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El turismo de la cantidad

Un post de Alfonso Vargas Sánchez

13 DE AGOSTO DEL 2015

Esta impresionante foto acompañaba un artículo recientemente publicado en un diario de tirada


nacional, y me hizo retomar una vieja preocupación: “El desafío del turismo masivo”, que es el
título de dicho artículo.

Contemplar ese “monstruo” de crucero atracando en un lugar tan sensible como Venecia me
resultó espantoso (igual podría haber sido en determinados puertos de nuestra costa) y
estimuló de nuevo mi reflexión al respecto de la masificación, de la sostenibilidad del turismo
de masas. Esos desembarcos a modo de invasiones (aunque sean por unas horas) en
entornos frágiles son un atentado fruto del economicismo más feroz y depredador. En algunas
islas, como en las pequeñas del archipiélago de Hawai, se prohibieron.

Hasta los propios empresarios de Exceltur ya han manifestado públicamente que les preocupa
el modelo de turismo de cantidad y cantidad: a mí también.
Cada vez que un político (no sé si responsable o irresponsablemente) anuncia, sobre todo en
esta época del año, cifras records de turistas, confieso que se me ponen los pelos como
escarpias, aunque vaya contracorriente. Sin entrar en los factores exógenos que nos están
beneficiando desde hace años (no todo es mérito nuestro), en referencia a la inestabilidad e
inseguridad en países competidores, fundamentalmente, en el segmento del turismo de sol y
playa, me pregunto por qué éste es prácticamente el único indicador que se utiliza para medir
la bondad de la evolución del sector, atribuidas, por supuesto, a las políticas públicas (cuando
los datos no son tan halagüeños ya se buscan otras explicaciones: la del enemigo exterior, con
una alarmante falta de autocrítica y voluntad/capacidad de aprendizaje). En realidad la
rentabilidad no está necesariamente unida a la cantidad, sino más bien a la calidad.
Como turistas somos todos, dicen algunos/as hasta con estudios en la materia (lo cual no dice
mucho de dónde se estudió), parece sobreentenderse que cualquiera puede gestionar un
destino turístico, como cualquiera puede hacer la alineación del equipo de fútbol de sus
amores. Cómo hiere ese paralelismo cuando nos encontramos ante, quizás, el sector más
complejo de gestionar, por la multitud de agentes (públicos y privados) que intervienen y la
infinidad de interrelaciones que se dan entre ellos en esa tupida malla, amén de por su
naturaleza (y competencia) global.

La realidad que un servidor observa es, en general:


-La de una gran falta de profesionalidad en la gestión de los destinos, en la que la implicación
de los municipios es esencial (si es que la hay, porque aún muchos confunden gestión con
mera promoción). Dicho de otra manera, el turismo, la principal industria nacional, sigue sin
tomarse suficientemente en serio. Paradojas de nuestro país.

-Que el turismo masivo es como el "yin" y el "yang", con sus efectos positivos y negativos,
aunque estos últimos deliberadamente tienden a dejarse en un segundo plano: me pregunto
por la satisfacción que puede generar en el cliente el tener que hacer cola hasta para encontrar
un hueco donde poner sombrilla y toalla playeras, que le cobren por estacionar su vehículo (si
puede), pagar más por todo a cambio de un peor servicio, la pérdida de calidad de vida en la
comunidad receptora de esas hordas ávidas de disfrute, tal y como cada cual lo entienda (el
turista ha de ser educado para respetar, igual que el residente para acoger, y esto no se hace),
el impacto sobre entornos naturales frágiles, sobre la conservación del patrimonio histórico-
artístico…

-Que cualquier tipo de turista vale (que vengan cuantos más mejor), porque no se ha definido el
modelo que se desea para el destino en cuestión en función de sus recursos y características,
así como de las aspiraciones de sus gentes. O sea, que no suele haber planificación, que
delimite, por ejemplo, capacidades de carga.

-Que caso de existir algún plan, no irá más allá de la próxima legislatura, sin reparar que la
profundidad de los cambios producidos y de los que están por llegar exige poner la luz larga y
prepararse pensando en los próximos lustros e incluso décadas. Por ejemplo, en los destinos
de sol y playa, ¿se están preguntando siquiera sus autoridades los efectos que puede provocar
el cambio climático, con un incremento del nivel de las aguas? Esto no se improvisa. O
pensemos en aquellas playas que hay que regenerar artificialmente cada año con aportes de
arena que cuestan lo suyo.

-Que seguimos anclados en el paradigma del siglo pasado, con la sostenibilidad como un mero
adjetivo, no como un sustantivo. Los progresos son demasiado lentos para la exigencia de una
población que busca algo diferente. Hemos de construir un turismo más solidario espacial y
temporalmente.
-Prueba de ello es la extensión del modelo “todo incluido”. Sin perjuicio de que tiene su
mercado, es palpable que resulta cuando menos socialmente insostenible: ¿cómo puede ser
socialmente sostenible un modelo en el cuál los clientes no salen del hotel? Podría poner algún
que otro ejemplo más.

Y el corolario final: si no alteramos esta situación, llegará un momento en que se nos vuelva,
como un boomerang, en nuestra contra. Tomemos conciencia, por favor. Todo tiene sus
límites: se puede morir de éxito.

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