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El ‘streaming’ infinito

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2 de mayo de
2020

Jaime Cuenca
Filósofo español e investigador en el Instituto de Estudios de Ocio de la Universidad de
Deusto. Autor de 'El valor de la experiencia de ocio en la modernidad tardía' (Deusto digital)

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No podemos abolir la espera y el aburrimiento sin que esto tenga consecuencias. Con el

Un gran número de instituciones y particulares se conjuraron para proveer de contenidos a


los confinados a través de las varias pantallas en cada hogar. Pese a las diferencias en el
acceso –gratuito o de pago– y en el contenido –yoga, cocina, conciertos, películas, pilates,
conferencias–, emergió un frente multiforme que iba de PornHub al Prado. Se luchaba
contra el aburrimiento a través de la provisión de contenidos online. En pocos días, el
paradigma Netflix demostró su potencia para llenar el mundo entero del ocio: cada usuario
controla el tiempo y la duración del consumo; hay una renovación constante de contenidos;
se oferta una preselección de las opciones por recomendación; y hay una adaptación al
formato de breves e intensas unidades que pueden ordenarse en serie. Fuera de nuestras
casas, este streaming (arroyo, corriente, flujo) ya llenaba el tiempo en el transporte público o
en las colas (y volverá a llenarlo). Dentro de nuestras casas, el streaming se ha desbordado y
ocupa casi todo.

Paradójicamente, el control de nuestro tiempo produce la impresión de que nos falta: una
sucesión ilimitada de estímulos renovados no cabe en ninguna extensión temporal
determinada (da igual cuán larga sea). Paradójicamente, a pesar de lo interesante que
puedan ser los contenidos en oferta, su disponibilidad incesante los hace redundantes y
triviales. Esa corriente continua de recomendaciones nos priva del hallazgo fortuito que
amplía nuestros horizontes de interés. También nos evita un esfuerzo que añadiría valor al
contenido.

Pero con el confinamiento hemos aprendido también a usar el horno, y una simple barra de
pegamento es de lo más vendido en Amazon. Son signos esperanzadores, porque urge que
nuestro ocio tolere de nuevo los tiempos de espera, el resultado imperfecto… y, sí, también
el aburrimiento.

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