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El aprendiz de historiador y el maestro-brujo Pore eet eco M ees EG entice ke Ul air WA Eells Amorrortu editores De Piera Aulagnier en esta biblioteca La violencia de Ja interpretacién El aprendiz de historiador y el maestro-brujo Del discurso identificante § aldiscurso delirante ~ Piera Aulagnier ¢ Amorrortu editores $} Buenos Aires - Madrid © Biblioteca de psicologia y psicoandlisis i weg, ae Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky A todos los que me han demandadbo y permitido oir Lapprenti-historien et le mattre-sorcier, Du diacours identifiant au discours su historia. délirant, Piera Aulagnier © Presses Universitaires de France, 1984 - Primera edicién en castellano, 1986; primera reimpresién, 1992; segunda % reimpresién, 1997; tercera reimpresién, 2003 j ‘Traduccién, José Luis Etcheverry La reproduccién total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecénico, electrénico o informatico, incluyendo foto- & copia, grabacién, digitalizacién o cualquier sistema de almacenamiento y re- euperacién de informacién, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. : © Todos los derechos de la edicién en castellano reservados por Amorrortu editores S. A., Paraguay 1225, Prise (1057) Buenos Aires www.amorrortueditores.com : Amorrortu editores Espafia SL CVelazquez, 117 - 6° izqda, - 28006 Madrid - Espafia Queda hecho el depésito que previene Ja ley n° 11.723 Industria argentina. Made in Argentina ISBN 950-518-481-6 . . ISBN 2-13-038600-8, Paris, edicién original ~ 150.195 —Aulagnier, Piera AUL El aprendiz de historiador y el maestro-brojo.- 1" ed. 3* reimp. ~ Buenos Aires ; Amorrortu, 2003. 272 p, ; 23x14 cm.~ (Biblioteca de psicologia y psicoandlisis) Traduccién de: José Luis Etcheverry ISBN 950-518-481-6 I. Titulo, - 1, Psicoandlisis Impreso en los Talleres Graficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en octubre de 2003, ‘Tirada de esta edici6n: 1.500 ejemplares, Indice general 1 1B 51 bl 56 95 107 186 149 149 67 168 168 178 187 189 194 196 205 Agradecimientos Introduccion Primera parte. Historias llenas de silencio y de furor 1. Philippe o una infancia sin historia A. El marco de los primeros encuentros B. Las cuatro versiones de la historia de Philippe C. A la escucha de Philippe D. Hacia una nueva version E. Una respuesta provisional 2. Odette y su memoria A. La demanda de Odette ' B. La historia de la infancia 3. Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura A. Las entrevistas preliminares B. La apertura de ta partida en la psicosis Segunda parte. Una historia llena de interrogantes 1. Historiadores en busca de pruebas Dos notas de pie de pagina 2. Un discurso en el lugar del «infans» (Ty) — T;) 8. El concepto de potencialidad y el efecto de encuentro 225 227 244 Conclusion. Cuando la fiecién anticipa a. la. teoria 1. Un precursor del double-bind: Orwell y el mecanismo del pensamiento doble 2. El peor de los mundos Agradecimientos } En el curso de los meses que dediqué a escribir este libro, tuve muy presentes algunas lecturas, recientes y no tanto. Sobre todo, el ultimo libro de Joyce McDougall, Théatres du Je (Gallimard, 1982), y los cambios de ideas tan amistosos que hemos tenido; el libro de Eugéne Enriquez, De la horde a [Etat (Gallimard, 1983), y su andlisis del espacio social; los tra- bajos de Maurice Dayan, que aleanzaron expresién en su tesis de doctorado Inconscient et réalité (de préxima publicacién); la obra de Serge Viderman, confirmacién anticipada del andlisis como construccion de una historia nueva (La construction de Pespace analytique, Denoél, 1970; Le céleste et le sublunaire, PUF, 1977). : Quiero agregar por ultimo, para los participantes del grupo de investigacion de los lunes por la noche, cuan vivificantes me resultan sus aportes, y ello desde hace ya muchos afios. Desde luego que la lista es incompleta, pero es lo propio de toda enumeracion de este tipo. 11 3. Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura A. Las entrevistas preliminares Antes de cerrar estas historias llenas de silencio y de furoi para abordar algunos p4rrafos de una historia lena de interro: gantes, propondré estas consideraciones generales y, por est mismo, parciales sobre los movimientos dé apertura mas ade= euados para que podamos oir las primeras y utilizar con discer=: nimiento la segunda. En mi lectura de las sesiones de Philippe he insistido en |. necesidad de preservar una relacién de intereambio. Comi creo haberlo mostrado con mi «exposiciéns, es imposible en el: curso de las reuniones separar los efectos de sentido de su car: ga afectiva, que decide tanto sobre su formulacién como sobrd. la suerte que les reservar su destinatario. Querer jerarquizat’s su influjo respectivo seria un error; en nuestra practica, senti! do y afecto, o sentido y fuerza, para retomar una expresién dé ‘Viderman, son con igual fundamento responsables de la orga: nizacién del espaciotiempo que encuadra‘ nuestros encuentro Intercambio de conocimientos, intercambio de afectos: a este doble movimiento el que esta en la base y es el soporte di Ja relacién analitica porque esta en la base y es el soporte de Ii; relacién trasferencial. Pero ,qué decir acerca de esos encuen: tros que preceden al surgimiento de la. trasferencia, aun sf; unos signos precursores muestran que ya esta en gestacién?: Uno de los constrefimientos del andlisis es el tiempo qué’ exige. Por eso se ha podido decir que no es una terapéutica la urgencia, aunque la urgencia ocupa su sitio én el registro: -psiquico lo mismo que en el registro somatico. Saber si en ‘est cuestién que no he de considerar, salvo para recordar que eri todo andlisis se pueden presentar situaciones a las que ten: mos que responder con urgencia, y es falso creer que se trai de un problema que uno podria silenciar o resolver por medit del silencio. Si en nuestra practica no ignoramos los constreiiisi 168 mientos temporales —esperamos al menos que asi sea—, tene- mos la obligacion de reservar una libertad muy grande al tiem- po de la interpretacién. No podemos prever cuando esta se ‘hard posible, ni qué trabajo de preparacién, de elaboracién .. haré falta para que el sujeto pueda apropiarse de ella y w il zarla en provecho de su organizacion psfquica, A la inversa, el tiempo de que disponemos para hacer una indicacién de andlisis, para decidir (no es lo mismo) si acepta- mos ocupar el puesto de analista con este sujeto y, por fin, para elegir nuestros movimientos de apertura; a este tiempo, digo, lo tenemos contado. No podemos acrecentar demasiado Ja caritidad de las entrevistas preliminares sin correr el riesgo de que nuestra negativa se produzca demasiado tarde, con menoscabo de la economia psiquica del sujeto. Si la posibilidad de establecer una relacién trasferencial es una condicién ne- cesaria para el desenvolvimiento de una experiencia analiti- ca, lo inverso no es cierto, La problematica psiquica de un su- jeto puede escapar de.nuestro método, y aun puede este estar contraindicado, cuando sin embargo ese mismo sujeto esta dis- puesto a hacer muy rapido, demasiado rdpido, de nuestra per- sona el soporte de sus proyecciones con mayor carga afectiva. Una vez instalado ese mecanismo proyectivo, Ja ruptura —por nosotros decidida— de la relacién se vivird, con toda probabilidad, como la repeticién de un rechazo, la confirmacién . de Ja existencia de un perseguidor, la reapertura de una heri- da... reaeciones que pueden tener un efecto desestructuran- te, provocar la descompensacién de un fragil equilibrio. Cuando se consigue discutir con libertad y seriamente, entre colegas que sin embargo comparten en lo. esencial una misma concepcién teérica, los criterios en que cada uno se basa para coricluir esas entrevistas, se comprueba cuan dificil es explicar claramente la singularidad de las opciones de cada quien. En- tre nuestros indicadores teérico-clinicos, esos criterios han experimentado muchas modificaciones de Freud a nuestros dias: expliean y justifican esas modificaciones ciertos adelantos teéricos que debemos a los sucesores de Freud, el lugar que se ha asignado ala psicosis en la practica analftica, la prosecucién de experiencias clinicas que han mostrado que un juicio de «analizabilidad» no coincide con una etiqueta nosografica, aun aplicada con buen discernimiento, y también la frecuencia de problematicas que no entraban en los cuadros clinicos con‘ que hasta ese momento est4bamos familiarizados. Esta situacién ha movido a muchos analistas a privilegiar otros criterios para 169 diferenciar lo analizable y lo no analizable, si se quiere aleanzar una clasificacién generalizable de las problematicas a que se. aplican esos términos. La psicosis nos proporciona un notable testimonio de esto que venimos diciendo: la negativa o la reti- cencia a darle derecho de ciudadania en nuestra practica cedie- ron la plaza a una apertura y, a veces, a un entusiasmo que. tampoco deja de plantear interrogantes. - No obstante esos cambios en la eleccién de nuestros indica- dores, cuando se trata de pronunciarse sobre la analizabilidad o la no analizabilidad de un sujeto «abstracto», quiero decir cuando sélo se toma.en cuenta su pertenencia a tal o cual con- Z junto de nuestra psicopatologia —neurosis, psicosis, perver-. sidn, caso fronterizo—, es posible recurrir a conceptos tedricos ; y generales sobre los que se puede llegar a un acuerdo. Pero 4: cuando dejamos al sujeto abstracto para encontrarnos con un’ * sujeto viviente, las cosas se complican: la experiencia analitica, = mucho mas que la experiencia psiquidtrica, ensefa por si mis- | ma cuan dificil es formarse una idea sobre lo que-puede escon- der el cuadro sintomatico ‘que ocupa el primer plano, y los ries- = gos que eso no visto y eso no oido pueden traer para el sujeto que se empefia en un itinerario analitico, y ello tanto mas cuan- to que es siempre dificil y aun peligroso en nuestra clinica «cambiar de tratamiento» (ya se trate de interrumpir el andli- i sis o de modificar su setting). 3 De ahi la importancia que la mayoria de los analistas conce- # den, con razén, a esas entrevistas preliminares en las que es- peran encontrar los elementos que les permitan establecer un 4 «diagnéstico»; término que cobra, en este caso, una significa- cion muy particular: jse debe o no se debe proponer al sujeto iniciar una relacién analitica? Los heehos prueban que, por mas experiencia que tenga- %: mos, siempre nos podemos equivocar, pero seria una falta mu- cho mas grave despreciar esta pesquisa o negarle importancia, Sin embargo, una vez que el analista se ha dado una respuesta, y si ella es positiva, todavia tendra que decidir si tiene o no 3%" interés en proponer-se a este sujeto como su eventual analista, Esta segunda opci6n es siempre en parte independiente de la etiqueta nosografica, Apelara a lo que el analista, y sélo él, 3 conoce sobre su problematica psiquiea, sobre su posibilidad de 4 transigir con la de su compaiiero, sobre sus propios puntos de 3 resistencia o de alergia, sobre lo que puede prever de sus pro- . pias resistencias en respuesta a las que encontraré en el des- % arrollo de la partida. Aqui el anSlista debera hacer un «auto- #: 170 diagnéstico» sobre su capacidad de investir y de preservar una relacién trasferencial no con um neurético, wn psicdtico, un fronterizo, sino con lo que llegado el caso entrevea, mds alld del sintoma, acerca de la singularidad del sujeto a quien be enfrenta. Las entrevistas preliminares deberan entonces proporcio- narle los elementos y el tiempo necesarios para llevar a buen puerto ese trabajo de autointerrogacién, para lo cual es preciso que extraiga de ellas unas conclusiones que nadie mas ni texto alguno le procurarian. Entre aquellos criterios primeros, deducidos en lo esencial de Ja teoria, y estos segundos deducidos del trabajo dé autoin- terrogacién o de autoandlisis, un tercero, que participa de am- bos registros, esta destinado a desempenar un importante papel en la respuesta del analista: es el corolario de su concep- eidn del objetivo que asigna a la experiencia analitica. Las di- ferentes concepciones que uno privilegia dependen de factores ‘tan diversos como complejos: influyen en esto opciones tedri- cas, posiciones ideolégicas, la problematica inconciente del propio analista, su economia narcisista... Su analisis no cabe en estas paginas. Me limitaré a proponer mi definicién del calificativo «analizable». Contrariamente a lo que un profano pudiera creer, la significacién que se atribuye a este calificativo deja de ser univoca tan pronto se abandona el ‘campo de la teoria pura para abordar el de Ia clinica. El califieativo de analizable Una primera definicién sera aceptada por todo analista: juz- gar a un sujeto analizable es creer o esperar que la experiencia analitica ha de permitir traer a la luz el conflicto inconciente que esta en la fuente del sufrimiento psiquico y de los sintomas que sefialan el fracaso de las soluciones que él habia elegido y creido eficaces. Condicién necesaria para que propongamos a un sujeto comprometerse en una relacién analitica, pero, por lo - que a mi toca, no me parece suficiente sin la presencia de una segunda: es preciso que las deducciones que se puedan extraer de las entrevistas preliminares hagan esperar que el sujeto sea capaz de poner aquella iluminacién al servicio de modificacio- nes orientadas de su funcionamiento psiquico. «Orientadas» es-un califieativo del que ya me he valido en : 171 otros textos y que he defendido con las razones que ahora re: produzco: si de mi posicién de analista procuro, por la expe- riencia que comparto con mi partenaire, una modificacién de su funcionamiento psiquico, empero no busco una modificacién. . en si o una modificacién por la modificacién; y una vez que estoy en el ejercicio de mi funcién, exactamente lo mismo he de sostener en lo que ataiie al conocimiento. Mi propésito o mi esperanza son que el sujeto, terminado su itinerario analitico, pueda poner lo que adquirié en la experiencia vivida, al servi- cio de objetivos elegidos siempre en funcién de la singularidad 3 de su problematica, de su alquimia psiquica, de su historia, desde luego, pero de objetivos que, por diferentes que sean de Jos mios, respondan a la misma finalidad: reforzar la accién de Eros a expensas de Tanatos, hacer mas facil el acceso al dere- cho y al placer de pensar, de disfrutar, de existir, en caso ne- cesario habilitar a la psique para que movilice ciertos mecanis- mos de elucidacién, de puesta a distancia, de interpretacién, frente a las pruebas que puedan sobrevenir en Ja posterioridad del andlisis, facilitar un trabajo de sublimacién que permita al ” sujeto renunciar, sin pagarlo demasiado caro, a ciertas satis- facciones pulsionales, Si creo en el poder de modificacién de todo conocimiento que llegue a revelar algo de la verdad; si entiendo la interpretacién como un acto, formula que por lo demas retomo de Lacan; si sigo confiando en el poder de invencién que todo ‘descubrimien- to fundamental vehiculiza, también he dado en pensar que una verdad aceptada, y sin que para. ello tenga que ser falsificada ni olvidada, puede servir por igual a finalidades antinémicas. Verdad y conocimiento se pueden poner bajo el estandarte de Eros o de Tanatos, del placer o del sufrimiento, pueden liberar a ciertos deseos -hasta entonces amordazados o reforzar a ese deseo de no deseo que desemboca en el desinvestimiento de toda busca. De ahi Ja importancia que en el curso de las entrevistas pre- liminares tiendo a dar'a todo elemento que parezea idéneo para permitirme responder a esta pregunta, por mas que la expe- riencia me ha ensefiado cuan dificil es anticiparla: ume puedo formar una idea del destino que este sujeto reservara, en el eurso de la experiencia y posteriormente, a los descubrimien- tos, develamientos, construcciones que ha de aportarle el and- lisis? Se podria replicar que el sujeto tiene total libertad para uti- lizar como mejor le parezca Jos resultados de esta experiencia. 172 Y es evidente que una vez iniciada ella, no puedo hacer-otra cosa que respetar esa libertad; por otra parte, no advierto como me podria oponer. Pero me considero duefia de igual li- bertad para no aceptar comprometerlo en ella, y comprome- ‘terme yo, si tengo la sensacién de que los resultados pueden contrariar lo que él y yo esperamos. Toda demanda de anilisis, salvo error de destinatario, res- ponde a una motivacién al servicio de un deseo de vida, o de un deseo de deseo: ella es la que ileva al sujeto ante el analista. Las més de las veces seria mejor hablar de una motivacién al servicio de lo que el sujeto pudo preservar de ese deseo, por fragil y conflictual que sea. En ninguna experiencia analitica se podra evitar que el trabajo de desinvestimiento propio de la pulsién de muerte.se ejerza por momentos contra lo que se ela- bora y se construye dentro del espacio analitico. No sélo no se Jo podra evitar: hace falta que Tanatos encuentre en el seno de la experiencia algunos blancos que lo obliguen a desenmasca- rarse para que el andlisis de sus movimientos pulsionales haga posible un trabajo de reintrincacién. Pero de igual modo puede suceder que la fuerza de Ja pulsién de muerte sea tanta que consiga. utilizar todo movimiento de desinvestimiento, produ- cido en la intencién de un cambio de objeto al servicio.de Eros, para reforzar su propio imperio, para realizar de manera mas acabada sus propésitos. Si esta hipétesis’ se impone a mi es- piritu, no puedo menos que rehusar una alianza con un yo a quién, aunque involuntariamente, por fuerza traicionaria. Nadie puede certificar que el anélisis ha de resguardar al suje- to de una descompensacién psicética o de un suicidio; sin em- bargo, si tenemos derecho a seguir defendiendo nuestro méto- do es porque esos accidentes, como consecuencias directas de la experiencia analitica, son por fortuna relativamente raros. Raros, pero no inexistentes: Ja presencia de esos riesgos cobra para mi las mas de las veces el valor de una contraindicacién, salvo si tengo la impresién de que el sujeto los correra de todos modos y que el andlisis le puede permitir organizar una defen- sa antes que sea demasiado tarde. Llego entonces al tercer y ultimo aporte esperado de las en- trevistas, que a veces es el de decodificacién mas dificil: ayudar al analista a elegir, con buen discernimiento, esos movimientos de apertura de los que nunca se dira bastante, que tienen so- - bre el desarrollo de'la partida una accién mucho mas determi- nante que lo que se suele creer. Si nadie, y desde luego que no- el analista, esta libre de error, no es verdad que todo error se 173 podria reparar merced a Ja duracién que es propia del trayecto analitico. De igual modo, no se puede extrapolar al anilisis | ~ que se suele decir de ciertas prescripciones médicas: «Si in hacen bien, tampoco son nocivas». Antes he mencionado el riesgo que la prolongacién de las reuniones trae consigo: permitir que el sujeto haga en dema- sia, prematuramente, de nuestra persona el soporte de algu- nos de sus investimientos y de sus proyecciones, que empiec: ya a hacer un papel en un drama en que seriamos sus coacto. res, cuando por nuestra parte de buena fe habiamos crefdo que sabia y aceptaba que nos reduciamos al papel de espectador - atento. Reconocer ese riesgo e insistir en la importancia que en ciertos casos tiene la prolongacién de las entrevistas preli. minares no son posiciones antinémicas. Es que puede llegar a 2% ser todavia mas grande el peligro de la apresurada decisién de : iniciar una relacion analitica, de fijar la freeuencia de las sesio- nes, de proponer al sujeto que se tienda en el divan, de deman- darle ser el cofirmante de un contrato cuyas cléusulas; segin descubrird después, no puede respetar. Peligro tanto para el analista como para el analizado, porque los dos por igual que- dan prisioneros de una relacién trasferencial que hace que el primero se hunda en la repeticién sin salida de algo ya vivido * (vivencia de pasién, de odio, de rabia, de afliccién) y que pone ° al segundo (el analista) frente a unas reacciones trasferenciales y contratrasferenciales sobre las cuales la interpretacién care- ce de poder: en buen mimero de casos la consecuencia sera la instalacién de un vivenciar persecutorio 0 depresivo comparti- do por ambos, y para ambos inanalizable. Estas consideraciones sobre la importancia de las entrevis- tas preliminares valen para la totalidad de nuestros encuen- tros, cualquiera que sea la problematica del sujeto. Cuando el final de las entrevistas desemboca en la propuesta de una con- . tinuacién, también es lo que uno ha podido o crefdo ofr en ellas lo que nos ayuda a elegir nuestros movimientos de apertura. Los movimientos de apertura Para reflexionar sobre el abanico de opciones posibles, es preciso que primero distingamos los movimientos que nos pa- rezcan mas fundados, que en ocasiones gon los tinicos de que en efecto disponemos, segtin estemos frente a manifestaciones - psieéticas o tratemos una problemdtica que ha podido evitarlas. 174 Empezaré por considerar nuestros movimientos de inicia- cion de partida fuera del registro de la psicosis. Si el puesto que se ofrece al sujeto —cara a cara o en divan—, la frecuencia de las sesiones y la fijacién de los honorarios for- man parte de la apertura, también tenemos que incluir en ella la manera en que el analista entablara el didlogo. Si no esta en su poder decidir el momento de la interpretacién, en cambio puede elegir una actitud mas o-menos silenciosa, més o menos alentadora, favorecer la palabra o, por el contrario, soportar el - silencio, dar signos de su interés o mantenerse muy vigilante hacia cualquier manifestacién que pudiera ser acogida e inter- . pretada por el sujeto como un movimiento positivo, una manio- bra de seduccién, una invitacién a acelerar su movimiento de investimiento hacia nosotros... Cuando asf obra, el analista persigue un objetivo bien preci- so: elegir la apertura mds idénea para reducir, en la trasferen- cia que se habra de establecer, los efectos de los movimientos de resistencia, de huida, de precipitacién en una relacién pa- sional que aquella siempre tiene la posibilidad de provocar, Freud decia que los movimientos de apertura, como los de final de partida, son los tmicos codificables. Personalmente, agregaria: «a condicién de saber que la eodificacién debe tomar en cuenta caracteres que especifiquen la problematica de los sujetos con los que uno juega, asi como sus consecuencias so- bre la forma que habra de cobrar su trasferencia». Los movi- mientos de apertura son funcién de lo que el analista prevé y anticipa sobre la relacién trasferencial futura. Dentro de lo que oimos y percibimos en el curso de esas entrevistas, {qué elementos son susceptibles, para el caso, de sugerirnos esta previsién anticipada de la trasferencia? Todo analista convendra en que tiene que privilegiar lo que " ha podido aprehender de la intensidad y la cualidad de los afec- tos movilizados en los dos partenaires en el curso de esos en- euentros, y lo que de ahi él deduce acerca de la relacién del sujeto con esta demanda (de anilisis) que cristaliza su relacién con Ja demanda: Ja desafeccién de que hacen gala ciertos dis- cursos es en no menor grado informativa. Esta captacién acer- ca del afecto es el primer signo que «pre-anuncia» las manifes- taciones trasferenciales que ocuparan el primer plano de la escena en el curso de la experiencia. De igual modo, el viven- ciar afectivo del propiv analista en el curso del encuentro le proporcionara una primera indicacién sobre sus reacciones fu- turas a esa trasferencia. ,Hay que conformarse con esto, 0 175 dentro del contenido del diseurso es posible aislar informacio- nes que pudieran ayudarnos, en mayor medida que otras, a elegir nuestros movimientos de apertura, y por lo tanto a ele- gir el cuadro mas apto para el desarrollo de la partida? Cuadro elegido con la esperanza de no trabar la movilidad de la rela~” cién trasferencial, de favorecer la movilizacién y la reactivacién de la forma infantil del conflicto psiquico que desgarra a este. sujeto que ya no es un nifio. Pero, antes de responder a esta’ cuestién yo quisiera recordar que la presencia y el respeto del cuadro tienen también otra funcion::ser garantes de la distan- cia, que separa a realidad psiquica y realidad, imponer a los comportamientos de los dos jugadores los limites necesarios para que la realidad psiquica no sea obligada a un silencio que pudiera forzar al sujeto a actuar en la realidad exterior 0 den- tro de su realidad corporal las tensiones resultantes. Limites indispensables, igualmente, para que la realidad no llegue a imponer al sujeto exigencias inaceptables y que llegado el caso lo obligaran a recurrir, para re-investirla, a la causalidad deli- rante. Silo propio del cuadro es construir y delimitar un espa- cio relacional que. permita poner al servicio del proyecto anali- tico la relacién trasferencial, también le compete dar testimo- nio de la presencia de una realidad que quiere ser y se muestra _ independiente de los movimientos trasferenciales que acompa- fian a la experiencia analitica, Esta funcién del cuadro tiene su aliado en la duplicacién del personaje del analista, siempre ase- quible al neurotico salvo particulares momentos de su trayec-. to: duplicacién que le permite encontrar en nuestra persona el soporte de las proyecciones trasferenciales y el agente de una funci6n al servicio de un objetivo compartido por ambos-parti- cipantes. Es también la presencia y el respeto de este cuadro lo que garantiza la distancia entre la causalidad de deseo, se- gin funciona en el andlisis y segim funciona en Ja actividad delirante. Por eso quiero enunciar que la relacién del sujeto con el cuadro es el calco de la forma que cobra dentro del espa- cio analitico su relacién con la realidad.) 1 Acerca de la relacién trasferencial, yo habia sefialado los riesgos que el analista puede hacer correr al sujeto induciendo por su comportamiento mani- fiesto una fantasmatizacién forzada. Esta induccién siempre corre pareja con una manipulacién del cuadro, un olvido de las condiciones minimas a respetar, "que dan testimonio de una relacién del analista con wna realidad y con una ley * que parece existir adlo para ser trasgredida: término mas elegante que «bur- lada», al que'equivocadamente remplaza, (Cf. Piera Aulegnier, Les destins du. plaisir, PUF, 1979.) 176 A esta relacion, desde luego, sdlo la podremos conocer en el curso de la relacién analitica, lo que a menudo sucede mucho después de su comienzo. Retomo mi pregunta: jes posible aislar dentro del discurso del sujeto, durante las entrevistas, elementos que en, maygr medida que otros permitieran entrever el despliegue futuro de la trasferencia? Diré que en ciertos casos obtendremos un fugi- tivo vislumbramiento por el lugar y la importaricia que el suje- to acuerda o no a su historia infantil, por su relacién con ese_ tiempo pasado, por la interpretacién que esponténeamente proporciona sobre sucesos responsables, a juicio de él, de los callejones sin salida L que Jo llevaron ante el analista. Una escu- cha ideal, por eso mismo inexistente, descubriria en las prime- ras entrevistas infor'maciones preciosas acerca de la relacién del sujeto con Ja realidad y, por ese desvio, acerca del nticleo mas duro de resistencias con que corremos el riesgo de trope- zar. Me ha sucedido recuperar, mucho después del comienzo de un anilisis, cieria informacién o deduccién obtenida desde la primera entrevista, y percatarme de que, puesto que la rec- cordaba, por fuerza se debia concluir que habia tomado noticia de ella, pero que me habia apresurado.a olvidarla enseguida. ~ Olvido activo, si asi puedo decir, que me habia permitido no oir -un interrogante que esas entrevistas me habfan planteado, sin duda con el designio de no cuestionarme yo una respuesta posi- tiva ya presente en mi espiritu. - La relacién del sujeto con su historia infantil y, sobre todo, el investimiento o desinvestimiento que sobre ese pasado re- cae son, a mi parecer, las manifestaciones mas de superficie, y hasta mas directamente perceptibles, respecto de otras tres relaciones que sélo un prolongado trabajo analitico permite traer’a la luz: la relacién del yo con sw propio ello, Ja relacién del yo con ese «antes» de él mismo que lo ha precedido, su re- lacién con su tiempo presente y.con los objetos de sus deman- das actuales. Percibir desde el comienzo mismo esas manifestaciones, lo que no siempre es posible, habilitar4 al analista.a sacar el me- jor partido de la cuota de libertad, limitada pero existente, que es compatible con su funcién. Cuota de libertad quel le permite elegir entre diferentes aperturas del didlogo. Nada me parece mas falso que la concepcién que en ocasio- nes se tiene de Jas exigencias que todo analista esta obligado a © respetar en su encuentro con su nuevo partenaire: un compor- tamiento, una presencia que se suponen inmutables, cualquie- . V7 ra que sea el analista, y con quienquiera que se encuentre; el __ analista trasformado en robot, diria con razén Philippe. Sobre esto cabria preguntarse qué dios-teérico.ha decidido i imponer a Jos analistas semejante robotizacién. Sostener, como lo han sugerido algunos, que el ahilisis literalmente desde la primera ° entrevista nos permitiria descubrir ya una muestra de la tota- lidad de los elementos que especifican la problematica de un % sujeto es ir demasiado lejos. Pero creo que ese prélogo, 0 esos ¢ prélogos, nos aportan siempre mas datos, mas informaciones - que los que podemos retener. Es verdad que el entrevera- miento de la informacién, a veces el estilo estenografico, otras “ veces la falsa claridad de ciertas afirmaciones, hacen dificil su - decodificacién. Agregaré que Ja primera entrevista suele cum- plir un papel privilegiado por su caracter espontaneo, sobre el - cual nuestra manera de escuchar, las palabras que pudimos pronunciar, y aun nuestro silencio, no han obrado todavia; y tampoco han movilizado, ni siquiera minimamente, las defen- sas, las maniobras de seduccién, el movimiento de retirada o de huida hacia adelante que provocan mucho antes de lo que creemos. A menos de hacer seguir estas pocas consideraciones generales por las que uno pudiera extraer del andlisis del en- | cuentro con determinado sujeto, no es posible ir mas lejos. © B. La apertura de la partida en la psicosis La historia de la relacién terapéutica con Philippe corrige lo que el término «opcién» pudiera contener de abusivo. No sdlo . el abanico de las aperturas posibles esta limitado por exigen- cias metodolégicas que sélo parcialmente son modificables, si- no que siempre nos veremos precisados a elegir una apertura - compatible con la singularidad del otro jugador, con la particu- Jaridad de sus propios movimientos de apertura. Asi en la neurosis como en la psicosis, desde luego, la «buena apertura» siempre serd la que mas garantias me ofrezca de que el lugar que inicialmente he ocupado no quedara fijado de una. vez para siempre, ni por mis movimientos de apertura ni:por . 3 Jos de mi compafiero. Pero mientras que Ja movilidad trasfe- i rencial, del mismo modo como la movilidad de la demanda, re- “3 ducen en mucho el riesgo de esta «fijacién» en el caso del neu: ; rétieo, el psiedtico, por su parte, mucho antes de encontrarse 178 con nosotros ha dejado de creer que en el juego de su vida pudiera encontrar jugadores diferentes de los ya canocidos. Estan primero los representarites que su propia psique se ha formado de los padres; y después, esos mismos representan- tes, segtn el exterior se los envia en la forma de esas voces, de esas fuerzas, de esos perseguidores que le advierten que la partida esta trampeada-o perdida.de antemano. No‘se puede evitar que el sujeto, en el curso dela partida, nos haga ocupar uno de esos lugares. Uno no puede ni debe oponerse a ese me- canismo proyectivo, pero tenemos que intentar, con variables , perspectivas de éxito, probarle al sujeto que en ciertos mo- mentos, mas o menos fugaces, podemos también estar «en otro lugar». A veces —esto ocurrié con Philippe— desde la primera entrevista la posicién de escuchante que te adjudica el sujeto no coincide con la ocupada por los padres. Pero otras veces esta no coincidencia se tiene que conquistar, sin falta, a brazo partido, tras pactar primero con una proyeccién masiva que aprisiona a los dos sujetos dentro de una relacién que repite la ya vivida por uno de ellos. En estos casos, la partida sera mu- cho mas dificil. Se hace imposible cuando la proyeccién nos asigna el papel exclusivo del perseguidor, antes de habernos dado la posibilidad de ocupar otras posiciones relacionales que permitieran utilizar el caudal de lo ya tejido entre nosotros y el analizado, para que este pueda re-percibir lo que acaso separa al personaje proyectado del personaje que lo escucha. Uno puedé a veces «aprovechar» la proyeccién inmediata de una imagen de objeto omnipotente, protector, idealizado, para fa- vorecer el investimiento del comienzo de la relacién, pero si uno quiere que esta prosiga sera preciso, con prontitud, conse- guir que la cuestione o la relativice. ‘Si en la neurosis podemos tener interés en favorecer el mecanismo proyectivo, en apo- yarnos en él para permitir al sujeto la reactualizacién de sus . conflictos infantiles, su confrontacién con un deseo incestuoso nunca realizado pero nunca «disuelto», jen el registro-de la psicosis toda facilitacién es superflua! La apertura se tiene que dirigir a la exigencia inversa: hacer sensible al sujeto lo que dentro de esta relacién no se repite, lo diferente que ella ofre- ce, lo no experimentado todavia. Muy pocos analistas, o al menos es lo que supongo, siguen decretando no’ analizable toda forma de psicosis y creyendo en la imposibilidad de producir, el psicético, un investimiento trasferencial. Por el contrario, es iridudable que si podemos hablar de neurosis de trasferencia, el término «psicosis de 179 trasferencia» es un contrasentido. No tengo la intencién de abordar el concepto de trasferencia o de neurosis de trasfere: cia: ni uno ni otro se pueden resumir en unas frases. Me reduciré a sefialar que el concepto de «neurosis de trasferencia» sélo tiene sentido’ porque define un mecanismo bien particular: la | removilizacién, merced a la trasferencia, de Ja forma infantil it de una neurosis, que permitiré al sujeto recuperar el enuncia- do de-demandas, la expresién de deseos, que el adulto en que’ % ha devenido habia ya reelaborado y disfrazado en la forma de sintomas. Las «demandas» trasferenciales, por importante que sea en éllas la participacién de lo infantil, que recuperan y preservan, llevan la marca del tiempo que separa al demandador actual : t del nifio que fue. La neurosis, a pesar de la intensidad de sus conflictos, mantiene a su disposicién medios de defensa, me- dios de pensar, de reinterpretar su historia, que el nifio no = tenia. Por eso Freund pudo escribir que Ia néurosis de trasfe- { rencia, como consecuencia de la relacién analitiea, permite al analista dar una significacién trasferencial nueva a los movi- mientos afectivos de que es escenario, sustituir la neurosis in- fantil por una neurosis de trasferencia que puede «ser curada por el trabajo terapéuticon (los términos son de Freud). El suefio del neurético no es retornar 2 Ja infancia, sino recons- 2 truir una historia de ese pasado conforme a los deseos del nifio que supuestamente lo ha vivido; lo mueve el propésito de aca- bar los primeros capitulos de su historia y habilitarse para in- vestir los siguientes. En ese doble movimiento de retorno y de clausura del pasado infantil, justamente, nos apoyamos para ofrecerle vivir una nueva historia trasferencial cuya interpre- tacién le permitira modificar la version que hasta entonces se ‘ daba de la historia de su infancia, Cualquiera que sea la impor- tancia de los pasajes censurados y reprimidos, de los recuerdos falsos que se hayan interpuesto como pantalla de otros, de los perdidos Para siempre, esta historia de una infancia que el neurotico nos aporta como objeto de nuestra interpretacién nos es contada por un autor que sabe que no es ese hijo, ni esa madre ni ese padre de que trata la historia, pero que en cambio no ha renunciado a hacer de ellos lo que deseaba que fueran, a obtener lo que habria querido que dieran o que recibieran. Lacan tenia toda Ja razén cuando escribia que no hay regresién, si no es la que se expresa por el retorno de demandas prete- ridas. Si el neurético no ha podido superar la problematica edi- pica, en cambio ha podido adquirir esos indicadores identifica 180) torios que han permitido al nifio, como al sujeto que de él nos habla, garantizarse un puesto, cualquiera que sea el precio pagado, en el registro del ser, y situar en el registro del tener, de lo. perdido,. de lo demandado las. causas de su sufrimiento. Cuando nos encuentra nos ofrece convertirnos en ese nuevo «contador», «supuesto-saber» llevar cuenta de lo ya pagado, de las deudas que te reclaman injustamente, y también absol- verte de las irregularidades y los fraudes que uno se reprocha. Muy diferentes son las cosas en la psicosis: desde su surgi- miento impusieron al yo que diera su acuerdo anticipado a un libro de cuentas levado y cerrado por otro. Le han prohibido toda pregunta sobre las razones de los déficit, sobre los inte- reses por pagar, sobre el escalonamiento de los pagos... Este «contador-progenitor», exclusivo tenedor del libro, ‘no le ha permitido interponer la menor distancia entre la representa- cién psiquica que de él se habia dado y ese padre real que cuen- ta las mamadas, como después contara las deposiciones, los pensamientos, las respuestas malas y las buenas. Ahora bien, esta representacién psiquica, como toda representacién, es siempre una representacién relacional; y es contra esta repre- sentacién de él mismo como sujeto totalmente dependiente de las cuentas que lleva el deseo del otro, como esclavo de una ley cuya arbitrariedad se le hace patente: contra eso, precisamen- te, el psicético, superada la infancia, libraré su combate con Ta esperanza de recusar toda relacién de filiacién entre él mismo y esta imagen inasumible de un nifio responsable de una «es- clavitud consentida». Como lo prueba Philippe, por terrorifico que sea. el poder atribuido a las voces, todo es mejor que correr el riesgo de descubrir que es en ino mismo.y contra uno mismo . como se tiene ese deseo de muerte, ese odio, ese movimiento de desinvestimiento. Y no hay que olvidar (Philippe nos lo Te- euerda también) lo que significa en el registro de la psicosis esta acusacién tan a menudo presente en el discurso de los padres: el hijo como falta, Jas faltas, las enfermedades del hijo eomo causa del sufrimiento de ellos, de su fracaso, y particu- larmente de todo el «mal» que le pueda sobrevenir; siendo asi, no hay que olvidar que el campo social y su discurso explicaran a su vez al sujeto las causas de su «mal», remitiéndolo a-su pro- pia locura. Por tanto, poco importa que la causa de esta locura se atribuya al demonio que ha tomado posesién de-su cuerpo 0 a un error de trasmisién en el cédigo genético. Hasta me incli- naria a creer que esta segunda causalidad es mas desestructu- rante que la primera. . 181 Para el psiestico, si el pasado es responsable.de su presente, Jo es en Ja medida en que su presente ya ha sido decidido por su pasado; todo ha sido ya anunciado, previsto, predicho, escrito. - Philippe nos ha mostrado cémo, apoyandose en esas causalida- des delirantes, el sujeto puede tratar de construir un pasado del que Je habian prohibido interpretar los acontecimientos, y que hasta le habian prohibido rememorar. Veremos por qué la «eleccién» de lo reprimido® en la psicosis responde a. una de- cision arbitraria enunciada e impuesta por el discurso paren- tal: a la historia no escrita de su infancia, el sujeto la constru- ye, deconstruye, reconstruye en funcién de los postulados de - su delirio. Tomara prestado de las voces el contenido de los capitulos pasados, presentes y futuros, incluido el que supues- : tamente trata de un encuentro y de una «historia trasferen- cial», de la que a menudo afirmaré fue prédicha y anticipada ‘: por las voces 0 por suefios sofiados en la infancia (aqui me viene ala memoria una joven esquizofrénica que no podia expresar el menor sentimiento hacia mi, la menor vivencia movilizada por la sesién, sin asegurarme que un suefio que habia tenido de nina o unas voces oidas hacia mucho tiempo ya se lo habian amunciado). , Coneluiré estas consideraciones sobre la apertura de la par- tida en Ja psicosis con algunas puntualizaciones generalizables que de ellas se pueden extraer: Al «sujeto-supuesto-saber», el psicético lo encontrd primero en la persona de los padres que le prohibieron —y 6] acepté la prohibici6n, pues de lo contrario no seria psicético— creer que otro pensamiento que el de ellos pudiera saber lo que se refiere « al deseo, la ley, el bien, el mal. Si trascurrida la infancia no pudo seguir negando lo que la realidad le mostraba sobre las debilidades, los abusos, las falencias parentales, atribuira ese omni-saber al perseguidor exterior que «muestra» (a él mismo, a los padres, al mundo) a qué precio él ha pagado lo que ha osado ver, aunque fuera fugitivamente. Por eso dentro del re- gistro del saber no podremos ocupar la posicién que tan fi : mente nos ofrece el neurético, salyo si no hemos podido evitar Ja trampa de una proyeccién sin fisuras que dotara a ese saber proyectado sobre nosotros de idéntico poder mortifero para el pensamiento del sujeto. 2 CE. mi «Conclusion». 182 4Cémo se presentan las cosas en el registro del investimien- to? También aqui el lugar ya esté ocupado. En muchos casos, el psicético preserva una relacién de investimiento masivo, por conflictual que sea, con esos representantes encarnados del po- der que son sus padres; es con ellos, y a veces con su sustituto, con quienes prosigue y repite su didlogo. Sus interlocutores, como lo prueban los padres de Philippe, saben mucho mejor que nosotros qué réplicas es preciso dar para que nada ni nadie pueda poner fin a este dialogo o modificarlo. Pero nos queda una posibilidad. La descomposicién psiedtica signa el fracaso de ese falso didlogo. El recurso al delirio es en efecto la consecuencia del rehusamiento o de-la imposibilidad en que esta el sujeto de seguir creyendo en la presencia dela escucha del otro. O acaso la consecuencia de lo que él descubre: los conflictos que pudieron-oponerlos, o el aparente entendi- miento, o la sedicente concordancia de opiniones, nunca signifi- earon la presencia de dos locutores, de dos discutidores. Una extrafa sordera aquejaba la eseucha de cada locutor, cada vez que el otro tomaba la palabra. Por eso mismo, en ciertos casos, que por desdicha no son Ja regla, aunque tampoco son excep- cionales, el psicético puede producir ese investimiento inme- diato de una relacién en que el «encontrado» (el ahalista) ocupa la posicién del otdo del que habla. Merced a lo cual, como Phi- lippe me lo permitié, el analista, en el tiempo de la apertura, ‘puede trasformar un pensamiento sin destinatario en un dis- eurso que uno puede y que él puede oir. Es otro, indetermina- do todavia, quien escucha un discurso cuyo destinatario legiti- mo es sin duda el progenitor, el perseguidor, dios o el diablo, pero la presencia de una escucha nueva pasa a garantizar al sujeto que esto que dice forma de nuevo parte de fo oible, in- vestible por otro. E] neurético no nos demanda esta seguridad, puesto que nunca la ha perdido; en cambio, es ella la que funda la posibilidad de una relacién de investimiento en el registro de la psicosis. Eista claro que el sujeto ya habia dicho ese discurso a sus padres, a las personas que encontré en el hospital o afue- ra, pero ser delirante nunca ha significado no percibir el rehu- samiento de oir que a uno le oponen; hasta diria que mas deli- Ta uno, mas lo percibe; y mas lo percibe, mas delira. La rela- cién trasferencial, que acompaiia al encueritro entre dos suje- tos que retoman un didlogo que ya se habia sostenido y en él que cada uno habia esperado —jy cuanto!— las réplicas del otro, aunque fuera para recusarlas, mostrar su error, es rem- plazada en el registro de la psicosis por una relacién de investi- 188 i miento en favor, primero, de un «escuchante». Cuando dije que el analista parece ocupar en ciertos casos la posicién de oido del sujeto que habla, no era una simple metafora: creo.que cualesquiera que fueren las proyecciones que por el camino-se produzean sobre nuestra persona, él investimiento del encuen- tro y dela relacién por parte del psicético tiene como condicién primera (en él orden temporal y en el jerarquico) su encuentro con una funcién de él mismo, recuperada, que es su funcion de escuchante de su propio discurso. El pensamiento forzoso, el robo del pensamiento, esos crimenes de que tan a menudo se queja, no le han dejado més pensamientos expresables en su propio nombre que los que narran los efectos de ese robo, de esa expropiacién; ahora bien, lo que los otros recusan es justa- mente y ante todo la verdad de estos pensamientos, Desde ‘ luego que le queda la solucién de pensarlos en silencio, pero, si obra asi, le resulta cada vez mas trabajoso distinguir lo que é] piensa sobre la accién del perseguidor, y los pensamientos que de esa accion resultan. De ahi su tentativa, fracasada siempre mientras vive, de dejar por completo de pensar. Pero de ahi también lo que puede representar su encuentro con el analista: una escucha que le permite separar de nuevo lo que é1 piensa, de to que lo fuerzan a pensar. Mi encuentro con Philippe ilustra bien este aspecto caracteristico: como ya dije, desde Ja primera entrevista tuve la sensacién de que Philippe hablaba desde la posicion de un sujeto que intentaba hacerme comprender la experiencia vivida, y me otorgaba el papel de un «escuchante» dispuesto a investir su discurso. Pero aunque yo estuviera equivocada en esto, sin embargo en esa posicién de escuchante- invistiente me mantuve durante toda la entrevista, E interés «espontaéneo» que experimenté, con igual espontaneidad traté de hacerlo sensible para Philippe. Esta prueba de investimien- to por el «escuchante» es esencial para que el sujeto pueda tener, no diré la prueba, que seria ir demasiado lejos, sino una sospecha sobre la existencia de una relacién que.pudiera no ser Ja repeticién idéntiea de la ya vivida, Nada mas extrano al psi- cético que los conceptos'de «mevo», de «cambio»; por eso no’ hay que hacetse demasiadas ilusiones sobre lo que podemos " esperar de ese primer movimiento de investidura de la rela- cion: la continuacién siempre nos hace sentir la fuerza de repe- ticién, tan operante en la problematica psicética, y entonces ° corremos el riesgo de que nuestra investidura flaquee mas y mas, Ahora bien, si en el registro de la neurosis podemos per- mitirnos dejar al sujeto, es verdad que por muy breves mo- 184 mentos, el cuidado de sostener afectivamente la relacién, en la psicosis nuestro aporte de investimiento es necesario para que Ja relacién se preserve. Desconectarse es dejar que el edificio se hunda por falta de uno de los dos sustentos que le son por igual indispensables. Ahora bien, las posibilidades de inver i- miento del analista obedecen a los mismos requisitos que rigen _Ja economia psiquica de cada quien: para que se preserve, pa- rece necesario que no nos veamos enfrentados duraderamente al fracaso del propésito perseguido. De ahi un segundo rasgo que a mi parecer especifica la relacién analitica en el registro de la psicosis, pero esta vez del lado del analista exclusivamen- te: la prima de placer que se demanda a la teoria. Frente a la espera prolongada de una modificacion, aunque fuera minima, nos. queda el recurso de tratar de comprender las razones de la duracién de esa espera. Quiero volver un momento sobre mi informe de las sesiones de Philippe: los fragmentos escogidos dejan en la sombra a otras muchas sesiones que no eran mas gue la repeticién de las mismas quejas, del mismo deseo de ponerles fin, y también a sesiones que seguramente fui incapaz de resumir una vez terminada la entrevista por no haber sabi- do seguir el hilo del pensamiento y de las asociaciones de Phi- lippe. Esto se comprende, porque se sabe que una de las conse- cuencias de la psicosis es la reduccién maxima, si no la aboli- cion, de la distancia que debiera separar la realidad y la reali- dad psiquica, las exigencias de la primera y las de la segunda. Cada vez que un fenémeno presente en una de estas dos esce- nas es fuente de un afecto que jaquea sus defensas, el stijeto no puede limitar los riesgos que amenazan a la operacién de su pensamiento, como no sea recurriendo a una tinica causalidad, siempre la misma, Por eso no conseguiremos nada si no logra- mos primero convencer al sujeto de que este lugar del espacio y este fragmento de tiempo que le proponemos no estan sig- nados por esa mismidad que caracteriza a su relacién con la categoria del tiempo y del espacio. Tarea dificil pero insoslaya- ble para que la relacién que se abre pueda devenir analitica. También en este punto tendriamos que abandonar las gene- ralizaciones y evocar casos particulares para ir mas lejos en la reflexién. Una comprobacién, no obstante, se impone, se trate de lo «general» o de lo particular: si la apertura de nuestras partidas nos plantea hartos problemas, su desarrollo y su final no los plantean menores; verdaderamente no. 185

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