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En cualquier caso, no debe olvidarse que la aparición de ese "nuevo mundo" alteró de
forma notable la temporalidad eurocéntrica y cristocéntrica del universo ptolemeico
medieval, ya que, entre otras cosas, introdujo figuras simbólicas que ampliaron y
complejizaron los imaginarios narrativos de la Alta Edad Media: el caníbal, los salvajes de
costumbres diabólicas, las amazonas, etc. Además, en los relatos del viaje colonial se
describe cómo la sensación de desfamiliarización y la pérdida de referentes culturales y
políticos fuertes, provocaba que el viajero europeo percibiera el tiempo de la colonia como
un "tiempo otro". Un tiempo que nunca podría ser completamente sometido a las leyes de
la metrópoli. A juicio de Hernández Adrián, la ambigüedad con la que los colonos viven su
relación con la metrópoli mezclada con la necesidad que siente el colonizado de reproducir
e imitar los espacios-tiempos del colonizador, propician la emergencia de contextos
simbólicos en los que comienzan a dibujarse figuras del cuerpo que ya pueden traducirse
como queer.
También la vida biológica se puede describir como un viaje, como un conjunto de actos
que conducen a un ser vivo hacia una meta o destino. En su ensayo ¿Qué es la
Ilustración? (1784) -texto que, según Hernández Adrián, ha jugado un papel crucial en la
construcción de la ideología liberal y en la justificación del colonialismo-, Kant define el
"sujeto ilustrado" como aquel que es capaz de liberarse de una "inmadurez autoimpuesta"
y "usar el entendimiento sin la dirección de otro". Hay que tener en cuenta que en alemán
la palabra ilustración (Aufklärung) no sólo tiene un sentido epistémico (iluminación,
revelación, iniciación...) sino también biológico, pues evoca el paso del cuerpo infantil de
un niño -varón, por supuesto- al cuerpo maduro y viril de un hombre plenamente
desarrollado. Gracias a este "viaje" biológico, este sujeto masculino alcanza su mayoría de
edad, tanto intelectual como corporal. De este modo, Kant propone un modelo
universalista, hegemónico y cerrado de racionalidad y de ciudadano ideal, concibiendo
cualquier desviación de dicho modelo (esto es, cualquier alejamiento de la norma) como
una amenaza que se debe combatir.
El viaje colonial se narra a través de la experiencia del contacto del cuerpo con el espacio
novedoso del territorio colonial. Los relatos que este viaje genera dan testimonio de las
alteraciones que experimenta el cuerpo del narrador por las turbulencias espacio-
temporales que dicho viaje provoca. En el libro In the Queer Time and Place, Judith
Halberstam señala que las subculturas queer logran construir temporalidades alternativas
y contrahegemónicas cuando permiten a sus miembros que crean que sus futuros pueden
imaginarse al margen de los hitos existenciales en torno a los que se articula un ciclo vital
"normal": nacimiento, matrimonio, reproducción y muerte.
Según Francisco-J. Hernández Adrián, la historia de la monja alférez nos ayuda a pensar
de una forma compleja y nada autocomplaciente la articulación (no exenta de tensiones y
aspectos conflictivos) entre la teoría queer y la teoría postcolonial, dos campos de
reflexión y producción intelectual que tienen numerosos puntos de coincidencia (entre
otras cosas, surgieron casi simultáneamente en entornos culturales y académicos
contiguos), pero cuyas genealogías históricas son muy diferentes. Hay que tener en
cuenta que para conseguir que su apuesta "queer" de deshacerse de una feminidad
impuesta (y construirse performativamente como sujeto masculino) culminara con éxito,
Catalina de Erauso estableció una alianza interesada con el poder colonial y en ningún
momento renunció a sus privilegios nobiliarios y raciales (que le colocaban muy por
encima de los indígenas). "De manera perversa", señaló Hernández Adrián, "el tiempo de
la colonia le permitió inventar un futuro fuera del convento y el territorio dominado del
imperio le posibilitó vivir y viajar en libertad". Su participación activa en la empresa
imperial le fue recompensada con la aceptación de su trasgresión de vivir y luchar (de
vestirse y de comportarse) como un hombre. O dicho con otras palabras, sus cotas de
privilegio como colonizadora (procedente, además, de una familia noble) hicieron posible
el éxito de su atrevimiento queer. Un éxito que, por otro lado, difícilmente habría obtenido
si su "viaje" transgenérico le hubiera llevado de un género superior a otro inferior.