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El valor de la sociedad

Juan Pabón Hernández

El encuentro de una cultura colectiva, es el modo de para integrarse en un


modelo comunitario para construir una inter disciplina que organice la
diversidad en torno al hallazgo de condiciones de vida dignas.
El escenario induce a la participación ciudadana, para dotar de un sentido
democrático la fortaleza de la libertad, como constituyente primario de una
transformación constante hacia la disminución de la inequidad y la carencia de
oportunidades de evolución.
Es imprescindible asumir una actitud crítica que otorgue, a la conciencia social,
los componentes indispensables para cohesionar los ideales que han regido los
sueños de convivir en armonía, sin discriminaciones, ni desequilibrios, sin el
oprobio de saber que la humanidad se debate en circunstancias de pobreza
lamentables, de lesión a sus derechos fundamentales.
Está comprobado que ni las guerras, ni el monopolio de los factores
económicos y políticos, o cualquiera de los elementos de la brecha que divide
inmisericordemente a los hombres, han orientado a la dignidad: sólo el anhelo
de humanismo que ha inspirado a los sabios, reemplazará la maldición de un
abismo gravísimo que separa, cada vez con mayor desesperanza, la hermosa
concepción de un sistema centrado en la libertad, la justicia y la sabiduría.
Sueño con una ciudad sagrada, con la semblanza del humanismo depositada
en cada uno de los días en los que marcha, de la mano del tiempo, hasta el
porvenir.

Una nueva actitud ciudadana

Desde la sublimidad de apreciar la dimensión humana, como soporte de los


acontecimientos, el proceso evolutivo de una ciudad podrá adquirir espacios
colectivos que recuperen el criterio de evolución, en el cual los ejes de acción
superen las nefastas condiciones de lo superficial.
Significa ello que es imprescindible asumir una nueva actitud ciudadana,
centrada en la valoración de la dignidad como el orden hacia el cual deben
converger los principios del progreso. La misión es estructurar una madurez,
que conduzca a la búsqueda de límites espirituales de carácter universal,
dejando de lado las obstrucciones que la simpleza de pensamiento impone,
cuando no se abren las ilusiones a canales de inspección reflexiva,
consecuentes con la grandeza de la racionalidad, en conjunción con la
sensibilidad, el don de la superación y el abandono de las miserias que coartan
al ser humano si les permite posesionarse de su interioridad.
(Las miserias son la envidia, el egoísmo, la estrechez de comprensión, la
horrible individualidad que sólo induce a considerar valioso lo personal, la
sobrevaloración de las propias opiniones, el sentido de destrucción hacia las
ideas de los demás, la negación a cualquier forma de apreciar al otro, en fin...).

El derecho a la igualdad, estratos de papel.

1 --------------------- 26 % 177.495 hab.

2 -------------------------------------------- 44 % 300.375 hab.

1
3 ------------------- 22 % 150.188 hab.

4 ------ 6 % 40.960 hab.

5 -- 1.7 % 11.605 hab.

6 - 0.3 % 2.048 hab.

La información acerca de la población y estrato socio económico de la ciudad


de Cúcuta, en el año 2005, se constituye en una fuente de análisis relativo a las
clases sociales. Es un tema complicado, afectado por numerosas variables de
orden sociológico, pleno de contradicciones y, especialmente, drástico en el
ejercicio de la conciencia social.
Los estratos 1,2, y 3, suman el 92% de los habitantes de Cúcuta, un total de
628.058 ciudadanos; los restantes, 4,5,y 6, el 8%, 54.613 personas. El estrato
2, 44% de la población, tiene 300.375 habitantes.
La verdad es que estos resultados se reflejan en costumbres, educación,
oportunidades laborales, ingresos y cultura, incluso en una gestación de
diferencias en los valores que componen la estructura básica de la comunidad.
Me parece que es una distancia vertical demasiado pronunciada, injusta, en la
cual se recorre una sentencia social de discriminación por niveles económicos,
que se convierte en los escalones de la pirámide que desplaza, en lo que
denominan status, de acuerdo con el prestigio que logre alcanzar cada uno de
los actores del drama de la existencia.
Sin desconocer los fundamentos de la competencia, el esfuerzo que desarrolla
cada quien, y la satisfacción de muchos de lograr ascenso, o movilidad social,
es decir, escalar con sacrificio y dedicación mejores estratos, creo que es
indudable la desigualdad en las alternativas de adquisición de condiciones de
vida que representen equidad.
Las diferencias notables en la estratificación deben tomarse, como un estímulo,
para la generación de moldes comunitarios que reduzcan el antagonismo entre
los ciudadanos, que haga más horizontal la disponibilidad de la estructura
social que rige en la actualidad.
Es imprescindible que este concepto de clase se supere, que se construya una
propuesta a partir de un desarrollo equilibrado, en el cual se establezcan
principios de generosidad, que no de caridad exactamente, para que quienes
poseen el poder proyecten políticas de inversión para dar más participación a
los demás, en empleo, en empresas, en una distribución de los canales de
producción que vincule directamente a la sociedad en general.
Es la noción inmensa de la colectividad aflorando hacia dimensiones de
justicia, la luz de la comprensión del hombre por el propio hombre, la supresión
de las exageraciones en las diferencias, para asomarse a un mundo de paz
que emerja de la sensibilidad de cada uno de los ciudadanos, para disminuir la
explotación y comenzar el hallazgo de niveles de simetría en el ejercicio del
acuerdo como base para el consenso.
Mi sueño es observar, alguna vez, la aproximación de los estratos; más aún,
olvidarlos, o solo dejarlos en el papel, para que en la vida de los seres
humanos la noción extraviada del amor se sublime.

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Otras Cifras (Censo de 2005)

En Colombia residen 1.378.884 indígenas, que corresponden al 3.4% de la


población; los afrocolombianos son 4.261.996 personas, 10.5% del total,
mientras que el pueblo rom o gitano está conformado por 4.832 personas, el
0.01%. la población colombiana que se reconoció como perteneciente a algún
grupo étnico, asciende al 13.91% de la población colombiana.

He soñado con el derecho a la igualdad como el fundamento social que


determine la razón de ser de las comunidades. Desde luego, comprendo la
noción de jerarquía y la disposición de las líneas directivas en la estructura de
cualquier organización; sin embargo, no acepto aquella superioridad que se
ejerce con discriminación, menos en la sociedad, en la cual se comparte el don
de la vida con otros seres humanos absolutamente iguales.
Han sido atrevidos los hombres al discriminar, o tal vez abusadores. Observan
a los demás según su condición, en escala, a los de abajo con desprecio, a los
de arriba con temor, o envidia, no sé.
Los honores pasan, el poder igual, la economía fluye, hacia niveles altos o
bajos, incluso el amor, y los que van subiendo ven a los que van bajando, y
viceversa. Todos somos iguales, y debemos amarnos, así de sencillo es.

Fundamentos sociales

La consistencia de las instituciones básicas de la sociedad es fundamental para


el desarrollo equilibrado. Ellas deben satisfacer las necesidades comunitarias,
promover valores y, especialmente, ser reconocidas como la estructura social
indispensable para la armonía en la convivencia.
Son cinco: familia, educación, religión, economía y política; del grado de
interacción y desempeño de sus funciones, la proyección de sus efectos y la
aprobación que les otorguen los ciudadanos, surge el modelo que una región
constituye como su patrimonio ideológico.
Sin embargo, el sentido de prioridad que se da a las instituciones es
discriminatorio, por cuanto economía y política se erigen en niveles más
importantes al determinar las formas de evolución (o atraso) de las demás, en
una lesión a la inter disciplina que debe nutrir a cada una de las otras y generar
una cultura que apropie condiciones de dignidad.
Desde luego, familia, educación y espiritualidad, son símbolos de transferencia
gradual de valores, de una a otra, probablemente en ese orden; al menos, es lo
que me parece consecuente para orientar la transformación institucional: desde
un niño noble, emergido de un seno familiar normal, educado tanto académica
como espiritualmente, sembrado con amor en la sociedad, se ascenderá al
hombre justo, a quien la economía y la política corresponderán solo a
dimensiones regulares de un progreso sostenido, que se origina por sí mismo,
a partir de su intelectualidad.
Es la cultura del niño que he venido proponiendo como el óptimo sistema de
planeación de cualquier sociedad para fortalecer las instituciones; él
retroalimentará: será mejor padre y ciudadano.

¿Desaparece el individuo?

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La idea de la civilización posee inconsistencias difíciles de comprender, por
cuanto a los mayores avances en recursos técnicos y científicos, se oponen
graves crisis en los conceptos de humanismo, olvidados en medio del fragor y
la prisa por ir en búsqueda de algo que, en definitiva, no se sabe qué es.
La cantidad de relaciones de carácter universal que se aprecian en la
actualidad, genera numerosas reacciones incontroladas y dispersas, bajo las
cuales el mundo del hombre se agita, produciendo miedo y desesperanza. En
efecto, el caos apunta, directamente, al ser humano, a su centro, a su alma.
Entonces asume como opción el porvenir, pero, igual, determinado por la
celeridad con la que lo concibe, sin dejar espacio a una definición previa de lo
que anhela, dejándose llevar por los acontecimientos que lo manipulan sin
misericordia, tanto, que la evolución tiene los límites predispuestos por los
sucesos, porque el hombre les ha permitido que aparezcan antes que su
pensamiento.
En este fenómeno global, el individuo desaparece de forma apresurada, se
pierde en la maraña de cosas que lo masifican con crueldad, sin otorgarle
viabilidad al desarrollo de su esencia.
Es preciso recuperar el ideal de la individualidad, entendida como la capacidad
de una persona para sentir, pensar y soñar, desde la cual origine sus actos.
(La vida de los pueblos se ha circunscrito a una globalidad en la que todo se
halla vinculado a todo, en una confluencia de actividades que tienden a dejar
de ser auténticas, aunque aparentemente el modelo que rige los sistemas sea,
precisamente, el del hallazgo de la identidad).

Análisis del conflicto

Está claro que esta es una sociedad de conflictos, con tendencia destructora y
una especie de patología de la violencia. De esto pueden sacarse las ventajas,
en lugar de las desventajas, basadas en la cooperación de todos los
ciudadanos en busca de signos de armonía que se hagan cada vez más
constantes y hagan crecer la fe en que el tejido social se fortalecerá en las
relaciones humanas y que hay una consciencia de compromiso en interactuar y
compartir ideas, acciones, metas, propósitos, para hallar un sentido de
pertenencia.
Es una buena forma de organizarnos en la vida social y de lograr que todos,
buenos y malos, nos unamos en torno a los grupos comunitarios, siempre y
cuando respeten los anhelos de los demás y se formen escuelas de gobierno
fortalecidas en las características de asociación, y en una certeza de la
semejanza de las metas darán la posibilidad de superar las diferencias, las
divisiones y los complementos que se hagan una sola voz en la fuerza de
cohesión de la naturaleza humana para sacar de ella los mejores recursos de
actitud y dinamismo.
La sociedad no puede permanecer estática, porque el núcleo de su desarrollo
se ha hecho un concepto integral de valores, de trabajo en equipo y de metas
comunes, todo ello con el propósito de elevar los niveles de calidad de la vida
de las comunidades.
Y la solución se encuentra en la cultura, desde ella podemos llegar a ser otros,
unidos, maduros, con una definición clara y precisa de cómo debe actuarse

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para ajustar las desavenencias, superar los conflictos y enriquecer el vínculo de
tolerancia que permita consolidar tanto las instituciones como las personas.
En la actualidad, en este mundo de especializaciones, la división de todo, del
trabajo, de la educación, de la cultura, de las costumbres, en fin, aumenta el
compromiso de creatividad que aportemos a la sociedad, la formación de
habilidades y saberes que nos permitan experimentar nuevas maneras de
afrontar los problemas.
La palabra conflicto tiene adherida a su estructura un símbolo de caos; sin
embargo, debe reinterpretarse, desde una dimensión que oriente a la sociedad
a procesos de cambio, que permitan la confrontación de las ideas y el respeto
por el derecho personal de expresar un criterio.
El contexto social requiere establecer sólidas maneras para la solución de
conflictos, a través de la conciliación, el acuerdo y, especialmente, del hallazgo
de la conciencia crítica del ciudadano, para admitir que es sociable y debe
participar, con nobleza e hidalguía, en la construcción de una sociedad civil
concertada en torno a los derechos y deberes de cada uno de sus miembros,
en una concepción que garantice la libertad, la igualdad y la responsabilidad,
como fundamentos del ser humano.
La idea no es eliminar el conflicto, sino conducirlo; incluso, puede apreciarse
como una alerta de situaciones perjudiciales que necesitan analizarse con
visión juiciosa, para asumir programas que contribuyan a superar las
inconsistencias.
No debe desconocerse la condición humana, la fragilidad que nos hace
imperfectos, con intereses individuales o colectivos, con la tendencia a imponer
de forma dogmática lo que pensamos, sin dejar espacio a los demás sectores
que conforman un tejido social, caracterizado por la diversidad, la cual debe
canalizarse para lograr acuerdos sobre lo fundamental, desde una perspectiva
generosa y altruista de conseguir, para la comunidad, mejores condiciones de
vida.

Nada justifica la violencia

La característica de violencia es connatural en el ser humano, a causa de su


condición animal. Desde luego, esta aseveración induce a plantear los modos
de superarla, a partir de la espiritualidad.
Transcurren los siglos y, aún, no se moldean las perspectivas ideales para
asumir un humanismo que corresponda a la dignidad humana, que trascienda
los límites puramente instintivos, para optar por nociones de convivencia
fundamentadas en el derecho a la vida y a la libertad, inherentes al don de
inteligencia con el cual fue dotado.
Si la misma naturaleza estableció las categorías, otorgando a los animales
puros su sistema de agresión y defensa, y a los seres humanos las alternativas
sociales para determinar con hidalguía los espacios de la justicia,
cambiándoles las garras por manos y el instinto por la intelectualidad, es
porque en su sabiduría genera los modelos para la paz.
Nada justifica la violencia. Sólo la distorsión de los principios elementales la
han erigido como jerarquía avasallante. El hombre moderno debe aprestarse a
convocar su espiritualidad, para derrotar la nefasta esfera de caos que se ha
impuesto con severa incidencia en el humanismo.

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El ciclo está concluyendo, o reversando, quizá, hacia la recuperación del
anhelo antiguo de construir una sociedad equilibrada, consciente de su misión
de ser el molde natural en el que se ejerzan la nobleza y la dignidad como
valores prioritarios.

La costumbre de la corrupción

Lástima que la sociedad se fue acostumbrando a la corrupción: desde cuando


la mentira y el discurso doble se fueron enquistando en todo, se fue ampliando
la brecha entre las comunidades y ahora, cada uno de los segmentos
económicos sólo pretende bajar a unos y subir a otros, en una también doble
conspiración que hace del ámbito social un permanente conflicto.
Lo peor es que el abismo se agranda y la competencia por derrocar e imponer
crece, en medio de un vacío de humanismo y espiritualidad que por ahora no
se tiene en cuenta pero que progresivamente adquirirá proporciones
gigantescas, de caos, que derrumben lo que hasta hoy se ha posicionado como
primordial.
Porque los humanos no nos acostumbramos a ver el fondo de las cosas sino
su apariencia y hemos quedado anclados en una mentalidad demasiado
superficial.
Frente a eso no hay leyes que valgan, ni nada, y los problemas vitales
continúan sin resolver, con una tendencia a incrementarse y, lo peor, a hacerse
cada vez más imposibles de resolver.
Mientras no se controle esa especie de apología de la farsa, la cual comienza
por la sociedad, no dejarán de sucederse los fenómenos degradantes y el
imaginario social se entregará de lleno a los prejuicios insanos, dejando de lado
el respeto por los valores y las condiciones decentes y dignas de la comunidad.
Me parece que las condiciones de desarrollo son humillantes, impropias e
injustas, que la complicidad de todos nosotros, junto con el estado y las
instituciones, han lesionado lo maravilloso de soñar en una sociedad
ponderada y juiciosa.
Hemos hecho valer lo injusto (cohonestar), y ya no son malas las cosas que
deben serlo, sino buenas, porque así lo ha decidido la mayoría, para hacer de
los fraudes, tanto materiales como espirituales, los modelos de comportamiento
que son peores que los de los animales salvajes, dando crédito a los delitos,
fortaleciendo lo ilegítimo y contribuyendo a consolidar lo ilícito, con descaro y,
sobretodo, con beneplácito.
Y se nos ha cambiado la mentalidad por una malintencionada costumbre de
perversidad que gana todos los espacios y los tiempos, y la voluntad de las
personas, porque nos domina con su enseñanza de paradigmas distintos a los
que antes considerábamos buenos, porque ahora el éxito contiene variables
que tienden exclusivamente a la fortaleza económica y al poder, tanto público
como privado.
Algunos nos conformamos con un pedacito de consuelo, como eso de que al
final los justos ganarán y que los buenos somos más que los malos y, en
general, que hay una urgencia de acometer acciones y, en especial, de que
haremos una investigación exhaustiva para todo.
Mientras tanto, la masa se debate en el abandono y las necesidades brotan
cada vez con más fuerza, acallando los ánimos de quienes se hallan

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discriminados y poseídos por una esclavitud que ya no es de cadenas, sino de
deshonor.
El acuerdo de todos nosotros no da espera. Es imprescindible asumir una
contundente labor de recuperación de la sociedad, en todo sentido, es el
momento, porque el caos amenaza los derechos con una disminución de los
deberes sociales, porque el egoísmo se ha aposentado en un país que cada
vez hace menos por su dignidad. Debemos proponernos a que cada
comunidad aporte desde su espacio, según sus capacidades, todo su esfuerzo,
y su pasión por considerar que de los valores más elementales parte una posta
de relevos que ha de ir superando metas progresivas y reanudar su lucha todos
los días.

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