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Gabriel Carrizo
Las palabras con que se inician este artículo pertenecen a una de las investigadoras
que en los últimos años ha contribuido a la formación de un campo de estudios
históricos sobre la “cuestión criminal” y el control social en Argentina. En una reflexión
acerca de su experiencia en la investigación, Lila Caimari (2010) ha relatado sus
primeros acercamientos a la obra de Michel Foucault, sobre todo en lo vinculado a las
tecnologías de disciplinamiento y el discurso criminológico. Su obra se ocupa
actualmente de estudiar los orígenes y evolución de las prácticas de castigo en la
Argentina moderna.
Más allá de que Caimari admita que a medida que avanzaba su investigación se
alejaba cada vez más de las hipótesis foucaultianas (a partir de observar problemas de
aplicación del modelo teórico de vigilar y castigar a casos concretos), lo cierto es que
el filósofo francés es una referencia ineludible para las ciencias sociales. En efecto,
Michel Foucault (1926–1984) ha sido uno de los pensadores más influyentes de finales
del siglo XX, al desarrollar un lenguaje nuevo en torno a la sexualidad, al analizar el
discurso psiquiátrico y las visiones contemporáneas en torno a la locura, y al mostrar
el nacimiento de la clínica como un sistema característicamente moderno de abordar
los problemas sanitarios. Pero será con sus estudios del sistema carcelario moderno y
el discurso criminológico que su obra adquirirá gran relevancia. Al decir de Francois
Boullant, “ya nunca la cuestión carcelaria volverá a plantearse de la misma manera”
(2004, 8). Sobre todo porque la situación penitenciaria se convertirá para Foucault en
una apuesta filosófica, política y social decisiva:
El análisis del poder fue una de las principales preocupaciones teóricas de Foucault, al
preguntarse por su funcionamiento, sus manifestaciones y sus lugares de producción.
Dicho autor pretendía realizar una reelaboración de la teoría del poder dado que desde
su perspectiva, la mecánica del poder jamás había sido analizada. Hasta allí, el poder
sólo había sido examinado en función del aparato del Estado o de las relaciones
económicas de explotación:
“no se ve de qué lado (a derecha o a izquierda) habría podido ser planteado este
problema del poder. A la derecha, no se planteaba más que en términos de
constitución, de soberanía, etc; por lo tanto en términos jurídicos. Del lado marxista, en
términos de aparato de Estado” (Foucault, 1980, 180).
Foucault muestra que para llegar a un estudio exhaustivo del poder es necesario
observar las formas que adquiere en las sociedades modernas. Está en contra de lo
que él llamó concepción tradicional del poder, es decir aquella que entiende al poder
como mecanismo esencialmente jurídico (lo que dice la ley o lo que prohíbe). Según
su mirada, esta concepción es inadecuada para abordar la problemática del poder y es
por ello que va a privilegiar su interpretación en términos de tecnología. Foucault se
ocupó de estudiar
“la instauración de un poder que se ejerce sobre el cuerpo mismo. Lo que busco es
intentar mostrar cómo las relaciones de poder pueden penetrar materialmente en el
espesor mismo de los cuerpos sin tener incluso que ser sustituidos por la
representación de los sujetos” (Foucault, 1980, 156).
“si el poder no fuera más que represivo, si no hiciera nunca otra cosa que decir no
¿pensáis realmente que se le obedecería? Lo que hace que el poder agarre, que se le
acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino
que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce
discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el
cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir”
(Foucault, 1980, 182).
Como podemos observar, para Foucault el poder no debe ser analizado como un
fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo o grupo sobre los
demás. El poder no establece divisiones entre los que lo detentan y los que no lo
poseen. Para el filósofo francés,
“el poder tiene que ser analizado como algo que circula, o más bien, como algo que
no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allí, no está nunca en las
manos de algunos, no es un atributo como la riqueza o un bien. El poder funciona, se
ejercita a través de una organización reticular” (Foucault, 1980, 144).
Es decir, el poder circula a través de los individuos. Todos contamos con una cuota de
poder, debiéndose reconocer que no es el bien mejor distribuido del mundo. Por lo
tanto, Foucault considera que el poder es posible de ser hallado en donde se vuelve
capilar:
“se trata (...) de coger al poder en sus extremidades, en sus confines últimos, allí
donde se vuelve capilar, de asirlo en sus formas e instituciones más regionales, más
locales, sobre todo allí donde, saltando por encima de las reglas de derecho que lo
organizan y lo delimitan, se extiende más allá de ellas, se inviste en instituciones,
adopta la forma de técnicas y proporciona instrumentos de intervención material,
eventualmente incluso violentos” (Foucault, 1980, 142).
“entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia,
entre un maestro y un alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones
de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre
los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se
incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento” (Foucault, 1980, 157).
Foucault ha analizado un tipo de poder al que denominó poder disciplinario. Entre los
siglos XVII y XVIII se produjeron una serie de transformaciones en el tipo de poder que
comienza a imponerse. Es decir, el poder ya no se revelaría a través del espectáculo
público del castigo sino que comienza a manifestarse en profundidad sobre los
cuerpos y las almas. En la denominada Era del teatro del castigo tenía lugar la
representación escénica de la ejecución de sanciones, a cargo del Rey y visible a
todos los súbditos. De esta manera se expresaba la denominada simetría de la
venganza: a igual delito, igual castigo 2. De allí que los escarmientos podían ser
horrendos, siendo dirigidos directamente al cuerpo de los sancionados (Jiménez
Carrasco, 2007).
Será con la “economía del castigo” en donde habrá una importante modificación del
paradigma del poder, que incidirá en un nuevo paradigma de la penalidad. Pero para
Foucault, este cambio no se explica por una postura más benigna del derecho penal
que hará que las penas pasen a ser más atenuadas y por ende, menos crueles. Para
nuestro autor, si el derecho de castigar se reformula es porque existe una “mala
economía del poder”, siendo necesario una mejor distribución del mismo. En este
sentido, la finalidad perseguida con este cambio de paradigma no es castigar menos,
sino castigar mejor. Como podemos advertir, con estos nuevos principios se
disminuirán los costos económicos y políticos del castigo, aumentando la eficacia
penal.
Por otra parte, Foucault constató que toda la microfísica del poder despertó un
importante interés para la burguesía durante todo el siglo XIX. Ya durante los siglos
XVII y XVIII, a partir del desarrollo del capitalismo, el cuerpo comenzó a ser sinónimo
de fuerza productiva:
Para Foucault “esta nueva mecánica de poder se apoya más sobre los cuerpos y
sobre lo que estos hacen que sobre la tierra y sus productos. Es una mecánica de
poder que permite extraer de los cuerpos tiempo y trabajo más que bienes y riqueza”
(Foucault, 1980, 149). De allí que para el sistema capitalista todo cuerpo inútil debe
ser excluido, reprimido o encerrado. Y ha sido la burguesía quien ha necesitado de las
diversas técnicas y procedimientos para materializar dicha exclusión.
En la siguiente sección veremos cómo el panóptico será funcional a los intereses que
persigue el capitalismo. Si acondiciona el poder para hacerlo más económico y más
eficaz es para volver más fuertes las fuerzas sociales: aumentar la producción,
desarrollar la economía, difundir la instrucción, elevar el nivel de la moral pública,
hacer crecer y multiplicar.
Son innumerables los beneficios que presenta el panóptico. En primer lugar, anula la
conformación posible de una multitud o masa compacta (lugar de intercambios
múltiples, individualidades que se funden, efecto colectivo) en beneficio de una
“colección de individualidades separadas”. La disposición de su aposento, frente a la
torre central, le imprime una visibilidad axial; pero las divisiones del anillo, las celdas
bien separadas implican una invisibilidad lateral. Y esto es garantía de orden. Si los
detenidos son unos condenados, no hay peligro de que exista un complot, tentativa de
evasión colectiva, proyectos de nuevos delitos para el futuro o malas influencias
recíprocas. Cada cual en su lugar está bien encerrado en una celda en la que es visto
de frente por el vigilante. Pero los muros laterales le impiden entrar en contacto con
sus compañeros. Es visto, pero él no ve.
Es el caso de las instituciones disciplinarias, aquellas que tienen como objetivo ejercer
el poder hasta el nivel microfísico y buscan controlar el tiempo en los diversos
individuos que componen la sociedad moderna. Es por ello que Foucault se ha
ocupado en sus análisis de los eslabones más finos de la red de poder. En este
sentido, los internados y las prisiones son esenciales para comprender el
funcionamiento de los engranajes del poder.
Para finalizar, nos interesa presentar algunas de las múltiples recepciones que ha
tenido la obra de Foucault, y las diversas posibilidades de lecturas de diversos
procesos desde una perspectiva foucaultiana. Por ejemplo, Jole Outtes (2002) ha
analizado el discurso de los urbanistas en Argentina y Brasil entre fines del siglo XIX y
mediados del XX, en donde pueden conocerse los proyectos para disciplinar la
sociedad a través de la ciudad. El autor sostiene como hipótesis que, tal como en el
caso de las cárceles (estudiadas por Foucault), el nacimiento del urbanismo estuvo
relacionado con la pretensión de poder transformar a los individuos.
El Urbanismo, definido como un proyecto que toma la ciudad entera como un sitio de
intervención, tiene un impacto directo en el cuerpo humano. El cierre de ciertas áreas
para determinadas actividades, por ejemplo, es una limitación a la libertad de
movimiento. Son decisiones que afectan la libertad individual, pues una zona
restrictiva es el lugar donde la libertad es levemente disminuida. Como la finalidad era
modificar las actitudes y el comportamiento diario de la población a través de la
inducción de ciertas reglas y patrones, estas ideas pueden ser vistas como una
práctica disciplinaria similar en algunos aspectos al encarcelamiento, como fue
analizada por Foucault. La ciudad es un organismo enfermo donde los “doctores
urbanos”, los urbanistas, deben ofrecer la prescripción necesaria para su “cura”.
Asimismo, la manera en que los criminales son descritos en el discurso de la
criminología es muy similar a la manera en que los urbanistas describían las barriadas
y viviendas urbanas de los más pobres.
También han sido fructíferos los aportes de Foucault para estudiar el rol de la
educación en la formación y consolidación de los estados nacionales (Bombassaro y
Fernández Vaz, 2009). En el caso de los profesores de educación física, desde las
primeras décadas del siglo XX tenían a su cargo el imperativo de “perfeccionar la
infancia”: es decir, imprimir en los niños un conjunto de hábitos corporales para
proyectar futuros ciudadanos saludables y aptos para el trabajo. De allí en más, la
educación física escolar se transformará en un dispositivo disciplinar y de control para
construir cuerpos saludables, dóciles y socialmente productivos.
La intervención estatal sobre el cuerpo humano era determinante para concretar cierto
vigor físico, que definiría posteriormente su aptitud para el ejercicio laboral, lo que
demostraría materialmente la pujanza de una nación. De allí que pueda hablarse de
una “bio política de la población”: el cuerpo individual importaba en la medida en que
ilustraba los procesos a nivel poblacional, o sea, que podía indicar el movimiento
general del desenvolvimiento de la salud y de la competencia para el trabajo. En
definitiva, a partir de Foucault es posible pensar a la educación física como un
dispositivo bio político, transformando a los escolares en objeto de experiencia e
intervención por parte del Estado en uno de los ámbitos que todavía resultaba privado:
el cuerpo.
Por otra parte, hemos visto que ésta nueva configuración del poder ejercida en
términos sutiles, advertida y estudiada por Foucault, generó una forma de saber a
través de los métodos de observación, técnicas de registro, procedimientos de
indagación y aparatos de verificación. Algunos estudios han mostrado que la exigencia
de ampliar los conocimientos a los fines del control social ameritó por ejemplo que, en
el marco de los procesos de construcción de los estados nacionales a fines del siglo
XIX, surgiera la necesidad de identificar en forma individual a los ciudadanos. La
búsqueda de la identificación se justificaba en primer lugar a partir de aquellos sujetos
considerados peligrosos: es decir, cómo distinguir entre ciudadanos honestos y
criminales en una sociedad de extraños. Posteriormente, se hizo necesario identificar
al resto de la población. Pero esta necesidad estatal confrontó tempranamente con la
falta de técnicas y documentos probatorios de la identidad individual. En principio, la
ciencia y la técnica buscaron en el cuerpo la solución a este problema: será con la
incipiente criminología que se postuló que el grado de criminalidad estaba fuertemente
asociada con ciertos rasgos físicos. De allí que a fines del siglo XIX las policías
implementaron un sistema antropométrico de identificación, tomándose once medidas
del cuerpo, porque se consideraba que eran las que menos cambio registraban con el
paso del tiempo.
Bibliografía
Boullant, Francois (2004) Michel Foucault y las prisiones, Buenos Aires, Nueva Visión.
Calveiro, Pilar (2010) “El tratamiento penitenciario de los cuerpos. México”, Cuadernos
de Antropología Social Nº 32, FFyL – UBA.
Carrasco Jiménez, Edison (2007) “El pensamiento penal de Michel Foucault”, Polis,
Revista de la Universidad Bolivariana, n° 18, Universidad Bolivariana, Santiago, Chile.
Foucault, Michel (1989) Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo
XXI Editores.
García Ferrari, Mercedes (2007) “‘Una marca peor que el fuego’. Los cocheros de la
ciudad de Buenos Aires y la resistencia al retrato de identificación”, en Lila CAIMARI
(comp.) La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870 – 1940),
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.