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‘Homo sapiens’ u ‘homus idiotus’

La inacción de los Gobiernos de todo el mundo ante las advertencias de los científicos sobre el gran
peligro de los virus confirma la tendencia a no pensar
Leontxo García
26 ABR 2020 - 17:29 COT

E
l ajedrez educativo está en auge en muchos lugares. OLIVER HAUPT
Científicos y expertos eminentes advirtieron desde 2013 del enorme peligro de los virus en un mundo
globalizado. Ningún Gobierno les hizo caso. Las hipótesis del filósofo alemán Peter Sloterdijk (La vida actual
no invita a pensar) y del escritor uruguayo Washington Abdala (El homus idiotus; Aguilar, 2019) se cumplen
trágicamente. La decadencia del homo sapiens debe combatirse con urgencia desde la escuela. El fomento como
herramienta pedagógica del ajedrez, un juego que incita a pensar, puede ser muy útil a la hora de mejorar la
calidad de la educación.
Los medios de comunicación más influyentes deben asumir también una gran responsabilidad. Muy poca gente
conocía las repetidas advertencias de los expertos. No recuerdo haber escuchado o leído grandes titulares
durante los últimos cinco años donde se mostrase alarma por la advertencia de Bill Gates durante una
conferencia TED Talks en 2015: “Si algo ha de matar a más de diez millones de personas en las próximas
décadas, probablemente será un virus muy infeccioso, más que una guerra. No misiles, sino microbios. En parte,
la razón de esto es que se han invertido enormes cantidades en disuasivos nucleares. Pero en cambio, muy poco
en sistemas para detener epidemias. No estamos preparados para la próxima epidemia”.
Gates no fue el único. El economista Lawrence Summers, quien ocupó altos cargos con los presidentes Clinton
y Obama, publicó un artículo en 2016 (The National Bureau of Economic Research) cuyo título es cristalino: El
coste intrínseco del riesgo de gripe pandémica. Lo comentó otro eminente economista de EE UU, Tyler Cowen,
también muy explícito: “Una gripe pandémica es, realmente, un gran problema. Pero, al contrario de lo que
ocurre con el calentamiento global, no encaja convenientemente con las batallas que definen nuestras políticas,
y por tanto recibe mucha menos atención”.
Solo dos ejemplos más. En el libro In 100 years (MITPress, 2013), del español Ignacio Palacios-Huerta,
catedrático de la London School of Economics, uno de los coautores, el estadounidense Edward Glaeser,
catedrático de Harvard, advierte claramente de que los virus de la gripe son una amenaza muy seria para los
próximos años. Y el caso quizá más llamativo sea el del actual director de la Organización Mundial de la Salud,
Tedros Adhanom, quien advirtió en marzo de 2019 sobre el peligro de una gripe “que se propague de los
animales a los humanos y cause una pandemia”.
Cada vez hay más gente que piensa menos o peor. Lo hemos comprobado con la pandemia: casi ningún país
aprendió de lo ocurrido solo unos días antes en los demás
¿Cómo es posible que ninguno de los Gobiernos del G-20 reaccionase ante tales avisos? El presidente Obama lo
sabía, habló de ello en 2014, pero no me consta que hiciera nada más. Quizá porque, como apunta el divulgador
David Quammen en su entrevista con EL PAÍS del pasado domingo, se decían: “No gastaré el dinero por algo
que quizá no ocurra bajo mi mandato”.
Sí hay, en cambio, razones de peso para afirmar que el problema de fondo es la peligrosa tendencia a la
idioticracia con la que inicio, desde hace un año, todas mis conferencias sobre el ajedrez como herramienta
educativa. Cada vez hay más gente que piensa menos o peor. Lo hemos comprobado a medida que se extendía
la pandemia: casi ningún país aprendió de lo ocurrido solo unos días antes en los demás. Hay una acumulación
de motivos para esa aversión al pensamiento: vida muy acelerada, mal uso de las redes sociales, telebasura,
aumento de la desigualdad en gran parte del mundo, etc. Ahí puede estar parte de la explicación de por qué
millones de ciudadanos están eligiendo democráticamente —o incluso reeligiendo; aunque también es verdad
que las dictaduras son aún peores— a personas incompetentes para dirigir un país, como Donald Trump (cuyas
últimas ocurrencias son arruinar a la Organización Mundial de la Salud y sugerir que se inyecte lejía a los
enfermos de coronavirus para matar al virus), o con ideologías cercanas al fascismo, como Orbán en Hungría o
Bolsonaro en Brasil.
El acongojo colectivo provocado por la covid-19 puede ser un motor muy potente para neutralizar esa tendencia
tan nociva y mejorar el mundo. Pero, además de una voluntad masiva, necesitamos herramientas e iniciativas
concretas. Por ejemplo, potenciar y valorar como se debe a los científicos en general y a los expertos en
pedagogía y maestros de escuela en particular. Como hizo Finlandia a partir de 1991 tras el desmoronamiento
de la Unión Soviética, que era su pulmón económico, repensar la educación de los niños y dotarla de la máxima
calidad debería ser un asunto de Estado en cada país.
Son ya muchos los estudios científicos que respaldan la gran utilidad educativa del ajedrez, muy fácil de
promover por el bajísimo coste de sus materiales básicos
Son ya muchos los estudios científicos que respaldan la gran utilidad educativa del ajedrez, muy fácil de
promover por el bajísimo coste de sus materiales básicos. Es el único deporte que puede practicarse por internet
—las audiencias de los clubes virtuales durante el confinamiento están siendo millonarias—, tiene más de
quince siglos de historia documentada y se practica de manera organizada en casi 200 países. Además, España
está, junto a Argentina, Uruguay, Armenia y Hungría (gracias a la inmensa labor de Judit Polgar, la mejor
jugadora de la historia), en la vanguardia mundial de su aplicación como herramienta educativa, social y
terapéutica (el Congreso de los Diputados la apoyó por unanimidad en 2015).
Una de las muchas virtudes del ajedrez es que desarrolla el pensamiento flexible, fundamental para adaptarse a
un mundo que en los últimos 25 años ha cambiado muchísimo —como pocas veces en la historia de la
humanidad—, y todo indica que también lo hará en los próximos 25. En algunos ámbitos para bien, sin duda,
pero otros cambios nos han llevado a esta trágica pesadilla, causada por un ente microscópico.
Esos dos vectores de la transformación del mundo pueden simbolizarse en el homo sapiens y en el homus
idiotus, respectivamente. Es una partida de ajedrez a vida o muerte. De momento, el primero tiene todavía la
ventaja de la iniciativa, pero la amenaza del segundo es gravísima. Hay que encontrar las jugadas ganadoras. Y
para eso, ante todo, hay que pensar.

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