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Relacionado con lo anterior tiene que ver el hecho de que en las últimas décadas
el conflicto armado interno tuvo mayor arraigo en aquellos escenarios regionales
con peores registros en cuanto a desarrollo humano, calidad de vida o
necesidades básicas insatisfechas. No es casualidad que el 82% de los municipios
con más violencia guerrillera y el 64% de los municipios más pobres votara en
octubre de 2016 a favor de la firma del Acuerdo de Paz. Aunque las cifras insisten
en mostrar una realidad distinta, en el país casi la mitad de la población vive en
situaciones de marcada vulnerabilidad, especialmente en el litoral Pacífico y en
buena parte de la región Caribe
El punto número tres del Acuerdo de Paz suscrito con la guerrilla preveía que una
vez que las FARC-EP iniciasen el proceso de tránsito a la vida civil y, por ende, la
dejación de las armas, las fuerzas militares pasarían a controlar dicho territorio.
Ello para establecer las condiciones mínimas de seguridad que permitiesen al
Estado adentrarse en un territorio en donde no tuvo atisbo de presencia durante
décadas. No sabemos si por incapacidad o si por falta de voluntad, esta
circunstancia nunca aconteció. Los departamentos que antes del Acuerdo de Paz
presentaban mayores niveles de violencia producto de la lucha armada, como son
los del suroccidente y los del nororiente del país, lo son igualmente en la
actualidad. El Ejército pensó que el posconflicto y el cambio de paradigma en la
seguridad hacía que debiera ser la Policía Nacional quien ocupara el vacío de
poder dejado por las FARC-EP. A su vez, la Policía atribuyó al Ejército una
consolidación territorial que, todo sea dicho, fue responsabilidad suya en todo el
devenir del conflicto armado. Sea por unos o por otros, buena parte del territorio
colombiano es ajeno al monopolio efectivo de la violencia.
La transformación de la violencia
Un Gobierno irresponsable
Por si fuera poco, la llegada de Iván Duque a la presidencia fue la gota que colmó
el vaso. El candidato uribista llegó con todo un andamiaje político dispuesto a
polarizar, ensombrecer y desdibujar cualquier compromiso que resultase del
Acuerdo suscrito con las FARC-EP. El uribismo siempre se sintió más cómodo con
un Estado ‘hobbesiano’ que brindara seguridad a su población a cambio del
control sobre las libertades. La paz sólo podría llegar a Colombia a través de la
humillación y la derrota militar de los grupos alzados en armas, de manera que
cualquier escenario alternativo no se vislumbraba. La miopía uribista, en lugar de
poner en valor su contribución a derrotar estratégicamente a las FARC en la
década pasada, y asumir la bandera de la implementación del Acuerdo, optó
mezquinamente por todo lo contrario.