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Unirse a una mujer o a varias de ellas era signo no sólo de prestigio material
sino de poder personal. Ellas eran, tanto esposas como hijas y nueras, la
garantía de la prosperidad de los caciques, porque se creía que ellas eran la
llave al mundo de la materia. Tanto es así, que sin ellas, los longkos no
realizaban ninguna transacción comercial. Por eso en el decir de
la Araucanía se señala que “para que un negocio resulte, la mujer debe
estar de acuerdo”.
Lo implícito en esto es la idea mítica de que la mujer no sólo representa la
fertilidad de la naturaleza, sino que todo tipo de prosperidad está vinculada con su
vientre. A ese respecto, es interesante recordar aquí las motivaciones que tenía el
cacique Kallfukurá para llevar a sus 33 esposas a lo alto de un cerro mientras él,
en lo bajo, hacía sus operaciones de estrategia militar y de batalla. La tradición
afirma que lo hacía de este modo, “para que ellas, con su mente, le parieran la
victoria”.