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Una publicación de Selección de artículos de

MONDE MONDE
LE LE

diplomatique diplomatique

HISTORIAS OCULTAS DE LA 2DA GUERRA MUNDIAL


Lecciones de historia
por Ignacio Ramonet

HISTORIAS OCULTAS
Cómo Hitler compró a los alemanes
por Götz Aly

El papel "olvidado" de la Unión Soviética


por Annie Lacroix-Riz

Exterminio de enfermos y ancianos en el Tercer Reich DE LA

2 GUERRA MUNDIAL
por Susanne Heim
da
Las mujeres de la Rosenstrasse
por Dominique Vidal

El conflicto visto desde Asia


por Christopher Bayly y Tim Harper

En Sétif, el 8 de mayo de 1945


por Mohammed Harbi

www.lemondediplomatique.cl 43 Editorial aún CrEEmos En los suEños


Selección de artículos de

HISTORIAS OCULTAS
DE LA
2 GUERRA MUNDIAL
da

E ditorial a ún C rEEmos E n l os s uEños


© 2005, Editorial AÚN CREEMOS EN LOS SUEÑOS

La editorial AÚN CREEMOS EN LOS SUEÑOS


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INDICE

Lecciones de historia
por Ignacio Ramonet 7

Cómo Hitler compró a los alemanes


por Götz Aly 15

El papel "olvidado" de la Unión Soviética


por Annie Lacroix-Riz 27

Exterminio de enfermos y ancianos en el Tercer Reich


por Susanne Heim 41

Las mujeres de la Rosenstrasse


por Dominique Vidal 47

El conflicto visto desde Asia


por Christopher Bayly y Tim Harper 53

En Sétif, el 8 de mayo de 1945


por Mohammed Harbi 65
8 de mayo de 1945

Lecciones de historia
por Ignacio Ramonet*

Hace sesenta años, el 8 de mayo de 1945, con el derrumbe


del Tercer Reich alemán, ter minaba la Segunda Guerra
Mun dial en Eu ro pa. Pro segui ría en Asia has ta el 2 de
septiembre de 1945, cuando, sobre el puente del acorazado
estadounidense Missouri, los representantes de Japón,
abrumados por las primeras bombas atómicas, firmaran la
rendición de su país.
¿Es necesario seguir hablando de este conflicto, en un
momento en que el gran coro de los medios nos asesta, en
ocasión de las múltiples ceremonias conmemorativas (1)
–por el desembarco de Normandía, la liberación de París,
la entrega de Auschwitz y luego la de Buchenwald, la caí-
da de Berlín–, imágenes pletóricas y comentarios intermi-
nables sobre sus principales episodios? La respuesta es sí.
Por una razón simple: el propio ceremonial de las conme-
moraciones entierra y ahoga el sentido del acontecimiento.

*Director De Le Monde dipLoMatique Francia. artículo publicaDo en el número 52 De


la eDición chilena De Le Monde dipLoMatique, mayo 2005. traducción: lucía Vera

7
La paradoja es que los medios recuerdan... para hacer
olvidar mejor.
El historiador Eric Hobsbawn nos ha puesto en guar-
dia: "Hoy –afirma– la historia es más que nunca revisada o
incluso inventada por personas que no desean conocer el
verdadero pasado, sino solamente un pasado que esté de
acuerdo con sus intereses. Nuestra época es la época de la
gran mitología histórica" (2).
A medida que el tiempo nos aleja de los hechos, los
testigos directos desaparecen y las enseñanzas obtenidas
en ca lien te de los acon te ci mien tos se des di bu jan y se
confunden. Y los grandes medios, que no tienen el rigor de
los his to ria do res, re cons tru yen, según las mo das, un
pasado que muchas veces está determinado, corregido, rec-
tificado... por el presente. Un pasado expurgado, depura-
do, lavado de todo lo que podría, hoy, generar desorden.
En es te sen ti do, –y es ta es otra pa ra do ja– hay po cas
diferencias entre esta nueva "historia oficial" y la censura
del Es ta do en los paí ses no de mo crá ti cos. En am bos
casos, lo que reciben las jóvenes generaciones es ese pasa-
do revisado. Debemos rebelarnos contra tal distorsión de
la historia.
La Segunda Guerra Mundial fue el momento central
del siglo XX. Uno de los acontecimientos más violentos y
más destacados de la historia de la humanidad. En primer
lu gar por su des me su ra, su am pli tud sin igual. Con la
extensión y la intensificación progresiva del conflicto, el
campo de batalla se extendió a todo el planeta y afectó a
todos los continentes, salvo la Antártida. En 1945, casi to-
dos los Estados independientes se encontraban implicados
en la guerra. Las grandes potencias imperiales habían arras-
trado al enfrentamiento, por las buenas o por las mala, a sus
colonias de África y Asia. Y todos los países de América

8
Latina se habían comprometido en favor de la causa aliada
(3); Brasil llegó incluso a constituir un cuerpo expediciona-
rio que combatió en Italia. En el momento de la caída del
Reich hitlerista, sólo nueve Estados del mundo (Afganistán,
Dinamarca, España, Irlanda, Mongolia, Nepal, Portugal,
Suecia y Suiza) seguían siendo oficialmente neutrales.
La cantidad de soldados movilizados superó todo lo que
se había conocido anterior mente. Mientras en Asia los
japoneses proseguían una guerra sin fin para adueñarse de
China, Alemania movilizó en 1939 a 3 millones de solda-
dos de la Wehrmacht para ocupar Polonia. Y pronto iba a
alistar a 6 millones para emprender una "guerra preventiva"
contra la Unión Soviética, que a su vez iba a oponer fuerzas
que superaban los 11,5 millones de hombres... Y, cuando
Estados Unidos entró en la guerra, después de haber sido
víctima de un "ataque preventivo" de los japoneses en Pearl
Harbour el 7 de diciembre de 1941, movilizó no menos de 12
millones de soldados...
Esta guerra planetaria fue también una "guerra total",
que se caracterizó por la extensión de la "zona de destruc-
ción" mucho más allá del campo de batalla propiamente
dicho. Las poblaciones civiles de toda Europa, de Rusia
occidental y de Asia oriental debieron sufrir operaciones
militares, la proximidad con los diversos frentes, operacio-
nes de rastrillaje, y represiones o bombardeos sistemáticos.
Sin hablar de las persecuciones y masacres por motivos
ideológicos o a causa de políticas raciales de las que fueron
víc ti mas mi llo nes de civi les (en par ti cu lar los ju díos
europeos, los gitanos, los chinos y los coreanos) por parte
de los Estados del Eje (Alemania, Italia, Japón), sobre todo
en Europa oriental y en China.
El cos to en vi das hu ma nas fue el más eleva do
de la historia. Se estima la cantidad total de muer tos en

9
alrededor de 50 millones. El balance fue más desfavorable
en Europa que en Asia, y mucho más en el este europeo que
en el oeste. El ejército soviético –el Ejército Rojo– perdió por
sí solo unos 14 millones de hombres: 11 millones en los
cam pos de ba ta lla (de los cua les 2 mi llo nes en los
frentes de Extremo Oriente) y 3 millones en los campos
alemanes de prisioneros... Algunas grandes batallas como
Sta lin gra do (sep tiem bre de 1942-fe bre ro de 1943), el
desembarco de Nor mandía (junio de 1944) o la toma de
Berlín (20 de abril-8 de mayo de 1945) resultaron ser más
mortíferas que los peores enfrentamientos de la Primera
Guerra Mundial.
Entre los Aliados, el total de muertos en combate fue de
300.000 estadounidenses, 250.000 británicos y 200.000
franceses. Japón perdió un millón y medio de combatien-
tes. Pero una de las principales causas de pérdidas de vidas
humanas fue el enfrentamiento, en el Este de Europa, entre
la Wehrmacht y el Ejército Rojo, que terminó con la muerte
de por lo menos 11 millones de soldados de ambos campos
y produjo más de 25 millones de heridos...
Por primera vez en el curso de una guerra, la cantidad
de víctimas civiles superó por lejos la de los militares
muertos en combate. Además, los civiles fueron frecuen-
temente víctimas de atrocidades cometidas para aterrori-
zar al adversario. De esta manera, en Asia, Japón, que
había invadido el nor te de China desde 1937 y ocupado
Pekín, lanzó su ejército sobre Nankín, donde tenía su se-
de el gobierno chino, que decidió resistir. Una vez tomada
Nankín, el ejército japonés se entregó a una verdadera ma-
sacre. Los 200.000 chinos que se encontraban todavía en
la ciudad fueron todos ejecutados en condiciones atroces.
Las mujeres fueron salvajemente violadas, los hombres y
niños enterrados vivos o torturados según directivas preci-

10
sas. La ciu dad fue saqueada y luego quemada de cabo
a cabo.
El prín ci pe Asa ka sa, pri mer res pon sa ble de es ta
car nicería, nunca fue molestado después de la guerra.
Todavía hoy algunos manuales escolares japoneses minimi-
zan este crimen. Lo que –con razón– pone furiosos a los
chinos y coreanos, como pudo verse en abril último en
Pekín, durante las grandes manifestaciones antijaponesas.
Contrariamente a Alemania, Japón no reconoció nunca de
manera convincente sus abominables crímenes de guerra
contra los civiles chinos y coreanos.
En todas partes, el hambre diezmó a las poblaciones ase-
diadas. Así, en Leningrado (hoy San Petersburgo), más de
500.000 civiles perecieron por las privaciones entre noviem-
bre de 1941 y enero de 1944. Y también hubo bombardeos in-
tensivos de las ciudades. Todos los beligerantes abandonaron
cualquier escrúpulo en relación con las grandes aglomeracio-
nes indefensas. Comenzando por las fuerzas hitleristas que,
desde el 10 de septiembre de 1940 hasta el 15 de mayo de 1941,
multiplicaron las incursiones aéreas contra las ciudades ingle-
sas (entre las cuales estaba Coventry) provocando más de
500.000 muer tes civiles. Como muchas otras ciudades,
Varsovia fue enteramente destruida de noviembre a diciembre
de 1944 por las tropas alemanas en retirada. Los Aliados
replicaron el 13 de febrero de 1945 con la destrucción de
Dresde, generando decenas de miles de víctimas civiles, mu-
chas de ellas refugiados. Luego, el 8 y 11 de agosto de 1945,
las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki fueron
eliminadas del mapa por los primeros bombardeos atómicos
de la historia.
También hubo éxodos o marchas forzadas que produ-
jeron innumerables víctimas entre los prisioneros de guerra,
los deportados y las poblaciones desplazadas; sólo en el año

11
1945, por ejemplo, más de dos millones de alemanes encon-
traron la muerte mientras huían a pie, hacia el oeste, ante el
avance de las fuerzas soviéticas. Y hubo también, y sobre to-
do, el crimen de los crímenes, la exterminación sistemática
por par te de los na zis, por ra zo nes de odio
antisemita, de seis de los doce millones de judíos europeos.
Por sus dimensiones apocalípticas, y por los huraca-
nes de violencia, de crueldad y de muerte que desató sobre
el mundo, la Segunda Guerra Mundial cambió profundamen-
te no sólo la geopolítica internacional sino, muy simplemen-
te, las mentalidades. Para las generaciones que vivieron esa
guerra y sobrevivieron a sus violencias, ya nada podía ser co-
mo antes. Durante este conflicto el hombre se sumergió en
una suerte de abismo del mal y, de alguna manera, llegó a
deshumanizarse. Muy particularmente en Auschwitz. Por
eso era necesario proceder, una vez terminada la guerra, a una
regeneración, una reconstrucción del espíritu humano.
Una rehumanización del hombre.
Tal como lo conocemos hoy, el mundo sigue estando
fuertemente modelado por el traumatismo causado por esta
guerra. Se han obtenido algunas enseñanzas, dos especialmente:
- en primer lugar, que es necesario evitar a cualquier
precio un conflicto de la misma naturaleza; lo que llevó a la
comunidad inter nacional a constituir, a par tir de 1945,
un instrumento inédito: la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), cuyo primer objetivo sigue siendo impedir
las guerras;
- en segundo lugar, que las teorías fascista y nacional-
socialista, así como el militarismo imperial japonés, siguen
siendo culpables de haber arrojado al mundo al abismo de
una guerra tan abominable; y que los regímenes políticos
ba sa dos en el an ti se mi tis mo, en el odio ra cial o en la
dis cri mi na ción cons ti tu yen pe li gros no só lo pa ra su

12
propio pueblo sino también para toda la humanidad. Esta
es la ra zón por la que, muy na tu ral men te, la Segun da
Guerra Mundial fue seguida del nacimiento de Israel y del
gran despertar de los pueblos colonizados de África y Asia.
Pero los propios vencedores parecen haber olvidado las
enseñanzas de esta guerra. Así, por ejemplo, la Rusia del pre-
sidente Vladimir Putin se deshonra con su represión ciega y
su abuso de la fuerza en Chechenia. Y en Estados Unidos,
la administración del presidente George W. Bush utilizó los
odiosos atentados del 11 de septiembre como pretexto para
cuestionar el estado de derecho. Washington ha restableci-
do el principio de la "guerra preventiva" para invadir Irak, ha
creado "campos de detención" para prisioneros despojados
de sus derechos y tolera la práctica de la tortura.
Estas gravísimas desviaciones no impedirán de ningu-
na manera a Putin y Bush ocupar el 8 de mayo el primer lu-
gar en el centro de las ceremonias en recuerdo de la derrota
del Tercer Reich. Pocos medios se atreverán a recordarles que
están usurpando ese lugar, por haber traicionado los grandes
ideales de la victoria de 1945. u

1 Véase Dominique Vidal, "Abandonar la tribu", Le Monde diplomatique, edi-


ción chilena, marzo de 2005.
2 Hobsbawm Eric, Años Interesantes. Una vida en el siglo XX, Editorial Crítica,
Barcelona, 2003.
3 La Segunda Guerra Mundial enfrentó a los "Aliados" (los Estados
democráticos reunidos en torno a Estados Unidos y el Reino Unido), así como
la Unión Soviética, con los países del Eje (Alemania, Italia, Japón).

I.R.

13
Demagogia para acallar la resistencia interna

Cómo Hitler compró a los alemanes


por Götz Aly*

¿Cómo un régimen como el nazismo pudo gozar de un con-


senso político tan fuerte? La respuesta no se halla en el na-
cionalismo exacerbado y racista que se respiraba en la Ale-
mania de 1930, sino en los esfuerzos del régimen por propi-
ciar un estado de confort material a costa de los países
ocupados y de la expoliación de los prisioneros judíos.
Es te li bro tra ta so bre una pregun ta sim ple, que
no siempre ha encontrado respuesta: ¿cómo pudo ocu-
rrir? ¿Có mo pu die ron los ale ma nes, ca da uno en su
nivel, per mi tir y co me ter crí me nes ma sivos sin pre -
ce den tes, en par ti cu lar el ge no ci dio de los ju díos de
Europa? Aunque el odio, fomentado por el Estado, ha-
cia todas las poblaciones "inferiores" (los polacos, los
bolcheviques, y los judíos) for maba sin duda par te de
*historiaDor, berlín. este texto es un aDelanto Del libro HitLers V oLkstaat. raub,
rassenkrieg und nationaLer soziaLisMus (eL estado deL puebLo de HitLer. saqueo,
guerra raciaL y nacionaLsociaLisMo), publicaDo en marzo De 2005 por la eDito-
rial s. Fischer (FrankFurt), y que será publicaDo en Francés por Flammarion (parís),
en octubre De 2005. artículo publicaDo en el número 52 De la eDición chilena
De L e Monde dipLoMatique, mayo 2005. traducción: lucía Vera

15
las condiciones necesarias, eso no constituye una res-
pues ta su fi cien te.
En los años anteriores al régimen hitlerista no había
más resentimiento entre los alemanes que entre los demás
europeos; su nacionalismo no era más racista que el de otras
naciones. No hubo una Sonderweg (excepción alemana) que
permitiera establecer una relación lógica con Auschwitz. La
idea de que una xenofobia específica y un antisemitismo
exterminador se habrían desarrollado desde muy temprano
en Alemania no se apoya en ninguna base empírica. Supo-
ner que un error de consecuencias especialmente funestas
tiene necesariamente causas específicas y lejanas es un error.
El Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajado-
res (NSDAP) debe la conquista y la consolidación de su
poder a un conjunto de circunstancias, y los factores más
importantes se ubican después de 1914, no antes.
La re la ción en tre pue blo y eli te po lí ti ca ba jo el
nacionalsocialismo está en el centro de este estudio. Está
establecido que el edificio del poder hitleriano fue, desde
el pri mer día, ex tre ma da men te frá gil, y hay que
preguntarse cómo se estabilizó, de manera aproximada
pero suficiente como para durar doce años excitantes y des-
tructivos. Por eso conviene precisar la pregunta planteada
al principio de manera general ("¿cómo pudo ocurrir eso?"):
¿Cómo una empresa que de manera retrospectiva aparece
tan abiertamente mistificadora, megalómana y criminal
como el nazismo pudo ser objeto de un consenso político
de una amplitud que hoy nos resulta difícil explicar?
Para intentar aportar una respuesta convincente, con-
sidero al régimen nazi desde un ángulo que lo presenta
como una dictadura al servicio del pueblo. El período de la
guerra, que también hizo surgir muy claramente las otras
características del nazismo, permite responder de la mejor

16
ma ne ra a esas pre gun tas tan im por tan tes. Hi tler, los
Gauleiter (jefes regionales) del NSDAP, una buena parte de
los ministros, secretarios de Estado y consejeros actuaron
como demagogos clásicos, preguntándose sistemáticamen-
te cómo asegurar y consolidar la satisfacción general,
comprando cada día la aprobación de la opinión o, por lo
menos, su indiferencia. Dar y recibir fue la base sobre la
cual erigieron una dictadura consensual, siempre mayorita-
ria en la opinión; el análisis del derrumbe interno al final
de la primera guerra mundial hizo aparecer los escollos que
debía evitar su política de beneficencia popular.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los responsables
nazis trataron, por un lado, de distribuir los víveres de
manera que su reparto fuera sentido como justo, sobre to-
do por los más pobres; por otro, hicieron de todo para man-
tener la estabilidad, al menos aparente, del Reichsmark (RM)
con el fin de cor tar decididamente cualquier recuerdo
in quie tan te de la in fla ción de la gue rra de 1914 o del
de rrum be de la mo ne da ale ma na en 1923; fi nal men te
procuraron –lo que no había ocurrido durante la Primera
Guerra Mundial– retribuir de manera suficiente a las fami-
lias, que recibían cerca del 85% del salario neto anterior de
los soldados movilizados (contra menos de la mitad para las
fa mi lias bri tá ni cas y es ta dou ni den ses en la mis ma
situación). No era raro que las esposas y las familias de
los sol da dos ale ma nes tu vie ran más di ne ro que an tes
de la gue rra; tam bién se be ne fi cia ban con los rega los
traídos masivamente por los soldados con licencia y con los
paquetes enviados al ejército por correo desde los países
ocupados.
Para reforzar esta ilusión de adquisiciones garantiza-
das, e incluso susceptibles de crecer, Hitler logró que los
campesinos, los obreros, y también los empleados y los

17
pequeños y medianos funcionarios no fueran afectados de
manera significativa por los impuestos de guerra, lo cual
también representaba una diferencia importante en relación
con Gran Bretaña y Estados Unidos. Pero este beneficio
otorgado a la gran mayoría de los contribuyentes alemanes
estuvo acompañado de un aumento considerable en la carga
fiscal de las capas sociales con altos o muy altos ingresos. El
impuesto excepcional de 8.000 millones de Reichsmarks que
debieron pagar los propietarios inmobiliarios hacia fines de
1942 constituye un ejemplo sorprendente de la política de
justicia social practicada ostensiblemente por el Tercer Reich.
Lo mismo ocurrió con la exención fiscal de las primas por el
trabajo noctur no, en domingo y días feriados, acordada
después de la victoria sobre Francia, y considerada hasta
hace poco por los alemanes como un logro social.
Así como el régimen nazi fue implacable en el caso de los
judíos y de las poblaciones que consideraba, desde un punto de
vista racial, como inferiores o extranjeras (fremdvölkisch),
también su conciencia de clase lo impulsó a repartir las cargas
de manera que los más débiles salieran beneficiados.
Pero es evidente que sólo las clases más ricas (el 4% de
los contribuyentes alemanes ganaba entonces más de 6.000
RM anuales) no podían aportar con sus impuestos los fondos
necesarios para el financiamiento de la Segunda Guerra.
Entonces, ¿cómo se financió la guerra más costosa de la his-
toria mundial para que la mayoría de la población se encon-
trara lo menos afectada posible? La respuesta es evidente:
Hitler hizo que los arios ahorraran recursos a expensas del
mínimo vital de otras categorías de población.
Para conservar el favor de su propio pueblo, el gobierno
del Reich también arruinó las demás monedas de Europa, al
exigir gastos de ocupación cada vez más elevados. Para
asegurar el nivel de vida de su población, hizo robar millones

18
de toneladas de productos alimenticios para dar de comer a
sus soldados y enviar lo que quedaba a Alemania. De la
misma manera que se suponía que el ejército alemán se
alimentaba a expensas de los países ocupados, también debía
pagar los gastos corrientes con el dinero de esos países, lo que
logró ampliamente.
Los soldados alemanes desplegados en el extranjero –es
decir, casi todos– y el conjunto de las prestaciones brindadas
a la Wehrmacht por los países ocupados, las materias primas,
los productos industriales y artículos alimenticios compra-
dos en el lu gar y des ti na dos a la Wehr macht o a ser
envia dos a Ale ma nia, to do era pa ga do con mo ne das
distintas a los Reichsmarks. Los responsables aplicaban
expresamente los siguientes principios: si alguien debe
morir de hambre, que sean los otros; si la inflación de
guerra es inevitable, que afecte a todos los países salvo
a Alemania.

"Bienestar" del pueblo

La segunda parte del libro trata sobre las estrategias elabora-


das para lograr esos fines. Las arcas alemanas estuvieron así
alimentadas por los miles de millones provenientes de la
expoliación de los judíos de Europa, lo que constituye el
objeto de la tercera parte. Mostraré de qué manera fueron
expoliados los judíos, primero en Alemania y luego en los
países aliados y en aquellos ocupados por la Wehrmacht. (...)
Apoyándose en una guerra predadora y racial de gran
envergadura, el nacionalsocialismo fue el principio de una
verdadera igualdad, especialmente por una política de pro-
moción social de una amplitud sin precedentes en Alemania,
que lo hacía al mismo tiempo popular y criminal. El confort
material y las ventajas obtenidas del crimen en gran escala,

19
cier tamente de manera indirecta y sin comprometer la
res pon sa bi li dad per so nal, eran acep ta das con bue na
voluntad, alimentando la conciencia, en la mayoría de los
alemanes, de la solicitud del régimen. Y, recíprocamente, de
allí obtenía su energía la política de exterminación, ya que
adoptaba el criterio del bienestar del pueblo. La ausencia de
resistencia interna digna de ese nombre y, posteriormente, la
falta de sentimiento de culpabilidad, se deben a esta conste-
lación histórica. Esto es objeto de la cuarta parte del libro.
Respondiendo así a la pregunta "¿cómo pudo suceder
lo que sucedió?", se nos hace imposible cualquier reducción
pedagógica a simples fórmulas antifascistas; ésta es una res-
puesta difícil de mostrar públicamente, y casi imposible de
separar de las historias nacionales de la posguerra, la de
los alemanes en la República Democrática Alemana (RDA),
en la República Federal de Alemania (RFA) y en Austria. Sin
embargo, parece necesario aprehender el régimen nazi co-
mo un socialismo nacional para, por lo menos, poner en du-
da la proyección recurrente de la culpa sobre individuos y
grupos claramente circunscriptos, que son tanto el dictador
delirante, enfermo y "carismático" y su entorno inmediato,
como los ideólogos del racismo (según una moda pasajera,
pro pia de una ge ne ra ción que ha co no ci do la mis ma
socialización) que están estigmatizados; para otros son (de
ma ne ra ex clu siva o no) los ban que ros, los gran des
empresarios, los generales o los comandos asesinos, pre-
sos de una locura homicida. En la RDA, en Austria y en la
RFA se adoptaron las estrategias de defensa más diversas,
pero todas iban en el mismo sentido y garantizaban a la
población mayoritaria una existencia apacible y una concien-
cia tranquila. (...)
Se asocia –en general un poco rápidamente– a los que
se aprovecharon de la arianización con los grandes industria-

20
les y los banqueros. Las comisiones de investigación sobre
el período nazi, establecidas durante los años 1990 en mu-
chos Estados europeos y en grandes empresas, y constituidas
por historiadores especializados, reforzaron esta impresión,
que es falsa si se mira la situación de conjunto. La historio-
grafía, un poco más matizada, agrega de buena gana a
algunos funcionarios nazis de rango más o menos elevado al
grupo de los que se aprovecharon de la arianización. Desde
hace algunos años aparecen también en la mira vecinos
comunes alemanes, y también polacos, checos o húngaros,
personas cuyos dudosos servicios a la potencia ocupante eran
con frecuencia retribuidos con bienes "desjudaizados".
Pero toda teoría que se centre únicamente en los aprovecha-
dores privados tomaría un camino equivocado y pasaría al
costado de la cuestión central: ¿en qué se transformaron los
bienes de los judíos de Europa expropiados y asesinados? (...)
Esta técnica de financiamiento de la guerra, aplicada
en Ale ma nia des de 1938, que con sis tía en im po ner la
conversión del patrimonio privado en préstamos al Estado,
fue ignorada por quienes trataron la arianización con una
perspectiva jurídica, moral o historiográfica. Esta posición
correspondía a la voluntad de los dirigentes alemanes de
acallar la utilidad material del saqueo. Como la mención
de la conversión forzada de los valores judíos en préstamos
al Estado era un tabú, las cifras concretas de los ingresos si-
guie ron sien do se cre tas. La per se cu ción de los ju díos
de bía pre sen tar se y con si de rar se co mo una cues tión
puramente ideológica, y las víctimas sin defensa de un
gigantesco asesinato predador aparecer como enemigos
despreciables.
En 1943, una lista establecida por el Alto Comando de
la Wehrmacht, que detallaba diecinueve problemas políticos
y militares que eran fuente de perturbaciones entre los sol-

21
dados, perturbaciones que los oficiales debían evitar con res-
puestas tan homogéneas como fuera posible, incluía esta pre-
gunta: "¿No fuimos demasiado lejos con la cuestión judía?"
La respuesta era: "¡Mala pregunta! ¡Es un principio nacio-
nalsocialista, tiene que ver con nuestra Weltanschauung (con-
cepción del mundo); no hay discusión sobre ello!" (1). Aho-
ra bien, no hay ninguna razón para confundir la argumen-
tación puesta a disposición de los adoctrinadores nazis con
los hechos históricos. (...)
En Alemania hubo, innegablemente, una gran canti-
dad de escépticos. La mayoría de los que se dejaron llevar por
el nazismo lo hicieron sobre la base de puntos imprecisos del
programa. Algunos siguieron al NSDAP porque la empren-
día contra Francia, enemigo hereditario; otros, porque ese Es-
tado joven rompía fuer temente con las representaciones
morales tradicionales. Algunos eclesiásticos católicos bendi-
jeron las armas comprometidas en la cruzada contra el bol-
chevismo pagano y se opusieron a la confiscación de los bie-
nes de la Iglesia, así como también a los crímenes de la eu-
tanasia; a la inversa, los Volksgenossen (literalmente "cama-
radas del pueblo", es decir ciudadanos arios) de sensibilidad
fundamentalmente socialista se entusiasmaron con las dimen-
siones anticlericales y antielitistas del nacionalsocialismo.
Precisamente porque se apoyaba en afinidades parciales di-
versas, el seguimiento ciego de millones de alemanes, cada
uno con motivaciones puntuales aunque de consecuencias fu-
nestas, pudo ser reformulado a posteriori sin dificultad como
una "resistencia" desprovista de eficacia histórica.
El actor Wolf Goette, mencionado en el capítulo sobre
los saqueadores (satisfechos) de Hitler, estaba tan alejado de
la ideología nazi como Heinrich Böll. Siempre encontró la
política alemana "vomitiva", y experimentaba un "sentimien-
to de vergüenza espantoso" cuando se cruzaba con una

22
persona que llevaba la "insignia amarilla". Sin embargo, a
diferencia de Böll, en un primer momento consideró la pe-
lícula Ich klage an ("Yo acuso"), que hacía la apología de
la eutanasia, como un documento de "orientación limpia y
conveniente", como una obra de arte impactante que "de-
mostraba con una calidad cinematográfica notable" la "ne-
cesidad" de la eutanasia "en algunos casos de enfermedades
incurables", aun cuando luego expresó discretas dudas "so-
bre la hipótesis de que un Estado arbitrario reivindicara es-
ta idea". Pero, independientemente de su posición en cuan-
to a las diversas medidas políticas, Goette seguía valoran-
do las posibilidades para su carrera y de consumo que le pro-
curaba la dictadura alemana en Praga, una ciudad pletórica
de riquezas. Estaba preocupado por sus pequeños intereses
personales, y eso lo neutralizaba políticamente. (2)
Por otra parte, sólo el ritmo desenfrenado de la acción
le permitía a Hitler mantener en equilibrio la mezcla siem-
pre inestable de los intereses y de las posiciones políticas
más diversas. Es aquí donde residía la alquimia política de
su régimen. Impedía el derrumbe por el encadenamiento
casi ininterrumpido de las decisiones y de los aconteci-
mientos. Valorizaba al NSDAP y sostenía a los militantes
de la primera hora, los Gauleiter y los Reichsleiter, de ma-
nera mucho más comprometida que los ministros. Su ha-
bilidad para estructurar el poder se manifestó después de
1933 en el hecho de que no dejó que el Partido todopode-
roso se redujera a un simple apéndice del Estado. Supo, por
el contrario –a diferencia del Partido Socialista Unifica-
do de Alemania del Este (SED) tiempo después– movili-
zar el aparato del Estado con un éxito sin precedentes, per-
mitiéndole desarrollar una creatividad concurrente a los
objetivos de "agitación nacional" y utilizar las fuerzas del
país hasta el extremo.

23
En su mayoría, los alemanes sucumbieron al vértigo en
un primer momento, a la embriaguez de la aceleración de la
historia después, y finalmente –con Stalingrado, cuyo
impacto fue acentuado internamente por los bombardeos "de
saturación" y el terror ahora manifiesto– a un estado de con-
moción que provocó el mismo entorpecimiento. Los ataques
aéreos suscitaron más indiferencia que miedo y llevaron a
un cierto "no me importa"; los muertos caídos en el frente
oriental reforzaron la tendencia a centrarse en las preocupa-
ciones de lo cotidiano y en la espera de los próximos signos
de vida del hijo, del marido o del novio (3).
Los alemanes vivieron los doce años del nazismo
como un estado de urgencia permanente. En el torbellino
de los acontecimientos, perdieron toda noción de equilibrio
y de medida. "Todo esto me hace sentir el efecto de una pe-
lícula" (4) observaba en 1938, plena crisis de los Sudetes,
Vogel, el almacenero mencionado por Víctor Klemperer.
Un año más tarde, nueve días después del comienzo de la
campaña contra Polonia, Herman Göring les aseguraba a
los obreros de las fábricas Rheinmetall-Borsig, en Berlín,
que pronto podrían contar con dirigentes "a los que la ener-
gía empuja hacia adelante" (5). En la primavera de 1941,
Joseph Goebbels confirmaba esta idea en su diario: "Toda
la jornada, un ritmo loco"; "la vida ofensiva y fulgurante
co mien za de nuevo aho ra", o bien, en la em bria guez
an ti bri tá ni ca de la vic to ria: "Pa so to do el día con un
sentimiento de felicidad febril" (6).
Hitler mencionaba con frecuencia, en su círculo más
restringido, la posibilidad de su muerte cercana, con el fin de
mantener el ritmo insensato necesario para el equilibrio
político de su régimen. Se movía como un equilibrista
diletante que sólo logra conservar el equilibrio gracias a mo-
vimiento de oscilación cada vez más amplios, cada vez más

24
rápidos, luego precipitados y vanos, y que termina, inevita-
blemente, por caer. Por eso el análisis de las decisiones
políticas y militares de Hitler gana en pertinencia cuando
ha ce abs trac ción de la pro pa gan da a ul tran za so bre el
fu tu ro, y vuel ve a si tuar esas ini cia tivas con re la ción
a sus motivaciones inmediatas y a los efectos buscados
a corto plazo. u

1 Servicios administrativos de la Wehrmacht, Puntos discutidos (mayo de 1943),


NA, RG 238, box 26 (Reinecke Files).
2 Wolf Goette (1909-1995) a su familia y a A., Archives Wolk Goette, Praga,
1939/1942, WOGOs Briefe.
3 Birthe Kundrus, Kriegerfrauen. Familienpolitik und Geschlechterverhältnisse
im Ersten und Zweiten Weltkrieg, Hamburgo, 1995, p. 315.
4 Victor Klemperer, Mes soldats de papier: Journal 1933-1941, París, 2000, p.
397.
5 Völkischer Beobachter, 11 de setiembre de 1939.
6 Elke Fröhlich (ed.), Die Tagebücher von Joseph Goebbels, Munich 1997, parte
I, vol. 9, p. 171 (5 de marzo de 1941), p. 229 (6 de abril 1941), p. 247 (14 de
abril 1941

G.A.

25
El papel "olvidado"
de la Unión Soviética
por Annie Lacroix-Riz *

Dos años después de su victoria sobre el nazismo, el Ejército


Rojo se volvió, a causa de la guerra fría, una amenaza (1) para
los pueblos del Oeste. Seis décadas más tarde la historiografía
francesa, una vez terminada la mutación pro-estadounidense,
puso a la Unión Soviética en la picota tanto por la fase del
pacto germano-soviético como, luego, por la de su "gran
guerra patriótica". En Francia, los manuales, asimilando
nazismo y comunismo, apostaron a los historiadores de Europa
Oriental (2). Pero las investigaciones originales que alimen-
tan esta puesta a punto esbozan un cuadro de la URSS en la
Segunda Guerra Mundial totalmente distinto.
El principal acto de acusación contra Moscú está referido
al pacto germano-soviético del 23 de agosto de 1939 y, sobre
todo, a sus protocolos secretos. En realidad, la fulgurante y

*proFesora De historia contemporánea en la uniVersiDaD De parís-Vii, autora De


los ensayos L e V atican, L ’europe et Le reicH 1914-1944, armanD colin, parís,
1996; y L e cHoix de La défaite: Les éLites françaises dans Les années 1930, en Vías
De publicación por el mismo eDitor. artículo publicaDo en el número 52 De la eDi-
ción chilena De L e Monde dipLoMatique, mayo 2005.traducción: lucía Vera

27
aplastante victoria lograda en Polonia por la Wehrmacht fue
la señal para que la URSS ocupara la Galicia Oriental (a) y
los países bálticos (3). ¿Voluntad de expansión, realpolitik
o estrategia defensiva?
Retomando la tesis de los prestigiosos historiadores
Lewis B. Namier y Alan John Percivale Taylor, así como del
periodista Alexander Werth, los nuevos trabajos de los his-
toriadores angloparlantes esclarecen las condiciones en las
cuales la URSS llegó a esa decisión. Muestran cómo la
terquedad de Francia y Gran Bretaña, en su política de
"apaciguamiento" –que también podría llamarse de capitu-
lación ante las potencias fascistas–, alentada por Estados
Unidos, arruinó el proyecto soviético de "seguridad colec-
tiva" para los países amenazados por el Reich. Ése es el ori-
gen de los acuerdos de Munich (29 de septiembre de 1938)
por los cuales París, Londres y Roma le permitieron a Berlín
anexar, dos días después, los Sudetes (b). Aislada frente a un
Tercer Reich que desde ese momento tenía "las manos libres
en el Este", Moscú firmó con Berlín el pacto de no agresión,
que le dio un respiro momentáneo.
Así terminó la misión franco-británica enviada a Moscú
(11-24 de agosto) para calmar las opiniones que reclamaban
–después de la anexión alemana de Bohemia y Moravia, y
la satelización de Eslovaquia– un frente común con la URSS.
Moscú exigía una alianza automática y recíproca, como la
de 1914, que debía asociar a Polonia y Rumania, feudos del
"cordón sanitario" antibolchevique de 1919, y a los países
bálticos, vitales para la "Rusia Europea" (4). El almirante
británico Drax y el general francés Doumenc debían hacer
que sólo Moscú cargara con la responsabilidad del fiasco:
simplemente había que "dejar a Alemania bajo la amenaza
de un pacto militar anglo-franco-soviético y ganar así el otoño
y el invierno, retardando la guerra".

28
Cuando el 12 de agosto el jefe del Ejército Rojo
Klement Vorochilov les propuso, "preciso y directo (…), un
‘examen concreto’ de los planes de operaciones contra el
bloque de los Estados agresores", ellos dijeron no tener poder
para eso. París y Londres, resueltos a no brindar ninguna
ayuda a sus aliados del Este, habían delegado la tarea en la
URSS, al mismo tiempo que la hacían imposible, ya que
Varsovia (sobre todo) y Bucarest siempre le habían negado
el derecho de paso al Ejército Rojo. Habiendo "garantizado"
a Polonia sin consultarla, París y Londres dijeron estar
maniatados por el veto (alentado secretamente) del
germanófilo coronel polaco Josef Beck, que invocaba el
"testamento" de su predecesor Josef Pilsudski: "Con los ale-
manes corremos el riesgo de perder nuestra libertad, pero
con los rusos perdemos nuestra alma".
Pero el asunto era más simple. En 1920-1921, Polo-
nia les había arrancado a los soviets, con ayuda militar
francesa, la Galicia Oriental. Ciega desde 1934 al apetito
alemán, Polonia temblaba ante la idea de que el Ejército
Rojo se adueñara fácilmente de esos territorios. Rumania,
por su parte, temía perder la Besarabia (d), tomada a los
rusos en 1918 y conservada gracias a la ayuda de Francia.
La URSS tampoco obtuvo garantía alguna de los países
bálticos, cuya independencia en 1919-1920 y el manten-
imiento de la influencia alemana se debía totalmente al
"cordón sanitario".
Desde marzo, y sobre todo desde mayo de 1939, Moscú
fue cortejada por Berlín, que, como por su experiencia prefería
una guerra en un solo frente, le prometió, antes de
arrojarse sobre Polonia, respetar su esfera de influencia en
Galicia Oriental, en el Báltico y en Besarabia. Moscú
cedió a último momento, pero no al fantasma de "revolución
mundial" o de Drang nach Westen (ese impulso hacia el oeste

29
tan caro al publicista alemán de extrema derecha Ernst Nolte).
Con Londres y París siempre mimando a Berlín, Moscú se
negó a "quedar implicada sola en un conflicto con
Alemania", según los términos del secretario de Relaciones
Exteriores británico Charles Lindsley Halifax, el 6 de mayo
de 1939. Occidente imitó el estupor ante "la siniestra
noticia que explotaba sobre el mundo como una bomba" (5)
y denunció una traición. En realidad, los franceses y británi-
cos apostados en Moscú jugaban a Casandra desde 1933: a
falta de una Triple Alianza, la URSS debía contemporizar
con Berlín para ganar el "respiro" necesario que le
permitiera poner en pie de guerra su economía y su ejército.
El 29 de agosto de 1939, el teniente coronel Luguet,
agregado aéreo francés en Moscú (y futuro héroe gaullista
de la escuadrilla Normandía-Niemen), certificó la buena
fe de Vorochilov y describió a Stalin como "glorioso suce-
sor (...) de Alejandro Nevsky y de Pedro I": "El tratado que
se publicó fue completado con un convenio secreto que
definía, lejos de las fronteras soviéticas, una línea que
las tropas alemanas no deberían pasar y que, de alguna
manera, sería considerada por la URSS como su posición de
cobertura" (6).
Alemania inició el conflicto general el 1 de septiembre
de 1939, en ausencia de la alianza que, en septiembre de
1914, había salvado a Francia de la invasión. Michael
Carley incrimina la política de apaciguamiento nacida del
"temor de la victoria contra el fascismo" de los gobiernos
británico y francés, espantados de que el papel directivo
prometido a la URSS en una guerra contra Alemania
extendiera su sistema a todos los beligerantes: así, el
anticomunismo, decisivo en cada fase clave desde
1934-1935, fue "una causa importante de la Segunda Guerra
Mundial" (7).

30
El 17 de septiembre la URSS, inquieta por el avance
alemán en Polonia, proclamó su neutralidad en el
conflicto, pero ocupando al mismo tiempo la Galicia
Oriental. En septiembre-octubre exigió garantías de los países
bálticos, una "ocupación ‘disfrazada’, recibida con
resignación" (8) por Londres, a quien el Reich inquietaba
ahora tanto como "el empuje ruso en Europa". Y habiendo
pedido en vano a Helsinki, aliada de Berlín, una rectificación
de fronteras (contra una compensación), la URSS entró en
guerra contra Finlandia dando lugar a una seria resistencia.
La propaganda occidental se condolía de la pequeña
víctima y exaltaba su valentía. Weygand y Daladier (c)
planificaron –"sueño" primero, y luego "delirio", según el
historiador Jean-Baptiste Duroselle– una guerra contra la
URSS en el Norte Grande, y luego en el Cáucaso. Pero Lon-
dres aplaudió el compromiso finlandés-soviético del 12 de
marzo de 1940, así como el nuevo avance del Ejército
Rojo que siguió al derrumbe francés (ocupación a mediados
de junio de 1940 de los países bálticos, y a fin de junio
de la Besarabia-Norte Bucovine). Después de lo cual envió
a Moscú a Stafford Cripps, único sovietólogo del
establishment. En ese momento, Londres prefería el avance
soviético en el Báltico al alemán.
Después de décadas de polémicas, los archivos
soviéticos confirmaron que alrededor de 5.000 oficiales pola-
cos, cuyos cadáveres fueron descubiertos por los alemanes
en 1943 en Katyn (cerca de Smolensk, en Rusia), habían sido
ejecutados en abril de 1940 por una orden de Moscú.
Feroces con los polacos, los soviéticos salvaron a más de un
millón de judíos de las zonas reanexadas y organizaron la
evacuación prioritaria en junio de 1941 (9).
Este período, que va del 23 de agosto de 1939 al 22
de junio de 1941, fue objeto de otro debate, relativo a la

31
implementación por Stalin del pacto germano-soviético.
Algunos especialistas señalan, por ejemplo, el suministro
de materias primas soviéticas a la Alemania nazi, el cam-
bio de estrategia impuesta en el verano de 1940 al Kom-
intern y a los partidos comunistas invitados a denunciar
la "guerra imperialista", etc. Los historiadores aquí men-
cionados le quitan importancia, e incluso cuestionan esta
interpretación (10). Observemos que Estados Unidos
–incluso después de entrar en guerra contra Hitler en diciem-
bre de 1941– y Francia, oficialmente beligerante desde el
3 de septiembre de 1939, le brindaron al Reich abundantes
suministros industriales (11).
Las relaciones ger mano-soviéticas, en crisis desde
junio de 1940, rozaron la ruptura en noviembre. "Entre 1939
y 1941, la URSS de sa rro lló con si de ra ble men te su
ar mamento terrestre y aéreo y concentró de 100 a 300
divisiones (es decir, de 2 a 5 millones de hombres) a lo
largo o cerca de sus fronteras occidentales" (12). El 22 de
junio de 1941, el Reich lanzó el asalto anunciado por la
acumulación de sus tropas en Rumania. Nicolás Werth
habla del "derrumbe militar de 1941", que habría sido se-
guido (en 1942-1943) por "un sobresalto para el régimen
y la sociedad".
Pe ro el 16 de ju lio el ge ne ral Doyen le anun ció a
Pétain, en Vichy, la muerte de la "Blitzkrieg" (e): "Aunque
era cierto que el Tercer Reich obtenía en Rusia éxitos es-
tratégicos, el giro tomado por las operaciones no respondía
a la idea que se habían hecho sus dirigentes. Éstos no habían
previsto una resistencia tan feroz del soldado ruso, un
fanatismo tan apasionado de la población, una guerrilla tan
agotadora en las retaguardias, pérdidas tan importantes, un
vacío completo ante el invasor, dificultades tan considera-
bles de abas te ci mien to y de co mu ni ca cio nes (...) Sin

32
preocuparse por su alimento de mañana, el ruso incendia sus
co se chas, que ma sus pue blos, des tru ye su ma te rial
rodante, sabotea sus explotaciones productivas?" (13).
El Vaticano, que tiene la mejor red mundial de infor-
maciones, a comienzos de septiembre de 1941 se alarmó por
las dificultades "de los alemanes" y por la posibilidad de un
resultado "que hiciera que Stalin fuera llamado a organizar
la paz de común acuerdo con Churchill y Roosevelt". Situó
entonces "el giro de la guerra" antes de la detención de la
Wehr macht en Mos cú (ha cia fin de oc tu bre) y mu cho
antes de Stalingrado. Así se confirmó el juicio que tenía
desde 1938 el agregado militar francés en Moscú, Auguste-
Antoine Palasse, sobre el hecho de que la potencia militar
soviética no hubiera sufrido mellas, según él, con las purgas
que siguieron al proceso de ejecución del mariscal Mikhail
Toukhatchesvski y del alto Estado Mayor del Ejército Rojo,
en junio de 1937 (14).
El Ejército Rojo –escribía– se reforzaba y desarro-
llaba un "patriotismo" inaudito: la posición del ejército, la
formación militar y una propaganda eficaz "mantenían en
tensión las energías del país y le brindaban el orgullo de
las hazañas realizadas por los suyos (...) y la confianza
inquebrantable en su fuerza defensiva". Palasse había re-
gistrado, desde agosto de 1938, las derrotas japonesas en
los enfrentamientos de la frontera URSS-China-Corea. La
calidad del Ejército Rojo así atestiguada sirvió de lección:
ante el furor de Hitler, Japón fir mó en Moscú, el 13 de
abril de 1941, un "pac to de neu tra li dad" que li be ra ba
a la URSS de su ob se sión –des de el ata que con tra
Manchuria (1931) y después de toda la China (1937)– de
tener que sopor tar una guerra en dos frentes. Después
de ha ber se re ple ga do, du ran te lar gos me ses, ba jo
el asal to de la for mi da ble má qui na de gue rra na zi,

33
el Ejército Rojo iba a estar en condiciones de pasar nueva-
mente a la ofensiva.
Así como en 1917-1918 el Reich fue derrotado en el
Oeste, sobre todo por el ejército francés, de 1943 a 1945 lo
fue en el Este y por el Ejército Rojo. Para darle un alivio a su
ejército Stalin reclamó, desde agosto-septiembre de 1941, un
"segundo frente" (envío de divisiones aliadas a la URSS o de-
sembarco en las costas francesas). Pero debió contentarse con
las ala ban zas del pri mer mi nis tro bri tá ni co Wins ton
Churchill, seguido prontamente por el presidente estadou-
nidense Franklin D. Roosevelt, sobre "el heroísmo de las
fuerzas combatientes soviéticas", y con un "préstamo garan-
tizado" estadounidense (reembolsable después de la guerra),
que un historiador soviético evaluó en 5.000 millones de
rublos, o sea el 4% del ingreso nacional de 1941 a 1945. El
rechazo de este segundo frente y el apartar a la URSS de las
re la cio nes in te ra lia das (a pe sar de su pre sen cia en la
cumbre de Teherán, en noviembre de 1943) reavivaron su
obsesión por el retorno del "cordón sanitario" y las "manos
libres en el Este".
La cuestión de las relaciones de fuerzas en Europa se
agudizó cuando la capitulación del general Friedrich von
Paulus en Stalingrado, el 2 de febrero de 1943, puso en el or-
den del día la paz futura. Como Washington contaba con su
hegemonía financiera para escapar a las normas militares de
la solución de conflictos, Franklin D. Roosevelt se rehusó a
negociar sobre los "objetivos de guerra" presentados a
Winston Churchill por José Stalin en julio de 1941 (retorno
a las fronteras europeas del antiguo imperio alcanzadas en
1939-1940) porque una "esfera de influencia" soviética limi-
taría la estadounidense; el financista Averell Harriman, em-
bajador en Moscú, pensaba en 1944 que el atractivo de una
"ayu da eco nó mi ca" pa ra la arrui na da URSS "evi ta ría

34
el desarrollo de una esfera de influencia (...) soviética en
Europa Oriental y los Balcanes".
Pe ro ha bía que con tar con Sta lin gra do, don de se
enfrentaban desde julio de 1942 "dos ejércitos de más de un
mi llón de hom bres". El sovié ti co ga nó esa "ba ta lla
encarnizada" –seguida día a día en la Europa ocupada– "que
su pe ró en vio len cia a to das las ba ta llas de la Pri me ra
Guerra Mundial (...) en cada casa, cada fuente de agua, ca-
da sótano, cada pedazo de ruina". Su victoria "puso a la URSS
en el camino de ser una potencia mundial", como la "de
Poltava en 1709 (contra Suecia) había transformado a Rusia
en potencia europea".
La verdadera apertura del "segundo frente" se demoró
hasta junio de 1944, cuando el avance del Ejército Rojo
–más allá de las fronteras soviéticas de julio de 1940–
exigió el reparto de las "esferas de influencia". La conferen-
cia de Yalta, en febrero de 1945, cumbre de los logros de la
URSS, que había sido un beligerante decisivo, no resultó de
la astucia de Stalin despojando a la Polonia mártir contra un
Churchill impotente y un Roosevelt cerca de la muer te,
sino de una relación de fuerzas militares.
Roosevelt se inclinó entonces a proseguir con una ca-
rrera negociada de reedición de la Wehrmacht "con armas
anglo-estadounidenses y el envío de las fuerzas al Este": a
fines de marzo, "26 divisiones alemanas seguían en el
frente occidental (...) contra 170 divisiones en el frente del
Este" (15), donde los combates hicieron furor hasta el final.
En marzo-abril de 1945, la operación Sunrise ulceró a Mos-
cú: el jefe de la Office of Strategic Services (ancestro de la
CIA) en Berna, el financista Allen Dulles, negoció con el
general SS Karl Wolff, jefe del estado mayor personal de
Himmler, responsable del asesinato de 300.000 judíos, la
capitulación del ejército Kesselring en Italia. Pero quedaba

35
políticamente excluida la posibilidad de que Berlín se
volviera hacia Occidente: del 25 de abril al 3 de mayo, las
batallas del frente oriental mataron a otros 300.000 soldados
sovié ti cos. Es de cir, el equiva len te de las pér di das
estadounidenses totales (292.000), únicamente militares, de
los frentes europeo y japonés de diciembre de 1941 a agosto
de 1945 (16).
Según Jean-Jacques Becker, "dejando a un lado que se
desplegó en espacios mucho más vastos, y dejando también
a un lado el costo extravagante de los métodos de combate
caducos del ejército soviético, en un plano estrictamente mi-
litar, la segunda guerra fue menos violenta que la primera"
(17). Esto equivale a olvidar que sólo la URSS perdió la
mitad de las víctimas de todo el conflicto de 1939-1945,
especialmente a consecuencia de la guerra de exterminación
que el Tercer Reich planificó para liquidar, además de la
totalidad de los judíos, de 30 a 50 millones de eslavos (18).
La Wehrmacht, feudo pangermanista fácilmente nazificado,
al con si de rar a "los ru sos co mo ‘asiá ti cos’ dig nos del
desprecio más absoluto", fue el artesano principal de esa
masacre: su salvajismo antieslavo, antisemita y antibolche-
vique, descripto en el proceso de Nüremberg (1945-1946),
pero durante mucho tiempo callado en Occidente y recien-
temente recordado en Alemania por exposiciones itineran-
tes (19), privó a la URSS de las "le yes de la gue rra"
(convenios de La Haya de 1907).
Dan testimonio de ello sus órdenes: el decreto llama-
do "del comisario" del 8 de junio de 1941, que prescribía
la ejecución de los comisarios políticos comunistas integra-
dos al Ejército Rojo; la orden de "no hacer prisioneros", que
causó la ejecución en el campo de batalla, una vez termi-
nados los combates, de 600.000 prisioneros de guerra,
orden extendida en julio a los "civiles enemigos"; la orden

36
de Reichenau de "exterminación definitiva del sistema ju-
deo-bolchevique", etc. (20). Así 3,3 millones de prisioneros
de guerra, es decir, más de dos tercios del total, sufrieron en
1941-1942 una "muerte programada" por el hambre y la sed
(80%), el ti fus y el tra ba jo es clavo. Los pri sio ne ros
"co mu nis tas fa ná ti cos" en trega dos a la SS fue ron los
conejillos de indias del primer gaseado con Zyklon B en
Auschwitz, en diciembre de 1941.
La Wehr macht fue, jun to con la SS y la po li cía
alemana, un agente activo de la destrucción de los civiles,
judíos y no judíos. Ayudó a los Einsatzgruppen SS encarga-
dos de las "operaciones móviles de matanza" (Raúl Hilberg),
como la per petrada por el grupo C en la hondonada de
Babi Yar, a fines de septiembre de 1941, diez días después
de la en tra da de sus tro pas en Kiev (cer ca de 34.000
muertos): una de las innumerables masacres perpetradas,
con "auxiliares" polacos, bálticos (letones y lituanos) y
ucra nia nos, des crip tas por el pun zan te Liv re noir de
Ilya Ehrenburg y Vassili Grossman (21).
Eslavos y judíos (1,1 millón sobre 3,3) perecieron
de a miles en Oradour-sur-Glane (ciudad mártir) así como en
los campos de concentración. Los 900 días del sitio de
Leningrado (julio de 1941-enero de 1943) mataron un millón
de habitantes sobre los dos y medio existentes, de los cuales
"más de 600.000" durante la hambruna del invier no de
1941-1942. En total, "1.700 ciudades, 70.000 pueblos y 32.000
empresas industriales fueron arrasadas". Un millón de
Ostarbeiter ("trabajadores del Este"), deportados hacia el oes-
te, fueron agotados o aniquilados por el trabajo y las sevicias
de las SS y de los "ka pos" en los "kom man dos" de los
campos de concentración, minas y fábricas de los Konzerne
y de las filiales de grupos extranjeros, como Ford, fabricante
de los camiones de 3 toneladas del frente del Este.

37
El 8 de marzo de 1945 la URSS, exangüe, ya había per-
dido el beneficio de la "Gran Alianza" que impuso a los an-
glo-estadounidenses la enorme contribución de su pueblo,
bajo las armas o no, para su victoria. El containment (conten-
ción) de la "guerra fría", bajo la égida de Washington, podía
restablecer el "cordón sanitario", la "primera guerra fría" que
Londres y París habían dirigido de 1919 a 1939. u

1 "1947-1948. Du Ko min form au ‘coup de Pra gue’, l'Oc ci dent eut-il


peur des Soviets et du com mu nis me?", His to riens et géograp hes
(HG), Pa rís, n° 324, agos to-sep tiem bre de 1989, pp. 219-243.
2 Dia na Pin to, "L'A mé ri que dans les liv res d'his toi re et de géograp hie
des clas ses ter mi na les fran çai ses", HG, n° 303, mar zo de 1985, pp.
611-620; Geof frey Ro berts, The Soviet Union and the ori gins of the
Se cond World War, 1933-1941, Saint Mar tin’s Press, Nueva York,
1995, in tro duc ción.
3 Véa se tam bién Geof frey Ro berts, op. cit., p. 95-105, y Gabriel Go ro -
detsky, "Les des sous du pac te ger ma no-sovié ti que", Le Mon de di plo -
ma ti que, ju lio de 1997.
4 Sal vo otra in di ca ción, las fuen tes aquí ci ta das se en cuen tran en los
archivos del Mi nis te rio Fran cés de Re la cio nes Ex te rio res o del Ejér-
ci to de tie rra (SHAT) y en los archivos pu bli ca dos de Ale ma nia, Rei -
no Uni do y Es ta dos Uni dos. En cuan to a los nu me ro sos li bros, en ge -
ne ral po co co no ci dos, so bre los que se apoya es te ar tí cu lo, se en -
cuen tran reu ni dos en una larga bi bliogra fía que el lec tor en con tra rá
en el si tio de in ternet de Le Mon de di plo ma ti que, www.mon de-di plo -
ma ti que.fr.
5 Wins ton Churchill, Me mo rias, vol. I, "La Se gun da Gue rra Mun dial:
Se cierne la tor men ta ", Edi cio nes Peu ser, Bue nos Ai res, 1961.
6 Car ta a Guy de la Cham bre, mi nis tro de avia ción, Mos cú, 29 de
agos to de 1939 (SHAT).
7 Mi chael J. Carley, 1939, The allian ce that ne ver was and the co ming
of World War 2, Ivan R. Dee, Chi ca go, 2000, pp. 256-257.
8 Car ta 771 de Charles Cor bin, Lon dres, 28 de oc tu bre de 1939, archi-
vos del Quai d’Orsay (MAE).
9 Dov Levin, The les ser of two evils: Eas tern Eu ro pean Jewry un der So-
viet ru le, 1939-1941, The Jewish Pu bli ca tions So ciety, Fi la del fia-Je -
ru sa lem, 1995.

38
10 Véan se es pe cial men te las obras ya ci ta das de Geof frey Ro berts y
Gabriel Go ro detscky, y tam bién Bern hard H. Bayerlin y otros, Mos -
cou, Pa ris-Berlin (...) 1939-1941, Tai llan dier, Pa rís, 2003. La co mu -
nis ta li ber ta ria Marga re te Bu ber-Neu mann acu só en sus Me mo rias
al ré gi men sovié ti co de haber en tre ga do an ti fas cis tas ale ma nes a la
Ges ta po.
11 Charles Hig ham, Tra ding with the enemy 1933-1949, De la cor te
Press, Nueva York, 1983; y In dus triels et ban quiers fran çais sous
l’Oc cu pa tion, Ar mand Co lin, Pa rís, 1999.
12 Geof frey Ro berts, op. cit., pp. 122-134 y 139.
13 La Dé lé ga tion fran çai se au près de la Com mis sion alle man de d'Ar mis -
ti ce de Wies ba den, 1940-1941, Im pri me rie na tio na le, Pa rís, vol. 4, pp.
648-649.
14 NDLR: Se con si de ra que es tas purgas de bi li ta ron con si de rable men -
te al Ejérci to Ro jo.
15 Gabriel Kol ko, The Po li tics of War, Ran dom Hou se, Nueva York,
1969, cap. 13-14.
16 Pie ter La grou, en Stép ha ne Au doin-Rou zeau y otros, La vio len ce de
gue rre 1914-1945, Com plexe, Bru se las, 2002, p. 322.
17 Ibid., p. 333.
18 Götz Aly y Su san ne Heim, Vorden ker der Ver nich tung, Hoff mann und
Cam pe, Ham burgo, 1991, re su mi do por Do mi ni que Vi dal, Les his to -
riens alle mands re li sent la Shoah, Com plexe, Bru se las, 2002, pp. 63-
100.
19 Edouard Hus son, Com pren dre Hi tler et la Shoah, PUF, Pa rís, 2000,
pp. 239-253.
20 Omer Bar tov, Ger man Troops, Mac Mi llan, Lon dres, 1985; L’ar mée
d’Hi tler, Ha chet te Plu riel, Pa rís, 1999; y Tom Bower, Blind eye to
murder, An dré Deutsch, Lon dres, 1981.
21 Ac tes Sud, Arles, 1995.
(a) Ac tual men te, Ucra nia oc ci den tal. Co mo mu chas de las "marcas"
(provin cias de fron te ra), Ga li cia había es ta do, a través de la his to -
ria, en ma nos de los ru sos, mogo les, po la cos y li tua nos. For mó par te
del Im pe rio aus tro-hún ga ro has ta 1919, año en que fue in corpo ra da
otra vez a Po lo nia.
(b) Su de tes: nom bre ge ne ral que de sig na una re gión li mí tro fe de la Re -
pú bli ca Che ca, al nor te de Bo he mia, que com pren de la fron te ra oc -
ci den tal y par te de la fron te ra sep ten trio nal y me ri dio nal

39
(c) Je fe de la mi sión mi li tar fran ce sa en Po lo nia y je fe del go bierno
fran cés, res pec tiva men te.
(d) An ti gua re gión de Eu ro pa orien tal que abarca gran par te de la ac -
tual Mol davia y al gu nos dis tri tos de Ucra nia.
(e) La Blitzkrieg o "guerra relámpago" fue un nuevo tipo de estrategia puesto
en práctica por primera vez por las tropas alemanas en la invasión de Polo-
nia el 1 de septiembre de 1939. Este nuevo sistema de hacer la guerra consis-
tía en aplicar la máxima movilidad posible a las tropas en contraposición
con las estrategias de posiciones vigentes en Europa.

A.L-R

40
De la eutanasia a la “solución final”

Exterminio de enfermos
y ancianos en el Tercer Reich
por Susanne Heim *

Desde los primeros años del régimen nazi


circularon en Alemania rumores que afirmaban
la existencia de planes de exterminio sistemático de la
población “poco productiva”. La eutanasia
se constituyó así en entrenamiento y ensayo
del que sería uno de los rasgos más atroces de la
IIª Guerra Mundial: las matanzas de prisioneros
en las cámaras de gas.

En la primavera de 1944, la dirección de los Servicios de


Seguridad (SD) nazis, en Berlín, solicitó a sus informantes
que le proveyeran “informes” sobre el estado de la opinión
pública acerca de una cuestión muy especial: el rumor que
circulaba por toda Alemania sobre la prematura ejecución
de las personas de edad (1). Los resultados revelaron una
*inVestigaDora. autora, en colaboración con götz aly, De VorkenDer Der
Vernichtung. auschwitz unD Die Deutschen pläne Für neue europäische orD-
nung (los precursores Del exterminio. auschwitz y los planes alemanes para un
nueVo orDen europeo), hoFFmann unD campe, hamburgo, 1991.artículo publi-
caDo en el número 52 De la eDición chilena De Le Monde dipLoMatique, mayo 2005.
traducción: patricia minarrieta
41
pro fun da des con fian za res pec to del sis te ma de sa lud
nacionalsocialista. Gran par te de la población estimaba
que a causa de su menor productividad, los ancianos eran
considerados indeseables y superfluos por el Estado, y
recibían por ende una asistencia insuficiente.
Se gún cier tas ver sio nes, al gu nos mé di cos se
“deshacían” de personas de edad enfermas con métodos
“apro pia dos” a fin de re du cir los cos tos y aho rrar los
medicamentos escasos. Muchos alemanes pensaban que las
mismas autoridades habían invitado a los funcionarios de la
salud a interrumpir los tratamientos de los pacientes de edad
más avanzada, y a no prescribirles más prótesis ni medica-
mentos de circulación limitada como la insulina. En cier-
tos distritos, las personas mayores evitaban ir al médico y
preferían dirigirse a su farmacéutico o a un curandero ; otros
no tomaban lo que les recetaba su médico, temiendo ser en-
venenados. Estos rumores iban a la par con las quejas: en la
distribución de alimentos de alto valor nutricio -como las
frutas, verduras o leche- y en las evacuaciones para huir de
los bombardeos aliados, los jóvenes y especialmente las
mujeres fecundas se habrían visto privilegiados.
En muchas regiones, estas versiones persistían obsti-
nadamente desde hacía años por una razón sencilla : el re-
cuerdo, muy vívido, de las últimas experiencias de elimina-
ción clínica de los “inútiles” a pedido del Estado. En rela-
ción con los nuevos rumores, se evocaba con indignación el
asesinato de los pacientes de los asilos y hospitales en for-
ma casi abierta. La gente pensaba que, después de los disca-
pacitados, llegaría a los viejos el turno de ser sometidos a las
“inyecciones de la Ascensión”, que los enviarían al más allá.
Pero el conocimiento de la política de eutanasia de
los nazis suscitó más resignación que rebeldía. Entre enero
de 1940 y agosto de 1941, alrededor de 70.000 internos de

42
es ta ble ci mien tos psi quiá tri cos ale ma nes ha bían si do
sis te má ti ca men te ase si na dos. Obra de una ins ti tu ción
disimulada bajo el nombre T4, este asesinato masivo fue en-
cu bier to ad mi nis tra tiva men te y de cre ta do se cre to de
Estado. A comienzos de la guerra, el mismo Hitler había
re dac ta do una au to ri za ción en tal sen ti do, for mu la da
voluntariamente de modo vago, para dejar en manos de los
expertos médicos y administrativos la organización del pro-
grama criminal y la definición de los grupos de víctimas.
Aunque los médicos implicados exigieron una garantía le-
gal, el mandatario se negó, so pretexto de confidenciali-
dad, a recurrir a una ley de eutanasia. Muchos indicios
confirman sin embargo que las fugas de información no se
debieron a un error: fueron voluntarias.

Un test para el judeocidio

La liquidación de los enfermos mentales enseñó al régi-


men algo esencial: ese genocidio no había quebrantado
esencialmente la lealtad de la población (experiencia
decisiva para la aplicación del programa de exterminio
de los prisioneros de los campos, judíos y gitanos romas
y sintis). Por otra parte, las estructuras y el personal que
había pasado la “prueba” del asesinato de los minusváli-
dos participaron acto seguido en el judeocidio.
Los preparativos del “test” que representó la eutanasia
vienen de muy lejos. El director de un asilo psiquiátrico lo
atestiguó retrospectivamente en 1947: incluso antes de la
guerra, el ministerio del interior pensaba, en caso de conflic-
to, reducir drásticamente las raciones de los ocupantes de los
asilos y hospitales psiquiátricos.
Frente a la objeción según la cual eso conduciría a
hacerlos morir de hambre, se había “prudentemente, por

43
primera vez, tanteado el terreno, preguntando qué posición
adoptaría la Misión Interior (2) si el Estado planificaba el
exter minio de cier tas categorías de enfer mos durante la
gue rra, en ca so de que los ali men tos dis po ni bles no
alcanzaran para alimentar al total de la población (3)”.
Durante el verano de 1939, el médico personal de
Hitler, Theo Morell, había redactado un infor me en el
mismo sentido. Basándose en una encuesta realizada a
principios de los años ’20 entre los padres de niños con
discapacidades importantes, concluía que la mayoría de ellos
aceptaban que “la vida de su hijo se abreviara sin sufrimien-
to”. Algunos decían incluso preferir no decidir ellos mismos
la suerte de su hijo: más valía que un médico tomara las
decisiones necesarias. A partir de lo cual Morell preconi-
zó, en caso de eutanasia, la renuncia al consentimiento
ex plí ci to de la fa mi lia, el mayor di si mu lo po si ble del
asesinato del enfermo y, en términos más generales, la uti-
lización del “prefiero-no-saberlo” (4). Las víctimas fueron
pues rápidamente transferidas de un establecimiento al otro,
a fin de hacer más difíciles las búsquedas de allegados in-
quietos, y luego asesinadas en los centros de ejecución (5).
Las fa mi lias re ci bían en ton ces el anun cio del de ce so,
imputado a una causa inventada, así como la incineración
del difunto.
Pese a estas precauciones, el secreto del asesinato de
los enfermos se divulgó, en especial entre el personal de los
asilos y en los alrededores de los lugares de ejecución.
El frágil tabú quedó públicamente expuesto en agosto
de 1941, cuando el obispo de Munster, conde Clemens
August von Galen, repudió abiertamente el crimen en un ser-
món. Las protestas procedían más que nada de los medios
católicos. Semanas antes del escándalo público de von
Ga len, Hi tler ha bía or de na do de te ner el progra ma de

44
eutanasia. Pero eso no significaba de ningún modo el cese
de actividades de los centros de matanza. El número de víc-
timas correspondía aproximadamente, en ese momento, al
objetivo fijado por los organizadores en 1939 : uno de ca-
da diez pacientes de hospital psiquiátrico debía ser “tomado
por la acción”, es decir entre 65.000 y 70.000 personas en
total. Y los exper tos en estadística calcularon incluso el
ahorro realizado así en materia de alojamiento, vestimenta
y alimentación ¡hasta 1951! Sin contar el personal médico
“liberado” para otras tareas, los lugares disponibles para
enfermos curables, los asilos transformados en hospitales.
Ya durante la Primera Guerra Mundial, la división de
la población en distintas categorías destinadas a ser mejor
o peor aprovisionadas ‘en función de su “valor”’ había
conducido a una subalimentación drástica de los pacientes
de los hospitales psiquiátricos. De allí un fuerte aumento de
la cifra de su mortalidad (6). Pero con la Segunda Guerra
Mundial, la selección sistemática, combinada con medidas
estatales coercitivas, se convirtió en la base de la política
social. Y no cambió nada la interrupción, en 1941, del
progra ma de eu ta na sia: el ase si na to de los en fer mos
prosiguió, de forma descentralizada y con otras técnicas. Las
autoridades locales ya no deportaban a los condenados a las
cámaras de gas de los centros de exterminio: los mataban en
distintos hospitales y asilos mediante inyecciones letales. Al
mismo tiempo, el círculo de los participantes directos en el
asesinato y el de las personas infor madas se ampliaron
considerablemente.
Los expertos en eutanasia, que antes elegían los pacien-
tes a ser eliminados, desplazaron su actividad hacia otros
grupos de víctimas. A partir de la primavera de 1941, selec-
cionaron prisioneros de los campos de concentración -sobre
todo minusválidos y judíos- para ser llevados a la cámara de

45
gas. Más adelante, los asesinos del “Aktion T4” operaron en
los centros de exterminio de Belzec, Sobibor y Treblinka,
cuyos comandantes sacaron provecho de su experiencia
en materia de utilización de las cámaras de gas para la
destrucción de los judíos.
Aparte de sus conocimientos prácticos y organizativos,
los “T4” transfirieron de la eutanasia a la “solución final”
su experiencia en el manejo de la opinión pública. Tan es así
que en abril de 1941, el consenso en torno al asesinato de los
enfermos se confirmó favorable: “En el 80% de los casos
los allegados están de acuerdo, el 10% protesta y el 10% es
indiferente” (7). Los informes de los SS de la primavera de
1944 pueden leerse entonces como signos de una prudente
moderación: sondean la atmósfera general, dan indicacio-
nes sobre las posibles causas de los rumores y aconsejan a
las autoridades en cuanto a su reacción. En todo caso, se
trataba menos de manipular a la opinión pública que de
medir las fronteras de lo realizable. u

1 Antiguos archivos especiales, Moscú, 500/4/330.


2 Organización de asistencia protestante, cuya dirección se había pronunci-
ado, desde 1931, a favor de una esterilización eugenésica. Cf. Ernst Klee,
Euthanasie im NS-Staat, Fischer Verlag, Frankfurt, 1985.
3 Ludwig Schaich, Lebensunwert ?, citado por Götz Aly y Susanne Heim en
Vordenker…, op. cit.
4 Idem.
5 Grafeneck, Brandenburg, Bernburg, Hadamar, Harteheim, Pirna.
6 Heinz Faulstich, Hungersterben in der Psychiatrie 1914-1949, Lambertus
Verlag, Friburgo, 1997.
7 Susanne Heim y Götz Aly, op. cit.

S.H.

46
Una lección de coraje

Las mujeres de la Rosenstrasse


por Dominique Vidal*

Siempre se dijo que en la Alemania nazi


"no había nada que hacer". Un grupo de mujeres que en 1943
exigió y obtuvo la liberación
de sus maridos judíos recientemente detenidos demostró lo
contrario. Una prueba de que
la dictadura temía las reacciones del pueblo más
de lo que la historiografía tradicional sostiene.

Ese 27 de febrero de 1943, al alba, los SS de la Leibstan-


dar te Hi tler, en carga dos de la segu ri dad per so nal del
Führer, ocupan sus lugares en camiones cubier tos con
lonas que parten hacia los cuatro confines de Berlín (1).
Su misión: detener en su casa o en su trabajo, con ayuda
de la Gestapo y de la policía municipal, a los últimos ju-
díos de la capital del III Reich. Unos trabajan en fábricas
vitales para la Wehrmacht; otros, casados con cónyuge ale-
mán, no caen por efecto de las leyes de Nuremberg de 1935.
*JEFE DE REDACCIÓN ADJUNTO DE LE MONDE DIPLOMATIQUE, PARÍS. ARTÍCULO PUBLICADO
EN EL NÚMERO 52 DE LA EDICIÓN CHILENA DE LE MONDE DIPLOMATIQUE, MAYO 2005.Tra-
ducción: Patricia Minarrieta

47
El ministro de propaganda y gauleiter (jefe regional) del
Par tido Nacionalsocialista, Joseph Goebbels, que hace
diez años sueña con limpiar de judíos su ciudad, puede
finalmente poner término a esas excepciones.
Por la noche, cerca de 5.000 personas han sido
secuestradas, entre ellas 1.700 maridos de alemanas.
Algunos van ya rumbo a los campos de la muerte. Otros
esperan su deportación, hacinados en dos cárceles im-
provisadas. Una de ellas se encuentra en los números 2-
4 de la Rosenstrasse, en el local de una oficina de asis-
tencia social de la comunidad judía. Desde el mediodía,
decenas de mujeres, preocupadas por no ver volver a su
marido, se apiñan en la calle: pronto son 200. Algunas
pasan la noche allí...
Al día siguiente, se duplica su número... y su deci-
sión. El hecho de que el servicio de asuntos judíos de la
Gestapo tenga su sede a dos pasos, en la Burgstrasse, no
les impide gritar a coro: "¡Devuélvannos a nuestros mari-
dos!". Ni la presencia de los SS, ni el cierre de la estación
de subterráneo cercana de Börse, ni siquiera los terribles
bombardeos aéreos británicos de la tarde les impiden de-
safiar al régimen. El historiador David Bankier relata (2),
basándose en un testigo, cómo varias mujeres enfrentan a
los agentes de la Gestapo y "se atreven a decirles que
deberían ir ellos mismos al frente del Este y dejar en paz
a los viejos judíos", pero "la mayoría de los peatones
–agrega– miran la escena con total indiferencia".
En su Diario, con fecha 2 de marzo, Goebbels escri-
be: "Estamos echando definitivamente a los judíos fuera
de Berlín. Los prendimos a todos en una redada el
pasado domingo y vamos a embarcarlos hacia el Este de
inmediato." No tiene en cuenta la multitud que crece en
la Rosenstrasse. Cuando los SS amenazan disparar, las

48
mujeres van a refugiarse en las entradas de las casas o
bajo un viaducto cercano, luego regresan: "Queremos a
nuestros maridos", exigen al unísono.

Victoria contra la pasividad

El 5 de marzo, el régimen intenta unas últimas maniobras


intimidatorias. La Gestapo desplaza por la fuerza a dece-
nas de manifestantes. Luego un jeep ocupado por cuatro SS
con uniforme y casco de acero, blandiendo metralletas, arre-
mete contra la multitud lanzando disparos. Las mujeres se
dispersan corriendo, para regresar nuevamente frente a la
prisión. Algunas de ellas, estimuladas por el poder de su mo-
vi mien to, se ani man in clu so a ir a pe dir a la Ges ta po
noticias de sus esposos. Otras consiguen introducirse en el
edificio de la Rosenstrasse. "Conservábamos la esperanza
de que nues tros ma ri dos vol ve rían a ca sa y no se rían
deportados", testimonia una manifestante.
Lo más increíble es que no se equivocan. El 6 de
marzo, la dictadura no sólo pone fin a los arrestos y
deportaciones que continuaban hasta ese momento, sino
que ordena la liberación de todos los judíos casados con
alemanas –hará incluso buscar en Auschwitz a veinticin-
co de ellos, que podrán volver a su hogar–. Por lo demás,
casi todos sobrevivirán a la guerra. Oficialmente, la
Gestapo de Berlín cometió simplemente un abuso de po-
der secuestrando y deportando a judíos casados con
alemanas, y el poder había puesto, naturalmente, las
cosas en orden.
La realidad nada tiene que ver con esa fábula del
"error" burocrático rectificado. Fue el mismo Goebbels
quien ordenó la redada y quien, luego de una reunión con
Adolf Hitler, el 3 de marzo, en su Wolfschanze (guarida

49
de lobo), la suspendió. ¿Por qué? La respuesta procede
sin duda del período durante el cual se desarrolla este ca-
so: justo después de la derrota de Estalingrado. El ánimo
de los alemanes está en su punto más bajo. Los dirigen-
tes nazis tienen entonces una única obsesión:
que el "frente interior" se quiebre, como en 1917, bajo el
ataque sorpresivo del Ejército Rojo y los bombardeos
anglo-estadounidenses. La resistencia corajuda, pero re-
lativamente apolítica, de las mujeres de la Rosenstrasse
amenaza transfor marse en una mancha de aceite:
¿y si otros manifestantes vinieran a perturbar las depor-
taciones masivas de judíos, que tienen lugar entonces en
numerosas ciudades de Alemania?
"En Berlín –especifica el historiador Peter Longe-
rich (3)– se internó temporalmente a cientos de judíos
casados con no judías en dos edificios de la comunidad
judía, con el fin manifiesto de poder intercambiarlos
por aquellos empleados de la comunidad que debían ser
deportados. Por destacable que sea esta acción, la
protesta pública espontánea de miembros de ese grupo
reunidos frente al edificio de la Rosenstrasse, no fue
sin embargo la causa de la liberación de los hombres
encarcelados, ya que una deportación de los judíos
que vivían en ‘pareja mixta’ no estaba prevista en
esa época."
El colaborador del ministro de Propaganda, Leopold
Gutterer, contradice esa apreciación: "Goebbels liberó a
los judíos para eliminar para siempre toda protesta. (...)
Para evitar que otros saquen una enseñanza o sigan el
ejemplo de esa protesta, había que eliminar toda razón de
protestar" (4). En su obra maestra, La Destruction
des juifs d’Europe (5) (La destrucción de los judíos de
Europa), Raul Hilberg sigue la misma línea, cuando

50
escribe que los maridos judíos de mujeres alemanas
"fueron finalmente exceptuados, dado que se percibió, en
el fondo, que su deportación podía llegar a comprometer
todo el proceso de destrucción".
A la distancia, la victoria de las mujeres de la
Rosenstrasse interroga al historiador. Ésta constituye en
primer lugar una dura respuesta a todos aquellos que ex-
plicaron su pasividad asegurando que "no había nada que
hacer" contra el régimen nazi. Más aun: prueba que la
acción, lejos de ser un testimonio meramente simbólico,
podía hacerlo retroceder. Más allá del muy particular
contexto del invierno de 1943, esta victoria incita
incluso a revisar los vínculos que la dictadura mantenía
con su pueblo: ¿no temía la primera las reacciones del
segundo mucho más de lo que afirma la historiografía
tradicional?
Eso explicaría, entre otras cosas, el secreto en
que los dirigentes nazis procuraron envolver el
genocidio, pero también los esfuerzos considerables que
desplegaron –como lo demuestra en este mismo dossier
Götz Aly– para "comprar" a los alemanes. Pero lamenta-
blemente, no hubo más que una sola Rosenstrasse... u

1 Sólo un libro en francés trata exhaustivamente este caso: Nathan Stotlzfus,


La Résistance des coeurs. La révolte des femmes allemandes mariées à des
juifs, Phébus, París, 2002. Este artículo se basa en gran medida en informa-
ción incluida en ese libro.
2 Die öffentliche Meinung im Hitlerstaat, Berlin Verlag, Berlín, 1995.
3 Politik der Vernichtung, Piper, Munich, 1998.
4 Nathan Stoltzfus, op. cit.
5 Fayard, París, 1988.

D.V.

51
8 de mayo de 1945

El conflicto visto desde Asia


Por Christopher Bayly y Tim Harper *

En diciembre de 1941, días después del ataque a Pearl


Harbor (1), las tropas japonesas se instalaron en Kelantan, al
noreste de la Malasia británica. En menos de seis semanas,
lograron vencer a los defensores británicos desmoralizados,
apoderarse de Singapur y tomar el control de los recursos de
la rica península malaya. Apostando a una brillante victoria
que ha bría eli mi na do de f i ni tiva men te de la gue rra al
ejército británico y llevado a Estados Unidos a sentarse en la
mesa de negociaciones, el Estado Mayor japonés decidió
atacar la Birmania británica.
Al pasar por Tailandia, los japoneses hicieron caer
una vez más en la trampa a los soldados ingleses y, hacia
fines de febrero de 1942, se acercaron a Rangún, la
capital birmana. Tres meses más tarde, enfrentándose a
un prematuro monzón, se apostaron en la frontera del
Imperio británico de las Indias, por entonces en plena

*autores De forgotten arMies. tHe faLL of britisH asia 1941-1945, penguin, allen
lane (2004). artículo publicaDo en el número 52 De la eDición chilena De Le Mon-
de dipLoMatique, mayo 2005. traducción: gustavo recalde.

53
efervescencia anticolonial. El viejo imperio de doscientos
años parecía a punto de derrumbarse. Alan Brooke, jefe
del Estado Mayor imperial, escribió en su diario: "Lejos
estaba de imaginar que nos harían pedazos tan pronto y
que en menos de tres meses perderíamos Singapur y Hong
Kong" (2).
Durante los tres años que siguieron, el ejército
británico retomó progresivamente la ofensiva, construyen-
do un fuerza eficaz con tropas inglesas, indias y africanas,
apoyadas por la aviación estadounidense. Durante los
primeros meses de 1944, bajo el mando de lord Louis
Mountbatten y del general William Slim -uno de los solda-
dos británicos más respetados de la guerra-, este ejército
enfrentó primero un nuevo intento de invasión japonesa a
India en Imphal y Kohima, en Assam. Luego el 14º bata-
llón de Slim entró en Birmania y recuperó Rangún casi
tres años después del mismo día en que la había perdido.
El ejército japonés sufrió una de las derrotas terrestres más
sangrientas de su historia, que causó la pérdida de más de
100.000 hombres (3). Poco después del bombardeo atómi-
co a Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945,
las tropas inglesas e indias ocuparon Malasia, e incluso,
durante un tiempo, en el otoño de 1945, Indonesia y el sur
de la Indochina francesa.
Después del día de la victoria, el 8 de mayo de 1945,
las tropas británicas apostadas en Oriente, "ejércitos olvi-
dados", no dejaron sin embargo de combatir durante tres
meses tras la caída de Berlín, pero su tenacidad y sus ha-
zañas fueron injustamente eclipsadas por la guerra contra
Alemania. Las protestas se hicieron oír con mayor fuerza
cuando estas tropas se vieron arrastradas a combates san-
grientos e inútiles contra la guerrilla del Vietminh en Indo-
china y contra los nacionalistas de Sukarno en Indonesia.

54
A pesar de todo, proliferaron leyendas heroicas en
torno a los memorables acontecimientos de la guerra bri-
tánica en Oriente. Como la historia de Orde Wingate, ese
comandante de las fuerzas especiales que combatió, con
sus brigadas indias Chindits, detrás de las líneas japonesas
en 1943-1944. O la Fuerza 136, la unidad de combate que
apoyó a las guerrillas chinas contra los japoneses en las
junglas malayas durante la guerra. Sin olvidar el formida-
ble combate del 14º batallón del general Slim contra las
fuerzas japonesas en los pasos más altos de Assam y del
norte de Birmania. Más sombrío es el relato de los sufri-
mientos padecidos por los Aliados en la vías de ferrocarril
construidas por los japoneses entre Tailandia y Birmania:
esta historia se convirtió en una parábola de la firmeza del
espíritu cristiano enfrentando la crueldad bárbara de los
orientales. Aproximadamente diez años después del fin de
la guerra, el francés Pierre Boulle decidió escribir una no-
vela a partir de estos acontecimientos. Su libro destacaba
la rigidez de espíritu de los militares ingleses. Más tarde,
el clima de celebración patriótica comenzó a cambiar con
la película de David Lean, El puente sobre el río Kwai.
Sesenta años después, cuando ingresamos en el siglo
de Asia, es un buen momento para reconsiderar estos
acontecimientos desde el punto de vista asiático. Las
conquistas de los nazis y las de los japoneses tuvieron con-
secuencias muy diferentes en los pueblos ocupados. En
1941, durante su primera incursión al sudeste asiático, los
japoneses no eran vistos por estos pueblos como invasores
feroces, excepto por los chinos, muy informados sobre he-
chos como la "violación de Nanjing", en 1937 (nota). Por
el contrario, se percibía generalmente a los japoneses co-
mo liberadores capaces de acabar con los colonialismos
europeos corruptos y decadentes y de iniciar la era de

55
"Asia para los asiáticos". Más aun cuando los reinados
británico, francés y holandés parecían cada vez más
opresores a medida que la Gran Depresión de los años
1930 aplastaba al campesinado bajo el peso de la deuda y
los regímenes coloniales reprimían los levantamientos que
se originaban. La juventud asiática admiraba al imperio
del Sol Naciente por la gran modernización del siglo XIX
y por su victoria sobre Rusia en 1904-1905. Luego de la
Primera Guerra Mundial, hombres de negocios y especia-
listas japoneses se dispersaron discretamente por todo el
sudeste asiático. Durante la invasión a Malasia, en 1941,
un simpatizante malayo, al referirse a un ex residente que
trabajaba como espía japonés, decía: "Era un simple
peluquero que sabía jugar al tenis... ¿Por qué los británicos
no desconfiaron de gente como él?" (4).
En 1941, durante la invasión japonesa, informes de
los servicios secretos británicos estimaban que un 10 %
de la población -esencialmente en el seno de las minorías
karens y shans- apoyaba a Gran Bretaña y un 10 % a
Japón, el resto esperaría el giro de los acontecimientos.
Pero, al hacerlo, subestimaron la determinación de los gru-
pos radicales malayos, birmanos e indios, que colaboraron
activamente con las fuerzas japonesas con la esperanza de
lograr así la independencia.
En Birmania, por ejemplo, un sector del joven
partido nacionalista, el movimiento Thakin, ya había sido
empujado por las fuerzas japonesas a la isla de Hainan.
Cuando comenzó la invasión, el Ejército para la Indepen-
dencia de Birmania (BIA) recuperó su tierra natal siguien-
do el ejemplo del ejército japonés, con la esperanza de ser
tratado como aliado y no como vasallo. Suzuki Keiji,
comandante japonés de la operación común, era un fer-
viente partidario de la liberación de Asia. Pero el más

56
célebre líder del BIA fue Aung San, padre de la actual
jefa de la oposición birmana Aung San Suu Kyi, quien aún
permanece bajo arresto domiciliario por orden de la junta
militar. El padre, estudiante desprolijo pero nacionalista
apasionado, comenzó en esta época a dudar de la intención
de Japón de otorgar la independencia a su país. Ni la for-
mación, durante el verano de 1943, del gobierno birmano
supuestamente independiente del Dr. Ba Maw modificó
sus convicciones. Aung San se dispuso a organizar secre-
tamente un levantamiento contra los japoneses; algunos de
sus colegas comunistas ya se habían puesto en contacto
con las autoridades británicas en India (5).
En Malasia, jóvenes radicales musulmanes habían
apoyado a los japoneses con la esperanza de lograr una rá-
pida transición hacia la independencia. Muy pronto fueron
decepcionados: cuando cayó Malasia, su líder natural,
Mustapha Hussain, señaló a sus partidarios: "¡Esta victo-
ria no es la nuestra!". Cabe señalar que la larga historia
chino-japonesa se había ensombrecido. A partir de 1937,
los chinos de ultramar habían combatido a Japón con su
billetera: según se estima, habrían financiado un tercio de
los gastos de guerra del régimen nacionalista de Chiang
Kai-shek (6). La revancha de los japoneses fue terrible.
Decenas de miles de chinos que vivían en Malasia y Sin-
gapur fueron diezmados en febrero-marzo de 1942 por el
Ejército imperial durante las llamadas masacres sook
ching (7). Quienes lograron huir a la jungla se embarcaron
en una larga guerrilla contra el ocupante, con la ayuda de
agentes de las fuerzas especiales británicas de la Fuerza
136 (8). La dominación japonesa en Malasia continuó
siendo muy firme hasta las últimas semanas de la guerra.
Su fuerza residía especialmente en el sentimiento
antibritánico de la mayoría de los indios, hombres de

57
negocios, trabajadores profesionales y obreros agrícolas
instalados en la región. Estaban enardecidos por la presen-
cia -entre ellos- del Ejército Nacional Indio (INA),
compuesto en 1943 por alrededor de 40.000 hombres,
principalmente soldados indios del Ejército británico
de las Indias, capturados por los japoneses durante la toma
de Singapur en 1942. Incluso antes de la invasión, muchos
de ellos, al igual que el general Mohan Singh, su primer
líder, habían sido víctimas del racismo de la sociedad
colonial británica. Estaban horrorizados por la suerte de
decenas de miles de pobres trabajadores indios, muertos al
comienzo de la invasión tratando de llegar a pie a la India.
Muchos soldados indios, nacionalistas de corazón, se
sintieron liberados de sus obligaciones con respecto al
rey-emperador británico. Otros fueron simplemente
obligados a sumarse al INA.
La caída del régimen británico y la huida ignominio-
sa de sus antiguos amos blancos convencieron a la
mayoría de ellos de que el imperio había llegado a su fin.
La represión por parte de las autoridades británicas del
movimiento "¡Abandonen la India!", lanzado por Gandhi
en el otoño de 1942, no hizo más que acentuar su despre-
cio del orden colonial. Luego vino la terrible hambruna de
Bengala, en 1943, que le costó la vida a aproximadamen-
te 3,5 millones de indios: había sido causada directamente
por la suspensión de la importación de arroz birmano por
parte India, luego de la invasión japonesa, pero sus raíces
se encontraban en el quiebra de la economía colonial. Tan-
to las autoridades coloniales en India como el Gabinete de
guerra en Londres ignoraban esta tragedia, y la tornaron
en consecuencia más horrible aun.
En 1943, Subhas Chandra Bose asumió el mando del
INA. Formado en Cambridge, este radical rechazaba los

58
llamados a la resistencia no violenta lanzados por Gandhi,
puesto que consideraba que India debía luchar para
obtener su libertad. Tras fugarse de una prisión británica
de Calcuta, estableció primero contacto con los dirigentes
nazis y fue conducido entonces en submarino al frente del
Este. Bose asumió la dirección del gobierno Aza Hind
("India libre" en urdu), un equivalente al gobierno birma-
no "independiente" de Ba Maw, pero sin otro territorio que
las islas Andaman y Nicobar. En 1944, Bose dirigió el INA
en el combate contra el ejército británico, el ejército impe-
rial de las Indias y el ejército estadounidense que se con-
centraban en Assam. Antes de partir, llevó como amuleto,
a la manera de los sufís, un pequeño cofre de plata con
tierra recogida de la tumba del último emperador mogol de
las Indias, muerto en el exilio en Rangún luego de la
rebelión india de 1857. El ejército de Bose retomó el
grito de las tropas rebeldes indias del siglo anterior:
"Chalo Delhi!" ("¡Hacia Delhi!" (9)).
En definitiva, los japoneses y sus aliados, pese a su
apasionado nacionalismo, fueron vencidos por los aliados.
El INA y el BIA estaban muy mal equipados y alimenta-
dos para poder más que la India británica en 1944. Las tro-
pas japonesas, por su parte, se vieron desbordadas en todo
Asia, por las fuerzas navales masivas de los estadouniden-
ses y de los australianos. Aún debían librar una guerra san-
grienta contra las fuerzas chinas al norte de Chungking,
haciendo frente a la invasión aliada desde Assam hacia el
norte de Birmania, bajo la dirección de Mountbatten y de
Slim, con el apoyo de la aviación estadounidense (10).
En un último esfuerzo en India, el Imperio británico
había logrado movilizar a sus tropas de todo el subconti-
nente. Pero esta movilización fue india, y no británica. Los
verdaderos artífices de la victoria en el frente birmano

59
fueron soldados indios, campesinos, médicos, enfermeros,
y hombres de negocios. Sabían que se trataba de un
esfuerzo nacional y que la dominación británica llegaba a
su fin. Muchos, al igual que Gandhi, consideraron que el
INA era un ejército de "patriotas perdidos", pero no
aceptaban ver a los ingleses desquitarse con ellos una vez
terminada la guerra.
En 1945, cuando las fuerzas británicas regresaron a
Birmania, y, tras el lanzamiento de las bombas atómicas
sobre Japón, a Malasia, la Indochina francesa e Indone-
sia, algunos consideraron que el reinado del Imperio bri-
tánico de las Indias perduraría, al menos una generación
más. Los estadounidenses también lo pensaban. Tradu-
cían las iniciales de South East Asia Command (SEAC)
por "Save England’s Asian Colonies" ("Salven a las co-
lonias británicas en Asia"). Pero, de hecho, se anunciaba
el fin del imperio. En toda la región, ejércitos de jóve-
nes militantes habían tomado la iniciativa y pretendían
expulsar a todas las potencias europeas en un lapso de
diez años.
En Bir ma nia, la par ti da de Gran Bre ta ña se
pro du jo en 1948. El ejér ci to de Aung San se su ble-
vó con tra los ja po ne ses a co mien zos de 1945: las
fuer zas in gle sas que si tia ban la cam pi ña bir ma na
en con tra ron allí un pue blo ar ma do y hos til (11). En
1946, cuan do, al apro xi mar se la in de pen den cia del
sub con ti nen te los bri tá ni cos ce die ron progre siva -
men te el con trol del ejér ci to in dio a los res pon sa -
bles po lí ti cos, és tos fue ron in ca pa ces de uti li zar lo
pa ra de rro tar a los bir ma nos. El nuevo go bier no la -
bo ris ta de Cle ment At tlee, ele gi do en ju nio de
1945, de ci dió rá pi da men te que era im po si ble con -
du cir al mis mo tiem po la re cons truc ción de Gran

60
Bre ta ña y una gue rra de im por tan cia en Asia. Las
fuer zas bri tá ni cas tam po co logra ron aca bar con la
revuel ta na cio na lis ta en las an ti guas In dias orien ta -
les ho lan de sas.
Durante el invierno de 1945, el general Douglas
Gracey, comandante de las fuerzas británicas, autorizó a
las Fuerzas Francesas Libres a retomar el control de Indo-
china. Pero la tutela francesa tenía sus límites (12). En In-
dia, el INA, ese otro "ejército olvidado", contribuyó en
gran medida a transformar el fin del imperio en derrota.
El clima general de hostilidad fue indudablemente refor-
zado por los procesos contra los oficiales del INA, que tu-
vieron lugar en el célebre "Fuerte Rojo" del Imperio mo-
gol en Delhi. La suspensión de dichos procesos represen-
tó el acto simbólico que marcaba el fin de la dominación
británica: incluso la "rebelión contra el emperador-rey" ya
no podía ser sancionada. India sería libre, aunque tuviera
que dividirse.
Sólo Malasia iba a permanecer aún más de diez años
bajo control británico. El estaño y el caucho malayos eran
decisivos para una economía británica empobrecida por la
guerra. Pero, sobre todo, los hombres de negocios chinos y
los conservadores malayos brindaron su apoyo al régimen
colonial cuando el Partido Comunista Malayo desató una
revuelta, en 1948. Dirigidos por Ching Peng, un ex aliado
de las fuerzas especiales británicas, llamadas Fuerza 136,
los comunistas malayos constituyeron efectivamente el
último de los "ejércitos olvidados". Aunque la "amenaza
comunista" haya sido eliminada en 1955, Ching Peng
recién firmó el armisticio con el gobierno de Malasia en
1989, y continúa luchando además para tener el derecho
de regresar a su país y rezar en las tumbas de sus
ancestros (13).

61
Pero los "ejércitos olvidados" de este conflicto no
agrupaban únicamente soldados. Incluían también a los
grandes "ejércitos" de trabajadores asiáticos, que trabaja-
ron y murieron en las condiciones terribles de la guerra a
través de todo el Asia británica. En 1942, gigantescas olas
de refugiados indios abandonaron Birmania para llegar a
India. Miles de ellos murieron en el barro y el "infierno
verde" de los pasos arbolados de Manipur y de Assam. El
número de trabajadores asiáticos -hombres, mujeres y ni-
ños- muertos durante la construcción del ferrocarril entre
Birmania y Siam es probablemente diez veces mayor que
el número de soldados tomados como prisioneros por los
aliados (14). Ellos también han sido totalmente olvidados.
Cientos de miles de culís indios, obreros de la industria del
té, miembros de tribus debieron -obligados o con la
esperanza de obtener una recompensa- sumarse al ejército
británico, a las fuerzas japonesas o a las guerrillas. En
toda la región, alrededor de 100.000 mujeres, adultas y
adolescentes, fueron reclutadas como esclavas sexuales, al
igual que las "mujeres para el placer" japonesas (15). Las
sobrevivientes aún luchan para que se reconozcan y
reparen estos crímenes.
Es sin duda el recuerdo de estos "ejércitos olvidados"
el que más perdura en una región donde el recuerdo de la
guerra sigue siendo muy diferente. En India, representa un
período heroico de la lucha nacional: Subhas Chandra
Bose es el personaje principal de una nueva película del ci-
neasta indio Shyam Benegal. En Birmania, el recuerdo de
Aung San molesta aún a la junta militar en el poder, en la
persona de su hija Aung San Suu Kyi. En Malasia y en
Singapur, la guerra sigue siendo un período negro del que
los pueblos de la región emergieron con un sentido
renovado de la autodeterminación. En Singapur, políticos

62
como el ex primer Ministro Lee Kuan Yew ven en las difi-
cultades y los sufrimientos compartidos el crisol de una
nueva conciencia nacional. Pero, en Malasia, la guerra
evoca más bien los desórdenes y los conflictos étnicos
(16). Los acontecimientos de 1941-1945 desaparecen
poco a poco de la memoria de los vivos. Su recuerdo
permanece omnipresente, pero puede hablar de un modo
diferente a las jóvenes generaciones. u

1 El sorpre sivo ata que ja po nés con tra es ta ba se naval es ta dou ni den se
cerca na a Hawai se efec tuó el 7 de di ciem bre de 1941.
2 19 de fe bre ro de 1942, ci ta do en Field Mars hall Alan broo ke, War
Dia ries 1939-45, Alex Dan chev y Da niel Tod man, Lon dres, 2001.
3 Louis Allen, Bur ma. The lon gest war, Phoe nix Press, Lon dres, 1984.
4 Mus tap ha Hus sain, "Ma lay Na tio na lism Be fo re Un mo", 1910-1957,
Jo mo K.S, Kua la Lum pur, de pró xi ma apa ri ción, Ca pí tu los 21-22.
5 Ba Maw, Breakth rough in to Bur ma: Me moirs of a re vo lu tion 1939-
1946, Ya le UP, New Haven, 1968.
6 C.F. Yong, Tan Hah-Kee: the ma king of an Over seas Chi ne se le gend,
Sin ga pur, Ox ford University Press, Ox ford, 1989, págs. 229-279.
7 Ex pre sión chi na que sig ni fi ca lim pie za me dian te la purga.
8 Cheah Boon Kheng, Red star over Ma laya: re sis tan ce and so cial con -
flict du ring and af ter oc cu pa tion of Ma laya, 1941-1946, U.P., Sin ga -
pur, 1983.
9 Leo nard A. Gordon, Brot hers against the Raj: a biography of In dian
na tio na lists Sa rat and Sub has Chan dra Bo se, Co lum bia University
Press, Nueva York, 1990.
10 Sir Wi lliam Slim, De feat in to vic tory, Leo Coo per, Lon dres, 1955.
11 An ge le ne Naw, Aung San and the strug gle for Bur me se in de pen dan ce,
Silk worm Books, Co pen ha gue, 2001; Mary P. Ca lla han, Ma king
Ene mies. War and sta te buil ding in Bur ma, Cornell University Press,
It ha ca, N. Y. 2004.
12 John Spring hall, "Kic king out the Viet minh. How Bri tain allowed
Fran ce to reoc cupy south In do chi na", Jour nal of Con tem po rary His -
tory, 40.1 (2005), págs. 115-130.
13 Chin Peng, My si de of His tory, Me dia Mas ters, Sin ga pur, 2004.
14 Mi chi ko, Na ka ha ra, "Labour re cruit ment in Ma laya un der the Ja -

63
pa ne se oc cu pa tion: the ca se of the Bur ma Siam railway", Ret hin king
Ma lay sia, Jo mo K.S., Kua la Lum pur, 1997, págs. 215-245.
15 Yu ki Ta na ka, Ja pan’s com fort wo men: se xual slavery and pros ti tu tion
du ring World War II and the US oc cu pa tion, Rou tled ge, Lon dres,
2002.
16 Pa tri cia Lim Pui Huen & Dia na Wong, (eds), War and Me mory in
Ma lay sia and Sin ga po re, Ins ti tu te of Sout heast Asian Stu dies, Sin ga -
pur, 2000.

C.B y T.H.

64
Argelia: una lección de coraje

En Sétif, el 8 de mayo de 1945


Por Mohammed Harbi*

D esignados de manera eufemística con el nombre de


"acontecimientos" o "disturbios del Norte en Constantina",
las ma sa cres del 8 de mayo de 1945 en las regio nes de
Sétif y Guelma son consideradas retrospectivamente como
el inicio de la guerra por la independencia de Argelia. Este
episodio de la tragedia argelina pertenece a las líneas diver-
gentes vinculadas a la conquista colonial.
Toda la vida política de Argelia, que a medida que
se afirma un movimiento nacional se va diferenciando
más de la de Francia, estuvo dominada por los desgarra-
mientos provocados por esa situación. Cada vez que
París se vio envuelta en una guerra, ya sea en 1871, en
1914 y en 1940, los militantes esperaron poder aprove-
char la coyuntura para reformar el sistema colonial o
liberar Argelia. Pero así como se había programado la

*historiaDor, autor De la guerre D'algérie, 1954-2004, la Fin De l'amnésie (en


colaboración con benjamin stora), robert laFFont, parís, 2004. artículo pu-
blicaDo en el número 52 De la eDición chilena De L e Monde dipLoMatique, mayo
2005.traducción: teresa garufi.
65
insurrección en 1871 en Kabilia y en el Este argelino, y
en 1916 en los Aurès, no sucedía lo mismo en mayo de
1945. Quizás esta idea haya agitado muchos espíritus,
pero a pesar de algunas acusaciones nada pudo probar-
se. En verdad, la derrota de Francia y su capitulación
en junio de 1940 frente a Alemania modificaron los
elementos del conflicto entre la colonización y los
nacionalistas argelinos.
El mundo colonial, que se había sentido amenaza-
do por el Frente Popular –el que sin embargo debido a su
presión había renunciado a sus proyectos sobre Argelia–,
recibió con entusiasmo al gobierno de Pétain y con él el
destino reservado a judíos, francomasones y comunistas.
El clima se modificó con el desembarco estadouni-
dense. Los nacionalistas tomaron al pie de la letra la
ideología democrática y anticolonialista de la Carta del
Atlántico (12 de agosto de 1942) y sintieron que su de-
ber era superar sus divergencias y unirse. La corriente
asimilacionista se desintegra. A los partidarios de un
apoyo incondicional al esfuerzo de guerra de los Alia-
dos, reunidos en torno al Partido Comunista Argelino y
a la agrupación "Amigos de la democracia" se le opusie-
ron todos los que no estaban dispuestos a sacrificar los
intereses de la Argelia colonizada en el altar de la lucha
antifascista, encabezados por Messali Hadj, el carismá-
tico líder del Partido del Pueblo Argelino (PPA).
A ellos se le une uno de los representantes más
prestigiosos de la escena política: Ferhat Abbas. Este
hombre, que en 1936 consideraba a la patria argelina un
mito, se pronuncia por "una República autónoma federa-
da a una República Francesa renovada, anticolonial y an-
tiimperialista", afirmando al mismo tiempo no renegar
en absoluto de su cultura francesa y occidental. Con

66
anterioridad, en momentos en que Pétain estaba en el
poder, Ferhat Abbas había enviado varios memorándum
a las autoridades francesas, los que quedaron sin res-
puesta. Como último recurso transmitió a los estadouni-
denses un escrito firmado por 28 funcionarios electos y
dirigentes financieros que, con el apoyo del PPA y de los
ulemas, el 10 de febrero de 1943 devino en el Manifies-
to del Pueblo Argelino.
Entonces la historia se acelera. Los gobernantes
franceses siguen equivocándose acerca de su capacidad
para dominar la evolución en curso. De Gaulle no
comprendió la autenticidad de las manifestaciones na-
cionalistas en las antiguas colonias. Contrariamente a lo
que se dijo con frecuencia, su discurso de Brazzaville
del 30 de enero de 1944 no anunció ninguna política de
emancipación, de autonomía (ni siquiera limitada a la
autonomía interna). "Esta incomprensión se hace mani-
fiesta con la ordenanza del 7 de marzo de 1947 que, al
retomar el proyecto Blum-Violette de 1936, concede la
ciudadanía francesa a unas 65.000 personas y lleva a
dos quintos la proporción de argelinos en las asambleas
locales", escribe Pierre Mendès France a André Nourchi
(1). Demasiado poco y demasiado tarde: esas minirre-
formas no modifican ni la dominación francesa ni la
preponderancia colonial, y sigue reinando el régimen de
la concesión.
Los verdaderos desafíos políticos exigían más bien
la apertura hacia discusiones reales con los nacionalistas
argelinos. Pero París no los consideraba como interlocu-
tores. Su réplica a la ordenanza del 7 de marzo se
produce el 14 de ese mismo mes: después del intercam-
bio de puntos de vista entre Messali Hadj por los inde-
pendentistas del PPA, el sheik Bachir El Ibrahimi por los

67
ulemas y Ferhat Abbas por los autonomistas, se logra la
unión de los nacionalistas en el seno de un nuevo
movimiento llamado los Amigos del Manifiesto y de la
Libertad (AML).
Aun integrándose, el PPA conserva su autonomía.
Más avezados en las técnicas de la política moderna y la
instrumentación del imaginario islámico, sus militantes
orientan su acción hacia una deslegitimación del poder
colonial. La juventud urbana, "más activista y más
política" sigue sus pasos. Los signos de desobediencia
civil se multiplican a través de todo el territorio. Los an-
tagonismos se agudizan. Tanto la colonia europea como
los judíos autóctonos se asustan e inquietan.
En mayo de 1945, en ocasión del congreso de los
AML, las elites populares del PPA afirmarán su supre-
macía. El programa inicial convenido entre los líderes
del nacionalismo, que era la reivindicación de un Estado
autónomo federado a Francia, será archivado en el guar-
darropas. La mayoría de los congresistas optará por un
Estado separado de Francia y unido a los otros países del
Magreb y proclamará a Messali Hadj "incuestionable lí-
der del pueblo argelino". La administración enloquecerá
y presionará a Ferhat Abbas para que se separe de
sus aliados.
Esta confrontación se venía preparando desde el
mes de abril. En el campo nacionalista, los dirigentes del
PPA –en especial los activistas del partido, dirigidos por
el Dr. Mohamed Lamine Debaghine– fueron seducidos
por la perspectiva de una insurrección, y esperaban que
el despertar del milenarismo y el llamamiento a la jihad
favorecieran el éxito de su empresa. Pero un proyecto
tan irrealista aborta y no tiene futuro. En el campo colo-
nial, en el que se temía que los argelinos arrojasen a los

68
europeos al mar, día tras día adquiere más consistencia
el complot tramado por la Alta Administración –instiga-
do por Pierre René Gazagne, alto funcionario del Go-
bierno General– destinado a decapitar al AML y al PPA.
El arresto de Messali Hadj y su deportación a
Brazzaville donde se lo confina el 25 de abril de 1945,
después de los incidentes de Reibell, preparan el
incendio. El temor a una intervención extranjera esta-
dounidense en favor de demostraciones de fuerza nacio-
nalistas obsesionaba algunas mentes, entre ellas la del
islamólogo Augustin Berque (2). El PPA, exasperado
por el golpe contra su líder, hace de la liberación de
Messali Hadj un objetivo mayor y el 1º de mayo, fiesta
del Trabajo, decide desfilar en forma separada y con sus
propias consignas, dado que la CGT y los Partidos
Comunista Francés y Argelino silencian la cuestión
nacional. Tanto en Orán como en Argel, molestos por los
eslóganes, la policía e incluso algunos europeos
disparan contra la comitiva nacionalista. Hay muertos,
heridos y muchas detenciones. Sin embargo, la movili-
zación continúa.
Y es así que el día de la conmemoración del
armisticio la región de la Constantina, delimitada por las
ciudades de Bugía, Sétif, Bone y Suk Ahrás y dividida en
zonas por el ejército , convocada por el ALM y el PPA, se
apresta a celebrar la victoria aliada. Las consignas son
claras: antes que nada se trata de recordarle a Francia y a
sus aliados las reivindicaciones de los nacionalistas arge-
linos mediante manifestaciones pacíficas. No se había da-
do ninguna orden en previsión de una insurrección. Sino,
sería incomprensible que los acontecimientos se hubieran
limitado a las regiones de Sétif y Guelma. Entonces, ¿por
qué las revueltas y por qué las masacres?

69
Indudablemente la guerra suscitó la esperanza de
derrocar el orden colonial. La evolución internacional
los conforta. Los nacionalistas, en especial el PPA,
buscan forzar el curso de la historia y precipitar los acon-
tecimientos. Con el fin de movilizar a la población se
emplean todos los recursos políticos disponibles: la de-
nuncia de la miseria, la corrupción, la defensa del islam.
"El único ámbito en común de todas las capas sociales si-
gue siendo el remanso de la religión junto con el jihad,
entendido más como arma de guerra civil que religiosa.
Ese grito provoca un terror pánico que se transforma en
energía guerrera", escribe muy oportunamente Annie
Rey-Goldzaiguer (3). El mundo rural carecía de madurez
política y sólo seguía sus impulsos.
Del lado europeo, un miedo real sucede a una angus-
tia difusa. A pesar de todos los cambios la idea de igual-
dad con los argelinos les es insoportable. Hay que eliminar
esa inimaginable alternativa cueste lo que cueste. Incluso
la mínima amenaza de la ordenanza del 7 de marzo de
1944 los asusta. La única respuesta a las reivindicaciones
argelinas es el llamado a constituir milicias y a la repre-
sión. Pierre-René Gazagne, el prefecto de Constantina,
Lestrade Carbonnel y el subprefecto de Guelma, André
Achiary les prestan oídos y toman la decisión de "reventar
el abceso".
En Sétif la violencia comienza cuando los policías
intentan apoderarse de la bandera del PPA –hoy en día la
bandera argelina– y de las banderolas que reclaman la li-
beración de Messali Hadj y la independencia de Argelia.
Luego se extiende al mundo rural, donde se asiste a un
levantamiento en masa de las tribus. En Guelma las deten-
ciones y el accionar de las milicias disparan los aconteci-
mientos, incitando a las tribus a vengarse en los colonos de

70
los alrededores. Los civiles europeos y la policía efectúan
ejecuciones masivas y represalias colectivas. Para borrar la
huella de sus crímenes e impedir cualquier investigación,
reabren las sepulturas e incineran los cadáveres en los
hornos de cal de Heliópolis.
En cuanto al ejército, su actuación hizo que Jean-
Charles Jauffret, especialista en historia militar, declarase
que su intervención "tiene más de operaciones de guerra
en Europa que de guerras coloniales tradicionales (4). En
la región de Bugía, 15.000 mujeres y niños fueron obliga-
dos a arrodillarse antes de asistir a un desfile de militares
armados.
El balance de los "acontecimientos" dio tantos moti-
vos de cuestionamiento que el gobierno francés decidió
poner un punto final a la comisión investigadora presidi-
da por el general Tubert y acordar la impunidad a los
asesinos. Si bien se conoce en detalle la extensión de la
represión judicial y el número de víctimas europeas, el de
las víctimas argelinas tiene muchos puntos oscuros. Los
historiadores argelinos (5) siguen pues polemizando legí-
timamente sobre esa cantidad. Los datos que proveen las
autoridades francesas no generan aprobación. A la espera
de investigaciones imparciales (6), convengamos con
Annie Rey-Goldzeiguer que por los 102 europeos muer-
tos hubo miles de muertos argelinos.
Las consecuencias del sismo son múltiples. El tan
buscado compromiso entre el pueblo argelino y la colonia
europea aparece hoy en día como un piadoso deseo.
En Francia, las fuerzas políticas surgidas de la Resis-
tencia fallan en su análisis de la cuestión de la descoloni-
zación y se dejan cercar por el partido colonial. "Les di la
paz por diez años; si Francia no hace nada, todo se
tornará peor y probablemente de manera irremediable",

71
había advertido el general Duval, artífice de la represión.
El Partido Comunista Francés –que calificó a los líderes
nacionalistas de "provocadores pagados por Hitler" y pidió
que "los cabecillas fueran fusilados"– a pesar de su
posterior retractación y su lucha por el armistico será
considerado como favorable a la colonización.
En Argelia, después de la disolución del AML el 14
de mayo, los autonomistas y ulemas acusan al PPA de ac-
tuar como aprendices de brujos y acaban con la unión del
campo nacionalista. Los activistas del PPA se comprome-
ten a encontrar "una nueva forma de cuestionamiento" e
imponen a sus dirigentes la creación de una organización
paramilitar a escala nacional. El 1 de noviembre de 1954
lo encontrará a la cabeza del Frente de Liberación Nacio-
nal. Indudablemente, la guerra de Argelia comenzó en
Sétif el 8 de mayo de 1945. u

1 André Nouschi, "Notes de lectures sur la guerre d'Algérie", en Relations


Internationales, nº 114, 2003.
2 Es el padre del gran islamólogo Jacques Berque.
3 Jean-Charles Jauffret (1990), La guerre d'Algérie par les documents. Tomo 1,
L'avertissement (1943-1946), Servicios Históricos del Ejército (SHAT), París.
4 Annie Rey-Goldzeiguer (1990), Aux origines de la guerre d'Algérie 1940-
1945. De Mers El Kébir aux massacres du Nord constantinois, La Découverte,
París, 2002.
5 Redouane Ainad Tabet, Le 8 mai 1945 en Algérie, OPU, Argel, 1987, y Boucif
Mekhaled, Chronique d'un massacre. 8 mai 1945, Sétif, Guelma, Kherrata,
Syros, París, 1995.
6 Tuvimos un primer adelanto en los trabajos en curso de Jean-Pierre Pey-
rouloux. Ver también "Rétablir l'ordre colonial", Mohammed Harbi y Ben-
jamin Stora, op. cit.

M.H.

72
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