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La pandemia nos regresó a las preguntas básicas y esenciales. Una de ellas, tal
vez la fundamental, es la referente al hambre. ¿Puede una sociedad dormir
tranquila cuando hay personas, familias, sufriendo de hambre? La respuesta debe
ser negativa. ¿Por qué ocurría, entonces, incluso antes de que el coronavirus
paralizara la economía y empeorara todas las desigualdades? Esa es una de las
deudas de las que no podemos escapar. Ahora, el reto es que esos trapos rojos
que se han visto en tantas casas de Colombia, y que seguirán multiplicándose,
simbolizando un clamor por la falta de alimentación básica, de recursos para
subsistir, no se conviertan en la bandera de la crisis. La generosidad no debe
detenerse.
Esa creencia de que el coronavirus afecta por igual a todos, sin distinción de
capacidad económica, es falsa. Sí, es cierto que el contagio no discrimina, pero ni
todos estamos igual de expuestos, ni todos estamos en las mismas condiciones
para enfrentar la crisis. No en vano en Nueva York, por ejemplo, los más
afectados por el COVID-19 han sido personas afroamericanas o latinas de los
barrios más pobres. El virus y la crisis económica magnifican la desigualdad y
aplastan con mayor fuerza a los más vulnerables. Rastrear los trapos rojos que se
han levantado en Colombia es, también, armar el mapa de las deudas históricas
con quienes viven del día a día, del rebusque.
ACTIVIDAD complemetaria:
SACA TRES CONCLUSIONES DE LA EDITORIAL