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Comentario sobre “Breve historia de la cultura”, de Ernst H. Gombrich.

El estudio de la historia de la cultura, desde el vamos, supone un problema: ¿qué


cosa puede ser la “cultura”? Gombrich, al comienzo, señala: “creo, en efecto, que, sea que
prefiramos este término en concreto o cualquier otro, todos sabemos lo que quiere decir” (p.
12), como si la noción misma de cultura fuera algo que se recibe al vivir en una, pues el
mismo autor dice después: “en nuestro propio entorno cultural percibimos inmediatamente
todas esas resonancias sin necesidad de más precisiones” (p. 59).
Así, el texto funciona como un recuento y reflexión acerca de lo que se ha dicho
respecto a la Geistesgeschichte, o influencias de lo que se ha dicho en la construcción del
concepto y del estudio de la historia cultural. Se elucubra el cómo es que tal objeto de
estudio resultó relevante concluyendo que es la fe en el progreso, ese optimismo
providencialista, el factor principal. En el camino de estudiar tal objeto es imposible, por
mucho que se quiera, evitar a Hegel, porque tal camino se ha levantado sobre los
fundamentos de su filosofía, quien ve la historia del universo como una expresión de Dios
creándose sucesivamente y la historia de la humanidad como una encarnación o despliegue
del espíritu (de la época, del tiempo) (p. 16), conceptos que unifican la historia y la
convierten un todo absoluto. Introduciendo, aquí, el concepto de espíritu nacional
(Volksgeist) del cual convergen variadas manifestaciones concretas: literatura, ciencia,
tecnología, etc.
La noción de Hegel influenció a distintos autores que se preocuparon por nuestro
objeto de interés y Gombrich nos dice que, aunque tales autores renegaran de Hegel,
terminaban asumiendo sus asunciones. Tal es el caso de Buckhardt, quien participó en el
centro de discusión en torno al Renacimiento (discusión que atañe a la cultura,
necesariamente), o de Wöfflin, Lamprecht, Huizinga, etc., quienes usaban la hipótesis
nuclear de Hegel sin su pensamiento metafísico, es decir, tomaban una postura articuladora
de la cultura donde una de sus manifestaciones pudiera explicarse por las otras
convergiendo al mismo punto sin tener que, por ejemplo, hablar del desarrollo de un
Zeitgeist que se desarrolla y manifiesta en cada momento de la historia. Aparece un
inconveniente: “Esta interpretación postula que cada fenómeno está relacionado con los
demás, pero que constituye al mismo tiempo un síntoma de cualquier otro” (p. 43).
Inconveniente al que le suma otro que puede ser, también, un aviso de su solución: la
convicción de un espíritu colectivo e independiente ha sido el mayor obstáculo en el
desarrollo de una historia de la cultura (p. 50), y el que, sin embargo, los elementos
culturales no pueden explicarse aisladamente (p. 56).
Gombrich menciona con sinceridad estos y otros problemas y sugiere posibles
soluciones que pueden ser poco satisfactorias, que atienden a la función de un historiador
de la cultura, aludiendo a la noción del primer párrafo: alguien que explique y pregunte
acerca de esas “resonancias” para conservarlas en el paso del tiempo. A tal historiador

Samuel Restrepo Agudelo


“atañe (…) lo individual y de lo concreto” (p. 62), el estudio de las continuidades y la
constitución del humanista que no solo investiga, sino que conoce.

Samuel Restrepo Agudelo

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