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Nombre: C4 (Rango familiar C, numerada Cuarta en su núcleo familiar).

Decide no
asignarse nombre para recordar el trauma que vivió al ser sujeto de
experimentación.

Quien podria pensar que todas estas paginas estan gastadas por mis propias manos,
conservar el viejo album familiar es lo unico que mi padre no me ha podido arrebatar, y es
que lo atesoro mas que los libros de historia de nuestro estado. Aun recuerdo la tarde en
la que mi hermano se acerco a mi con una sonrisa que significaba posibles problemas, ya
habia dejado de llover y el aroma a tierra humeda inundaba mi nariz hasta casi hacerme
estornudar.

- ¿Qué haces Cecil?, acaso crees que no noto que tramas algo? – dije.
- Mira lo que traigo para ti.

Dijo él dandome un pequeño golpe en la frente con un gran libro, de no ser que reconoci
que era nuestro album eso seria del inicio de la batalla. Aunque no me permitian jugar con
nuestros rifles de palo ni nada relacionado a temas de guerra, Cecil y yo siempre
haciamos del patio el lugar de epicos combates, casi siempre sin permiso del General.
Solo una vez me encontro con barro en la cara, un rifle de cartón y simulando que le
disparaba a mi hermano, tuve que sentarme sobre el caballo de madera por una hora y
guardar absoluto silencio por un mes, aun asi y gracias a Cecil tuve una excelente
infancia. Mi padre nunca volvió a descubrirme.

Siempre he tenido una fijacion por el ejercito, me acuerdo de todas las veces que de niña
escuchaba con ilusion las anecotas militares que mi padre le contaba a mi hermano,
tratando de inculcar a Cecil la tradicion familiar, mientras mi madre intentaba enseñarme
sin exito oficios de costura, mis padres sabian el real interes que tenia al estar ahí. Mi
presencia durante estas tardes nunca fue inconveniente, hasta que una de esas veces y
en un impulso de inocente impruencia le pedi a mi padre que me llevara con el a los
campos de tiro como con Cecil. Las primeras veces me rechazaba de manera cortante,
luego fue transformandose en una mirada de enojo por mi insistencia. ¿Por qué Cecil si, y
yo no?, siempre me pregunté con frustración.

Hay dias en los que no puedo dejar de mirar el viejo album, me gusta recorrer las lineas
de todas las cronicas de batalla, biografias de coroneles, generales y comandantes.
Admiro a todos ellos, las fotos de mi tatarabuelo, abuelo y mi padre, su orgullo, sus
uniformes impecables, sus miradas graves que peciesen juzgarme, todas las insignias y
medallas en sus pechos tan numerosas que forman constelaciones. Hoy es el turno de mi
hermano para ocupar un lugar al lado de ellos en el album familiar, el proximo gran
General C5, Cecil Amiro o como yo lo llamo a veces para molestarlo “Cecilito”, como odia
que lo llame asi, pero bueno a la unica que se le ocurre es a mi madre, colocarle por
nombre Cecilito a un futuro General.

Por alguna razón todos estamos emocionados menos él, al llegar no tuvimos que esperar
mucho, pertenecer a una familia con varias viejas glorias del ejercito tiene sus beneficios
al parecer. Mientras estoy aqui sentada en esta base militar, la que por cierto queda
bastante retirada de la ciudad, es imposible no preguntarme que estara pasando por la
cabeza de Cecil ahora mismo, yo en su lugar si que disfrutaria este momento.
Mi hermano salio del area de registro donde tomaron su foto de ingreso despues de cinco
minutos con un sobre en la mano, le regalo una a mi madre, otra a mi padre y vino hasta
donde estaba sentada.

- Aquí tienes, otra para tu album – dijo con sieriedad, mientas me entregaba su foto.

Conozco tan bien a mi hermano que se que en aquel momento deseaba estar en
cualquier lugar menos ese, parece que cumplir las espectativas del General es tan dificil
para el como para mi.

La ultima foto del álbum ahora es la de mi hermano gemelo, la pegué el día de su ingreso
al Ejercito. Me comporté como una niña a pesar de que ya había sido “presentada”. Mi
hermano estuvo en entrenamiento por un año; durante este tiempo lo visité cada fin de
semana. No sólo quería ver a mi hermano, quería ver el cuartel, los uniformes, los
centinelas, los fusiles, las botas militares siempre relucientes. Me encanta… me
encantaba todo eso. Cada ocho días estaba más emocionada, hasta que ya no pude
estarlo más. Guardé silencio nuevamente, esta vez sin que nadie me lo ordenara.
Continuaba visitando a Cecil, pero apenas si hablaba con él. No me interesaba. Mi padre
estaba satisfecho por verme de esa manera, hablando poco, obedeciendo en todo y con
una seriedad tranquila.

Visitar el cuartel cada ocho días termino de convencerme, yo debia ser parte del ejercito y
no él. Como mujer esto era imposible, pero tenía a favor el hartazgo que sentía mi
hermano por la tradición familiar y la carrera militar. Nunca le gustó. Entró al Ejercito por
las mismas razones que jugaba conmigo a los soldados: porque sentía que debía hacerlo
y porque alguien se lo ordenaba. Mi hermano siempre fue un hombre con un
temperamento bastante tranquilo que supo hacer pasar como seriedad marcial.

Así que podía confiar en Cecil, por eso cuando estuve totalmente segura le dije: “voy a
ingresar al Ejercito”. Me reprochó.

- ¡Estas locas !, ¿como se te ocurre pensar que eso es una posibilidad? – dijo.

Tuve que escucharlo por unos minutos, sin embargo, el me conocía, sabia que era una
idea de la que no desistiria; asi que termino lo aceptando.

- Ayudame a pensar en la manera de hacerlo posible. Es obvio que quieres salir de


este cuartel, tanto como yo quiero entrar. – dije.

La solucion se hizo evidente. Por suerte un hombre de la posición de mi hermano siempre


cuenta con personas que quieran ayudarle.

- Zi, ya tengo todo listo, con esto vas a estar en deuda conmigo toda tu vida, no ha
sido nada facil. – dijo.
- En deuda estas tu conmigo por sacarte de tu “infierno” Cecilito. – Le dije
conteniendo la risa. – Cuentame todo, ¿como va el plan?

Lo primero era fingir mi muerte. Mi hermano consiguió un veneno que me haría pasar por
muerta unos días, un doctor que certificara mi muerte, un lugar donde esconderme y unos
días de licencia por el luto hasta que fuese el momento del cambio.
Por lo que me cuenta mi hermano, mi funeral fue tan serio como mi padre, no hubo
muchas lágrimas ni discursos, solo susurros y algo de tristeza. Lo segundo era
simplemente esperar el momento correcto. Sentia la espera como una eternidad, durante
ese tiempo pude darme cuenta que el medico que nos habia ayudado, nuestro complice,
era bastante cercano a mi hermano, Cecilito y su extraño don con las personas, don que
con toda seguridad no tengo.

La madrugada de su reingreso al Ejercito me mire al espejo – te ves muy bien Cecilito –


dije entre risas, como disfrutarias viendome asi vestida, recobre algo de seriedad por un
momento – Estaras orgulloso de mi, ya veras, espero que estes bien donde estes. Me
presente por el.

Ingresar al cuartel fue fácil, el problema era fingir durante el mes que faltaba para terminar
el entrenamiento tener el estado fisico que tenia Cecil y tratar de imitar tono de voz, evite
hablar en lo posible, no lo logre de un dia para otro. Por suerte destaque en el campo de
tiro, manejo de armas, tacticas de combate, fue como si hubiese sido parte de esto toda
mi vida. Mi hermano fue un recluta mediocre, pero logré que nos graduáramos con
honores. Nadie sabía qué había pasado con el recluta mediocre de padre preeminente,
algunos creyeron que la muerte de la hermana tuvo algo que ver. Cuando me gradué fui
asignada a uno de los puestos de la frontera norte. No sé cómo se lo habrá tomado mi
padre, me marché hacía el norte sin despedirme, no podía hacerlo.

La frontera norte era un lugar peligroso, en los medios se reportaban algunos


hostigamientos de salvajes que vivían más allá de la frontera, fuera del Regimen y que no
seguían los mandatos de Dios. Yo también creía en los salvajes. Después de un año en el
puesto fronterizo, supe que no eran unos simples salvajes. Estaban tan organizados y tan
bien entrenados como cualquiera de nosotros; además conocían tan bien esa zona
boscosa que era imposible combatirlos lejos de los puestos fronterizos.

Durante todo el tiempo que combatí en el norte, no pude confirmar ninguna baja. Yo
estaba segura de haber dado de baja a varios salvajes, pero nunca quedaban los
cuerpos, siempre se los llevaban. Estaba preparada para la intensidad del combate, pero
no para la frustración de luchar contra esas sombras guerrilleras del norte. A pesar de
todo logré lo que mi hermano nunca hubiera podido: llevar el nombre de la familia con
orgullo. Luego llegó el día de la emboscada. El caso nunca fue reportado, sólo un puñado
de personas sabemos lo que sucedió en el puesto fronterizo del norte el día 745 de
guardia en la frontera. Fuimos atacados, nadie recuerda como y al parecer los altos
mandos no quieren ondear en el asunto. Casi todos los oficiales y la mayoría de los
soldados regulares murieron. Nadie sabe qué pasó con exactitud. Quizá fue algún
guerrillero que logró entrar hasta el cuartel, quizá algún infiltrado. Desde ese día en los
puestos fronterizos, se doblo la vigilancia.

Evidentemente logré sobrevivir al atentado, pero mi suplantación quedó al descubierto.


Fui llevada al hospital de la ciudad más cercano, junto con un puñado de soldados.
Algunos murieron de camino al hospital, otros los días posteriores. Sólo 11 sobrevivimos.
El caso de suplantación fue un escándalo del que se habló en toda la Nación. El juicio de
mis padres y el mío fue rápido: fuimos condenados a muerte. Nadie creyó que mi
hermano y yo hubiéramos realizado solos toda la maroma de la suplantación. Mis padres
fueron ejecutados públicamente por Traición al orden natural y divino. Yo debía ser
ejecutada una semana después, pero nunca lo hicieron. El día de mi ejecución fui
transportada al laboratorio del Doctor León, creía que sólo era una leyenda para asustar a
las jóvenes desobedientes.

Conocí al Doctor León y al verdadero dolor. Las horas que pasé de niña sentada sobre el
caballo de madera no se pueden comparar a lo que hicieron conmigo en ese laboratorio.
Tengo la memoria difusa y destrozada por los años de tortura, pero mi cuerpo lleva las
marcas y recuerda muy bien lo que sucedió. Hay noches donde el recuerdo del dolor es
tan vívido que terminó vomitando y sin poder dormir. Fueron años de múltiples
operaciones, fueron muchas partes de mi cuerpo reemplazadas, fueron años de tortura en
los que me redujeron a esto que soy ahora, un mounstruo.

La noche del escape llegó de improviso, al principio crei que solo era uno de esos sueños
vividos en los que paso por esa puerta y puedo ver a Cecil o simplemente una alucinación
o tal vez quiza vendria otra ronda de medicamentos inutiles a mis multiples dolores, en
todo caso estaba lista para pelear una vez mas. Para mi sorpresa la figura que entro por
esa puerta era de una mujer, me hablaba, yo sin poder escuchar con suficiente claridad lo
que decia, me… me… parece que esta diciendo…

- ¡VAMONOS! – dijo agitada.

Logre escuchar con claridad finalmente? – C4 por favor ayudame a sacarnos de este sitio.
– suplicaba entre sollozos mientras trata de levantarme.

- ¡SUELTAME! – grite y sin darme cuenta mis ataduras cedieron como si fuesen
papel rompiendose en pedazos. Ambas nos miramos sorprendidas, en ese
momento quise volver pedazos todo el lugar.

- C4, Calmate, mi nombre es Ezzy, quiero ayudarte, ¡rapido! … !en cualquier


momento vendran por nosotras!

- ¿¡Quien!?, ninguna mujer en esta nación tiene un nombre como ese, ¡NO ME
ENGAÑES¡ - me prepare para arrancarle la cabeza por mentirosa.

- Soy E6 de rango familiar E, numerada Sexta en mi núcleo familiar, pero me


puedes llamar Ezzy. – balbuceo, con las manos en alto.

Era lo que había estado esperando todos esos años, quizas esta esa mi unica
oportunidad de salir de aquí y la ultima de volver a ver a Cecil. A pesar de estar sedada,
supe lo que estaba pasando y lo que debía hacer. Corrimos cuanto pudimos fuera del
pabellón, fuera del laboratorio, lo más rápido que me permitían mi reciente operación en la
que me suplantaron el ojo izquierdo. Era una noche despejada en la que la luna iluminaba
todo el campo. Era una noche hermosa, pero facilitó nuestra persecución. Después de
media hora estábamos escondidas en una vieja cabaña, rodeadas por decenas de
soldados. En ese momento sólo deseaba tener mi fusil. Luego llegó León. – Sólo debes
dejarla Ezzy, ya no es un ser humano, vuelve conmigo y continuemos con nuestro trabajo
- . Sólo tuve que oír esa jodida voz para sentir un intenso dolor de cabeza. Sentí la
necesidad de verlo, de mirarlo a la cara. Salí de la cabaña. Me movía por un impulso. Di
unos pasos hacía León y varios soldados se pararon frente a mí, apuntándome, a unos
cinco metros. El dolor se intensificaba. Sólo pensaba en mi fusil - ¡ De rodillas ¡, creo que
dijo uno de los soldados. - - ¡ De rodillas, ahora ¡ , quizá repitió. Sólo estoy segura que
dispararon dos veces. La primera vez al suelo para advertirme; la segunda a la pierna
para ponerme de rodillas. Recuerdo el intenso odio que sentí por León, mis padres, Cecil
y por mi, nada más. Cuando reaccioné estaba a punto de caer al suelo, me sentía
cansada y aturdida. Ezzy dice que vio como un extraño campo de energía me rodeó. Los
soldados descargaron sus armas contra mí, pero ninguna bala pudo atravesar el campo.
De repente, corrí hacía León y a mitad de camino una luz intensa iluminó todo a mi
alrededor, luego la explosión. Ezzy se tardó varios segundos en reaccionar, llegó hasta mí
y me habló. No sé lo que dijo, estaba viendo los cuerpos a mi alrededor con sus bocas
abiertas y oídos sangrantes. Unos minutos después intentaba seguir el paso de Ezzy. -
Sólo debes correr - me decía a mí misma.

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