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El primer poema describe la atracción irresistible del narrador hacia una mujer misteriosa cuya magia lo fascina. A pesar de que su destino está fuera de su control, la absolverá de cualquier culpa. El segundo poema trata sobre el recuerdo del narrador y su amada de la época antes de que se besaran por primera vez, cuando su deseo el uno por el otro era insoportable. Finalmente, cerraron los ojos y dejaron que el beso los llamara. El tercer poema describe un encuentro íntimo entre los amantes donde se sienten
El primer poema describe la atracción irresistible del narrador hacia una mujer misteriosa cuya magia lo fascina. A pesar de que su destino está fuera de su control, la absolverá de cualquier culpa. El segundo poema trata sobre el recuerdo del narrador y su amada de la época antes de que se besaran por primera vez, cuando su deseo el uno por el otro era insoportable. Finalmente, cerraron los ojos y dejaron que el beso los llamara. El tercer poema describe un encuentro íntimo entre los amantes donde se sienten
El primer poema describe la atracción irresistible del narrador hacia una mujer misteriosa cuya magia lo fascina. A pesar de que su destino está fuera de su control, la absolverá de cualquier culpa. El segundo poema trata sobre el recuerdo del narrador y su amada de la época antes de que se besaran por primera vez, cuando su deseo el uno por el otro era insoportable. Finalmente, cerraron los ojos y dejaron que el beso los llamara. El tercer poema describe un encuentro íntimo entre los amantes donde se sienten
Algo de ti, siniestro, me fascina, Encarnas el misterio que perturba y vulnera. Ofreces albedrío, fruto pernicioso al que soy adicto No es tu culpa: todo es ta inocente. No te muevas: ¡qué vértigo llegar a ti! Bogo al arbitrio de oscuras fuerzas. Llegó mi turno: ya cantan para mí las sirenas. ¿Para que contradecir al destino si a ti me empuja? Pase lo que pase, yo te absuelvo, muchacha.
¿Recuerdas cómo era la lluvia
cuando aún no nos besábamos? Era julio y el moribundo cielo se rasgaba. Nos miramos tras la reja muchas veces, antes de que el fruto se abriera. Nos subimos al puente del aroma para probar el naranjo en nuestra sed, y no saciaba. No saciaban los hielos en el vaso ni el cántaro de vino ni la miel. Nos bebíamos el filo de la lluvia en la ropa, en el paraguas, y el clamor no cesaba. Recorrimos las calles, los planetas, buscando el vértice del agua. No lo hallamos. Intentamos la espuma, la neblina, el vidrio de la madrugada, las fibras del rocío, la escarcha, la vibración de la nieve… Nada. Ni una gota que calmara la fiebre. No hubo otro modo: cerramos los ojos y dejamos que el beso nos llamara.
“La piel y el escorpión”
Era igual que bailáramos cerca, pegándonos la cara, juntando nuestros pechos, ciñendo la presencia de los cuerpos a una proximidad casi invisible. No importaba tampoco respirar aquel aire sofocante mezclado con el sonido de los discos, ser fragmentos cautivos de la noche, huéspedes del silencio, sórdidos personajes sin destino en la ciudad de hielo. La soledad se desnudó, la lluvia restableció la claridad perdida. rocé entonces la piel curtida de tus antebrazos, congestiva. casi como de fuego aprisionado. De pronto todo fue como una tierra rota por el calor, como dos escorpiones enlazados bajo las piedras secas celebrando el amor en el desierto. Sobrevino el relámpago rojo: Las nubes dieron paso al surgimiento de