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A dos meses de su aparición, el coronavirus (COVID-19) se ha convertido en una de las principales

preocupaciones de varios países y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que advirtió que
el mundo “no está preparado” para enfrentar esta epidemia que ya está en riesgo de propagación
“muy alto”.

China es el principal proveedor de mercancías en la mayoría de los países de Suramérica y un


mercado de ventas esencial para casi todos los países de la región. Solo mirar las economías de
América, México su comercio está en un 80% orientado hacia EE.UU., mientras que Chile canaliza
un 33% de sus exportaciones a China y solamente un 20% a la Unión Europea y Estados Unidos,
Brasil y Perú envían más del 25% sus exportaciones a China. Las exportaciones de Colombia a
China representaron en el 2019 el 11% de las ventas al exterior, con un total de 4.344 millones de
dólares.

La presencia del virus hizo que China frenara las compras de petróleo a Colombia, principal
producto de exportación del país y el que más aporta al fisco nacional. Colombia se ha visto
beneficiada por la caída de los precios del petróleo y subida del dólar por el efecto dominó en la
exportaciones e importaciones con un dólar por encima de los 3.500 pesos, este impacto es
coyuntural, es decir, hay relación directa entre China, el petróleo y nuestro peso.

La economía colombiana en estos momentos coyunturales no depende tanto del petróleo sino del
consumo interno, de la inversión de las empresas y no tanto de las exportaciones, un aumento en
la tasa de cambio puede terminar aumentando la inflación, mientras el sistema financiero sea más
desarrollado, no es utópico afirmar que se vislumbra un mercado financiero afectado por la
incertidumbre de los inversionistas.

El día en que Latinoamérica no sea sólo un proveedor de materias primas, sino que pueda hablarle
a China como socio y no como fuente de recursos naturales, ese día se estará consolidando una
verdadera alianza que cambie los polos de desarrollo Norte-Norte y se transfiera realmente hacia
el sur

opino que lo que está pasando es controlable pero lo malo es el individualismo y el miedo que
vemos en las personas desinformadas, además de las múltiples noticias falsas que hay en las redes
sociales y los medios de comunicación con mensajes alterantes que solo provocan más crisis.

Para las personas que son de clase “acomodadas” pues no hay una dificultad en ir al
supermercado y comprar más de lo necesario para este periodo de prevención sin pensar en como
afectará eso al resto de la población. En mi caso, yo vivo sola con mi mamá, y tenemos insumos
para 2 días extras máximo. En estos días tuvo que salir para reabastecer nuestros recursos, al
llegar al supermercado notó que la demanda de algunos productos ha elevado el costo y eso nos
está afectando a todos.

Es preocupante y es triste ver como los medios de comunicación y otras personas que no están
bien informadas están creando pánico en la población. La gente está invitando a todos a comprar
de forma desmedida, pero ¿Qué pasa con las demás personas que apenas están juntando dinero
para comprar algunas cosas? Los que no pueden salir a trabajar y no cuentan con los recursos
están más perjudicados.

Hay tantos “posibles casos” que la municipalidad y el gobierno han detectado y no comparten esos
datos con la población en general, eso me da miedo. En un momento que debería ser solidario y
honesto vemos acciones que nos están deshumanizando, no se en que va a parar nuestro país y
eso es lo que más me asusta.

Esta crisis viral que se está padeciendo a nivel mundial es por la desatención higiénica que se tuvo
en su momento en el lugar de origen, Wuhan China, afectando a miles de personas por su
propagación, y en este momento el impacto ya llego hasta Guatemala. Obligando al gobierno a
adoptar medidas drásticas (como lo es un estado de calamidad) para poder resguardar la vida y
salud de la población. A mi parecer, esto tiene un trasfondo más allá, la propagación de este virus
fue más para causar efectos económicos negativos en los países de primer mundo y como daño
colateral nuestro país también está siendo afectado.

Esta crisis no es solo sanitaria, es social y económica. Una crisis que variará dependiendo de cómo
el virus impacte en la economía de cada país y cómo la afecte a futuro. Si no hay una economía
participativa y estable, menos serán las posibilidades para un país de combatir una pandemia que
demanda, como mínimo, servicios básicos. Italia, por ejemplo, hace parte del grupo G-7, que son
países con alto peso e influencia política y económica en el mundo, sin embargo, hoy tiene más de
162.488 contagiados y 21.067 muertos por la COVID-19 (14 de abril) y un sistema de salud
colapsado junto con una una economía estancada.

Colombia, con todas sus desventajas está arrojando una luz despiadada sobre las fallas del
sistema. El país viene, desde décadas, violando lo que en su Constitución proclama como un
Estado social de Derecho. Este caos mundial pudo tener menores consecuencias y no tornarse en
una pandemia complementada por una crisis económica si no existieran unas fallas estructurales y
los gobiernos no primaran el capital sobre la salud de las personas. Las grandes potencias
económicas han demostrado que ser grandes imperios capitalistas no es suficiente para enfrentar
una crisis sanitaria como en la que estamos.
Estados Unidos, por ejemplo, tan solo cuenta con alrededor de 45,000 camas de cuidados
intensivos para 2.9 millones de estadounidenses que podrían necesitar atención en UCI. Por el
contrario, según La Asociación Colombiana de Sociedades Científicas (ACSC) en Colombia, de las
5.300 camas de UCI que hay, solo 750 camas sirven para manejar pacientes con Covid-19 aislados
como corresponde en los hospitales. Además, en EE.UU, así como en Colombia, la crisis impactará
de manera particular en zonas rurales, municipios o pueblos, donde la asistencia sanitaria es
escasa y precaria.

sin embargo, evidenciar cómo el sistema de salud en Colombia puede ser insuficiente frente a la
crisis no es una posibilidad, es una realidad que ha padecido el país desde hace décadas, por no
decir desde siempre. La más reciente reforma a la salud, la ley 100, fue la apertura a la
mercantilización de la salud. No hay que citar cifras sino remitirnos a la cotidianidad donde vemos
como rutina nacional a personas muriendo por la negligencias burocráticas de las EPS. Es así como
la gente muere en los pasillos de los hospitales esperando ser tratados o peor aún, el traslado que
les permita el acceso al derecho a la salud consagrado en la Constitución como fundamental.

La crisis en la salud resulta entonces no ser un tema novedoso para el promedio de la población,
con excepción por supuesto, lo será, para quienes poseen ingresos superiores a un salario mínimo
-es decir para el 15% de la población que gana más de dos salarios mínimos, según el Dane- y que
tendrían la capacidad de acceder a una salud privilegiada: la prepagada. Ningún virus distingue
entre estratos sociales, raza o religión y en un futuro cercano no importará si es salud subsidiada o
prepagada cuando escaseen las camas, los ventiladores y el personal médico, ahí nos daremos
cuenta del déficit en salud que tiene Colombia y la importancia de la protesta social como el gran
Paro Nacional de noviembre, donde una de sus exigencias era un sistema de salud gratuito y de
calidad.

Moraleja: Las protestas sociales no son para exigirle al Gobierno carros, joyas o todo regalado
como muchos manifiestan, ¡NO!, son mecanismos para exigir garantías en los derechos básicos,
como una salud o educación de calidad.

miramos entonces que la cuarentena además de ser una medida extrema para evitar la
propagación del virus por supuesto, lo es, para salvar la economía. Pero, cómo le decimos a la
mayoría de la población en Colombia que no salgan y twiteen #YoMeQuedoenCasa desde las
comodidades de su hogar cuando estamos en una sociedad que tiene el 63% de informalidad de la
población económicamente activa, según investigación de el Observatorio Laboral de la
Universidad del Rosario y la Universidad EAI de Medellín.

Colombia es un país con altos índices de pobreza, desigualdad social y económica y, el sistema en
sí, no posee políticas públicas claras y eficientes que ayuden a mitigar la pobreza e informalidad
laboral. En parte, porque la tasa de desempleo vienen en aumento. No más para el mes de enero
de este año, la cifra ya estaba en 13,0%, según el Dane. Conflictivo entonces, presidente Duque,
pensarse en medidas preventivas aisladas como la cuarentena que son racionales para combatir el
virus, pero irracionales para el contexto colombiano.

Moraleja: El individualismo nos tenía sesgados; para unos, vivimos en un país perfecto, para otros,
cada día es una lucha constante. Debemos entender las problemáticas no desde el individuo sino
desde el sistema en sí, es decir desde las instituciones, desde el Estado: una persona pobre, no lo
es si no existe unas lógicas externas que lo limitan y agravan.

En este punto, la corrupción cobra vida, mucha. Cuando hablamos de estas deficiencias
estructurales es porque esta es una de las causas del deterioro de los sistemas. Por ello, hoy más
que nunca, este gran leviatan saldrá directo y sin piedad a decirnos que Colombia no tiene el
músculo fiscal suficiente para poder proteger económicamente a toda una sociedad. No seremos
una Italia en esta crisis, donde congelen los pagos de hipotecas hasta 18 meses o como Estados
Unidos, que ha destinado otros 300.000 millones de dólares para asistir el flujo de crédito a
empleadores, consumidores y empresas. Recordemos, la economía colombiana depende de todo
el mundo menos de la interna. Somos dependientes del petróleo y lo poco que hay o se invierte en
la prioridad número uno del Gobierno: en el conflicto armado o, termina en bolsillos
inescrupulosos.
Un sistema educativo fallido, que no contempla niveles de desigualdad económica y social
engendradas en su mayoría desde la familia, está evidenciando en medio de la crisis, lo que se
traduce en fallas estructurales más denigrantes y profundas traducidas en un sistema desigual y
obsoleto. Se estima que al menos siete millones de hogares y 15 millones de colombianos no
tienen aún acceso a redes de internet lo cual revela que para esta población el teletrabajo o una
educación virtual son opciones ajenas a sus condiciones. Es decir, en el país los derechos
fundamentales, como la educación, no solo son privilegios reflejados en el acceso a una entidad
educativa sino que una vez allí, las desigualdades que fueron suplidas fantasiosamente para
ingresar se profundizan en el desarrollo cuando los y las estudiantes, en medio de esta crisis, no
poseen los medios de producción necesarios para poder seguir recibiendo su derecho a la
educación. Y entonces, vemos una brecha estudiantil: con un sector con la facilidad y comodidad
de estudiar desde sus casas y otros, sin la capacidad para continuar sus estudios en óptimas
condiciones.

Además, la falta de voluntad política por fortalecer la educación (incluido el estímulo a la ciencia y
la tecnología) en Colombia, que viene de una deuda histórica de desfinanciamiento e indiferencia,
hace que hoy no sea posible ser un país que desarrolle modelos médicos como respiradores que
hoy tienen al mundo solicitando como prioridad estos artefactos para asistir al virus y a Colombia,
particularmente dependiente de las importaciones.

El virus poco a poco nos irá mostrando cuán mal estamos en el país. Los discursos por fin tendrán
en la praxis sustentación. Toda la sociedad se verá amenazada no solo por el virus sino también
por la dependencia en la garantía de sus derechos y a su vida misma a un Estado que mostró que
lo más importante para la gente era la tal llamada seguridad democrática y que no solo sufrimos a
causa de la guerra surgida en la Colombia rural sino por un sistema fallido que, así como en su
momento generó un conflicto armado, genera muertes estructurales: indiscriminada y perfecta.
Lograr satisfacer las necesidades básicas de la sociedad debe ser una prioridad de este Gobierno,
no solo para una mejora de la calidad de vida sino para aplanar, en este caso, las lineas de
violencia.

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