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Centro de enseñanza técnica industrial C.

Ortiz Rendón
Física III 17300203

EL MUNDO Y SUS DEMONIOS |


C. Sagan
Análisis capítulo uno: LO MÁS PRECIADO

Dos de mis mayores hobbies son la lectura y la divulgación científica. Debido a


ello, suelo desarrollarme en ambientes que los fomenten, como lo son el CETI y el
grupo de metodología de la investigación (que, si bien no me deja del todo
satisfecha, me permite asistir fácilmente a eventos de ferias científicas). Por esto,
“El mundo y sus demonios” siempre había sido una lectura de mi interés, pero a la
cual no había llegado a prestarle la suficiente atención hasta que el semestre
pasado supe que los alumnos del profesor F. Patiño tenían por encargo de la
materia de física leerlo. Esto fue el incentivo para leer los capítulos que el profesor
les iba encargando y, si bien leer estos no ha hecho que finalice formalmente la
lectura, sí que me ha permitido notar que comparto puntos de vista respecto a
muchos temas junto con Sagan.
Al entrar al curso intersemestral de física con el profesor F. Patiño, supe que ahora
yo debería leer y analizar el primer capítulo de este libro que, debo decir desde
ahora, fue de mi gran agrado. Como una atea que vive en México, un país
inundado de supersticiones, y que además también vive con una familia católica,
comparto las críticas de Sagan hacia la fe ciega, la pseudociencia y el fanatismo
religioso siempre respetando las opiniones ajenas pero sin negar el que estas
sean por regla general topes, o barreras, que impiden el avance del conocimiento
científico de manera fluida y uniforme en una religión y, lo peor, en una sociedad
entera.
En el comienzo del capítulo, Sagan relata su experiencia al negar las creencias en
las pseudociencias de un taxista, confrontación en la que yo opino fue el científico
exitoso no solo por su impecable dominio del conocimiento científico, sino por su
la ostentación de un título y una larga carrera en ciencias que lo ayudaron a no ser
menospreciado por el taxista, ya que a menudo quienes defienden a las
pseudociencias o religiones devotamente suelen menospreciar a los que tratamos
de mostrarles la veracidad de los hechos científicos debido a nuestra edad,
género, orientación o nivel de estudios, práctica que quizá se evitaría de cursar
todos una materia como lógica o filosofía para aprender a sostener una postura sin
necesidad de acudir a las falacias, lo que Sagan de hecho observa: “A este
hombre le habían fallado nuestros recursos culturales, nuestro sistema educativo,
nuestros medios de comunicación. Lo que la sociedad permitía que se filtrara eran
principalmente apariencias y confusión. Nunca le habían enseñado a distinguir la
ciencia real de la burda imitación”. Todo ello nos hace preguntarnos si la
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credulidad de las personas es culpa de ellas mismas, del sistema educativo, del
gobierno, o de qué; si bien considero que lo es parcialmente de cada una de ellas,
Sagan expone un muy buen punto: el escepticismo no vende.
El capitalismo siempre buscará enriquecer a las grandes empresas, y no podrán
hacerlo abriendo los ojos de toda la población porque la verdad es que nadie
quiere algo tan complejo como lo es la ciencia, es más cómodo menospreciar al
conocimiento científico creyendo que las teorías no están respaldadas por una
metodología criticada y revisada, y como enuncia Sagan: “Si se llegara a entender
ampliamente que cualquier afirmación de conocimiento exige las pruebas
pertinentes para ser aceptada, no habría lugar para la pseudociencia”. Y
realmente es muy triste que la población no confíe en el conocimiento científico. Y
más que triste: peligroso. Peligroso porque el hecho de que personajes influyentes
nieguen problemáticas como el calentamiento global puede llegar a incrementar al
problema mismo gracias a que no se hace nada para detenerlo. Tal es el
sorprendente caso del Administrador de la Agencia de Protección Ambiental
(Estados Unidos de América), Scott Pruitt.
En esta situación se encuentra un claro causante de toda la ignorancia en la que
se mantiene al ser humano: el egocentrismo del hombre. Si bien considero que la
curiosidad es la que impulsa la prosperidad, es innegable que al hombre le
desagrada profundamente el haber realizado una búsqueda de conocimiento en
vano, porque hiere al ego. Nos reconocemos el investigar algo y hallar lo que
buscábamos, pero no nos gusta reconocer la llegada a un callejón sin salida, por
más que el propósito fuese fantástico. Gracias a este odio por las preguntas sin
respuesta es que muchos hombres idearon a Dios, porque si no queremos tener
preguntas carentes de respuesta, podemos mandar a Dios desde lo alto y
atribuirle ese misterio a su gran sabiduría, clamando que es todo voluntad suya.
Así es como llegamos al odio de la ciencia. Si hay preguntas que han sido
respondidas con Dios o cualquier otra explicación fuera del método científico
durante años y llega la ciencia a eliminar esta respuesta con una patada en las
creencias ancestrales, está claro que las personas sentirán un gran repudio hacia
la misma e intentarán menospreciarla con todas sus fuerzas. Pero quizá esto sea,
como bien dice Sagan, porque las personas no conocen lo que exige cualquier
afirmación de conocimiento.
De esta manera, llego al punto que creo es el preferido del profesor: “El método,
aunque sea indigesto y espeso, es mucho más importante que los
descubrimientos de la ciencia”. Al comenzar a instruir las implicaciones del método
científico desde la juventud, le brindamos más credibilidad a la ciencia ante los
ojos de la gente, logrando el efecto que tuvo Sagan frente al taxista debido a que
estaba respaldado por un título y el desarrollo exitoso de una carrera de mano con
la ciencia.

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