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MARTES, 8 DE FEBRERO DE 2011 CINE> LOS CIRCUITOS ALTERNATIVOS


CUBREN NECESIDADES INSATISFECHAS
CINE › L O S C I R C UITOS ALTERNATIVOS CUBREN El largo y sinuoso camino del cine
NECE S I D A D E S I NSATISFECHAS independiente
CIRCUITOS ALTERNATIVOS

El largo y sinuoso camino del De las 114 películas argentinas que se


estrenaron el año pasado,...

cine independiente
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VERÁ EN BERLÍN
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demasiado engolosinado con las mieles del dinero y el lucro constante. El PLASTICA
Malba, la Fundación Proa, el Centro Cultural de la Cooperación, los espacios ARCO Madrid cumple 30
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Adiós a Tura Satana
oscura y la sábana blanca se mantenga inalterable. Pero, ¿son un fenómeno
Visto & oído
imperecedero o un paliativo frente al constante cacheteo de la industria?

“El parque de exhibición alternativo se fue adaptando a una necesidad. Si no


existieran las películas, tampoco estarían estos espacios. Es un circuito
informal que se fue dando a medida que surgía material interesante e
independiente que no estaba contenido. No sé si es un fenómeno del último
año o si viene de antes, lo que sí sé es que antes estrenaba una por mes y
el año pasado llegamos a tener cuatro”, afirma Fernando Martín Peña,
hombre con fílmico en las venas y encargado de la programación de la sala
del Malba, que desde fines de 2002 lleva a cabo estrenos argentinos en los
horarios centrales de los viernes, sábados y domingos. “Hago una
programación anual donde pienso cuántas películas puedo exhibir. Trato de
estrenar cosas que sean distintas entre sí, que haya un abanico de
posibilidades para elegir. O que eso me parezca un reflejo de lo que está
pasando”, explica.

Desde aquel comienzo tímido en los años postcrisis, la sala creció hasta los
más de 20 estrenos de 2010. “Empezamos con uno mensual y después nos
dimos cuenta de que había más de una película que nos interesaba, y que el
sistema de dos exhibiciones semanales permitía tenerlas. A diferencia del
circuito tradicional, aquí son sólo ocho funciones por mes, lo que le da
tiempo a la prensa para que la difunda y al boca a boca. Una película que en
el circuito formateado para producciones con una publicidad tremenda
desaparecería a la semana acá tiene una presencia que le da un peso
distinto”, argumenta.

Entre museos, fundaciones y reaperturas


Es casi un pleonasmo profundizar en las puñaladas letales que el
neoliberalismo le asestó al sistema de exhibición tradicional durante el primer
lustro de los ’90, cuando las grandes salas languidecieron ante la impavidez
de los complejos multipantallas. Ese cambio de paradigma obligó a las
películas independientes a guarecerse en lugares a priori no concebidos

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para su proyección, como museos, cineclubes y teatros. Sin embargo, la
coyuntura nacional fue un empujón más para acentuar un fenómeno de
alcance cosmopolita. “En todo el mundo se discute cuáles son los lugares
para ver cine. Lo que ocurre es que las salas tradicionales muestran los
grandes tanques, y a las filmografías nacionales o independientes les cuesta
conseguir pantalla. Entonces, uno de los lugares que empieza a surgir
naturalmente, por la misma sinergia de las sociedades, son los museos”,
explica Guillermo Goldschmidt, director del área de Proyectos Especiales de
la Fundación Proa. Inaugurado en noviembre de 2008, el auditorio con
capacidad para cien espectadores mantiene una función semanal de
estrenos nacionales o latinoamericanos desde enero de 2010, cuando
exhibió Copacabana, de Martín Rejtman. Más tarde fue el turno de Apuntes
para una biografía imaginaria, de Edgardo Cozarinsky, y Santiago, de Joao
Moreira Salles.

El caso de esta última ilustra la metodología y los objetivos divulgadores de


estos espacios. Estrenada en el Bafici ’07, el documental brasileño lideró las
preferencias de muchos críticos y periodistas en los balances de 2010, y fue
una auténtica rareza en el usualmente timorato mercado de exhibición
nacional. El público, agradecido, respondió llenando la sala en cada una de
las funciones. “El fin es intervenir en la cultura cinematográfica con ese tipo
de cine que las salas comerciales expulsan sin ningún remordimiento. El fin
es el de esperar las películas ‘lentas’, descubrir las películas ‘secretas’ y
pensar el cine por afuera del modelo que domina la industria cultural: el
populismo de mercado”, razona Juan José Becerra, director del flamante
Cosmos-UBA.

Templo de las filmografías soviéticas durante los ’60, la horda cinéfila perdió
este reducto histórico a comienzos de 2009, cuando se concretó la tantas
veces anunciada clausura. A fines de ese mismo año, la UBA, a través del
Centro Cultural Rojas, lo adquirió y reencendió sus proyectores tres meses
atrás. “Estas salas se deben a cierta necesidad, de algún modo anacrónica,
de contar con pantallas ‘públicas’ para este tipo de películas. Digo ‘públicas’
en el sentido de las pantallas tradicionales que están colgadas en una sala.
Si somos sinceros, no podemos dejar de ver que el lugar del cine
independiente, por no decir el de todo el cine, hoy está en las pantallas
‘privadas’: los LCD, los iPad, las PC, etcétera. En la actualidad, ver películas
es como leer, pero se ve que añoramos las salas que, de algún modo,
funcionan como bibliotecas o salas de lectura”, razona el también escritor.

Los espacios de exhibición alternativos son una rareza en la industria


cinematográfica, no sólo por la forma de exhibición –una o dos funciones por
semana– sino por el espíritu que las moviliza. “Hay que tener una visión
artística, filantrópica y realista para saber dimensionar el producto que tenés
entre manos. Si trabajás con cine independiente, es imposible programar
ocho funciones diarias porque vas a fracasar. Es necesario plantearse el
éxito en base a situaciones reales”, aseguran desde Proa, que viene de
estrenar la colombiana El vuelco del cangrejo, vista en el último Bafici.

Exito y dinero
La reformulación en la acepción del éxito radica en la imposibilidad de
cotejarlo con el que impera en el mercado del cine tradicional. Mientras el
segundo agobia al espectador con bombardeos publicitarios, metiendo la
película más por ósmosis que por los ojos, el primero apela a la difusión de
prensa y al infalible boca a boca, fenómeno que desconoce las leyes del
marketing y el mercado. El tiempo se encarga de poner las cosas en su
lugar: la taquilla de Harry Potter se desmoronó un 40 por ciento semanal
hasta extinguirse en poco más de un mes, y Río arriba, de Ulises de la
Orden, mantuvo sus dos funciones semanales en el Malba por más de dos
años, entre 2005 y 2007. “El éxito pasa por la repercusión que pueda tener
entre el público y la prensa. Y también con la calidad de debate o diferentes
cuestiones que puedan suceder a partir de que exhibimos la película”, opina
Luciano Zito, coordinador del área de Artes audiovisuales del Centro Cultural
de la Cooperación (CCC), espacio que en 2010 estrenó los documentales
Fútbol Violencia SA y Fortalezas, entre otros.

El lucro ocupa el lugar secundario de consecuencia de la divulgación


cultural. Sin embargo, la manutención de las salas insume un costo muchas
veces ajeno a los dividendos de la taquilla. Con el éxito entendido como bien

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inasible e impalpable, el solvento es inviable sin el apoyo de las anchas
espaldas del Estado (Cosmos-UBA y espacios Incaa) o de las sectores más
rentables del mismo emprendimiento (Malba o Proa). “No hay pérdida
cuando la película funciona bien. En una situación como la nuestra, tenemos
los recursos, y no es que si da ganancia ganamos plata sino que nos permite
reinvertir en otras actividades relacionadas”, asegura Goldschmidt.

Algo similar ocurre con los espacios Incaa, que hoy cuentan con 35 pantallas
a lo largo y ancho del país, entre ellas el punto neurálgico del cine nacional:
el Espacio Incaa Km 0 Gaumont. Las tres salas ubicadas en el barrio de
Congreso albergaron a más de 60 estrenos en 2010. “Es una alternativa que
mixtura la pantalla grande para ver cine argentino y el beneficio para la
industria local. Se intenta que no se pierda. Hay salas que tienen una
dinámica comercial muy instalada, pero los espacios a veces están en salas
que en otros horarios tienen otro tipo de programación. Ahí aparecemos
como articuladores, como una acción que estimula”, afirma su programador,
Pablo Mazzola. Esa falta de presiones económicas y la ausencia de la
dinámica semanal de estrenos permiten que las películas tengan una ventaja
casi anacrónica en esta era de lo instantáneo: tiempo. “La sala tiene gastos
cotidianos mensuales que hay que salvar, sería una mentira decir que no los
tenemos en cuenta a la hora de programar. Pero tratamos de que las
películas puedan tener un público. No importa si la sala no se llena”, se
sincera Zito.

El caso del Malba es particular. La programación conjunta de ciclos y


estrenos le permiten a Peña ladearse hacia el riesgo sin tanto miedo al
abismo. “Si hay una película que sé que puede no funcionar bien, pero que
considero valiosa, trato de reforzar las trasnoches, donde viene mucha
gente. Puedo complementar con los ciclos, aunque otras veces el estreno
banca al resto. Son las ventajas de trabajar en un lugar que no te demanda
mirar los números todos los meses. Los miro, sí, pero con libertad. La sala
no va a cerrar porque estemos un mes abajo, pero más vale que estemos
arriba”, confiesa.

Aunque no alcanza sólo con predisposición y paciencia. Las salas con


regímenes económicos y de exhibición particulares requieren directores y
productores dispuestos a afrontarlos. “Creo que no aparecieron más
películas sino que se mantuvo la constante de un cine interesante que se
venía dando desde los ’90, y en lugar de pensar en un circuito obsoleto que
no les sirve, como es el comercial, ven que esto también puede funcionar.
Hoy me cuesta mucho menos convencerlos. En 2002 era difícil”, asegura el
programador del Malba. Mariano Llinás fue el primero que dijo sí.

El espejo Llinás
“Prefiero que mis películas sean vecinas de Frida Kahlo y no de Kosiuko.”
Con esa máxima como norte, este director edificó una carrera, aceptando el
modelo alternativo de exhibición. No es casual que su filmografía creciera a
la par del Malba, cuya sala cobijó los proyectos dirigidos o producidos por su
compañía, El Pampero Cine. De hecho Balnearios, su ópera prima, fue el
primer estreno programado por Peña y se mantuvo por cinco meses en
cartel. Le siguieron El amor (primera parte), Opus –en ambas productor– y
finalmente Historias extraordinarias, que permaneció un año en la pantalla
grande –entre 2008 y 2009– y que volvió a exhibirse en el flamante Cosmos-
UBA. “Las salas más chicas reproducen esa sensación de que el cine es un
espacio manejable que no tiene la misma lógica que un shopping”, opina.

La concepción de un proyecto a sabiendas de que no irá al circuito comercial


les permite a los directores tomarse libertades artísticas y administrativas
que de otra forma serían imposibles. “Es la única forma de ir por fuera del
Incaa. Así podés pasar la película en un ámbito no comercial, donde no se
necesita el libre deuda de los sindicatos. Si no, es imposible que una
producción que costó entre 10 mil y 50 mil dólares pueda mantener ese
presupuesto”, razona Llinás, quien calcula que si hubiera filmado Historias
extraordinarias con los requerimientos del Instituto, el costo se habría
inflamado hasta los “3 millones de dólares”. “Este es un lugar de defensa
para las películas chicas que quieren mantenerse así a lo largo de todo su
proceso de producción”, argumenta.

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Balnearios e Historias extraordinarias no fueron los únicos éxitos en este
circuito. El modelo de pocas funciones en un tiempo prolongado también le
dio enormes dividendos a la mencionada Río arriba y La Tigra, Chaco, que
desde su estreno en enero hasta los primeros días de abril estuvo dos veces
por semana en el Malba, y entre mayo y octubre una cada siete días en El
Camarín de las Musas. A lo largo de esos casi diez meses, la ópera prima de
Federico Godfrid y Juan Sasiaín fue vista por alrededor de ocho mil
espectadores. “El éxito pasa por instalar la película y que eso en lo que uno
puso tanto amor y esfuerzo llegue a un número de personas. Desde ya que
sería hermoso tener dos millones de espectadores, pero no es posible para
este tipo de películas, aunque bombardees a publicidad”, analizan.

Ellos encontraron en estas exhibiciones la posibilidad de sostenerse, pero


también chocaron de frente contra la muralla de olvido y menosprecio erigida
por los grandes medios. “Es muy difícil que la prensa entienda este tipo de
funcionamiento. A medida que pasan los meses se hace más difícil encontrar
canales que informen al respecto. Obviamente no aparecés en la cartelera.
La solución está en que los medios decidan hacerlo. El teatro funciona de
esa manera: ¿cuántas obras permanecen meses y meses en la cartelera,
aunque estén en salas muy pequeñas? Eso no está contemplado a nivel
cinematográfico”, dispara la dupla, que actualmente está trabajando en la
inminente edición del DVD.

Esa lateralidad, muchas veces involuntaria, implica la autoconciencia de


reconocerse en las márgenes del sistema. “El medio cinematográfico es muy
conservador. Las grandes películas siguen apostando a muchas copias y
todavía encontrás tipos absolutamente laterales que siguen creyendo que
con la publicidad alcanza. La desventaja es que uno está en un ámbito no
del todo legitimado. Es como una especie de circuito B, un lugar de segunda.
De alguna manera uno interpreta un rol accesorio que, en una industria snob
como el cine, implica cierto desprecio. Es un lugar que sigue siendo una
zona medio relegada a la que todavía se la mira de costado”, aseguran.

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