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EDICIÓN MAYO 2020 | N°251

La oportunidad del conocimiento


Por Osvaldo Iazzetta*
Acostumbrados a las realidades virtuales, la pandemia nos recuerda que existe una realidad “dura”
que no podemos manipular y cuestiona el dominio del hombre sobre la naturaleza.

La realidad actual, sustraída de nuestro control, reclama un conocimiento objetivo que pone en valor
el paciente trabajo de la ciencia, y el de quienes viven consagrados a acumular evidencias y validar
pruebas que ofrezcan respuestas a nuestros padecimientos.

En tiempos de fake news y posverdad, que nos condenan a vivir bajo el imperio de la opinión, la
pandemia nos obliga a volver nuestra mirada esperanzada hacia quienes trabajan silenciosamente en
los laboratorios reuniendo datos duros y evidencias que permitan hallar una pronta solución. De
manera inesperada, asistimos a una revalorización del conocimiento y de quienes lo producen en
forma rigurosa y sistemática.

Vivimos en una “sociedad del conocimiento”, pero paradojalmente, con la expansión de las redes
disponemos de una masa de información que no tiene el propósito de contribuir a un debate
informado ni siempre viene acompañada del respaldo fáctico que sería deseable. Vivimos expuestos
a una sobreinformación que, pese a sus debilidades, resulta funcional para quienes la consumen
buscando en ella, una confirmación de sus creencias, preferencias y prejuicios.

Las redes no sólo han servido para acercarnos y conectarnos sin requerir co-presencia –algo que
apreciamos especialmente en tiempos de cuarentenas–, también funcionan como “cámaras de eco”
que nos devuelven aquello que deseamos escuchar, y que, gracias a la selección que hoy nos ofrecen
los algoritmos, ni siquiera exigen nuestra intervención para recortar aquello que preferimos dentro
del universo de opciones (éticas, políticas y estéticas) disponibles. Nos eximen de esa búsqueda, pero
la comodidad de hallar una opinión hecha a nuestra medida, nos encierra peligrosamente en nuestro
micromundo, reforzando nuestras certezas y dejando menos espacio para las dudas, que es
precisamente la materia de la que se nutre la ciencia para el avance del conocimiento.

Esto se ve muy claramente en el escenario político contemporáneo en el que las posiciones se


vuelven irreductibles y se confunden con verdades religiosas que no son negociables. Más allá de los
elementos idiosincráticos que este rasgo asume en cada país (y que en Argentina quedó condensado
en la figura de la “grieta”), la polarización política tiende a ser una característica cada vez más
extendida en las democracias actuales.

La ilusión de una esfera pública en la que los interlocutores intercambian argumentos en un marco de
deliberación racional se ve cada vez más desafiada por un debate que interpela las emociones
primarias, que premia la economía de lenguaje –ajustado a los pocos caracteres que admiten los
mensajes en las redes–, y que simplifica las respuestas a los problemas públicos con el único
propósito de calmar las ansiedades de los ciudadanos, aunque pronto se revelen inadecuadas.

Este primado de las emociones no ha sido captado por nuestros análisis, en parte porque los
conceptos y herramientas metodológicas empleados tienden a subvalorar su influencia en el mundo
actual. Sin embargo, es imperioso reconocer su incidencia en nuestras formas de sociabilidad e
intercambio y también en la manera en que está moldeando a las democracias contemporáneas –la
“emocracia”, mezcla de emoción y democracia de la que hablan algunos autores–, volviendo más
lejano el ideal de una deliberación pública racional alentado por teóricos tan respetables como
Habermas.

Sin este componente se vuelve incomprensible la irrupción de líderes como Trump, diestros en captar
y explotar las emociones y ansiedades sociales, y con suficiente desparpajo para desafiar la validez
del saber experto –cuando niega verosimilitud a las predicciones científicas sobre el deterioro
ambiental o subestima la amenaza del coronavirus–, o postular una antojadiza defensa de “hechos
alternativos”, cuando las evidencias puedan contrariar sus opiniones.

Nos habíamos resignado a movernos dentro de este mundo, pero el pánico e incertidumbre desatado
por la actual pandemia, inesperadamente nos ha empujado a valorar el trabajo de quienes producen
conocimiento riguroso y verificable.

En circunstancias críticas como las actuales, recobran sentido las dudas sobre las que trabaja la
ciencia para hallar nuevas respuestas. Eso no sólo coloca bajo sospecha ese mundo de certezas cuasi-
religiosas creado bajo el reinado de la opinión, sino también abre una nueva oportunidad para valorar
la producción de un conocimiento más atento a la episteme, y a los ámbitos comprometidos con esa
labor. La opinión siempre tendrá un lugar asegurado, eso podemos descontarlo, pero ¿sabremos
aprovechar el miedo instalado como una ocasión para devolverle al conocimiento sistemático el lugar
que le veníamos retaceando? El tiempo nos dirá si iniciamos un giro en esta dirección o si sólo se
trata de un momento pasajero que dure lo que dure el pánico frente a esta pandemia.

* Facultad de Ciencia Política y RR.II, Universidad Nacional de Rosario.


© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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