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dida de lo posible, aunque, como veremos, no es siempre fácil decidir dónde expresa Platón una fe personal y dónde está

empleando
meramente un lenguaje tradicional. Al tratar de responder a la p rimera pregunta, tendré que repetir una o dos cosas que ya he
dicho
en otros trabajos ', pero tendré algo que añadir sobre aspectos que
no he considerado anteriormente.
Una cosa tengo que dar por sentada He de dar por sentado que
la filosofía de Platón no surgió de una vez, completamente madura,
ni de su cabeza, ni de la cabeza de Sócrates ; la trataré como una
cosa orgánica que creció y cambió, en parte obedeciendo a su propia
ley interna de crecimiento, pero en parte también en respuesta a estímulos externos. Y aquí es pertinente recordar que la vida
de Platón,
como su pensamiento, es un puente que salva, casi por completo, el
dilatado cauce que va desde la muerte de Pericles hasta la aceptación
por Atenas de la hegemonía maeedonia “. Aun cuando es -probable
que todos sus escritos pertenezcan al siglo IV, su personalidad y su
concepción de las cosas se moV^aron en el siglo v, y sus primeros
diálogos están todavía bañados en la luz recordada de un mundo
dida de lo posible, aunque, como veremos, no es siempre fácil decidir dónde expresa Platón una fe personal y dónde está
empleando
meramente un lenguaje tradicional. Al tratar de responder a la p rimera pregunta, tendré que repetir una o dos cosas que ya he
dicho
en otros trabajos ', pero tendré algo que añadir sobre aspectos que
no he considerado anteriormente.
Una cosa tengo que dar por sentada He de dar por sentado que
la filosofía de Platón no surgió de una vez, completamente madura,
ni de su cabeza, ni de la cabeza de Sócrates ; la trataré como una
cosa orgánica que creció y cambió, en parte obedeciendo a su propia
ley interna de crecimiento, pero en parte también en respuesta a estímulos externos. Y aquí es pertinente recordar que la vida
de Platón,
como su pensamiento, es un puente que salva, casi por completo, el
dilatado cauce que va desde la muerte de Pericles hasta la aceptación
por Atenas de la hegemonía maeedonia “. Aun cuando es -probable
que todos sus escritos pertenezcan al siglo IV, su personalidad y su
concepción de las cosas se moV^aron en el siglo v, y sus primeros
diálogos están todavía bañados en la luz recordada de un mundo
social desvanecido. El mejor ejemplo es, a mi modo de pensar, el
Protágoras, cuya acción se coloca en los años dorados anteriores a
la Gran Guerra ; en su optim ism o, su mundanidad genial, su fran
co utilitarism o, y su Sócrates que todavía no excede del tamaño natural, parece una reproducción esencialmente fiel del
pasado s.
E l punto de partida de Platón estuvo, pues, históricamente condicionado. Como sobrino de Carmides y pariente de Critias, no
menos que como uno de los jóvenes de Sócrates, fue un hijo de la Ilustración. Creció en un círculo social que no sólo se
enorgullecía de
decidir todas las cuestiones en el tribunal de la razón, sino que tenía
el hábito de interpretar toda la conducta humana en términos de un
interés propio racional, y la creencia de que la “virtud” , arete, consistía esencialmente en una técnica de vida racional. Ese
orgullo,
ese hábito y esa creencia permanecieron con Platón hasta el fin ; el
marco de su pensamiento nunca dejó de ser racionalista. Pero el
contenido del marco se transform ó extrañam ente con el tiempo. H u
bo buenas razones para ello. La transición del siglo v al iv fue m arcada (como ha sido marcado nuestro propio tiempo) por
acontecimientos que bien podían inducir a cualquier racionalista a reconsiderar
su fe. La ruina moral y m aterial que puede acarrear a una sociedad
el principio del egoísmo racionalista, se puso de manifiesto en la
Atenas imperial; la suerte que puede estar reservada al individuo la
Los griegos y lo irracional 197
vemos en los casos de Critias y Carmides y sus compañeros de tiranía. Y, por otro lado, el proceso de Sócrates constituyó el
extraño
espectáculo del hombre más sabio de Grecia, en la crisis suprema de
su vida, mofándose deliberada y gratuitam ente de ese principio, al
menos tal como el mundo lo entendía.
Fueron estos acontecimientos, a mi juicio, los que forzaron a
Platón no a abandonar dida de lo posible, aunque, como veremos, no es siempre fácil decidir dónde expresa Platón una fe
personal y dónde está empleando
meramente un lenguaje tradicional. Al tratar de responder a la p rimera pregunta, tendré que repetir una o dos cosas que ya he
dicho
en otros trabajos ', pero tendré algo que añadir sobre aspectos que
no he considerado anteriormente.
Una cosa tengo que dar por sentada He de dar por sentado que
la filosofía de Platón no surgió de una vez, completamente madura,
ni de su cabeza, ni de la cabeza de Sócrates ; la trataré como una
cosa orgánica que creció y cambió, en parte obedeciendo a su propia
ley interna de crecimiento, pero en parte también en respuesta a estímulos externos. Y aquí es pertinente recordar que la vida
de Platón,
como su pensamiento, es un puente que salva, casi por completo, el
dilatado cauce que va desde la muerte de Pericles hasta la aceptación
por Atenas de la hegemonía maeedonia “. Aun cuando es -probable
que todos sus escritos pertenezcan al siglo IV, su personalidad y su
concepción de las cosas se moV^aron en el siglo v, y sus primeros
diálogos están todavía bañados en la luz recordada de un mundo
social desvanecido. El mejor ejemplo es, a mi modo de pensar, el
Protágoras, cuya acción se coloca en los años dorados anteriores a
la Gran Guerra ; en su optim ism o, su mundanidad genial, su fran
co utilitarism o, y su Sócrates que todavía no excede del tamaño natural, parece una reproducción esencialmente fiel del
pasado s.
E l punto de partida de Platón estuvo, pues, históricamente condicionado. Como sobrino de Carmides y pariente de Critias, no
menos que como uno de los jóvenes de Sócrates, fue un hijo de la Ilustración. Creció en un círculo social que no sólo se
enorgullecía de
decidir todas las cuestiones en el tribunal de la razón, sino que tenía
el hábito de interpretar toda la conducta humana en términos de un
interés propio racional, y la creencia de que la “virtud” , arete, consistía esencialmente en una técnica de vida racional. Ese
orgullo,
ese hábito y esa creencia permanecieron con Platón hasta el fin ; el
marco de su pensamiento nunca dejó de ser racionalista. Pero el
contenido del marco se transform ó extrañam ente con el tiempo. H u
bo buenas razones para ello. La transición del siglo v al iv fue m arcada (como ha sido marcado nuestro propio tiempo) por
acontecimientos que bien podían inducir a cualquier racionalista a reconsiderar
su fe. La ruina moral y m aterial que puede acarrear a una sociedad
el principio del egoísmo racionalista, se puso de manifiesto en la
Atenas imperial; la suerte que puede estar reservada al individuo la
Los griegos y lo irracional 197
vemos en los casos de Critias y Carmides y sus compañeros de tiranía. Y, por otro lado, el proceso de Sócrates constituyó el
extraño
espectáculo del hombre más sabio de Grecia, en la crisis suprema de
su vida, mofándose deliberada y gratuitam ente de ese principio, al
menos tal como el mundo lo entendía.
Fueron estos acontecimientos, a mi juicio, los que forzaron a
Platón no a abandonar

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