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2.1 INTRODUCCIÓN.
El sistema legal combina así las garantías del deudor con la conveniencia de
adelantar en el tiempo la declaración de concurso, a fin de evitar que el deterioro del
estado patrimonial impida o dificulte las soluciones más adecuadas para satisfacer a
los acreedores. Los estímulos a la solicitud de concurso voluntario, las sanciones al
deudor por incumplimiento del deber de solicitarlo y el otorgamiento al crédito del
acreedor instante de privilegio general hasta la cuarta parte de su importe son
medidas con las que se pretende alcanzar ese objetivo.”
Así pues, la Ley Concursal, al definir los presupuestos del concurso, se refiere a un
prespupuesto subjetivo (el deudor) y a un presupuesto objetivo (la insolvencia del
deudor), siendo asimismo necesaria la existencia de una pluralidad de acreedores.
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Con este precepto la Ley Concursal de 2003 puso fin a la clásica y centenaria
separación en el tratamiento de la insolvencia del deudor civil o común, cuya situación
de sobreendeudamiento se sustanciaba a través del concurso de acreedores del Código
Civil, y la quiebra del deudor comerciante o empresario (persona física o de ordinario
sociedad mercantil), cuyo sobreseimiento general en los pagos e iliquidez se
instrumentaba, respectivamente, a través de los procedimientos de Quiebra (Código de
Comercio de 1885) y Suspensión de Pagos (Ley de Suspensión de Pagos de 1922).
En virtud de este designio unificador, la Ley Concursal dio un paso más en el camino
aglutinador, haciendo tábula rasa de la distinción entre insolvencias de deudores
societarios y personas jurídicas de cualquier otra clase, ampliando su ámbito de
aplicación a cualquier persona jurídica, no sólo a Sociedades mercantiles, ya sea una
asociación, una fundación, una sociedad civil, etc.; no debiendo descartarse el
sometimiento a ella de entes en situaciones jurídicas más imprecisas como las que
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Por lo que se refiere a las personas naturales, debe recordarse que la personalidad
comienza desde el momento del nacimiento y se extingue con la muerte. Así pues,
tras su nacimiento, cualquier persona natural insolvente puede ser declarada en
concurso (incluidos los menores de edad y los incapaces). Y una vez fallecido, o
declarado el fallecimiento, no cabe la declaración del concurso, sin perjuicio de que
pueda declararse el concurso de la herencia en caso de que la misma no sea aceptada
pura y simplemente.
Por lo que se refiere a las personas jurídicas, todas ellas pueden ser declaradas en
concurso (con la excepción de las entidades que integren la organización territorial del
Estado, los organismos públicos y los demás entes de derecho público), y ello con
independencia de que estén inscritas en el Registro Mercantil, en otro registro público
o no estén inscritas o sean inscribibles en ninguno de ellos (artículo 24 LC). Sólo se
requiere que el deudor tenga personalidad jurídica, entendiendo por tal la capacidad
para contraer y asumir obligaciones y derechos como un ente autónomo, distinto de
las personas que lo integran. Así pues, pueden ser declaradas en concurso las
sociedades anónimas, de responsabilidad limitada, comanditarias, colectivas,
cooperativas, de garantía recíproca, sociedades mercantiles irregulares, sociedades de
capital en formación e irregulares, sociedades agrarias de transformación,
agrupaciones de interés económico, asociaciones, fundaciones de interés público,
corporaciones, mutuas, sociedades civiles y cualesquiera otros entes dotados de
personalidad jurídica.
Con este precepto vino el legislador a introducir por fin en el ordenamiento español
unas premisas objetivas, técnicamente contrastables, relativas al presupuesto objetivo
de la declaración de concurso. Con ello se terminaba con la imprecisión y
multiplicidad de interpretaciones a que dio lugar el artículo 874 de Código de
Comercio de 1885, que aludía al deudor que “sobresee el pago corriente de sus
obligaciones”, con cuya redacción parecía que el síntoma de la insolvencia se
confundía con ésta, siendo así que podía haber insolvencia que no tuviera aún esos
síntomas y, otros supuestos en que, habiendo los síntomas, no hubiera la insolvencia.
Y ello dio lugar a que hiciera fortuna en la Jurisprudencia la postura que se mostraba
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indiferente ante las causas de esos síntomas que a priori debían exteriorizar la
situación de verdadera insolvencia, equiparando al que no pagaba por imposibilidad
con el que no lo hacía por mero deseo, cualquiera que fuera la causa del impago (Vid.
Sentencias del Tribunal Supremo de 10 de marzo de 1990, 18 de abril de 1990 y 18 de
mayo de 1991, entre otras).
En el caso del concurso solicitado por el propio deudor, dice la ley que éste deberá
justificar su endeudamiento y su estado de insolvencia (sin que baste una mera
declaración confesoria), lo que resultará de la documentación que a efectos de esta
acreditación deberá acompañar a su solicitud: principalmente, la memoria expresiva de
su historia económica con expresión de las causas del estado en que se encuentre; su
inventario de bienes y derechos con su valor real actual; los gravámenes, trabas y
cargas que afecten a estos bienes y derechos; y fundamentalmente la relación de
acreedores (no basta un acreedor, siendo exigible una pluralidad) con la cuantía y el
vencimiento de sus respectivos créditos, etc. De esa documentación debe por tanto
resultar que el deudor “no puede cumplir regularmente sus obligaciones exigibles”,
habiendo interpretado la jurisprudencia que era regularidad se refiere a hacer frente a
los pagos con sus medios corrientes y ordinarios.
En los concursos voluntarios, la insolvencia podrá ser actual o inminente, mientras que
en los concursos necesarios la insolvencia deberá ser necesariamente actual. Así pues,
la solicitud de concurso del deudor en situación de insolvencia inminente es una
facultad del deudor, no un deber del mismo.
Por último, debe tenerse en cuenta que no es lo mismo la insolvencia que configura el
presupuesto objetivo del concurso (imposibilidad de cumplir regularmente con las
obligaciones exigibles) que la causa de disolución por pérdidas prevista en el artículo
363.1.d) de la Ley de Sociedades de Capital (pérdidas que dejen reducido el
patrimonio neto por debajo de la mitad del capital social), ni la una conlleva la otra, ni
viceversa. Esta diferenciación resulta especialmente útil a la hora de valorar el
cumplimiento o incumplimiento de la obligación de solicitar el concurso de
acreedores, a los efectos de calificar el concurso y, concretamente, de analizar si
concurre la presunción del artículo 165.1º LC.
“Artículo 3. Legitimación.
Si el deudor fuera persona jurídica, será competente para decidir sobre la solicitud el
órgano de administración o de liquidación.
En caso de que el deudor sea una persona física, puede solicitar el concurso por sí
misma. Sin embargo, si el deudor es persona jurídica, la solicitud de concurso deberá
presentarla su órgano de administración o de liquidación, no siendo necesario ningún
acuerdo societario previo en tal sentido. Ello obedece, sin duda, a que el órgano de
administración o liquidación, que es quien mejor conoce la situación de solvencia de la
persona jurídica, debe poder reaccionar con rápidez para cumplir el plazo legalmente
previsto para la solicitud del concurso, recayendo además sobre él la responsabilidad
por el incumplimiento de dicho plazo.
De entre los acreedores del deudor, se niega la legimitación de aquellos que, dentro de
los seis meses anteriores a la presentación de la solicitud del concurso, hubieran
adquirido el crédito por actos ínter vivos y a título singular, después de su
vencimiento. Con ello se pretenden excluir actuaciones torticeras o especulativas
basadas en la amenaza de instar el concurso necesario del deudor, adquiriendo
previamente, dentro del periodo de sospecha, un crédito vencido contra el mismo.
mercantil competente para conocer del concurso del deudor, por si hubiere un
procedimiento concursal en tramitación, así como a los acreedores cuya identidad
resulte de las actuaciones penales en curso, por si estimaran conveniente instar la
declaración del concurso necesario del deudor.
Debe quedar claro que este precepto, a pesar de su ubicación dentro de las reglas
relativas a la declaración del concurso y a los presupuestos del mismo, no legitima al
Ministerio Fiscal para presentar la solicitud de concurso respecto de un deudor.
El deudor está obligado a solicitar la declaración de concurso dentro de los dos meses
siguientes a la fecha en que hubiera conocido o debido conocer su estado de
insolvencia actual. Con ello se pretende evitar que el deterioro del estado patrimonial
del deudor impida o dificulte la satisfacción de los acreedores, ya sea mediante
convenio, ya mediante liquidación.
Este deber sólo se considera cumplido si la solicitud se presenta en forma y dentro del
plazo de dos meses legalmente previsto, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 5
bis LC. Transcurrido este plazo, existe incumplimiento del deudor, aunque ello no le
impide solicitar tardíamente el concurso. Lo anterior puede tener sus consecuencias en
el momento de la calificación del concurso, por la presunción del artículo 165.1º LC.
A este problema trató de dar respuesta en parte la reforma concursal operada por el
Real Decreto-Ley 3/2009, de 27 de marzo, de medidas urgentes en materia tributaria,
financiera y concursal ante la evolución de la situación de crisis, publicada en el
Boletín Oficial del Estado en día 31 de marzo de 2009, que vino a atemperar el deber
legal de instar el concurso al introducir un nuevo apartado 3º al artículo 5 de la Ley
Concursal, cuyo contenido fue básicamente recogido en el artículo 5 bis tras la
reforma operada por la Ley 38/2011, y que permite una dilación en el plazo por hasta
cuatro meses como máximo desde que se comunique al juez que se han iniciado
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negociaciones con los acreedores que permitan un acuerdo de refinaciación para eludir
la insolvencia o una propuesta anticipada de convenio.
Este precepto permite al deudor poner en conocimiento del Juzgado competente para
declarar su concurso el inicio de negociaciones con sus acreedores, para alcanzar un
acuerdo de refinanciación (artículo 71 bis LC y Disposición Adicional 4ª LC) o para
obtener adhesiones a una propuesta anticipada de convenio (artículos 104 a 110 LC).
A lo anterior debe añadirse que el artículo 5 bis LC fue posterioremente reformado por
la Ley 17/2014, de 30 de septiembre, por la que se adoptan medidas urgentes en
materia de refinanciación y reestructuración de deuda empresarial, en un intento de
propiciar una negociación eficaz entre el deudor y sus acreedores. Para ello, a todas las
medidas ya existentes, ha venido a sumarse una limitación de las posibilidades de
determinados acreedores de ejecutar el patrimonio del deudor.
La última reforma en el artículo 5 bis LC se produjo mediante la Ley 9/2015, que vino
a modificar el apartado cuarto de dicho precepto.
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Se trata, por tanto, de una mera comunicación del deudor de la que se acusa recibo en
el Juzgado y a la que se le da o no una determinada publicidad, sin que sea necesario
acreditar la concurrencia de los presupuestos del concurso.
También se prevé la suspensión, por el juez que estuviera conociendo de ellas, de las
ejecuciones de dichos bienes o derechos que estuvieran en tramitación desde que se
presente la resolución del secretario judicial dando constancia de la comunicación.
Lógicamente, esta limitación desaparecerá si el juez competente para conocer del
concurso resuelve que los bienes o derechos afectados por la ejecución no son
necesarios para la continuidad de la actividad profesional o empresarial. También, en
todo caso, una vez transcurrido el plazo de tres meses más uno previsto en el apartado
quinto del artículo 5 bis LC.
Por último, se establece que los acreedores con garantía real pueden ejercitar la acción
real frente a los bienes y derechos sobre los que recaiga su garantía. Sin embargo, una
vez iniciado el procedimiento, éste quedará paralizado hasta que a) se formalice el
acuerdo de refinanciación previsto en el artículo 71 bis.1; b) se dicte la providencia
admitiendo a trámite la solicitud de homologación judicial del acuerdo de
refinanciación; c) se adopte el acuerdo extrajudicial de pagos; d) se hayan obtenido las
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Tras realizar la comunicación prevista en el artículo 5 bis LC, y antes del transcurso
del plazo legalmente previsto (tres meses más uno), el deudor deberá solicitar su
declaración en concurso de acreedores, salvo que no se encontrara en situación de
insolvencia o que ya lo hubiera solicitado el mediador concursal. Esta obligación debe
ponerse en relación con la presunción de culpabilidad del artículo 165.1º LC, relativa
al incumplimiento del deber de solicitar la declaración del concurso.