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Ricoeur - Narratividad, Fenomenología y Hermenéutica PDF
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Anàlisi 25 187-207 4/11/2000 19:16 Página 189
Resumen
El filósofo Paul Ricœur, considerado como uno de los más importantes pensadores de la
segunda mitad del siglo XX, propone en este texto una mirada retrospectiva a sus fecundas
contribuciones a la comprensión del papel que la narratividad juega en la vida individual
y en la historia colectiva. Se trata, en efecto, de una auténtica recapitulación de sus cruciales
aportaciones en este campo, desarrolladas durante décadas a través de varias obras que
han devenido clásicas: un lugar de referencia inexcusable para teóricos e investigadores
de toda especie. Entre sus numerosas obras pueden destacarse las siguientes: Temps et récit
(1983-1985), Le conflit des interprétations (1969) y La méthapore vive (1975).
The philosopher Paul Ricoeur, considered one of the most important thinkers of the sec-
ond half of the twentieth century, offers in this text a retrospective look at his prolific con-
tributions to the understanding of the role played by the narrative in individual lives and
in collective history. In fact, it is an authentic recapitulation of his crucial contributions in
this field carried out over decades in various works that have become classics: a necessary
reference point for all types of theoreticians and researchers. Among his numerous works
the following stand out: Temps et récit (1983-85), Le conflit des interprétations (1969), La
méthaphore vive (1975).
Para dar una idea de los problemas a los que me dedico desde hace treinta años
y de la tradición a la que pertenece mi tratamiento de los mismos, me ha pare-
cido que el método más apropiado era partir de mi trabajo actual sobre la fun-
ción narrativa, luego mostrar la afinidad de este trabajo con mis trabajos
* Este texto apareció por primera vez en castellano, con idéntico título, como capítulo final
de una obra colectiva en homenaje a Paul Ricoeur: Gabriel ARANZUEQUE (ed.) (1997),
Horizontes del relato. Lecturas y conversaciones con Paul Ricoeur, Madrid: Universidad Autónoma
de Madrid, Cuaderno Gris, trad. de G. Aranzueque. Anàlisi. Quaderns de comunicació i cul-
tura agradece al editor y traductor su buena disposición ante nuestra propuesta de repu-
blicación del artículo.
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I. La función narrativa
Diré, en primer lugar, algo sobre mis trabajos dedicados a la función narrativa.
Aquí aparecen tres preocupaciones principales. Esta investigación sobre el
acto de narrar responde, en primer lugar, a una preocupación muy general,
que expuse no hace mucho en el primer capítulo de mi libro sobre Freud y la
filosofía: la de preservar la amplitud, la diversidad y la irreductibilidad de los
usos del lenguaje. Desde un principio, puede constatarse, pues, que me uno a
aquellos filósofos analíticos que se resisten a aceptar el reduccionismo según
el cual las «lenguas bien hechas» habrían de valorar la pretensión de sentido y
de verdad de todos los usos no «lógicos» del lenguaje.
Una segunda preocupación completa y, en cierto modo, modera la pri-
mera: la de reunir las formas y modalidades dispersas del juego de narrar. En
efecto, a lo largo del desarrollo de las culturas de las que somos herederos, el
acto de narrar no ha dejado de ramificarse en géneros literarios cada vez más
específicos. Esta fragmentación plantea a los filósofos un problema central,
dada la importante dicotomía que divide el campo narrativo y que opone
tajantemente, por una parte, los relatos que tienen una pretensión de verdad
comparable a la de los discursos descriptivos que se usan en las ciencias
—pensemos en la historia y los géneros literarios afines a la biografía y a la
autobiografía— y, por otra, los relatos de ficción, como la epopeya, el drama,
el cuento y la novela, por no decir ya los modos narrativos que emplean un
medio distinto al lenguaje: el cine, por ejemplo, y, eventualmente, la pintura
y otras artes plásticas. Contra esta interminable división, planteo la hipótesis
de que existe una unidad funcional entre los múltiples modos y géneros narra-
tivos. Mi hipótesis básica al respecto es la siguiente: el carácter común de la
experiencia humana, señalado, articulado y aclarado por el acto de narrar en
todas sus formas, es su carácter temporal. Todo lo que se cuenta sucede en el
tiempo, arraiga en el mismo, se desarrolla temporalmente; y lo que se de-
sarrolla en el tiempo puede narrarse. Incluso cabe la posibilidad de que todo
proceso temporal sólo se reconozca como tal en la medida en que pueda narrar-
se de un modo o de otro. Esta supuesta reciprocidad entre narratividad y tem-
poralidad constituye el tema de Tiempo y relato. Por limitado que sea el
problema, en comparación con la gran amplitud de los usos reales y poten-
ciales del lenguaje, resulta realmente inmenso. Reúne, en un mismo rótulo,
problemas que habitualmente se abordan con títulos diferentes: epistemología
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del conocimiento histórico, crítica literaria aplicada a las obras de ficción, teo-
rías del tiempo (dispersas, a su vez, entre la cosmología, la física, la biología, la
psicología o la sociología). Al tratar la cualidad temporal de la experiencia
como referente común de la historia y de la ficción, uno en un mismo pro-
blema ficción, historia y tiempo.
En este punto, entra en juego una tercera preocupación, que ofrece la posi-
bilidad de hacer menos inabordable la problemática de la temporalidad y de
la narratividad: la de poner a prueba la capacidad de selección y de organiza-
ción del lenguaje mismo, cuando éste se ordena en esas unidades de discurso
más largas que la frase a las que podemos llamar textos. En efecto, si la narra-
tividad ha de señalar, articular y aclarar la experiencia temporal —por reto-
mar los tres verbos usados anteriormente—, hay que buscar en el uso del
lenguaje un patrón de medida que satisfaga esa necesidad de delimitación, de
ordenación y de explicitación. El hecho de que el texto sea la unidad lingüís-
tica buscada y que constituya el medio apropiado entre la vivencia temporal
y el acto narrativo puede ser esbozado brevemente del siguiente modo. Como
unidad lingüística, un texto es, por una parte, una expansión de la primera uni-
dad de significado actual, de la frase o instancia discursiva en el sentido de
Benveniste. Por otra parte, aporta un principio de organización transfrásica
del que se beneficia el acto de narrar en todas sus formas.
Podemos llamar poética —siguiendo a Aristóteles— a la disciplina que trata
de las leyes de la composición que se añaden a la instancia discursiva para dar
lugar a un texto, al que se considera un relato, un poema o un ensayo.
Se plantea, entonces, el problema de identificar la característica más impor-
tante del acto de hacer-relato. Sigo también a Aristóteles para designar la clase
de composición verbal que convierte un texto en relato. Aristóteles designa esta
composición verbal con el término mŷthos, término que se ha traducido por
«fábula» o por «trama»: «llamo aquí mŷthos a la composición (sýnthesis o, en
otros contextos, sýstasis) de los hechos» (1450 a 5 y 15). Más que una estruc-
tura, en el sentido estático de la palabra, Aristóteles usa este término para desig-
nar una operación (como indica la terminación -sis de poíesis, sýnthesis o sýstasis),
a saber, la estructuración que requiere que hablemos de «elaboración de la
trama» antes que de trama. La elaboración de la trama consiste, principal-
mente, en la selección y en la disposición de los acontecimientos y de las accio-
nes narradas, que hacen de la fábula una historia «completa y entera» (1450 b
25), que consta de principio, medio y fin. Con esto queremos decir que nin-
guna acción es un principio más que en una historia que ella misma inaugura;
que ninguna acción es tampoco un medio más que si provoca en la historia
narrada un cambio de suerte, un «nudo» a deshacer, una «peripecia» sorpren-
dente, una sucesión de incidentes «lamentables» u «horrorosos»; por último,
ninguna acción, considerada en sí misma, es un fin, sino en la medida en que,
en la historia narrada, concluye el curso de una acción, deshace un nudo,
compensa la peripecia mediante el reconocimiento, sella el destino del héroe
mediante un último acontecimiento que aclara toda la acción y produce, en
el oyente, la kátharsis de la compasión y del terror.
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de desviación al que se refiere la objeción. Pero hay que entender que la pro-
pia desviación sólo es posible sobre la base de una cultura tradicional que crea
en el lector expectativas que el artista se complace en despertar y defraudar.
Ahora bien, esta relación irónica no podría establecerse en un vacío paradig-
mático total. Confieso que los supuestos sobre los que me extenderé con toda
tranquilidad más adelante no me permiten pensar en una anomia radical,
sino únicamente en un juego con reglas. Sólo es pensable una imaginación
reglada.
El tercer problema que quisiera mencionar se refiere a la referencia común
de la historia y de la ficción en la base temporal de la experiencia humana.
El problema es notablemente difícil. Por un lado, en efecto, sólo la histo-
ria parece referirse a lo real, aunque esa realidad haya pasado. Sólo ella parece
pretender hablar de acontecimientos que se han producido realmente. El nove-
lista ignora la carga de la prueba material vinculada a la obligación de recurrir
a documentos y archivos. Una asimetría irreductible parece oponer lo real his-
tórico y lo irreal de la ficción.
No se trata de negar esta asimetría. Al contrario, hay que apoyarse en ella
para percibir el cruce o el quiasmo entre los dos modos referenciales de la fic-
ción y de la historia. Por un lado, no es preciso decir que la ficción no haga
referencia a nada. Por otro, no es preciso decir que la historia se refiera al pasa-
do histórico en el mismo sentido en que las descripciones empíricas se refie-
ren a la realidad presente.
Decir que la ficción no carece de referencia supone desechar una concep-
ción estrecha de la misma que relegaría la ficción a desempeñar un papel pura-
mente emocional. De un modo u otro, todos los sistemas simbólicos
contribuyen a configurar la realidad. Muy especialmente, las tramas que inven-
tamos nos ayudan a configurar nuestra experiencia temporal confusa, infor-
me y, en última instancia, muda. «¿Qué es el tiempo? —se preguntaba
Agustín—. Si nadie me lo pregunta, lo sé; si alguien me lo pregunta, ya no lo
sé.» En la capacidad de la ficción para configurar esta experiencia temporal
casi muda, reside la función referencial de la trama. Volvemos a encontrar aquí
el vínculo entre mŷthos y mímesis en la Poética de Aristóteles: «La fábula, dice él,
es la imitación de la acción» (Poética, 1450 a 2).
La fábula imita la acción en la medida en que construye con los únicos
recursos de la ficción esquemas inteligibles. El mundo de la ficción es un labo-
ratorio de formas en el que ensayamos configuraciones posibles de la acción
para comprobar su coherencia y su verosimilitud. Esta experimentación con
los paradigmas depende de lo que antes llamábamos la imaginación creadora.
En este estadio, la referencia se mantiene como en suspenso: la acción imita-
da es una acción sólo imitada, es decir, fingida, inventada. Ficción es fingere y
fingere es hacer. El mundo de la ficción, en esta fase de suspensión, sólo es el
mundo del texto, una proyección del texto como mundo.
Pero la suspensión de la referencia sólo puede ser un momento interme-
dio entre la comprensión previa del mundo de la acción y la transfiguración
de la realidad cotidiana que realiza la propia ficción. El mundo del texto, pues
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prender? sobre la pregunta por el sentido de tal o cual texto o de tal o cual tipo
de textos (sagrados o profanos, poéticos o jurídicos). Esta investigación sobre
el Verstehen acabaría desembocando, un siglo más tarde, en el problema feno-
menológico por excelencia, a saber, en la investigación sobre el sentido inten-
cional de los actos noéticos. Bien es cierto que la hermenéutica continuaba
teniendo preocupaciones diferentes a las de la fenomenología concreta. Mientras
que ésta planteaba preferentemente el problema del sentido en el plano cog-
nitivo y perceptivo, la hermenéutica lo planteaba, desde Dilthey, en el plano de
la historia y de las ciencias humanas. Sin embargo, en ambos casos, se trataba
del mismo problema fundamental: el de la relación entre el sentido y el sí mismo,
entre la inteligibilidad del primero y la reflexividad del segundo.
El famoso círculo hermenéutico entre el sentido «objetivo» de un texto y su
comprensión previa por parte de un lector singular se presentaba entonces
como un caso particular de la conexión que Husserl llamaba, por otro lado,
correlación noético-noemática.
El arraigo fenomenológico de la hermenéutica no se limita a esta afinidad
muy general entre la comprensión de los textos y la relación intencional de
una conciencia con un sentido que tiene delante. El tema de la Lebenswelt, al
que la fenomenología se enfrenta a su pesar, es asumido por la hermenéuti-
ca postheideggeriana, no ya como un residuo, sino como una condición pre-
via. Dado que, primeramente, estamos en un mundo y pertenecemos a él con
una pertenencia participativa irrecusable, podemos, en segundo lugar, enfren-
tarnos a los objetos que pretendemos constituir y dominar intelectualmente.
El Verstehen, para Heidegger, tiene un significado ontológico. Es la respuesta
de un ser arrojado al mundo que se orienta en él proyectando sus posibilida-
des más propias. La interpretación, en el sentido técnico de interpretación de
los textos, sólo es el desarrollo, la explicitación, de este comprender ontológico,
siempre solidario de un previo ser arrojado. De este modo, la relación suje-
to-objeto, de la que sigue dependiendo Husserl, se subordina a la constata-
ción de un vínculo ontológico más primitivo que cualquier relación
cognoscitiva.
Esta subversión de la fenomenología llevada a cabo por la hermenéutica
apela a otra: la conocida «reducción», mediante la que Husserl escinde el «sen-
tido» del fondo existencial donde la conciencia natural se encuentra primera-
mente inmersa, ya no puede ser un gesto filosófico primario. En adelante
adquiere un significado epistemológico derivado: es un gesto secundario, con-
sistente en el distanciamiento —y, en este sentido, en el olvido del arraigo pri-
mario del comprender— que requieren todas las operaciones objetivadoras
características tanto del conocimiento vulgar como del conocimiento cientí-
fico. Pero este distanciamiento presupone la pertenencia participativa median-
te la cual estamos en el mundo antes de ser sujetos que se sitúan frente a objetos
para juzgarlos y someterlos a su dominio intelectual y técnico. De este modo,
la hermenéutica heideggeriana y postheideggeriana, aunque sea la heredera
evidente de la fenomenología husserliana, es, en última instancia, su inversión,
en la medida en que es su realización.
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