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Terrorismo

concepto de terrorismo
El terrorismo es un método y constituye la manifestación de uno o varios
problemas.
Se caracteriza por el uso de la violencia con fines políticos. Así, el terrorismo no
es violencia sin sentido, sino que es un método encaminado a mandar un
“mensaje” disuasorio, situación que requiere de cierta espectacularidad de los
actos perpetrados.
De manera inevitable, el terrorismo genera víctimas inmediatas, sólo que éstas
rara vez son las destinatarias finales de ese “mensaje” que los criminales
desean transmitir. Quienes recurren al terror evitan una confrontación directa
con los cuerpos de seguridad del Estado, dado que, muy posiblemente, no
poseen las condiciones materiales ni de recursos humanos para hacerles
frente. En cambio, con una estrategia de conflicto asimétrico, aprovechan el
“factor sorpresa” contra objetivos vulnerables y el éxito de la acción se puede
medir, entre otros elementos, a partir del temor que genera en la población.
En el siglo XX se desarrollaron reiterados esfuerzos para caracterizar el
terrorismo, siendo uno de los más interesantes el del Convenio de Ginebra del
16 de noviembre de 1937 para la Prevención y Represión del Terrorismo. En el
primer capítulo de dicho convenio se proponía definir al terrorismo como el
conjunto de “hechos criminales dirigidos contra un Estado y cuyo fin o
naturaleza [fuera] provocar el terror en personalidades determinadas, grupos
de personas o entre el público.”
El terrorismo en México
Lo anterior contrasta con una serie de medidas y acciones emprendidas por
las autoridades mexicanas para enfrentar a las organizaciones criminales que
operan en el país. Sin ir más lejos, entre 2007 y 2010, según datos publicados
por Excélsior, la Procuraduría General de la República (PGR) obtuvo de parte de
jueces federales, 52 órdenes de aprehensión por el delito de terrorismo. Cabe
destacar que al paso del tiempo, las órdenes para detener a presuntos
terroristas han crecido: en 2007 fueron sólo dos; en 2008 aumentaron a cinco;
en 2009 ya eran 16; y en 2010 llegaron a 29.
Además de estas cifras, se han producido hechos que a todas luces emplearon
el terror para transmitir “un mensaje” a las autoridades, destacando los
ataques a ductos de la paraestatal Petróleos Mexicanos (PEMEX) por parte de
militantes del Ejército Popular Revolucionario (EPR), mismo que reivindicó las
acciones en represalia por la detención de dos de sus militantes por parte de
las autoridades; el ataque con granadas –atribuido presuntamente a los Zetas-
en Morelia, Michoacán, la noche del 15 de septiembre de 2008, provocando la
muerte de ocho personas y lesiones a seis más; el atentado perpetrado con un
coche bomba en Ciudad Juárez, Chihuahua, el 15 de julio de 2010,
aparentemente como represalia, por parte de la organización criminal En la
Línea, por la detención de uno de sus líderes operativos; etcétera. Cabe
destacar que en el primer caso, las autoridades sí afirmaron que las acciones
del EPR eran delitos de terrorismo aunque trataron de suavizar lo dicho,
añadiendo que, de manera específica, constituían actos de sabotaje.
verdad que, hurgando en la historia del siglo XX, es posible encontrar
situaciones donde se echó mano del terror, ya fuera por parte de las
mismísimas autoridades mexicanos –terrorismo de Estado- o actores no
estatales. La polémica que circunda el accidente aéreo que provocó la muerte
de Carlos Alberto Madrazo Becerra en Monterrey, en 1969, o inclusive el
asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994, podrían incluirse en el primer caso.
Por cuanto hace a actores no estatales, se recuerda a la Liga 23 de septiembre,
la que se proponía debilitar al régimen político a través de actos de sabotaje y
secuestros, siendo uno de los más famosos, el que derivó en la muerte del
empresario Eugenio Garza Sada en 1973, además de la del empresario tapatío
Fernando Aranguren, amén de otras intentonas como la de secuestrar a la
hermana del Presidente López Portillo –Margarita- etcétera.
Existen, sin embargo, diferencias importantes entre los sucesos descritos y los
que se han producido en los últimos años y, en especial, el que se desarrolló el
pasado 24 de agosto. En ocasiones precedentes, las autoridades buscaron
formas de lidiar con el problema, incluso, en muchos casos, recurriendo a
acciones autoritarias, como la llamada guerra sucia de finales de los años 60 y
principios de los 70.
Terrorismo y seguridad en un mundo globalizado
Hoy la realidad es distinta. El sistema internacional de derechos humanos ha
tenido una evolución notable, al igual que la democracia, creando nuevos
estándares respecto a lo que se puede o no hacer en las acciones para
enfrentar a la criminalidad organizada. En la Convención Interamericana contra
el Terrorismo (CICTE) de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de
2002, en su artículo 15, hay un rubro denominado derechos humanos, que a la
letra señala que “las medidas adoptadas por los Estados parte de conformidad
con esta Convención, se llevarán a cabo con pleno respeto del Estado de
derecho, los derechos humanos y las libertades fundamentales.”
Lo que es más: México, en la Asamblea General de la OEA en la que se
suscribió la citada convención, impulsó una resolución sobre la relación entre el
terrorismo y los derechos humanos, que establece que es necesario “reafirmar
que la lucha contra el terrorismo debe realizarse con pleno respeto a la ley, a
los derechos humanos y a las libertades democráticas para preservar el Estado
de derecho, las libertades y los valores democráticos en el hemisferio.”
Planteamientos como los descritos habrían sido impensables en el contexto de
la guerra fría. También es cierto que hoy plantean retos a las autoridades en la
procuración de la justicia.
Otro hecho a ponderar en el análisis es la manera en que han cambiado las
capacidades de los Estados para proveer seguridad. La seguridad es o debe ser
un bien público. Empero, ante las diversas reformas económicas que han
debido realizar los gobiernos en décadas recientes, sus márgenes de maniobra
se han reducido, incluso en aquellos terrenos considerados como de su ámbito
primigenio de acción, por ejemplo, la seguridad. Hoy los Estados son débiles.
En la actualidad proliferan por todas partes servicios de seguridad privada que
ponen en entredicho esa función tradicional del Estado, amén de que se nutren
de la percepción de inseguridad que prevalece en las sociedades. Lo más
grave, por supuesto, es que la seguridad tiende a dejar de ser un bien público,
para convertirse en un producto comercial al que se puede tener o no acceso
en función del poder adquisitivo con que se cuente.
Legislación sobre terrorismo en México
Legislación vigente en México para lidiar con el terrorismo, tiene dos
fundamentos: los acuerdos y tratados internacionales en la materia y la
experiencia nacional. Por cuanto toca a los acuerdos, tratados y/o
convenciones internacionales para el combate del terrorismo en sus diversas
formas, existen 13 de ellos en vigor, que incluyen disposiciones encaminadas a
combatir el apoderamiento ilícito de aeronaves; el financiamiento al terrorismo;
la toma de rehenes; la protección física de materiales nucleares; la protección
de las plataformas fijas emplazadas en la plataforma continental; la represión
de actos ilícitos contra la seguridad en la navegación marítima, etcétera.
México es parte de todas ellas, lo que supone que, en aras de su cumplimiento,
el país debe adecuar su legislación o crear normas alusivas en los casos en que
éstas no existan internamente. Ha sido el caso, por ejemplo, de las
disposiciones a nivel nacional para combatir el financiamiento al terrorismo, las
cuales fueron elaboradas por la Secretaría de Hacienda y puestas en marcha
en noviembre de 2006, como parte de los esfuerzos internacionales contra el
blanqueo de capitales y el aprovisionamiento de recursos en beneficio de
criminales, entre ellos, los terroristas.
En el caso de la legislación interna, el Código Penal Federal incorpora el delito
de terrorismo en su artículo 139, el cual fue añadido en 1970 –dado que
previamente no estaba tipificado en la citada legislación-, a la luz de los
movimientos subversivos ya descritos. En dicha reforma, se modificaron
diversos preceptos existentes en la citada legislación, suprimiendo la figura de
disolución social, e incorporando tipos de terrorismo, sabotaje y privación ilegal
de la libertad.
Hoy, esa legislación sigue vigente y en ella se caracteriza al terrorismo como la
realización de actos en contra de las personas, las cosas o servicios al público,
que produzcan alarma, temor, terror en la población o en un grupo o sector de
ella, para perturbar la paz pública o tratar de menoscabar la autoridad del
Estado, presionar a la autoridad para que tome una determinación y utilizando
para ello explosivos, sustancias tóxicas, armas de fuego o mediante incendio,
inundación o cualquier otro medio violento.
Cabe destacar que la citada legislación que data de hace más de 40 años,
tiene un perfil muy específico: para que una persona, en el momento actual,
pueda ser juzgada por el delito de terrorismo, debe demostrarse que su móvil
es político e/o ideológico. Cuando mucho, a quienes se encontrara
responsables, sólo se les podría procesar por delitos como lesiones o tentativa
de homicidio, entre otros, si bien a todas luces ello resulta insuficiente ante las
características que hoy tiene el fenómeno terrorista.
De ahí que el año pasado se hiciera la propuesta de reforma, otra vez, del
artículo 139 del Código Penal Federal, la cual busca subsanar esta limitación
que se explica, como se sugería anteriormente, por el contexto de las guerrillas
que operaban en aquellos tiempos en el país. Dicha reforma debería ser
aprobada en el próximo período ordinario de sesiones del Senado que
comienza en septiembre –y dada la premura existente de cara a los sucesos
más recientes, seguramente recibirá el visto bueno de parte de la cámara alta.
La reforma, aprobada el pasado 15 de diciembre de 2010 por el pleno de la
Cámara de Diputados, incluye una referencia a la intimidación como posible
objetivo del terrorista, lo que allana el camino para castigar a los responsables
de los granadazos en Morelia, o a quienes colocaron un coche bomba en
Ciudad Juárez, o bien a los responsables de incendiar el Casino Royal en
Monterrey hace unos cuantos días. También la difusión de los actos
perpetrados está penada en la reforma, dado que ello es un aliciente que
motiva al terrorista a llevar a cabo ese tipo de violencia.
El artículo 139, ya en su nueva versión, enfatiza que “se impondrá
pena de prisión de 10 a 50 años y hasta dos mil días multa, sin perjuicio
de las penas que correspondan por los delitos que resulten, al que utilizando
sustancias tóxicas, armas químicas, biológicas o similares, material radioactivo
o instrumentos que emitan radiaciones, explosivos o armas de fuego, o por
incendio, inundación o por cualquier otro medio violento, realice actos en
contra de las personas, las cosas o servicios
públicos, que produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o
sector de ella, para atentar contra la seguridad nacional, intimidar a la
sociedad, así como difundir sus actividades, o presionar a la autoridad para que
tome una determinación."
Como se ve, internamente se está actualizando la normatividad imperante,
para adecuarla a las difíciles circunstancias que enfrenta la sociedad mexicana
de cara a los embates del crimen organizado. Por ello, vale la pena preguntar,
¿por qué hasta ahora es que el Presidente caracteriza un suceso tan dramático,
como acto terrorista con todas sus letras y no lo hizo antes, por ejemplo,
cuando se produjeron los granadazos ? ¿Será que considera genuinamente que
necesita ayuda de parte de la comunidad internacional para encarar el
problema? ¿Se trata acaso de una estrategia para presionar a Estados Unidos,
a quien el propio mandatario mexicano ha señalado una y otra vez como
responsable de buena parte de las acciones del crimen organizado en territorio
nacional? ¿Es quizá parte de una estratagema electoral con tintes políticos?
No queda claro que al considerarlos “terroristas”, los criminales vayan a dejar
de delinquir, ni siquiera al entrar en vigor la citada reforma del artículo 139 del
Código Penal Federal. Empero, se le puede dar otra lectura al pronunciamiento
del Presidente mexicano. Estados Unidos capturó y asesinó a Osama Ben
Laden en mayo pasado, y a continuación anunció que retiraría a sus tropas
emplazadas en Afganistán, a más tardar en 2014. Pareciera, entonces, que el
terrorismo tendrá un perfil más bajo para las autoridades estadounidenses en
los años por venir, lo que le permitirá a Washington canalizar sus esfuerzos a la
lucha contra el crimen organizado.
Diversos analistas en Estados Unidos, acusan al gobierno estadounidense, de
haber influido en el auge de la inseguridad en México, al destinar casi todos
sus esfuerzos a enfrentar el terrorismo de 2001 a la fecha. En consecuencia, la
atención y sobre todo los recursos humanos y materiales para contrarrestar al
crimen organizado, disminuyeron, y ello, dicen, creó una ventana de
oportunidades para los narcotraficantes y otros delincuentes. Por lo tanto,
ahora que Ben Laden murió -al igual que el “número dos” de al-Qaeda-, parece
que la misión contra-terrorista que se propuso Estados Unidos está
prácticamente cumplida a 10 años de distancia.

En suma: diversas acciones desarrolladas en los últimos años por el crimen


organizado en México, son actos terroristas, pese a lo cual no es sino hasta
recientemente que las autoridades deciden considerarlas como tales, en el
marco de las reformas a la legislación interna que buscan dar forma a la
caracterización de dicho flagelo. Seguramente México, como se desprende de
las declaraciones del Presidente Calderón, intenta acceder a la cooperación
internacional existente en materia contra-terrorista, aunque no hay que perder
de vista la condicionalidad política que este hecho traerá aparejado. Asimismo,
puede ser confuso combatir al crimen organizado con una visión contra-
terrorista dado que la mayor parte de los ilícitos perpetrados por cárteles de la
droga, traficantes de armas y personas, etcétera, no son actos terroristas. Al
final es claro que México necesita de la cooperación internacional para
enfrentar los flagelos del crimen organizado y del terrorismo, pero esto debe
hacerse subordinando el apoyo externo al interés nacional y no al contrario.

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