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El mar que nos trajo. Griselda Gambaro


Autor : Carlos Diego Catalano

Fecha : 15/10/2013

La verdadera distancia es no saber nada del otro. Griselda Gambaro

Esta novela de Griselda Gambaro fue publicada en el año 2001. Se inscribe dentro de los textos de ficción
que reflexionan sobre la cuestión inmigratoria. La autora buceó en su propia historia familiar para acercarse
a los ecos de un pasado europeo que dibujó no sólo el color de sus ojos, sino también ese aire melancólico
que habita en su obra por lo perdido y por eso mismo más dolorosamente presente. Lo perdido no es sólo lo
que no se pudo atesorar, sino la carga de tristeza que se proyecta hacia el futuro y que no encuentra
consuelo. La novela también aborda la cuestión del poder, central en su dramaturgia, pero ahora enfocado
en las injusticias sociales vividas por los personajes. El peso de las obligaciones y la dura lucha por la
supervivencia deja poco espacio para la ternura, para los juegos y para las utopías de cambio. El peso del
destino parece envolver como las olas la vida de los personajes, dejándoles poco espacio para la felicidad,
que aparece como una ilusión, y dejándoles poco espacio también para la pequeña dicha familiar y social.

La inmigración y el desarraigo son núcleos significativos de la novela. Ellos nos permiten pensar cómo se
conformó la identidad nacional. La inmigración es un acontecimiento histórico que ha dejado una marca
indeleble en la sociedad argentina. Es la pregunta por el origen y por la identidad. La inmigración es un tema
fuertemente enraizado en la tradición argentina con historias personales y familiares (se une lo nacional y las
experiencias familiares). Plantea la problematización de las claves de la conformación de la Argentina. La
identidad presenta una paradoja: lo más propio nos es dado y reconocido por otro (el nombre). Por eso la
identidad implica un nosotros y la inmigración implica una reformulación y una necesaria ampliación de ese
nosotros. La inmigración exige repensar la naturalización de toda configuración identitaria, ya que
problematiza los límites de lo propio. Es decir, abre la discusión de cuáles son los requisitos para pertenecer
a una comunidad.

La inmigración y su fomento fue un tema recurrente en la historia argentina, ya desde su constitución misma
como nación. El artículo 25 de la Constitución Nacional de 1853 dice: “El gobierno federal fomentará la
inmigración europea, y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el
territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e
introducir, y enseñar las ciencias y las artes.” El porcentaje de extranjeros en relación con la población
era de 34 % en 1895 y de 43 % en 1914. Se ubicaron en un 50% en Buenos Aires, luego en Rosario y
Córdoba. Vinieron sobre todo hombres en un 70% solteros y en edad laboral (13 a 60 años). Predominaron
los italianos (Calabreses, Genoveses, Napolitanos, Piamonteses, Lombardos, Sicilianos) y españoles
(Gallegos, Catalanes, Madrileños, Andaluces) que representaban casi el 80% de la población extranjera. La
causa de la aglomeración de extranjeros en Buenos Aires se debió a que la política migratoria no fue
acompañada por una reforma del régimen de tenencia de la tierra, acaparada por los terratenientes,( sobre
todo a partir de la conquista del desierto en 1879) de modo que pocos pudieron adquirirla. La mayor parte de
los inmigrantes que fueron al campo se convirtieron en arrendatarios. Sin embargo, la mayoría no pudo
integrarse al trabajo agrícola, la mayoría se quedó en Buenos Aires. Los hombres se empleaban sobre todo
en: ferrocarriles, puerto, comercio, transporte. Los principales oficios que desempeñaron fueron: peones,
zapateros, albañiles. Las mujeres se empleaban como: tejedoras, costureras, planchadoras. La lengua
experimentó profundos cambios. Cada grupo étnico, urgido por la necesidad de comunicarse, se lanzó a
hablar una lengua, mezcla de su idioma vernáculo y castellano, que convirtió a la ciudad en una segunda

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babel. El lunfardo era una jerga de delincuentes en su origen, pero luego se generalizó en los sectores
populares. Tuvo una gran difusión con el tango y la milonga (alrededor de los años 20). Además del lunfardo
que proliferó en el tango y en el habla popular, también lo hizo el cocoliche (mezcla de italiano y español)
hablado por los inmigrantes italianos, hecho que denotaba el poco dominio del español. Esto implicó
situaciones de discriminación y de dolor subjetivo a muchos inmigrantes, que veían el lenguaje como una
barrera para lograr una adaptación plena a la nueva sociedad.

Algunos autores reflexionaron sobre el desarraigo y su forma de enfrentarlo.

Simone Weil escribió: “Estar arraigado, es quizás la más importante y menos reconocida necesidad del
alma humana”. Sin embargo, Weil también pensó que la mayor parte de los remedios frente al desarraigo,
en esta era de guerras mundiales, deportaciones y exterminios masivos, es tan peligrosa como aquello que
se pretende curar.

Hugo de San Victor, un monje sajón del siglo XII, escribió estas líneas obsesivamente bellas: “En
consecuencia, la mente encontrará una fuente de gran virtud en aprender, poco a poco, primero a
cambiar sobre las cosas visibles y transitorias, de manera tal que, luego, pueda dejarlas por
completo. El hombre que siente que su patria es dulce, todavía es un tierno principiante; el que
piensa que toda tierra es como la suya, ya es fuerte; pero perfecto es quien siente que todo el mundo
es una tierra extraña. El alma tierna fija su amor en un lugar del mundo; el hombre fuerte extiende su
amor a todos los lugares; el perfecto, ha logrado extinguirlo.”

Apuntes sobre la novela:

Imprescindible el epígrafe de Quasimodo, porque viene a resolver el cruce de una historia familiar con una
historia de inmigrantes. “Un murmullo de mar” alude a los inmigrantes y a ese mar que era puente y al
mismo tiempo distancia irrecuperable, abismo donde los sueños se expandían y la melancolía los iba
adelgazando. “Un eco de memoria” alude a la familia, a esas historias donde la continuidad de un nombre
parecía una quimera, por aquello que dejaban atrás y porque no sabían el rostro que adquiriría el porvenir.

Una novela familiar entrañable, que tiene como centro de irradiación a los sentimientos, pero sin hablar
directamente de ellos. Entonces, por su ausencia presente, por su sobriedad que no es otra cosa que pudor,
los sentimientos irrumpen inesperadamente, modificando todo a su paso, pero heridos por su casi imposible
concreción. La dificultad para nombrar las experiencias dolorosas es también la dificultad para traducir. La
evidencia que encuentran los personajes: no hay lenguaje para expresar la melancolía que los embarga.
Sería bueno recordar la diferencia entre nostalgia y melancolía, porque es crucial para esta novela de
desarraigos y despedidas no siempre enunciadas. Nostalgia alude al recuerdo de un momento feliz, pero
que no obtura la posibilidad de otras intensidades y felicidades en el futuro. Melancolía ocurre cuando
ponemos la utopía en el pasado. Un amor, una amistad, un momento único se cree que nunca se va a poder
volver a experimentar en el futuro. Hay una imposibilidd en conectarse con la intensidad del presente. La
novela oscila entre la nostalgia y la melancolía, pero diría que predomina la melancolía cuando la libertad se
ve seriamente comprometida por los condicionamientos económicos, educativos, sociológicos, culturales.
Una melancolía concreta está asociada a la ausencia del padre que sufre Natalia, ya que Agostino se había
casado en Italia con Adele y luego en su nuevo trabajo de marinero viajó de Génova a Buenos Aires. Allí
conoció a una muchacha llamada Luisa y se quedó en Buenos Aires, olvidando progresivamente su familia
de Italia. Tuvo una hija con Luisa, Natalia. Pasados unos años, regresaron los hermanos de su esposa para
reclamarle que se haga cargo de sus obligaciones. Allí lo obligan a regresar y deja a su segunda familia sin
esposo y sin padre. Esa melancolía aparece con toda la incomprensión del abandono y la orfandad:
“Aquella expectativa de Natalia por los juegos secretos que habían compartido debió vaciarse
abrupta, incomprensiblemente, reemplazada por llantos y preguntas para las que no había respuesta.
La única respuesta habría sido su regreso. Y él estaba en la isla, atado por otros lazos. Y moriría en

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la isla” (página 82).

Nunca saben los personajes como hacer para vivir cerca de lo que desean, es como si siempre los habitara
el desencanto o la frustración. Las novelas familiares esconden un secreto, que el narrador se encarga de
develar para sí y para el lector. Casi siempre se trata del secreto del origen ¿Quién soy en verdad?. Es lo
que se pregunta el que revuelve entre las fotografías viejas, quien se arriesga a nadar entre los recuerdos
ajenos. Esa familia guarda el secreto de sus sentimientos. “Adele lloró la noche previa y cuando oyó el
ruido del carromato que venía a buscarlo para conducirlo al pequeño puerto de la isla, se tendió en la
cama y ocultó el rostro arrasado en lágrimas.” (página 11) .Develar ese secreto es lo que se propone la
escritora. Entonces en la intersección de dos secretos, se arma con fotografías, con cartas, con puertos y
conventillos, una historia de abandonos obligados y por lo tanto más dolorosa, que es igual a la de tantos
otros inmigrantes. Jugada simultáneamente en dos tableros de a ratos superpuestos (las dos familias, los
dos países, las dos culturas) que en la mezcla hacen posible la novela y al mismo tiempo ponen en crisis el
concepto mismo de familia. ¿Qué es una familia? La familia implica tan sólo lazos de sangre comprobados,
implica compartir una herencia cultural, se refiere a compartir un tiempo y un espacio, o se abre también a
otras realidades y a otras experiencias. ¿Qué ocurre cuando los paradigmas tradicionales no alcanzan a
percibir las nuevas formas de vivir, las nuevas formas de estar con otros, ya sea por necesidad de
emigración, de lucha por la supervivencia o en otros casos por bienestar y abundancia?

Esa pregunta por la identidad implica siempre un horizonte incierto donde las determinaciones (culturales,
sociales, familiares) conviven no siempre amistosamente con el espacio creado por el propio sujeto, el libre
albedrío. El título mismo, “El mar que nos trajo” habla de la personificación del mar, como si el destino de
los personajes siguiera los vaivenes del mar, los caprichos de fuerzas que ellos desconocen, pero que
golpean duramente a los que tienen que pelear diariamente por el sustento. Tanto en Italia cuando se
describe la vida de los pescadores sicilianos[1], dice el narrador: “Se trabajaba mucho y se ganaba poco.
En cambio, marinero en un buque de ultramar, su porvenir sería distinto, y bien lo sabía por los
paisanos embarcados que cada dos o tres meses regresaban a la isla con provisiones exóticas,
regalos y dinero en el bolsillo. Decían que el trabajo distraía de la ausencia.”( página 9) La dureza de
esa vida encontraba un consuelo en la ilusión de viajar y conocer otros cielos. Después esa ilusión se
desvanece al poco tiempo: “Agostino encontraba que la vida era demasiado penosa; Luisa estaba
excesivamente delgada para su gusto, tanto que al tocarla sentía menos pasión; su cabello, cuyos
extremos ella quería cortar porque le pesaba en la nuca, decía, se había vuelto opaco. Ella tenía cinco
años más que él, y Agostino empezó a pensar que tal vez cinco años eran muchos. En algún
momento, añoró el paisaje de la isla, el pueblito cercano a la playa donde él había vivido, y el otro,
más distante, asentado en la cumbre de la colina; tuvo nostalgias del mar y sobre todo del color azul
del mar.”(página 20). El amor aparece como un arrebato, como un fuego, que se va atemperando con el
tiempo, ya sea por la distancia (Adele) o por los sacrificios que implica asegurar el sustento diario
(Luisa).Hay una frase que sintetiza esos sentimientos apasionados pero inconstantes, que no se adaptan a
la regularidad de la vida social y familiar: “Quiso recordar a Adele, pero sólo recordó su llanto la última
noche.” (página 14). Es como si su nombre ya no evocara los sentimientos que antes le despertaba.
Siempre la felicidad y el amor parecen estar en otro lado, o aparecer en un momento inoportuno. Cuando
Natalia ya comprometida con Giacinto ( un hombre débil, poco amante del trabajo e inclinado hacia el juego,
si bien esto lo supo después), ve crecer un sentimiento profundo por Nino (un inmigrante italiano, carpintero,
con ideas anarquistas, que vivía en el conventillo), siente que no puede permitirse el amor. En su caso lo ve
como un exceso, como una osadía. Además hay imperativos morales que no está dispuesta a transgredir,
además el recuerdo del abandono sufrido y la ausencia del padre hacen que no quiera repetir esa marga
experiencia. Nino ya tiene una esposa en Italia. Se cuenta primero como Nino mira subyugado a Natalia:
“Nino, algunas veces veía pasar a Natalia a través de la puerta abierta, si estaba sentado se ponía de
pie y enrojecía. Cuando ella seguía su camino, él se asomaba y la miraba alejarse.” (página 103).
Luego se produjo el acercamiento y la intuición de que ese hombre era el único que amaría en su vida. “Él
se acercó. Tomó sus manos y Natalia las liberó con un ademán brusco, no el mismo que usaba con

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Giacinto porque ahora sus manos se revelaban, querían retornar al cobijo de las otras, un poco
ásperas, ardientes. Retrocedió y Nino avanzó. Entonces ella se quedó inmóvil, respirando con fuerza.
Percibió su olor, un olor a jabón, a tabaco, imperceptible a cal y madera, intenso a sudor y silencio.
Pudo hundirse en su rostro, que nunca había visto tan cercano, tenía los ojos dormidos, la cabeza
ligeramente inclinada, como quien escucha una música. Repentinamente, él despertó. Abrió los ojos,
con la mirada mansa y sorprendida. Su boca entreabierta buscó la suya con una ansiedad
desesperada, como la de un niño quemado por la sed. Pero no era un niño sino un hombre al que
sentía temblar. Un hombre casado con una mujer que esperaba el reencuentro.” (página 104). Ese
encuentro encerraba el secreto de la felicidad, una sensación de acariciar lo deseado y al mismo tiempo ver
su lejanía, su imposibilidad. “Natalia encendió la luz. Apartó la olla y cubrió los carbones con ceniza.
Había borrado el beso con las manos, pero el beso estaba ahí, y el olor de Nino a sudor y silencio. Y
mientras alzaba la olla con la sopa caliente apartada de su cuerpo, supo con certeza que sería el
único beso que recordaría en su vida, que ése sería el único, indestructible recuerdo del amor.
Después no tendría nada.” (página 107).

Los personajes parecen recordar el proverbio alemán: “La felicidad es como el arcoíris, siempre se ve en
tejado de enfrente.”. Cuando muere Agostino, el padre de Natalia, le hace un pedido a su hijo Giovanni. Le
dice que él tiene una hermana, Natalia, en Argentina, le pide que la visite y que le diga que él siempre la tuvo
presente, y que nunca la olvidó. Giovanni primero le escribe una carta que jamás tiene respuesta. Tiempo
después Giovanni viaja a la Argentina para verla. Se encuentran y dice el narrador: “Giovanni –dijo, y estuvo
tentada de apartarse, de brindarle a lo sumo un gesto de cortesía alargándole la punta de los dedos. Le picó
la nariz, el fondo de la garganta. El mar vino a su encuentro, la inmensidad que había atravesado Giovanni, y
la desmoronó. El picor de la garganta le subió a los ojos y el llanto la asaltó, salado como el agua de mar. Su
padre le mandaba un hermano.” (página 142). Fue creciendo una relación donde predominaba el afecto y la
ternura, que tanto le costaba a Natalia, era posible sólo con Giovanni.

Por otra parte, Giovanni había conseguido un trabajo como marinero, como era el sueño del padre, pero
había una distancia con lo que había imaginado tanto Agostino como Giovanni. “Había cumplido los sueños
de Agostino, aunque imperfectamente como siempre se cumplen los sueños, o al menos, de otra manera
que la soñada. Se había embarcado pero sus modales desenvueltos, su simpatía, no le habían servido para
obtener un puesto de camarero en la primera clase, donde hubiera recibido propinas generosas, sino de
pañolero. Con Giovanni, Natalia parecía más joven y más vulnerable, olvidaba en esos encuentros, la
severidad de su mirada, la dureza que se autoimpuso como respuesta a la orfandad.

En el final, Isabella, la hermana de Natalia se casa con José y tiene varios hijos. Uno de ellos, la menor, es
la narradora de esta historia.” La menor de las hijas de Isabella, la que tenía el rostro mate y los
cabellos enrulados como el abuelo, escuchó sentada a la mesa ocupando un lugar entre su hermano
y su primo, el hijo de Natalia. En esas charlas de sus mayores nunca intervino. Guardó la memoria de
Natalia, de Giovanni, y con lo que le contó su madre, Isabella, de odiada y tierna mansedumbre,
muchos años más tarde escribió esta historia apenas inventada, que termina como cesan las voces
después de haber hablado.”

Bibliografía

Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo, Norma, Buenos Aires, 2003.

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[1] Se podría pensar en La terra trema de Visconti, en como la forma alienada de trabajo condiciona la visión
de la pobreza como naturalización de un estado de cosas. Hay una tensión entre creencias tradicionales (en
primer lugar religiosas) y por otro lado políticas (sobre todo de parte del marxismo).

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