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El amor verdadero
"Su prima hacía reflexiones sobre los peligros de las tentaciones, pero Luisa
no pensaba en eso. Cuando pasó por una verja de madreselvas, la miró bien;
parecía llena de presagios, de perfume. Dentro del terreno se movían sombras
oscuras". Un extracto de las Novelas reunidas de Hebe Uhart, publicadas por
Adriana Hidalgo.
Un muchacho, que era amoroso, correcto, simpático y con lindos ojos, se echó
a perder porque hizo un gesto obsceno mientras jugaba al básquet en la cancha
del club.
Otro que tenía un auto color huevo se había dado a la bebida; se tomaba como
cuatro vermuts todas las noches en el club; él tenía lindo pelo y era culto; pero
se ve que no tenía fuerza de carácter ni sentido común, porque la curda de
vermut es espantosa. También, decía su prima, porque estaba completamente
alejado de la fe se echó a perder: no pisaba la iglesia ni para Pascua.
Pero el que más se había echado a perder era el más amoroso de todos: había
sido buen hijo, buen partido, buen estudiante. Él tenía una novia, Marisa, que
era y seguía siendo amorosa; siempre tan ubicada para vestirse, con esos
trajecitos sastre tan graciosos, y ella misma, tan bonita, pero sin llamar la
atención, tan distinguida en eso de no impactar con ningún color detonante.
Y ese novio, que antes la quería con lo que parecía verdadero amor, pero
después se vio que no lo era, sustituyó a esa criatura tan encantadora por
Leticia, que era un capítulo aparte. Porque Leticia empezó acostándose con el
primer novio que tuvo y, como todos los vicios, acostarse produce costumbre;
ella se acostumbró con otros, y suma y sigue, suma y sigue, suma y sigue.
Y ahora ellos dos se iban a besar debajo del puente por donde pasa el tren, que
es un lugar donde hay caca de perro, donde los crotos que acampan dejan latas
de sardina tiradas y la pared del puente toda ahumada.
Su prima hacía reflexiones sobre los peligros de las tentaciones, pero Luisa no
pensaba en eso. Cuando pasó por una verja de madreselvas, la miró bien;
parecía llena de presagios, de perfume. Dentro del terreno se movían sombras
oscuras. Su prima seguía pensando que ya que se habían echado a perder, que
se juntaran, por ejemplo, un réprobo con una réproba y allá ellos, y no un
réprobo para hacerle perder el tiempo con una chica amorosa, que le ofrece
amor verdadero. Pero, posiblemente, decía la prima, Dios quiere que se junten
una chica buena y un réprobo, para que ella lo reforme con su buena
influencia.
Hubiera deseado que alguien le explicara qué era eso, pero comprendía que no
podía contárselo a su prima. Ahora ellas estaban hablando de otras parejas;
analizaban en cuáles había verdadero amor y en cuáles no.
En algunas, por un tiempo, parecía que había verdadero amor pero era
aparente; algunos casos eran dudosos; entonces su prima y la amiga los ponían
en remojo, digamos, para que al tiempo cantara la verdad.
–En apariencia es difícil. Pero alguien que ahonda un poco percibe lo que
tiene bases verdaderamente sólidas.
Su prima veía las cosas claras, porque no era ninguna embrollona. Pero ahora,
Luisa, además de embrollona como siempre había sido, según pensaba ella, se
sentía embrollada y confusa. Hasta hacía poco tiempo, cuando era
simplemente una embrollona, iba y venía, entraba y salía de las casas, de las
conversaciones, de los juegos; ahora las cosas que pasaban la embrollaban.
Por ejemplo, en la iglesia o mientras caminaba, se le hacía presente el Espíritu
Santo; él la hacía pensar sobre Dios, Cristo y lo que decían los evangelios.
Pero a veces, al atardecer, o en la siesta del verano, se le aparecía la figura del
réprobo, muy presente. No le decía que la quería ni le prometía amor
verdadero ni nada; la invitaba a ir con él. Entonces Luisa caminaba y
caminaba porque se sentía inquieta, sólo se calmaba si llovía fuerte; se mojaba
toda, los pies, la cabeza, y al secarse ella misma sentía consuelo y frescura.