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Había una vez una niña de 5 años, que vivía a las afueras de Bogotá en un
pequeño pueblito llamado Chía, la niña siempre jugaba por las tardes con un
grande árbol de peras que había sembrado su madre, al lado de la entrada a su
casa.
-No tengo tiempo respondió, tengo que estudiar, no cuento con apoyo tecnológico
para realizar mi tarea, si tuviera un celular podría hacer mi tarea más rápido y fácil
‘‘exclamo la niña’’
- Y le dio una solución, pues mi niña arranca mis peras y véndelas y de ahí podrás
sacar dinero para tu celular.
Y tal como es de esperarse, a ella le fue muy bien con las cosechas, tanto fue su
éxito que se enamoró de esta profesión.
Cuando la niña tuvo 15 años, fue donde sus tíos los cuales tenían una granja de
frutos para ayudar con la cosecha, ella triste porque, no iba a ver con más
frecuencia a sus padres y a su querido amigo pepito el peral, quien le enseño el
amor y la pasión por los árboles y de paso por el cultivo que estos dan y proveen a
todos…
- Esta le respondió, no puedo querido amigo tengo muchísimas deudas que pagar
y tú molestando’’
El pobre Pepito ya desgastado y muy viejito, solo quería ver y jugar por última vez
a su querida y amada niña, las palabras del árbol fueron oídas y su querida amiga
se sentó en lo poco que quedaba de Pepito, solo para contarle que se iba a vivir la
ciudad, pues su profesión la había llevado a conseguir trabajo muy lejos de sus
padres, y como de su querido amigo ya solo quedaba el tronco, esta decidió hacer
un linda mesa, para recordar que este siempre estuvo para ella y dar solución a
sus penas.
Pepito el peral siempre permaneció con ella, ya que la mesa que había construido
con lo último que quedaba de su amigo nunca la vendió, ni la obsequio a nadie ya
que con ella recordaba a aquel amigo fiel y cuando sentía angustia o tristeza se
sentaba al lado de su mesa para recordar y dar solución a sus angustias e
incógnitas que tenía con el pasar de su vida.