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Universidad autónoma de Colombia

Juliana Carranza Muñoz


Seminario Complementario lll
Jorge Sierra

Tránsito de la metafísica de las costumbres a la crítica


de la razón práctica pura

Es mucho lo que ha especulado la filosofía en torno al problema de la libertad; si


concebimos al hombre meramente como animal y lo sometemos al arbitrio exclusivo de
las leyes naturales y su causalidad, entonces, es difícil sostener que cualquier tipo de
acción humana pueda desprenderse del determinismo que las leyes naturales le
imponen. No obstante, para el filósofo alemán, Immanuel Kant, el hombre puede
concebirse como libre cuando la voluntad guía sus acciones, es decir, cuando el hombre
se somete voluntariamente a una causalidad que lo rige según leyes inmutables. El
presente texto tiene como propósito abordar el capitulo el “transito de la metafísica de
las costumbres a la crítica de la razón pura practica”, de la fundamentación para una
metafísica de las costumbres del filosofo alemán Immanuel Kant, para ver qué
importancia tiene en ella el concepto de libertad y como ésta se relaciona con la idea de
voluntad y el influjo que ejercen sobre la moral. Para ello también se tomaran en cuenta
los comentarios de John Rawls en las lecciones sobre la historia de la filosofía moral, en
torno al capítulo de la fundamentación, mencionado con anterioridad.

Kant empieza señalando, que el mundo natural es heterónomo, es decir, obedece a


causas eficientes, puesto que todo efecto solo es posible por una causa de la que
subyace; la libertad de la voluntad, en cambio, no es otra cosa que autonomía, esto es, la
capacidad de la voluntad de ser una ley para sí misma:

“<<La voluntad es en todas las acciones una ley para sí misma>> designa tan solo el
principio de obrar conforme a ninguna otra máxima que aquella que también pueda
tenerse por objeto a sí misma como una ley universal.” ([A98], P.166).

Esto no es más que el imperativo categórico, lo que quiere decir, que una voluntad libre,
es lo mismo, que una voluntad al amparo de las leyes morales o en palabras de Rawls
esto puede expresarse así: “sólo estamos sujetos a las leyes que nosotros, como seres

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razonables y racionales, podríamos haber hecho; y solo estamos obligados a obrar de
conformidad con una voluntad, que es la nuestra propia y que tiene, como fin de la
naturaleza para ella, la función de legislar universalmente” (2001, p.224). El
presupuesto de la voluntad libre va unido, entonces, a la moralidad como principio.
Kant nos dice al respecto, que tal principio es una proposición sintética y, para que ésta
sea posible debe converger la ley del mundo natural con la ley moral inmutable para
generar de tal convergencia un tercer vínculo en donde se encuentran; este es, el
concepto positivo de libertad:

“El concepto positivo de libertad procura este tercer término que no puede ser, como en
las causas físicas, la naturaleza del mundo sensible (en cuyo concepto vienen a coincidir
los conceptos de algo como causa en relación con otra cosa como efecto). Lo que sea
este tercer término, al que nos remite la libertad y del cual tenemos una idea a priori, no
se deja pronosticar aquí de inmediato, al igual que tampoco se hace comprender sin más
la deducción del concepto de libertad a partir de la razón práctica pura y con ella la
posibilidad de un imperativo categórico, sino que aun se requiere cierta preparación.”
([A99], p168).

Por consiguiente, la libertad tiene que ser un presupuesto que valga y sea atributo de la
voluntad en todos los seres racionales, ya que, si la moralidad nos sirve de ley por ser
seres racionales, también, sirve entonces, para todo ser racional. Así pues, como la
moralidad está encausada con la propiedad de la libertad, ésta a su vez, debe ser
propiedad de todo ser racional; lo que quiere decir que todo ser que obra bajo la idea de
libertad, es por ello libre y está en relación con una razón práctica:

“a todo ser racional que tiene una voluntad también hemos de otorgarle necesariamente
aquella libertad bajo la cual obra. Pues en un ser semejante pensamos una razón que es
práctica, esto es, que tiene una causalidad con respecto a sus objetos.” ([A101], p.169)

Rawls señala que “lo que está en juego para Kant es la supremacía de la razón,” (2001,
p244) ya que, suponer que la razón no obra respecto a los juicios de su propia
consciencia, sería aceptar que la razón está a merced de los impulsos y, en tal caso
hablar de libertad se consideraría una necedad o absurdo, ya que todo ser racional debe
concebirse bajo la idea de la libertad de la voluntad, así pues:

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“La razón tiene que considerarse a sí misma como autora de sus principios,
independientemente de influjos ajenos, y, por consiguiente, ha de ser considerada por
ella misma como libre en cuanto razón práctica o como voluntad de un ser racional; es
decir, que su voluntad solo puede ser una voluntad propia bajo la idea de libertad y, por
lo tanto, ésta ha de ser atribuida a todo ser racional.” ([A101], p.169).

Una vez determinado que el concepto de moralidad va unido a la idea de libertad y, que
todo ser con consciencia de su causalidad en tanto a sus acciones o que es consciente de
lo que implica la voluntad a saber: que en cuanto ser racional dotado de voluntad, debe
por ello, determinarse a obrar en razón de la idea de su libertad, así mismo debe tener
consciencia partiendo de allí, de estar sometido a una ley para obrar, de tal manera que:

“los principios subjetivos de las acciones, o sea, las máximas, hayan de ser asumidas
siempre de tal manera que valgan también objetivamente, esto es, como principios
universales, y por lo tanto, puedan servir para nuestra propia legislación universal.”
([A102], p. 170).

Ahora bien, el motor o el móvil que debe impulsar la acción moral, no debe estar
sometido a un interés particular, sino solo al interés de obrar conforme al deber, esto es,
asumir un deber-ser que supone un querer que es propio para todo ser racional bajo la
guía de la razón práctica, libre de los obstáculos que el mundo natural sensible,
desviaría a móviles de acción distintos al del deber moral:

“aquella necesidad de la acción significa tan sólo un <<deber-ser>> y la necesidad


subjetiva difiere de la objetiva” ([A103], p. 171).

Por ello es importante entender como lo dice Rawls, que un imperativo categórico debe
abstraer de sí todo objeto exterior que ejerza influjo sobre él, ya que sólo así la razón
práctica (la voluntad) no será una simple administradora de un interés ajeno sino que
independiente de todo influjo del interés particular “demuestre su propia autoridad
imperativa como legislación suprema.” (2001, p.244).

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Sin embargo, Kant, no deja fuera la pregunta de ¿Por qué debemos ignorar los intereses
que nos son agradables o desagradables y someternos a la validez universal de unas
máximas tomadas como ley y condición restrictiva de nuestras acciones?, es decir,
¿Cómo entender que debamos considerarnos libres al obrar y, pese a ello sometidos a
unas leyes en las que según Kant, descubrimos un mayor valor en nuestra persona?:

“Nos consideramos como libres en el orden de las causas eficientes, para pensarnos bajo
leyes morales en el orden de los fines, y luego nos pensamos como sometidos a esas
leyes, porque nos hemos atribuido la libertad de la voluntad, ya que la libertad y la
propia legislación de la voluntad son en ambos casos autonomía…” ([A105], p. 172).

A este problema que parece un circulo vicioso, Kant da una salida satisfactoria: la de
indagar si cuando nos pensamos como causas eficientes a priori merced a la libertad,
adoptamos con ello una visión o representación distinta de nosotros mismos según
nuestras acciones como efectos evidentes a nuestros ojos. El filosofo alemán, precisa,
que incluso el entendimiento más común a partir de lo que él considera como
sentimientos, puede deducir de allí que:

“todas las representaciones que nos llegan al margen de nuestro arbitrio (como la de los
sentidos) solo nos dan a conocer los objetos tal como nos afectan, con lo cual
permanece desconocido para nosotros aquello que pueda ser en sí, y por lo que atañe a
este tipo de representaciones, incluso con la mas esforzada atención y claridad que
pueda añadir siempre el entendimiento, nosotros pese a todo logramos con ello el simple
conocimiento de los fenómenos, nunca de las cosas en sí mismas.” ([A106], p. 173).

Cuando hacemos esta distinción respecto a las cosas que nos son dadas a través de la
experiencia empírica y en las que somos pasivos, admitimos entonces, que aunque no
podemos conocer las cosas más que en la medida en que nos afectan o tenemos
experiencia de ellas, no obstante, admitimos o vislumbramos que existen más allá del
fenómeno mismo, como cosas en sí. De ahí, que podamos hacer la distinción entre un
mundo sensible y uno inteligible: el primero, está a merced de las diversas experiencias
sensibles de los múltiples espectadores; el segundo, en cambio, sirve de fundamento al
primero, pero permanece siempre idéntico. Con esta distinción, el filósofo alemán
quiere llegar a un punto central: que el hombre para conocer cómo es él en sí mismo

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emplea el conocimiento que tiene de sí y, que le es dado por medio de una sensación
interna;

“Pues como por decirlo así, él no se crea a sí mismo y no recibe su concepto a priori,
sino empíricamente, es natural que solo pueda recabar información de sí a través del
sentido interno y, por consiguiente, sólo a través del fenómeno de su naturaleza y el
modo como es afectada su consciencia, pese a lo cual, sobre esa modalidad de su propio
sujeto compuesta por puros fenómenos, ha de admitir necesariamente otra cosa que
subyace como fundamento, a saber, su yo tal como este pueda estar constituido en sí
mismo y, por lo tanto, con respecto a la simple percepción y receptividad de las
sensaciones tiene que adscribirse al mundo inteligible…” ([A107, p. 174).

Tal conclusión, puede hacerla el entendimiento más común y, aun más el hombre
reflexivo. Así, Kant nos dice que el hombre encuentra dentro de sí una capacidad que le
es propia y, por la cual se distingue de las demás cosas (incluso de sí mismo como
animal meramente afectado por los objetos sensibles), esto es: la razón, una razón
superior al entendimiento que reacciona (pasivamente) en cuanto se ve afectado por los
objetos, pero que aun así, no puede producir de ello más que un orden de aquellas
representaciones sensibles, en cambio:

“la razón exhibe bajo el nombre de las ideas una espontaneidad tan pura que sobrepasa
con mucho todo lo que pueda procurarle la sensibilidad, revelando su más ilustre tarea
al distinguir entre el mundo sensible y el mundo inteligible, a la par que indica sus
limitaciones al propio entendimiento.” ([A108], p. 175-76).

De manera que, como nos lo hace saber Kant, un ser racional debe concebirse a sí
mismo más allá del mundo sensible, es decir, como un ser perteneciente al mundo
inteligible, ya que su inteligencia lo habilita para ello; así pues, el hombre puede y debe
considerarse parte del mundo inteligible y así hacerse cargo del uso de sus fuerzas, de
sus acciones. En este punto Rawls arroja más claridad al respecto cuando aduce que
para Kant la libertad no requiere la ausencia de urdamentos de determinación, es decir,
no requiere prescindir de la consciencia del mundo fenoménico sino que lo concilia en
la medida en que nuestras acciones sean guiadas por juicios de valor expresados en la
razón es decir de forma deliberativa. De manera que: “la libertad no consiste en la

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contingencia o en la falta de determinismo. El problema es cómo evitar el
predeterminismo; y eso solo puede lograrse, al parecer, mediante la espontaneidad
absoluta.” (2001, p. 296). Pero ¿Qué es la espontaneidad absoluta y cómo puede
entenderse? Pues bien, la espontaneidad absoluta no es otra cosa que la espontaneidad
de la razón pura. Ya que la razón pura al ser el más alto tribunal y el más confiable
respecto a la guía de nuestras acciones y directrices, dirige con ellas sus propias
actividades. De modo que en el caso de la libertad llevada a la esfera moral esta sea la
espontaneidad absoluta de nuestra razón pura practica. “Dado que la espontaneidad
absoluta excluye el predeterminismo pero tiene sus propios fundamento
autosuficientemente internos.” (2001, p.296). Estos fundamentos nos otros que los que
la razón pura practica guía.

Queda claro a partir de esto, que el hombre, en tanto animal que pertenece al mundo
sensible esta bajo leyes naturales (heteronomía), pero también, a causa de su capacidad
de razonar, pertenece al mundo inteligible en el que se guía bajo leyes que se
fundamentan en la razón y le dan independencia de su naturaleza fenoménica, es decir,
lo hacen libre.

“Como un ser racional, que pertenece al mundo inteligible, el hombre nunca puede
pensar la causalidad de su propia voluntad sino bajo la idea de libertad, pues la
independencia de las causas determinantes del mundo sensible (independencia que la
razón ha de atribuirse siempre a sí misma) es la libertad.” ([A109], p.176).

Debemos asumir entonces, que la libertad está ligada al concepto de autonomía y ésta a
su vez está ligada a la moralidad que soporta en ella todas las acciones, de suerte que, la
contradicción o el circulo vicioso queda resuelto cuando se da por sentado que al
trasladarnos al mundo inteligible en el que somos libres, reconocemos la autonomía de
la libertad y con ella la posibilidad de la acción moral, es decir, cuando nos pensamos
como sometidos al deber, adquirimos consciencia de pertenecer al mundo sensible y no
obstante, también del inteligible.

La voluntad es entonces, la denominación que el hombre racional da a su causalidad.


En esta forma, el ser racional adopta una consciencia de sus acciones como

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perteneciente al mundo fenoménico, determinado por apetitos e inclinaciones que están
bajo el dominio de una voluntad heterónoma, que no se basan, como en el mundo
inteligible en el principio del deber moral, sino en la satisfacción de las inclinaciones
naturales inmediatas, “felicidad”1.

“Mas como el mundo inteligible entraña el fundamento del mundo sensible y por ende
también las leyes del mismo, dicho mundo intelectual supone una instancia legislativa
inmediata con respecto a mi voluntad (que pertenece por entero al mundo inteligible) y
también ha de ser pensado como tal, con lo cual habré de reconocerme en cuanto
inteligencia, aunque por otra parte me reconozca como un ser que pertenece al mundo
sensible, sometido a la ley del primero, esto es, a la razón que alberga esta ley en la idea
de libertad, y por lo tanto como sometido a la autonomía de la voluntad…” ([A111], p.
178).

Así pues, todo ser racional ha de regirse bajo las leyes del mundo inteligible,
entendiendo éstas como imperativos a los cuales debe adecuar sus acciones, de modo
que, presuponga la libertad como posibilidad para los imperativos categóricos en los
cuales el campo de acción queda supeditado a la autonomía, esto es, a la ejecución de la
acción en conformidad al deber. Este deber ser categórico, como lo señala Kant,
representa una proposición sintética a priori, de tal manera que, a la voluntad afectada
por los fenómenos y apetitos sensibles se sobreponga una voluntad pura, práctica por sí
misma, que pertenece al mundo inteligible y que tiene un valor intrínseco superior al de
la voluntad sensible.

A este respecto Rawls añade que “el sentido radical que Kant da a la autonomía es que
cualquier objeto de esa índole supuestamente independiente debe ser primero juzgado,
por así decir, ante el tribunal de los principios con suprema autoridad de la razón pura
práctica antes de que podamos sancionar su razonabilidad.” (2001, p. 246). De no ser
así, es decir, si la razón no se sobrepusiera a la necesidad de las inclinaciones, la razón
perdería su autoridad imperativa como suprema legisladora y seriamos animales guiados
por las afecciones del mundo fenoménico, lo que es inconcebible ya que lo propio de lo
humano es distinguirse en su capacidad de razonar del resto de animales.
1
Kant se refiere aquí más a la satisfacción de las inclinaciones y deseos que a la felicidad, de la que tiene
un concepto más elaborado y una función especial en su ética, a saber: la dignidad para ser felices que se
realiza en la acción moral.

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Se debe admitir entonces, según Kant, que el uso práctico de la razón humana es algo
que ni el peor de los malvados, cuando se le presentan ejemplos de bondad, no desearía,
pues no solo retomaría con ello el camino bienintencionado, sino que declinaría así los
impulsos de las inclinaciones que le han apartado del camino moral atándolo a las
cadenas de una vida penosa para él mismo. Esto se debe a que el ser racional con una
voluntad libre de los impulsos e inclinaciones de la sensibilidad, encuentra y puede
aguardar a través de su acción moral, un mayor valor intrínseco a su persona, o como lo
señala Rawls “cuando se nos presenta una concepción clara de la ley moral y la vemos
ejemplificada en la vida de alguien, por primera vez nos hacemos conscientes de la
dignidad de nuestra naturaleza como personas libres, razonables y racionales.” (Rawls,
2001, p.221) El ser humano que actúa en conformidad con leyes inmutables
independientemente de las causas determinantes del mundo sensible, se traslada con ello
a un orden de cosas muy distinto, al mundo inteligible en el que cobra consciencia de
una buena voluntad que pone freno a su mala voluntad y que la somete a la autoridad de
la ley moral:

“El <<deber-ser>> moral es propio por tanto de un querer necesario como miembro de
un mundo inteligible y solo será pensado por él como <<debe-ser>> en tanto que
simultáneamente se considere como un miembro del mundo sensible.” ([A113], p.180).

Ahora bien, los juicios relativos a las acciones dependen de que los hombres se piensen
como libres en arreglo a su voluntad. Pero el filósofo alemán señala que la libertad no es
un concepto de la experiencia, ya que perdura siempre (aun cuando la experiencia
contradiga esto) en las demandas necesarias bajo el presupuesto de la libertad; sin
embargo, Kant no omite que todo suceso este indefectiblemente determinado según las
leyes naturales, no obstante, ese concepto de necesidad natural “tampoco es un concepto
de la experiencia, justamente porque conlleva al concepto de necesidad y comporta por
lo tanto un conocimiento a priori”. Esto quiere decir que la libertad solo es una idea de
la razón, una presuposición, que objetivamente no puede ser demostrada en la
experiencia empírica, mientras la naturaleza es un concepto del entendimiento que
demuestra su realidad en la experiencia misma.

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De esto como lo muestra Kant, se origina una dialéctica de la razón, ya que la libertad
que se le atribuye a la voluntad parece entrar en contradicción con la necesidad natural,
y en esta contradicción “la razón, con un propósito especulativo, encuentra el camino de
la necesidad natural mucho mas allanado y utilizable que el de la libertad, siendo así
que, pese a todo, con un propósito práctico, el sendero de la libertad constituye la única
senda sobre la que resulta posible valerse de nuestra propia razón en nuestro hace y
dejar de hacer; de ahí que a la filosofía más sutil le resulte tan imposible como a la
razón humana más común imaginar a la libertad mediante argucias.” ([A115], p. 181)

A la razón, no le queda otro camino que presuponer entre la libertad y la necesidad


natural algo que no las haga entrar en contradicción, pues pertenece a ambos mundos y
no puede desprenderse de su naturaleza pero tampoco de la libertad, ya que si no
encontramos lo que hace la libertad tan necesaria, tendríamos que admitir que el hombre
se entregue por completo y sin restricción a sus necesidades o impulsos naturales. La
tarea de la filosofía es entonces, la de mostrar que tal contradicción es una ilusión,
pues el hombre puede pensarse como miembro del mundo natural y del inteligible a la
par, es decir, conciliar estas dos ideas en un mismo sujeto, acabar con la contradicción
para abrir paso desde la especulación a la acción práctica; de no resolver o poner límites
a tales contradicciones dejaría abierta la puerta a aquellos fatalistas (como los llama
Kant) que quieran desechar toda idea de moral.

Ahora bien, Kant señala, que aun el entendimiento más común tiene la pretensión de
asumir que la libertad de la voluntad se funda en la consciencia y también que es por
medio de la razón que el hombre logra la independencia de la causalidad natural y las
inclinaciones subjetivas. El hombre que se considera como inteligencia dotada de
voluntad, ya con ello, se sitúa en un plano distinto del meramente fenoménico, se mueve
o adquiere consciencia de pertenecer a ambos mundos al tiempo:

“Pues no entraña la menor contradicción que una cosa inmersa en el fenómeno (lo cual
pertenece al mundo sensible) esté sometida a ciertas leyes, respecto de las cuales ella
misma sea independiente como cosa o ser en sí…” ([A117], p.184).

Si el hombre tiene la capacidad de pensarse a sí mismo de estas dos maneras, es


justamente porque tiene consciencia de sí mismo como agente afectado por los objetos

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pero también como inteligencia con independencia de las impresiones sensibles en lo
tocante a su razón. Esta es la razón de que el hombre se atribuya una voluntad que va
más allá de sus inclinaciones y apetitos, una voluntad necesaria que hace que las
acciones a favor de apetitos e incentivos sensibles pasen a un segundo plano y den
prioridad a las acciones en conformidad del deber moral que descansa en una razón
práctica pura, independiente de la sensibilidad:

“sabiendo igualmente que, como en ese mundo él solo es un autentico yo en cuanto


inteligencia (en cambio como hombre solo es fenómeno de sí mismo), le corresponden
inmediata y categóricamente, de suerte que aquello hacia lo cual le incitan inclinaciones
e impulsos (toda la naturaleza del mundo sensible) no puede causar quebranto alguno a
las leyes de su querer en cuanto a su inteligencia…” ([A119], p.185).

De este modo, aunque el ser humano no se responsabilice de sus inclinaciones e


impulso y los atribuya a su autentico yo, a su voluntad, es responsable de la indulgencia
en tanto al uso de la razón, es decir, de dejar que las inclinaciones o apetitos influyan
sobre sus máximas y desoigan el imperativo que prodiga la ley racional de la voluntad.
Kant señala que al adentrase en el mundo inteligible por medio del pensar la razón
práctica no traspasa sus confines, pero sí lo hace cuando pretende intuirse o sentirse
dentro de este: de lo primero se da un pensamiento negativo respecto al mundo sensible,
puesto que este no influye ni da ley a la razón en la determinación de la voluntad, y es
positivo, por otro lado ya que: “esa libertad, en cuanto determinación negativa, va unida
al mismo tiempo con una capacidad (positiva) e incluso con una causalidad de la razón,
a la que nosotros llamamos una voluntad, capacidad para obrar de tal modo que el
principio de las acciones sea conforme a la modalidad esencial de una causa racional, es
decir, a la condición de que la validez universal de l máxima sea homologable con una
ley.2 ([A119], p.185).

Ahora bien, el filósofo alemán, nos dice que si la razón práctica buscara en ese mundo
inteligible un objeto de la voluntad, una motivación, traspasaría con ello sus confines y
tendría pretensión de conocer con ello algo de lo que nada sabe. Esto quiere decir que el
concepto de un mundo inteligible es solo un punto de vista que la razón adopta para
pensarse fuera de los fenómenos, es decir, para pensarse a sí misma como práctica, algo
que no sería posible si la influencia de la sensibilidad fuera determinante, es decir, si

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fuéramos meramente animales; no obstante, tenemos consciencia de nosotros mismos,
es decir, tenemos razón, y en ella podemos pensar con arreglo a una condición formal,
como lo dice Kant en actuar conforme a la universalidad de la máxima de la voluntad
como una ley, es decir, según la autonomía de la voluntad y la libertad que se
desprende de ella. En palabras de Rawls: “la ley moral no necesita fundamentos
justificativos; antes bien, esa ley aprueba no solo la posibilidad sino también la realidad
de la libertad en aquellos que reconocen y admiten dicha ley como supremamente
autoritativa (esto es, aquellos para los que vale el hecho de la razón).” (2001, p.278).
Tratar de explicar cómo pueda ser práctica la razón pura es traspasar los confines de la
razón, de igual forma sucede con la libertad, pero ya había quedado claro que solo era
posible explicar aquello reductible a leyes que correspondan en su objeto en una
experiencia posible, es decir en el mundo fenoménico. Entonces:

“La libertad solo vale como presupuesto necesario de la razón en un ser que cree tener
consciencia de una voluntad, esto es, de una capacidad diferente de la simple capacidad
desiderativa (a saber, la capacidad de determinarse a obrar como inteligencia, o sea,
según leyes de la razón, independientemente de los instintos naturales).” ([A120], p.
187).

Esto no quiere decir, que aquellos que han criticado y se han amparado en la
imposibilidad de demostrar en la realidad objetiva el concepto de libertad tengan con
ello razón en ver allí una contradicción; por el contrario, esto se debe a su incapacidad
de concebir al hombre más allá de los fenómenos, es decir, que cuando se les pide
trasladarlo al mundo inteligible lo siguen vislumbrando netamente como fenómeno, de
tal suerte que:

“si recapacitasen y, como es lo suyo, quisieran confesar que tras los fenómenos todavía
habrían de subsistir como fundamento las cosas en sí mismas (aunque ocultas), a cuyas
leyes relativas al efecto no se les puede pedir que deban identificarse con aquellas bajo
las cuales se hallan sus fenómenos.” ([A121],p 188).

Rawls señala respecto a esto que la libertad es la base de la construcción moral en Kant,
pues solo en ella nuestra humanidad cobra vida, es decir, más bien que sin la libertad y
la autonomía la ley moral no tendría base alguna en el mundo. Si se niega o se

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imposibilita la libertad de la voluntad, se niega con ello que el hombre también pueda
concebir un interés que pueda adquirir por las leyes morales, es decir, ese algo (interés)
que mueve al hombre más allá de los meros impulsos sensibles, ese algo que posibilita y
da sustento a que seamos y nos concibamos como algo más que animales, esto es a
saber: el interés moral que supone un interés puro, independiente de los sentidos, en
conformidad de servir netamente al cumplimiento de la ley moral, del deber:

“el hombre adquiere de hecho un interés por ello y a los rudimentos de tal cosa dentro
de nosotros lo llamamos <<sentimiento moral>>, al que algunos han hecho pasar
falsamente por la pauta de nuestro enjuiciamiento moral, toda vez que ha de ser visto
más bien como el efecto subjetivo que la ley ejerce sobre la voluntad, algo para lo que
tan solo la razón introduce fundamentos objetivos.” ([A122], P. 189).

Ahora bien, a esa prescripción que la razón hace de ese <<querer ser>> en el ser
racional afectado por el mundo sensible, le hace falta una capacidad de infundir un
sentimiento de placer en el cumplimiento del deber, o como lo señala Kant, una
causalidad de la razón para determinar la sensibilidad conforme a sus principios. La
pregunta que el filósofo alemán saca de esto es ¿cómo hacer concebible a priori que un
pensamiento que no entraña dentro de sí nada sensible engendre una sensación de placer
o displacer, teniendo en cuenta que la experiencia no nos proporciona un punto de
partida estable respecto a ello? Si tenemos en cuenta que la experiencia solo puede
rendirnos explicación causa- efecto entre dos objetos de la experiencia y que el punto
que debemos considerar no hace parte de la experiencia sino de la razón pura, entonces,
es imposible explicar cómo y por qué nos interesa la universalidad de la máxima como
ley, es decir la moralidad, no obstante, Kant señala que:

“Lo único cierto es que dicha ley no tiene validez para nosotros porque interese (pues
esto supone heteronomía y dependencia de la ley práctica respecto de la sensibilidad, es
decir, de un sentimiento que estuviese a su base, con lo cual la razón práctica nunca
podría ser legisladora en términos morales), sino que interesa porque vale para nosotros
en cuanto a hombres, toda vez, que ha surgido de nuestra voluntad como inteligencia y,
por tanto, ha emanado de nuestro autentico yo; más lo que pertenece al simple
fenómeno se ve necesariamente subordinado por la razón a la modalidad de la cosa en sí
misma.” ([A123], p. 190).

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Así pues, un imperativo categórico solo es posible bajo el presupuesto de la idea de
libertad y su necesidad, esto solo es suficiente para el uso práctico de la razón, es decir,
tal como lo señala Kant, para convencerse sobre la validez de tal imperativo y la ley
moral, algo que jamás se deja comprender por ninguna razón humana en la experiencia.
Pero al presuponer que la voluntad de una inteligencia es libre, debe con ello
presuponerse también su autonomía como condición formal necesaria bajo la cual tal
voluntad puede ser determinada, o como Rawls lo señala: “sólo si la ley moral es un
principio de autonomía en el sentido Kantiano, pueden dicha ley y nuestra capacidad
para obrar según ella revelarnos nuestra libertad, es decir, revelarnos tantos nuestra
independencia del orden natural (libertad negativa) como nuestra capacidad para obrar
según principios de la razón pura práctica con un contenido definido (libertad
positiva).” (2001, p.272).

De manera que el presuponer la libertad de la voluntad no contradice el principio de


necesidad natural, al contrario, Kant señala, que para un ser racional consciente de su
causalidad mediada por la razón, (es decir, consciente de una voluntad al margen de los
apetitos e inclinaciones), también es necesario darle prioridad al influjo de la razón
sobre cualquier otra condición, sobre la parte desiderativa de la voluntad.

Ahora bien, el filósofo alemán nos dice que es imposible llegar a saber o explicar
objetivamente o a través de la experiencia, cómo pueda ser practica por sí misma una
razón pura sin móviles de la experiencia, al margen de cualquier objeto de la voluntad
por la que cupiese adquirir previamente un interés, es decir, cómo sea posible un interés
puro moralmente, cómo pueda ser práctica la razón pura, aun cuando revolotee en ello:

“Esa idea solo denota un algo que resta cuando excluyo de los motivos determinantes de
mi voluntad todo cuanto pertenece al mundo sensible, simplemente para localizar el
principio de las motivaciones tomadas del campo de la sensibilidad y delimitar sus
lindes, mostrando con ello que dentro de sí no abarca del todo la totalidad, sino que
fuera de sus fronteras hay algo más, si bien yo no pueda conocer ulteriormente ese
plus.” ([A126], p. 192).

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Si separo toda materia o conocimiento de los objetos de esa razón pura que piensa en el
ideal, la ley practica de la validez universal de las máximas y la razón como su causa
eficiente, entonces, surge de ello la referencia a un mundo inteligible puro que es causa
determinante de la voluntad; “aquí el móvil tiene que brillar por su ausencia y esa
misma idea de un mundo inteligible tendría que ser el móvil o aquello por lo que la
razón adquiere primordialmente un interés.” ([A126], p. 192). No obstante, el problema
que no se puede resolver es cómo sea esto posible, cómo dar sustento a la prioridad de
una ley moral inmutable que no tiene sustento en el mundo fenoménico, (es decir, que
no es comprobable), sin que la razón busque en el mundo sensible una motivación o
interés empírico que perjudique las costumbres, pero no obstante, por otro lado que “la
razón tampoco bata impotente sus alas en el espacio para ella vacio de los conceptos
transcendentes , bajo el nombre del mundo inteligible sin moverse del sitio y
extraviándose entre quimeras.” ([A126], p. 193).

Kant señala, que la idea de un mundo inteligible puro, entendido como conjunto de
todas las inteligencias al que pertenecemos, (sin omitir nuestra pertenencia al mundo
sensible), es útil y licita para el efecto de lo que el filósofo alemán llama, una fe
racional, que produce un interés vivo por la ley moral dentro de nosotros mismos,
gracias al ideal de un reino universal de fines en sí mismos (seres racionales), “al cual
nosotros sólo podemos pertenecer como miembros, cuando nos cuidamos de proceder
como miembros según máximas de la libertad como si fueran leyes de la naturaleza”
([A127], p. 193).

Para concluir Kant señala que el uso especulativo de la razón en lo que respecta a la
naturaleza, acarrea la necesidad absoluta de una causa suprema del mundo; de la misma
forma el uso práctico de la razón en lo que respecta a la libertad, acarrea una necesidad
absoluta de las leyes de las acciones de un ser racional en cuanto tal. Esto supone no
solo que la razón en cuanto tal impulse a un conocimiento hasta la consciencia de de su
necesidad sino también una limitación de esa misma razón “que no pueda comprender
la necesidad de cuanto existe o tiene lugar, ni de lo que debe suceder, si no se pone
como fundamento una condición bajo la cual eso existe, tiene lugar o debe tenerlo.”
([A128], p. 194).

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Pero como la razón aun cuando busque lo necesario- incondicionado sin poder hallarlo,
es decir, aun cuando no pueda hacer concebible una ley práctica incondicionada (como
el imperativo categórico) conforme a su necesidad absoluta, no por ello, señala Kant,
esto resta valor a tal principio ya que, “el hecho de que no quiera hacer esto mediante
una condición, o sea, por medio de algún interés colocado como fundamento, es algo
que no puede serle afeado, porque entonces no sería una ley moral, esto es una ley
suprema de la libertad.”. De manera que, si se quiere una filosofía que sea aplicable
como fundamento de las costumbres y base de ellas, debe concebirse siempre una
incondicionada necesidad práctica que la sustente, es decir, el imperativo moral, ya que
este como lo menciona Rawls extraído del prologo de la crítica de la razón práctica, es
la piedra angular del edificio moral Kantiano:

“El concepto de libertad, en cuanto su realidad queda demostrada por una ley apodíctica
de la razón práctica (el hecho de la razón), constituye la idea angular de todo el edificio
de un sistema de la razón pura, incluso especulativa…” (2001, p. 278).

Es decir, que el concepto de libertad adquiere realidad objetiva o que su posibilidad


queda demostrada por el hecho de que la libertad es real puesto que se manifiesta por
medio de la ley moral que le da base y sustento suficiente.

Bibliografía
- Kant, I., Fundamentación de la metafísica de las
costumbres, Madrid, Alianza, 1990, cap. 3.
- Rawls, J., Lecciones sobre la historia de la filosofía
moral, Barcelona, Paidos, 2001.

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