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CONFLICTO ARMADO INTERNO EN GUATEMALA

El 25 de febrero de 1999 fue entregado en la ciudad de Guatemala el informe de la Comisión para el


Esclarecimiento Histórico Guatemala Memoria del Silencio. Dicha comisión fue establecida en el marco del
proceso de negociaciones de paz a través del Acuerdo firmado en Oslo (Noruega) el 23 de junio de 1994 y su
principal propósito era la investigación de las violaciones a los derechos humanos y hechos de violencia que
causaron sufrimiento a la población guatemalteca durante el conflicto armado interno.

En 2004, quinto aniversario de entrega del informe, el Congreso de la República aprobó el Decreto 06-2004,  Ley
que conmemora el 25 de febrero de cada año, como el Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas del Conflicto
Armado. El Congreso consideró entonces que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico recomendó preservar
la memoria de las víctimas del conflicto armado interno, conmemorándolas en un día especial. La propuesta de
fecha provino de las organizaciones de víctimas y de derechos humanos de la sociedad organizada que sugirió que
tal conmemoración se realizara el 25 de febrero de cada año, por ser esa la fecha en que se presentó el informe
final de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico.

El artículo 1 de esta ley establece el 25 de febrero de cada año, como el Día Nacional de la Dignidad de las
Víctimas del Conflicto Armado Interno, y señala que debe conmemorarse tal fecha en instituciones autónomas y
descentralizadas, establecimientos educativos y oficinas públicas y privadas, en la forma que se honre de mejor
manera la memoria de las víctimas del conflicto armado interno.

Lamentablemente, en todos estos años han sido las organizaciones de víctimas las que han conmemorado «su»
día, sin el apoyo del Estado. De la misma forma en que lo han hecho con las luchas de otros sectores y grupos de
población, el Estado decreta los días, crea las oficinas o departamentos, cuando bien les va les destina un
presupuesto mínimo, y deja que sean «ellos y ellas» quienes se encarguen: que las mujeres se encarguen de
conmemorarse su 8 de marzo y su 25 de noviembre, que los indígenas se encarguen de recordar su 9 de agosto…
lo mismo ha sucedido con las víctimas de la guerra terrorista de Estado contra el pueblo.

La memoria y el recuerdo son fundamentales para las víctimas porque permite hablar de las personas, mantenerlas
vivas en los corazones de la familia y la comunidad; pero también es importante para la sociedad, porque nos da
la oportunidad de conocer los hechos y acercarnos más a la verdad de nuestra historia.

Si bien ese es un primer paso para evitar que se vuelvan a repetir las atrocidades sucedidas, para las personas que
perdieron familiares en la guerra o fueron víctimas directas, lo más importante es el reconocimiento de los
hechos, no solo que se sepa qué pasó, sino entender por qué, porque muchas víctimas fueron criminalizadas y se
decía «en algo andaba metido», «por algo le pasó», cuando en general eran víctimas inocentes, población civil no
combatiente. Si no, ¿cómo explicamos que de las más de 200 víctimas en la masacre de las Dos Erres, al menos
90 eran niños y niñas menores de 9 años?

Pero también es importante conocer el destino de las personas, especialmente en los casos de desaparición
forzada. Y para ello es necesario que los victimarios, los perpetradores, los asesinos, o como queramos llamarlos,
digan lo que hicieron y dónde dejaron los cuerpos, para que las personas puedan elaborar adecuadamente sus
duelos y enterrar los restos de sus seres queridos. Los ritos individuales y comunitarios relacionados con la
muerte han sido seriamente afectados en Guatemala a partir de la práctica de desaparición forzada, uno de los
mecanismos más perversos del horror en esta guerra terrorista contra el pueblo.
Por ello no está de más recordar el dicho de que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla,
porque no puede aprender de los errores cometidos en ella, no puede identificar las causas que los produjeron y
las condiciones que los permitieron. Y todos y todas somos responsables de que ello no suceda de nuevo

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