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Lo increíble es que el Museo lo haya aceptado para su publicación, aunque es común en la época

encontrar trabajos de ese tipo, en los cuales se suplía la falta de conocimientos arqueológicos con
la imaginación.

Los otros artículos anotados nos parecen importantes, al igual que todo la propuesta de creación
de una «arquitectura nacional», ya que los argumentos manejados son de gran nivel y muestran
una capacidad de crítica por una parte demoledora, y por otra profundamente convencidos que la
única teoría que existía para este grupo de pioneros de la arqueología y la restauración, era esta
mezcla de nacionalismo, indigenismo y positivismo. Es erróneo buscar los orígenes de estos
trabajos en las teorías europeas, ya que toda teoría de por sí hace referencia y sirve para hacer
comprensible -para explicar y a veces para justificar una realidad existente.

Respecto al monumento que se pensaba erigir en Tepoztlán, él mismo publicó una foto, dibujo y
descripción varios años después, concretamente en 1899 y luego en 1911. El llevar a la imprenta
ésto respondió a la polémica antes señalada de la «arquitectura nacional», en la que tomó parte
importante. Justamente lo tomó como uno de los dos únicos ejemplos valederos de esa propuesta
existente a la fecha, pese a todos los que había: el monumento a Cuauhtémoc y el de Tepoztlán. La
justificación alegada estaba en el programa, por una parte, y por otra en un lúcido análisis
ideológico del significado formal de la arquitectura y los monumentos.

Municipios de la ciudad de Tepoztlán, una de las obras de Rodríguez realizaras en 1895.

Municipios de la ciudad de Tepoztlán, una de las obras de Rodríguez realizaras en 1895.

Repetimos aquí el programa que le fue impuesto al autor para el proyecto nombrado:

El Ayuntamiento de la Municipalidad de Tepoztlán, Estado de Morelos, desea que se perpetúe el


recuerdo de los memorables trabajos emprendidos para descubrir la pirámide del Tepozteco y el
de la reunión del XI Congreso de Americanista en la ciudad de México, mediante: metro, vara
castellana, yarda y pie mexicano (ixcitl); la altura de la pirámide sobre la plaza y la de ésta sobre el
nivel del mar; las coordenadas geográficas y la inauguración del Museo de Antigüedades en esta
ciudad, debiendo adoptarse como estilo para el monumento el azteca puro.

Monumento conmemorativo proyectado para Tepoztlán por Francisco Rodríguez.


Monumento conmemorativo proyectado para Tepoztlán por Francisco Rodríguez.

VII. La Restauración y puesta en valor de Tepoztlan:

El pueblo de Tepoztlán se encuentra ubicado en las cercanías de Cuernavaca, a menos de 100


kilómetros del Distrito Federal. Por diversas razones permaneció incomunicado hasta hace poco
tiempo, y su población fue estudiada en varias oportunidades, en particular por Robert Redfield y
Oscar Lewis, levantando una de las más importantes polémicas antropológicas del siglo XX 67.

Se encuentra enclavado en un valle rodeado de enormes montañas sumamente erosionadas que


adoptan formas fantásticas, las que siempre han inspirado la imaginación popular.

Tepoztlán, en cuya descripción no vamos a extendernos demasiado, está trazada con la tradicional
cuadrícula del siglo XVI colonial. En su centro se encuentra actualmente la plaza, frente al edificio
municipal, típicamente porfirista. La fachada de este edificio es quizá, después del convento, lo
más importante del pueblo. Digo la fachada, porque en realidad fue superpuesta a una gran
construcción abovedada de la época colonial. En la parte posterior de ésta se halla el gran
convento, con su atrio y su claustro, construido en la mitad del siglo de la conquista. Actualmente
ha sido convertido en museo de arte colonial y se halla relativamente bien conservado, no así
durante el siglo pasado en que cambió tres veces de dueño, y se trató de ubicar en su lugar la
Penitenciaría del Estado de México y luego la Nacional.

Actualmente funciona en su parte posterior un casi abandonado museo de arqueología, creado


por la donación personal de Carlos Pellicer. Desde su muerte está sucio y descuidado, y una gran
cantidad de piezas falsas ocupan varias de sus vitrinas 68.

El clima de la localidad es cálido y estable, característica que lo ha transformado en lugar de prefe-


rencia turística, al igual que Cuernavaca y muchos otros sitios del Estado de Morelos.

Las montañas que lo rodean son en realidad un desprendimiento de la cadena del Ajusco. El
monumento arqueológico en cuestión se encuentra en una de ellas y está ubicado a unos 600
metros por encima de la localidad y a 2 mil 100 metros sobre el nivel del mar. Es interesante
destacar las erosionadas formaciones en la zona, casi únicas en el país, y que le han dado fama.
Según Marquina 69:

Estas brechas andesíticas y de materiales tufáceos forman ahora profundas y angostas quebradas
de crestas sinuosas erizadas de agujas, cada uno de las cuales tiene su correspondiente nombre
indígena, y cuyas extrañas formas se deben a que el material tufáceo se destruye más fácilmente
que las brechas.

Demás está decir que el acceso al templo y conjunto de ruinas es dificultoso en extremo, a lo largo
de escaleras, que en algunas oportunidades tienen los escalones tallados en la propia roca; es un
recorrido largo y cansado.

Respecto al pueblo podemos decir que en la actualidad presenta la extraña dualidad de gran canti-
dad de poblaciones del país: por una lado una estructura predominante agrícola y rural, y por otro,
un intenso turismo con el comercio y artesanía asociados a él. El sitio ha sido un reducido poblado
desde el siglo XVI, en particular tras la gran mortandad de los primeros años de la conquista. La
sociedad era totalmente rural y de bajos recursos, incluso tecnológicos. Oscar Lewis nos comenta
que cuando terminó sus observaciones, es decir hacia 1950, el 80 por ciento de la tenencia de la
tierra era de tipo comunal, más un 5 por ciento ejidal. Hasta la revolución, el arado de hierro era
casi desconocido, y en 1943 sólo el 43 por ciento de las familias utilizaban arados de cualquier
tipo: el resto todavía mantenía el sistema de la coa. Esto nos muestra el aspecto de marginación y
miseria que todavía hoy se oculta detrás de la fachada turística y de viviendas a fin de semana.

El monumento, demás está decirlo, fue siempre conocido y muy tenido en cuenta por los
pobladores de Tepoztlán y sus alrededores, por lo que sería ridículo decir que este fue
«descubierto» por Francisco Rodríguez. En realidad, fue él quien lo dio a conocer al mundo
occidental y académico mediante los trabajos realizados en 1895. Desconocemos en realidad
desde cuándo Rodríguez conocía el monumento, a excepción de que los trabajos de excavación los
realizó entre el 12 y el 31 de agosto de ese mismo año. Muy poco después dio a conocer los
resultados de su investigación en el Congreso Internacional de Americanistas (reunidos justamente
ese año en México).

De los arqueólogos estadounidenses y famosos en esa época, el primero en visitar el monumento


y describirlo detalladamente fue Marshall Saville en 1896 70, y poco después el incansable alemán
Eduard Seler publicó una interpretación del templo, su simbolismo y el de los glifos y relieves aso-
ciados. En realidad escribió dos trabajos, publicados en 1898 y 1906 en sus versiones originales y
luego uno traducido al inglés 71. A partir de allí no han existido aportaciones nuevas, ya que los
autores que trataron la región repitieron los textos de Saville y Seler 72.

Fotografía de 1896 mostrando los trabajos de excavación realizados en la pirámidede Tepoxtlán.

Fotografía de 1896 mostrando los trabajos de excavación realizados en la pirámidede Tepoxtlán.

Respecto al monumento en sí Cecilio Robelo 73 nos cuenta en un libro posterior:

En la penúltima década del siglo pasado, por iniciativa nuestra, se hizo una exploración en el
monumento y se llegó a descubrir en su base un hipogeo cuya importancia no pudo conocerse
entonces. Pero algunos años después, el ingeniero D. Francisco Rodríguez, oriundo del lugar y hoy
ex-subdirector del Museo Nacional, hizo una exploración muy detenida, encontró ídolos y objetos
varios que extrajo, y con ellos formó un pequeño museo que se instaló en la casa municipal;
descubrió en los muros del hipogeo, pintura, en su mayor parte cronográficas, que estudiadas
cuidadosamente revelarán acaso un Tonalamatl o un Tonalpohualli. Varios americanistas han
visitado el monumento, entre ellos, los sabios Saville, Seler y Nuttall, y han sacado copias de las
pintura: pero aún no han dado a conocer el estudio que hayan hecho. Conocido el valor
arqueológico del Tepoztecacalli, el Gobierno Federal lo puso bajo la vigilancia del Inspector y
Conservador de Monumentos, Don Leopoldo Batres, quien bajo los cuidados del vigilante
inmediato, Don Bernardino Verazuluce, ha construido un camino que facilita la ascención al
templo y continúa el estudio arqueológico del monumento.

Es evidente que Robelo estaba equivocado respecto a la publicación de los trabajos por los
visitantes nombrados, puesto que a la fecha de la primera edición de su libro ya se habían
realizado las varias ediciones citadas de Seler y Saville.

Si bien tradicionalmente se ha hecho referencia a las ruinas del Tepozteco como a una simple
«pirámide», debemos tener claro que ésta es sólo el edificio mayor del conjunto de construcciones
enclavadas en la parte superior de la montaña. Además, puesto que está restaurada y bastante
bien conservada, el turismo sólo se fija en ella, desconociendo casi totalmente el resto.
Tras el penoso ascenso en la última parte de la garganta casi vertical, que antecede al grupo de
construcciones y uno de cuyos tramos se realiza por medio de una escalera totalmente vertical,
nos encontramos en el sector edificado; debemos recordar que al inicio de este desfiladero se
encuentran los restos de una pequeña caseta de planta rectangular, que probablemente sirvió
como punto de control del acceso. Ese desfiladero ha sido totalmente remodelado para simplificar
la subida; lamentablemente al realizar estas obras, años atrás, se cubrieron los muros de la caseta
inferior, y quizás de otras similares.

Al finalizar la subida se penetra en la zona plana superior a través de una estrecha entrada, que
conserva incluso parte del revestimiento de estuco original. Pocos metros después se encuentra
una construcción moderna, realizada en piedra, que creemos es la que hizo Rodríguez a fin de
siglo. Esta fue modificada hace pocos años al poner dinteles de concreto y ventanas metálicas.

El sector donde se levanta ésta y que sirve como área de distribución hacia la pirámide y el sector
de terrazas escalonadas a su lado, era un gran piso de estuco nivelado, del que sólo quedan
fragmentos y parte de las piedras del relleno inferior sobre el tepetate. Tres o cuatro muros
destruidos asoman del piso, mostrando lo que deberon haber sido construcciones habitacionales o
de servicio para los sacerdotes, administradores y sus sirvientes, quienes debían vivir durante
largas temporadas en el sitio.

De allí parte un sector artificialmente nivelado, arreglado en varias oportunidades, que nos lleva a
la zona de las terrazas. Esta parte conforma una gran superficie que fue trabajada por medio de
aterrazamientos de piedra, de tal forma que todo el sector tiene decenas de pequeñas
plataformas de tierra cuyos desniveles fueron salvados con piedras formando muros rectos de
hasta dos metros de altura. Incluso algunas de las gargantas que van descendiendo hacia el valle
están también terraplenadas. En la actualidad no existen restos de paredes de construcciones en
esa zona, aunque es factible que en las terrazas superiores las haya habido. La lógica deducción es
que en el lugar se realizaban cultivos, ya que si bien las superiores permiten que se reúnan en ellas
grupos considerables de gente, en las inferiores no entran más de dos o tres personas como
máximo y su acceso es sumamente complicado.

En general el estado de conservación del conjunto es bueno e incluso temporalmente se procede a


una limpia general de vegetación. Lo notable es la cantidad gigantesca de tiestos cerámicos, por lo
que pudimos observar típicamente Aztecas, regados por todo el sitio. Ni hablar de la similar
cantidad de basura, en particular vidrios de botellas arrojados diariamente por los turistas que
visitan el lugar.
Plano de la Pirámide de Tepoxtlán tras las exploraciones de Francisco Rodríguez.

Plano de la Pirámide de Tepoxtlán tras las exploraciones de Francisco Rodríguez.

El monumento principal, y sobre el cual trabajó Francisco Rodríguez en 1895, es una gran pirámide
Azteca, que se levanta sobre un gran terraplén realizado para nivelar el terreno, más bajo al oeste
y más alto al este. Pero puesto que ya ha sido detalladamente descrito por el propio Rodríguez, al
igual que otros autores 74, transcribirnos, textualmente la cita que nos da Ignacio Marquina 75 en
su libro sobre arquitectura prehispánica:

El terreno rocalloso muy accidentado de la mesa natural fue regularizado artificialmente y sobre él
se construyó una plataforma de 9.50 m de altura que tiene acceso al oriente por una escalera
situada hacia la parte posterior del templo, pues éste presenta vista al poniente y al sur por otra
escalera cerca del ángulo suroeste del edificio; sobre esta gran plataforma, algo hacia atrás, se
levanta el basamento compuesto de dos cuerpos ligeramente inclinados, separados por un
angosto pasillo en cuyo lado poniente hay una escalera muy destruida limitada por alfardas que da
acceso al templo.

El templo se compone de dos aposentos y está limitado por paredes de aproximadamente 2 m de


grueso; el primer aposento, o más bien, vestíbulo se forma por la prolongación de los muros
laterales y por dos pilares situados un poco más atrás de las cabezas de los muros que forman tres
claros de los que el central es mayor: este vestíbulo mide 6 m por 5.20 m, tiene bancas laterales
con una depresión al centro como los de Malinalco y comunica por una puerta central con el
segundo aposento que mide 3.73 m el mismo ancho de 6 m, con bancas a sus lados norte, sur y
oriente, y un pedestal en el centro en el cual estuvo el ídolo que fue mandado destruir por el
misionero dominicano Fray Domingo de la Anunciación en la segunda mitad del siglo XVI.

El arquitecto Rodríguez encontró al hacer la exploración del monumento, restos del techo que,
según indicó, estaba hecho con pedazos de tezontle y una gran cantidad de mortero, de manera
que formaba una especie de bóveda de una sola pieza, que cubría un claro de 5 m ligeramente
curva con una flecha de 0.50 m y de 0.70 m. de grueso. De comprobarse estos datos, sería uno de
los poquísimos casos en que se hubiera usado este procedimiento.
Enfrente del templo se halla una pequeña plataforma de planta cuadrada, que conserva restos de
las alfardas que limitaban las escaleras que daban acceso a la parte alta, por los cuatro lados del
monumento. Las jambas de piedra de la puerta de comunicación están ricamente ornamentadas
con grecas, puntos si estrías verticales, revestidas de un fino aplanado y con restos de pintura,
pero se conserva sólo la parte baja y no es posible determinar con claridad lo que representan
estos motivos.

Las bancas están también construidas de piedra labrada: tienen una pequeña cornisa salientes y
estuvieron, como las jambas, aplanadas y pintadas. Según Seler, los motivos que ornamentaban la
pequeña cornisa representan los veinte signos de los días; en cada una de las bancas laterales hay
cuatro grandes losas con relieve que probablemente representan a los dioses de los puntos
cardinales, en tanto que en el lado sur, tal vez se haga referencia a las cuatro edades prehistóricas.

Entre el material de construcción del cuerpo inferior de la pirámide, aparecieron dos placas or-
namentadas: una con el jeroglífico del rey Ahuizotl, lo que indica que en el año 1500, aproxi-
madamente, hubo en el lugar una construcción Azteca más antigua que la que ahora aparece a la
vista. La otra placa lleva grabada la fecha 10 tochtli (conejo), que corresponde al final del reinado
de Ahuízotl. Estas placas permiten por lo tanto, determinar muy aproximadamente la fecha de
construcción del monumento entre 1502 y 1520.

La pirámide, según sabemos, estaba dedicada a uno de los dioses de la embriaguez,


concretamente al del pulque, el que según las leyendas fue descubierto justamente en Tepoztlán.
Según Marquina, quien cita a Seler 76, sabemos que con el objeto de determinar

(…) el dios a que estaba dedicado el templo, Seler cita la Relación de Tepoxtlán enviada a Felipe II,
que dice: El lugar es llamado Tepoxtlán, porque cuando sus antecesores llegaron a esta tierra,
encontraron el nombre generalmente en uso por los que la habían ocupado primero; dijeron que
el gran demonio o ídolo que tenían se llamaba Orne Tochtle, que es dos conejos y que se le daba
el sobrenombre de Tepoxtecatl, y el manuscrito pintado que se encuentra en la Biblioteca
Nazionale de Florencia, dice: Esta es la representación de una gran iniquidad, que es la costumbre
en un pueblo llamado Tepoxtlán; principalmente cuando un indio muere en estado de
intoxicación, los otros del pueblo le hacen una gran fiesta, llevando en las manos hachas de cobre
que usan para cortar madera.

Este pueblo está cerca de Yauntepque, son vasallos del Señor Marqués del Valle.
Según Cecilio Robelo en su Diccionario de Mitología Náhuatl 77:

(…) la palabra Tepoztecatl tiene la siguiente interpretación (nombre gentilicio derivado de


Tepoztlán: Tepozteco, oriundo o perteneciente al pueblo de Tepoztlán). Era el dio de Tepoztlán.
Uno de los dioses de los borrachos. El P. Sahagún enumera doce númenes de la embriaguez, y
entre ellos coloca en décimo lugar a Tepoztecatl.

En una antiquísima leyenda que nos ha conservado el P. Sahagún, se dice unos ulmecas del Te-
moanchán, entre los cuales estaba Mayahuel, mujer, y Pantecatl, hombre, inventaron hacer el
pulque, la mujer, raspando los magueyes y extrayend el aguamiel, y el hombre, hallando las raíces
que en ella se echan para fermentarla. Sigue diciendo la leyenda que después llegaron a hacer el
pulque a la perfección Tepoztecatl, Cuautlapanqui, Tiloa y Papaztacscaca.

El Códice Nuttall, que trae las figuras de trece dioses de los borrachos, refiriéndose al Tepoztecatl,
dice: (Esta es vna figvra de vna gran vella gría qvn pueblo q se dize tepuztlán, tenía por rrito yerta
q cuando algún yn dio moría borracho, los otros deste pueblo hazian gran fiesta con hachas de
cobre, con q cortan laleña enlas manos, este pueblo es parde yautepeque, vasallos del S. or
Marques del Valle).

El jeroglífico del dios y del pueblo es una hacha de cobre, tepostli, significando figuradamente que
los moradores eran hacheros, cortadores de leña; y todavía se dedican a este ejercicio.

En la pirámide se notan varios deterioros, pese a las restauraciones que se han realizado, incluso
actualmente. En particular son notables los arreglos realizados en la escalinata frontal (en 1949) y
en el basamento inferior (hacia 1975). Incluso en esas primeras reparaciones, el que las realizó
dejó su firma escrita en el cemento justo en el remate de la escalera.

Faltan actualmente varias piedras en la banqueta inferior, que ya vimos que estaban esculpidas
78, y el deterioro general de muros y columnas talladas está en notable aumento en relación con
las fotografías existentes. Es evidente que son necesarias algunas obras de protección.
Quizás lo más notable sea que el altar que estaba frente a la pirámide ya casi ha desaparecido
totalmente. Sólo se conserva en el piso la marca de su ubicación, y un par de piedras que dan una
idea vaga de su forma.

Es de lamentar que Francisco Rodríguez no nos haya dejado un trabajo de tallado de sus
intervenciones en el monumento. Esto no se lo podemos criticar, sino que en general en esa época
los arqueólogos no acostumbraban escribir informes largos sobre sus trabajos, en especial dada la
dificultad de publicación. Concretamente nos dejó un artículo, publicado en las actas del Congreso
Internacional de Americanistas, realizado en México en ese mismo año 79. Por lo que sabemos
nunca más se escribió nada sobre otros trabajos en el lugar, aunque tenemos evidencias de por lo
menos dos intervenciones más que luego analizamos.

Por lo que Rodríguez cuenta, sabemos que llegó al lugar por órdenes de su coterráneo, Cecilio
Robelo, en agosto de 1895. Creo que es posible imaginar que debió limpiar, aunque más no sea, el
camino de acceso, que luego fue arreglado por órdenes de Leopoldo Batres. Respecto a la
pirámide debió retirar de encima de ella gran cantidad de escombros, producto del derrumbe, del
techo, aunque todavía pudo observar, al igual que Saville y Seler, que éste estaba conformado por
una bóveda de corta flecha, lo que es un caso único en México. Al parecer las lápidas esculpidas
estaban completas (actualmente falta casi la mitad). No hay duda que los parches de cemento que
les han colocado en forma sucia y parcial, es un agregado contemporáneo.

Creo que hay que resaltar que no procedió a abrir calas o pozos, lo que según él mismo dijo fue
por falta de tiempo. Debemos dar gracias por esta sensatez, ya que de otra manera hubiera dejado
quizás a la intemperie el mismo núcleo de la pirámide, provocando así, con el tiempo, un deterioro
irreversible. El basamento fue limpiado y en general no se agregaron piedras de ningún tipo. Los
muros y columnas alcanzan actualmente el nivel al cual fueron descubiertos. En algunos
paramentos de la parte inferior, y en las construcciones que lo rodean, se pusieron piedras
encimadas y sin ningún cementante, con el objeto de dar un poco más la apariencia de sitio
cerrado, pero nunca sobrepasando la altura de los muros originales -cuyo estuco está muy bien
conservado-, ni el largo de las paredes. Parecería también que la construcción de piedra utilizada
actualmente para vigilancia y control hubiera sido realizada por él, ya que difícilmente se subía y
bajaba a diario; por otra parte la construcción parece realmente antigua. No así algunos
remiendos y dinteles de concreto modernos que sostienen el techo, las ventanas y puertas.

También es evidente que en 1949 se realizaron algunas obras, tales como la reconstrucción parcial
de la escalera, la cual fue cementada (con juntas rejoneadas), y pensamos también que muchos
escalones fueron cambiados por otros nuevos. Lamentablemente no quedaron claras las
evidencias de tal obra, si es que acaso quiso dejarlas. La triste historia de la reconstrucción de
monumentos estaba en ese entonces en su auge. Pero sin duda lo más imperdonable es la firma
estampada en el cemento, quizás por el que hizo el trabajo.

Vista de la pirámide en su estado anterior a las reconstrucciones de 1945.

Vista de la pirámide en su estado anterior a las reconstrucciones de 1945.

Otras obras realizadas recientemente, son las hechas hacia 1975 por un arqueólogo del INAH,
quien resanó los ángulos del basamento, además del terraplén inferior. Obras menores han sido la
losa de concreto sobre la escalera de hierro (antes de madera) que permite el acceso al sitio, la
limpieza del camino, un estacionamiento y la limpia de las terrazas que le .dan al lugar una
apariencia decente. Unicamente es de lamentar que para acceder a la pirámide se camine sobre
estucos, pisos y muros antiguos, cuando perfectamente se podría realizar una rampa por encima
de ellos.

Creemos que lo importante de los trabajos originales, que son los que realmente nos interesan,
que fueron realizados con sumo cuidado, respetando el monumento. Las piedras labradas que se
encontraron sueltas fueron trasladadas al Museo de Antropología, donde se conservan. Se
procedió a limpiar el lugar y a realizar un camino de acceso (con la ayuda de Batres y el encargado
de la región, Bernardino Verazaluce). Todo esto abrió el lugar al turismo y en especial a los
habitantes de Tepoztlán, verdaderos dueños del edificio.

VIII. Restauración y readecuación de funciones de edificios coloniales en México (1880-1910)

En las páginas anteriores hablamos ya del proyecto de Tepoztlán, de Francisco Rodríguez y de


otros colegas en lo arqueológico, tales como Leopoldo Batres restaurando Teotihuacán, Xochicalco
y Mitla, y muchos otros, incluso extranjeros como Alfred Percival Maudslay dirigiendo los grandes
proyectos de Copán en Honduras desde 1880, en lo que sin duda fue el primer proyecto de
restauración y puesta en valor a nivel continental. También es factible recorrer algunas páginas
más con la poca información que hemos podido rescatar respecto a restauraciones de
construcciones coloniales durante el porfiriato. Es de lamentar, pero pese a que se ha hecho
mucho más trabajo de conservación de monumentos coloniales que arqueológicos, no existe a la
fecha nada escrito sobre su desarrollo histórico.
En realidad, los trabajos sobre este tipo de obras tienen siempre una característica común: sólo se
realizan en construcciones que mantienen su uso. Podemos citar muchísimos casos: desde iglesias
que nunca habían sido terminadas y que arquitectos modernos las completaron con las
características formales de su época, como Manuel Tolsá y la catedral de México, o la cúpula que
Lorenzo de la Hidalga le realizó a la iglesia de Santa Teresa en 1845-48, construida anteriormente
por Gonzalo Velázquez.

Otro tipo de trabajo es el que consistía en tomar un convento antiguo, incluso abandonado, y
transformarlo en escuela, prisión o edificio de gobierno; podemos citar la temprana
transformación del convento de los Paulinos de Léon, adaptado a Palacio Municipal por el
arquitecto Juan Contreras en 1859; el de La Enseñanza para Palacio de Justicia en México durante
el año 1868, y muchísimos más, en especial los que fueron readecuados para viviendas de baja
renta. Otros muchos conventos e iglesias fueron modificados y adecuados a nuevas necesidades,
tal como La Compañía de Guanajuato, entre 1869 y 1884.

Un caso diferente lo constituyen las viviendas privadas: la gran casona de campo que tenía J. I.
Limantour (y que aún continúa en su sitio), sobre la actual avenida Revolución, fue
tempranamente adaptada (en 1912) para el Colegio Williams, y en esa misma fecha el actual
restaurante San Angel Inn, antigua casa de la Marquesa de Selva Nevada, había sido transformado
en sitio de fin de semana, incluyendo paseos en bote por el desaparecido lago artificial,
restaurante, caballos, etc. La Casa Montejo de Mérida fue remodelada en 1890 por Manuel
Arrigunaga Gutiérrez, recién llegado de París. Todo estos casos implicaron agregar o remplazar
partes originales por modernas, pero queremos destacar que siempre con el objetivo de
permitirles seguir funcionando e impedir su demolición definitiva.

Casos quizás similares, fueron los trabajos realizados en las casas de antiguas haciendas coloniales:
por citar los más conocidos, en 1881-5 el arquitecto Antonio Rivas Mercado remodela y adapta la
vieja casa de la Hacienda de San Antonio Ometusco (que incluyó una nueva estructura de acero);
poco después lleva a cabo lo mismo con la Hacienda del Tecajete, y simultáneamente finaliza
trabajos similares en la casa principal de la Hacienda de Chapingo. En Puebla, el ecléctico
arquitecto Eduardo Tamáriz cambia el Molino de San Francisco a vivienda semi-urbana (1880).
Cabe recalcar que en casi todos los casos se reemplazaba la anterior estructura portante (gruesos
muros, techos de madera) por una estructura moderna de acero (columnas y vigas pero
manteniendo los espacios y formas anteriores, aunque con cambios decorativos.

Otros casos que quisiéramos citar como ejemplos que pueden ser agregados a esta larga lista, son
la ampliación de la parte posterior de la Basílica de Guadalupe (1895), realizada en un neo-colonial
tan puro que es difícilmente separable del original del siglo XVIII. Otro ejemplo diferente, aunque
formalmente con la misma tendencia neo-colonial, es la remodelación del Palacio Municipal para
Departamento del Distrito Federal, cuya nueva estructura fue realizada en concreto armado por el
ingeniero naval Miguel Rebolledo en 1910.

Es evidente que esta lista no agota el tema, pero nos muestra cómo en estos casos el desarrollo
histórico de los principios por los cuales se restauraba, readecuaba o transformaba un edificio
histórico, no tiene las mismas características que con los arqueológicos. Quizás desde aquí sea
desde donde debamos buscar las grandes diferencias que aún separan ambas áreas de trabajo.

Panorámica de la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México.

Panorámica de la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México.

IX. Conclusiones

Si en el momento actual debiéramos llegar a conclusiones, creo que serían las siguientes: dentro
de la obvia provisionalidad que tiene cualquier conclusión que se precie de científica, podemos
afirmar que la restauración de monumentos en América Latina, y particularmente en México, se
desarrolla en los últimos diez años del siglo XIX inmersa dentro del Positivismo tardío y su
vertiente nacionalista. Está inmersa en ella, y es parte insoluble de su ideología.

En segundo lugar, es posible pensar que las obras de Francisco Rodríguez en la pirámide de Tepoz-
tlán, son por diferentes motivos: un notable trabajo una escala reducida y lógica, una restauración
sin alteraciones ni «reconstrucciones» hipotéticas, obras auxiliares (caseta de control, acceso,
monumento en el pueblo, camino, etc.), incluidas dentro de otras obras de infraestructura en el
pueblo (plaza, municipio, agua, luz): es decir que prácticamente estaríamos frente al «primer
proyecto de puesta en valor de un sitio histórico» de América.

El inicio de estos trabajos, tanto el ya reseñado como otros muy importantes sólo citados, se hace
al principio con ideas teóricas suficientemente claras. Las ideas de Ruskin o Viollet-le-Duc llegaron
a América hacia fin de siglo, pero no con el contenido que les damos hoy, y no modificaron en
nada el desarrollo de la restauración.
Sería importante revisar la bibliografía de la época con mucho mayor detenimiento, para tratar de
entender con más claridad y detalle cuáles fueron esas teorías y cómo las materializaron, con el fin
de intentar construir una verdadera historia, y una teoría realmente científica de la restauración
de la arquitectura en particular, y de la conservación de la cultura en general.

Solamente a través de un análisis de esas características, podremos llegar a entender realmente la


importancia del carácter social que tienen ambas, y ya no meramente estético, como
tradicionalmente se le ha tomado. Debemos entender que la lucha por una ciudad que conserve
su propio pasado, por una cultura de y para la sociedad que la produce, que un entorno más
limpio, que una escala urbana más acorde al ser humano, se puede lograr. Pero significa una larga
y difícil lucha contra un sistema que no tiene intereses de la misma índole. Es por eso que la lucha
por la conservación del patrimonio cultural en todas sus escalas, se transforma en nuestro mundo
en una lucha política, por intereses sociales y colectivos; sólo así podremos avanzar seriamente
hacia su consecución.

1. Bibliografía crítica sobre la restauración en América Latina existe ya una buena medida. Se
pueden citar trabajos reunidos en antologías o aislados, aunque a la fecha no hay libros específicos
sobre ello.

Podemos citar como compilaciones:

Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, núm. 16, 1973, Caracas.

También el Symposium Interamericano de Conservación del Patrimonio Artístico, INBA, 1978,


México.

Como trabajos individuales debemos destacar

BENEVOLO, Leonardo, «La preservación de los centros históricos ante el crecimiento de la ciudad
contemporánea», ponencia inicial al simposio de igual nombre, UNESCO/PNUD, 1977 Quito.

REGIL, Cuauhtémoc de, Protección y conservación en el subdesarrollo, Sociedad de Críticos de


Arquitectura, 1980, Guadalajara.

SCHÁVELZON, Daniel, «El pucará de Tilcara: ideología y política en la restauración de monumentos


en la Argentina», Cuadernos de arquitectura y conservación del patrimonio artístico, vol. 4-5,
INBA, 1979, México.

CASTRO, Efraín, «Puebla, un ejemplo de degradación urbana», Boletín del CIHyE, núm. 16, 1973,
Caracas.
FLORES MARINI, Carlos, «Revitalización urbana y desarrollo turístico», Boletín del CIHyE, núm. 16,
1973, Caracas.

Idem, Informe Cuzco, CIHyE, 1977, Caracas.

GONZALEZ, Marcelino, «Utopía y realidad del centro histórico de Antigua Guatemala», Symposium
Interamericano de Conservación del Patrimonio Artístico, INBA, 1978, México.

PALM, Erwin, «Las interferencias con el patrimonio artístico», Symposium Interamericano de


Conservación del Patrimonio Artístico, INBA, 1978, México.

GUTIERREZ, Ramón, «Cuzco: todo está como antes», Documentos de arquitectura nacional y
americana, núm. 6, Resistencia, 1978.

MAZA, Francisco de la, «La propaganda y la belleza o la estética de la Coca-Cola», Páginas de arte e
historia, INAH, 1971 México.

FLORES MARINI, Carlos, Apuntes sobre arquitectura, INBA 1980, México.

2. SCHAVELZON, Daniel, Hacia una teoría ideológica de la restauración, 1979, Guadalajara.

3. En la restauración de monumentos prehispánicos, a raíz de duros golpes que varios arqueólogos


– restauradores infligieron a los métodos tradicionales que se utilizaban, se consiguió reconsiderar
y modificar su desarrollo. Como síntesis pueden verse:

MOLINA, Augusto, La restauración arquitectónica de edificios arqueológicos, INAH, 1975, México.

Como síntesis de la crisis:

GANDARA, Manuel, La arqueología oficial en México, Tesis ENAH, 1978, México.

ARBOLEYDA, Ruth, En torno a la crisis de la antropología nacional, INAH, 1979, México.

PANAMEÑO, Rebeca y NALDA, Enrique, Arqueología ¿para quién?, Nueva Antropología, núm. 12,
pp. 111-124, 1979, México.
MATOS, Eduardo, «Las corrientes arqueológicas de México», Nueva Antropología, núm. 12, pp. 7-
25, 1979, México.

FLORES MARINI, Carlos, «Un diferente enfoque para la restauración de monumentos


arqueológicos», en Cuadernos de Arquitectura y Conservación, 1980.

4. BENEVOLO, Leonardo, op. cit., y REGIL, Cuauhtémoc de, op.

5. Existen varios trabajos, entre ellos MOLINA, Augusto, op. cit.

6. Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, núm. 16, 1975, Caracas. En él hay
varios trabajos sobre el tema.

7. SCHÁVELZON, Daniel, op. cit. notas 1 y 2.

8. GARCIA DE FUENTES, Ana, Cancún: turismo y subdesarrollo regional, UNAM, 1979, México.

GUARDUÑO, Jaime, «Breves notas sobre la desintegración de a comunidad indígena cobaeña»,


Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, núm. 40, 1980,
Mérida.

9. BERNAL, Ignacio, Historia de la arqueología en México, Editorial Porrúa, 1979, México.

10. Idem nota 7.

11. Las obras de otras personalidades, como Leopoldo Batres, son tan importantes como la de
Rodrígez, aunque sobre ellos se ha escrito ya otros trabajos.
12. LITVAK, Jaime, «El patrimonio arqueológico nacional: un problema de proceso y concepto»,
Symposium Interamericano de Conservación del Patrimonio Artístico, INBA, 1978, México.

13. MATOS, Eduardo, «Una máscara olmeca en el Templo Mayor de Tenochtitlán, Anales de
Antropología, núm. XVI, 1979, México.

Otro ejemplo de un objeto olmeca en el periodo Clásico:

GUSSYMYER, J., «Una figurilla olmeca en un entierro del horizonte Clásico», Estudios de Cultura
Maya, vol. X, 1976, México.

14. RATHJE, William, «Descubrimiento de un jade olmeca en la isla de Cozumel, Quintana Roo»,
Estudios de Cultura Maya, vol. IX, 1973, México.

15. SCHÁVELZON, Daniel, «Supervivencias de cultos prehispánicos en Guatemala», Proyecciones


de América Latina vol. 1, 1981, México.

16. SANCHEZ VAZQUEZ, Adolfo, La ideología de la «neutralidad ideológica» en las ciencias sociales.
Mecanografiado, 1975, México.

17. La población del valle de Teotihuacán, GAMIO, Manuel, coord. Secretaría de Agricultura y
Fomento, 3 vols., 1922 México.

18. CIRESE, Alberto, Cultura hegemónica y cultura subalterna, Palumbo Editor, Palermo, 1978.

Idem, Folclor y antropología, Palumbo Editor, 1972, Palermo.

19. Idem nota 12.


20. Sobre la literatura indigenista existen varios trabajos de JoséRojas Garcidueñas, imposibles de
enumerar aquí por su extensión.

21. RODRIGUEZ PRAMPOLINI, Ida, «La figura del indio en la pintura del siglo XIX: fondo
ideológico», INI 30 años después, Instituto Nacional Indigenista, pp. 303-319, 1978, México.
(Existen varias ediciones de este trabajo).

22. SCHAVELZON, Daniel, op. cit. nota 12.

KATZMAN, Israel, La arquitectura del siglo XIX en México, UNAM, 1973, México.

ALVAREZ, Manuel, Las ruinas de Mitla y la arquitectura, 1900, México.

23. Ver nota 20.

24. FERNANDEZ, Justino, El arte del siglo XIX en México, UNAM, 1956, México.

25. Existieron diversos monumentos a Cuauhtémoc; el citado aquí es el inaugurado en 1887 y


realizado por Eduardo Noreña y Francisco Jiménez.

26. Existe una cantidad infinita de publicaciones sobre Cuauhtémoc. Sobre este aspecto, pueden
verse entre otras muchas las editadas por la Comisión Investigadora de los hallazgos de Ich-
cateopan. Sobre el mito, recomendamos: GARCIA QUINTANA, Josefína, Cuauhtémoc en el siglo
XIX, UNAM, 1977, México.

27. VILLORIO, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México, CISINAH, 1979, México.
(Hay varias ediciones anteriores).

28. BERNAL, Ignacio, La arqueología mexicana de 1880 a la fecha, Cuadernos Americanos, vol. LXV,
núm. 5, pp. 122145, 1952, México.
29. COMAS, Juan, 100 años de Congresos de Americanistas, UNAM, 1976, México.

30. Sobre los trabajos de restauración de Leopoldo Batres puede verse MOLINA, Augusto, La
restauración arquitectónica de edificios arqueológicos, INAH, 1975, México.

31. Noticias aparecidas en El siglo XIX, 4 y 6 de enero de 1887, México.

32. Noticias en El siglo XIX, 2 de febrero de 1887.

33. COMAS, Juan, Las primeras instrucciones para la investigación antropológica en México (1863),
UNAM, 1962, México.

34. GARCIA QUINTANA, Josefina, 1977, op. cit.

35. LEWIS, Oscar, 1975, op. cit.

36. RIVERA CAMBAS, 1883, op. cit.

37. COSSIO VILLEGAS, Daniel, Historia moderna de México, vol. 4, Editorial Hermes, 1973, México.

38. TOMAC, Dúdrica S., «Apuntes sobre algunos problemas de la investigación del arte
prehispánico en Mesoamérica». Anales del I.I.E., núm. 47, UNAM, 1977, México.

39. BAUDRILLARD, Jan, Crítica de la economía política del signo, Siglo XXI, 1974, México.

Idem, El sistema de los objetos, Siglo XXI, 1969, México.

40. ARGAN, Giulio Carlo, El Pasado en el Presente, Gustavo Gili, 1973, Barcelona,
41. BAUDRI LLARD, Jan, op. cit., 1969. y 1974.

42. Un resumen general de la arqueología en México se pude ver en el artículo de Ignacio Bernal,
1979, op. cit. Otros libros de fácil consulta son: WILLEY, Gordon, y SABLOFF, Jeremy, A history of
American archaeology, W. H. Freeman, 1977, New York.

Sobre la evolución de las ideas etnológicas:

PALERM, Angel, Historia de la Etnología, 4 vols., CISINAH, desde 1975, México.

Otros autores, pero cuya bibliografía sería demasiado extensa de detallar, son:

BRUNHAUSE, Robert, (Pursuit the ancient Maya y They found the buried cities); PENDARGAST,
David, (The Walter-Caddy expedition to Middle America); ECHANOVE TRUJILLO, Carlos, op. cit.;
HAGEN, Wolfang von, (En busca de los Mayas); ALVAREZ, Manuel (Milla y la arquitectura); GRIF-
FIN, Guillet, (Early traveler to Palenque); SCHÁVELZON, Daniel, (Una visión romántica de la
arquitectura); FUENTE, Beatriz de la y SCHAVELZON, Daniel, (Algunas noticias poco conocidas que
sobre Palenque se publicaron en el siglo XIX), Y otros más de BALLESTEROS GABROIS, Manuel,
(Palenque), MOLINA, Marta, (Uxmal), etcétera.

43. SCHAVELZON, Daniel, «El saqueo arqueológico de Guatemala», Antropología e Historia, 24,
INAH, 2da. Epoca, 1979, México.

44. Una sucinta historia de los trabajos en Quiriguá puede leerse en MORLEY, Sylvanus, Guía
Arqueológica de las ruinas de Quiriguá, Carnegie lnstitution, 1936, Washington.

El libro más importante de Maudslay es la parte de «Arqueología» (4 vols.) incluida en los 50


tomos de la Biología Centrali-Americana, 1893.

45. MAUDSLAY, Alfred P., «Recent archaelogical discoveries», Journal of the Royal Anthropological
Institution, vol. 43, pp. 9-22, 1913, London; (la cita proviene de la pág. 12).

46. Un análisis crítico de la obra de Edward Thompson, en particular sus enfrentamientos con
Teobert Maler y Justo Sierra, puede verse en el libro de ECHANOVE TRUJILLO, Carlo, Dos héroes de
la arqueología maya: el conde Waldeck y Teobart Maler, Universidad de Yucatán, 1975, Mérida.
47. GERTZ MANERO, Alejandro, La defensa jurídica y social del patrimonio cultural, Fondo de
Cultura Económica, 1976, México.

48. Si bien es criticable haber trasladado monumentos a Londres, es necesario tener en cuenta
tres factores: en primer lugar Maudslay y el Peabody Museum tenían un contrato oficial firmado
con el propio presidente de Honduras, por el cual estaban autorizados a llevarse LA MITAD de
todo lo descubierto. En ese sentido, sólo se llevaron una minúscula parte. Por otro lado, también
debe pensarse en el problema del imperialismo y su concepción centralizada del uso del arte por
las élites ilustradas, por lo que tradicionalmente se llevan las obras de arte de los grandes museos.
Un tercer elemento es el hecho que a lugares tan remotos (aún hoy) sólo llegaban dos tipos de
viajeros: arqueólogos entusiasmados y ladrones profesionales. En cierta forma, una manera de
protejer las obras (por lo menos eso consideraban ellos) era trasladarlas a sitio seguro.

49. KAUFFMAN, Federico, Historia de la arqueología peruana, 1961, Lima, y Manual de


arqueología peruana, Peisa, 1969, Lima.

ROWE, John H. «Cuadro cronológico de exploraciones y descubrimiento en la arqueología


peruana: 1763-1955″, Arqueológicas, no. 4, 1959, Lima. HORKHEIMER, H., El Perú prehispánico,
1950, Lima.

WILLEY, Gordon y SABLOFF, Jeremy, 1977, op. cit.

50. Sobre la obra de Max Uhle y su relación con Jijón y Caamaño en Ecuador, ver SCHÁVELZON,
Daniel, Arquitectura y arqueología del Ecuador Prehispánico, UNAM, 1981, México.

51. BERNAL, op. cit., 1979.

52. La Bibliografía sobre el desarrollo de la arqueología en Europa es realmente vastísima.


Podemos citar como ejemplos de tratrabajos fácilmente accesibles:

GLYN, Daniel, Historia de la Arqueología, Alianza Editorial, 1971, Madrid.

CERAM, C.W., The march of archaeology, KNOPF, A., 1975, New York.
Sobre las excavaciones en Egipto:

WORTHAM, John, The genesis of British egyptology, University of Oklahoma Press, 1971, Norman.

Los trabajos en Egipto se inician científicamente con sir Flinders Petrie durante su primera
temporada en Tanis (1884) aunque su primera visita fue en 1880. Luego continúa trabajando para
la Egypt Exploration Found en Naucratis y Tel Defenneh (1885/6).

LLOYD, Seton, Foundations in the dust, Thames and Hudson, 1980, Lo. ndon.

GLYN, Daniel, Towards a history of archaeology, Thames and Hudson, 1981, London, ídem, A short
history of archaeology, Thames and Hudson, 1980, London.

53. ZEA, Leopoldo, El positivismo en México, Fondo de Cultura Económica 1968, México.

BRADING, Leopoldo, Los orígenes del nacionalismo mexicano, Septsetentas, 1973, México.

54. LUNACHARSKY, Anatol, El arte y la revolución (1917-1927), Grijalbo, 1975, México. Presenta la
traducción de escritos del autor referentes al tema, y un buen ensayo introductorio de Sánchez
Vázquez.

55. FLETCHER, Sir Banister, A history of architecture on the comparative method, Athlone Press, la.
edición, 1896, London.

PARKER, John H., An introduction to the study of gothic architecture, Parker and Co., 8a. edición,
1888, London.

56. PARKER, Jonh H., op. cit.

57. La bibliografía sobre autores de la talla de Camilo Sitte es extensa a un grado increíble. Sólo
citar las ediciones de su libro Construcción de ciudades según principios artísticos llevaría varias
hojas. Un libro en español y reciente que analiza la obra de este arquitecto es COLLINS, George y
Christiane, Camilo Sitte y el nacimiento del urbanismo moderno, Gustavo Gili, 1980, Barcelona.

58. CHARNAY, Désiré, Cités et ruines américaines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichen Itza, Uxmal,
1863, París.
59. Sobre Humboldt la bibliografía es larga de detallar, pero casi todos los autores aceptan (y
creemos que es obvio) su posición desde un europeo neoclasicista bastante etnocéntrico. Sus
apreciaciones sobre el arte prehispánico –en especial sobre la Coatlicue y Mitla– constantemente
aclaran que son grandes obras «primitivas», «salvajes» y de «un periodo al cual el hombre no
debe jamás regresar».

60. Puede leerse una buena biografía en Eugéne Viollet-le-Duc, Caisse Nationale des Monuments
Historiques, 1965, París.

Sobre el mismo autor recomendamos el libro FUSCO, Renato de, La idea de arquitectura: historia
de la crítica desde VioIlet-le-Duc a Pérsico, G. Gili, 1976, Barcelona.

Otros trabajos son Viollet-le-duc, exposition du Gran Palais, Reunión dos Musées Nationaux, 1960.
París. Le voyage d’Italie Viollet-le-Duc 11836-7), Ecole Nationale Superiere des Beaux Arts, 1980,
París.

La revista Archaeologia núm. 141, viene totalmente dedicada a las obras de le-Duc.

61. FUENTE, Beatriz de la, La escultura de Palenque, UNAM, 1963, México.

62. TABLADA, José Juan, «Sir John Ruskin», Revista Moderna, 15-2-1900, México.

63. Ibíd.

64. REVILLA, Manuel G., El arte en México en la época antigua y durante el gobierno virreinal,
Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1893, México.

MARISCAL, Federico, La patria y la arquitectura nacional, 1915, México.

65. Este monumento puede apreciarse en el libro Arte, burguesía y nacionalismo: la arquitectura
neo-prehispánica y la polémica del arte nacional en México, Daniel Schávelzon (compilador), en
prensa, UNAM, 1981.
KATZMAN, Israel, La arquitectura contemporánea mexicana, INAH, 1964, México. (Lám. 27-c y pág.
79). hay una foto de la maqueta.

El proyecto original está publicado en El arte y la ciencia de 1899 (artículo firmado bajo el
seudónimo de Tepoztecocanetzin Calquetzani) y más tarde reproducido por ALVAREZ, Manuel E.,
Mitla y la arquitectura nacional, 1900, México.

«Noticias», Boletín del Museo Nacional, vol. I, No. 6, 1911, México.

66. RIVERA CAMBAS, Manuel, México pintoresco, histórico y monumental, 3 vols., Imprenta de la
Reforma, 1883, México.

67. La polémica no era solamente formal, sino de posiciones ideológicas y de compromiso ante
Tepoztlán de ambos teóricos. La obra de Lewis sirvió (y sirve aún) no solamente para modificar el
rumbo de la antropología social, sino para comenzar una larga serie de investigaciones en las
cuales el antropólogo no tuviera únicamente una posición «objetiva» frente a los hechos, sino que
también luchara por la población en estudio. Robert Redfield (1897-1958) es quien publica los
primeros trabajos. Una lista practicamente completa de todas las ediciones realizadas antes de
1961 la consigna BERNAL, Ignacio, Bibliografía de arqueología y etnografía mesoamericana, INAH,
1962. Al respecto podemos citar el trabajo básico: Tepoztlán, a Mexican village, 1930, Chicago.
Oscar Lewis plantea, en varios trabajos, la posición contrapuesta a la de Redfield. Los libros más
importantes son Life in a village: Tepoztlán restudied, University of Illinois Press, 1952, Urbana; y
Tepoztlán, village in Mexico, 1960, México. La edición que utilizamos en este texto es Tepoztlán,
un pueblo de México, Editorial Mortiz, 1976, México. No sólo es la más completa sino que incluye
gran parte de la polémica entre los dos autores.

68. Este museo no es el mismo que Francisco Rodríguez fundó el siglo pasado. De ese nada queda,
sólo las citas y el recuerdo. Al paso que vamos, lo mismo sucederá con éste.

69. MARQUINA, Ignacio, Arquitectura prehispánica, INAH, 1951, México. La cita es de la página
217.

70. SAVILLE, Marshall, The Temple of Tepoztlán, México, BuIletin of the American Museum of
Natural History, vol. VIII, pp. 221-226, 1896.
71. SELER, Eduard, Die Tempelpyramide von Tepoztlán, Globus, LXXIII, num 8, pp. 123 129, 1898 y
luego en su Obra Completas, vol. III, pp. 200-214, 1904, Berlín, y reeditadas en 1960, en Graz. Hay
traducción al inglés editada por el Bureau of Amerícan Ethnology, Bulletin 28, pp. 339-352, 1904.
Otro trabajo donde analiza los dioses del pulque es Die Wandskulpturen imtempel des
pulguegottes von Tepoztlán, publicado originalmente en el XV Congreso Internacional de
Americanistas, vol. 11, pp. 351-379, 1906, Quebec, y también incluida en el vol. III, de sus Obras
Completas, pp. 487513, Berlín, 1908 y Graz 1960. Sobre el pulque y su relación con Tepoztlán se
puede ver SELER, Eduard, op, cit.; GONZALVEZ DE LIMA, Oswaldo, El maguey y el pulque en los
códices mexicanos, Fondo de Cultura Económica, 1953, México. Este libro es un buen compendio
del conocimiento actual sobre esa planta y sus derivados, ademas de la metodología asociada a él.
Aunque desconoce el trabajo pionero de Seler, analiza la figura del dios Tepoztécatl del códice
Magliabecci (págs. 49 y 50) y lo identifica con Papáztac.

72. BERNAL, Ignacio, Bibliografía de arqueología, etnografía y antropología de Mesoamérica, INAH,


1962, México.

73. ROBELO, Cecilio, (1839-1913), Diccionario de mitología Náhuatl, Ediciones Fuente Cultural,
1951, México. Este libro junta las diferentes secciones en que fue originalmente publicado en los
Anales del Museo Nacional a partir de 1905. Hay que hacer notar que las «pinturas» que según
este autor fueron copiadas por Seler y Nutall, son en realidad los relieves de las bancas
posteriores.

74. RODRÍGUEZ, Francisco, «Descripción de la pirámide llamada Casa del Tepozteca…», Actas del XI
Congreso Internacional de Americanistas, pp. 232-237, 1895, México.

75. Idem nota 69.

76.ldem nota 71.

77.Idem nota 73.

78. Es evidente esta desaparición comparando las fotos de Sevilla (1896) que fueron tomadas
durante los trabajos de Rodríguez, al igual que los dibujos de Saler de pocos años después, con las
fotos que tomamos para este trabajo en 1980. Los dibujos de Marquina, realizados no después de
1951, también las muestran, al igual que las fotos de Cecilio Robalo de 1927, incluidas en Estado
actual de los monumentos arqueológicos de México, S.E.P., 1928, México.

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