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Indaguemos un poco en esa Europa de mediados del siglo XIX y sobre todo la
que se perfila hacia fines del siglo.
Ubiquémonos en Francia allá por 1820… el joven Augusto Comte asiste como
secretario al Conde Claude Henri de Saint Simon (1760-1825) y colabora con él
en la redacción del Plan de las operaciones científicas necesarias para la
reorganización de la sociedad. En ese trabajo, Saint Simon propone una nueva
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tarea para la política: descubrir las leyes naturales de la evolución de la
sociedad.
Puede ser considerado uno de los “padres de la sociología” por cuanto intenta
comprender, a la manera de las ciencias naturales, el movimiento de la sociedad.
Crítico de aquellos que ante una Francia convulsionada propugnaban por volver al
“antiguo régimen”, coincidía con ellos sin embargo en la necesidad de reorganizar a
Europa de manera sistemática a fin de establecer un orden sosegado y estable.
De allí que muchos lo reconozcan como uno de los fundadores del socialismo utópico,
aunque en realidad hayan sido más bien sus discípulos los que, tras la muerte de su
maestro, den un giro e introduzcan ideas como la de la lucha de clases y
cuestionamientos a la propiedad privada, generando una teoría crítica del sistema
capitalista.
Más tarde, Comte, no seguirá los pasos de otros discípulos de Saint-Simon sino
que retomará de su antecesor, fundamentalmente, la preocupación por
reconstituir el orden social que parecía perdido luego de la Revolución Francesa
y la caída del “antiguo régimen”. Recordemos que en aquel momento Francia se
encontraba atravesada por conflictos sociales producto del incipiente desarrollo
industrial, con grandes contingentes que migraban hacia las ciudades en las
cuales les esperaban duras condiciones laborales y de vida, lo cual llevaría a
este país a un continuo proceso de crisis políticas. Así, el objetivo de sus
trabajos (desarrollados entre 1830 y 1854) fue el de contribuir mediante una
nueva ciencia a poner orden en una sociedad a la cual consideraba caótica.
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utilizaría los conocimientos de los anteriores, pero por tratarse de asuntos más
complicados, incorporaría nuevos elementos.
Así, una y otra serían las que explicarían tanto el orden (lo que se conserva
igual a sí mismo, lo que se mantiene) como el progreso (lo que evoluciona,
cambia) de una sociedad.
Pero (como usted ya podrá advertir) si bien Comte considera que el progreso es
-además de inevitable- también algo beneficioso y deseable, a su entender debe
ser conducido pues de otro modo la sociedad se desintegraría.
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la vez, ya fuera de Francia, también en Inglaterra y en Alemania hay
pensadores discutiendo para esa época la naturaleza, los fundamentos y la
capacidad de conocer y comprender la sociedad. Mencionaremos tan solo dos
de ellos: Herbert Spencer y Ferdinand Tönnies.
Herbert Spencer vivió en Inglaterra entre 1820 y 1903 y quizás sea uno de los
pensadores más difícilmente “ubicables” en una disciplina determinada ya que sus
trabajos van desde la ética hasta la biología, pasando incluso por la sociología.
OPTIMISMO NOSTALGIA
Será hacia fines del siglo XIX cuando se produzca una definitiva ruptura en la
imagen de la sociedad hasta ese momento marcada por esta tensión entre la
visión optimista del progreso y el pesimismo conservador que idealizaba la
armonía de épocas anteriores.
El escenario de las últimas décadas del siglo XIX presenta ante todo un nuevo
protagonista: las masas de obreros industriales de las ciudades. Desplazadas
hacia las urbes buscando trabajo en las nuevas fábricas, en duras condiciones
de pobreza y marginalidad, comenzarán a encontrar hacia fines del siglo, nuevas
formas organizativas como los sindicatos y los partidos socialistas.
Esta creciente organización del incipiente movimiento obrero permitirá, por una
parte, mediante sus órganos de difusión, como periódicos, informes y otras
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publicaciones, hacer públicas y visibles sus duras condiciones de vida; y a la
vez, profundizarán un clima de conflictividad social que se caracterizó por
movilizaciones, paros y protestas.
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