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Coe, M. y Coe, S. Olmecas y mayas. Parte II Pp.

47-76 En: La verdadera historia del Chocolate


Coe, M. y Coe, S. Los Aztecas el pueblo del quinto sol. Parte III Pp.89-102 En: La verdadera historia del
Chocolate
Arqueologías Americanas – 04/10/2013
J Jairo Osorio Giraldo – 04473939

La verdadera historia del chocolate es el relato acerca de uno de los alimentos predilectos del mundo.
Se remonta tres milenos en el pasado hasta las llanuras costeras del Golfo de México, para reconstruir
con base en la arqueología, la socioeconomía, la lingüística y la culinaria, el nacimiento del cacao entre
los olmecas, mayas y aztecas de Mesoamérica precolombina. El libro lo escriben Michael y Sophie
Coe, ambos antropólogos, con destacadas investigaciones en el campo de la arqueología, la etnología y
la lingüística. Se les conoce primordialmente por sus investigaciones y estudios de la civilización
maya prehispánica; son considerados entre los más importantes mayistas del siglo XX.

El estudio de la gastronomía, es decir de lo que come la gente, como un aspecto de la cultura; y del
lenguaje, como forma de conceptualizar el mundo, son dos herramientas útiles en el estudio del pasado.
Es lo que nos demuestra los autores en sus artículos sobre el cacao, su importancia cultural y
económica para los pueblos de Mesoamérica, y su introducción a Europa, posterior a los viajes de
Colón al Nuevo Mundo. Ahora bien, las historias populares sobre este vegetal han promovido
narraciones e imágenes distorsionadas, que difuminan diferentes elementos vinculados a la dinámica
del cultivo, consumo y comercio del cacao y las implicaciones sociales, dietéticas y culinarias de los
usos de esta semilla.

El texto sobre el nacimiento del cacao parte de un análisis de difusionismo cultural, y recurre a datos
etnohistóricos y lingüísticos para reconstruir la historia del cacao entre las culturas que habitaban
América Central desde hace tres milenios, aproximadamente (c.a. 1500 a.C.). Partiendo de las
herramientas proporcionadas por la lingüística histórica el autor plantea que los invasores españoles
obtuvieron el conocimiento de la planta y la misma palabra cacao de los mayas de la península de
Yucatán. Kakaw, es una palabra original de la raíz lingüística mixezoqueana, hablada por los olmecas,
“la primera civilización de América” que se asentó en las llanuras húmedas de la costa del Golfo de
México y cuya complejidad cultural –constructores de grandes estatuas en piedra, desarrollo
lingüístico, extensión territorial, conocimiento de minerales- se atribuye a las condiciones ambientales
del territorio que habitaron. Se sabe, sin embargo, muy poco de esta cultura que habito Centroamérica,
que se apagó hacia el 400 a.C., sin dejar registros escritos, y cuya única huella son los usos lingüísticos
que se encuentran en varios grupos indígenas mesoamericanos, pertenecientes a la familia
mixezoqueana y que dan cuenta de su extensión territorial y su influencia sobre culturas menos
avanzadas.

Los datos culinarios, sin embargo, hacen un aporte importante a la comprensión cultural, dada la
importancia de procesos como el de la nixtamalización, que sustentó parte del desarrollo sociocultural
y económico de las culturas mesoamericanas, que tenían al maíz como base de subsistencia y alimento
esencial de la dieta. Aunque el maíz domesticado se conocía desde el 5000 a.C., la implementación del
proceso de nixtamalización –cocinar el maíz con cal viva, cenizas de madera o conchas calcinadas para
ablandarlo y extraer la cascarilla transparente-, además de facilitar el trabajo y la preparación de
alimentos, potenció las cualidades nutricionales del grano en el consumo humano. Así, la dieta basada
en el maíz podía suplir los requerimientos alimenticios de toda una población.

De este modo, la transferencia de insumos culinarios se convirtió en base de las relaciones culturales y
la transmisión del conocimiento sobre el manejo de las plantas, la agricultura y la cocción de los
alimentos, en un proceso social e incluso político, en el que la mujer debió desempeñar un papel
fundamental. Se supone que el cacao llegó a los mayas por medio de la gente de Izapan, grupo
hablante de una lengua mixezoqueana que había heredado de los olmecas el conocimiento de esta
semilla. Este pueblo habría habitado la llanura costera aledaña al Pacífico y se dispersaba hacia el
sureste, hacia el piedemonte de Guatemala. La civilización de Izapan cultivó el cacao en tierras ideales
para su producción y probablemente lo intercambió con los mayas, cuya civilización floreció entre el
250 y el 900 d.C. Los izapeños desarrollaron importantes elementos de la cultura mesoamericana,
mientras los mayas extendían sus ciudades por al sur de Yucatán, hacia las selvas de Guatemala. Estos
habitaron tierras bajas y construyeron grandes monumentos, además de alcanzar un desarrollo
sociopolítico, económico y cultural complejo durante el período clásico, antes de lo que se conoce
como colapso del Clásico maya. La escritura jeroglífica mesoamericana alcanzó su máximo desarrollo
en esta cultura y se supone que fueron escritos millares de libros de los cuales sólo se conservan unos
pocos códices. Sin embargo, con la información suministrada y otros datos literarios (Popol Vuh,
Bernardino de Sahagún) es posible concluir que el cacao era un elemento fundamental de la
civilización maya, por sus usos culinarios, religiosos y rituales, en fiestas como las de año nuevo y las
ofrendas a los dioses, además de su identificación simbólica con la sangre humana.

La importancia comercial del cacao entre los pueblos precolombinos de Centroamérica es notable, y la
especialización mercantil de grupos sociales para el intercambio de este producto señala la relevancia
cultural e histórica del cacao para comprender las dinámicas socioeconómicas de los grupos humanos
que habitaron el centro de América. Las vasijas son una evidencia importante del uso (profano y ritual)
del cacao: dan muestra de las representaciones simbólicas, los ritos y las ofrendas relacionadas las
semillas de cacao, su uso y consumo suntuario, y los aspectos religiosos y culinarios asociados. Los
jeroglíficos, la escritura y los íconos demuestran la importancia del cacao en las relaciones sociales, su
significado en el uso cotidiano y ritual, y su asociación con las clases dominantes; incluso en los
elementos de ajuar funerario. La escritura logo-silábica tenía una forma propia de representar el cacao
que aparece inscrita en los vasos, y aporta información relacionada con el consumo y la preparación del
chocolate y sus variaciones culinarias.

Es posible incluso, que la preparación del cacao implicara todo un rito en las sociedades precolombinas
de Mesoamérica, y que el refinamiento culinario y de la utilería doméstica (objetos, herramientas) y de
los ajuares funerarios dé cuenta de un proceso de complejidad cultural y simbólica, relacionado con el
uso de las plantas, el consumo de bebidas y la relación con el mundo natural y el mundo de las
deidades. El cacao está asociado con las clases altas, no se conoce si el consumo era restringido, y las
estelas, jeroglíficos, iconografías y narraciones épicas como el Popol Vuh dan cuenta de ello.

Pero finalmente el cacao está implicado en aspectos materiales de la cultura e involucra procesos
económicos y de intercambio, así como el manejo y transmisión de saberes especializados. Las redes
de comercio y la división del trabajo implican procesos de organización social que indican la relevancia
de esta semilla en los procesos de relacionamiento y reproducción cultural, que se evidencian en el
registro arqueológico y en información etnohistórica recuperada a partir de datos léxico-lingüísticos.
Existe evidencia de un intenso intercambio entre Teotihuacán con varios sitios en el Pacífico, donde se
cultivaba el cacao, y asimismo de las redes de comerciantes aztecas y mayas-putunes.

Con el colapso maya a finales del siglo IX, debido a la sobrepoblación y la degradación ambiental,
surgieron en el escenario político otros grupos humanos y ciudades que cobraron importancia cultural.
En particular los putunes, de la región de Chontalpa, que establecieron una red comercial costera en
canoas extendida de norte a sur, desde Yucatán hasta Honduras. Estos se aprovecharon de las rutas
comerciales mayas y coparon también su socavada importancia cultural. Sin embargo, hacia el siglo X
aparecen los toltecas que derrotaron a los mayas putunes y se apoderaron de la península de Yucatán;
pero su apogeo duro alrededor de tres siglos, pues su hegemonía se desvaneció por las disputas y
revueltas internas. Para ese momento, la estrategia era apoderarse de las tierras productoras de cacao y
de las redes comerciales, principal objetivo de la emergente civilización azteca.

El pueblo del quinto sol, base de la mitología fundacional de la nación mexicana, se conoce sobre todo
por la documentación etnohistórica producida por los cronistas de indias en las misiones católicas de
Centroamérica. De la información disponible “se desprende la imagen de una nación vigorosa,
empática y trágica”. La historia y los orígenes del pueblo azteca se sustentan en una cosmología de
ciclo: surgieron primero otros mundos, pero la humanidad existió en el quinto sol, que también será
aniquilado. Sin ser los habitantes originales del Valle de México y considerados un pueblo humilde,
lograron conquistar los territorios de sus anteriores señores guiados por la profecía de su dios tribal (y
sus aptitudes para la guerra). Los aztecas establecieron Tenochtitlan y subyugaron a las ciudades
circunvecinas, dominando el Valle de México y sobre la llanura del pacífico y el piedemonte del
sureste de Mesoamérica. Así se consolidó el llamado imperio azteca, con su propio sistema
estratificado de organización sociopolítica y economía redistributiva.

El cacao fue determinante para el comercio entre los aztecas y con otras civilizaciones, e incluso sirvió
como moneda, aportando la base para los intercambios comerciales. El grupo de los pochteca
(mercaderes de larga distancia) eran notables consumidores de chocolate y el dios del comercio se
relacionaba con el cacao; su misión era conseguir bienes exóticos para el palacio real y realizar
expediciones mercantiles. El consumo del cacao era privilegiado entre los aztecas frente a otras
bebidas, que consideraban inapropiadas, ya que los fermentos producían embriaguez, condenada por
una cultura austera y restrictiva, que promovía una fuerte ideología puritana.

Este recuento demuestra la importancia del cacao para las culturas precolombinas que habitaron
América central y sus relaciones sociales, políticas y económicas. El chocolate estructuró redes de
intercambio, ritualidades y saberes, asociados con la producción, preparación, intercambio y consumo
de la semilla. El chocolate fue una bebida deseable “sobre todo para los guerreros y la nobleza”. La
variedad de las preparaciones y la amplia dispersión del cacao, arrojan luces sobre los habitantes del
continente americano que construyeron una relación entre ellos y con la naturaleza, y da cuenta de
formaciones socioculturales complejas, con notables desarrollos urbanos, tecnológicos y económicos.
La historia social del cacao es importante en la medida que humaniza procesos culturales complejos
como la agricultura, la culinaria, la transmisión de saberes, y articula un conjunto de realidades sociales
que hacen posible una comprensión antropológica de las civilizaciones pretéritas.
Ahora bien, el modelo histórico-difusionista de base lingüística que se plantea en el texto presenta
falencias en la medida que intenta construir una narrativa lineal que deja vacíos y sombras sobre
aspectos más desconocidos de la cultura. Asimismo recurre a comparaciones y analogías que resultan
en cierta medida anacrónicas, y a partir de escasas evidencias se lanza a especular sobre temas
confusos. En todo caso, combate las visiones populares de exotismo y salvajismo que se ciernen sobre
algunas culturas del pasado, pero recae en la exaltación de la monumentalidad como indicador de “alta
civilización” y recurre a las comparaciones evolucionistas y lineales entre “culturas muy civilizadas” y
culturas menos avanzadas”. Tampoco se desliga totalmente de la visión eurocéntrica, cayendo en el
absurdo de equiparar las ciudades mayas con las ciudades-estado de los griegos clásicos, destacar el
aspecto barroco o renacentista de los templos-pirámides-palacios mesoamericanos, o comparar a los
personajes del Popol Vuh con caracteres de la mitología griega, y a los mayas-putun con el pueblo
fenicio. También es un error recurrente utilizar conceptos como el de imperio/emperador para hablar de
las formaciones políticas histórica y geográficamente localizadas de las culturas maya y azteca. La
terminología es importante por lo que significa en el lenguaje.

Pero no hay que desconocer que el texto presenta aportes muy relevantes como los análisis simbólicos
y lingüísticos, la reconstrucción etnohistórica y el intento de construir una narrativa etnográfica,
utilizando mecanismos descriptivos, para dar cuenta de la importancia de aspectos culturales cotidianos
como la culinaria, la etnogastronomía, la dieta y las costumbres nutricionales. Este análisis destaca
además la importancia del abordaje multidisciplinar y la articulación de diversos saberes (arqueología,
lingüística histórica) en el conocimiento del pasado.

Una pregunta que dejo abierta a la arqueología es la cuestión sobre el uso de categorías de
jerarquización social con base en elementos materiales y ‘suntuarios’. La insistencia en las diferencias
de clase, sexo y edad –y otras aseveraciones arriesgadas-, merece ser reflexionada y repensada para
lograr un conocimiento desprejuiciado del pasado. El análisis de los procesos de refinamiento cultural,
sofisticación y complejidad social necesita trascender el marco de una comprensión material-
determinista e insistir en una lectura humanizada de las relaciones sociales.

Por lo demás, este texto es una invitación a pensar en la importancia científica de elementos poco
estudiados y relegados a la especulación y a la creación de fábulas, como en el caso del cacao. Además
indaga sobre un proceso que marca la escisión (y el encuentro) entre dos mundos, la transición de las
culturas precolombinas y el proceso abrupto de conquista que irrumpe violentamente en el escenario
americano. La filosofía, la religión y el pensamiento de los pueblos indígenas es un tema que también
se mira superficialmente y sobre el cual es necesario indagar a profundidad para lograr un
conocimiento más complejo de los grupos humanos que habitaron América en el pasado.

La monumentalidad y el estereotipo de las ‘grandes civilizaciones americanas’ no debe por tanto


eliminar aspectos culturales y simbólicos relevantes para nuestra comprensión antropológica, que se
proyecta desde el presente, y que necesita indagar sobre aspectos puntuales y desarrollar un
conocimiento holístico que dé cuenta de la diversidad humana y de las múltiples formas de vida que
nos antecedieron sobre los territorios que habitamos. El pasado tiene todavía muchas cosas por
enseñarnos; hay que fijarnos, sin embargo, en los indicios, en las señales de un mundo esquivo que
podemos conocer mejor, tal vez, en las cosas sencillas.

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