparecer por el camino, llevando consigo el lienzo. “Cosa curiosa, eso de
escoger” – reflexionaba mientras metía la espátula en la caja de mimbre donde guardaba sus
pinceles y pinturas. El momento en que se suponía que debía evitar que ella interfiriera en sus
propósitos acababa de pasar. Sabía que, si hubiese sido capaz de continuar con sus planes, de
llevar a término lo que había concebido durante semanas, todo habría terminado en ese preciso
instante, cuando tuvo la pintura en sus manos, mientras la niña estuvo del otro lado de la cerca,
distraída y lo suficientemente cerca para tomarla por la fuerza. Pero ya ese instante había pasado,
bueno, al menos por ese día. Él sabía que, de haberlo hecho, todos sus problemas habrían
terminado. No obstante, no era un asesino de sangre fría. Independientemente de las
consecuencias, o cuánto poder y gloria hubiese obtenido, no podía hacerlo. Después de días y
horas de reflexión, dedujo que el hecho de enfocarse en su arte, en la belleza del paisaje, la
ternura de aquella niña, de alguna manera había calmado sus oscuros ímpetus. Había llegado a
conocer, incluso a amar la actitud cándida y risueña de aquel ser inocente, lo que hacía de sus
viles pensamientos anteriores, algo aún más cruel. Tenía mucho qué pensar al respecto.

“A mis padres les gustó mucho”, exclamó Francheska entusiasmada al llegar al lugar de siempre
al día siguiente, acercándose, confiada, a la cerca. “Dijeron que era la obra de un genio. ¿En qué
va a trabajar hoy?, mis padres quieren invitarlo a cenar una de estas noches. Además, mi
hermana Leonora está celosa, porque quiere una pintura para ella también”.

“Mi trabajo aquí está por concluir”, dijo el artista, con aire misterioso. “Acércate un poco más,
quiero decirte algo antes de terminar”.

La niña subió hasta la cerca para observar el nuevo lienzo y al verlo retrocedió con expresión de
desagrado; todo era completamente diferente a lo plasmado en las pinturas anteriores. Edificios
grises, sucios, se amontonaban como dientes rotos bajo un cielo sombrío, rodeados por un
lóbrego bosque. Otro edificio misterioso se erigía en una colina distante. Un mar de rostros de
expresión oscura, melancólica, se entremezclaban en primer plano. Hábilmente elaborado, con
matices de negro, gris o violeta, el carácter del cuadro era opaco, triste, deprimente.

“Cosa extraña es decidir”, dijo el pintor, al tiempo que le mostraba el cuadro a la niña.

“No me llama la atención este cuadro tanto como los otros”. Dijo Francheska ”Eso no es por
aquí, ¿verdad?”, preguntó refiriéndose al paisaje.

“Realmente sí”, respondió el pintor, “es el gran colegio internacional que queda cerca de esta
zona”. “Trabajé un tiempo en ese lugar”. “Cosa rara es el poder”, prosiguió, “es el origen de la
corrupción y la indiferencia, esa indiferencia psicopática hacia el bienestar del prójimo que lleva
al hombre a cometer las mayores atrocidades. Asistir a esa escuela te cambia la vida para
siempre. Esta pintura refleja cómo me cambió a mí en particular, y si pudiera regresar en el
tiempo, nunca hubiese asistido a ese lugar. Recuerda siempre mis palabras: tu vida en la granja
es idílica, paradisíaca ¿Por qué querrías cambiarla en un millón de años? Piénsalo siempre,
valora lo que tienes. Dale las gracias a tus padres de mi parte por la gentileza de invitarme a
cenar”.
Al día siguiente, Nefrois ya no estaba en el lugar de siempre, y los recuerdos de Franchesca en
cuanto al desconocido, curiosamente, empezaron a hacerse difusos, hasta que por último
parecieron desvanecerse.
Introducción

La tierra, el tercer planeta después del Sol, ubicada en un remoto e insignificante sistema solar, el
cual, a su vez se encuentra en uno de los espirales de una galaxia llamada La Vía Láctea, apenas
una de un número infinito de constelaciones constituidas por masa y energía, en un universo que
nació hace 13.750 millones de años con el gran estruendo conocido como el ‘Big Bang’.

¿Cuántas veces, antes del Big Bang, todo el universo ha explosionado hasta llegar su formación
definitiva para luego volver a colapsar sobre sí mismo?... ha sido este el gran enigma, lo largo de
la historia.

La tierra orbita alrededor del sol, no tan cerca como los planetas abrasados por el calor solar,
Mercurio y Venus, ni tan lejos como los gélidos páramos de Marte. Este planeta se ubica a la
distancia justa, precisa, con una temperatura agradablemente posicionada entre el punto de
ebullición y el de congelamiento del agua, perfecta para el desarrollo de las formas de vida
basadas en el Carbono que evolucionaron a partir de simples células, en los océanos del planeta,
hace unos 2.500 millones de años…

Ha sido un viaje increíblemente largo hasta el presente, desde la aparición de la primera chispa
de vida, en la remota época Precámbrica. Es un juego de azar y una travesía aún en progreso, en
evolución…

Innumerables mundos en el cosmos, además del nuestro, han sufrido procesos evolutivos
similares, pero la supervivencia de las especies es, a menudo, cuestión de extremos, una
situación de vida o muerte, de todo o nada. Hoy por hoy, sin embargo, la consciencia humana y
la sabiduría espiritual, así como el manejo inteligente de nuestro planeta deben estar por encima
del comportamiento canibalístico y competitivo al que conducen las ambiciones y el egoísmo. Si
la parte consciente de la sociedad no es capaz de revisar y controlar la destrucción rampante de
sus fuentes de alimentos, agua y aire limpio, entonces esa sociedad está condenada al fracaso y la
decadencia.

El colapso global es un factor común en todos los mundos que han alcanzado este nivel de crisis.
La situación puede llegar a ser tan grave que hasta el más insignificante de los seres humanos
puede hacer la diferencia entre la solución y el caos…

A mitad del siglo XXI, en la Tierra, la guerra, la sobrepoblación y el abuso ambiental han estado
a punto de exterminar la civilización tal y como la conocemos. El inicio del siglo XXII vaticinó
un triunfo y la posibilidad de la humanidad de auto redimirse y completar su proceso de
concientización espiritual. Los grandes presupuestos nacionales, antes utilizados para el
incremento y la administración de la infraestructura militar de las naciones, ahora se destinan a
obras de capital global, como la energía limpia, el patrimonio natural, educación, salud y
comunicaciones.

Ya no existen los imperios ni las naciones, solo regiones locales. La población vive en
estabilidad y prosperidad. Se han mezclado las razas y todos utilizan un idioma común, el
esperanto, en la comunicación formal. La gente es genéticamente muy fuerte, alcanzando un
promedio de edad de noventa años, llegando a superar el siglo de vida.

Nuestra historia comienza en una pequeña granja, cerca de una remota aldea, en un insignificante
rincón - no importa exactamente dónde - de uno de los siete continentes de la Tierra.

En este lugar, vivía una típica familia de granjeros. El año, 2058, la víspera de un interesante giro
de eventos en las vidas de los niños de esta familia…
Capítulo I: la beca

Francheska y su hermana menor, Leonora, vivían con sus padres en una modesta granja en las
afueras de un pequeño pueblo rural. La casa, con su amplia veranda de madera y techumbre de
zinc, estaba construida sobre un terreno ligeramente inclinado, entre los cultivos de las llanuras
cercanas al río y los pastizales destinados para el pastoreo, situados en las pendientes más
pronunciadas.
Apacibles líneas de pinos, rectas, como dibujadas a lápiz, y estrechos callejones cercados
bordeaban los campos.

El pueblo más cercano, como a diez minutos de camino, yacía enclavado en la parte más amplia
del valle. Sus casas y cabañas, organizadas en una imprecisa red de calles, estaban dispuestas
alrededor de una bien cuidada y frondosa plaza.

La plaza central era el orgullo del pueblo, un segundo hogar donde las familias podían socializar
y tomar tiempo para relajarse. Los ancianos del pueblo a menudo disfrutaban de tranquilos
juegos de ajedrez al sol de la tarde, pasando el rato frente a los tableros con peones, torres y
alfiles.

Una iglesia encalada y su alto campanario dominaban un lado de la plaza; sus enormes puertas
de madera permanecían siempre abiertas, y en los cálidos días veraniegos, su interior, espacioso
y fresco, atraía a los transeúntes de las calurosas calles, para sentarse a rezar o simplemente
meditar un poco.

En las noches, el ambiente de la plaza tomaba vida con las parejas que paseaban en el fresco aire
nocturnal, se sentaban en los bancos, o visitaban los cafés y las tiendas. A veces una banda
tocaba bajo la rotonda, en el centro de los jardines hermosamente iluminados. Los niños
emocionados, corrían con sus morrales por las calles entrecruzadas, persiguiendo al anciano
vendedor de helados, mientras grupos de adolescentes rodeaban la plaza central, sentándose,
chicos y chicas en extremos opuestos, y comunicándose con pícaros silbidos, enviándose
risueños mensajes, en un ritual nocturno que había permanecido inalterable por siglos.

Sin importar lo atareado la vida diaria, la mayoría de los pobladores se visitaban al menos una o
dos veces por semana, aunque fuese por un instante, para estar al tanto de los rumores de la
aldea.

A lo lejos, las casas amontonadas y encaladas del pueblo daban paso a otras viviendas
independientes, y más allá, a granjas de pequeña extensión. Fue en una de estas propiedades
donde crecieron Leonora y Francheska, adaptadas a la rutina diaria del campo, una vida que ha
cambiado poco desde que el hombre empezó a domesticar a los animales y a cultivar la tierra, y
que permanecerá inalterable, mientras el ser humano siga habitando este verde planeta. Cada
mañana, las dos hermanas buscaban las vacas en los campos para luego ordeñarlas, una labor a la
que estaban acostumbradas y que para nada rompía su rutina de juegos, llenos de inocente
imaginación, al tiempo que sus manos exprimían las ubres con movimientos instintivos,
automáticos.

“Oye, escuché que hoy te metiste en problemas, Leonora”, Francheska arrojó una soga corta a las
patas posteriores de una de las vacas, atándolas para evitar que el animal se arrastrara hacia la
cubeta de leche. Sentada en un pequeño taburete, Franchezca apretaba las tetas del animal,
rítmicamente, hacia arriba y hacia abajo. “Supongo que papá conversará sobre eso contigo esta
noche”.

“¡Yo no lo hice!”. Leonora sabía exactamente a lo que se refería su hermana, pero prefirió no
discutir el tema.

Carly había llegado al lugar de los hechos más temprano esa mañana, tratando de mantener una
expresión severa en el rostro, al descubrir a su hija en medio de aquella desastrosa escena,
verificando rápidamente que nadie había salido lastimado. La menor de sus hijas, la “científico
de la familia”, siempre estaba manipulando cables, interruptores y motores eléctricos, o
mezclando coloridos compuestos en tubos de ensayo para sus experimentos químicos. Apenas
minutos antes, había combinado vinagre con bicarbonato de sodio en un volcán de papier-mâché,
creando una erupción de líquido espumoso, uno de sus trucos favoritos, pero el caos de esa
mañana fue la gota que rebosó el vaso, después de intentar hacer que la lava pareciera más
realista.

Carly afrontaría la situación como siempre lo hacía, con mano firme y al mismo tiempo
estimulando la temprana vocación de la niña, y luego, por supuesto, conversando sobre el tema
con Rob, quien regresaría por la tarde.

“Sí lo hiciste”, insistió Franchezca. “Además, se supone que mamá solo usa pocas gotas de
condimento para la comida, no el frasco completo. Por eso el envase estaba vacío, porque tú lo
utilizaste. Pasarán semanas para que se te borren las manchas de las manos y la cara, incluso más
tiempo para que desaparezcan las de la parte de atrás de la veranda”.

El cabello de Leonora, el cual siempre peinaba en forma de cola de caballo, tenía un inusual tinte
rosáceo esa mañana. El color de su cabello usualmente combinaba con los grandes ojos castaños
que dominaban aquella faz pícara, de aire travieso. Hoy, como casi todo el tiempo, su rostro tenía
la expresión de quien está metido en problemas.
Buscando una manera de cambiar de tema, Leonora exprimió las tetas hinchadas de una de las
vacas, apuntando el chorro de leche tibia directo a los ojos de Fran, aunque en el fondo sabía que
su hermana continuaría insistiendo en el mismo tema, como siempre lo hacía.

“¡Oye, no hagas eso!” Francheska también le arrojó un chorro a la cara. Y así comenzó otra
guerra de leche. Francheska estaba bien adaptada a su vida de granjera. De bello rostro, ágil y de
contextura liviana, tenía larga cabellera, más rubia que la de su hermana y su madre,
cuidadosamente recogida en una crineja, para poder realizar con comodidad sus quehaceres
diarios. Hábilmente, se hizo a un lado cuando su hermana movió el pie con el propósito de quitar
el taburete para que cayera al piso. Volteando rápidamente, Francheska fijó sus ojos verdes
avellana en su pequeña hermana. “Tendrás que hacer mucho más que eso para tomarme el pelo”.

Después del ordeño, las niñas recogían huevos en cestas de mimbre, buscándolos en los sitios de
descanso preferidos por las gallinas. Eran el ingrediente de algunas de los cientos de deliciosas
recetas de comida granjera preparadas por su madre. Después, iban a la porqueriza, la cual
requería de lavado y friega diarios, tarea que a menudo dejaba pisos limpios… y niñas muy
sucias. Hoy, como en todos los cálidos días del verano, los quehaceres terminaban en una batalla
de agua que incluía a todos, niños y cerdos, disfrutando de una refrescante rociada.

Algunas tardes iban a pescar con redes en el embalse. Arrastrando los peces vivos fuera del agua,
golpeándolos en la orilla, y para luego ponerlos en la sartén, esto si Leonora antes no se
compadecía y los liberaba, “¡¡¡Vamos, papá!!! ¿Por qué siempre terminamos comiéndonos las
mascotas de la familia?” – se lamentaba.

En la granja también había caballos, las niñas cabalgaban a donde querían, la mayoría de las
veces sin ensillar, solo montando a pelo. Los caballos y ellas se conocían muy bien, cada
movimiento, cada comportamiento. Los animales respondían a un simple gesto, una palabra, o
una palmadita, sin ningún tipo de resistencia, todos excepto Sparky.

Era una yegua de color marrón desteñido, con una personalidad voluntariosa y excéntrica, poco
tolerante, e imposible de alejar de los comederos sin un “soborno” que incluiría jugosas
manzanas y zanahorias. Una vez fuera del granero, iría directo al árbol de moras, esperando
enredar a su desprevenido jinete en el pequeño y tupido follaje, y solo entonces, en caso de no
tener éxito, galoparía lenta y resignadamente. Sin importar cuál de los sombreados parajes
ubicados cerca del embalse de la granja tomara, Sparky siempre sabía cuándo volver a casa, y en
qué punto debía cabalgar frenéticamente, sin disminuir la velocidad hasta llegar a los establos.

Todos en la granja estaban al tanto de lo que ocurría en esos paseos a caballo, y consideraban
este tramo del regreso como la mejor parte de aquellas divertidas jornadas, lo que podía ser
alarmante para los que visitaran la propiedad y no conocieran el singular comportamiento del
animal.

Las chicas crecían como lo hacen todos los niños, inmersas en sus mundos de fantasía, plenos de
imaginación y al mismo tiempo con la necesaria madurez a la hora de cumplir sus
responsabilidades en la granja. Tenían una vida simple, sólida, estable y tradicional que
continuaba invariablemente un día tras otro en un apacible entorno familiar, tranquilidad apenas
interrumpida por las ocurrencias y travesuras de las niñas.

Alrededor de la casa cultivaban plátanos, café, caña de azúcar y cacao, mientras en las colinas
más altas sembraban papas, calabazas y uvas. El producto de los campos era suficiente para
cubrir todas las necesidades. Sus aspiraciones no iban más allá de aquella vida sencilla.

El núcleo de sus jóvenes existencias era la madre, Carly, quien estaba a cargo todo en la casa.
Nunca se le encontraría lejos de la acogedora cocina, que era como la fuente de energía de la
granja. Había rechazado la comodidad de la tecnología del siglo XXVI. Al igual que muchos de
los habitantes de aquella región, quienes preferían lo tradicional: la amplia cocina a leña,
construida con hierro fundido, con un enorme plato caliente haciendo de hornilla, las ollas y
sartenes colgadas en ganchos y listas para utilizarse.

El gabinete de madera con fachada frontal de plomo y cristal de diamante, con platos, tazas y
demás vajilla para atender a los incontables amigos y familia que a menudo los visitaban, y su
colección de cestas de mimbre de diversas formas y tamaños y para todas las ocasiones,
colocadas encima de la alacena, siendo la grande, de tapa abatible y forro de tela de cuadros
rojos, su favorita para los picnics familiares de fin de semana.

Un gran cuadro al óleo que representaba la granja, complementaba la hermosa decoración del
recinto. Ni Carly ni Rob sabían nada sobre el origen de esta pintura, asumiendo que la obra de
arte sin firma, al igual que la propiedad, había estado en la familia por generaciones.

A la hora de la comida, Carly los reunía a todos alrededor de la gran mesa de madera; centro de
la habitación y de las actividades familiares. Los equipos de multimedia estaban prohibidos
durante la comida, todos lo sabían, así que ni siquiera intentaban transgredir esta norma. La hora
de comer era una oportunidad sagrada para que todos hablaran sobre diversos temas personales y
familiares. La dieta era básica y saludable, producida en su propia granja o en propiedades
cercanas, sin añadirles preservativos, colores o sabores artificiales. Carly trabajaba duro para
asegurarse que los miembros de la familia crecieran fuertes y saludables.

El padre, Robert, era Geólogo. Siempre estaba fuera de casa, en zonas rurales, explorando
minuciosamente, en busca de minerales exóticos o piedras preciosas. En esas ocasiones,
extrañaba profundamente a su bella esposa, su joven familia y la vida en la granja, aprovechando
cada momento de su tiempo, juntos en casa, cada vez que podía. A menudo había llevado a las
niñas con él cuando eran más pequeñas, pero ya no era tan fácil, los estudios de las jovencitas
eran ahora un impedimento. Este verano, había apartado mucho tiempo para ponerse al día con la
familia y hacer tareas de mantenimiento en la granja.

En casa, Robert y Carly evitaban la televisión y otras formas de entretenimiento potencialmente


dañinas para la inteligencia, utilizando el tiempo libre en rompecabezas y otros juegos de mesa
de estrategia y lógica, lo que fortalecía, además, la cercanía familiar. Sabían que el equilibrio
entre las actividades intelectuales y físicas era fundamental para el éxito académico y las
habilidades deportivas de las niñas.

Este punto de vista había ganado mucha popularidad en los padres de familia de los últimos
siglos, especialmente desde que el gobierno global empezó a dar prioridad, por encima del
crecimiento económico, al bienestar de la comunidad y la familia. Bajo estas condiciones,
Francheska y Leonora crecían como niñas felices, equilibradas, disfrutando de una vida plena y
apacible.

Francheska, de catorce años, y su hermana Leonora, de doce, asistían a la escuela primaria local,
y aunque tenían buen comportamiento, a menudo encontraban los trabajos escolares demasiado
fáciles como para mantenerlas ocupadas. Leonora solía terminar sus tareas rápidamente, para
luego poder conversar con sus compañeros, siendo obligada por Francheska o el profesor a
retomar el orden de la clase. Para aquel maestro era difícil lidiar con la veintena de niños que
estaban a su cargo.

Desde edades tempranas, las niñas empezaron a mostrar ciertos talentos y habilidades, aunque no
siempre con las desastrosas consecuencias de aquella mañana. Carly y Rob no podían recordar la
primera vez que sus hijas tomaron lápices y cuadernos; el trabajo de la granja los mantenía tan
ocupados que a menudo no reparaban en este tipo de detalles. Mientras tanto, las niñas
sobresalían en los deportes, los estudios y todas las formas de evaluación programadas por las
autoridades educativas de la zona.

Sin que la familia lo supiera, debido a estos exámenes, y por recomendación de su profesor,
fueron seleccionadas para recibir una interesante oferta de una de las instituciones educativas
más prestigiosas del mundo. Esta escuela, destinada a cambiar el curso de sus vidas para
siempre, estaba ubicada, casualmente, en la zona rural cercana a la casa. Los pobladores sabían
poco sobre ese lugar, más allá de simples rumores sin fundamento. Se decía que sus estudiantes
venían de todas partes del país y del mundo, confiriéndole a aquella escuela cierto aire de
misterio; un secretismo que se correspondía con los altos muros y gruesas cercas que mantenían
sus edificios y extensas áreas externas fuera de la vista del común. Los estudiantes de Freetown
eran internados en la escuela, por lo que se apreciaba poca actividad desde el exterior, a
excepción del fin de año, cuando se veía a los profesores y los estudiantes, impecablemente
uniformados, saliendo por las puertas principales de la escuela.

Un día, al final de la jornada, Rob descansaba en el comedor, cuando las niñas llegaron
alborozadas. Traían un sobre con el escudo de la Escuela Global Freetown.

“¿De qué se trata todo esto, papá?”, gritaban las niñas entregándole la carta que acababan de
encontrar en el buzón. Rob rompió cuidadosamente un extremo del sobre con el cuidado y
respeto que inspiraba aquel papel bellamente mecanografiado. En su interior había una carta, que
también tenía impreso el escudo de la Escuela Global Freetown,

Estimados Señor y Señora Coenraads,

Como resultado de sus excepcionales calificaciones obtenidas en la prueba de Cociente


Intelectual realizada este año en escuelas de todo el mundo, nos complace ofrecerles a sus hijas,
Francheska y Leonora, una beca de estudios en la Escuela Global Freetown.

Debido a sus habilidades y al inusual hecho de que dos miembros de una misma familia reciban
esta beca, nos gustaría invitarles con sus hijas a una jornada escolar de puertas abiertas, a
celebrarse en el Salón de Sesiones de nuestra institución”.

“Hummmm, interesante”, murmuró Rob, antes de seguir leyendo.

Durante mucho tiempo, nuestra escuela ha reconocido que la excepcional calidad de nuestros
egresados se debe al esfuerzo de la institución en la formación de cada alumno.
El concepto Freetown se ha difundido por el mundo entero, por lo que cada año, más y más de
nuestros estudiantes con alto nivel de competencia, pueden ser aceptados para cubrir las más
exigentes posiciones de responsabilidad en el mundo actual.

“Genial, papá, sigue leyendo” gritaban las niñas entusiasmadas.

Si deciden aceptar esta oferta de matriculación, la beca cubrirá todos los gastos de las alumnas,
incluyendo alimentación y residencia, mientras permanezcan como internas en nuestra
institución.

“¿Internas?” Una andanada preguntas confusas llenó el ambiente de la sala. “¿Quiere decir que
tendremos que vivir en esa escuela? “¿Allí dice que debemos permanecer en ese lugar?”
“¿Tendríamos que irnos de aquí? No sé si quiera hacerlo, papá” - protestó Francheska. Una
imagen negativa le vino a la mente, quizá un recuerdo, pero no podía precisarlo. “Soy feliz en mi
propia escuela, con mis propios compañeros. Puedo vivir en la granja y caminar a mi colegio
todos los días sin problemas…”

El papá contemplaba la carta, ensimismado. De hecho, se sentía orgulloso, honrado, pero sabía
que extrañaría enormemente a sus hijas, y mucho más si ambas iban dejar la casa y la escuela
local.

“Bueno, las extrañaríamos, niñas, pero enviarlas a esa escuela nos daría a mamá y a mí un poco
de paz y tranquilidad” Dijo Rob ocultando sus verdaderos sentimientos. “De todas maneras
vendrían a casa en vacaciones”.

“Miren, no tenemos que tomar una decisión ahora mismo”, intervino Carly, quien hasta ese
momento había estado escuchando en silencio. “Hemos sido invitados a esa actividad de puertas
abiertas, así que vayamos, echemos un vistazo y después discutiremos. A nadie le hará daño ir,
¿verdad? No conozco a nadie en el pueblo que haya tenido la oportunidad de ver más allá de esos
muros”.

“Ok, está bien, al menos vayamos a echar un vistazo”, Francheska cedió. “Incluso suena
emocionante”.

“¿Y cuándo es?, sigue leyendo, papá”.

La jornada de puertas abiertas de la Escuela Global Freetown dará inicio a las 10:00 a.m. en
punto, comenzando con una alocución del Director en el Gran Salón de Sesiones de la Escuela,
seguido de un almuerzo al aire libre en los jardines del colegio. Los profesores estarán dándoles
la bienvenida en las puertas principales de la institución desde las 9:00 a.m. en adelante.

Sinceramente suyo,

Profesor N. L. White, Director.

“Pero… ¿una escuela interna?”, la mente de Francheska volaba en un mar de interrogantes y


dudas. Había visto cualquier cantidad de películas sobre ese tipo de lugares, profesores
malvados, alumnos de mayor edad, fraternidades de hombres y mujeres. Era suficiente para que
cualquiera desechara la idea de ir a un sitio como ese. La idea de vivir en un ambiente tan
extraño, alejado del amor y el calor de su familia realmente la atemorizaba.

Más tarde, esa noche, Francheska se fue de puntillas hasta la habitación de sus padres,
deslizándose sigilosamente en el pequeño espacio entre sus cuerpos tibios, un hábito que
recordó, en ese momento, casi había abandonado, a medida que crecía en aquel ambiente de
intima infancia familiar, e iba cayendo en cuenta de que ya no era tan niña como para seguir
durmiendo con sus padres.

“¿Qué ocurre, Cheky? ¿Tienes pesadillas?” susurró Rob, llamándola por el pequeño apodo que
solo él utilizaba.

“No quiero dejar la granja, papi” le respondió, “por muy bueno que parezca, no quiero ir a esa
escuela. Hay algo que no me gusta de ese lugar”.

“Después nos preocuparemos por eso”, respondió Rob, somnoliento.

De repente se escuchó otra voz en la habitación: “¿Qué hay de mí?” “Yo tampoco me quiero ir”.

“Sube, Leo. Hay mucho espacio en la cama para todos, recuerda: `nadie se queda por fuera,
todos para uno`”.

Francheska nunca les hablaba a sus compañeros sobre la carta. De hecho, trataba de olvidar todo
lo que tenía que ver con la beca. Incluso Leonora guardaba silencio al respecto. Pero a medida
que transcurrían las semanas, las mismas niñas estaban sorprendidas por la emoción que, al
mismo tiempo, las embargaba. Comenzaron a preguntarse qué sorpresas les aguardaban tras los
misteriosos muros de la escuela. Incluso, cuando pasaban frente al enigmático lugar, les insistían
hasta el cansancio a sus padres para que se detuvieran frente a las puertas principales del colegio,
pero todo lo que podían ver era un pequeño sendero, rodeado de árboles, que desaparecía en los
terrenos boscosos de aquella escuela. Nunca habían tenido algún interés en ese lugar, pero ahora
que tenían la oportunidad de estar dentro de aquellas paredes, todos en la familia estaban llenos
de expectativas.
Capítulo II: Puertas abiertas para las nuevas alumnas

Finalmente llegó el día esperado. La luz resplandecía en las gotas del rocío de aquella fresca
mañana de verano, cuando la familia Coenraads detuvo su viejo automóvil Ford Solar frente a la
Escuela Global Freetown. Los enormes portones de hierro forjado estaban abisagrados a
hermosos pilares de piedra, flanqueados a cada lado por portones más pequeños, para los
peatones. Los cuatro portones permanecían abiertos debido a la actividad especial de aquel día.

Encima del arco, finamente elaborado con un intrincado entretejido de hierro, se erigía soberbio
el blasón de la Escuela Global Freetown, un enorme escudo de hierro custodiado por dos
exuberantes esculturas de grifos, y sus símbolos heráldicos representaban las distintas facultades
que constituían el programa educativo de la escuela.

Rob Coenraads apenas tuvo tiempo de estacionar el vehículo antes que las niñas abrieran las
puertas, emocionadas, y corrieran hacia los portones de la escuela.

“Oigan, hay un átomo y un juego de tubos de ensayo”, dijo Leonora con entusiasmo, señalando
la figura del escudo, “y hay un cristal de cuarzo, y una célula bajo el árbol de la vida, apuesto
que son los cuatro pilares de la ciencia: la Física, la Química, la Geología y la Biología”.

“También hay un telescopio, un sextante, un compás y un globo terráqueo. Es el escudo más


complejo que he visto.” “De prisa, entremos” dijo la niña con entusiasmo.

En medio de la conmoción, Francheska se detuvo por un instante frente a aquellas puertas,


invadida por una inexplicable nostalgia. Deslizó sus manos sobre la roca tallada, disfrutando de
su fría suavidad, deslizando sus manos por las magníficas barras de hierro forjado pintadas de
verde y esculpidas en forma de flor de lis, finamente detalladas en oro laminado. Cuán familiares
resultaban estos portones, aunque era la primera vez que estaba ante ellos.

Una vez dentro de la escuela, un panorama inesperado y asombroso se mostró ante ellos. Los
muros de la escuela encerraban un enorme terreno, con apenas una pequeña porción ocupada por
los históricos edificios de la escuela. Aquellas verdaderas obras maestras de estilo neoclásico
estaban formalmente agrupadas en diferentes facultades, muy alejadas de la sombreada vereda de
la entrada por la que caminaba la familia Coenraads.

Su enladrillado de arenisca era visible de vez en cuando a través de las brechas en los árboles y
setos. La vereda llevaba lentamente, cuesta abajo, a un verde valle, que se hacía más amplio más
allá de los edificios en un entramado de campos arados en perfecto orden, sembrados con
cultivos de distintas clases. Pequeños puntos blancos; cabras, llamas y ovejas retozaban sobre un
fondo verde, en la frescura de aquella mañana.

En las llanuras más bajas, se distinguían gallineros y graneros vistosamente pintados, una lechera
y edificaciones de vidrio que, como luego sabrían, era donde se cultivaban todos los vegetales
hidropónicos de la escuela.

En silencio, la familia observaba con asombro aquel paisaje en todo su glorioso esplendor. Hacia
el sur, los terrenos de cultivo cercanos al río se extendían hasta llegar a las verdes tierras de
pastoreo que, sucesivamente, se transformaban en laderas más empinadas. Frondosos árboles
crecían en las laderas, haciéndose más tupidos, hasta que sus copas se fundían en un interminable
y verde bosque. Hacia el oeste, las praderas llegaban a un extenso lago con una isla en el centro,
y bordeado, en su bahía más alejada, por más colinas boscosas. Las montañas se extendían hacia
el azul distante, dando lugar a una red de arroyos, nacidos en lejanos valles a los que los
estudiantes nunca se atrevían a llegar.

Una vez más, Francheska experimentó aquella extraña sensación de formar parte de aquel lugar,
como si regresara de un largo viaje al calor familiar del hogar. Aunque nunca había sentido algo
parecido – jamás había estado lejos de casa - la sensación era maravillosa.

Al avanzar por la vereda, la familia se encontró con un grupo de personas elegantemente


vestidas, que evidentemente eran los profesores, rodeados de padres y alumnos, todos a la
expectativa. Tímidamente se acercaron a un extremo del grupo, cuando uno de los profesores,
una dama de aspecto risueño, los vio y se acercó directamente a ellos.

“Hola, soy la señora Pip, y ustedes deben ser el Doctor y la señora Coenraads, Francheska y
Leonora”. Dijo en tono amable, revisando la lista de estudiantes, mirando por encima de sus
lentes de aumento. “De verdad que es fabuloso que sus dos hijas hayan sido beneficiadas por esta
beca. Eso no ocurre con frecuencia. Pero este año sucedió dos veces” dijo entusiasmada, “de
hecho, la otra familia está justamente por aquí. Por favor, vengan conmigo”.

“Francheska, Leonora, permítanme presentarles a Emma y Joshua, la otra pareja de hermanos


invitados a formar parte de la escuela. ¿No es asombroso? Ahora quiero presentarles al señor y la
señora Douglas y a Jenny Meredith. Vamos, platiquen, siéntanse en casa. Les explicaremos todo
dentro de algunos momentos”. La señora Pip sonrió retirándose para recibir a otros padres que
recién llegaban.

Francheska y Leonora quedaron frente a frente con Emma y Josh, mirándose con timidez.

“Hola” Francheska rompió el hielo “¿Qué piensan de todo esto?”.


“Creo que es grandioso”, dijo Emma emocionada. “He escuchado tanto sobre este lugar y…”

“Quiero ver que hay detrás de esos muros” gritó el hermano de Emma, interrumpiéndola.

“¡Mocoso entrometido!”, ordenó Emma, con la expresión airada de la hermana mayor que está a
cargo del hermano más pequeño. “¿No puedes solo quedarte quieto y callado?”.

“Mira, Josh, aquí hay una apertura”, dijo Leonora, mirando a través de una brecha en el muro, y
divisando un muy bien cuidado jardín que llevaba a un edificio con columnas. Encima del
pórtico, había una placa que tenía inscrito uno de los símbolos del escudo de la escuela y que ella
reconoció de inmediato: un barco de vela.

“¡Una fragata!” gritó Josh, “En ese edificio estudian Historia. “El barco representa el medio de
transporte que usaron los pueblos antiguos para recorrer el mundo. Durante esas largas travesías
ocurrieron algunos de los hechos más importantes en la historia de la humanidad”.

“¡Oye!”, replicó Leonora, “¿Y cómo sabes todo eso?, No nos hemos perdido de nada, con
respecto a la escuela, ¿verdad?”.

“No, pero leí en internet todo lo relacionado con la escuela apenas llegó mi carta”, dijo Josh
emocionado, mientras caminaba por el jardín, acercándose al siguiente edificio e ignorando las
órdenes de Emma de quedarse en un solo sitio.

“¿Cómo no pensé en hacerlo yo también? Entonces aquella debe ser la facultad de Física”, dijo
Leo, detallando la placa de la siguiente edificación. “¡Miren eso!, es un átomo de Litio, tres
protones, tres neutrones y tres electrones. ¡Me encanta la ciencia!”.

“¡A mí también!”, dijo Josh, claramente impresionado por el conocimiento de Leonora, “Pero en
realidad me gusta más la Historia”.

“Regresemos, podríamos perdernos de algo importante”, advirtió Leonora a sus nuevos amigos,
y se dirigieron al lugar donde estaban los profesores, quienes guiaban a sus respectivos grupos de
padres por la vereda norte, hacia el lugar central de la escuela. Mientras se acercaban al grupo,
pudieron escuchar algunas conversaciones.

“Este es un gran paso para sus hijos”, decía un profesor, “por eso nos queremos asegurar que
conozcan todos los principios en los que se fundamenta nuestra escuela, y se familiaricen con el
concepto de que todos los niños, especialmente los niños talentosos, como los suyos, tendrán
resultados excepcionales en un ambiente que estimule el aprendizaje. El objetivo de nuestro
trabajo es ofrecerle ese tipo de educación a cada niño del planeta. A nuestro sistema educativo se
le conoce como Educación Global para los Niños de la Tierra, o EGNT, y nuestro concepto se
está expandiendo alrededor del mundo rápidamente. De cualquier manera, vengan por aquí, el
profesor White, director de la escuela, va a ofrecerles unas palabras de bienvenida”.

Leo y Josh se unieron de nuevo al grupo, y encontraron a Emma y Francheska conversando


como si se conocieran de toda la vida. Francheska le hablaba sobre su casa en la granja, pues
había escuchado sobre los animales que tenían en la escuela, mientras Emma describía el
pequeño pueblo en el que vivía, que, por coincidencia, quedaba muy cerca de la Escuela Global
Freetown, a diferencia de los lugares de origen de muchos de los estudiantes extranjeros que ese
día estaban llegando a la institución.

Los profesores guiaron a padres e hijos a través de los Jardines Circulares y luego bajaron por la
vereda sur, hacia el Gran Salón de Reuniones. La vereda pasaba por un gran arco de piedra
donde enormes portones de roble sólido se abrían al interior abovedado, de estilo Gótico, del
Gran Salón. La sala se utilizaba para graduaciones o cualquier ocasión que requiriera la
asistencia de toda la escuela. En las paredes se podían apreciar retratos al óleo, cronológicamente
ordenados, de los antiguos directores de la escuela, vistiendo orgullosamente sus togas y
condecoraciones académicas.

Josh y Leo observaban maravillados la hermosa construcción de piedra del recinto.

“¡Es un viejo castillo!”, gritó Josh, “¡un castillo de verdad!, Me encantan los dragones, los
calabozos y todo eso, ¿y a ti? ¿Crees que los caballeros de la mesa redonda llegaron a reunirse en
lugar como este?”.

Leonora ya sabía que podría disfrutar mucho de este lugar y estaba segura, desde ese momento,
que no tendría ningún problema para llevársela bien con Josh, su nuevo amigo.

“¿En qué año estudias, Josh?”


“Séptimo”
“¡Yo también!”

Pasaron al salón y se sentaron entre la atenta audiencia de padres e hijos.


Capítulo III: el discurso del director

En el Gran Salón de la Escuela Global Freetown, frente al pódium, luciendo negra toga y birrete,
el director, un caballero alto y elegante, comenzó su discurso:

“Señoras y señores, bienvenidos a la Escuela Global Freetown. Durante casi un milenio, nuestra
gran institución, la primera en su clase, ha recibido a los estudiantes más talentosos del mundo.
Somos una escuela abierta para todos; ricos, pobres, sin discriminación”.

Seguidamente hizo una pausa para tomar un sorbo de agua y miró, con cierto nerviosismo, aquel
mar de rostros y miradas expectantes. Sentía orgullo y emoción al tener la oportunidad de
representar a su colegio, una vez más, ante nuevas familias y estudiantes para un nuevo año, tal
como lo habían hecho sus predecesores durante siglos. A pesar de su emoción, sabía que debía
ser directo y conciso. Se había hecho la promesa de entusiasmarse demasiado con la alocución de
este año, a fin de no generar tedio en aquella audiencia que lo escuchaba con atención.

“Las cosas no siempre fueron como se ven hoy en día. Los inicios de nuestra escuela fueron, de
hecho, muy humildes. Empezamos a dar clases en salones prestados, utilizándolos en las noches,
después que los estudiantes del turno diurno se habían ido a casa. Dependíamos de las generosas
donaciones de un grupo de personas preocupadas por la educación en el planeta, por sus niños y
la biosfera. La Escuela Global Freetown nació en una pequeña cabaña de piedra y un
observatorio situado en la cima de una colina boscosa, hasta llegar a ser lo que somos hoy en día.
Estas hermosas edificaciones fueron construidas a lo largo de muchas generaciones, bajo la
dirección de una sucesión de grandes educadores, siendo los pioneros la visionaria familia
Tipper, quienes compraron una gran extensión de tierras, con el propósito de fundar una
institución educativa que con el tiempo se destacaría sobre las demás.

Nuestra última adquisición es una biblioteca subterránea, con uso de energía neutral, una
magnífica área destinada para el aprendizaje, con una ubicación céntrica, que permite que
cualquier alumno pueda llegar a ella directamente desde cualquiera de nuestros salones de
clase…”

La mente de Francheska empezó a divagar, perdiendo concentración en las palabras del director,
las cuales escuchaba como abejas revoloteando en una botella vacía, mientras viejas imágenes
sepia de la pequeña escuela, aquella humilde cabaña de piedra, flotaban por su mente.
Avasallada ante la antigüedad del Gran Salón, la imaginación de la niña recorrió miles de años
de historia, y como si se tratara de una vieja película cuyos fotogramas pasaban a alta velocidad,
miles de directores daban la bienvenida a nuevos estudiantes.
Los retratos polvorientos salían de las viejas pinturas al óleo, en los antiguos muros, desfilando
por el pódium frente a ella, uno tras otro, empujándose, superponiéndose como en una mesa
atiborrada de naipes – todos centrando su atención en ella, cada uno tratando de llevarla a su
respectiva época – hablando desde un pasado remoto.

Sus bocas secas, cadavéricas, llenas de dientes podridos, se abrían y cerraban pronunciando cada
palabra del discurso. Recuerdos y advertencias, temores inexplicables, los cuales no podía
reconocer, empezaron a emerger, era algo poderoso, temible y abrumadoramente familiar al
mismo tiempo, con el encanto fascinante del canto de las sirenas que sedujo a los antiguos
Argonautas griegos.

Casi sin aire, aflojó su collar, encogiéndose en su asiento, sintiéndose insignificante ante aquel
desfile de rostros ilustres, producto de su propia imaginación. Aterrada, se resistió con todas las
fuerzas de su conciencia, observó a sus padres a ambos lados de su asiento, lo que la hizo volver
a la realidad. Estaba viva, aquellos personajes ya no estaban. Se habían transformado, una vez
más, en huesos y polvo. Tomó las manos de sus padres, apretándolas, sintiendo de nuevo el tibio
fluir de la vida recorriendo sus venas. Ellos le respondieron con una sonrisa de orgullo.

“Este es mi día, y esta bienvenida es para mí”, murmuró de manera casi inaudible, ubicándose de
nuevo en el momento.

“Nuestros egresados están expandiendo el concepto de aprendizaje EGNT, transformándose en


representantes del modelo educativo de nuestra escuela”. Continuó el Director White. “Primero
escogemos a los graduados más brillantes y entusiastas, y los motivamos para que salgan a
fundar nuevas Escuelas Globales en grandes capitales seleccionadas previamente y en centros
regionales. Esto, a su vez, se ha traducido en un incremento exponencial del número de
estudiantes inscritos, y abre la posibilidad maravillosa de que dentro de pocas décadas
alcancemos nuestro gran sueño de una educación gratuita para cada uno de los niños de la Tierra.

En este preciso instante, mientras estamos en este salón, se están construyendo nuevas escuelas.
Incluso industrias y minas abandonadas han sido transformadas en lugares hermosos como éste,
destinados a brindar la mejor educación. El crecimiento de este modelo educativo solo se puede
lograr creando nuevas escuelas en todo el planeta, las cuales serán lugares propicios para que
cada niño tenga acceso al quehacer literario y científico de la humanidad.” Continuó el Director

“Sus hijos han sido seleccionados para ser pioneros privilegiados, por así decirlo, en la expansión
de este nuevo sistema de educación global…”

Se dejaron escuchar susurros de orgullo de los padres.


“El método educativo Freetown, de éxito comprobado, está siendo copiado alrededor del mundo.
Los gobiernos han reconocido la importancia de este programa educativo apoyando a sus
estudiantes más promisorios con becas, con el fin de desarrollar un creciente equipo de
individuos con alto nivel de inteligencia, para el avance del conocimiento humano, en cualquier
profesión que escojan, sean las ciencias, las matemáticas, la historia y la filosofía o las artes.

La educación en nuestra escuela se basa en el trabajo de campo, en un proceso divertido y


emocionante, lo que estimula a nuestros alumnos a esforzarse al máximo. No escatimamos en
gastos para crear el ambiente perfecto, propicio para el aprendizaje, aun cuando nuestros costos
operativos son superiores a los de una escuela promedio. La mayor parte de ese trabajo de
aprendizaje involucra a estudiantes y profesores en conjunto. Esto incluye el cultivo de los
campos como parte de los estudios de agricultura, la cría y el cuidado de animales, la preparación
de alimentos en el programa de estudios culinarios, y el proceso se extiende a áreas como la
carpintería y el mantenimiento en general.

Se espera que cada alumno invierta parte del tiempo diario en la actividad física, y por
consiguiente, cada uno se mantendrá en forma, de manera natural y saludable.

En esta escuela no concebimos la educación como un medio para lograr placeres materiales o un
mayor estatus social, en lugar de eso, el conocimiento y la sabiduría, a la par del crecimiento
filosófico y espiritual, son nuestra verdadera meta. Nuestro método educativo beneficia al
individuo, a la comunidad y al planeta…”

Las hermosas palabras del director flotaban suavemente sobre las cabezas de los niños, quienes
permanecían sentados, cortésmente, al lado de sus padres. El profesor hizo otra pausa para beber
otro sorbo de agua.

Leonora agitó la cabeza bruscamente, al sentir sobre su cuello el latigazo de una pequeña banda
elástica. Obviamente, Josh tampoco estaba prestando atención al discurso. Leonora volteó, y
pudo ver la sonrisa pícara en el rostro del niño, justo cuando Emma, al ver la travesura de su
hermano, tomó una de sus orejas entre los dedos, apretándola y retorciéndola con fuerza.

“¡Aaaaay, ya no más, Emma! ¡Eso duele!”. Se quejaba en voz baja, tratando de no llamar la
atención.

“¡Entonces presta atención al discurso del director, maleducado”. Susurró Emma con voz casi
inaudible.

“Eso hago…”
“Entonces ¿Qué dijo el director, sabelotodo?”

“No admitas nada sin la presencia de un abogado, Josh”, intervino Leonora.

“Bueno. El director dijo que cada niño en el mundo debía ir a la escuela. Aquí aprenderemos
todo lo necesario para después enseñar a otros niños, quienes a su vez también enseñarán a otros
niños. Eventualmente, cada niño tendrá un profesor. Eso es todo lo que ha dicho en realidad.
Pero está utilizando muchas palabras”. Josh tenía la sorprendente habilidad de captar la parte
importante de cualquier mensaje, aunque en apariencia no estuviese escuchando.

“El tener a los estudiantes como internos en nuestra escuela, nos dará suficiente tiempo para
asegurarnos de que el alumno llegue a ser autosuficiente en cada faceta de la vida. Bajo nuestra
supervisión, los alumnos trabajan la tierra, cuidan de los animales, practican deportes y estudian.
Además de aprender todo esto, desarrollarán fuertes lazos sociales con sus compañeros.

Deben despertar muy temprano, con el alba, para atender todo lo relacionado con la granja y su
mantenimiento. A las seis en punto se sirve un desayuno ligero, seguido de tres horas de trabajo
manual. Luego de la ducha, hay un desayuno más completo, tomando en cuenta que ya han
estado trabajando por cinco horas. El almuerzo es a las trece horas en punto, en el comedor,
seguido por diferentes actividades en la tarde. Dos tardes a la semana, los estudiantes practican
una variedad de deportes individuales y en equipo. Muchos descubren que también sobresalen en
estas actividades, una vez que se les da la oportunidad.

La cena es a las dieciocho horas en punto, también en el comedor. Luego se toma tiempo para
actividades relajantes, aprendiendo cualquier instrumento musical o simplemente leyendo un
libro. Con frecuencia, tener un día fuerte en Freetown significa que ningún alumno debe estar
despierto después de las veinte horas. Esta rutina continúa a lo largo de cada período académico.
Hemos visto como los estudiantes no solo se adaptan, llegando a disfrutar del día a día en nuestra
escuela…

Durante el día no hay tiempo para lo que tradicionalmente se conoce como asignaciones
escolares para hacer en casa, no obstante, durante el año escolar se planifican espacios de tiempo
para que los alumnos desarrollen proyectos de investigación supervisados, basados en sus
talentos y habilidades, y utilizando la enorme cantidad de recursos que disponemos en nuestra
biblioteca.

Los fines de semana, los alumnos pueden participar en una investigación, no religiosa, sobre el
concepto de un Dios infinito que une el alma y el espíritu de toda la humanidad, todo analizado
desde diferentes puntos de vista étnicos y culturales. A pesar de su diversidad de creencias, los
alumnos de la Escuela Global Freetown, desarrollan la concepción de un Dios universal, puesto
en la perspectiva de las demás materias que estudian”.

“Uffff ¡qué día tan largo! ¡Suena como mucho trabajo para mí!” Le susurró Josh a Leonora
“¿crees que podamos manejarlo?”.

“Bueno, Josh, ya que estamos aquí, no creo que tengamos otra opción” respondió Leonora.

“Hemos determinado que prácticamente no hay problemas de disciplina en la escuela” prosiguió


el Director, “Debido a la calidad de nuestros profesores y de los estudiantes que invitamos,
hemos visto que aquí hay tantas cosas de interés para ellos que rara vez tienen tiempo para el
ocio”.

“¡No! Lo que pasa es que al final del día estaremos demasiado cansados como para pensar en
travesuras”, añadió Leonora susurrándole suavemente a Josh.

“¿¿¿Qué??? ¡Ya lo veremos!”

“Los profesores de Freetown están entre los mejores del mundo. Una oferta de empleo en la
Escuela Freetown está considerada entre las más cotizadas. Nuestros profesores se someten a un
riguroso adoctrinamiento, basado en los principios, creencias y métodos de enseñanza de nuestra
institución, más allá de las materias que estudiaron para obtener sus grados académicos. La
mayoría de ellos fueron, a su vez, estudiantes en esta escuela, incluso descendientes de antiguos
profesores y alumnos de Freetown”.

Haciendo gala de sus excepcionales dotes de orador, el director concluyó su hermoso discurso:
“El tranquilo ritmo de la vida escolar, como el ciclo de las estaciones, conduce a los estudiantes
durante sus años de formación, enriqueciéndolos, formándolos física y mentalmente, sembrando
las semillas de la sabiduría en sus fértiles mentes. Nuestros profesores cuidan de sus alumnos de
la misma manera que un jardinero cuida de las semillas jóvenes, llevándolas a la madurez
definitiva, haciendo que los capullos y flores se transformen en frutos fuertes y sanos…”

“Consideren, entonces, nuestra generosa oferta y la posibilidad de un brillante futuro para sus
hijos, como los mejores estadistas y docentes en las profesiones que escojan. A continuación,
como punto culminante de este día especial, permítannos invitarles a un almuerzo, donde podrán
probar algunos productos de nuestra escuela”.

Padres e hijos salieron del gran salón bajo el brillante sol del mediodía. Sobre el césped, en un
área sombreada, bajo una frondosa arboleda, un abundante almuerzo se extendía ante sus ojos,
sobre grandes mesas de caballete. Los docentes ya estaban ubicados para dar la bienvenida a los
padres mientras se acercaban a las mesas. La señora Pip se dirigió a todos, siguiendo el tema del
discurso del director:

“Los alimentos que van a consumir hoy, fueron todos cultivados en la granja de la escuela”
explicó “los estudiantes de mayor edad han preparado esta comida para ustedes. Coman, beban,
disfruten de la comida más saludable del mundo, la leche, la sidra de manzana y la cerveza de
jengibre, los huevos, las galletas de maíz, la ensalada y el chocolate. Incluso frutas tropicales
como el mango, las papayas y la caña de azúcar, se cultivan en nuestros invernaderos. Por la
gracia de Dios, y con mucho trabajo, hemos logrado una escuela autosuficiente. Siempre hay
abundancia en nuestros campos, incluso con excedentes que vendemos en los pueblos cercanos”.

Con la boca repleta de suculenta comida, Leonora reclinó su cabeza sobre el hombro de
Francheska. “Bueno, al menos tenemos algo de experiencia para empezar con los estudios de
agricultura. ¡Apenas puedo esperar a ver qué animales tienen!”

“Esta es una oportunidad que no pueden perder” Robert se unió a la conversación, sonriendo de
oreja a oreja, mientras seleccionaba algunos de los apetitosos manjares que estaban ubicados al
centro de la mesa. “¡Es la oportunidad de su vida para aprender todo lo que siempre quisieron
saber!”

Después del almuerzo, el Director White agradeció a todos por haber asistido, pidiendo a cada
familia que respondieran a las invitaciones en el transcurso de la semana. A juzgar por la
animada charla de sobremesa, parecía que todos los padres e hijos quedaron más que contentos
con aquella visita.

“Adiós, Em, hasta luego, Josh, espero que nos veamos el próximo año” dijeron Francheska y
Leonora mientras salían por los portones de la escuela. “¡Será una gran aventura a un mundo
nuevo!”

“Recuerda, Leo, hay calabozos qué explorar y dragones qué vencer” respondió Josh.

Más tarde, esa noche, la emoción del día ya había pasado. Las dudas de Francheska empezaron a
aparecer nuevamente. Aquellos sentimientos vívidos que había experimentado y las
inexplicables imágenes que había visto la atemorizaban. También estaba preocupada por sus
padres. Expresaba su ansiedad con un torrente de preguntas.

“¿Y quién va a ayudar con los quehaceres de la granja si aceptamos las becas y nos vamos a esa
extraña escuela? No estoy segura papá, Realmente no deberíamos ir, ¿no crees?
“Bueno, esta es una oportunidad que quizá no deberían dejar pasar, hija” respondió Robert
abrazando a Carly por la cintura. “No te preocupes”, dijo, como leyendo la mente de Francheska,
“Estamos pensando en traer a sus primos Alejandro, Samira y Rosmaira para que se queden con
nosotros. Ellos ayudarán con los quehaceres. De todas maneras las vacaciones escolares son
largas y nos podrán visitar durante algunos fines de semana. Recuerden que vivimos cerca de la
escuela. Ya he conversado al respecto con el Director”. Se inclinó y besó su frente con ternura,
“vamos, tenemos que dormir. Relájense y ya dejen de preocuparse, todo saldrá bien. Ha sido un
largo día”.
Capítulo IV: Llega el primer día en la escuela

Las semanas de vacaciones, llenas de juegos, risas y diversión, pasaron rápidamente. Así llegó el
día acordado, con la emoción de la despedida a las puertas de la escuela.

“Recuerden que estamos apenas al final de la carretera, y si nos llaman, podemos venir a verlas
en cualquier momento.” Dijo Carly entre lágrimas, buscando unas gafas oscuras en su bolso.

“No se preocupen, de todos modos, vendremos a ver cómo están el próximo fin de semana”
añadió Rob, intentando minimizar, mentalmente, la trascendencia de ese momento en la vida de
sus hijas y en la suya propia. Para él, este instante marcaba un hito, un antes y un después. Sus
hijas habían crecido muy rápido, demasiado pronto para su gusto, un hecho que tenía que
aceptar. No estarían con él para siempre, y de alguna manera ¡él también tenía que crecer!.

“¡Vamos, dense prisa, no quieren llegar tarde a su primer día de clases!, ¡miren!, por allá están
sus nuevos amigos, Emma y Josh. Creo ver algunos de los otros padres que conocimos aquel día.
Vayan entonces, todo va a estar bien” terminó diciendo papá, con un abrazo de despedida.

Rob reflexionó en silencio, por un instante, sobre aquel momento - ese momento que toda
familia, por unida que sea, tarde o temprano debe confrontar, una etapa por la que pasan incluso
las criaturas más evolucionadas en el reino animal, el momento de la separación, cuando las
nuevas generaciones abandonan el nido y empiezan a forjar sus propios caminos hacia lo
desconocido. Rob sabía que este momento había estado acercándose lentamente desde hacía
algún tiempo y que la despedida llegaría tarde o temprano – es ese puente que ni el hombre ni los
animales pueden evitar.

Hoy ese día había llegado, y el motivo era esa beca de estudios con la cual sus hijas tendrían un
futuro promisorio. Aquella soleada mañana había llegado el turno de pasar por este momento
único, ya nada sería como antes. Mientras las niñas se alejaban, vinieron a su mente los más
tiernos recuerdos de los años tempranos. Por encima de su pensamiento racional, la nostalgia
hablaba a través del recuerdo de tantos momentos hermosos.

“Bueno, en fin…” suspiró, y retomó el ánimo. Recorrió el lugar conversando con su esposa y
con otros padres que permanecían frente a las grandes puertas, antes de continuar con sus
actividades diarias, quizá en busca de un poco de consuelo al hecho de que ellos también habían
dejado a sus hijas a las puertas de aquella escuela, abandonándolas, en cierto modo, a la marcha
inexorable de la vida.

Leonora y Francheska fueron conducidas, con un grupo de alumnos, hacia el Salón de Sesiones
para iniciar su primer día en la flamante escuela. Luego de una cálida bienvenida, llena de
pomposidad y mucha ceremonia, se les asignaron los horarios, salones de clases y profesores.
Con tantas cosas por ver y tanto por hacer, el día transcurrió en un sinfín de actividades.

Por la tarde, terminaron desempacando maletas en sus respectivos dormitorios. Niños y niñas
ocupaban áreas separadas, en edificios idénticos, visibles a través de árboles situados a lo largo
de la vereda Sur. Las habitaciones estaban distribuidas de forma abierta; cada una amoblada con
una cama individual, guardarropa y una mesa, separadas por divisiones de concertina de mimbre
o cortinas que se abrían o cerraban, para mantener la privacidad.

Al centro de cada piso, había un área común, acogedora, amoblada con grandes y cómodos sofás
y sillas, alrededor de una gran chimenea, cuyas crepitantes llamas en invierno brindaban calor a
todos, proyectando una ondulante danza de sombras e iluminando, con su luz parpadeante y
amarillenta los tiernos rostros de los estudiantes. Este ambiente íntimo, elegante en su
simplicidad, resultaba muy atractivo para Francheska, Leonora y sus nuevos amigos. Las
alumnas de más antigüedad, Charlotte y Julia, trabajaban diligentemente para asegurarse que los
principiantes se ubicaran en camas cercanas a sus respectivos compañeros, atentas ante cualquier
señal de incomodidad de los niños a su cargo.

“Nos aseguraremos de que ninguno se quede atrás o se nos pierda” insistió Julia. “Juntos
conquistaremos cada rincón de esta escuela, ¿Verdad, Charlotte?”

“Cuenta conmigo” respondió la inteligente y entusiasta Charlotte. Alta, delgada y aficionada a


los deportes, siempre andaba en busca de aventuras. “Pero” advirtió “tendremos que
aseguraremos de que estos pequeñines no anden haciendo travesuras por toda la escuela”.

“Por supuesto” Coincidió Julia “de lo contrario seremos nosotras las que estaremos en
problemas”.

“Las luces de las habitaciones se apagan a las 8:00 p.m., pero pueden leer en las áreas comunes
hasta las 9:00 a.m., o en los dormitorios, usando las lámparas de cabecera, hasta la hora que
quieran.” La señora Pip, quien había subido a comprobar que todo estuviera en orden, le
aconsejó a un grupo de niñas que estaban reunidas cerca de la chimenea: “Pero les advierto que
el toque de diana es a las 5:00 a.m. A esa hora todavía está obscuro y cuesta un poco
acostumbrarse. Al principio, esta rutina diaria puede ser dura, por lo que, en su lugar, no me
quedaría despierta hasta tan tarde”, recomendó deseándoles buenas noches.

Francheska se recostó en su cama. Observó a Leonora, quien ya estaba acurrucada entre las
sábanas, buscando su mirada para darle las buenas noches. Todo aquello parecía tan divertido
que sabía que no habría problemas al principio, pero, casi al instante, volvió a su mente el
recuerdo de sus padres y la cama “familiar”, haciéndola sentir más que nostálgica. Se
preguntaba, aun con muchas dudas y ya casi vencida por el sueño, si de hecho habían tomado la
decisión correcta al venir a la Escuela Freetown.

***

Eventualmente, la nostalgia y aquellos recuerdos difusos se desvanecieron, empezaron a crearse


sólidos vínculos de amistad entre los nuevos estudiantes. Era ese tipo de amistad que surge
espontáneamente entre todos los niños reunidos en un lugar específico por cualquier
circunstancia – el compartir una goma de mascar, las risas, los juegos, esa amistad propia de la
alegre e inocente infancia, ese tipo de vínculos que permanecen en el tiempo, incluso más allá de
la adultez, cuando la vida nos ha llevado por distintas sendas.

Esta cercanía se fortaleció dentro del grupo del dormitorio; la chica encargada de cuidarlos era
una joven sencilla, cariñosa y diligente, de cara pecosa, bonita y con una madurez que
contrastaba con su joven edad.

Durante ese primer año, la amistad de Francheska, Leonora, Josh y Emma se había fortalecido,
una conexión que había empezado desde el primer día. Era muy común verlos trabajando,
siempre juntos, en todas las actividades de la escuela. Ahora la rutina se resumía en atender los
campos de cultivo y los animales, aprender todo tipo de cosas nuevas y emocionantes en clase,
almorzar en los jardines, o simplemente estudiar en la biblioteca. Debido al ejercicio físico, todos
habían crecido unos pocos centímetros, aunque Emma y Fran seguían siendo las más pequeñas
de aquel año, sin incluir a los chicos.

Los estudiantes llevaban con orgullo el uniforme de la Escuela Global Freetown. El tartán rojo y
gris del Clan Tipper había sido usado en las corbatas de los niños y en los uniformes invernales
de las niñas desde los inicios de la escuela, hacía casi novecientos años. En la clase de Textiles y
Diseño, los alumnos aprendían a esquilar, clasificar e hilar, pintar y tejer lana de ovejas para la
confección de sus propios uniformes, además se les enseñaba a elaborar el tejido de las chaquetas
de fieltro y el bordado del escudo de la escuela en hilo dorado. La señora Pip, la amable
profesora que los había recibido el primer día, estaba a cargo de todas estas actividades.

Los profesores, como era de esperarse, eran muy hábiles y cuidadosos en su forma de enseñar.
Entre todos, destacaba el profesor Chronos. Era más reservado, siempre ensimismado, callado y
distante, quizá algo excéntrico, pero para nada antipático, observando todo desde lejos, con
discreción, parecía un viejo y místico sensei.

Con el profesor Chronos aprendían todo sobre el universo y la astronomía, en el viejo


observatorio de la escuela, donde, en noches despejadas, tenían el privilegio de ser testigos de
todo tipo de maravillas celestes, a través de uno de los mejores telescopios ópticos del mundo.
La atmósfera majestuosa y atemporal de Freetown impregnaba los terrenos de la escuela,
evocando un sentido de estabilidad y pertenencia en los alumnos, un sentido de pertenencia
especial, era como ser miembros de una gran familia, o parte de una institución imperecedera en
el tiempo, con principios igualmente perdurables, metas y aspiraciones para cumplir los sueños
de todos y cada uno de sus estudiantes. Freetown era una fuente de conocimientos, destinada a
compartir sus aguas de sabiduría con todo aquel que tuviera el privilegio de estudiar en sus
salones, un sitio donde el estudiante podía sentirse seguro y a salvo.

Este sentimiento de familiaridad se extendía hacia el mundo exterior, más allá de los terrenos de
la escuela. Si un exestudiante de Freetown se encontraba con alguien que también había
estudiado en la escuela, de inmediato surgía una nueva amistad. En momentos de necesidad,
siempre podrías contar con la gran hermandad Freetown.

Más allá de todo lo que se les ensenaba, los estudiantes llegaban a apreciar las palabras de los
fundadores de la escuela, pronunciadas el día de su iniciación como alumnos de Freetown.

“El ideal de nuestra escuela está fundamentado en las virtudes igualitarias: la sabiduría, la
valentía, el honor, la justicia, la piedad, la generosidad, la fe y la esperanza, como se ejemplifica
en el Código de los Grandes Caballeros y en la simbología de la flor de lis, blasonada en los
corazones de cada uno de nuestros alumnos. Los tres pétalos se extienden delicadamente hacia
afuera y hacia arriba, hasta las regiones desconocidas del firmamento, y a la vez permanecen
firmemente enraizadas en la Tierra, unidas, como los tres grandes pilares del quehacer humano:
la Ciencia, la Filosofía y la Religión, aspirando a una comprensión unificada de nuestro
universo”.
Capítulo V: El viejo bosque y las paredes de la escuela

Francheska salió de las frías y profundas aguas del lago, con la tez rojiza por el frío. Se detuvo,
asombrada, en la orilla de la isla. El resplandor dorado, brillante, de los primeros rayos de la
mañana iluminaba su pequeña figura, casi insignificante ante la imponente e impenetrable pared
de árboles que se erigía ante ella. Más cerca del bosque, aquella floresta se hacía aún más alta,
más oscura y más majestuosa de lo que la niña pudiera imaginar. El paisaje era como la Arcadia
de algún poeta griego. Sus verdes brumas cubrían todo alrededor.

Francheska recordó la conversación que había tenido con algunos de sus compañeros hacía poco.

“No pueden nadar hacia la isla” advirtió Julia, mientras seguía, camino al lago, al grupo de
alumnos a su cargo. Todos se habían levantado muy temprano aquel fin de semana. Charlotte los
acompañaba, no muy convencida.

“Conoces las reglas con respecto a entrar al viejo bosque, Fran. Ese es un lugar salvaje y
peligroso. ¿No recuerdas lo que dijo el Director White? Los estudiantes no deben ir solos allí”.

“Pero, ¿estás segura de que la isla es parte del viejo bosque?” Replicó Francheska, observando
con aire de cierta melancolía la verde loma que se levantaba desde el lago. Sus contornos se
perdían hasta llegar a la zona boscosa, que luego descendía hacia la costa opuesta.

“Ese no es el viejo bosque. Solo es una isla con una pequeña floresta.” Razonó Josh. Era un niño
con una inteligencia aguda, que le permitía entender, procesar y resolver situaciones con una
lógica y una rapidez asombrosa. “Así que las reglas no aplican en este caso. En consecuencia, yo
creo que podemos visitarla”. Días antes el jovencito, prudentemente, había evitado tocar este
tema con los profesores, a fin de no afectar la lógica, cuidadosamente pensada, de su propio
razonamiento.

“Además”, añadió Leo, aliada natural de Josh, “¿y si no llegamos a la playa y nos devolvemos
desde el centro del lago. Técnicamente podremos decirle a los profesores, incluso bajo
juramento, que nunca estuvimos allí”.

“Entonces supongo que tendré que ir con ustedes”, decidió Charlotte, aunque dejando entrever su
poco entusiasmo ante aquella idea.

“Bueno, yo creo que no deberíamos ir.” Replicó Julia casi resignada, buscando apoyo entre el
grupo de estudiantes, “pero supongo que alguien tiene que cuidarlos y no puedo dejarlos ir solos
a ese lugar”.
Francheska fue la primera en llegar, seguida muy de cerca por los demás. Fieles a su palabra, no
habían ido hasta la isla, permaneciendo lejos de la orilla, con el agua a los tobillos, ante la
abrumadora presencia de aquel bosque.

“Yo no tengo miedo”, Leonora se adelantó al resto del grupo, caminando decidida hacia la playa,
dejando, con paso firme, casi como un símbolo de conquista, sus huellas traviesas impresas sobre
las suaves arenas. Su hermana Francheska y sus mejores amigos, Josh y Emma, siguieron su
ejemplo, también dejando impresa su presencia sobre aquellas prístinas arenas.

En respuesta, Charlotte y Julia se movieron unos metros más, fuera de la costa, con el agua a la
cintura, sin ánimo de tomar parte del argumento de sus amigos sobre aquella playa, presunto
territorio “intermedio” entre la isla y el bosque.

Súbitamente, una sombra oscura moviéndose en el bosque llamó su atención. Algo enorme
parecía acercárseles a través de la espesura en el lado opuesto de la angosta orilla. Escucharon un
suave gruñido.

“No me gusta esto, Fran”, dijo Emma, “¿Por qué no escuchamos a Julia?, hay algo vivo allí”.

“Deberíamos irnos de aquí” ordenó Julia

“¿Qué tal ahora mismo?” dijeron Josh y Leo al unísono, mientras regresaban al lago.

“Por supuesto que estuvimos a punto de meternos en problemas” razonaba Julia, ya en la


comodidad y seguridad del dormitorio. “El viejo bosque es un santuario de vida silvestre, lleno
de toda clase de animales salvajes. Por eso no se permite que nadie vaya allí sin la compañía de
un profesor experimentado ¡Nunca he debido dejarlos ir a ese lugar!”.

La transgresión de ese día en particular nunca fue descubierta por los profesores, o al menos
nunca mencionaron nada al respecto. Y así continuó el pasar de los días en la escuela, semana a
semana, período a período, la interacción de sus diferentes personalidades, los lazos de amistad
cada vez más profundos y fortalecidos. Las facetas de sus caracteres, contrastantes y a la vez
complementadas, los llevaban a un constante ir y venir de “guerras” y “treguas”, juegos y
diversión.

***

Cada mañana, después del desayuno, los cuatro amigos iban de un salón de clases a otro.
Siempre sentada junto a Emma, Francheska desenvolvía su Apple Flex y tocaba la pantalla. Un
haz de luz del dispositivo escaneaba sus ojos, haciendo un reconocimiento inmediato de su iris y
confirmando su identidad por el patrón de capilares de su retina. Seguidamente, de forma
automática, se activaba la casilla correspondiente a su nombre en la lista de alumnos,
confirmando su asistencia. Las lecciones eran completamente interactivas, cada estudiante tenía
una pantalla inteligente ultra delgada, que se podía enrollar y doblar, y varios instrumentos,
parecidos a lápices, utilizados para dibujar y escribir.

Cada pantalla estaba permanentemente conectada a la vasta red de internet de la escuela, en la


cual, cada byte de información conocida por la humanidad era constantemente archivado y
actualizado. Las pantallas eran muy ligeras y lo suficientemente fuertes para resistir cualquier
maltrato, como por ejemplo, ponerla en el bolsillo trasero del pantalón y sentarse sobre ella,
guardarla en la lonchera junto con las cáscaras de banana, como solía hacerlo Leonora, o
arrojarla por el inodoro, como lo había hecho Josh esa mañana.

De otra manera, las clases serían completamente silenciosas, pero los profesores fomentaban
animadas discusiones grupales en un aprendizaje que comprendía, en perfecto equilibrio, una
mezcla del estudio en equipos de la más avanzada tecnología y el debate abierto.

Aunque la escritura para esa época ya era una forma anticuada de comunicación muy poco
utilizada, los alumnos aprendían a escribir caracteres, desarrollando así la coordinación ojo -
mano - cerebro y perfeccionando sus habilidades de motricidad fina. La comunicación se
transmitía por reconocimiento de patrones de ondas cerebrales, sin embargo, en el salón de clases
los profesores estimulaban otras formas de interacción. Los estudiantes solo podían dirigirse al
profesor o a sus compañeros, uno a la vez, levantando la mano previamente.

La lección de ese día trataba sobre la evolución de los seres humanos modernos sobre las demás
líneas homínidas menos competitivas. Todos participaban en una discusión grupal.

Emma levantó la mano: “Entonces, ¿por qué los humanos primitivos no trataban bien a sus
primos menos inteligentes?”.

El profesor respondió, como siempre, con otra pregunta: “Bueno, Emma, en cuanto a la extinción
de nuestros primos, los Neandertales, solo podemos especular, pero, humanamente, ¿cómo
hemos tratado nosotros, ciudadanos del siglo XXVI, supuestamente civilizados, a nuestros
grandes simios, a las ballenas y a otros mamíferos que alguna vez fueron abundantes en el
planeta?

Secuestrados de sus ambientes naturales y confinados en reservas naturales más pequeñas


durante el siglo XXI, ahora casi todas esas especies han desaparecido por la insuficiencia de
inversiones gubernamentales, la caza furtiva, las guerras civiles, la sobrepoblación, las
enfermedades y la pérdida de sus hábitats. Como ustedes ya saben, en Freetown protegemos a un
gran número de especies en peligro de extinción, que habitan en nuestros grandes bosques,
aunque, pese a los rumores que dicen lo contrario, nadie ha visto nunca un Neandertal vivo en
este lugar.

Luego de una sucesión de interesantes clases de una o dos horas, la hora del almuerzo
representaba, para los cuatro amiguitos, tiempo libre para explorar y jugar.

“¿Dónde iremos hoy, Em?, susurró Francheska a su amiga, justo antes de que sonara el timbre
del almuerzo. “Talvez a los jardines circulares, aunque creo que hará mucho calor allí. Además
de estar soleado. Podríamos ayudar al profesor de Biología a recolectar muestras en el bosque,
desde hace tiempo nos ha estado invitando. O, ¿Qué tal si tenemos un picnic en los muros? Allí
tendremos buena sombra”.

La escuela era un tesoro de maravillosas oportunidades para explorar, para el descubrimiento, y


esos momentos libres de la hora del almuerzo resultaban insuficientes para aquellos niños
inquietos y curiosos. Hacía poco habían descubierto el laberinto de setos que rodeaba los viejos
muros de Freetown, y en las semanas siguientes, todos los días encontraban más desvíos secretos
en el intrincado lugar.

“¡Sí!”, dijo Emma entusiasmada, “Vamos de nuevo a los muros. Le diremos a Josh y Leonora
que traigan algo del comedor y veremos que más encontramos hacia el este”.

Durante siglos, habían crecido grandes y espesos grupos de setos a ambos lados de los muros de
piedra de Freetown, formando una densa pared verde, incluso más alta que aquellas viejas
paredes. Vista desde el exterior, parecía una gran escalera de tres niveles: un pequeño seto de
plumbago, con flores azules, detrás del cual se levantaba una alta pared de olorosos mirtos,
secundada, a su vez, por un muro de pinos más alto. Estos tres niveles de árboles formaban una
exuberante cortina llena de vida y verdor. Los muy bien podados grupos de árboles cubrían por
completo los muros embaldosados, con la excepción de algunas partes, como el portón principal.
Era esta una barrera realmente formidable, al menos para quienes no conocían sus recodos
ocultos.

Después de observar, como los alumnos de más edad entraban y desaparecían por un pequeño y
bien disimulado agujero en la base del seto de pinos, los cuatro amigos decidieron hacer lo
mismo, descubriendo un laberinto de verdes túneles, lo suficientemente amplio como para
arrastrarse dentro de él. Trepando por una escalera de ramas bien separadas, se encontraron
escabulléndose por una abertura hacia la parte más alta del muro.

La cubierta de la loza, que se extendía en cualquier dirección, era lo suficientemente amplia, y


los setos circundantes lo suficientemente altos, por lo que todos podían sentarse a la sombra sin
ser vistos, un pequeño círculo de amigos, en los inclementes días de verano, rodeados de aquella
fresca y frondosa vegetación.

Para aquellos pocos que sabían de aquel secreto celosamente guardado, aquel cinturón angosto
que constituía la parte superior del muro, a manera de pasarela, podía utilizarse para pasear
alrededor de la escuela y más allá, al menos hasta los límites del viejo bosque, donde los setos se
hacían más espesos, transformándose en una masa verde y oscura.

Los angostos túneles bajo las barreras de árboles, a ambos lados del muro, llevaban a diferentes
partes de la escuela y del pueblo cercano. Los cuatro niños se enorgullecían de haber descubierto
y explorado todos estos caminos secretos, utilizados por generaciones anteriores. Podían
moverse por toda la escuela sin ser vistos, y aparecer en cualquier lugar de manera inesperada.
La única parte de los terrenos de Freetown donde ningún camino se desviaba era hacia las
profundidades del viejo bosque. Aparte de los ocasionales paseos cerca de sus orillas, los
secretos de sus misteriosas y oscuras arboledas habían permanecido ocultos durante siglos.
Capítulo VI: Los cuatro amigos

Francheska observaba fijamente la pantalla en blanco, poniendo en orden de sus ideas a medida
que las palabras empezaban a aparecer, para luego transformarse en frases. A cada alumno se le
había pedido que definiera lo que significaba la amistad de acuerdo a su criterio personal,
seleccionando a dos o tres de sus compañeros más cercanos, describiendo porqué eran amigos, lo
que más les gustaba hacer juntos en la escuela y durante los días libres y qué características de su
personalidad eran lo suficientemente resaltantes como para merecer el título de “amigo”.

“Además, deben describirse a ustedes mismos, también en tercera persona, tan objetivamente
como puedan. Definir todo aquello que, en su personalidad, los hace buenos amigos para con los
demás”, les dijo la señora Pip.

“El objetivo es hacerlos pensar” les explicaba Julia posteriormente. “Los profesores asignan
estas tareas durante todo el año. De esta manera llegan a conocer más a los estudiantes, al
entender mejor los complejos trasfondos de la personalidad de los alumnos, lo que ocurre más
allá del salón de clases, y, lo más importante, ver si alguien no encaja en esta compleja red
social”

“No se limiten, escriban libremente” aconsejó la señora Pip “escriban tanto como quieran, dejen
que las palabras fluyan como un caudal, desde los rincones más profundos de sus mentes…”

Francheska

Los días de Francheska eran laboriosos. Y transcurrían tan rápido que a menudo ella misma
perdía la cuenta. Pero su condición de interna de la escuela le daba mucho tiempo para conocer
nuevos compañeros, muchas oportunidades para pequeñas conversaciones, risas y diversión entre
las numerosas tareas, el trabajo en los campos o en la lechería, durante los recesos, durante la
cena o alrededor de la chimenea antes de ir a dormir.

Descubrió que había desarrollado excepcionales cualidades para el trabajo en equipo, era una
líder que orientaba a sus compañeros con su ejemplo propio, y tomaba decisiones en consenso
con el resto del grupo, se sentía muy segura de sí misma, pero nunca era autoritaria.

Sus amistades hicieron surgir nuevos aspectos de su personalidad, según las circunstancias, pero
lo más importante para ella era ser amable, compasiva y preocupada por los demás, ser
escrupulosamente justa y honesta. Se dio cuenta que ahora era una amiga digna de la mayor
confianza, alguien con quien todos los que la conocían podían contar en cualquier momento.
Fracheska sentía predilección por los caballos, los cerdos, y los demás animales cautivos en los
establos y graneros de la vereda este. Ese afecto hacia los animales había nacido, sin duda,
durante su infancia en la granja de su familia.

A veces pensaba estudiar medicina, específicamente la rama dedicada al estudio de la


veterinaria, pero sus inclinaciones hacia el arte y la música, hacían que sus pensamientos
decantaran, definitivamente, por estos caminos. Su naturaleza intimista y su fina sensibilidad
orientaban su vocación hacia las más profundas expresiones del espíritu humano.

Aunque trataba de ser cuidadosa, reveladoras manchas y salpicaduras de pintura en su ropa eran
la evidencia de sus actividades complementarias. Cuando sus manos no sostenían pinceles o
lápices, ejecutaban una viola, una guitarra o cualquier otro instrumento musical. Uno de sus
sitios favoritos era el Salón de Música de la escuela, donde animaría a sus compañeros músicos a
hacer sesiones de improvisación.

Aquel salón era un gran espacio abierto, un “museo del sonido” con miles de instrumentos
adornando las paredes, colgados en perchas o en estantes. Clasificados por familias
instrumentales, o por la región del mundo de donde provenían. Iban desde las comunes flautas de
pan andinas, fabricadas en bambú, hasta los instrumentos más extraños y complejos, como el
enorme órgano de tubos de la escuela, impulsado a vapor, el más grande de su tipo. Un simple
vistazo a cada pantalla presente en el lugar, permitía ver grabaciones de grandes solistas que en
su momento le dieron vida a aquellos instrumentos. Todos los instrumentos musicales
desarrollados por la humanidad estaban en exhibición, y todos, a excepción de los más frágiles y
extraños, podían ser utilizados en ensambles conformados por alumnos autorizados.

Una de las características más llamativas del salón era su avanzado sistema de sonido, con
tecnología del siglo XXVI, basado en la interferencia frecuencias armónicas y la creación de
barreras de puntos nodales. Construido entre el piso y el techo, este ingenioso sistema dividía el
salón casi por completo, en cámaras invisibles a prueba de ruido. En pequeños espacios de la
habitación, discretos símbolos en el piso indicaban los lugares donde lo músicos podían ubicarse
y tocar sus instrumentos. Aquella hermosa anarquía sonora, vibrante, llena de vida, llenaba con
su brillante esplendor todos los espacios aledaños a la sala. Sin embargo, quien caminara cerca
de las barreras anti ruido no escucharía nada.

La disposición de estos espacios podía ajustarse electrónicamente de acuerdo a cada ocasión. No


obstante, siempre se experimentaba una extraña sensación, al encontrarse en aquel lugar lleno de
personas cantando, tocando instrumentos, bailando, y no escuchar absolutamente nada, hasta
cruzar la línea invisible ubicada alrededor de cada espacio individual.
Había un lugar, de serena belleza, al que Francheska amaba, aún más que el resto de los jardines.
Era el patio ubicado en el cuadrángulo, detrás del Gran Salón, a donde daban las habitaciones de
los profesores. Su verde césped cortado en forma de pequeñas esferas, sus parterres y fuentes
perfectamente ordenadas; era un lugar para el descanso y la contemplación. Arbustos de flores,
muy bien podados flanqueaban los jardines, con un gran reloj de sol, fabricado en bronce, en un
extremo, y en el pleno centro, un hermoso mirador blanco, adornado con enredaderas de jazmín
que agregaban su dulce fragancia a aquella atmósfera idílica.

Los estudiantes no jugaban en los jardines del patio, pues, no estaba permitido correr ni gritar,
pero siempre se les veía en el lugar conversando tranquilamente con sus compañeros o
profesores sobre proyectos de trabajo u otros aspectos relacionados con la cotidianidad de la
escuela. Cerca del mirador se levantaba un elegante y coposo árbol de cerezos, que marcaba
fielmente el momento de cada estación. Cada año despertaba de su sueño invernal, estallando en
una prodigiosa floración de capullos rosados: una cascada pétalos, que cayendo de sus ramas,
iluminaba la majestuosa belleza del jardín, cubriéndolo casi por completo. A Francheska le
encantaba la primavera, y en especial este árbol, deteniéndose a mirarlo cuando pasaba por el
jardín. Era como su reloj estacional.

A principios del año escolar, el paisaje empezaba a cubrirse con los primeros matices ámbar y
amarillos, a medida que el hielo del invierno desaparecía lentamente. Las hojas primero
formarían un dosel de un rojo intenso, para luego, después de un tiempo, secarse y caer, dejando
al árbol como en estado de latencia por unos cuantos meses más, antes de empezar de nuevo, su
silencioso canto multicolor. Los profesores a menudo decían que si no habías empezado a
estudiar para el momento de los primeros verdores de la primavera, entonces habías perdido tu
tiempo.

Recostada sobre un retorcido y antiguo tronco, y observando sus ramas entrelazadas, Francheska
daba rienda suelta a su imaginación, escuchando como los árboles le hablaban sobre todo lo que
habían visto en la escuela, desde épocas muy remotas. Incontables historias de estudiantes y
profesores que habían vivido, estudiado y soñado con pasión, justo en el mismo lugar donde ella
se encontraba en ese momento.

La niña reflexionaba sobre su proyecto de la primavera pasada, observando cuidadosamente los


nuevos brotes, cada estudiante midiendo la longitud de docenas de hojas cuidadosamente
marcadas durante varias semanas, graficando el promedio de crecimiento en relación al tiempo,
aprendiendo los principios fundamentales de la estadística. ¿Cuántos estudiantes habían
aprendido conceptos como “medida, media y modo” a la sombra de este viejo árbol?
Leonora

Leonora (a diferencia de Francheska) no era una romántica. Su visión del mundo se basaba en
hechos concretos, lo que explicaba el porqué de su afinidad con Josh. Le encantaba leer, en
especial todo lo relacionado con la ciencia, y algunos libros de terror, como diversión. Todo
empezó el día en que descubrió, bajo las tablas del piso de su habitación, una polvorienta caja de
cartón llena de libros de bolsillo, en cuyas cubiertas podía leerse “Escalofríos”. Llena de alegría
le mostró aquel maravilloso descubrimiento a sus padres, quienes le ofrecieron un premio cuando
pudiera descifrar el significado de las antiguas y extrañas figuras y frases impresas en aquellos
pequeños y malogrados libros. Leonora asumió el reto como siempre lo hacía, y así empezó la
búsqueda de cualquier historia de R. L. Stine que cayera en sus manos. Supo así que aquel
misterioso escritor tenía en su haber una vasta obra literaria en el género del terror desde finales
del siglo XX.

Para el final del primer curso, Leonora prácticamente ya había devorado todos los libros de la
escuela. Sedienta de más conocimiento, comenzó a frecuentar las dos bibliotecas del colegio, en
busca de cualquier cosa interesante que pudiera encontrar en sus bases de datos. La nueva
biblioteca, su favorita, había sido construida bajo tierra, exactamente en el punto donde se
convergían las cuatro veredas principales de Freetown. Era el corazón físico e intelectual de la
escuela. Este lugar representaba la fuente de todo el aprendizaje, el centro global de todo el
conocimiento, donde los profesores dirigían la atención de los estudiantes. Al interior de aquellos
amplios espacios, los bibliotecarios trabajaban continuamente en técnicas cada vez más
sofisticadas para sistematizar la vasta cantidad de información que albergaban las enormes salas,
y asesorar, desde la investigación más sencilla hasta los trabajos académicos más serios y
elaborados. Muchos corredores subterráneos iban directamente desde los salones de clase hasta
la biblioteca, pero ésta era invisible desde arriba.

Aquellos espacios interiores parecían no tener esquinas, pues los techos se fusionaban
perfectamente con las paredes y éstas con el piso. El cristal, el material principal utilizado en la
construcción de las salas, permitía la entrada de la luz solar hasta los lugares más oscuros. Esta
iluminación natural era canalizada a través de una serie de espejos y tubos de vidrio. Incluso los
escalones eran gruesas lozas de vidrio transparente, con pasamanos casi invisibles de tubos de
acero inoxidable muy bien pulido, dando la rara y etérea sensación de flotar en el espacio,
cuando se subía o se bajaba de un piso al otro.

Al ser subterránea, la biblioteca se mantenía a una muy agradable temperatura durante todas las
estaciones del año. Siempre lo suficientemente fría para evitar el adormilamiento en los lectores,
pero nunca al extremo de causar incomodidad. A Leonora le encantaba sentarse a leer en este
lugar, hundiéndose en cómodos sillones, dispuestos en espacios tranquilos destinados para el
estudio. En otra parte existían áreas a prueba de ruido, con grandes mesas diseñadas para grupos
de discusión de cuatro a diez alumnos. La biblioteca estaba equipada con tecnología del siglo
XXVI (a diferencia de sus grises predecesoras del siglo XX, llenas de intrincados y enredados
rollos de cables). En toda la sala había enormes pantallas transparentes, como las paredes, las
cuales casi no se notaban, hasta ser encendidas, proyectando vividas y coloridas imágenes.

La gigantesca y moderna construcción contrastaba con la primera biblioteca de Freetown, un


edificio histórico con techos de oscuras vigas, escaleras estrechas y empinadas, pisos de madera
pulida, muebles con aroma de aceite de teca y cera de abejas.

La vieja biblioteca estaba llena de interminables estantes repletos de antiguos libros


encuadernados en papel, que recordaban la cuando todo el conocimiento de la humanidad se
recopilaba de esa manera. Para Leonora no era para nada difícil leer estos libros, pues había
aprendido a hacerlo en la granja. Le encantaba llevar a cabo ese curioso ritual de usar guantes
para acariciar aquellas antigüedades, disfrutando de su peculiar textura y del olor de las viejas
páginas.

Leonora empezó a apreciar ese tipo de ciencia real, abierta a mayores posibilidades que la
ciencia ficción. Las famosas palabras de Einstein: “en la misma medida que la ardiente luz del
conocimiento se hace más brillante, también lo hace la circunferencia de la oscuridad”, la hacían
reflexionar al respecto. A medida que descubría algo nuevo, una cornucopia de nuevas
interrogantes se abría ante aquel espíritu inquieto, ávido de nuevos hallazgos y conocimientos.

Leonora sostenía charlas interminables con sus profesores sobre las fuerzas, masas y energías
inexplicables que conforman el universo. Reflexionaba sobre el concepto de los viajes en el
tiempo, transcribiendo cada una de sus conclusiones en su desgastada Apple flex, la cual llevaba
consigo a todas partes.
Hoy había garabateado ecuaciones de Albert Einstein, quizá por centésima vez:

El factor de Lorentz γ se define como:

E=mc2

Donde:

v es la velocidad tal de una partícula medida por un sistema de referencia inercial


c es la velocidad de la luz en el vacío
β es la proporción de v a c
t es el tiempo coordinado
τ es el tiempo propio de un observador (midiendo intervalos de tiempo en el propio marco
referencial del observador).

Observaba la constante “c”, hechizada por la velocidad, casi instantánea, de la luz, ¡sus fotones
volando por el espacio a unos increíbles trescientos mil kilómetros por segundo! En la ecuación
de la dilación del tiempo de Lorentz, el valor “c”, está por debajo de “v”, la velocidad del
observador, en una fracción cuadrada sustraída de la unidad, todo cuidadosamente ordenado bajo
un gran símbolo de raíz cuadrada, también por debajo del valor de la unidad. Para todas las
velocidades, la fracción v/c, representa un valor insignificantemente pequeño. Un cuadrado de
chocolate, robado de una barra, deja treinta y cuatro treintaicincoavos (34/35) de la barra, pero
todo el mundo sabrá que la barra no está completa, además de ser la evidencia del mal
comportamiento de Leonora. Ahora, si se pellizca una pequeña porción de chocolate de la parte
trasera de la barra, sería otra la historia, aunque siempre quedaría la barra incompleta.

La fracción v/c, infinitamente más pequeña que un pellizco de chocolate, se mide como una de
cien mil partes (1/100000), y queda borrada de la ecuación, debido a la manipulación diaria de la
masa, la distancia, la velocidad y el tiempo, reduciendo la ecuación completa a la unidad, sin que
nadie lo note. Incluso después de pasar toda una vida viajando en el espacio, a bordo de una nave
ultrarrápida, al pisar tierra, un astronauta sería unos segundos más joven que los observadores
ubicados en el centro de control de la Misión Espacial. Leonora sabía que esta diferencia de edad
sería mucho mayor si el hombre lograba viajar a la velocidad de la luz, ¡le entusiasmaba pensar
en esa posibilidad!

¡El concepto era tan elegante en su simplicidad! v/c existía en la fracción, sin ninguna duda, aun
reducido a cero, y eliminado para efectos de cualquier propósito práctico. Esto era, de alguna
manera, musical y poético a la vez.

Y aquí estaba “c” de nuevo, en esa ecuación de Einstein que aparentemente no guardaba relación
alguna: E=mc2, ni siquiera solo en su inmensidad, sino multiplicado por sí mismo al cuadrado,
en un factor de conversión de masa a energía de 90.000.000.000, definiendo los increíbles
niveles de energía presentes en todo lo que vemos, incluso en nuestros propios cuerpos. Hasta
esos pequeños trozos de chocolate ocultos bajo las uñas de los dedos de Leonora, tenían
suficiente energía para surtir a una ciudad pequeña por más de una hora… esa ecuación era lo
más hermoso y perfecto que había visto hasta ahora. Estaba siempre allí, en todo el esplendor de
su sublime belleza, resonando en cada valor, cada cifra, incluso con musicalidad, tanto que su
pequeña mente casi estallaba al meditar sobre implicaciones de aquellos descubrimientos. No
podía describir con palabras estos sentimientos que embargaban su espíritu inquieto, nadie
podría entenderla, ni siquiera su familia, ni Josh, pero sabría que Einstein, el artífice de esa
maravilla, de haberla podido conocer, hubiese comprendido su encendida emoción, pues, no solo
fue un científico… sino un filósofo, músico y pacifista.

Todas estas inquietudes y certezas pertenecían al mundo real. No eran ciencia ficción, aunque
sus implicaciones iban más allá de los límites de su imaginación. Para aquellos cuya percepción
del mundo no trasciende las fronteras de lo “real”, es más sencillo hojear un libro con contenidos
más “digeribles”, pero si solamente nos tomáramos el tiempo para reflexionar sobre la belleza y
elegancia de todo lo que ha sido escrito por el hombre en cualquier campo del saber humano,
seríamos magníficamente recompensados.

“En la Física, el porqué de las cosas se profundiza, a medida que más investigamos”, explicaba
el señor Nicholson, profesor de Ciencias de Leonora, “Pero, eventualmente, llegamos un punto
límite. Las leyes de la naturaleza son las bases sobre las que se sostiene cualquier científico, y
debemos aceptarlas justo como son, como las observamos, por ejemplo, la gravedad, esa fuerza
de atracción invisible que nos mantiene unidos a la madre tierra, ¡o esa extraña constante de la
velocidad de la luz!”

“Tomemos el ejemplo de la gravedad” Prosiguió el profesor Nicholson, “al observar esos


inmensos cuerpos siderales, como las estrellas, manteniendo a los planetas en órbita, nos
convencemos de la existencia de una fuerza gravitacional. La sentimos en nosotros mismos
cuando subimos una colina, la podemos medir, pero no hemos podido comprenderla realmente,
saber de dónde viene, y por qué. Nos limitamos a tenerla como una ley indiscutible y nuestro
mayor logro ha sido explicar sus efectos utilizando referencias matemáticas”

A pesar de su sed de conocimiento, el comportamiento travieso de Leonora le daba una


reputación de la cual no se podía deshacer. A pesar de sus muchos esfuerzos por evitarlo,
siempre terminaba metida en problemas. En una ocasión, durante la clase de Ciencias, en el
momento en que todos los alumnos estaban en sus lugares, se escuchó una terrible explosión,
acompañada de burbujas purpura que despedían un acre olor y provenían de la parte posterior del
laboratorio. Todas las cabezas voltearon casi al mismo tiempo. Así lograron ver el origen de
aquella violenta interrupción al ambiente tranquilo de la clase: Leonora, con el rostro
completamente pintado con un hollín de color purpura oscuro, sosteniendo su maltrecho y
también manchado cuaderno de ciencias, caminaba con timidez hacia el salón.

“Lo lamento… lo cerré demasiado rápido” seguidamente se quitó sus lentes protectores, también
manchados, dejando, alrededor de sus ojos, dos espacios redondos con el verdadero color de su
piel, lo que le daba a aquel travieso rostro, que ya asomaba una picara, aunque tímida sonrisa, el
gracioso aspecto de un mapache.

Toda la clase estalló en risas. “Es Leonora, ¡otra vez con sus trucos!”, dijo Charlotte
“Hemos estado experimentando con el polvo táctil de nuevo, ¿eh, Leonora?”, preguntó el
profesor Nicholson con severidad, apenas levantando la vista de los papeles en su escritorio.
“Mantengan la calma, clase, por favor”

“Errr, lo lamento, profesor”, respondió Leonora, “Mi nueva fórmula todavía es un poco
inestable”

“Está bien, Leonora, lávate la cara, quizá dejaremos tu experimento para después. Necesito que
conversemos después de la clase.” Concluyó el señor Nicholson, siempre con aire severo.

Al señor Nicholson no le preocupaban aquellos “fracasos”, siempre y cuando nadie saliera


lastimado. Sabía que Leonora era una buena estudiante, y generalmente una niña tranquila…
bueno, casi siempre. El profesor sabía que la niña conocía de memoria la composición de todas
sus mezclas y sustancias químicas, incluso mejor que él. Sin embargo, por su propia seguridad y
la de toda la clase, debía ser disciplinada. De allí su decisión, desde ese momento, de mantener
bajo llave el aparador donde se guardaban las sustancias químicas, normalmente a disposición de
los estudiantes.

Leonora disfrutaba de la compañía del Profesor Nicholson. Constantemente le preguntaba sobre


algún nuevo elemento químico sobre el que había leído, un poco de esto o un poco de aquello,
para añadirlo a su equipo de química. El señor Nicholson se deleitaba enseñando a la vivaz
jovencita, mostrándole los secretos sobre el manejo, uso y propiedades de diversos compuestos.

Leonora tenía su propio set de Química, regalo de cumpleaños de sus padres. Lo llevaba con ella
a todas partes, cuidadosamente guardado en un desgastado estuche de cuero negro. Tenía un
pequeño mechero Bunsen, que funcionaba con gas metano, tubos de ensayo y vasos de
precipitados de vidrio de diversos tamaños, una pipeta y un cilindro con medida e hileras de
botellas de vidrio cuidadosamente etiquetadas. Era como una colorida tienda de dulces químicos
amarillos, rojos, verdes y azules. Y Leo siempre estaba al día en cuanto a la información
detallada sobre las propiedades de cada una de aquellas sustancias: “una solución de yodo y
amoníaco se vuelve muy volátil al secarse, y por si no lo sabían, ha sido una larga tradición de
los antiguos estudiantes de Química el dejar pequeños montones de este desagradable “polvo
táctil” de color purpura por todo el patio de recreo para que lo pisen los profesores o los
estudiantes”.

Conocida como “la maga de la clase”, Leonora siempre tenía bajo la manga un par de divertidos
trucos. Además de provocar explosiones, podía hacer que los líquidos cambiaran de color,
(indicador universal, amoníaco y vinagre), transformar el hierro en cobre (un clavo de hierro
sumergido en una solución concentrada de sulfato de cobre) hacer que todos se desaparecieran
del salón, utilizando un pestilente olor a huevos podridos (calentando limaduras de hierro con
azufre y luego añadiendo ácido hidroclórico) o hacer que la tapa de una lata vacía volara por los
aires espectacularmente (gas de dióxido de carbono, obtenido al añadir vinagre (ácido acético) al
bicarbonato de sodio).

“Vamos, Leonora, deja de andar escarbando por aquí”, le decía Francheska al verla, “¡Estás casi
tan pálida la barriga de un sapo!, ven afuera a jugar con nosotros y para que tomes algo de sol.
Hay muchas otras cosas qué hacer en la vida además de solo leer libros”.

Emma

Emma siempre supo que era distinta a su fastidioso hermano menor (quizá sus padres se
equivocaron de niño cuando lo trajeron del hospital, ese lugar donde los bebés son asignados a
sus respectivas familias). Ella era apasionada, inteligente, mostrando tempranos rasgos de
liderazgo, quizá llegaría a ser una educadora brillante, aunque poco tolerante con los niños más
pequeños, sobre todo los traviesos y molestos, como Josh y Leo.

Emma estaba interesada en cosas que parecían pasar desapercibidas para el resto de la gente. Le
apasionaba el Teatro y todo lo que tuviera que ver con las artes escénicas, porque, después de
todo - reflexionaba - la vida en sí misma es un gran teatro, en el que cada ser humano desempeña
su respectivo papel, pasando de actor a espectador y viceversa, en una dinámica existencial
constante.

“Cada individuo tiene un boleto de entrada para el teatro de la vida, pero, desde luego, por
tiempo limitado, hasta que baje el telón por última vez. Bueno, al menos en este planeta, porque
después ascendemos a un escenario mucho más alto”, decía Emma, aunque nadie podía
entenderla. Todos estaban muy ocupados en otros asuntos más importantes como acostarse y
despertar a la hora correcta, vestirse a tiempo, comer a la hora, y llegar puntualmente a clases,
cosas importantes, sin duda, pero no tanto para Emma. No sabía a ciencia cierta por qué, pero
simplemente no quería sumergir sus pensamientos, su atención, en aquel ir y venir de “asuntos
importantes” y perder de vista lo verdaderamente trascendental.

“Cada quien es libre de elegir entre una vida monótona y opaca, como un oscuro actor de
reparto, viendo las vidas de los demás en telenovelas o reality shows, o avanzar y participar en el
teatro de la vida como un protagonista”. Cada segundo del día era valioso para Emma, podría
pasar en un instante, desapercibido, estéril, o ser la oportunidad para vivir un momento
importante e irrepetible, así que Emma no era alguien proclive al ocio. Cada momento libre era
planificado y utilizado adecuadamente. Todas sus actividades giraban en torno a sus amigos. Así
que, aparte de alguna obra de teatro importante, odiaba ver televisión solo por el placer de
hacerlo. A menudo les decía a sus compañeros: “¿Quieren desperdiciar sus vidas simplemente
viendo a los demás viviendo las suyas, o salir a aprender cosas realmente importantes para
construir su propio futuro? ¡El hermoso teatro de la vida espera por nosotros! ¡Vamos y hagamos
nuestro papel!” Cuando conoció a Fran supo que había encontrado a su alma gemela, alguien que
comprendía sus ideas, y estaba agradecida por eso.

A Emma le encantaban los jardines circulares ubicados encima de la nueva biblioteca, diseñados
con setos, lechos de rosas, césped y caminos concéntricos. Los jardines estaban decorados con
destellantes fuentes de agua, y esculturas de cristal que cumplían el doble propósito de
embellecer aquellos espacios y canalizar la luz solar hacia el interior de la biblioteca subterránea.
La fuente más grande, una escultura de cristal representando al Monte Cervino, la montaña más
famosa de los Alpes, se erigía sobre una gran piscina con piso de vidrio, en el pleno centro del
jardín.

Este lugar era el más frecuentado de la escuela, sobre todo entre una clase y otra o a la hora del
almuerzo. Allí, en los soleados nichos y rincones del jardín, a medida que los días pasaban y
llegaba el verano, a Emma le gustaba sentarse en los bancos de piedra a conversar o jugar. Desde
este lugar privilegiado podía ver pasar “el desfile de la vida”, reuniéndose con sus compañeros
para platicar sobre diversos tópicos.

Francheska disfrutaba mucho de la compañía de Emma y sus otros amigos en este hermoso
lugar, o bien entre los fragantes lechos de rosas del jardín durante los meses más cálidos o bajo el
techo de cristal de la biblioteca, iluminado con la luz del día. Allí los rayos del sol se filtraban
entre las esculturas de cristal y el agua de las fuentes, provocando un primoroso estallido de
color, con los matices del arcoíris, que inundaba el piso y las paredes. Aquella mágica
combinación de los destellos del agua y el cristal con el color, resultaba tan fascinante para los
estudiantes y los profesores, que siempre iban a ese lugar, a reclinarse en sus mullidas poltronas,
para relajarse, meditar o simplemente alejarse de los problemas de la vida cotidiana.

Además de sus excepcionales condiciones histriónicas, Emma tenía una voz dotada de una bella
musicalidad, con un timbre brillante, rico en sonoridad, perfecto a la hora de reprender las
travesuras de su hermano menor.

“Ahora que tiene a Leonora para jugar con ella,” reflexionaba, “puedo tener un poco de paz”.

A Josh tampoco le gustaba desperdiciar el tiempo, pero era menos estricto con respecto a la
filosofía de vida de su hermana mayor en cuanto a aprovechar al máximo cada momento del día.
“Vivir así puede ser extenuante”, decía con aquella voz calmada que tanto molestaba a su
hermana, “en la historia abundan los sucesos dramáticos, trágicos, entonces, ¿por qué crear un
drama terrible de cada momento, Emma?”.
Cuando su hermana le decía que no leyera tanto, él siempre le respondía con aquella suerte de
mantra, exasperante a los oídos de la impaciente Emma: “Necesitas apartar algo de tiempo para
investigar y reflexionar, Emma, comparar, contrastar las reflexiones, y de esa manera trazar una
ruta tranquila, dentro del turbulento y tormentoso mar de la vida, para finalmente llegar a puerto
seguro”. Así, estos puntos de vistas tan disimiles, muy a menudo enfrentaban a los dos
hermanos.

Joshua

En cuanto a Joshua, no podía ir a sus clases normales sin antes detenerse, aunque fuese por un
instante, en el enorme Museo de Antropología e Historia de la escuela. Sus grandes paredes
lucían gran cantidad de dioramas de tamaño real, que representaban, con impresionante realismo,
desde la Prehistoria hasta los tiempos modernos.

Deambulando, entre una hora de clases y otra, por aquel intrincado laberinto de salas, o buscando
algún tipo de inspiración para realizar cualquier trabajo escolar, Josh se empapaba de la larga y
compleja historia de la humanidad. Se sentía particularmente atraído por los muros medievales,
donde legiones de caballeros con armadura y escudos de brillantes colores galopaban en briosos
corceles. Se había enamorado, desde hacía mucho tiempo, de la hermosa princesa, bellamente
vestida, que cabalgaba sobre un blanco semental, animando al ejercito de caballeros a la batalla
por la defensa del rey y su país. Metido en su propio mundo y deseando estar allí, Josh
imaginaba la vida de aquellos valientes caballeros, sus infancias, sus entrenamientos, su
iniciación en el ejercito de caballería y sus gloriosas batallas. ¿Cuál de ellos moriría en defensa
de su reino y quién regresaría victorioso a la corte con la bella princesa?

En todas las áreas de recreo de la escuela, allí donde ocurriera algo injusto, donde algún alumno
estuviese acosando a otro más pequeño, siempre estaba Josh. Su poco común sentido de lo justo
le permitía “olfatear” la verdad, resolviendo los conflictos que, aun con todos los principios
utópicos impartidos en la escuela, ocurrían puertas adentro de vez en cuando.

“¡No puedes hacer eso! ¡No es justo!”, Josh retaba a los agresores. Muchas veces, Leonora
trataba desesperadamente de contener aquellos impulsos de su compañero, a fin de evitarle
problemas.

Su contextura ligera y agilidad natural le permitían huir ante la persecución de algún acosador
enojado por su intervención en alguna pelea, lo que ocurría casi siempre.

Joshua pensaba a menudo sobre esa, su disposición a pelear por la justicia, por la defensa de los
más vulnerables, y eso quizá explicaba el porqué de su admiración por aquellos gallardos
Caballeros de la Cruz que combatían por toda Europa y el Medio Oriente, como garantes de su
código de honor y salvadores de hermosas doncellas. Incluso si la realidad fuese un poco
diferente a esa imagen fantasiosa de cuento de hadas, a Josh parecía no importarle.

Las clases de Historia eran, obviamente, sus favoritas, por sobre todas las demás asignaturas. Era
esa su pasión, incomprendida por el resto de sus compañeros de clase. Leonora entendía su
entusiasmo, aunque a veces pensaba que exageraba un poco. Durante las clases, Josh a menudo
se involucraba emocionalmente con cada lección, mucho más que el resto de los estudiantes.
Luego, al reflexionar, sabía que su obsesión era un problema que debía manejar.

“Profesor Martin”, Josh levantó la mano durante una clase sobre el descubrimiento del Nuevo
Mundo “esos conquistadores no eran más que criminales, viles ladrones defendiendo,
aparentemente, los intereses de la corona española, sin ser absolutamente leales a ella. En
realidad su único interés era quedarse con todo el oro, la riqueza y la gloria”.

“Sí, Josh, eso es correcto, y provistos de un armamento tecnológicamente muy superior, fueron
capaces de infligir gran daño a las culturas nativas de América”.

“¿Sabe qué hubiese hecho yo, señor?” – continuó Josh

“No, ¿Qué hubieses hecho, Josh?”

El profesor Henry Martin admiraba el espíritu entusiasta de Josh, reconociendo en aquel


jovencito una mente dotada de un especial talento, permitiéndole, amablemente, que continuara
con sus intervenciones durante algunos minutos más, antes de proseguir con la clase, lo que,
además, despertaba el interés del resto de los alumnos por el estudio de la Historia.

“Yo me hubiese puesto del lado de los Incas y los Aztecas. Tenían suficiente cantidad de
guerreros, y con la adecuada estrategia de combate y un buen liderazgo hubiesen logrado
derrotar a los invasores, a pesar de la superioridad técnica de los españoles. ¡Si tan solo se
hubiesen dado cuenta de que los estaban engañando! Tendríamos una superpotencia Inca -
Azteca en el mundo”.

“Excelente, Josh, creo que tienes razón, pero, para bien o para mal, no es ese el camino que tomó
la Historia. La realidad es otra hoy en día, y no hay nada que tú o yo podamos hacer al respecto”.
El profesor Martin llevó la discusión a una conclusión: “No olvides que, a pesar de la brutalidad
de la conquista de América, las instituciones religiosas de Europa llevaron al Nuevo Mundo el
concepto de igualdad de toda la raza humana bajo la imagen de un único Dios. La vida tampoco
era del todo perfecta en aquellas civilizaciones antes de la conquista. Los sacerdotes aztecas
ejercían fuerte dominio en una sociedad de clases y sacrificaban a cientos de seres humanos
diariamente para satisfacer la sed de sangre de sus muchos dioses”.
Sin embargo, Josh no había prestado atención a esa última parte de la conversación. Su mente
estaba en otro lado, liderando su leal tropa de soldados nativos americanos hacia la mayor
victoria militar de todos los tiempos.

“Aquí vamos de nuevo” se quejó Emma, dirigiéndose a Francheska “Josh está peleando de
nuevo por el honor y la justicia”. “Por eso me encantan estas lecciones” susurró Francheska .
“Josh tiene ese talento especial para explicar todo de la manera más simple. No importa cuán
complejo sea el tema, siempre tiene esa capacidad de ver todo en conjunto. Si en algún momento
me cuesta responder en algún examen, recordaré una de las historias de Josh, de qué lado de la
batalla estaría y como ganaría. Así podré imaginarme cómo habrá ocurrido todo en la vida real”.

“En la casa es peor” protestó Emma, “tiene armarios repletos de trajes de superhéroe. Castillos
Lego y ejércitos de soldados de plástico, túnicas de caballero, pistolas de agua de alta potencia,
sables luminosos y armas de todo tipo. Incluso papá le hizo una armadura de malla, utilizando
varios llaveros viejos, ¿puedes creer eso?”.

“Mira esto, Josh”, el profesor Martin sacó a Josh de su ensimismamiento antes de dirigirse al
resto de los alumnos. “Hablando de armas, he traído algunas piezas que tomé de la colección de
Historia para que las estudiemos”. El profesor entró al depósito ubicado en la parte trasera del
salón y regresó con un rifle de chispa muy ornamentado con grabados, un alfanje español y un
cuchillo ceremonial azteca. La hoja del cuchillo estaba hecha en obsidiana, y el mango, con la
forma de una figura humana, tenía incrustaciones de pequeñas cuadrículas pulidas de turquesa
azul cielo y coral rojo. Una verdadera obra de arte.

“Profesor, me gustaría ver el puñal, por favor”, dijo Josh, levantando la mano

“Si, Josh, puedes verlo más de cerca, luego lo pasas a tus compañeros. Estoy seguro de que esta
arma arrancó su buena cantidad de corazones de los pechos de las víctimas humanas sacrificadas
en agradecimiento por las cosechas aztecas, y quizá también uno que otro corazón español. Por
favor, ten cuidado Josh, la hoja es muy afilada, podrías cortarte” advirtió el profesor con cierta
preocupación.

Posteriormente el profesor Martin les entregó el rifle y el alfanje. También les pasó un magnífico
collar ceremonial inca, sus cuentas doradas, forjadas en forma de maníes, resplandecían
brillantemente. Cada cuenta estaba separada por pequeños discos de turquesa azul cielo. Emma y
Francheska sonreían mientras escuchaban a Charlotte susurrándole a Julia: “Bueno, esto es lo
que quería ver, olvidémonos de las armas”.

Como si les hubiese leído la mente, el profesor Martin continuó: “En la próxima lección les
mostraré hermosos ejemplares de la joyería Inca y Azteca, hoy solo quería demostrarles que
estas civilizaciones americanas tenían la capacidad de extraer el oro, pero solo le daban utilidad
ornamental, pues consideraban que el metal no era lo suficientemente fuerte. Los españoles, al
contrario, habían dominado el arte de forjar el acero para fabricar armas como alfanjes y rifles, lo
que les daba una gran ventaja desde el punto de vista técnico, y les permitió conquistar América.

Como podrán imaginar, las lecciones de Historia es adaptaban perfectamente a su carácter. Para
él cada decisión en la vida debía ser radical, o blanco o negro. Como los grandes eventos en la
Historia, los cuales habían sido manejados de manera brillante, en algunos casos, y en otras
ocasiones no. Lo que más lo sorprendía era cuántos eventos históricos trascendentales, casi
desapercibidos por el resto de la gente, eran el resultado de las decisiones de uno o dos grupos
dominantes. Las buenas decisiones y sus consecuencias en la Historia son tan comunes como las
malas con resultados igualmente catastróficos.

Josh nunca comprendió por qué las antiguas civilizaciones permitieron que sus líderes tomaran
ese tipo de decisiones erróneas, fundamentales para el destino de la humanidad.

“Eso no habría pasado si yo hubiese estado allí” protestaba. Se tratara de una maniobra militar en
el campo de batalla o de una crítica decisión gubernamental, Josh siempre calculaba las posibles
fallas tácticas, para después determinar la mejor manera de manejar la situación. Al jovencito le
disgustaban particularmente las figuras históricas carismáticas y represivas, con grandes
habilidades para persuadir a los pueblos, pero a la vez sin la capacidad mental suficiente para
actuar con sabiduría a la hora de tomar las decisiones importantes para las cuales habían asumido
el poder.

Lamentaba como estos individuos “alfa”, de comportamiento brutal, habían ejercido tan drástica
influencia en la sociedad, incluso en las generaciones posteriores a sus regímenes. La codicia, el
egoísmo, la ira y otras emociones oscuras tenían mucho que ver. La Historia, lamentablemente
estaba llena de ese tipo de líderes, responsables de la destrucción de imperios y civilizaciones
enteras, ejerciendo el poder por el poder, en lugar de procurar el bienestar de los pueblos a los
que gobernaban.

Afortunadamente y para consuelo de Josh, estos problemas pertenecían a un pasado ya muy


remoto. Bajo los sistemas de gobierno global, estos individuos insensibles nunca podrían tener
acceso a posiciones de importancia. Los líderes del siglo XXVI eran altamente calificados y con
nivel académico. Sus equipos de trabajo estaban conformados por personas igualmente
cualificadas y con experiencia, quienes revisaban cuidadosamente las consecuencias de cada
decisión política…

Satisfecha, la señora Pip se dirigió a la clase. Había revisado los ensayos cuidadosamente,
leyendo todo aquel vendaval de reflexiones, considerando cada punto de vista, respondiendo
inquietudes con su propio caudal de ideas, sacando detalles de aquí y allá, donde, a su criterio,
pudiera haber fallas, estimulando, muy sutilmente, el embellecimiento de la escritura de sus
alumnos.

“Quiero decirle esto a todos: ¡Gracias por sus hermosos ensayos! Su esfuerzo me llena de
orgullo. Les pedí una descripción de todo lo positivo de sus compañeros de clase, en este grupo
tan maravillosamente compenetrado que ustedes han constituido este año, y lo han hecho de
forma admirable. Recuerden que siempre deben resaltar lo mejor de los demás, estimulando
siempre estas cualidades, siendo amigos leales, construyendo así esos importantes vínculos de
amor y amistad. Para citar a Emma: “Vivan las vida al máximo”, “defiendan su amistad con
valentía y honor”, como nos enseñó Josh, “Que nunca se agote nuestra sed de conocimiento” en
palabras de Leonora, y “Guíen a sus grupos con amabilidad y afecto sincero”, como escribieron
Charlotte y Julia en sus ensayos”.

“Todas las creencias e ideas que vayan adquiriendo florecerán y crecerán con ustedes. Busquen
aquellas que inspiren ese crecimiento, y aléjense de todo lo negativo que les impida ser mejores.
En esta escuela trabajamos arduamente para estimular lo positivo de cada uno de ustedes, esas
cualidades que les serán útiles durante su carrera como estudiantes y en la vida adulta”.

“Asi que ¡adelante! Vayan de cara al mundo y vivan sus ideales, sueños y metas, y siempre
estimulen a sus compañeros para que vivan y logren las suyas”.
Capítulo VII: Francheska conoce al misterioso Profesor Cronos

Más allá de los verdes campos que rodeaban el complejo escolar, los grupos de árboles
perfectamente ordenados se hacían más densos, hasta transformarse en un bosque salvaje, oculto
de la vista del visitante casual, donde los elementos de la naturaleza seguían su interminable
ciclo.

El viejo bosque nunca fue explorado por los primeros colonos, quienes llegaron desplazando de
sus tierras a los pueblos nativos hacía siglos. Aquellos recién llegados, que venían de más allá
del mar, prefirieron las fértiles llanuras cercanas al río, aptas para sus cultivos, dejando sin
explorar los terrenos más empinados. El buen estado del viejo bosque se debía al establecimiento
de la escuela Freetown, y al trabajo de su padre fundador, John Duncan Tipper, un hombre de
pensamiento adelantado a su época, que comprendió la importancia de la conservación de la
naturaleza. Decretó que este bosque debía permanecer virgen, para que continuara así su ritmo
natural, como había ocurrido desde hacía milenios.

Hoy, fiel a sus deseos, el viejo bosque permanecía intacto, declarado reserva natural, protegido
bajo el Acta de Patrimonio Mundial, rodeado por los muros de la escuela Freetown. La vida
silvestre abundaba en el viejo bosque y los estudiantes ocasionalmente avistaban un venado o
cualquier otro animal entre los árboles que rodeaban aquel espeso verdor. Los alumnos de las
clases de Biología, junto con sus profesores, solían aventurarse hasta la entrada del bosque,
donde descendían pequeños caudales de agua y riachuelos, en forma de cascadas sobre rocas
cubiertas de musgo, para caer en cristalinas y profundas quebradas, repletas de peces, ranas y
renacuajos.

En lo más alto, el bosque permanecía poco explorado por los estudiantes. Sobre las cercas, y más
allá del bien mantenido césped, las copas de los árboles se hacían más tupidas y oscuras. Al
sentarse en estos altos claros, a medida que la música del bosque cantaba su crescendo hacia el
ocaso, uno nunca se sentía completamente cómodo o seguro, aunque algunos de los alumnos más
temerarios persistían en el aventurismo, quizá para demostrar su valentía a los compañeros.

Mientras más profundo se aventurara cualquiera en aquel bosque, se hacía más intimidante, y al
ser el hogar de animales grandes y peligrosos, siempre este lugar había estado fuera de los
límites de la escuela. El tener un sitio tan misterioso como este alejado de una escuela llena de
estudiantes llenos de imaginación e inquietudes sobre el mundo, creaba, desde luego, un aura de
intriga sobre los secretos ocultos en sus más profundos parajes. Los mitos corrían por la escuela
como reguero de pólvora: operaciones en cubierto, misteriosas figuras satánicas y fantasmas de
antiguos profesores, incluso historias sobre unicornios que llevaban a los estudiantes más
jóvenes empalados en sus cuernos para no ser vistos nunca más estaban entre las más fantásticas,
lo que, por supuesto, no les importaba a los profesores, pues, ese temor mantenía a los alumnos
alejados del bosque y, por lo tanto, fuera de peligro.

Sin embargo, se habían reportado avistamientos de profesores y estudiantes de épocas pasadas,


así como de hombres del bosque con barba, aunque los profesores no estaban seguros de eso, en
fin, algunos habían visto o escuchado cosas muy extrañas. Aun así, estas historias eran tan
antiguas como la misma escuela. Los profesores de Freetown, apasionados y altamente
cualificados, también estaban envueltos en un aire de misterio, probablemente por su larga
conexión con la escuela, con los ciudadanos de Freetown más que con cualquier grupo étnico o
región en el mundo. Muchos tenían padres, e incluso muchas generaciones de abuelos que habían
sido educados en la escuela Freetown. Uno en particular, el profesor Chronos, parecía embebido
de una sabiduría ancestral, que contrastaba con su edad, y parecía tener un interés particular en el
progreso académico de los cuatro amigos, especialmente Francheska.

Edwin Chronos, profesor de Ciencias de la Tierra y Astronomía, estaba a cargo del viejo
observatorio. Su trabajo incluía mostrarles el telescopio de la escuela a los alumnos y asesorar
los trabajos de investigación sobre el cosmos. Quizás era el más dedicado y entusiasta del equipo
de profesores de la escuela, con un vasto conocimiento de su historia fundacional. Cuando se le
animaba a hacerlo, siempre tenía una historia interesante qué contar sobre antiguos profesores o
directores de Freetown, alguna divertida anécdota sobre los primeros tiempos de la escuela. Para
ese momento, estaba compilando todos esos datos en un libro titulado “Historia detallada de la
Escuela Global Freetown”.

Aquel personaje vivía en la cabaña construida originalmente para el vigilante del observatorio,
invirtiendo su tiempo libre en su preciado manuscrito. Cuando a lo lejos se divisaba una tenue
luz en la ventana superior de la casa, tarde por la noche, significaba que el profesor estaba
estudiando en detalle algún momento memorable en la rica historia de la escuela. El Doctor
Chronos, hombre retraído, muy inglés, con su cachucha y su chaqueta de lana escocesa, no era
exactamente un excéntrico, pero prefería pasar su tiempo libre en la soledad de su refugio y con
su libro como única compañía, que socializar con el resto del grupo de profesores. Pocos
estudiantes habían visto la cabaña por dentro, salvo algunos que espiaban ocasionalmente a
través de las cortinas de la vieja casa.

Era la primera visita de Francheska, y aun no entendía del todo por qué el profesor la había
invitado solo a ella a aquella entrevista en especial. Le pareció buena idea mantener en secreto
aquel encuentro, tal como le había aconsejado el mismo Chronos, pues imaginaba que, de
enterarse el resto de los alumnos, el apodo de “mascota del profesor” sería casi un hecho. Reía
entre dientes al imaginar los celos de Leonora cuando se enterara, pues, siempre había tenido
curiosidad por ver qué había dentro de la vieja cabaña de Chronos.
Ya el sol de la tarde se ocultaba cuando Francheska había asistido a la última clase del día e iba
camino al observatorio. Cruzó la entrada al bosque y continuó por un angosto camino
empedrado. Caminando sola entre las sombras de los árboles que se elevaban a ambos lados del
camino, calmaba sus temores pensando en los muchos estudiantes que en épocas pasadas habían
transitado la misma senda, construida por los pioneros de Freetown cuando buscaban un sitio
adecuado para poder estudiar los cielos, hasta construir el observatorio en el lugar que hoy
ocupaba.

A unos veinte minutos del principal complejo de edificios de la escuela, se ubicaban el


observatorio y la cabaña, en una colina aislada, rodeada por una densa área boscosa, la cual
estaba podada en sus límites, como un impenetrable muro verde, a fin de mantener a raya el
natural crecimiento del bosque hacia el lugar ocupado por el observatorio. La niña continuó por
un desgastado camino embaldosado, a través de la verde colina que llevaba al observatorio, para
luego desviarse hacia la cabaña de Chronos.

Al tocar a la puerta apareció el profesor Chronos, quien la invitó a pasar. Francheska observó
con timidez el interior de la ordenada y cómoda cabaña, más acogedora de lo que había
imaginado. Estaba toda construida con piedra y madera pulida. En las paredes, gabinetes con
puertas de cristal de diamante, albergaban antiguos equipos de astronomía y navegación y
volúmenes de viejos libros con cubierta de cuero.

En un rincón de una pequeña cocina, colgados en filas de ganchos y estantes meticulosamente


ordenados, estaban los platos, tazas y sartenes. En el centro había una pequeña mesa redonda de
madera, cubierta con un mantel de cuadros rojos en forma de ajedrez, similar al que tenía la
familia de Francheska en casa, con tres sillas alrededor. Una angosta escalera de madera llevaba
a la habitación superior, donde el profesor solía trabajar hasta tarde.

Francheska fijó su atención en los curiosos objetos de bronce que solo había visto en libros de
historia, sextantes para medir la latitud a partir del ángulo del sol, compases y cronómetros
utilizados en tiempos muy remotos para medir la longitud, astrolabios, planetarios mecánicos y
todo tipo de telescopios.

“Ven, mira a través de éste” El profesor abrió una de las vitrinas y le dio a Francheska un viejo
tubo de bronce. “Es uno de los primeros telescopios utilizados por Galileo en Europa, en el siglo
XVIII”. La niña colocó el tubo en sus ojos y observó por una de las ventanas.

“¡Todo está al revés, profesor!” Exclamó “Y las imágenes no son del todo claras, sobre todo en
los bordes”
“Sí”, respondió el profesor, “ahora sabes cómo tenían que trabajar los científicos de aquella
época, y aun así lograron hacer grandes descubrimientos y observaciones astronómicas que
contribuyeron al avance de nuestro conocimiento sobre el cosmos”.

La tarde en la cabaña del profesor Chronos pasó rápido y pronto llegó la noche. Para Francheska
fue una experiencia única escuchar al profesor. Parecía saberlo todo. De hecho, parecía haber
vivido todos los hechos históricos de los que hablaba.

La niña disfrutó sentarse en el cómodo sillón, cerca de la chimenea, deleitándose con cada sorbo
de chocolate caliente y malvaviscos que el profesor le había preparado. Ya había perdido la
timidez del primer momento. Ahora conversaba tranquilamente con Chronos sobre la historia de
las ciencias y la escuela.

El profesor concluyó refiriéndose al telescopio que estaba sobre la mesa. “Al principio,
naturalmente, se pensaba que la Tierra era el centro de todo, con el resto de los grandes cuerpos
celestes girando en torno a ella. Astrónomos como Galileo, pudieron determinar que la Tierra y
los otros planetas giraban alrededor del Sol, y lo hicieron utilizando instrumentos como éste”,
tomó el viejo telescopio y lo ubicó de nuevo en su lugar en una de las vitrinas.

“Bueno, ese es el pasado. Ahora te mostraré hacia dónde va el futuro, lo cual es más fascinante
de lo que puedas imaginar. Veo que estás cansada, y no queremos que se haga más oscuro,
recuerda que tienes que recorrer el camino a través del bosque, así que continuaremos después.
¿Puedes venir mañana en la tarde, después de clases?”.
Capítulo VIII: El cilindro mágico de cristal

Al día siguiente, en lugar de entrar a la cabaña, el profesor Chronos llevó a Francheska al


observatorio, un edificio circular construido con bloques de arenisca. Francheska estaba
deslumbrada ante aquellos gruesos muros, que resplandecían en destellos dorados ante el sol de
la tarde, y sostenían un domo hemisférico con placa de cobre, que había adquirido un color
verdoso a lo largo de los siglos. Chronos le explicó cómo aquel domo giraba a 360 grados, a
través de rieles circulares formados por esferas de hierro del tamaño de bolas de cañón, y en una
parte del techo, se deslizaban dos escotillas curvas, dejando al descubierto una angosta
hendidura, a través de la cual el telescopio podía avistar el firmamento.

Deslizando el cerrojo, Chronos abrió la puerta de roble sólido, y con el crujir de sus viejas
bisagras, entraron al recinto. Francheska no salía de su asombro. Al igual que en la cabaña,
generaciones de telescopios de bronce pulido estaban agrupados en gabinetes de madera y cristal
sobre las paredes. Bajo el centro del domo, había un enorme telescopio de espejos de última
generación, el cual, a parecer de Francheska, se veía un poco fuera de lugar en aquel antiguo
observatorio.

“Verás, Francheska, las generosas donaciones que la escuela ha recibido durante años, nos han
permitido mantener actualizado este telescopio, sus cámaras, motores y computadoras. De esta
manera nuestros alumnos pueden obtener las mejores vistas de las distintas estrellas y planetas,
teniendo acceso a la tecnología más avanzada para la investigación del cosmos. Después de todo,
muchos de los astrónomos más famosos del mundo estudiaron en la escuela Freetown” explicó el
profesor Chronos.

Para sorpresa de Francheska, Chronos se inclinó y retiró parte de la alfombra que cubría el piso
de piedra, dejando al descubierto una trampilla. Abrió la pequeña puerta y bajaron por unos
escalones. La niña nunca hubiese imaginado que el observatorio tenía un sótano secreto. Al
bajar, caminaron por un corto pasaje que llegaba hasta una cortina negra. Lo que más la
sorprendió fue lo que vio detrás: había una gran sala con un domo. El lugar era todo de un blanco
intenso, incluso enceguecedor a primera vista. Con filas escalonadas de sillas, ubicadas en
círculo, al estilo de un anfiteatro o salón de conferencias, el aspecto moderno de la sala
contrastaba con el antiguo recinto de la parte superior.

Aquel anfiteatro evocaba a un planetario, pero en lugar de una audiencia viendo hacia el techo,
los asientos estaban ubicados hacia adentro, alrededor de un cilindro transparente que iba del
piso al techo. “¿Será un acuario gigante?” se preguntó Francheska. Sin decir nada, el profesor
caminó por aquel piso blanco y pulido hacia un panel de controles, donde insertó una llave y
presionó un botón, mientras le decía a Francheska que se sentara en uno de los asientos de la
primera fila. La etérea escena de un bosque apareció dentro del cilindro de cristal, muy vívida,
sin la transparencia fantasmal de los hologramas. Se veía tan real, sólida, como un perfecto
modelo en miniatura.

“Bienvenida al Periodo Carbonífero del tiempo geológico” anunció el profesor


ceremoniosamente.

El sol matutino bañaba aquel paisaje prehistórico con su luz dorada, llenando todo el bosque con
tonos y matices verdes que parecían extenderse en un interminable colorido hasta donde llegaba
la vista. Fascinada, Francheska se levantó de la silla, y sin esperar la autorización del profesor, se
acercó al cilindro de cristal. El bosque en el interior pareció aumentar de tamaño rápidamente, en
la misma medida que la niña se acercaba al cristal. Para el momento en que alcanzó la barandilla
de acero inoxidable que rodeaba el cilindro, estaba frente a una gigantesca conífera que se
elevaba muy por encima de su cabeza en el bosque principal. Parecía tan primitiva, pero a la vez
tan real, que sentía que podía tocarla.

El profesor se acercó a ella, “al principio el efecto es un poco desorientador”, pero Francheska,
que aún parecía hipnotizada, ni siquiera respondió.

“Parece muy real, ¿verdad?” continuó el profesor “Bueno, es real, al menos así lo fue hace unos
335 millones de años”, dijo el profesor, “Pero resulta que esto es más que solo una imagen.
Entiendo que todos somos el resultado casual de múltiples eventos aleatorios ocurridos en
tiempos muy remotos, pero esta máquina de alguna manera ha abierto una conexión inexplicable
y misteriosa, una especie de vínculo entre nuestro presente y el pasado”.

“No termino de entender, profesor”, dijo Francheska, analizando las últimas palabras de
Chronos, “el pasado es el pasado, y aun con toda esta tecnología tan avanzada, todo lo que
podemos hacer es verlo, no tocarlo…”

“Y también aprender de él, sin duda”, añadió el profesor, “pero todavía queda mucho por
explicar, y eso tendrá que esperar hasta que tengas la experiencia y el tiempo suficiente para
pensar y entender muchas cosas”.

El profesor presionó otro botón y la barandilla se deslizó por una pequeña hendidura en el piso,
acercando más a Francheska al cilindro de cristal. Entonces el bosque se hizo más grande, hasta
hacerla sentir insignificante ante la magnitud de aquel enorme paisaje prehistórico.

El cristal frente a ella resplandeció en pálidos matices de un azul opalescente. Aquel sutil juego
de colores fascinó a la niña, una cortina celestial que parecía tener vida propia, con destellos
púrpura y azul. El efecto era hipnotizante. “¡Qué hermoso!” pensaba Francheska, levantando sus
manos de manera vacilante, como hechizada ante aquel espectáculo, extendió las manos y dedos
para tocar aquella maravillosa cortina aural y luminosa que se desplegaba ante ella. Pero en lugar
del vidrio sólido, sus manos solo avanzaron hacia la nada. Sintió un sorprendente flujo de
energía, estremeciendo, en una especie de hormigueo, sus dedos y brazos. Se preguntó dónde
estaba el cristal, avanzando un paso más, en un intento por alcanzarlo. En lugar del piso liso del
laboratorio, sintió el crujir de hojas de pino bajo sus pies, y fue recibida por una fragancia
resinosa y balsámica y la humedad terrosa de un sombreado bosque de coníferas. Al mismo
tiempo, los oídos de la adolescente fueron invadidos por una andanada de sonidos que venían de
lo más profundo del bosque.

“¡Francheska, ten cuidado!, no te alejes más. Por favor, regresa lentamente”. La voz del profesor
se escuchaba tenue y muy lejana, en algún lugar de la mente de la niña. Saliendo de aquel trance
mágico, como volviendo de un vívido sueño, Francheska obedeció la orden del profesor. La
magia del paisaje que la envolvía se desvaneció y se encontró a sí misma en el espacio real del
laboratorio, observando el paisaje en el cilindro de cristal. El riel de acero pulido se activó,
devolviéndola silenciosamente a su sitio.

“¡Todo fue tan increíblemente hermoso y real!” – murmuró de forma casi inaudible, aún sumida
en sus pensamientos. Le preguntó al profesor: “¿De verdad estuve en el pasado?”.

“Al parecer sí” – respondió Chronos “Mi instinto me dice que esto es algo con lo que no
deberíamos jugar. Yo mismo no logro comprender los alcances de este aparato. Solo quise darte
una pequeña idea del potencial que tiene. Todo lo que experimentaste, las imágenes que ves, de
hecho, todo es real. De cualquier manera…” – agregó ya concluyendo la conversación – “esta
experiencia puede ser extremadamente agotadora, por lo que ya es suficiente por esta noche, hay
que descansar. Por favor, trata de entender la seriedad de todo lo que has visto hoy, y lo
importante de mantenerlo en secreto. Ya puedes irte, por favor, recuerda, confío en ti. Ni una
sola palabra a nadie”.

“¿Se pueden ver diferentes paisajes? ¿Qué tan lejos en el tiempo se puede viajar? ¿Se podría ir al
futuro?” sin siquiera un saludo, con aquella interminable andanada de preguntas empezó el
siguiente encuentro de Francheska con Chronos. “¿Por qué no puedo decírselo a nadie? ¡Qué
manera tan absolutamente brillante de aprender Historia, Ciencias, Geografía, de todo! ¿Por qué
no se usa esta máquina para dar clases en la escuela, si obviamente fue construida para eso?”
soltaba una pregunta tras otra, tomando apenas tiempo para respirar, casi sin darle oportunidad al
profesor para que le respondiera.

“Eso conlleva riesgos y problemas cuya gravedad no he podido llegar a comprender por
completo. Primero que todo, quiero decirte algo que deberás mantener en la más estricta
confidencialidad: soy el Guardián del Secreto del Tiempo, el último de una larga estirpe de
guardianes y he sido el custodio de este laboratorio, de esta ‘máquina del tiempo’, mejor dicho,
desde hace muchos años. El guardián anterior murió hace poco, y de acuerdo al Código de los
Guardianes, tengo que empezar a darle este conocimiento a las nuevas generaciones” – el
profesor le advirtió a la confundida Francheska “Sé que estarás preguntándote qué tan importante
este secreto, como para requerir toda una vida de dedicación y trabajo. De hecho, la importancia
de esta máquina así lo requiere, tomando en cuenta la esperanza y a la vez el terrible peligro que
representa para la humanidad. Pero todo eso lo entenderás en poco tiempo. Dentro de algunos
años estaré listo para retirarme y he buscado por mucho tiempo a la persona adecuada para
asumir la guardia y custodia de este secreto”.

***

“¿A dónde ha estado yendo Francheska?” se preguntaba Emma al ver a su amiga deslizándose
sigilosamente hacia su cama en el dormitorio. Era la tercera o cuarta noche en que había notado
estas escapadas, y Francheska no había mencionado nada al respecto. Emma no podía evitar
sentir algo de tristeza, se sentía lastimada en sus más profundos sentimientos. Habían
desarrollado una hermosa amistad desde el año anterior y siempre habían compartido sus
secretos, conversando en sus camas hasta las horas más avanzadas. Por eso, la noche siguiente, al
notar que Francheska no estaba en su cama, decidió averiguar de una vez por todas qué ocurría.
Caminó hasta el sitio donde dormía Leonora.

“¿Dónde está Franny?” preguntó señalando hacia las cortinas, ligeramente abiertas, que cubrían
el cubículo de Francheska – “Estoy preocupada por ella”

“No sé” La mente de Leonora despertó de inmediato, puesta en alerta. “Busquemos a Josh. La
espiaremos y averiguaremos qué pasa”

Para el momento en que Josh despertaba, Pudieron ver la luz oscilante de la linterna de
Francheska por el sendero pedregoso, a través de la oscuridad del bosque. Desde la ventana de la
habitación del niño, vieron con curiosidad como cruzaba la puerta del dormitorio de las niñas,
para luego subir hasta su cuarto.

“¡Estoy seguro de que estaba en el observatorio! ¡Y puedo apostar que el profesor Chronos la
tiene hipnotizada para utilizarla en sus malvados experimentos! Siempre he pensado que es un
tipo extraño”- supuso Josh

“¡Gracias, Josh! ¡Un comentario muy útil y oportuno!”- dijo Emma con sarcasmo

“Mejor acostémonos, mañana en la tarde la seguiremos y averiguaremos exactamente qué pasa”


Muchas noches después, en el sótano del observatorio, el profesor continuaba con sus lecciones,
“De entre todos los estudiantes que he visto, a lo largo de años de trabajo en la escuela, eres la
que ha demostrado las mayores cualidades, incluso más allá de las capacidades que tienen los
alumnos promedio. Además, tienes la disposición a aprender y no eres propensa al pánico o a las
respuestas apresuradas, aparte de ser confiable y honesta. En ese aspecto, este ha sido un año
inusual. Tu hermana Leonora ha mostrado fuerte inclinación hacia las ciencias y más atípico aun,
hay otra pareja de hermanos con gran inteligencia, motivación y temperamento para el estudio
y…”

“¡Emma y Joshua!” – interrumpió Francheska

“¿Alguien dijo nuestros nombres?” Josh y Leo abrieron las cortinas súbitamente y en medio de
una gran algarabía, mientras Emma intentaba detenerlos. Pasaron abruptamente por el pasillo,
apareciendo de entre las sombras, mientras Emma los seguía con timidez.

“¿Qué rayos hacen ustedes aquí?” –no pudo evitar exclamar Francheska, sonriendo ante aquella
travesura de sus compañeros, de hecho, se sentía aliviada, porque ya no tenía que ocultarles el
motivo de aquellas misteriosas salidas nocturnas.

“Nos llamó la atención que todas las noches salías de la habitación sin decirle a nadie. Por eso
decidimos seguirte. Encontramos la puerta del observatorio entreabierta. Al ver que habían
movido la alfombra y descubrir la trampilla en el piso, supusimos que estarías aquí abajo, y
cuando escuchamos la voz del profesor confirmamos nuestras sospechas” - Josh le hizo una seña
a Leonora: “¿Cierto, Sherlock?”

“¡Elemental, mi querido Watson!” – respondió Leonora

“¡¡¡¡Por Dios!!!!”, gritó el profesor, quien había sido tomado por sorpresa, y estaba casi sin
palabras – “¡Esto es absolutamente inaudito! ¡Imposible!”.

“Solo utilizamos nuestro extraordinario razonamiento deductivo, nuestras habilidades, nuestra


astucia natural. Todos esos atributos por los que tanto nos elogia usted, profesor” - dijo Leonora
con ironía.

“No fue para nada difícil” – concluyó Josh.

“Absolutamente inaudito” repitió el profesor, “De acuerdo a lo establecido en el protocolo del


Código del Guardián, escrito hace siglos, las reglas son muy estrictas y específicas en caso de
que el Secreto del Tiempo sea descubierto: la máquina del tiempo debe ser completamente
desmantelada, y sus componentes destruidos”.
“¡Desmantelada! ¡¡¡Destruida!!!” – Repetía Francheska, sin poder creer lo que escuchaba.
“¿Cuál máquina del tiempo?” – Preguntaron Josh y Leonora al unísono. De repente, el ambiente
de la habitación se hizo más tenso.

“¡Pero si esa máquina tiene demasiado potencial!” – Dijo Francheska dirigiéndose al profesor e
ignorando a sus compañeros.

“Esto ya ha llegado demasiado lejos. Este secreto ha pasado de generación en generación sin ser
descubierto hasta ahora. Soy el guardián número 41”, el profesor prosiguió con su monólogo.
“¿Se imaginan lo que pasaría si los demás se enteran de todo esto? ¿Cuánto tiempo pasará hasta
que este secreto sea la comidilla de todos los estudiantes de la escuela?” se preguntó,
visiblemente disgustado consigo mismo, por su evidente descuido.

“El potencial de esta máquina para hacer el bien, es comparable, e incluso es inferior, a su poder
para la maldad. ¿Pueden imaginar lo que pasaría si cae en las manos equivocadas? Ahora, ¡No
vayan a ninguna parte hasta que yo regrese!” el profesor salió de la habitación, visiblemente
preocupado, sumido en sus pensamientos: “Tomaré un poco de té para aclarar las ideas y decidir
qué hacer”. Era, obviamente, una decisión de vital importancia, cuyas consecuencias debían ser
cuidadosamente meditadas.

Cuando Chronos se marchó de la habitación, Francheska les contó a sus compañeros todo lo
acontecido en los encuentros anteriores.

“Entiendo la molestia del profesor Chronos” – dijo Emma después de escuchar a Francheska -
“También me enojaría si un grupo de niños viniera a arruinar mi trabajo. Pero no le diremos
sobre esto a nadie. Solo estaba preocupada por ti, eso es todo”.

“De verdad lo lamento, chicos, pero le prometí al profesor que no le diría una palabra sobre esto
a nadie. El insistió en eso una y otra vez”.

Cuando Chronos regresó, todos le pidieron que no destruyera la máquina. Josh y Emma estaban
visiblemente fascinados, aunque no la habían visto funcionando. La imaginación de Josh volaba.

“¿Esto quiere decir que puedo ver reyes y castillos de verdad, valientes caballeros con sus
armaduras defendiendo el honor y al rescate de hermosas doncellas…?”

“¡Es suficiente, Josh!, ¡esto es algo muy serio!” – protestó Emma.


“Las reglas establecen que, en caso de que este secreto sea conocido más allá de la cofradía de
los Guardianes del Tiempo, todo el laboratorio debe ser desmantelado.” El profesor se veía muy
serio, inmutable ante los ruegos de los niños.

“Pero, profesor, hace apenas unos instantes usted dijo que todos éramos los candidatos
potenciales para ser Guardianes del Tiempo”, dijo Emma después de haber escuchado en silencio
a Chronos. “Entonces, ¿Cuál es el problema? Le prometemos que nadie se enterará”.

“Siempre ha habido solo un Guardián a la vez, además, Josh y Leonora todavía son muy jóvenes,
y mi plan era entrenar a Francheska durante varios años antes de entregarle las llaves”.

Era obvio que, durante décadas, el profesor Chronos había desarrollado un profundo respeto por
el equipo que estaba bajo su custodia, de allí su disposición, inflexible, a seguir el estricto
protocolo.

“Déjenme pensarlo. Ahora váyanse, y recuerden: ni una sola palabra de esto a nadie. Es muy
probable que la próxima vez que nos veamos ya la máquina del tiempo no exista”.

“Por favor, profesor, ¿al menos nos puede dar una última lección de Historia? ¡Sería una clase
que nunca olvidaríamos!” – dijo Josh, quien, a tan temprana edad, ya mostraba gran habilidad en
el sutil arte del halago, “imagínese poder transmitir su propio conocimiento en lugar de confiarle
esa responsabilidad a otro, que quizá no tendrá su misma experiencia”.

El profesor pareció considerar aquella idea de Josh por un breve momento. Seguidamente
despidió al grupo de niños: “Por favor, deben irse ya. Todo este asunto me ha dejado muy
preocupado” y dijo para concluir: “¡Si alguno de ustedes habla sobre esto será expulsado
inmediatamente!”.
Capítulo IX: El origen de la magia

Los días que siguieron al encuentro de Chronos con los cuatro niños parecieron transcurrir
lentamente. Fieles a su promesa, ninguno dijo una palabra de lo que habían visto bajo el piso del
viejo observatorio. Pero cada uno a su manera, se sentía tentado por la impensable cantidad de
posibilidades que ofrecía un invento de la magnitud de la máquina del tiempo, y al mismo
tiempo les preocupaba la posibilidad de que fuera destruida.

No supieron nada del profesor Chronos hasta varias semanas después. Cada uno recibió un
mensaje en el que se les invitaba a “reunirse en el viejo observatorio para lecciones extra cátedra
sobre la Historia de la Astronomía”, y así, pronto se encontraron de nuevo en el viejo
observatorio. El profesor Chronos no volvió a llevarlos al sótano secreto, en cambio fueron a una
habitación al lado del observatorio, donde a menudo le daba clases al resto de los estudiantes,
enseñándoles el uso del telescopio. Era obvio, por la expresión en el rostro de Chronos, que
había pensado mucho sobre lo ocurrido en días pasados.

“He decidido que si, como parte de mis funciones como Guardián del Tiempo, debo destruir la
máquina del tiempo, aprovecharé la oportunidad de utilizarla, por primera y última vez, como
herramienta de enseñanza, y al mismo tiempo terminar mi propia investigación. Después de todo
no puedo culparlos por su curiosidad, es algo normal. En todo caso toda la culpa es mía, por mi
descuido. Nunca debí dejar esa trampilla abierta”, pensaba el profesor en voz alta.

Chronos proyectó su plan de lecciones para los próximos meses, y, como era su costumbre en
todo lo demás, planificó meticulosamente cada clase. Esa primera tarde, empezó a enseñarles,
desde lo más simple, las bases teóricas que explican la posibilidad de ver los eventos del pasado.
Comenzó con la velocidad de la luz, y el principio de cómo la luz visible puede llevar imágenes
del pasado de la tierra y volver a nuestro planeta después de rebotar en cuerpos celestes cercanos
y lejanos por igual.

“Tomemos por ejemplo a Plutón. Si logramos atrapar y grabar la luz que retorna de ese planeta,
podríamos ser testigos de eventos ocurridos hace nueve horas. El secreto ha sido capturar esas
minúsculas cantidades de luz que dejaron la Tierra hace millones de años, viajando hasta lugares
extremadamente distantes, y haciendo el mismo recorrido de vuelta”, explicó el profesor, “los
telescopios más avanzados del mundo actual, como este, que es orgullo de nuestra escuela,
tienen la capacidad de capturar la luz en objetos muy tenues, recopilando digitalmente cientos de
miles de imágenes sucesivas para crear una imagen en alta resolución”.

“Nuestro otro gran logro fue mostrar esas imágenes en tercera dimensión dentro de la cámara de
cristal”.
La vivaz curiosidad de los cuatro niños, naturalmente los llevaba a un mar de conjeturas y
preguntas, enfocadas particularmente en los detalles técnicos de aquel complejo aparato y de
cómo fue concebido, hasta llegar a construir esta máquina asombrosa, capaz de desafiar las leyes
conocidas del tiempo y el espacio.

“Me parece extraño” dijo Leonora, “que toda esta investigación se haya realizado aquí, en la
Escuela Global Freetown y no en otro lugar del planeta, especialmente en los grandes centros de
investigación científica del mundo ¿Cómo se construyó? De seguro alguien la diseñó ¿Cómo no
se enteraron de este proyecto el resto de los profesores y alumnos de la escuela?”.

“Sí, de hecho, se podría decir que la máquina se construyó por sí sola. Por supuesto que hubo
personal a cargo del proyecto, una planificación muy cuidadosa y científicos encargados de todo
el programa de construcción de este equipo. Pero en ese ambiente la creatividad debe haber
fluido de manera intensa, muchas ideas y aportes valiosos, como suele ocurrir al reunir grandes
inteligencias en un mismo lugar y con un objetivo común. Incluso se ha dicho que Albert
Einstein estuvo directamente involucrado en su diseño. De ser así, lo hizo de manera muy
discreta, pues, no he encontrado ningún documento que pruebe que trabajó en este proyecto.

Esta máquina se construyó en un momento de gran optimismo, y fue solo después de cierto
tiempo cuando los científicos involucrados empezaron a preocuparse por las implicaciones
negativas de esta tecnología. Algo debe haber ocurrido que llamó la atención de la Junta. De
alguna manera, al final, todo el plan de enseñanza basado en esta máquina fue anulado, todo
quedó oculto. Afortunadamente, ni una sola palabra de lo que ocurrió en este lugar se supo fuera
de la escuela y todo pasó desapercibido para el común de la gente, olvidado por todos, excepto
por nosotros, la Cofradía de los Guardianes del Tiempo, custodios de este gran secreto”.

“¿Quién asignó a los primeros guardianes, profesor?” Preguntó Francheska.

“Buena pregunta” respondió el profesor, pensativo, “Creo que fue la misma Junta. Supongo que
el primer guardián, en su momento, decidió que debía haber un sucesor. Así, la custodia de este
secreto ha pasado de un Guardián del Tiempo a otro, por generaciones”.

“Justo como El fantasma, el héroe de los cómics” dijo Josh, con entusiasmo, “ya saben, ´la
sombra que camina y nunca muere´, el mundo siempre ha tenido al Fantasma y su anillo, y ahora
tenemos a la máquina del tiempo y a su Guardián, o Señor del Tiempo. O quizá algo así como el
Doctor Who ¿no creen, muchachos?”

“¡Ya cállate!” respondió Emma dirigiendo su mirada hacia el cielo.


La intención de la Escuela era hacer público este proyecto y darle uso práctico, pero los
guardianes empezaron a deducir los peligros potenciales del mal uso de la máquina, se decidió
que el riesgo era muy grande y desde entonces el acceso quedó restringido exclusivamente a los
guardianes, para sus trabajos de investigación. Con la muerte de los últimos miembros de la
Junta, todo este secreto estaría ya en el olvido, de no ser por los guardianes…”

“¿Peligros?” interrumpió Francheska “usted solo habla de riesgos y peligros, profesor, pero ¿qué
peligro puede haber en estudiar la historia de manera adecuada? Quizás el mundo podría usar
esta máquina para evitar cometer los mismos errores en el futuro”.

“Tu inocencia hace que no entiendas las implicaciones de este proyecto. Es deber de los
guardianes explorar todos los posibles usos de esta tecnología para el bien de la humanidad, y
evitar que caiga en las manos equivocadas, por ejemplo, las fuerzas militares”, explicó Chronos,
“es posible que estos riesgos disminuyan hasta desaparecer, y un día, esta tecnología podrá ser
usada en beneficio de toda la humanidad, como se concibió originalmente”.

“Yo tampoco veo cuál es el peligro”, añadió Josh, “solo parece un proyector gigante de la vida
real, capaz de mostrar películas de la historia humana, de la historia de la tierra.” hizo una pausa,
y luego añadió “Pueden escoger cualquier época, cualquier fecha, ¿cierto? Ir a cualquier lugar
del mundo y ver todo como realmente sucedió, hasta en los más pequeños detalles. ¡Imaginen
eso!” prosiguió “Pueden retroceder, como en una película, reproducir de nuevo la misma escena,
adelantar los fragmentos más aburridos. ¿Podemos ver cómo funciona? ¡Por favor, profesor!”.

“Correcto, Josh. Yo mismo solo he sido capaz de ver apenas una parte”, enfatizó el profesor
Chronos, “Me he concentrado solamente en varios aspectos relacionados con la historia de la
Escuela Global Freetown. ¡El único problema es que nadie ha podido verlo todo en tiempo
real!”.

Finalmente llegó el día esperado. El profesor había concluido las clases teóricas de rigor y
evaluado meticulosamente a cada uno de los cuatro niños, hasta obtener los resultados
satisfactorios. Ese día, Chronos, con toda la ceremonia correspondiente, llevó a los niños hasta la
habitación abovedada, en el sótano del observatorio, para que vieran, oficialmente y por primera
vez, cómo funcionaba la máquina del tiempo. Los cuatro niños estaban ansiosos, llenos de
expectativas.

“Como pueden ver, esta habitación fue diseñada para albergar grupos completos de estudiantes”
dijo Chronos describiendo un gran círculo con los brazos, “pero desafortunadamente no se pudo
hacer de esa manera. Las hileras de asientos se colocaron en la parte trasera del anfiteatro. La
temperatura se mantiene en 23° C, ideal tanto para los equipos como para la comodidad de los
humanos. Resulta muy fácil sentarse en este ambiente a estudiar durante horas, sin parar. Lo sé
por experiencia propia. Ustedes cuatro son el grupo más numeroso que he traído a este lugar”.

“Esto es como un parque de diversiones, la diferencia es que todo lo que ven aquí es real. Es la
historia, como realmente ocurrió, no se trata de simples recreaciones holográficas”.

“La lección de hoy es sobre los controles de la máquina”, anunció el Profesor Chronos, mientras
caminaba hacia un pequeño panel encima de un pedestal ubicado al lado de la barandilla de acero
que rodeaba el cristal, “desde aquí se controla el telescopio del observatorio, enfocándolo hacia
diversos puntos en el firmamento. Este contador de arriba, etiquetado como ‘Tiempo presente’,
muestra la fecha de hoy, mientras este otro, que tiene la etiqueta ‘Tiempo de objetivo’, muestra
la fecha y la hora de la escena que pueden ver en la cámara de cristal”. La habitación estaba
vacía y obscura, los asientos ubicados del otro lado del anfiteatro apenas eran visibles a través
del vidrio. Ambas pantallas mostraban la fecha actual, mientras en otros paneles donde se podían
leer las etiquetas “Latitud Geográfica”, “Longitud Geográfica” y “Elevación”, se obtenía
información relacionada con la ubicación del observatorio.

“La computadora se encarga de todo”, prosiguió el profesor, entusiasmado, “utilizando su


almanaque para calcular cuáles objetos celestiales lejanos utilizará a fin de alcanzar la distancia
necesaria, y, en consecuencia, el tiempo de viaje a la velocidad de la luz requerido para mostrar
una imagen de la fecha correcta en el cristal. Para nosotros, los que controlamos esta máquina, la
imagen de fondo mostrada en la pantalla de vidrio es fija, sin cambios ni distorsiones” concluyó
el profesor.

“Ahora, por favor, dondequiera que lleven sus asientos durante nuestras lecciones, recuerden
siempre ajustarse los cinturones” anunció Chronos, gratamente impresionado por el dinamismo e
interés de aquellos jovencitos.

“¿Y por qué usar cinturones?” preguntó Josh, observando los arneses en las sillas.

“A veces el realismo de las escenas puede resultar abrumador, por lo que al principio es
necesario que los alumnos permanezcan sentados. También hay una baranda de seguridad entre
el espectador y la pantalla, para prevenir posibles accidentes” explicó el profesor.

“¿Abrumador? ¿Qué querrá decir con eso?”, se preguntó Josh, pensando en voz alta

Como si leyera la mente de los niños, Chronos cotinuó

“Ahora, en esta zona”, el profesor caminó hasta el área ubicada entre la primera fila de asientos y
la pantalla de cristal, “ocurre un fenómeno bastante extraño. Al estar frente a la pantalla, la
imagen que observamos parece crecer de manera extraordinaria hasta que llega a su tamaño
normal. Las primeras veces es un poco desorientador, y es posible desmayarse, de ahí el uso de
la barandilla de seguridad. A mí me pasó la primera vez, tropecé con la pantalla, lo que acarreó
serias consecuencias de las que les hablaré después”.

Emma, Josh y Leo intercambiaron miradas de asombro, pero Francheska, por su breve
experiencia anterior, ya sabía de lo que hablaba el profesor.

“Ahora, en la clase de mañana”, concluyó el profesor “quiero llevarlos a los inicios del tiempo en
la Tierra. Una vez que podamos entender cómo empezó la vida en el planeta, seguiremos
minuciosamente su largo proceso evolutivo, a partir de sus orígenes, en la era Precámbrica”.
Chronos consideraba que ya aquellos niños habían pasado las pruebas a las que los había
sometido, y, en consecuencia, estaban en capacidad de apreciar en su totalidad las imágenes
dentro del cilindro del tiempo. “Por favor, vayan investigando un poco antes de nuestra próxima
clase”.

Francheska observó el intercambio de miradas cómplices entre Josh y Leonora. Estos inquietos
niños ya podían ver que éstas serían las lecciones más dramáticas y realistas que habían recibido
sobre Historia de la Tierra y la evolución de sus formas de vida. Estas eran lecciones que ningún
otro estudiante había tenido la oportunidad de experimentar.

Al final, la advertencia de costumbre: “Bajo ninguna circunstancia deberán hablar de esto con
nadie”.
Capítulo X: El Tiempo Geológico en el papel higiénico

La tarde siguiente, el profesor Chronos salió de su cabaña con un gran rollo de papel higiénico en
la mano. El papel aleteaba en la cálida brisa, mientras el profesor se dirigía hacia el sitio donde lo
aguardaban los cuatro niños, frente a las pesadas puertas de madera del observatorio.

“¿Qué irá a hacer con eso?” murmuró Leonora con picardía, como tratando de inventar una
explicación risible al extraño comportamiento del profesor.

“¡Hoy es un día glorioso! Demasiado agradable como para quedarse encerrados en ese aburrido
salón” exclamó Chronos, con alegría, “hoy voy a hablarles sobre el Tiempo Geológico, pero les
enseñaré a la manera antigua. Comenzaremos la lección de esta tarde aquí, fuera del
observatorio”, dijo el profesor Chronos, dirigiéndose hacia una parte alejada del claro, hasta
donde llegaba el césped y empezaba la densa pared de árboles del bosque. La calidez de la
primavera inundaba el aire. Tenía razón, era un día perfecto, demasiado hermoso para estar
encerrados. Coloridos manojos de azafrán, sobre la grama, llenaban aquel ambiente con su
fragancia, mientras las mariposas aleteaban perezosamente ante el tibio sol de la tarde.

El profesor tomó una pequeña roca para sujetar uno de los extremos del rollo de papel higiénico
y empezó a desenrollar el resto sobre la grama. Los niños lo observaban fascinados, tratando de
adivinar qué intentaba hacer, la blanca cinta de papel se hacía más larga. Chronos continuó
desenrollando el papel alrededor del observatorio, describiendo un amplio arco, dirigiéndose al
otro extremo del claro. La cinta de papel era ahora tan larga que el profesor desapareció por el
oscuro camino que se extendía bajando la colina. Los niños se apresuraron a alcanzarlo.

“No sabía que un rollo de papel higiénico podía ser tan largo”, dijo Leonora con cierta picardía,
mientras pensaba en algún comentario gracioso, ante aquel singular comportamiento del
profesor.

“Este rollo de papel representa la Tierra, 4600 millones de años, desde sus ardientes y explosivos
comienzos, para ser más preciso” dijo el profesor Chronos, con marcado dramatismo en su
expresión. Arrancó las últimas ochenta hojas y las metió en sus bolsillos, dejando así, el largo
total del rollo de papel en 920 hojas. Se dirigió a los niños, sosteniendo una hoja de papel en sus
manos.

“Cada hoja del rollo representa exactamente cinco millones de años de tiempo terrestre.
Partiendo desde los orígenes, quiero que marquen en el rollo, cada uno de los grandes Períodos
Geológicos de la larga historia de la Tierra, y algunos de los eventos más resaltantes. Recuerden,
cada pedazo de papel representa cinco millones de años, una cantidad de tiempo fenomenal en sí
misma. En esa pequeña porción del rollo, un volcán puede entrar en erupción desde el suelo
oceánico, transformarse en una isla del tamaño de Hawái, con su propio ecosistema de plantas y
animales únicos en el mundo, para luego erosionar hasta desaparecer por completo bajo las olas,
dejando apenas un círculo de arrecifes de coral como evidencia de su existencia.

Tomen este manojo de cartas. Cada una tiene escrito un evento y fecha importante” concluyó el
profesor, entregándole a cada uno una pila de cartas amarillas. “Aquí comenzamos, coloquen
cada carta en su lugar correspondiente en la línea de tiempo de la Tierra. Josh comenzó a contar
de a cinco millones de años por cada hoja a lo largo de la cinta blanca, mientras sus compañeros
lo seguían, marcando los eventos importantes y colocando las cartas, según las instrucciones del
profesor: la formación del primer océano, las primeras formas de vida unicelulares, los primeros
peces, la aparición de la vida sobre la tierra, solo les tomó algunos minutos cruzar la mayor parte
del claro y estaban sorprendidos por lo rápido que se movían y por la poca cantidad de cartas
importantes que habían colocado a medida que se acercaban al final de la cinta de papel.

A solo trece hojas del final del rollo (65 millones de años) habían puesto la carta que marcaba el
final de la era de los dinosaurios, luego de un par de pasos más, alcanzaron el final de la cinta.
Habían llegado a la hoja que representaba los últimos 5 millones de años, con un manojo de
cartas en las manos, que incluían el nacimiento de Hawái (hace 1 millón de años), la aparición de
los primeros humanos modernos en África (hace 120 mil años), la gran migración hacia América
a través del Estrecho de Bering (hace 10 mil años) las primeras grandes civilizaciones de la
humanidad (2.000 años A. C.)

“Los humanos modernos… 120 mil años… de 5 millones…” calculaba Leo con rapidez “eso es
solo un 40avo (1/40) de la hoja final”.

“Los primeros grupos humanos solo evolucionaron al final de la última hoja del rollo. Y, llevado
a esta escala, toda la historia escrita de la humanidad se podría medir en esa maraña de fibras que
hay en las pequeñísimas perforaciones del rasgado de la última hoja de este rollo de papel”
añadió Josh con incredulidad “¡no hay espacio para colocar todas estas cartas!”.

“Bueno, nunca me percaté de cuántos eventos históricos podían caber en una hoja de papel
higiénico. La próxima vez cuidaré la cantidad de papel que utilizaré” respondió Leonora
complacida de haber podido decir, finalmente, un comentario ocurrente, acorde al momento.

El profesor Chronos caminó hacia la última de las 920 hojas del rollo de papel, donde lo
aguardaban, pensativos, los cuatro niños. “Asombroso, ¿verdad? Si no ven el tiempo Geológico
de esta manera, nunca podrían apreciar lo que significan ¡4600 millones de años! Dada esa
enorme cantidad de tiempo ¡cualquier cosa pudo ocurrir!”.
“¡Y así fue!” dijo Josh “aquí estamos todos, en este claro del bosque, ¡todavía pensando en cómo
llegamos hasta aquí!”
“Y en esas pequeñísimas fibras al final de la última hoja, Josh”, concluyó el profesor, “en ese
increíblemente corto espacio de tiempo, nosotros, los seres humanos, hemos surgido de las
sombras de la evolución, hemos llegado a ser la especie dominante sobre las demás,
transformándonos, además, en administradores de ese dominio. Esto nos deja una lección. Esta
clase debería servir para enfatizar nuestra responsabilidad en ese compromiso, en esa posición de
la que hoy gozamos sobre todas las demás formas de vida”.
Capítulo XI: La Tierra y sus explosivos orígenes

“Ahora que han aprendido lo esencial, entremos y veamos cómo ocurrió todo en realidad” el
profesor condujo a sus emocionados estudiantes hacia el observatorio y el laboratorio
subterráneo.

“Ahora, si ajustamos los controladores tan lejos en el tiempo como podamos, a 4600 millones de
años en el pasado, podremos ser testigos del nacimiento del planeta Tierra. Esta máquina utiliza
un tipo de fotografía de intervalos de tiempo con una escena fija, seleccionada cada 1.000 años,
reproduciendo la secuencia completa en la pantalla de cristal a un promedio de 10 imágenes por
segundo para dar la impresión de movimiento. Así avanzamos en el tiempo. Esto significa que
tomará alrededor de 500 segundos, o sea, 8 minutos, ver el tiempo representado en cada hoja del
rollo de papel higiénico. Cada paso en el tiempo se graba en el objetivo del contador del tiempo.
El Algoritmo, una forma de Inteligencia Artificial, compara cada imagen con la anterior, para
determinar si ha habido cambios significativos en las escenas, combinando hora del día, época
del año, condiciones climáticas, etc., de manera que haya coherencia en la escena representada
en la pantalla.

Si no hay cambios, se examina la próxima imagen, y así sucesivamente. En el caso de algún


cambio catastrófico, como el impacto de un meteorito o una erupción volcánica, el algoritmo
busca imágenes a intervalos de tiempo más y más cortos, hasta que la secuencia de movimientos
entre una imagen y otra sea lo suficientemente fluida a la vista de espectadores como nosotros.
En otras palabras, siempre veremos la Historia en movimiento, en lugar de simples fragmentos e
imágenes fijas. De hecho, el Algoritmo cada vez funciona mejor”.

“La cara del profesor parece una vieja imagen fija ¿verdad?” susurró Josh golpeando la oreja de
Leonora con una pequeña liga elástica.

“¡Oye, no hagas eso!” protestó Leonora, molesta “Estoy tratando de entender toda la teoría.
Quizá seamos los primeros y últimos en ver esta máquina funcionando”.

“Sí, eso si llegamos a verla funcionar” bostezó Josh

“Shhhhh ¡Josh, Leo!, ¡cállense!” siseó Emma

“… Y bien, con todo ocurriendo sin distorsiones ni interrupciones, el observador ni imagina el


complejo proceso de cálculos matemáticos que hay detrás de cada imagen. Ahora, permítanme
demostrarles por medio de un ejemplo”.
“¡¡¡Sííííííí!!! ¡Aquí vamos!” gritaron Josh y Leo, mientras todos se irguieron en sus sillas.
“Recuéstense en sus asientos, disfruten la lección y observen el explosivo origen de la Tierra, a
partir de una simple nebulosa solar”. Concluyó Chronos así esta parte de la clase.

La pantalla de cristal empezó a brillar, primero de manera muy tenue, incrementando


paulatinamente su intensidad e inundando la habitación con un resplandor entre anaranjado y
rojizo”. Francheska imaginaba que casi podía sentir un intenso calor.

“Ese es nuestro Sol” exclamó el profesor, señalando la bola solar que giraba en la inmensidad
llena de estrellas del espacio sideral. “Nuestra joven estrella. ¿Pueden ver cómo el Sol extiende
ese disco aplanado alrededor de su ecuador, como los anillos de Saturno? Así como una bailarina
abre sus brazos durante el giro para disminuir la velocidad, de la misma forma nuestro Sol se está
desacelerando rápidamente. Son ustedes testigos del nacimiento de nuestro sistema solar y de sus
planetas”.

Masas concentradas de ardiente materia roja y brillante empezaron a integrarse en el disco solar,
fusionándose gradualmente en bolas giratorias, condensándose y endureciéndose bajo su propia
gravedad. Los protoplanetas comenzaron a dibujar franjas, con los pequeños planetoides
amalgamándose en planetas más grandes, como los conocemos hoy en día.

“Miren, allí está la proto Tierra” la voz del profesor rompió la atmósfera hipnótica de aquella
escena. “Es el tercer planeta después del Sol” Gradualmente se hizo más grande, haciéndose más
y más claramente definido a medida que se abría paso durante el crecimiento del disco solar,
girando e integrando escombros de materia espacial hacia su creciente núcleo”.

“¿Cuánto le tomó a la Tierra el transformarse en ese planeta sólido y estable, al punto de poder
albergar vida?” preguntó Josh

“La mayoría de la gente piensa en la Tierra como un planeta sólido y estable, Josh. Es por eso
que ahora mismo quiero mostrarles su historia completa, empezando con sus explosivos
orígenes, en el Eón Hadeano, llegando hasta la era actual, todo en unos cuantos minutos. Piensen
que están presionando el botón de avance rápido de algún reproductor de video. Solo así podrán
apreciar cuán increíblemente dinámico era el planeta Tierra en aquel entonces, tanto como lo es
ahora”.

El profesor Chronos ajustó la imagen en el cristal, haciendo una ampliación del planeta Tierra y
mostrando su superficie: un resplandeciente mar de roca derretida que se extendía de horizonte a
horizonte, el reloj de la máquina del tiempo marcaba como fecha de destino 4.600.000.000 de
años antes de nuestra era. El cielo, de un rojo intenso, estaba vivo, con llameantes franjas
anaranjadas entrecruzándose en el vacío, hasta chocar con la superficie del planeta. El profesor
se reclinó en su asiento y empezó su relato.
“Son ustedes testigos de primera mano del ímpetu furioso y encendido del Hades, el Eón
conocido como el Hadeano”.

Los números del contador de la máquina se movían rápidamente en cuenta regresiva de cientos
de millones de años, a tal velocidad que solo fue posible leer los dos primeros dígitos: 46, 45, 44.
Francheska recordó la ardiente espuma anaranjada que rebosaba en la olla llena de la sopa de
tomate favorita de su madre, mientras una delgada capa de corteza empezaba a formarse sobre la
derretida superficie de la Tierra, primero aquí y allá, para luego extenderse lentamente a lo largo
de mares de roca líquida. Muy delgada al principio, el intenso bombardeo de meteoritos parecía
golpearla y salpicarla, rompiendo la corteza a medida que ésta se hacía más sólida.

El contador siguió bajando velozmente por cientos de millones de años, 43, 42, 41, 40, 39. La
corteza empezó a hacerse más permanente ahora que la lluvia de meteoritos había disminuido
considerablemente. Todavía había caídas dispersas aquí y allá, de un rojo brillante, mientras la
corteza comenzó a formar pliegues sueltos, como cuando se empuja una alfombra sobre un piso
pulido y liso.

El contador seguía en retroceso, 39, 38. 3800 millones de años, era el final del Eón Hadiano y el
inicio del Eón Arcaico y la formación de las primeras rocas del planeta.

“La corteza terrestre finalmente se ha estabilizado” anunció el profesor. “Ya se ha enfriado lo


suficiente como para que el agua de lluvia no hierva y se evapore al tocar la superficie”. Todos
vieron cómo comenzó a acumularse en pequeños charcos en las regiones más bajas. Ante sus
ojos estaban naciendo los primeros océanos de la Tierra, primero como pequeños pozos
dispersos que crecieron hasta cubrir la mayor parte de la superficie.

38, 37, 36, 35, continuó la cuenta regresiva, hasta que los niños y el profesor pudieron distinguir
las colonias de formas de vida unicelulares. Los arrecifes submarinos de estromatolitos con
forma de hongos, parecidos al coral, empezaron a formarse en las aguas tibias y poco profundas,
bajo aquel extraño y rojizo cielo, carente de oxígeno.

“¿Sabían que esas bacterias fotosintéticas que depositan Carbonato de calcio todavía se pueden
encontrar, aún con vida en Shark Bay, al occidente de Australia?” La voz del profesor rompió
aquella suerte de trance hipnótico en el que todos estaban “si no estuviese tan lejos, los llevaría a
bucear en ese lugar”.

Así, el contador seguía girando, 34, 33, 32, 31, 30. Los arrecifes de estromatolitos lentamente
empezaron a cubrir todos los mares poco profundos, formando enormes lechos de piedra caliza,
las primeras rocas sedimentarias orgánicas del planeta. Por largo rato, nada parecía ocurrir, a
medida que el contador avanzaba rápidamente, hacia el final del Eón Arcaico, 29, 28, 27, 26, 25,
y a través del largo y prolongado Eón Proterozoico, 24, 23, 22, 21, 20, 19, 18.
“Ahora, durante estos tiempos proterozoicos” continuó Chronos, “la vida bacteriana llega a un
punto crítico, en el cual el oxígeno que produce, a través de la fotosíntesis, comienza a
conformar la atmósfera primitiva. Es entonces cuando ocurre algo muy extraño”.

Espontáneamente, empezaron a formarse opacas columnas en los océanos, nubes en forma de


hongo, de un brillante color rojo cereza, sobre un fondo azul, extendiéndose rápidamente hasta
desaparecer, tan abruptamente como se habían formado.

“¿Qué ocurre, profesor?” preguntó Josh “¡los océanos están parpadeando entre rojo y azul, como
un tipo de luz estroboscópica gigante!”.

“Eso es debido al oxígeno, Josh” respondió el profesor, “todo el hierro disuelto en los océanos se
está combinando con el oxígeno ahora disponible. El oxígeno está oxidando o corroyendo el
hierro. ¡Miren eso, los mares se están corroyendo ante nuestros ojos! La razón de ese parpadeo
alterno entre rojo y azul es que el oxígeno está formando la atmósfera primitiva, se hace
altamente tóxico para todas las formas de vida bacterianas que lo producen, provocando la
extinción de gran número de bacterias. Los niveles de oxígeno llegan casi a cero nuevamente, y
los océanos de la Tierra se hacen claros y azules una vez más.

Este ciclo de lleva a cabo de forma estacional, cada verano, cuando los mares se transforman
repentinamente en esa especie de enorme olla de sopa de tomate, cuyo color rojo lo provocan
pequeños cristales de óxido de hierro. Miles de estos cristales caen al suelo marino durante cada
estación, y lentamente se transforman en grandes depósitos sedimentarios de hierro. Esa es la
principal fuente mineral de hierro en la actualidad.

Este delicado ciclo anual continúa hasta que se agota la fuente de hierro liberado, permitiendo
que los niveles de oxígeno atmosférico se acumulen permanentemente”.

17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, nueve, ocho, siete, seis, el contador finalmente empezó a bajar la
velocidad.

“Miren, ahora estamos llegando a hace 650 millones de años” dijo el profesor con entusiasmo “el
inicio del Período Ediacárico y el comienzo de nuevas formas de vida pluricelulares más
complejas, capaces de desarrollarse con estos niveles de oxígeno… creo que con esto terminará
nuestra lección de hoy. Mañana veremos con más detalle cómo evolucionó la vida en los océanos
actuales”.
“Ahora, les recuerdo que no deben hablar de esto con nadie” recalcó el profesor aquella frase que
se había hecho costumbre al final de cada lección. Lo había dicho tantas veces que Josh no podía
más que protestar, haciéndose eco del resto del grupo.
“Pero ¿por qué esta máquina extraordinaria debe permanecer en secreto, profesor? Después de
esta lección solo quiero ir allá afuera y hablarle sobre esto a la gente. Tendré que aguantarme las
ganas de corregir cualquier error de alguno de nuestros profesores durante las clases de Historia
en la escuela. Una máquina como esta no debería estar escondida en un sótano. El mundo debería
saber sobre esto”.

“Les repito, su honestidad hace que no sean capaces de medir los riesgos y el peligro que
acarrearía revelar este secreto al resto de la comunidad” el profesor miró a Josh con cariño “sería
imposible mantener la máquina dentro de la escuela. Ni siquiera puedo imaginar las
consecuencias. Por ahora confía en mí, Joshua. Pronto te haré entender la necesidad de mantener
todo esto en secreto”.

Cambiando de tema, el Chronos continuó, “mañana quiero que comencemos nuestro viaje por
cada uno de los períodos del Tiempo Geológico, estudiando uno por lección, empezando por el
período Ediacárico, el cual marca, esencialmente, el inicio de la vida compleja en este planeta.
Desde allí, avanzaremos en el tiempo hasta el presente. Quiero que cada uno de ustedes prepare
su propia carta de navegación en el tiempo, de manera que tengan idea de dónde encaja cada
cosa. Terminaremos en el Período Cenozoico, al cual dedicaremos varias lecciones, pues, en esta
etapa ocurrieron eventos de suma importancia para el desarrollo de las condiciones apropiadas
que llevaron a la aparición de los primeros seres humanos en África”.
Capítulo XII La era Ediacárica - Los albores de la vida

Al día siguiente, el profesor comenzó la lección donde habían quedado la noche anterior, 650
millones de años en el pasado.

“Como podrán imaginar, es muy difícil para este telescopio obtener imágenes submarinas. Sin
embargo, filtrando imágenes recopiladas en esos días poco comunes, cuando el mar está calmo y
cristalino, he podido preparar la siguiente historia para ustedes”.

La escena Ediacárica en el cilindro de cristal parecía un enorme acuario, en el cual se podían


apreciar todos los tonos azules concebibles, desde el aguamarina más claro en la superficie, hasta
la oscuridad oceánica más profunda, hacia el fondo. El tanque estaba lleno de extrañas criaturas
de cuerpo blando y transparente, parecidas a medusas, pero tan suaves y delicadas como
servilletas flotantes. Casi todas permanecían suspendidas en un solo lugar, o se movían
lentamente, propulsadas por finos cilios, parecidos a hebras de cabello.

“Estas tempranas formas de vida no son más que grupos organizados de células que absorben,
directamente del agua del mar, los nutrientes que necesitan. Inicialmente dominaban los océanos
del mundo, allí vagaban libremente y desarrollaban sus estrategias de depuración”. El profesor
Chronos prosiguió su discurso, hablando a grandes rasgos sobre el resto del Período Ediacárico y
dándoles a entender a los niños que la vida se mantuvo igual durante mucho tiempo.

“Así, la vida permaneció inalterable hasta que se desarrolló una criatura que cambiaría por
completo el curso y la rapidez de la evolución desde ese momento en adelante. Fue hace más o
menos 575 millones de años cuando esta criatura apareció por primera vez. Así estalló una
guerra salvaje, una especie de carrera armamentística evolutiva que no ha parado desde que
aparecieron los primeros depredadores en escena”.

“Observen. Pueden ver cómo ocurre aquí”, dijo el profesor señalando un sitio en el tanque donde
dos de las criaturas parecidas a medusas flotaban una cerca de la otra, “Cuando una de estas
criaturas se cruza en el camino de otra, ésta segrega enzimas orgánicas, o ácidos naturales, lo
suficientemente poderosos para disolver las paredes de la célula de su desafortunada víctima.
Esta ventaja le da al depredador acceso directo al citoplasma de la célula, rico en proteínas. Las
especies de presa con mayor capacidad para evitar estos encuentros infortunados fueron, por
selección natural, las que sobrevivirían. De igual manera ocurriría con los depredadores más
inteligentes para planificar estos encuentros”.

“Es un mundo donde ‘perro come perro’, profesor, o ¿debería decir… ‘medusa come medusa’?”
dijo Josh, como resumiendo toda aquella información.
“Se sabe muy poco sobre estas criaturas primitivas”, continuó el profesor, “porque sus cuerpos,
blandos y gelatinosos, no se preservaron bien como fósiles. Solo existen algunos lugares en el
mundo, cuyas excepcionales condiciones permitieron su preservación. Los ejemplos más
conocidos incluyen a Ediacara, en los Montes Flinders, al sur de Australia, y Mistaken Point, en
Canadá, para nombrar dos que representan casi la totalidad.

Ahora, mañana iremos al período Cámbrico, y seremos testigos de los cambios que tomaron
lugar en el planeta de allí en adelante”.
Capítulo XIII: La explosión de la vida

“Bien, entonces, continuemos el viaje por el tiempo” anunció el profesor la tarde siguiente,
ajustando el marcador y diciendo, con cierto dramatismo: “Ahora, a 570 millones de años en el
pasado, prepárense para entrar al periodo Cámbrico, una era grabada en los registros fósiles,
cuando múltiples formas de vida, literalmente, aparecieron en una explosión, sobre el primitivo
suelo de los mares”.

La pequeña clase observaba el tanque, mientras el profesor seguía hablando. Pequeñas criaturas
parecidas a lombrices y gusanos, de todas las formas y tamaños, empezaron a aparecer,
recorriendo todo el fondo marino en busca de alimento, mientras otras solo flotaban a mediana
profundidad. Diferentes animales vagaban por los antiguos arrecifes de estromatolitos y esponjas
calcáreas.

“Estos arrecifes bordean las costas continentales poco profundas, y son el hogar de una gran
variedad de criaturas marinas. Observen dentro de todos esos rincones y grietas”, explicaba el
profesor, entusiasmado, “¡están llenos de vida! Hay moluscos (caracoles marinos), equinodermos
(erizos de mar) e incontables trilobitas deambulando por el agua, cada uno en su propia dinámica
de vida. Casi cada Phylum o grupo de especies de seres vivos está representado aquí, en el
Cámbrico”.

“¡Trilobitas!” interrumpió Josh, “¡Están todos allí! ¡No puedo creer que realmente esté viendo
todo esto!”

“Así es, Josh, aparecieron entre muchas, muchas otras criaturas”

Josh se levantó de su silla emocionado y se acercó al cristal para ver mejor, pero se detuvo al
sentirse un poco mareado y desorientado. Se veía notablemente pálido.

“Por favor, Josh, regresa a tu asiento y ajústate el cinturón de nuevo” le dijo el profesor en tono
de advertencia.

“¡Miren!” el profesor señaló a una criatura segmentada, de color rosado, parecida a una anguila,
que se dirigía, con su nado ondulante, hacia la parte más alta del arrecife. “Esa es Pikaia, un
protocordado, una de las primeras criaturas en desarrollar un manojo de nervios envueltos, una
especie de médula espinal primitiva, a lo largo de su espalda, ¡es quizá el miembro más antiguo
de nuestro Phylum como especie! Todo su proceso evolutivo tomó lugar en un tiempo muy
corto, ¡algo así como 10 millones de años! ¿Pueden creerlo? La vida durante este período era
asombrosamente diversa, pero geológicamente, toda la evidencia sobre este tiempo se obtuvo en
algunos sitios clave, como el Esquisto de Burgess, en el Parque Nacional Yoho, en Canadá;
Sirius Passet, en Groenlandia; y Chenglian, en China”.

“Miren… por allá... es el depredador Anomalocaris, el rey de los mares del Cámbrico”, dijo el
profesor, emocionado, señalando a una criatura de cuerpo ovalado, con ojos de forma abovedada,
sobresaliendo en un par de tallos, flotando inocuamente, por medio de una serie de membranas
ondulantes ubicadas a los lados de su cuerpo.

“¿Qué? ¿Esa cosa fea e insignificante?” Dijo Emma “parece un platillo volador, pero con ojos”

Justo en ese momento, un Cangrejo de encajes de Marella flotaba perezosamente debajo del
Anomalocaris, que estaba al acecho y era prácticamente invisible en las sombras. Entonces, en
un abrir y cerrar de ojos, muchísimos tentáculos de agarre, parecidos a serpientes, se desplegaron
de alrededor de la boca del Anomalocaris, atrapando al desprevenido cangrejo y arrastrándolo
hacia dentro de la boca del depredador. Una pequeña mancha de sangre apareció como un
soplido en el agua, mientras las afiladas fauces del aparato bucal del Anomalocaris trituraban el
exoesqueleto (el caparazón externo) del Cangrejo de encajes.

“Tu feo e insignificante platillo volador es realmente una pequeña, pero efectiva máquina
asesina, Em”, dijo Josh.

“Sí”, prosiguió el profesor, “Aunque en los océanos del Cámbrico realmente no existían enormes
criaturas, la gran batalla entre depredadores y presas, o lo que podría llamarse ‘la carrera
armamentística de la evolución’ de la que hablamos ayer, se hacía, rápidamente, más intensa.
Con solo una elección para sobrevivir en los mares: adaptarse o perecer.

En este período, las células desarrollaron la habilidad de depositar minerales como ‘partes
duras’, dientes, caparazones o conchas, y posteriormente hueso. Esa guerra se recrudeció, entre
aquellos animales con dientes que resultaron con ventajas al comer otros animales que resultaron
la fuente ideal de proteínas y aquellos que parecían defenderse cubiertos por duros
caparazones… y es una batalla que ha continuado desde entonces. A medida que los dientes de
los depredadores se hacían más fuertes, los caparazones y conchas de las presas aumentaban en
grosor y eran más fuertes y resistentes a los ataques, sin que en estos cambios mediara la
elección consciente de alguna criatura individual, solo se estaba cumpliendo la simple ley de ‘la
supervivencia del más apto’”, concluyó el profesor.

“Todas las formas de vida (Phylum), parecen haber surgido de la nada durante este período, pero
como pueden ver” prosiguió Chronos, “para este momento la vida no era más abundante que
antes, solo que ahora es diferente y dominada por criaturas con caparazones. Por eso, cuando las
enciclopedias hablan sobre ‘una explosión de vida en el Cámbrico’, lo que eso realmente
significa es ‘una explosión, en todo el mundo, en el número de animales con partes duras, como
caparazones y dientes’, porque, como podrán imaginar, los animales de cuerpo blando y suave,
tienden a pudrirse más rápido y son más difíciles de fosilizar sobre las rocas que las criaturas con
partes duras”.

“Sí, como la cabeza de Josh…se preservaría muy bien” dijo Emma en voz baja, provocando la
risa contenida de Leonora. Emma no podía resistirse a cualquier oportunidad propicia para la
ocurrencia, para el comentario pícaro “… es extremadamente dura, perdurable y fácil de
fosilizar”.

“Así que, en lugar de decir ‘hubo una gran explosión de vida en el Cámbrico” continuó el
profesor Chronos, imperturbable ante las risas de los niños “más bien debería decirse que durante
el Cámbrico tuvo lugar una ‘gran explosión de depósitos fósiles’, y ya para el final del
florecimiento de este período Cámbrico, cada línea mayor de la vida en el planeta había hecho su
aparición, desde los protozoarios unicelulares hasta los protocordados más complejos (animales
dotados de un sistema nervioso central y del mismo Phylum al que pertenece la especie
humana)”. Luego de detenerse un momento para tomar aliento, Chronos prosiguió “Quizá uno de
los avances más significativos en el período Cámbrico fue el desarrollo del sentido de la vista.

Comenzó con células fotosensibles, capaces de distinguir la noche y el día, y de percibir la


sombra de un posible depredador. Posteriormente, estos ojos se hicieron más sofisticados,
evolucionando hasta lentes transparentes para concentrar la luz en las células fotosensibles. Los
ojos compuestos, en forma abovedada, de los Trilobitas, contienen cientos de estos lentes, lo que
les permite a estas criaturas una visión nítida, a 360° a la redonda. Así, el Phylum Artrópodo, el
cual incluye a los Trilobitas, tenía una ventaja táctica en esta ‘carrera armamentística del
Cámbrico’, llegando a dominar todo el período.

Al final del Cámbrico, el curso natural de la evolución fue drásticamente alterado por una gran
extinción, el primero de al menos siete grandes desastres cataclísmicos parecidos, que han
tomado lugar durante el tiempo geológico. El golpe más fuerte lo recibieron los Trilobitas, las
esponjas de arrecife y los braquiópodos. Nunca recuperaron el dominio que habían tenido sobre
los mares”.

“Por favor, ¿podemos ver lo que está ocurriendo en tierra firme en este momento?, me gustaría
ver cómo era. También debe haberse visto completamente diferente”.

“Por supuesto, Leonora” el profesor ajustó el marcador de la posición geográfica hacia uno de
los continentes “pero aún no esperes ver ninguna forma de vida allí”.
La escena representada en la cámara de cristal cambió, pasando del fondo submarino a un paisaje
rocoso y desnudo.
“Puede que no haya vida” exclamó Leonora “pero miren toda esa actividad. Nunca imaginé que
pudiera ser tan salvaje”.

Cadenas de volcanes se extendían hasta donde llegaba la vista, todos con ondulantes penachos de
ceniza sobre sus cimas y arrojando brillante lava, que formaba ríos color escarlata que a su vez
bajaban por sus flancos desnudos y lacerados. Densas nubes de tormenta, alimentadas por el
intenso calor y las corrientes ascendentes, se agrupaban alrededor de los picos de las montañas,
arrojando rayos en un brutal staccato de repentinos destellos, mientras fuertes chubascos
alimentaban torrentes llenos de barro y escombros que corrían por las llanuras circundantes.

“La corteza terrestre es aún muy joven y delgada en esta etapa, y de hecho es muy activa. Pueden
ustedes ver cuán enérgicas eran las fuerzas de la naturaleza en ese entonces, comparado a lo que
experimentamos hoy en día”. El profesor Chronos volvió al panel de control.

“Quiero adelantarme para tomar una vista más amplia del planeta, de manera que puedan ser
testigos de la brutal cadena de eventos que llevó a la extinción de la vida durante el período
Cámbrico”.

La escena cambió de nuevo, regresando a una imagen del planeta, visto desde el espacio exterior.
Se estaba formando el hielo permanente, lentamente al principio, parecía una capa de azúcar glas
alrededor de las cadenas montañosas y en los continentes más cercanos a los polos, que comenzó
entonces a crecer como tentáculos de hielo glacial, extendiéndose hacia afuera y en dirección a
los mares, hasta cubrir la mayor parte de los continentes.

“Ahora estamos a 490 millones de años en el pasado. ¿Pueden ver lo que ocurre?” Preguntó el
profesor Chronos. “El nivel del mar está bajando a medida que las capas de hielo crecen en los
continentes. Todas las placas continentales poco profundas están quedando expuestas hasta los
bordes de las pendientes de los continentes, además, el hielo glacial se está abriendo paso a
través de ellas, dejando marcados profundos surcos. No puedo imaginar algo más desastroso para
la vida que había evolucionado en los tibios mares poco profundos, alrededor de los continentes,
durante 3000 millones de años”, el profesor continuó sus reflexiones, “incapaz de vivir en tierra
firme o sobrevivir en los profundos y fríos océanos, la vida del Cámbrico fue, literalmente,
llevada a la extinción total, a medida que su hábitat fue aniquilado, aplastado por la expansión de
las capas de hielo y la disminución de los niveles del agua del mar.

Todas las formas de vida perecieron, desapareciendo en cantidades abrumadoras, llegando a


extinguirse hasta tres cuartas partes de todas las especies vivientes sobre la tierra. Así, este
evento cerró el telón de la época Cámbrica, abriendo el paso a la otra etapa: el período
Ordovícico, materia de la lección de la próxima semana”.
Esa noche, durante la cena, los cuatro amiguitos apenas podían contener la emoción, haciendo
esfuerzos para cumplir la promesa de confidencialidad tantas veces hecha al profesor Chronos:
no mencionar nada a sus compañeros de clase sobre la maravillosa aventura de haber sido
testigos de primera mano del nacimiento de la vida en el planeta, una espectacular historia en
vivo. La próxima lección tardaría una eternidad en llegar.
Capítulo XIV: Hacia el Ordovícico, el Silúrico y el Devónico: la vida es empujada a tierra firme

Tan pronto como sus ansiosos estudiantes estuvieron cómodamente sentados, el profesor
Chronos dio inicio al siguiente capítulo de la historia de la tierra, con su característica pompa y
ceremonia. “Durante las próximas semanas, nos dirigiremos a los períodos Ordovícico, Silúrico
y Devónico, que transcurrieron entre 460 y 360 millones de años antes de la época actual. Lo
más importante, durante estos tiempos las formas de vida vegetales y animales evolucionaron,
desarrollando estrategias para poder vivir en tierra firme”.

Leo se movía con impaciencia en su asiento, levantando la mano, y haciendo preguntas una tras
otras, apenas esperando el permiso para hablar. “Pero, lo que no puedo entender, profesor, es
¿por qué los animales se molestaron en moverse hacia la tierra firme, abandonando la comodidad
que tenían en los océanos?”.

“Exactamente el por qué lo hicieron, Leo, nos ubica en el desastre geológico del que fuimos
testigos en la parte final de la lección de la semana pasada. La evolución parece funcionar mejor
cuando es estimulada, retada, como cuando un estudiante desganado trabaja mejor si es puesto
bajo presión” el profesor Chronos sonrió ante su inteligente metáfora.

“La ocupación de la tierra firme se vio apresurada debido al hecho de que las condiciones de
vida en las aguas poco profundas de las placas continentales se hicieron increíblemente difíciles.
Cuando la vida fue prácticamente extinguida debido a la era del hielo, al final del Cámbrico, y
por el descenso de los niveles en el agua del mar en el planeta, ¡se dio de nuevo el caso de
adaptarse o perecer! Había poca elección. La vida fue literalmente empujada a tierra firme”. El
profesor Chronos se dirigió hacia el panel de control y encendió el proyector.

“A medida que los niveles del mar volvían a subir, después de la extinción de la vida al final del
Cámbrico, nuevas y diferentes formas de vida se movieron hacia los nichos que quedaron vacíos
luego del desastre” Chronos señaló hacia el azul profundo del tanque, continuando con su
monólogo, “los depredadores finalmente han tomado su lugar en la jerarquía de la naturaleza,
con artrópodos marinos carnívoros, parecidos a escorpiones, los Euriptéridos, vagando por los
océanos, ¡llegando a alcanzar, algunos de ellos, el tamaño de un tiburón!”.

Captando por completo la atención de los cuatro estudiantes, con cierto aire circunspecto, el
profesor Chronos se detuvo brevemente para tomar un sorbo de agua de un vaso que tenía
dispuesto para tal fin.

“De la vida en los pozos costeros y rocosos poco profundos, fueron los escorpiones, las arañas y
milípedos los primeros en llegar a tierra firme durante el Silúrico. Encontraron refugio en las
primeras plantas que empezaron a colonizar el borde de las aguas durante el Ordovícico, dejando
el mar, en un principio, por breves períodos. Como podrán imaginar, el proceso completo tomó
mucho tiempo. De los escorpiones marinos (Euriptéridos) evolucionó el escorpión terrestre.
Posteriormente, durante el Devónico, a medida que el número de peces crecía de manera rápida,
los primeros anfibios abandonaron las aguas en busca de nuevos hábitats. Caminando lentamente
hacia las ciénagas inter mareales, utilizaron sus aletas frontales para moverse a lo largo de este
ambiente de suelo blando y fangoso. Las branquias fueron sustituidas por pulmones, y sus aletas
frontales y traseras gradualmente se hicieron más ágiles y fuertes. Aun así, no eran capaces de
alejarse mucho de la costa, pues necesitaban agua para depositar sus huevos”. El profesor
Chronos se detuvo nuevamente para enfatizar: “Ahora, fue el huevo, el humilde huevo, lo que
realmente permitió que las cosas avanzaran desde este punto en adelante.

El verdadero avance en la colonización de la tierra se produjo a partir de la evolución de este


huevo duro, con cáscara de cuero, durante el Carbonífero. La cáscara alrededor de la bolsa de la
yema, proveía al embrión en crecimiento de su propio y seguro entorno acuático hasta que
estuviese listo para nacer.

Estas perfectas incubadoras de vida ahora podían ser depositadas en cualquier lugar de la tierra,
incluso en duros ambientes desérticos, y en la mayoría de los casos, dejarse ocultas y sin
vigilancia”.

De esta manera, los cuatro amiguitos continuaban disfrutando una lección tras otra, mientras el
profesor y su máquina los transportaban a través de las páginas del tiempo, y a medida que
pasaban las semanas, adquirían una visión más clara sobre el arduo y largo viaje de la vida hasta
el presente.

“Los anfibios del período Carbonífero les abrieron el camino a los reptiles del Pérmico, y a su
vez, reptiles parecidos a mamíferos evolucionaron a partir de estos últimos. Estas criaturas con
aspecto de perros, llamadas Terápsidos, incluso tenían piel y eran de sangre tibia.
Desafortunadamente, su breve reinado y corta ascendencia se vieron brutal y repentinamente
interrumpidos por la gran extinción de finales del período Pérmico, evento en el cual esta
especie, y muchas otras formas de vida, desaparecieron de la faz de la tierra. La catástrofe del fin
del Pérmico fue el mayor desastre del que se tenga memoria; arrasó con el 95 por ciento de todas
las especies y redujo el planeta a una bola rocosa y completamente estéril.

A pesar de eso, una especie logró sobrevivir: los mamíferos, nuestra línea ancestral directa,
viviendo silenciosamente bajo las sombras nocturnas durante los siguientes 250 millones de
años, mientras los dinosaurios llegaron a dominar la tierra durante los períodos Triásico, Jurásico
y Cretáceo. Los reptiles se hicieron altamente eficientes, tanto los que regresaron a los mares,
como el Plesiosauro, como los que tomaron los cielos, como el Pterosauro, a través de ingeniosas
modificaciones evolutivas de sus miembros: una dura membrana ubicada entre sus largos dedos,
lo que los hacía más parecidos a alas o chapaletas.

La inexorable marcha de la vida hacia hábitats capaces de proveer comida o refugio era ya
virtualmente indetenible, incluso a través de las más destructivas calamidades naturales”.

Por ahora, permaneceremos en el Carbonífero, el período de mayor importancia en la historia de


la Tierra, en cuyo punto terminó el profesor Chronos su dramática lección.
Capítulo XV: El Período Carbonífero: un árbol en el bosque

La imagen del bosque en el cristal era realmente hermosa. Los rayos del sol iluminaban las
ramas, creando un espectáculo de destellos verde esmeralda al chocar con las gotas del rocío de
la mañana. Era una escena primitiva, llena de retorcidas ramas y seductores caminos soleados en
aquel bosque de coníferas, todo lleno de un verde matiz, desde las más oscuras sombras hasta los
destellos del sol, en el albor de una nueva estación. Los niños disfrutaban de aquel paisaje
Carbonífero, realmente fascinados. Todo era extrañamente familiar y la vez muy diferente, al ser
visto en detalle.

“Desde estos bosques, el planeta Tierra no ha visto nada igual” El profesor, entusiasmado, dio
inicio a la lección del día. “En este tiempo se estaban formando la mayor parte de los
yacimientos de combustible fósil, las reservas de gas y petróleo. Fue un período de gran
estabilidad que duró cerca de 80 millones de años” Chronos ajustó los controles.

“Sin verlo así, de primera mano, con sus propios ojos, sería difícil imaginar los vastos bosques
que se extendieron por todo el planeta y precedieron a los florecientes árboles y plantas”
continuó el profesor “traten de imaginar los bosques de coníferas del lluvioso noroccidente
americano, transportados a los trópicos y otros rincones distintos de nuestro planeta. Eso es lo
que estamos viendo ahora, en tiempo real”.

Francheska recordó la misma escena del bosque y la extraña y breve interacción que había
experimentado anteriormente al acercarse al cristal. Se preguntaba si el profesor hablaría al
respecto durante la lección. De hecho, no lo hizo.

“Si acercamos la imagen de un camino abierto en el bosque aquí, aceleraré el proceso. La


computadora ya se ha configurado de manera que el tiempo transcurrido entre una imagen y otra
sea de una semana. En la secuencia que estamos a punto de ver, la escena en el cristal estará
cambiando alrededor de 52 veces por segundo” dijo el profesor, recordándole a los alumnos
cómo funcionaba el algoritmo.

Entonces, como por arte de magia, un retoño emergió del suelo. Las hojas se desplegaron y
crecieron ramas, a medida que el joven árbol se hacía más grande. Sus troncos se hicieron más
gruesos hasta transformarse en un árbol alto y fuerte. Crecieron los capullos, madurando con
cada estación, para luego dispersar sus semillas por todo el suelo del bosque.

Francheska estimaba que, en lo que parecían ser minutos en el cristal, realmente estaban
transcurriendo 180 años. Finalmente, el árbol empezó a envejecer, perdiendo su simetría. Las
ramas se pudrieron, desprendiéndose, hasta que finalmente todo el árbol se derrumbó durante
una tormenta y se hundió en las humeantes y negras aguas, carentes de oxígeno, del pantano
Carbonífero.

“Acaban de presenciar cerca de dos siglos de luz solar cayendo en ese pequeño camino del suelo
boscoso. Esta luz fue captada a través del proceso de la fotosíntesis y almacenada en forma de
energía a base de carbono en el tronco de ese árbol. Enterrado y preservado en un pantano de
carbón, permanecerá almacenado por cientos de millones de años, hasta que los seres humanos
descubran que el carbón formado en este proceso puede ser desenterrado y quemado para liberar
energía. Este árbol proveerá el calor suficiente para que una familia completa pueda cocinar sus
alimentos durante muchos años.

Cualquier cosa que permanezca más o menos en el mismo punto, puede estudiarse de esta
manera”. Concluyó el profesor Chronos.

“¡Guao! ¡es increíble! Supongo que los animales y las personas se desplazan demasiado,
¿verdad?”

“Así es, Emma, aunque hace algún tiempo me topé con un niño lisiado que solía pedir limosnas
en una esquina muy concurrida en Nueva Delhi” el rostro del profesor Chronos se llenó de
tristeza “nunca tuvo la oportunidad de ir a la escuela, ni conoció otra forma de vivir. Su única
posesión eran los harapos que llevaba puestos y una vieja caja de té, hecha de madera, que
utilizaba para dormir. Así envejeció, hasta que murió en esa misma esquina”.

“¿Podemos pasar por alto esa parte de la lección en particular, profesor?” Se apresuró a decir
Emma, “realmente apreciamos la suerte que tenemos de poder ir a la escuela a estudiar y
aprender cosas interesantes”.

Más tarde, el profesor Chronos culminó su lección de una forma un poco diferente a como solía
hacerlo.

“Ya están familiarizados con el funcionamiento del panel de control. De hoy en adelante,
terminaré mi lección formal más temprano, y luego ustedes tendrán la libertad de explorar cada
período geológico como gusten. Pueden desplazarse por el globo terráqueo, viéndolo desde
diferentes elevaciones y posiciones geográficas, y preparar un informe completo sobre algunos
de los eventos geológicos más relevantes, los animales y las plantas, cómo interactuaron y
evolucionaron. La idea de este informe es asegurarme que aprovecharon al máximo esta
oportunidad única en la vida”, explicó el profesor.

“Hoy quiero que exploren el Carbonífero, uno de los momentos más vibrantes en la historia de la
Tierra. Traten de determinar cómo y por qué la mayor parte del carbón del planeta se formó en
ese tiempo” Chronos sostenía un terrón de roca negra en las manos “El carbón, la principal
fuente de energía en los siglos XIX y XX, pero que fue la posterior causa de un gran colapso
ecológico, casi catastrófico, por lo que fue sustituido por formas de energía renovables más
amigables con el ambiente.

Ahora, chicos”, concluyó el profesor Chronos, “tengo que subir a continuar con un trabajo
pendiente. Apaguen la máquina antes de irse, cierren la puerta y me traen la llave. Y, por
supuesto” la advertencia de costumbre: “por favor, no hablen de esto con nadie”. Seguidamente
salió del laboratorio.

Para entonces, los cuatro jovencitos ya estaban acostumbrados a desplazarse con comodidad
entre la primera fila de asientos y la pantalla de cristal y se habían adaptado al repentino y
desproporcionado aumento en el tamaño de la imagen cuando se acercaban a la barandilla de
seguridad. Pero durante toda esta última lección, Francheska tenía la necesidad imperiosa de
tocar la pantalla nuevamente. No podía sacarse esa idea de la mente, aunque hacía grandes
esfuerzos para no pensar en ello. La escena del bosque era demasiado hermosa y la identificó
como la que había visto anteriormente con el profesor. El paisaje le parecía familiar, y su belleza
la atraía poderosamente.

Luego de un momento de duda, Francheska se agachó, deslizándose bajo la barandilla de


seguridad de acero inoxidable para levantarse al otro lado. Sintiéndose un poco desorientada, se
recostó sobre la barandilla, antes de avanzar un paso más hacia el cristal.

“¿Qué haces, Fran?, no…” gritaba Emma, al ver donde estaba Francheska, “el profesor…” Pero
Francheska apenas la escuchaba. El cristal resplandecía ejerciendo un atractivo hipnótico ante los
ojos de la niña.

“No se preocupen, necesito revisar algo. Solo esperen aquí por un momento, yo solo…”
murmuraba distraídamente.

Francheska sentía la misma agradable sensación de hormigueo en las manos a medida que se
acercaba al cristal, y una vez más se dio cuenta que dicho cristal no estaba en el lugar donde se
suponía debía estar. Avanzó por la brillante cortina de energía y finalmente estaba allí, en el piso
del bosque, justo como recordara anteriormente.

“¡¡¡Sííííí!!!” gritó, “¡Es real! ¡sabía que no era mi imaginación!”.

Mientras tanto, los demás niños, habían visto desaparecer a Francheska de la habitación y ahora
parecía estar dentro del cristal. Se veía mucho más pequeña, encogida, como una muñeca.
“¡Francheska! ¡Fran! ¿Qué está pasando?” le gritaban, corriendo hacia la barandilla para ver
mejor.
Francheska escuchaba vagamente los gritos de sus compañeros, como si estuviera en otro
mundo. Retrocedió un poco, apareciendo nuevamente en la habitación y fuera del cristal.
“¡Vengan para que vean esto! ¡No lo van a creer, chicos! ¡Vamos!” les hizo señas para que se
acercaran “Pasen por debajo de la baranda y acérquense”.

Leonora fue la primera en hacerlo, y luego de dudarlo un poco, sus compañeros la siguieron.
“Pongan sus manos frente a ustedes y toquen el cristal” les dijo Francheska “avancen lentamente,
no es sólido”.

Emma tragó saliva con nerviosismo, luego observó a Josh y Leonora, quienes estaban a su lado.
Decididos, con los brazos extendidos, cruzaron la brillante cortina y en pocos segundos todos
estaban en aquel bosque de suelo esponjoso.

“¡Guao! ¡No lo puedo creer!”

Era una cálida tarde, con los rayos del sol inclinados, filtrándose entre los copos de los árboles.
Una libélula gigante revoloteaba perezosamente. Detrás de ellos, frente a un fondo de oscuros
árboles, podían distinguir, levemente, la brillante cortina luminosa que acababan de cruzar.

“En realidad no sé cómo funciona”, explicó Francheska, señalando aquel sutil y ondulante velo,
“pero si regresan por allí, terminarán de nuevo en el laboratorio”.

Una enorme criatura, parecida a un centípedo, se arrastraba entre las hojas del suelo del bosque
buscando comida. Era casi tan larga como una serpiente de pitón.

“Todo se ve tan real, tan vívido, ¿verdad?” Francheska suspiró profundo “¡huelan el bosque!”

El aire estaba vigorosamente fresco, con un leve olor resinoso. Leonora corrió por aquel claro del
bosque seguida por Joshua, dando algunas volteretas. La atmósfera en aquel lugar era intensa.

“¿Puedes sentirlo, Fran?” exclamó Emma “recuerda que el profesor dijo que el aire en este
tiempo estaba saturado de oxígeno, 30 por ciento, casi el doble de lo que respiramos
normalmente”.

“Sí”, añadió Francheska, “me gusta la manera como descubrieron eso, a partir de pequeñas
bolsas de aire que quedaron atrapadas en la savia de árboles de pino. Nunca pensé que los niveles
de oxígeno hacían tanta diferencia. ¡Ahora lo puedo sentir, Em!”.
Aunque la humedad y el calor de aquel lugar eran suficientes para agotarla en circunstancias
normales, Francheska sentía una inusual energía corriendo por sus venas. “¡Esto es lo que yo
llamo un informe de Geología!”.

“¡Quiero explorar todo el bosque!” dijo Josh mientras corría por todo el claro “¡Vamos, Leo!
¡Veamos qué hay por allá!”.

“¡Hey! ¡Ustedes dos! ¡No se alejen!” advirtió Emma, “No sabemos nada sobre esta época, aparte
de lo que hemos leído”.

“Lo bueno es que no formamos parte de la pirámide evolutiva de este período. No hay nada que
haya evolucionado para tomar ventaja de nosotros” dijo Josh, sonriente, mientras volvía hacia
donde estaban Emma y Francheska, “nada de fastidiosos mosquitos, garrapatas, sanguijuelas o
cualquier otro parásito molesto”.

“¡Hey! ¡No olvides los cocodrilos de los que habló el profesor en la última clase! ¡Ten cuidado,
idiota!”.

“Bueno, en realidad no me preocupa nada de eso en particular” dijo Francheska, reflexionando


sobre lo que argumentaba Emma “¿no somos apenas unos pasivos espectadores de esta escena,
desde un futuro grabado fidedignamente por los rayos de luz que abandonaron la tierra hace 350
millones de años? No podemos cambiar nada en el pasado, y tampoco nos puede ocurrir nada en
este lugar. De hecho, somos el resultado directo de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor
durante este día y los demás trillones de días que conforman la historia del planeta”.

Los estudiantes pasaron el resto de la tarde explorando cada rincón y grieta cercana, sin alejarse
demasiado de la cortina: las coníferas, un brillante arroyo cubierto de musgo entre los árboles, y
las orillas de una ciénaga de oscuras aguas. Se maravillaron observando los gigantescos insectos
del bosque. Al final, los cuatro amiguitos habían perdido por completo la noción del tiempo, así
como habían olvidado los problemas y preocupaciones del mundo real, embebidos en los limpios
rayos del sol y el calor de aquel lugar. Permanecieron absolutamente cautivados, hasta que el sol
se ocultó en el horizonte, proyectando un rojizo resplandor a través de la arboleda, lo que
finalmente los hizo recordar que debían regresar.

Volvieron al lugar exacto al que llegaron ese día y encontraron la luminosa y delicada cortina
azul moviéndose suavemente, de hecho, era más fácil verla con el oscuro crepúsculo de fondo.

“Adiós, hermoso bosque. Ha sido una tarde que nunca olvidaré”, Francheska extendió la mano y
arrancó un cono de semillas de pino, de una rama cercana. Lo olió, disfrutando de su rico aroma,
y maravillándose por última vez ante aquel paisaje primitivo y hermoso. Puso las semillas en un
bolsillo de su chaqueta y cruzó el brillante portal de energía, la entrada a su propio lugar en el
tiempo.

Momentos después, ya estaban en el laboratorio. Aunque estaban algo cansados por la aventura
que acababan de vivir, registraron, emocionados, sus observaciones, aún frescas en sus mentes,
sobre el período Carbonífero; particularmente cómo el alto nivel de oxígeno en la atmósfera de
aquel tiempo elevó los porcentajes metabólicos, provocando el gigantismo que observaron en los
insectos del bosque.

“¿Creen que deberíamos hablar de esto con el profesor?” preguntó Emma, interrumpiendo
aquella conversación, que para ese momento giraba en torno a lo deliciosa que sería la cena de
aquella noche: cordero asado con trincas de salsa de menta.

“Me estaba preguntando eso justo ahora” respondió Francheska, “¿Cuál será el momento
adecuado para decirle? Se supone que no deberíamos tocar el cristal, lo sabes, por eso la
barandilla está allí. El profesor no estará muy contento con nosotros, y quizá no nos permita
volver a usar la máquina”.

“¡De ninguna manera!” dijeron Josh y Leo, casi al unísono, “No podemos decirle justo ahora.
Dejaría de darnos las lecciones de inmediato, y lo que es peor, ¡hasta podría destruir la
máquina!”

“¿Podemos mantenerlo en secreto?” suplicó Leonora, “Al menos por unos pocos días más. La
próxima clase es sobre el período Pérmico y no quisiera perdérmela. De cualquier manera, tengo
hambre y se está haciendo tarde. Mejor bajemos hasta el comedor”.

Francheska miró el reloj en la pared del laboratorio y luego el de su pulsera. “Es extraño, pero mi
reloj marca las seis y el del laboratorio indica que apenas es de tarde”. Se apresuró a salir del
laboratorio, corriendo hacia arriba para confirmar sus sospechas. “¡Vengan para que vean esto!”
gritó entrecerrando los ojos con incredulidad en la puerta del observatorio, al ver aquel prado,
aún iluminado por el sol.

“¡Aún es de día! ¿Cómo es posible? Estuvimos en el bosque por horas ¿Puedes entender esto,
Leo?”

“¡No! Era mediodía cuando empezamos nuestra aventura ¡Y aún es mediodía!” La mente de
Leonora trataba de dar sentido lógico a aquella realidad, que desafiaba el concepto lineal del
tiempo. “Realmente sí estuvimos en el bosque todo ese tiempo. ¡Nuestros relojes prueban que no
estamos imaginando cosas! Sin mencionar los cortes y arañazos que tiene Josh”.
“Bueno, supongo que así es como funciona” Dijo Josh, emocionado, siempre buscando el lado
práctico a cada situación “No se pierde tiempo en el punto de partida. ¡Es una herramienta de
aprendizaje absolutamente brillante! Imaginen todas esas aventuras sin pérdida de tiempo.
Podríamos seguir haciendo esto para siempre, disfrutando de una vida dedicada al estudio”

“Buen punto, Josh, pero no sé cuánto podría aguantar. Estoy agotada después de todo esto, y aún
faltan seis horas para la cena” Francheska sonrió, pero algo aún la preocupaba, algo más
profundo y complejo, quizá algo más sombrío, pero aquel fue un pensamiento fugaz,
momentáneo, “¡Me muero de hambre!” dijo, sonriente, “¡Y apenas acaba de pasar la hora del
almuerzo!”

“Yo también” dijo Josh, “Y aún faltan horas para el cordero en salsa. ¡De todas maneras,
bajemos hasta el comedor, a ver si aún queda algo del almuerzo!”.

Más tarde, en el dormitorio, Francheska buscaba las semillas que había guardado en el bolsillo
de su chaqueta.

“Em, no puedo encontrar las semillas que traje del bosque. Las tenía en el bolsillo, pero ya no
están allí”.

“¿Las perdiste, entonces? Quizá cayeron de tu bolsillo, en algún lugar”

“No, no creo”

“Bueno, en ese caso, es obvio que no puedes traer cosas del pasado al presente” dedujo Emma,
“Quizá funciona así, Fran”.

“Ese es el problema, Em” Fran se sentó a un costado de la cama y miró fijamente a Emma,
susurrándole en tono serio “Todavía no entendemos las reglas de cómo funciona todo esto,
necesitamos más tiempo para pensar en eso”

Al día siguiente, Francheska y sus compañeros se dirigían hacia el comedor. Aún había algo que
la perturbaba, pero no podía precisarlo, eran ideas sin palabras, temores sin forma.

“¿Dónde dijiste que te hiciste esos rasguños que tienes en las piernas, Josh?” Preguntó, aunque
ya sabía la respuesta.

Josh miró el entramado de líneas rojizas que le cruzaban las espinillas “¿Recuerdas, ayer, cuando
estábamos jugando y corriendo a través de la maleza, en el bosque?”.
“Estábamos en el período Carbonífero, Josh. Esas escenas ocurrieron hace 300 millones de años.
Un arbusto que desapareció hace tanto tiempo no puede dejarte rasguños en las piernas”, insistió,
pero aquel sentimiento de duda persistía en sus pensamientos.

“Bueno, Fran. Primero las semillas, ¡ahora esto! ¿Qué piensas al respecto?”

“No sé, Em. Si Josh se rasguñó con ese arbusto, ¿Quién dice que no pudo haberle caído encima
una rama seca de algún árbol, por ejemplo? Aún desconocemos los riesgos de nuestra excursión
de estudios al pasado. ¡Debemos ser muy cuidadosos de ahora en adelante! No tocar ni jugar con
nada, hasta que no tengamos la certeza de cómo funciona todo esto”.

“¿Qué estás diciendo entonces, Fran? ¿Que no deberíamos volver a cruzar el cristal? Es una
forma realmente divertida de hacer nuestros trabajos escolares”.

“Bueno… no sé. Quizá sería menos peligroso no volver a hacerlo, pero… esta es la segunda vez
que lo hago y ¡realmente es la parte más emocionante! Pero aún me preocupa todo eso del
tiempo. ¿Qué pasó con esas seis horas que pasamos en el bosque?”

“Es muy extraño” añadió Emma “cuando nos hemos sentado con el profesor a ver las escenas
desde fuera del cristal, el tiempo ha transcurrido normalmente, sin embargo, se detuvo por
completo cuando estábamos experimentando allí, dentro del bosque”.

“¡Oigan, chicos, creo que tengo la respuesta! O al menos Einstein la tendría”, dijo Leonora. “Le
he estado dando vueltas al asunto toda la noche. Es una lástima que ya Einstein no esté entre
nosotros, él es la personificación de lo que representa nuestro emblema y su flor de lis. No ha
vuelto a nacer nadie como él. Es una lástima que cuando murió no se conociera la clonación”.

“Bueno, Sherlock Holmes, deja de parlotear y explícate mejor”, exigió Josh.

“Lo intentaré, pero no estoy segura de encontrar las palabras adecuadas” Leonora tartamudeó un
poco. “Creo que Einstein lo explicaría mejor. Todo tiene que ver con c, la constante de la
velocidad de la luz, esa constante se mantiene más vigente que nunca. Estamos viviendo la
prueba real de que esa constante no es sólo un apéndice inútil que acompaña a la ecuación de la
dilación del tiempo. Algo sobre nuestra velocidad con respecto a la del marco de referencia
cuando estábamos dentro del cilindro: debió ser lo suficientemente alta como para curvar el
espacio y el tiempo sobre sí mismo, a pesar de que no sentimos nada”.

“Apuesto a que Einstein, ni en sus sueños más alocados pudo haber imaginado lo que nos ocurrió
ayer”. Concluyó Josh.
A partir de esa primera experiencia, los cuatro niños quedaron atrapados por esa emoción de
pasar a través del cristal de la máquina del tiempo: aquella sensación de hormigueo, primero en
las manos y después en todo el cuerpo, aquel estallido surrealista de colores, y por supuesto, la
emoción de entrar en el lugar y la época que quisieran.

Quizá de manera poco prudente, y tomando muy a la ligera los riesgos que entrañaban, aún no
encontraban el momento propicio para hablar con el profesor Chronos sobre aquellas excursiones
al pasado. Después de todo, solo eran observadores pasivos, estudiantes provenientes de un
futuro remoto que simplemente hacían sus tareas escolares, viviendo sus lecciones al máximo,
obteniendo un conocimiento y una comprensión profundos, mucho más allá de lo que cualquier
otro profesor de la escuela pudiera apreciar. Temían que llegara el día en el que el profesor
anunciara el final de aquellas lecciones ¡y la destrucción de la máquina del tiempo! Así que,
mientras tanto, ese deseo de aprovechar al máximo aquella maravillosa máquina los impulsaba a
continuar con su búsqueda. Emprenderían muchas aventuras, demasiadas como para llevar una
cuenta precisa. De cada una aprenderían más y más sobre la relación del pasado con el presente y
el futuro. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, los riesgos de cada uno de aquellos viajes
empezarían a hacerse más evidentes.
Capítulo XVI: Pesca de aventuras en Isla Paraíso

“¡Hey, chicos! ¿Les gustaría ir de pesca este fin de semana?” dijo Josh, repentinamente, aquel
viernes por la tarde “Leo y yo pensamos que sería una buena idea”.

“El único problema es que la playa está demasiado lejos de aquí. Nos tomaría medio día llegar
hasta allá, y eso viajando en tren”, respondió Francheska.

“Y todo el mundo tendría la misma idea para este fin de semana. El clima está genial, y la playa
estaría repleta de gente. De verdad odio tener que buscar un lugar vacío entre miles de sombrillas
y toallas” añadió Emma.

“Bueno, conozco una isla tropical hermosa y muy remota que solo espera por nosotros, llena de
sol, arena y muchos peces” anunció Josh.

“Ya deja de decir tonterías” dijo Emma, molesta “Vean todo lo que tengo que soportar, chicos.
¡Desearía que no hubieses venido nunca a este colegio!”.

Josh movió la cabeza fuera del alcance de las manos de Emma, justo en el momento en que ésta
buscaba tomarlo por las orejas para el tirón de costumbre.

“Con toda sinceridad, chicos, vengan a ver lo que conseguí el otro día, cuando investigaba la
transición de las plantas no florales a las florales, en las selvas tropicales”.

Leonora, sonriendo ante las ocurrencias de Josh y la obvia e infantil picardía del esquema que
había ideado sobre la evolución, caminó hacia el panel de control, activó un interruptor, y
entonces apareció en el cristal la vista aérea de una isla boscosa, rodeada de aguas azules y
brillantes y blancas arenas.

“¡¡¡Ta daaa!!! ¡Todo un paraíso tropical, solo para nosotros!”

“¡¡¡De ninguna manera!!!” replicaron Emma y Fran, casi al unísono, “¡esto no es un trabajo
escolar!”.

“¿Cuál es el problema, Em? No hay trenes, ni gente, nada, solo arena, sol y peces. Ya hemos
empacado nuestras cestas de picnic y tenemos preparados los sedales y anzuelos. Eso es todo lo
que necesitaremos”.

“Comenzaremos temprano, así pasaremos todo el día allí. ¿Qué les parece esta parte?” preguntó
Leonora, señalando un promontorio que sobresalía en aquel inmenso mar, iluminado por el sol
de la mañana. Desde aquella isla, un amanecer con matices naranja-rosa se reflejaba en
ondulantes líneas a través de las aguas, de un tono gris oscuro, que chapoteaban suavemente
sobre las arenas, a la luz del alba. Detrás de la creciente playa, una franja de palmeras se erigía,
como centinela de aquel imponente paisaje, frente a una pared de selva oscura que se elevaba
hacia las montañas. A medida que el brillo del sol de la mañana se hacía más intenso, iluminaba
los alrededores de la isla con vívidos matices verdes, salpicados por una paleta de floridos
colores que parecían la obra de algún eximio artista. No podían creer lo que veían, todo era tan
hermoso, y no se veía ni una sola huella sobre las arenas. De hecho, faltaban al menos 10
millones de años para que algún humano habitara el planeta. La oportunidad de contemplar
aquella joya natural tan remota y olvidada en el tiempo iba más allá de toda comprensión.

“¡Es absolutamente perfecta, Josh! ¿Cómo diste con este lugar?” preguntó Francheska.

“Bueno, primero pensé que podíamos probar suerte en los mares del Período Devónico. Ya
sabes, para ver si el inspirador título ‘Edad de los peces’, realmente estaría a la altura de su
nombre. Pero para ese momento, la tierra todavía estaba vacía, por lo que me enfoqué en el
Carbonífero, la edad de los bosques, entonces seguí hasta el final del Cretáceo, cuando
aparecieron las primeras plantas y árboles con floración, y un poco más allá, hasta que llegué a
este lugar. Me imaginé que, de esa manera, lo digo con sinceridad, estaría haciendo mi tarea”.

¡Vaya día el que escogieron nuestros protagonistas! El sol continuaba su silencioso ascenso,
impregnando con su brillo aquella mañana, mientras el clima seguía absolutamente perfecto:
claro, cálido y soleado. A pesar de los temores de Emma y Francheska, los chicos cruzaron el
portal y se materializaron en aquel paraíso tropical, exactamente en la península seleccionada por
Leonora, con las cañas de pescar listas. Los cuatro amiguitos caminaron más, a lo largo de aquel
cabo rocoso que se levantaba en el océano. En su punto más remoto, las aguas azul profundo
subían y caían suavemente sobre la orilla. El océano estaba increíblemente apacible. Escalones
naturales de roca, sobre la negra piedra de basalto, les permitieron descender a un buen punto de
observación, en la orilla del agua, desde donde podrían lanzar sus anzuelos.

Josh miró por encima del saliente rocoso, hacia las cristalinas profundidades, y pudo ver las
arenas, teñidas de un matiz aguamarina, en lo más profundo.

“La visibilidad es excelente. Debí traer mi careta de buceo con esnórkel y mis chapaletas. De
cualquier manera, bucearé un poco”.

“¡Oye, Josh, no olvides que estamos en el pasado!” protestó Emma, preocupada porque su
hermano pudiera ser lo suficientemente estúpido como para intentarlo.
“Sí, deberías escuchar a tu hermana”, bromeó Leo, “no te gustaría ser tragado, de un solo
bocado, por un enorme monstruo marino, ¿verdad?” corrió detrás de Josh, haciéndole perder el
equilibrio y tomándolo por los hombros para que no cayera.

¡Un dunkleosteous! Sí, tienes razón, Leonora, esa es otra razón por la que no escogí el período
Devónico, cuando estos gigantescos peces acorazados deambulaban por los mares. Ya están
extintos, ¡pero podría haber tiburones por aquí!”.

“Ya dejen de perder el tiempo en palabrerías y disfruten el día” dijo Francheska volviendo la
mirada hacia el fondo montañoso “no puedo creer que estamos aquí, a 10 millones de años en el
pasado, todo se ve tan… ¡tan real”.

La realidad de sus estómagos vacíos, sin embargo, superó la exuberancia de aquel hermoso
paisaje, como un recordatorio de que, si estuvieran en su propio lugar en el tiempo, sería la hora
del almuerzo.

“Atrapemos algo para comer entonces, tengo mucha hambre” dijo Josh. Sin más preámbulos,
desenrollaron las cañas de pescar, sacaron algunos moluscos que tenían dispuestos para carnada
y prepararon los anzuelos.

“¿Estás segura de que podríamos comer cosas que tienen millones de años de edad, Fran?”
preguntó Emma, “ya sabes, sin enfermarnos o algo así”.

“Bueno, yo creo que un pescado es bueno para comer, siempre y cuando se vea como un
pescado. Probablemente estaría bien, Em. Pero, si no te gusta cómo se ve… bueno, ¡no lo
comeremos!”.

Aquel mar virgen rebosaba de vida, en pocos momentos tenían pescado en abundancia
sacudiéndose en sus anzuelos, amontonando uno tras otro sobre las rocas, un golpe seco a la
cabeza, con una piedra, aseguraba que los peces estaban muertos y listos para comer. Incluso
después de arrojar al mar varios especímenes feos, de aspecto espinoso, pronto tenían más que
suficiente para cubrir sus necesidades.

“No se equivocó quien dijo que ‘a partir del período Devónico, los peces evolucionaron hasta
dominar los siete mares’, ¿verdad?” dijo Josh, emocionado, “Al ser sólo nosotros cuatro los
únicos humanos en todo el mundo, con semejante botín, ¡tendremos un tremendo banquete de
moluscos y peces para almorzar!”.

Emma y Fran subieron a destripar aquella recompensa que habían obtenido del mar, mientras
Josh y Leonora encendieron una pequeña fogata, dentro de un círculo de piedras. Lavaron los
pescados en agua de mar, para luego marinarlos con agua de coco y envolverlos en hojas de
palma. Colocaron los envoltorios sobre las brasas y rocas calientes, junto a un racimo de bananos
verdes, cubriendo todo con más hojas de palma. Finalmente, apilaron arena de playa en la parte
superior de la fogata, para crear un ‘lovo’, u horno tradicional, hecho de tierra, típico de la isla de
Fiji. Ahora solo debían esperar cerca de una hora, para luego abrir el horno y empezar a disfrutar
de aquel manjar.

“Tenemos tiempo suficiente para buscar cocos verdes en uno o dos de estos cocoteros”
Francheska se quitó el cinturón de su uniforme escolar, lo enrolló en sus pies, y en un instante
había trepado a una altura cuatro o cinco veces superior a su estatura, por el tronco de un enorme
cocotero. Con una de sus manos, alcanzó un gajo de cocos, arrancando uno por uno y dejándolos
caer sobre la arena. “Los cocos verdes son los mejores para beber, su agua sabe a limonada, y
son más fáciles de abrir, porque son más blandos”.

Emma quedó boquiabierta por la sorpresa. “¿Cómo aprendiste a trepar de esa manera?”.

“Es verdad, Emma, es muy difícil, pero no imposible” Francheska bajó deslizándose hasta la
base del árbol para mostrarle a Emma, “el truco está en atar un cinturón alrededor de tus pies,
para tener mayor agarre al tronco del árbol. Te mostraré cómo se hace”.

“Es mucho mejor probar todo esto en la vida real que sólo verlo a través de un cristal” dijo
Leonora entre suculentos bocados de humeante pescado, diluidos en sorbos de dulce agua de
coco.

“Me pregunto qué habría sido de este espécimen si no nos lo hubiésemos comido” bromeaba
Josh “¡Espero que no haya sido el antecesor de algún proceso evolutivo vital!”.

“Sí, así es. Quizá en algún lugar de nuestra época, el fósil más importante de alguna colección
acaba de desvanecerse, ahora que hemos terminado con este delicioso espécimen”, dijo Leonora,
uniéndose a la broma de Josh “¿Cuáles son las probabilidades de que eso ocurra?”.

“Bueno, es prácticamente imposible, considerando la cantidad de peces que hay en el mar, la


esperanza de vida de cada individuo, el hecho, poco probable, de que todos fosilicen
perfectamente, y la coincidencia de que hayamos atrapado precisamente a este, en el momento y
el lugar exactos” razonaba Josh “las probabilidades son de millones y millones, quizá billones a
una”.

“Sí, pero no es imposible ¿estadísticamente podría ocurrir?” insistió Leonora.


“Las probabilidades están en contra nuestra, pero hay un mínimo de posibilidades. Prácticamente
cualquier cosa puede ocurrir, dado el suficiente espacio y tiempo”.

“Sí, ya saben la vieja historia, el teorema de los monos: ¡denles máquinas de escribir a un
número suficiente de monos y tendrán como resultado toda la obra de Shakespeare!”

Después de disfrutar de aquel almuerzo, los cuatro niños decidieron dar un paseo por la prístina
media luna de arena que formaba la playa en aquella isla. Nunca antes se habían alejado tanto del
portal, pero era tal el atractivo de aquella isla, tan acogedora, que ni siquiera lo pensaron por un
momento. El contraste del blanco de las arenas con los matices aguamarina del mar tropical
ofrecía un espectáculo más hermoso de lo que se podría imaginar.

El sol del mediodía, en lo más alto de un cielo despejado, esparcía sus rayos que, como tibios
dedos, ondulaban por los hombros de los niños, bajando por sus espaldas, con un calor que
aumentó constantemente durante la tarde. Casi a mitad de camino por la playa, vieron un
frondoso árbol de baniano a la orilla del bosque y caminaron hacia él. El intenso resplandor, el
calor, y el estómago lleno casi a reventar, producto de aquel opíparo almuerzo, hicieron que los
cuatro amiguitos empezaran a sentirse relajados. En un silencioso acuerdo, sin pronunciar una
sola palabra, se sentaron a la sombra del enorme árbol, tirándose sobre la arena. Completamente
ausentes de preocupaciones o pensamientos que tuvieran que ver con el mundo que los rodeaba,
los envolvió la somnolencia, hasta quedar sumidos en un profundo sueño.

Casi anochecía cuando despertaron, el sol, ahora una gran esfera de un color amarillo pálido, se
ocultaba en el horizonte, y las sombras del bosque ya se habían alargado hasta alcanzarlos. Una
brisa catabática, proveniente de las colinas ubicadas en la parte posterior del bosque, extendió
sus fríos tentáculos por toda la playa.

“¡Oh, Dios mío!” Emma fue la primera en despertar, incorporándose sobresaltada. “¡Es
demasiado tarde! Debemos haber dormido toda la tarde. ¡Debíamos regresar hace horas!”. Los
demás, todos levantados al instante, observaban aquel paisaje, completamente diferente. El
bosque ahora estaba oscuro, cubierto por las sombras del ocaso, con un tenue sonido proveniente
de los árboles, aparte del susurro de la brisa en las palmeras. Fue en ese momento cuando vieron
el arrecife.

El coral permanecía completamente fuera del agua. Bajaron rápidamente por la playa para ver
mejor. La arena coralina estaba expuesta, en canales de marea que se extendían en blancos
cordones, hacia el lejano mar, rodeados por paredes de arrecife, parecidas a grandes cañones
rocosos.
“La marea estaba subiendo cuando terminamos de almorzar” Josh fue el siguiente en hablar,
“¿Cómo pudo haber bajado tan rápido?”.

Una sensación incómoda invadió a Francheska. Sintió un repentino escalofrío, como si ya


hubiese visto todo aquello en otro lugar. Aquella sombría familiaridad invadía sus pensamientos.
Era como un tipo de advertencia”.

“Pero ¿cuál es el problema?” pensaba en voz alta “y ¿por qué? No veo que nada esté mal” Pero
aquella sensación de deja vú, solo se acrecentaba.

Los demás, atraídos por lo extraño de aquel paisaje, caminaron hacia los corales para ver mejor.
Coloridos brazos y placas del arrecife de coral se erigían fuera de las aguas, mientras peces de
todas las especies aleteaban atrapados en pozos de poca profundidad sobre aquel terreno arenoso.

“¡Miren eso, es enorme!”, dijo Josh con entusiasmo, “Podemos pescar la cena de esta noche,
camino a casa, pero ¿Dónde está toda el agua? ¡Esto es antinatural!”.

“Antinatural…” Las palabras de Josh sacudieron la mente de Francheska, aclarándole todas las
ideas. Colocando sus manos alrededor de los ojos, para bloquear el resplandor del sol del ocaso,
rastreó el horizonte con la mirada, la sensación de inquietud era cada vez más fuerte. Y allí
estaba, precisamente lo que esperaba no ver: una blanca y delgada línea, apenas visible, en el
horizonte lejano.

“¡Dios mío, allí está toda el agua! ¡Y viene de regreso hacia nosotros! Vean esa línea de olas. Es
un tsunami, y supongo que no tenemos más de cinco minutos antes que nos golpee”.

Los cuatro niños ya habían recorrido un largo trecho a lo largo de la playa y se habían alejado
demasiado del islote y de la seguridad de la cortina de energía. A buen paso, les tomaría al
menos veinte minutos.

“¡Nunca llegaremos a tiempo!” gritó Emma “¿Qué haremos?”

“Debemos ir tierra adentro hasta llegar a un terreno más alto. ¡Vamos! ¡Rápido!” Francheska
volteó y empezó a correr de regreso a la playa, seguida por los demás.

Para el momento en que habían llegado al bosque, la línea de olas estaba más cerca. Ahora
enfrentaban otro problema. Los árboles del bosque formaban una selva tan espesa que les
tomaría demasiado tiempo abrirse camino hacia el pie de la montaña.
Se detuvieron, sin aliento, sobre el suelo sombrío y cubierto de hojas del bosque de banianos. Un
enorme dosel verde intenso, que emulaba una catedral, impedía el paso de lo que quedaba de la
luz del ocaso. Todavía hacía demasiado calor, lo que no mostraba evidencias de que pronto todo
aquel lugar estaría completamente inundado.

“¡De prisa!”, gritó Fran, “¡nuestra única opción es trepar estos árboles tan alto como podamos!”.
Rápidamente escogieron el baniano más alto, de aspecto más robusto, utilizando las convenientes
salientes del enorme y entrelazado tronco del árbol como soportes para manos y pies (los
banianos suelen ser ideales para escalar), treparon como monos hasta su laberíntica copa. Se
acuñaron firmemente a las ahorquilladas ramas, mientras observaban cómo se acercaba el
tsunami.

La enorme ola golpeó la punta expuesta del arrecife, arrojando una pared de espuma blanca que
se elevó hasta el cielo, antes de volver a caer y seguir su desplazamiento por la planicie del
arrecife, hacia la playa.

Desde su refugio, el enorme tsunami era diferente a cualquier cosa que Francheska hubiese visto
antes, más parecido a un enorme escalón de agua, el nivel del mar detrás de la ola era al menos
tan alto como un edificio de dos pisos, e iba directo hacia la playa. Sus esperanzas se
desvanecieron cuando el tsunami no rompió en la costa, deslizándose hacia atrás como una ola
normal, continuando su inexorable marcha directamente hacia ellos, sin detenerse ni un solo
instante.

“¡Sujétense bien, chicos! ¡Estamos a punto de averiguar si estamos lo suficientemente alto, o si


este árbol es tan fuerte como se ve! Hagan lo que hagan, no se suelten” Francheska apenas había
terminado de decir la última frase cuando la primera oleada se estrelló contra el bosque. El árbol
donde estaban se balanceó violentamente, con la fuerza de la ola al golpear su tronco,
empapándolos con la espuma y llenando sus fosas nasales con un inesperado sorbo de sal. Las
aguas inundaron cerca de tres cuartos del tamaño del tronco del enorme árbol, en una masa de
remolinos y vórtices. Era como si estuvieran en medio de un poderoso río que se abría paso tierra
adentro, a través del bosque.

“¿Cuánto tiempo durará todo esto?” se quejaba Josh “Tengo calambres en las piernas ¿No creen
que podríamos nadar?”

“No podemos bajar todavía, Josh. Debemos esperar un poco más. Aún es muy peligroso”.

Finalmente, las aguas empezaron a regresar al mar. Lentamente al principio, aumentando poco a
poco la velocidad, hasta empezar a salir del bosque tan rápidamente como llegaron, arrastrando a
su paso troncos de árbol, ramas y hojas, en un torrente de fango.
“Esa es la estela” explicó Francheska, “si hubiésemos estado allá abajo, Josh, seríamos
arrastrados hacia el mar, junto con todo lo demás. El agua se escurrirá completamente y
entonces, lo más seguro es que seremos golpeados por una segunda ola. No sabemos en cuánto
tiempo ocurrirá, por lo que todavía no podemos arriesgarnos a bajar. Tendremos que esperar.
Podría tomar unos minutos o cerca de una hora” dijo Francheska viendo su reloj. “Nunca sentí
ningún terremoto, por lo que es probable que este tsunami viajó largas distancias hasta llegar a
esta playa. Gracias a Dios, no vive nadie en este lugar”.

Cuando las aguas definitivamente habían vuelto al mar, Josh y Leo decidieron bajar a echar un
vistazo por el lugar y estirar un poco las piernas.

“¡Hey, chicos! ¿Qué creen que están haciendo?” les gritó Emma, molesta, “¡Vuelvan aquí de
inmediato!”.

Más tarde, mientras esperaban, Francheska entretenía a sus compañeros con historias reales
sobre desastres naturales, tomadas de un trabajo escolar que había hecho hacía algunos años,
describiendo gigantescas paredes de agua que se precipitaban sobre líneas costeras densamente
pobladas. “Hubo muchas pérdidas humanas antes que se instalaran las redes globales de
advertencia de tsunamis. Eso le dio tiempo a la gente para escapar, a veces horas, incluso
minutos preciosos, como los que tuvimos nosotros, eran más que suficientes. Los héroes eran
ciudadanos comunes y corrientes, conscientes de las fuerzas de la naturaleza, lo suficientemente
observadores para reconocer las señales de alarma, y suficientemente valientes para pensar en
salvar a los demás antes que a ellos mismos”.

“Escuchen esta historia, es mi favorita” Francheska empezó a hablar de Tilly Smith. “Ella tenía
solo diez años. La misma edad que yo tenía cuando escuché esta historia por primera vez.

Era el Boxing Day del año 2006. El Boxing Day es una festividad que se celebra el 26 de
diciembre, sobre todo en Inglaterra y el resto del Reino Unido. Consiste en hacer regalos y
donaciones a la gente pobre. Tilly estaba pasando la navidad con sus padres en Tailandia.
Acababa de aprender sobre los tsunamis con su profesor de Geografía, por lo que, al igual que
nosotros, reconoció de inmediato las señales de alarma en lo que de otra manera sería una
perfecta y soleada mañana, mientras su familia se relajaba, todos recostados en la arena.

El agua en la bahía empezó a formar espuma y luego se retiró por completo, dejando expuestas
planicies de arena y arrecifes de coral. Para Tilly, lo más difícil era convencer a sus padres de
que ella, una pequeña de apenas diez años, sabía que todo lo que estaba ocurriendo era
terriblemente peligroso. Reuniendo todas sus energías, suplicando, llorando, con gritos, trataba
de convencer a sus padres sobre aquella enorme ola que desataría toda su furia sobre los
desprevenidos bañistas que llenaban la playa aquella mañana de diciembre. Un guardia de
seguridad japonés que escuchó la conmoción, confirmó la veracidad de lo que decía Tilly, pues,
en Japón son comunes los tsunamis, y los japoneses conocen muy bien todo lo relacionado con
estas letales olas. Mientras se las ingeniaron para advertirle al resto de las personas en aquella
playa, corrieron hacia su hotel y se refugiaron en la azotea.

“Alrededor de 300 mil personas que vivían en la franja costera del Océano Índico no fueron tan
afortunadas”.

“Creo que lo oigo venir de nuevo”, anunció Emma, apenas Francheska terminó con su relato. El
distante rugir del tsunami rompió con la tranquilidad de la noche, haciéndose más y más fuerte
hasta que golpeó la playa una vez más, irrumpiendo violentamente en el bosque. Para empeorar
las cosas, esta vez la enorme ola traía consigo todos los escombros de la primera oleada. Ramas
rotas y demás restos se amontonaban en la parte del tronco del árbol que daba al mar.

“¡Oigan! ¡Ahora el agua está subiendo más!”, Josh, quien estaba en una rama más baja, notó que
esta vez el agua había llegado hasta sus pies, empapándole los zapatos y los calcetines, antes que
pudiera subir un poco más. “¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué tenemos más tsunamis?”

“Usualmente vienen en grupos de ocho, más o menos” recordó Francheska la información de su


antiguo trabajo escolar, “se extienden como ondas en el agua, a partir del terremoto que los
origina. Ya saben, como las ondas que vemos al arrojar una piedra en un estanque. La segunda y
la tercera ola suelen ser más grandes que la primera, y luego empiezan a disminuir”.

“Ya no podemos subir más”, calculó Josh, “si la tercera ola es más grande, cubrirá el árbol por
completo”.

“Así es, Josh. Tendremos que intentar salir de aquí antes que llegue la próxima ola. He medido el
intervalo de tiempo entre las dos primeras olas, y es de unos 40 minutos. Si bajamos tan pronto el
nivel del agua disminuya, tendríamos suficiente tiempo para llegar a la seguridad del islote.”

Para el momento en que la segunda ola retrocedió, el bosque estaba sumido en la oscuridad.
Bajaron sobre los escombros que se apilaban en la base del árbol, y cayeron en un charco cuyas
oscuras aguas le daban a la rodilla.

“Brrrrr… hace demasiado frío”, protestó Josh.

“Bueno, solo nos quedan 35 minutos, así que debemos darnos prisa”, los exhortó Francheska,
“no tomé en cuenta el tiempo exacto que nos tomó llegar hasta aquí esta mañana”.
Se abrieron camino por el bosque hacia la costa, moviéndose torpemente entre la densa
oscuridad. La plateada luz de la naciente luna llena iluminaba las montañas de escombros que
cubrían la playa, y proyectaban extrañas sombras por todo el lugar, lo que además hacía difícil
escoger el mejor camino hacia el islote. Leonora sacó su pequeño bolígrafo con linterna LED, el
cual siempre llevaba consigo a todas partes, pero aún con aquel pálido y delgado haz de luz azul,
la marcha se hacía muy lenta, pues, tenían que moverse en zigzag, subir y bajar, entre la enorme
cantidad de escombros, moviéndose con frustrante lentitud, camino al islote.

No hablaron mucho durante la media hora siguiente. Sólo los ocasionales “por aquí”, o
“síganme” o “¡ouch!”, moviéndose a través de la enmarañada vegetación, saltando sobre las
enormes grietas que había dejado la erosión sobre la arena. Era obvio el poder letal del tsunami,
y sabían que cada minuto era crítico. Ni siquiera había tiempo para discutir una pregunta que
llenaba de silenciosa inquietud sus pensamientos: ¿podrían llegar al islote a tiempo? Exhausta,
completamente agotada, ahora Francheska comprendía que el hecho de ser visitantes temporales
en el pasado no les ofrecía ningún tipo de protección ante los peligros que entrañaban estos
viajes en el tiempo. Todo era muy real, y fácilmente podrían morir en aquella playa. El camino
era muy oscuro como para ver cuán cerca estaban de un lugar seguro, y así, a medida que
transcurrían los minutos, la tensión era más insoportable. Todo lo que podían hacer era seguir
adelante.

Finalmente, notaron que el terreno bajo sus pies se hacía más sólido, rocoso y un poco más alto.
Fue entonces cuando escucharon el temido rugir de la tercera ola.

“¡Ya viene, chicos! ¡Nunca lo lograremos!” dijo Emma, jadeando, casi sin aliento. Francheska
imaginó que podía distinguir el tenue y azulado resplandor de la cortina de energía en la
oscuridad, pero en realidad estaba a una distancia comparable al tamaño de un campo de fútbol.
Sabía que nunca podrían llegar tan lejos, pero tenían que intentarlo, mientras el rugido de la ola
se hacía ensordecedor.

“¡Corran, chicos! ¡Es el fin!” Les dijo.

Todos corrían uno al lado del otro, lo más rápido que podían, por una pendiente rocosa, cuando
la gigantesca ola los golpeó desde atrás. Francheska sintió una súbita aceleración, precipitándose
en el aire antes de sumergirse en la fría y turbulenta espuma. Sintió cómo caía, dando vueltas y
siendo aplastada fuertemente hacia el fondo rocoso. Levantó los brazos para protegerse,
cubriéndose el rostro y la cabeza. El agua estaba densa, llena de arena y escombros. Fue atrapada
momentáneamente debajo de algo muy pesado, para luego ser impulsada de nuevo hacia arriba,
mareada, girando como en una lavadora gigante. Helados tentáculos de agua arenosa se abrieron
paso en su boca, ojos y nariz, bajando hacia sus pulmones, momentos antes que la niña se
desmayara.
Francheska recuperó la consciencia, para encontrarse a sí misma de nuevo en el laboratorio,
tumbada sobre la primera fila de asientos del auditorio, con los brazos y piernas enredados.
Emma y Leo estaban aprisionadas bajo los asientos detrás de ella, mientras Josh estaba más
atrás, en la tercera fila. Era obvio que la enorme tercera ola del tsunami los había lanzado a todos
a través de la pantalla de cristal. Francheska revisó todo el lugar hasta que vio que sus
compañeros se movían. ¡Al menos estaban vivos!

“¿Están todos bien?” preguntó ansiosamente.

“¡Eso estuvo cerca!” Josh se aventuró a decir lo que era obvio “Creo que no tenemos ningún
hueso roto”.

“Sí, estuvo muy cerca” respondió Francheska “afortunadamente estábamos lo suficientemente


cerca del portal y la fuerza de la ola fue capaz de lanzarnos a través de él. De verdad pensé que
era el fin”.

“¡Oigan! ¡Estamos completamente secos!” dijo Emma, “mi cabello y mi ropa son un verdadero
desastre, pero están secos”.

“¡Y tampoco hay arena!” añadió Leonora “recuerdo haber tragado bocanadas de arena, y ahora…
¡nada! ¡ni un grano! Supongo que esta es la prueba definitiva de que no podemos traer nada del
pasado”

“Así es, por suerte para nosotros. Lástima que no podemos decir lo mismo de las heridas” dijo
Fran, viendo con tristeza el enorme moretón en su pierna “estaba completamente inconsciente y
no recuerdo nada”.

Todos se veían de lo peor: los uniformes rasgados, las mejillas llenas de arañazos, y Josh lucía
un enorme ojo morado.

“Busquemos en la cocina algo de hielo, para ponerlo sobre las contusiones” dijo Emma. “¿Qué le
diremos al profesor? Todos van a pensar que estuvimos en una pelea, solo miren a Josh.
Tendremos que decir que Sparky lo pateó en el ojo”.

“¿Sparky? ¡Claro que sí!” dijo Leo entre risas, “mejor decimos eso, de otro modo dirían que
fuiste tú, Emma”.
Capítulo XVII: El Cretáceo: una catastrófica aventura.

Durante algún tiempo, Josh había intentado convencer a las niñas para ver de cerca a los
dinosaurios. El paisaje que había escogido era una llanura seca y abierta, en las praderas de
Norteamérica, llena de rebaños que tomaban parte de un gran proceso migratorio estacional.
Emma y Francheska rechazaban de plano la idea, y con toda razón, sobre todo después de lo que
les había ocurrido en su última aventura, pero Joshua no se daría por vencido.

“Por favor… solo unos minutos… y a la primera señal de peligro nos devolvemos”, insistió e
insistió, desgastando poco a poco la prudente renuencia de las niñas a participar en aquella nueva
aventura, a todas luces muy peligrosa, hasta que finalmente se salió con la suya.

Una vez ajustados los controles, los cuatro niños se escurrieron por debajo de la barandilla, para
luego detenerse, uno al lado del otro, frente al cristal.

“Miren, todos debemos permanecer juntos” advirtió Francheska. “Hay que tener mucho cuidado
esta vez, actuar con más sensatez”.

“¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fuera!” Josh y Leo gritaron al unísono, casi sin escuchar las
instrucciones de Francheska,

Emocionados, a la espera de la agradable sensación que experimentarían al pasar a través del


cristal, y llenos de nerviosas expectativas sobre lo que vendría después, pasaron del presente a 66
millones de años en el pasado.

Desde un punto estratégico, detrás del tronco de un gran árbol caído, pudieron ver el rebaño de
dinosaurios que Josh había estado monitoreando más temprano. El grupo de animales se movía
lentamente por la planicie. El suelo retumbaba bajo el impacto de sus enormes patas a medida
que atravesaban la llanura inundada, en busca de agua y alimento. Eran criaturas majestuosas,
que resplandecían en brillantes destellos de iridiscentes colores, bajo el intenso sol del mediodía.
Bandadas de Archaeopteryx, pequeñas criaturas, semejantes a aves, saltaban entre la maleza, en
busca de comida, planeando en cortas distancias, con sus brazos emplumados, parecidos a alas.
Los cuatro jovencitos salieron de detrás del árbol para ver mejor.

“¡Miren eso! ¡Es una manada de Parasaurolophus!” exclamó Josh, emocionado “¡No puedo creer
todos esos colores asombrosos! Nunca hubiese imaginado que la piel de los dinosaurios se vería
así. Siempre la imaginé de un color gris plano, como el de los elefantes, pero esto es muy
diferente. Parecen iguanas gigantes. Supongo que nadie pudo determinar este tipo de detalles a
partir de los fósiles. Ahora nosotros los estamos viendo, así, ¡en vivo!”.
Los machos de mayor tamaño tenían un apéndice de un color rojo brillante, parecido a una cresta
de gallo, en la parte superior de la cabeza, el cual bajaba hasta sus hocicos. Los líderes de la
manada se detuvieron súbitamente, al sentir algo fuera de lo común. El resto se agrupó detrás.
Seguidamente levantaron las cabezas e hicieron el sonido más majestuoso. Eran como potentes
trompetas. Toda la manada se detuvo a escuchar, puestos en alerta. Los más jóvenes empezaron a
retozar, tratando de imitar a los líderes con gruñidos, silbidos y gritos.

“Nadie sabía a ciencia cierta el propósito de esas trompetas que estos animales tenían en la
cabeza ¡Pero nunca imaginé que hicieran ese sonido tan asombroso!” dijo Josh, completamente
fascinado.

Como una caballería reunida a la voz del clarín, toda la manada empezó a barritar, marchando,
como uno solo, hacia el horizonte distante.

En el horizonte opuesto, empezó a distinguirse una nube de polvo que creía rápidamente, lo que
indicaba que otro rebaño se aproximaba: varias docenas de gigantescos herbívoros de tres
cuernos, los Triceratops. Un Tiranosaurio Rex, uno de los carnívoros más temibles y poderosos
del Jurásico, había estado siguiendo a la manada de Triceratops en los últimos días, buscando
atrapar a los que quedaran rezagados.

“Esto comienza a ponerse feo”, dedujo Josh.

“¡Qué raro! Es lo que parece ocurrir cada vez que estamos en algún lugar” dijo Leonora con
ironía.

“Muy bien, ya hemos visto los dinosaurios. Regresemos inmediatamente, como acordamos” dijo
Fran.

“¡Dios mío!” exclamó Emma, visiblemente perturbada ante la situación que se avecinaba, “¡Esa
manada va a pasar exactamente entre nosotros y nuestro camino de regreso hacia el
laboratorio!”.

“Estamos atrapados. No se alejen. Esperaremos detrás de estos troncos hasta que pasen todos”
Dijo Fran, “es lo único que podemos hacer por ahora”.

Aunque era un animal rápido y poderosamente dotado de enormes fauces que parecían puñales
gigantescos, el Tiranosaurio Rex no podía arriesgarse a atacar a un Triceratops adulto. La robusta
corona de tres cuernos que protegía la cabeza de los Triceratops era suficiente para advertir al
depredador la posibilidad de salir muy malherido. Cualquier herida que le impidiera cazar
posteriormente era la sentencia de una muerte segura, por lo que el Tiranosaurio los seguía a una
distancia prudente; pacientemente, amenazando psicológicamente a la manada, en una compleja
estrategia de cacería concebida para eliminar a los más débiles y vulnerables, los cuales
empezaban a quedarse atrás.

El grupo de Triceratops se mantenía en una posición defensiva cerrada, mientras sus miembros
pastaban, abrevaban y dormían. Los adultos mantenían a los más jóvenes y débiles encerrados en
el centro. La presencia del T. Rex los tenía en alerta, por lo que la manada viajaba más rápido
que de costumbre.

Un macho ya anciano y artrítico seguía el paso del rebaño cada vez con más dificultad. Este
macho había sido el líder dominante de la manada, pero recientemente había perdido su posición
ante un ejemplar más joven y fuerte, después de ser derrotado en un enfrentamiento por el
liderazgo del grupo. La cabeza de aquel anciano macho, llena de muchas cicatrices, era la
evidencia de que había sido el líder del rebaño durante mucho tiempo. Ahora, incapaz de
alimentarse adecuadamente, debido a la acelerada marcha de la manada, el viejo animal se
agotaba lentamente. Y el Tiranosaurio lo sabía.

Ahora era el momento preciso y el T. Rex se movió rápidamente, listo para matar. Aunque
estaba muy débil, y no representaba amenaza alguna para el enorme Tiranosaurio, el astuto
animal se dio vuelta y enfrentó a su atacante. Su sacrificio final serviría para cansar y distraer al
depredador, dándole al resto de la manada el tiempo suficiente para escapar a un lugar seguro. En
este, su último y heroico momento, el viejo Triceratops moriría peleando.

La habilidad del viejo líder de manada tomó por sorpresa al T. Rex, Sus intentos de llegar al bajo
vientre del Triceratops eran infructuosos, pues, el escurridizo animal seguía girando alrededor de
su enorme y acorazada cabeza, enfrentando al atacante. Agazapado bajo sus vigorosas y
gigantescas piernas, el Triceratops protegía su bajo vientre, y podía mantener su posición
defensiva durante un tiempo considerable.

Quizá el Tiranosaurio se daría por vencido y se iría, pero necesitaba comer desesperadamente, y
¿cuándo tendría otra oportunidad como esta? El T. Rex continuó el ataque, desviando a su
objetivo en varias direcciones y retrocediendo, intentando cansar al viejo Triceratops.
Finalmente, el depredador pudo enganchar uno de sus cuernos con los aserrados dientes de sus
fauces que, como enormes tornillos, sujetaron firmemente el cuerno del Triceratops, sacudiendo
su cabeza violentamente, de un lado a otro, para desorientar al anciano animal.

Justo cuando ya el fin parecía inminente, el Triceratops se retorció desesperadamente,


arrancando el cuerno de raíz. Ahora desorientado, intentó enfrentar una vez más al depredador,
pero debilitado por las salvajes sacudidas, sus movimientos eran más lentos. El T. Rex logró
clavar sus poderosas fauces detrás de la placa protectora de la cabeza del Triceratops, aplastando
y rasgando tendones, músculos y arterias vitales. Pero el T. Rex no estaba en una posición del
todo perfecta. El Triceratops pudo verlo, y girando la cabeza a un lado, la sacudió hacia arriba,
clavando sus dos cuernos restantes en el vientre del T. Rex, y deslizándolos luego en un suave
movimiento de Hara Kiri (lateralmente y luego hacia arriba, como en el antiguo ritual suicida
japonés).

El T. Rex echó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un rugido increíblemente ensordecedor, de
una furia y un dolor inimaginables. Había cometido un error de cálculo fatal y lo sabía. Los
intestinos del T. Rex se deslizaron por la enorme herida, cayendo en un gran charco de sangre
sobre la arena, justo antes que ambos animales finalmente se derrumbaran exhaustos y heridos de
muerte.

“Ya estuvo bien de encuentros con dinosaurios, Josh. ¡Realmente no hubiese querido ver nada de
esto, muchas gracias!” Protestó Emma.

“¡Chicos, miren!” Francheska señaló, inquieta, una luz en el cielo. Era mucho más brillante que
la estrella de la mañana, la cual conocían muy bien desde sus inicios en el colegio. Aquel punto
flameante permanecía inmóvil en el firmamento, con una pequeña cola, inclinada hacia arriba,
que sobresalía desde su centro. Los demás chicos supieron inmediatamente de qué se trataba.

“¿De todos los días posibles, tenías que escoger precisamente este, Josh?” dijo Emma,
visiblemente contrariada.

“No, esperen, chicos, yo no… quiero decir… nunca pensé. Esto es algún tipo de rara
coincidencia… yo…”

“Ya deja de balbucear, Josh. Vamos, no se hable más ¡Tenemos que salir de este lugar
inmediatamente!” dijo Emma.

De hecho, era una coincidencia muy poco probable, casi imposible, y también su última
oportunidad. Habían elegido visitar el Cretáceo en su última etapa. Eran las últimas horas del día
final, y debían abandonar aquel lugar rápidamente. Ahora tenían que regresar al portal del
tiempo, que estaba al otro lado de aquella sangrienta escena de carnicería y horror que les había
tocado presenciar minutos antes.

“Esta es nuestra oportunidad” les instó Fran “Creo que están muertos”

Los chicos caminaron rápidamente sobre los pozos de sangre, y se deslizaron entre los cuerpos
inmóviles de los enormes gladiadores. Vistas de cerca, aquellas criaturas lucían mucho más
grandes.
Con Francheska marcando el camino, se abrieron paso entre las retorcidas y humeantes espirales
de intestinos, apiladas en montones cuya altura los superaba en tamaño. El calor que aún
irradiaba de los cuerpos inertes de los dinosaurios, el fuerte olor a sangre y vísceras desgarradas
los enfermaba, por lo que apresuraron el paso.

“¡Esto es absolutamente asqueroso y desagradable!” dijo Emma, sosteniendo fuertemente un


pañuelo sobre la boca y la nariz. Se veía pálida y a punto de enfermarse.

“Bueno, eso es apenas una pequeña muestra de la muerte y destrucción que se avecinan”
respondió Josh, “¡en menos de una hora, todo habrá terminado para el período Cretáceo y será el
final de toda la era Mesozoica!” Desaparecerán casi todas las formas de vida en una salvaje
tormenta de fuego, producto de la enorme actividad volcánica, y el posterior invierno nuclear,
uno de los eventos más devastadores jamás vistos en el planeta.

“¡Debemos salir de aquí ahora mismo!” les pidió Francheska.

El gigantesco ojo del viejo Triceratops, con apenas un último destello de vida, los siguió
mientras caminaban de prisa, a pocos pasos de la cortina de energía, que ondulaba en tenues
destellos. Ya cerca de la seguridad del portal del tiempo, los cuatro niños voltearon para observar
la ardiente esfera roja en el cielo por última vez. Ahora era casi tan grande y brillante como el
sol, llenando todo el paisaje con su intimidante luz, tan misteriosa como intimidante.

“¡Es asombroso poder ver esto! La fuente de tal destrucción, allí, en el cielo, mientras la vida en
la tierra continúa su rutina del día a día. Ninguna de estas criaturas tiene el mínimo
presentimiento de lo que está a punto de ocurrir en pocos minutos” reflexionó Emma.

“De verdad me gustaría ver lo que ocurrirá en tierra, a nivel del suelo” añadió Josh “cuesta creer
que solo un impacto de meteorito podría afectar a todo el planeta”.

“Bueno, esa cosa está casi a cincuenta kilómetros de distancia, y viajando a una velocidad dos
veces superior a la de un jet. Así que no perdamos más tiempo y vámonos ahora” concluyó
Francheska.

“Veamos lo que va a ocurrir. Creo que el profesor hubiese querido que lo viéramos” insistió
Josh.

“Por supuesto, pero…” añadió Leonora sonriente, “desde la seguridad del laboratorio, por
supuesto”.
Los niños cruzaron la cortina de energía y desaparecieron para siempre de aquella, la última
escena del Cretáceo.

La ardiente esfera golpeó la península de Yucatán, en México, justo en las costas del Caribe. El
océano se evaporó de inmediato con el impacto y una serie de ondas de choque concéntricas se
expandieron hacia afuera, como enormes olas, desde el sitio de impacto del meteorito. En
minutos, su destructiva energía se propagó por toda la región norte de la península de Yucatán,
cambiando todo de verde a marrón.

Los cuatro niños observaron la escena en silencio, atónitos ante la magnitud de lo que veían.
Francheska apretaba la mano de su hermana, mientras imaginaba todas aquellas formas de vida,
grandes y pequeñas, desde diminutos insectos hasta las grandes manadas que habían visto, todos
viviendo sus vidas con normalidad, apenas minutos antes. Ahora habían desaparecido,
incinerados hasta la total extinción.

“Toda esa muerte y devastación. Es muy triste pensar en todo lo que está pasando allí. No puedo
imaginar todos esos bosques, en un área del tamaño de la cuenca del Amazonas, completamente
aniquilados, en apenas minutos ¿Qué es lo peor que puede pasar?”

Se formó una nube de cenizas gris oscuro sobre el sitio del impacto, la cual se expandió
rápidamente hasta oscurecer por completo la región norte de la península. Entonces empezó a
extenderse hacia el mar Caribe. Viajando a una velocidad supersónica, evaporando toda forma de
vida en un rango de cientos de kilómetros, desde el sitio de la explosión.

Al haber estado allí sólo unos minutos antes, los cuatro amigos permanecieron en silencio,
sumidos en sus pensamientos. Sin duda, habían tenido mucha suerte. Imaginaban la escena sobre
la tierra en ese justo momento. Todos aquellos que murieron en el impacto. Las manadas de
dinosaurios que acababan de ver. Los sobrevivientes andarían deambulando sin rumbo fijo, entre
la oscuridad y el terrible frío, congelándose hasta morir, o buscando el poco alimento que
quedaba después de la explosión.

Sin luz solar para que las plantas pudieran foto sintetizar, la cadena alimenticia del Cretáceo fue
completamente cortada de raíz, como un gran árbol que se derrumba en un bosque. Nada de lo
que ocupara los peldaños superiores de esta cadena pudo sobrevivir, a excepción de algunos
afortunados: quizá un puñado de reptiles, habitantes en los pantanos, y que pudieran estar en una
prolongada hibernación, o pequeños animales de abundante pelambre, ocultos en la profundidad
de sus madrigueras.
Capítulo XVIII: El renacer de la vida

La ajetreada rutina diaria de la escuela mantuvo a los cuatro niños tan ocupados que no hubo
tiempo para hablar sobre su catastrófica aventura por el Cretáceo, 65 millones de años en el
pasado, hasta que finalmente estuvieron sentados en el laboratorio del tiempo, escuchando al
profesor Chronos. Por coincidencia, en esta lección les estaba mostrando las dramáticas
imágenes de un evento de extinción anterior, el que trajo al Período Pérmico a un abrupto final,
hace aproximadamente 250 millones de años. El profesor estaba utilizando este ejemplo para
discutir la importancia de estos eventos en la evolución de las especies.

“A diferencia de lo que se ha pensado anteriormente”, explicaba Chronos, “la evolución es un


proceso extremadamente rápido y dinámico, caracterizado por estos desastres conocidos como
eventos de extinción”.

“Todo lo demás pierde significación, comparado con este evento de extinción que cerró el
Período Pérmico. Es difícil de creer, pero tanto como el 95 por ciento de las especies vivientes en
la tierra y los océanos pueden desaparecer para siempre en estas catástrofes”.

“¿Cómo pueden estos eventos ser la causa de un número tan elevado de muertes en todo el
mundo?” Preguntó Leonora. “Lo que quiero decir es, un meteorito puede golpear en un sitio
específico, pero el resto del planeta, especialmente los océanos, no se verían afectados, ¿O sí?”.

“Bueno, es lo que se esperaría, pero un impacto de tal magnitud, deja el centro sólido de la tierra
agitándose de un lado a otro dentro de su cubierta exterior líquida, como si fuese una campana.
He creado una serie de lapsos de tiempo hipotéticos, de manera que tengan una idea de cómo se
cree que todo esto ocurrió. ¡Observen!”

Los cuatro niños observaron con asombro cómo empezaron a aparecer enormes grietas por toda
la corteza terrestre, cubriendo el planeta, y arrojando pliegos de lava de basalto fundido del
ancho de continentes.

“Estos impactos activan terremotos por todo el planeta, y quizás incluso cambien la polaridad del
campo magnético de la tierra”. El profesor se acarició la barbilla, pensativo, para luego añadir
“definitivamente no era un buen momento para habitar el planeta”.

“Años de continua nubosidad, luego de estos eventos, no nos permiten observar lo que ocurre en
la superficie terrestre, por lo que solo se ha especulado durante mucho tiempo sobre las
combinaciones interrelacionadas de estos desastres: golpes de meteoritos, erupciones volcánicas
globales y el resultante cambio climático. Imaginen un objeto del tamaño de una ciudad pequeña,
de entre 10 y 20 kilómetros, golpeando la superficie de la tierra a velocidades 60 veces mayores
que la velocidad del sonido”.

El profesor Chronos avanzó algunos años en la máquina del tiempo, hasta que las nubes
finalmente se desvanecieron, ofreciendo una imagen clara de la superficie del planeta. Ubicando
el telescopio más abajo, sobre la desolada superficie de uno de los continentes, anunció
dramáticamente: “miren, la tierra ha sido devastada, hasta quedar de nuevo transformada en
piedra y suelo desnudo, sin ningún indicio de vida visible”, anunció.

“Sí, pero todavía está allí, ¿o no, profesor?” Emma levantó la mano “¿oculta bajo las rocas, en
las cavernas, o a gran profundidad, en los océanos? No puede decirnos que todo simplemente se
evaporó. ¿Ni siquiera hay pequeñas porciones de ADN?”

“No, tienes razón, Emma, y esa es la razón por la que la vida renació relativamente rápido. Solo
tomó 10 millones de años para que la biodiversidad volviera al mismo número y variedad de
especies que existían antes de la catástrofe. Después que la vida fue brutalmente borrada de la
superficie de la tierra, esa especie de curso evolutivo en zigzag dio un nuevo giro, al desaparecer
las presiones de la competencia entre especies. Las nuevas formas de vida se adaptaron
rápidamente a los espacios que quedaron vacantes. Ya no era la vida como la habíamos visto
anteriormente. Todo era completamente diferente. Las formas de vida de hecho eran tan distintas
que incluso los primeros geólogos del siglo XIX pudieron ver con facilidad la diferencia en los
fósiles de encima y debajo de las fronteras geológicas, sin comprender por qué la vida había
experimentado estos cambios. El final de cada gran período geológico está definido por una u
otra forma de desastre” explicó el profesor Chronos.

“Estos primeros geólogos establecieron las fronteras entre los grandes períodos, basándose en los
distintos cambios observados en los registros fósiles. La frontera geológica es el límite que
define la diferencia de edades entre dos capas de roca. En esa frontera se encuentran pedazos de
roca depositados antes y después del impacto de un meteorito, así como gran cantidad de restos
de animales muertos y plantas, y pedazos del meteorito.

Una vez que empezaron a observar cuidadosamente, aparecieron lechos de hueso en todas partes
a lo largo de la frontera. Posteriormente dataron las muestras (basándose en las observaciones
hechas a los rastros de elementos radiactivos presentes en las rocas, y el tiempo que les tomaba
descomponerse hasta transformarse en productos químicos más estables). Pero, aun así, no
llegaban a apreciar las verdaderas causas de estos cambios, hasta que los científicos se
tropezaron con una casi imperceptible pieza de evidencia, a finales del siglo XX. He leído mucho
al respecto”, dijo el profesor, entusiasmado, “Walter Álvarez y su padre Luis descubrieron
concentraciones inusualmente altas de un raro metal noble, el Iridio, en una capa ultra delgada
que cubre todo el planeta. Concluyeron que era parte de una fina nube de polvo, resultante de un
gran impacto de meteorito. La posterior búsqueda de evidencias sobre este evento geológico los
llevó a una gran formación circular ubicada al sur de México, la cual ya había sido reconocida
por Glen Penfield y Antonio Camargo, geofísicos de la compañía petrolera mexicana. Allí
estaba, una serie de anillos concéntricos, clara como el día, bien definida, a la luz de la Geofísica
moderna. El hallazgo de estos investigadores tuvo que enfrentar el escepticismo de la comunidad
científica. Se estima que un 70 por ciento de la vida terrestre y un 90 por ciento de las formas de
vida del mar perecieron en este devastador evento de extinción.

Los sobrevivientes emergieron de los restos de los grandes depredadores que antes habían
dominado el planeta, y florecieron con posibilidades aparentemente infinitas. La vida en la Tierra
sería completamente diferente, de no ser por ese impacto de meteorito ocurrido en México. Es
como si los procesos de la evolución hubiesen sido diseñados con la flexibilidad de adaptarse a
cualquier evento, desde los comunes o triviales, hasta los más extremos, para de esa manera
llevar a la vida del planeta hacia la cima de su evolución. Aunque no estoy seguro de conocer
aún cuál es esa cima, ese punto máximo de desarrollo de las formas de vida”, la voz del profesor
disminuyó, hasta quedar sumido en sus propios pensamientos.

“Quizás ese nivel superior sea la auto conciencia, una armonía balanceada e interdependiente con
el resto de los seres vivos que habitan la Tierra”, el profesor reflexionó, “bueno, al menos hasta
que ocurra el próximo evento cataclísmico”.

Aunque las lecciones eran muy divertidas, Francheska, al igual que sus compañeros, se sentía
cada vez más incómoda por lo brutal y devastador de cada uno de estos desastres, especialmente
después de su experiencia personal, al observar, de primera mano, el final del período Cretáceo.
De hecho, la mayor parte de la infancia de Francheska y su hermana había transcurrido en
aquella idílica convivencia con sus muy amadas mascotas familiares, alimentando y cuidando de
los más pequeños y vulnerables durante cada período estacional, en la granja de sus padres. Los
cuatro niños sabían muy bien que todo lo que habían visto a través del cristal era real. El
comportamiento de estas criaturas prehistóricas no era diferente al de los animales que ahora
atendían en la granja de la escuela. El hecho de hacer esta comparación les resultaba
profundamente conmovedor.

“Estas extinciones en masa, por una u otra razón, parecen ocurrir con alarmante regularidad,
profesor ¿Cómo podemos estar seguros que un día uno de estos desastres no nos exterminará,
junto con todas las especies de vida que conocemos hoy en día?” preguntó Francheska,
visiblemente preocupada.

“Bueno, ya sabes que hoy en día podemos rastrear las órbitas de objetos ocultos, potencialmente
peligrosos en nuestro sistema solar”, interrumpió Leonora, mientras observaba la escena a través
del cristal. “por lo que no es probable que vuelva a suceder” concluyó con optimismo.
“No se puede asegurar si ocurrirá, y en caso de ser así, cuándo sucederá el próximo evento de
extinción” respondió el profesor Chronos “los científicos saben que ocurren regularmente,
aunque nadie ha visto uno de estos desastres con la increíble claridad, detalle y precisión que
ustedes acaban de presenciar” seguidamente describió un amplio arco, con sus brazos, alrededor
del laboratorio. “En efecto, Leonora, hoy podemos detectar e interceptar los meteoritos que se
dirigen a la tierra, lo suficientemente rápido, antes que puedan impactar el planeta. Se pueden
enviar naves espaciales para desviar su trayectoria y alejarlos de la Tierra, si no son tan grandes,
supongo”.

“Algunas otras calamidades, como los súper volcanes o el cambio climático…” hizo una pausa,
reflexionando “bueno, son… digamos… más difíciles de controlar”.

“Pero, de cualquier manera, la vida siempre renacerá” continuó el profesor, “aunque pudiera
parecer una cantidad enorme, al compararlo con nuestra corta esperanza de vida, 10 millones de
años es una ínfima porción de tiempo, si consideramos los 4000 millones de años durante los
cuales la vida surgió de la nada, como lo hizo durante el Precámbrico”.

“Pero ¿Cómo empezó todo, profesor?” preguntó Emma, “lo que quiero decir es, al comienzo,
¿qué fue lo que desencadenó ese primer paso para que iniciara el proceso de la evolución, en
aquella enorme esfera rocosa y desnuda que era la tierra en ese entonces?”.

“Bueno, Emma, todos los ingredientes estaban presentes. En ese momento ya existían los 98
elementos naturales de la Tabla Periódica, los cuales ustedes pueden ver por todas partes hoy en
día. Las moléculas orgánicas están conformadas solo por algunos de ellos: Carbono, Hidrógeno
y Oxígeno, y podemos crear tales moléculas en cámaras de descarga eléctrica, construidas para
simular las tormentosas e inestables condiciones de los tiempos iniciales del planeta”.

“Sí, gracias, profesor, yo puedo entender la dinámica del proceso, pero aún no puedo imaginar el
por qué. ¿Qué hay, en realidad, detrás de esta fuerza evolutiva? Parece contrario a toda lógica el
hecho de que algo deba evolucionar para hacerse más complejo, más sofisticado, inteligente,
incluso auto consciente, a partir de un comienzo tan accidentado y común: ¡rayos que caen en
una sopa orgánica! ¿Quién es el director de esta magnífica, grandiosa, obra de teatro?”

“Te diré más sobre esta extraña “fuerza evolutiva”, Emma. Es una fuerza innata de auto
preservación. Encarna el concepto darwiniano de “adaptarse o perecer”. Tu pregunta es muy
importante, y creo que la lección de mañana estará enfocada, apropiadamente, en esa materia. De
hecho, es una ley muy simple, pero poderosa. He recopilado gran cantidad de ejemplos, y
considero que este es el momento correcto para mostrárselos”.

También podría gustarte