Está en la página 1de 20

Cruz de plata

Chapter 22: 22 Vivir después de haber


muerto
by Midgardian geek
.

22

VIVIR DESPUÉS DE HABER MUERTO.

Integra mientras tanto, dejaba que sus lágrimas fueran absorbidas por las plumas de la almohada
y sobra decir lo que sentía en esos momentos, pues lo único que la reconfortaba era la esperanza
de ver terminado su suplicio. Acurrucada, como podía, se quedó quieta tratando de conciliar el
sueño, se llevó la mano al pecho y aferró contra él la cruz de plata de su padre. En algún
momento de la noche se fue quedando dormida poco a poco.

Una, dos veces parpadeó hasta que de repente sin saber por qué o como, se encontró en un
páramo todo verde; una pradera otoñal cuyos eucaliptos circundantes se deshacían ante los
ventarrones del viento; sin duda era una planicie hermosa y completamente iluminada por un sol
oblicuo y tibio, y ella, ella estaba sentada envuelta en su camisón blanco, en medio de un montón
de flores amarillas cuyos pétalos se enredaban en sus largos cabellos a voluntad de la afanosa
brisa que golpeaba en todas direcciones.

Integra trató de enfocar más a lo lejos y se puso la mano en la frente para que no la lastimara el
sol, con sorpresa descubrió que podía ver muy bien a sus alrededores, que no necesitaba usar
ningún tipo de gafas para enfocar: sabía que era un sueño y sin embargo, parecía tan real. Los
rayos del sol lastimándole, la brisa fría en sus mejillas, el viento en sus cabellos, era tan palpable
que no pudo menos que alegrarse de estar en ese lugar que le traía tanta serenidad a su alma,
así que aspiró profundamente y mirando en dirección a sus espaldas reconoció del todo ese
lugar. Ubicada a unos cuantos metros, ella podía ver perfectamente una casa fácilmente
reconocible para ella: ¡pues estaba sentada ni más ni menos que en el extensísimo jardín trasero
de la mansión Hellsing! Tal fue su sorpresa, que se echó boca abajo sobre el pasto y se extendió
para poder ver mejor su antigua y querida morada. Con más sorpresa aún, descubrió que podía
mover ambos brazos, luego se volvió a mirar sus piernas las cuales tímidamente trató de usar y al
lograrlo, sintió su corazón latir ansioso, no acaba de salir de su desconcierto, cuando escuchó
una voz que la dejó todavía más sorprendida: -¡Integra, Integra!- gritaba ansiosa una voz
masculina.

Ella volteo poco a poco sin poder dar crédito a lo que escuchaba, lentamente viró la mirada en
dirección a la casa y lo que estaba frente a ella la hizo conmoverse hasta las lágrimas, pero no se
atrevió a moverse.

-¡Integra, Integra, hija!

Ante ella estaba, caminando rápidamente en su dirección ni más ni menos que Arthur Hellsing, su
adorado padre: pero no totalmente acabado y envejecido como cuando el cáncer lo consumió en
esa fría cama, sino casi rejuvenecido y fuerte, trotando a su encuentro.

-¡Hija mía!- decía estando cada vez más cerca de ella, extendiendo los brazos.

Integra, después de ese momento de perplejidad, no lo dudó un instante más y se levantó


súbitamente para echar a correr en busca del abrazo de su padre, al cual se arrojó una vez lo
tuvo lo suficientemente cerca.

-¡Papá, papá!- decía llorando de pura dicha.

-Hija mía, mi querida y adorada Integra- decía Arthur acariciando la dorada melena de su
heredera.- ¡te extrañe tanto! …
-Yo también papá, yo también. Aunque- agregó limpiándose el rostro con el dorso de la mano- me
temo que ya no soy esa niña que dejaste de ver.

-Vamos, para mí siempre lo serás, ¡siempre!

Muy curioso, pero en eso, ella se observó mejor y se dio cuenta de que no lucía como una dama
de más de cuarenta, sino como una joven de un poco más de veinte.

Al ver el sonriente y afable rostro de su padre, Integra intentó decir muchas, muchas cosas,
infinidad de ellas, pero no sabía cómo empezar. La sorpresa al ver en esa escena tan real y
sublime a su fallecido progenitor al cual miraba embelesadamente: esa mirada cándida y cariñosa
que siempre le proporcionó, más de pronto dejó de abrazarlo y se apartó lentamente, lo observó
con mucha atención, suspiró y bajó la mirada.

-Papá, ¡perdóname por favor! Perdóname… ¡por todo lo que he osado hacer con mi vida!

Arthur la miró y sonrió comprensivamente encogiéndose de hombros, tomándola por la barbilla:

-Integra, mírame, ¿no me digas que has estado remordiéndote todos estos años?

-Pero es que, ¿tú sabes bien todo lo que…me he atrevido a hacer?

-¡Claro, desde luego!- contestó con una sonrisa- yo me entero de todo, desde aquí y a veces, a
veces te he ido a visitar, claro, tú no puedes verme, pero es cierto, he viajado a través del viento
para estar contigo.

-Y, ¿qué lugar es este? Este es sólo un sueño, ¿cómo podrías?...

-No, este lugar es más que una construcción onírica. Aunque, no me pidas que te explique que
es, ¡lo único que importa es que viniste a visitarme! Eso me causa una gran alegría.

-A mí también, no me importa si esto es real o no, papá, estoy tan feliz de verte, pero al mismo
tiempo, estoy tan avergonzada- dijo bajando la cabeza de nuevo

-¿Quieres que hablemos de ello? E Integra asintió

Tranquilamente la tomó de la mano, como cuando era una niña pequeña (ella notó que él estaba
helado, como un témpano de hielo) y hecho a caminar en dirección a la casa, donde al amparo de
los árboles siempre hubo unas banquitas de jardín. Integra sólo miraba todo aquello con
embelesamiento, pues demasiado exacto a la realidad. Por fin llegaron, Arthur se sentó al lado de
su hija en una de esas bancas, a la sombra de unos viejos, pero frondosos castaños.

-¿Y bien, cariño?- le preguntó a ella que jugaba nerviosamente con los cordeles de su camisón.

-Te pido de nuevo, que me perdones.

-Hija, no me pidas perdón, especialmente porque sé que a pesar de tus desgracias, no estas
arrepentida…

-Te pido perdón porque, porque te deshonré papá, porque manché tu apellido.

- Tú crees que yo pienso eso.

-¿Y no es así?

-Integra, no te tortures más, créeme, cuando se esta tan muerto como yo, cosas como esas son
pequeñas, insignificantes…

-Pero, pero papá, es que yo…

-Se lo que me quieres decir, sé que te avergüenzas ante mí y me parece que ante los demás,
pero no necesito preguntarte las razones de tu proceder.

Ella observó el rostro comprensivo de su padre y hasta entonces recordó porque lo había querido
tanto.

-Yo siempre…siempre me pregunte que dirías si supieras, si me vieras, si pudiera preguntarte y


jamás pensé que me fueras a dar esta respuesta.

-Creo que es mucha la culpa que cargas.

-Hice cosas…terribles, cosas reprobables: perdí el título, hui de Inglaterra, hice caer la
organización, me enamore de… él y….

-Esa es la palabra. Y ante eso, ¿Quién puede hacer algo? Ni siquiera yo o Su Majestad con toda
la guardia británica. Ahora bien, está claro que no es lo que quería para ti, desde luego, pero, al
dejarte a su cuidado una cosa así podía pasar. Yo sé bien, Integra, todo lo que has pasado y no
puedo menos que admitir que tanto Alucard como Walter te cuidaron bien hasta el fin. Aunque
claro, si yo hubiese vivido para impedir que tú y él terminaran juntos, no habría dudado.

-Entonces, ¿no estás enojado conmigo por eso?

-No, en todo caso estoy enojado con ese vampiro infeliz, ¡por que no es más que un mañoso
sátiro! Aún más, si ese bribón fuera un yerno convencional hubiese regresado de la muerte sólo
para castrarlo o despellejarlo. ¡Ja! El rey de los vampiros quedándose con mi hija, te lo digo
ahora; es muy astuto, ¡él salió ganando con creces y lo sabía el muy…! Bueno… la verdad
ineludible en este caso es que siempre te quise mucho Integra, que te quiero ahora tal y como
eres y que te querré para toda la eternidad, estoy seguro.

-Pero ahora….

-Ahora, niña, has vivido con más intensidad de lo que muchos desearían…ahora mismo no creo
que hayas dejado nada por hacer.

-Creo que, es cierto…

-Por supuesto- afirmó tomando una de las manos de su hija- incluso estoy contento por el nieto
que me diste; el heredero de nuestro apellido ni más ni menos. Que gracioso; las cosas que más
anhelamos llegan cuando uno menos las espera, en mis años de paternidad todos deseaban al
varón heredero de mi casa, ¡y mira hasta cuando vino a nacer!

Integra sonrió dulce y orgullosamente: -Creo que hubiese sido fantástico que se conocieran. Es
un gran chico, aunque a veces es un tanto atolondrado… y no he podido hacer nada para
remediarlo, ojala se hubieses parecido más a ti.

-Hija, ejem, ejem- expresó un tanto incomodo- no juzgues tan duramente los procedes de ese
chico, a veces las cosas no son lo que parecen.

Integra miro a su padre con desconcierto, iba a preguntar algo, cuando una violenta ráfaga de
viento vino desde el lado poniente, haciendo sacudir con fuerza a los árboles y a las plantas, que
casi parecía que los gruesos troncos de los arboles no iban a resistir e iban a salir volando como
si fueran palillos.
-¡¿Y ese huracán?!- pregunto Integra, tratando de hacerse oír.

-¡Es el sol que ya se oculta!- contestó Arthur tomando a Integra de la mano, poniéndose de pie en
dirección de la casa.

-¿El sol?

-Sí, en este lugar siempre sucede así cuando llega el ocaso.

-Por un momento pensé que era un otoño muy peculiar.

-Lo es, sólo dura cuatro semanas, como cada estación.

Integra miraba todo aquello completamente sorprendida, en verdad estaba en un mundo


quimérico, fantasmagórico, idénticamente igual a su vieja morada londinense, pero en un tiempo y
espacio aparte, en paralelo a su realidad; era como un micro universo hundido en una esfera de
cristal, en el que al perecer solo su padre habitaba.

Al llegar a la terraza de la casa, el viento bramaba todavía con más y más fuerza.

-¡Papá! ¿Qué pasará?

-Nada, nada, así es todas las tardes, no demora el ventarrón , aunque creo- dijo mirando su
antiguo reloj de pulso, (ni más ni menos que el mismo con el que fue sepultado, Integra lo
reconoció de inmediato; el favorito de su padre, el que no tuvo tiempo, ni mucho menos corazón
para arrancarle de la muñeca, prefirió que se lo llevará a su viaje eterno, y ahora que lo
observaba bien, aún llevaba las mismas ropas de cuando el sepelio) aunque creo que es hora de
que te vayas, es hora de que regreses.

-¡Pero papá! No quiero irme papá, quiero quedarme contigo, ¡no quiero volver allá donde soy
infeliz!

-Hija, ¡se valiente! Aún te quedan unos asuntos que resolver y tal vez, muy pronto nos veamos de
nuevo.

-¿Pero cómo te volveré a encontrar?

-No tienes que saber cómo, sólo lo harás; debes saber que en el mundo, no hay certidumbres
perfectas, sólo esperanzas ineludibles.

-¡Papá! Papá de verdad- dijo asiendo uno los brazos de su padre- ¡perdóname por todos los
errores que cometí!

-Hija, ¡no hay nada que perdonarte! En cuanto a la organización, te juro que ni yo… ¡ni yo lo
hubiese hecho mejor! Estoy muy orgulloso de ti.

-¿De verdad?

-Por supuesto, ¡siempre lo he estado! Ahora, es tiempo de despedirnos. Hasta pronto, hija. Me ha
hecho dichoso volver a hablar contigo.

-Papá, ¡papá!

Llamó ella antes de ver desaparecer al caballero dentro de la casa y de sentirse impulsada hacia
atrás por una extraña e inexplicable fuerza, suspiró dejándose arrastrar mientras contemplaba un
ocaso inverosímil, con la luz cegadora de mil estrellas agonizantes chisporroteando al mismo
tiempo en el amplio y enorme cielo enardecido. De repente se convulsionó en su cama, y
después de una sensación de susto abrió los ojos; estaba de nuevo en su habitación y el sol ya
entraba tibio por su ventana.

Al mismo tiempo, Alucard regresaba de su excursión nocturna: cubierto de escarcha de la cabeza


a los hombros, con los brazos cruzados, arrastrando los pasos y la mirada. Cuando se encontró
de nuevo en casa, se materializo en su oscuro apartado en el sótano, donde se dejó caer
ocultando el rostro entre las manos, sobre una de los sillones que componían su sencillo
mobiliario. Aún no hallaba la respuesta que buscaba. Se había despedazado la cabeza toda la
noche, sopesando en su aturdida conciencia que era lo que debía hacer, pero no hallaba nada
factible, todas las opciones le conducían al más insondable y cruento dolor; cada nuevo y posible
pasaje era sólo una trampa que lo enviaba de nuevo al problema.

"No puedo mantenerla a mi lado si no quiere seguir viviendo. Ella está sufriendo y no quiero verla
agonizar, es demasiado para ella y demasiado para mí. Pero ese que me pide es tan…tan difícil,
siempre he protegido su vida, eso ha sido fácil; ahora ella me pide muerte y no me da
opciones…no sé qué más puedo hacer". Pensaba cuando se fue quedando profundamente
dormido.

Recordando vivamente el extraño sueño que había tenido, Integra no dejaba de pensar en su
padre y en lo que le había pedido a Alucard. Esa mañana, que aunque fría regalaba los
reconfortantes rayos del sol, Integra deseó salir a la terraza, de modo que abrigada con un gran
saco de pieles se pasaba la mañana rodeada de sus eternas damas de compañía; las tres
gitanas que quedaban solteras (entre ellas Triana). Pero Integra no conversaba, sólo se
entretenía en mirar a lo lejos, en pensar y pensar mientras jugaba con la cruz que llevaba
prendida al pecho.

Absorta en sus reflexiones estaba, cuando escucho la voz de Abraham a sus espaldas: -Buenos
días mamá, veo que hoy te sentiste mejor- le dijo sonriente.

Ella volteó a verle y el muchacho le saludo con un beso en la mejilla.

-Buenos días a todas.


-Buenos días Abraham.

El chico se puso de rodillas ante su madre y tomando sus manos en las suyas la miró sonriente:
-Creo que estas más tranquila mamá, al menos hoy te animaste a salir.
-Es, es sólo que no me gusta estar por siempre en mi habitación.
-Lo sé, aunque, te noto muy pensativa, ¿en qué piensas, ma?

Ella bajó la mirada y le acarició la mejilla dulcemente, luego suspiró.


-Muchachas- dirigiéndose a las gitanas- ¿podrían dejarnos solos, por favor?

Las chicas se levantaron diciendo "con permiso" y entraron a la casa. Luego la dama le pidió a su
hijo que se sentará junto a ella.
-¿Qué pasa mamá?
-Es sólo que quiero platicar un momento contigo, tranquilamente.
-Te escucho.
- Hijo, no sé qué sientas respecto a todo lo que ha pasado, pero te lo digo, no debes sufrir.
-Me pides algo que es imposible, como no sufrir al verte…al verte…
-Como una pobre lisiada…
-No, no quise decir eso- bajo la cabeza avergonzado- mamá, ¡yo te quiero mucho y!...
-Sé que me quieres mucho, aunque no tanto como yo a ti.

Integra se lo quedó viendo con congoja, cerró los ojos como para contener un impulso pues no
podía decirle lo que estaba planeando, estaba segura de que Alucard lo haría y pero era
necesario mantener todo ello en secreto, a escondidas de Abraham

-Hijo, la vida, la vida se trata de hacer lo mejor posible y de luchar a través de sus caminos, pero
a veces es necesario dimitir; es como una competencia, hay que saber cuando abandonarla, y
yo…yo ya hice todo cuanto tuve que hacer.
-Pero mamá, ¡tú vivirás más!
Ella sólo rió amargamente ante esas palabras.
-Todo pasa, en esta vida todo pasa, aunque tú te quedaras aquí y serás mi memorial y mí legado
para siempre.
-No digas estas cosas, no hagas como si te estuvieras despidiendo, ¿qué no entiendes mamá?
¿Qué habría yo de hacer sin ti?
-Abraham, mi querido Abraham- le decía sonriendo cándidamente-es cierto, todos lo dicen, que te
pareces mucho tu padre y a mí, no sólo en lo físico. Él y yo podemos verlo, ¡todo el mundo puede
verlo! Sin embargo, hay algo, una virtud tuya, única y propia de ti, algo que ni tu padre ni yo
tuvimos o pudiéramos tener: eres libre, naciste libre y lo seguirás siendo.
-Tal vez, tal vez esa libertad se pierda.
-No, tu libertad va más allá, tú siempre serás libre porque te hemos dado el suficiente valor para
serlo.
-No sólo las cadenas atan- replicó recordando la promesa de venganza que había hecho.
-Cuando se posee una alma y un espíritu fuerte y valeroso como el tuyo, no. Abraham, sólo el
miedo y la duda aprisionan, pero prométeme, prométeme que no te dejarás vencer nunca, hijo
mío, nunca.
-Te lo prometo mamá.
-Prométeme que serás muy valiente.
-Así lo haré- dijo abrazándose a ella.
-Claro que sí, estoy segura de que sí. Ahora, debes hacer y prometerme algo. (El chico asintió
con la cabeza) Sabes, ¿sabes exactamente como empezó todo esto?
-Mi padre me dijo algo, que fue, por una correspondencia suya.
-¿Te dijo de la carta que vino de Londres?
-N...no- contestó confundido- ¿qué carta?
-Una, para mí. Cuando la recibí me di cuenta de que mi paradero ya no era un secreto, pero eso
ya no es importante ahora, sino lo que te voy a decir. Aunque primero, necesito que leas esa
carta.
-¿Dónde está?
-En mi alcoba. Ve por ella, se encuentra en el primer cajón de mi tocador.
-Sí, mamá.

Abraham se levantó y se dirigió a la recamara de su madre, en busca del papel pedido; no tuvo
que buscar mucho pues estaba justamente donde le había indicado; en el primer cajón de su fino
tocador; junto a su caja de joyas y sus frascos de perfume francés.

Quiso retornar transfigurándose, lo intentó porque sabía que podía hacerlo, sin embargo sus
habilidades no estaban desarrolladas por completo, y no lo logró. De regreso a la terraza,
Abraham iba leyendo la carta lentamente, y aunque lo expuesto le dejaba algunas dudas, creía
entender a la perfección.

-Veo que la has venido leyendo- puntualizó Integra al ver que su hijo llevaba la carta desdoblada.
-Sí.
- ¿Y bien?
-Mamá… ¿Qué quieres que haga exactamente? ¿Qué es lo que me vas a pedir?
-Hijo- agregó en tono solemne y tomándolo de la mano- quiero que tú, y nadie más que tú, tomes
mi lugar.
-¿Qué?
-Quiero que tú, Abraham Mircea, seas mi digno sucesor, que tú seas el próximo sir Hellsing.

Abraham miró a su madre con sorpresa; esa petición hecha tan de repente, esa petición que
imponía un deber y una responsabilidad tan tremenda, tenía que pensarse, sin embargo -¡Debes
aceptar! Hijo mío, debes hacerte cargo de todo, ahora que yo ya no puedo; es tu deber, es tu
deber como heredero de la Casa Hellsing, y para un heredero, nunca hay opción.

El chico se quedó mirándola y sabía muy bien que a ella, nada podía negarle ahora, mucho
menos algo como eso, así que respiró profundamente y arrodillándose de nuevo, le dijo: - Esta
bien, mamá, haré lo que me pides, sólo porque me lo pides, sin embargo, no creo estar listo
para…
-¡Basta!- dijo con voz trémula- ¡toda una vida te he educado para esto!

Él dudo un poco, pero convencido por la mirada llena de esperanza y confianza de su madre, no
pudo menos que sentir confianza y un sentido del deber para con ella por lo que asintió con
aplomó: -Tienes razón madre, yo podré ser el próximo sir Hellsing.
-¡Promételo! Prométemelo a mí con más fuerza y con más sinceridad de lo que lo harás cuando
firmes el juramento con tu propia sangre- decía sin dejar de aferrarse a su mano.
-Sí, lo prometo, ¡te lo prometo, madre! Yo seré tu sucesor.
-Debes amar a mi patria como yo la amo, debes defender con honor nuestro nombre y a la
nación, deberás lealtad y fidelidad a la corona y serás el fiel siervo de sus sucesores, ¡júralo!
-¡Lo juro! Te lo juro por el amor que te tengo, haré lo que me pidas para ser digno de la herencia
que me dejas.
-Gracias- expreso visiblemente conmovida- muchas gracias hijo mío.
-Aunque, creo que tengo muchas cosas por aprender, es cierto que me educaste bien, aunque a
veces no lo demuestre, pero no creo que sea suficiente para una Corte Real.
-No te asustes, recuerda que yo fui líder desde que tenía doce años; además lo llevas en la
sangre.
-¿Tú estarás allí para guiarme?

Integra tragó saliva antes de mentir cruelmente a su hijo: -Sí hijo, yo estaré allí para ti, pero
recuerda; no importa lo que pase, no importa lo que ocurra, ¡jura que seguirás adelante! ¡No te
dejes vencer! Pero sobre todo, que tus juramentos no sean en vano, mantenlos, ¡pase lo que
pase! (él asintió con la cabeza). Te amo tanto hijo, que le doy gracias a Dios y a la vida por
haberme permitido ser madre.
-Yo también mamá, yo también; doy gracias por tú hayas sido quien me trajo al mundo Y abrazó a
su progenitora como si fuese un niño pequeño.

-ooOOoo-

El día siguió transcurriendo sin complicaciones. Ayudada y reconfortada por el juramento de


Abraham Mircea, por la visión de su padre y por la que sabía, era su próxima muerte, Integra
esperó en su habitación a que cayera la noche; en su silla de ruedas, con la débil luz de su
lámpara de buró, sin dejar de sostener la cruz de plata en la mano (y no en el cuello), la estrujaba
mientras rezaba plegarias mudas; conforme los minutos pasaban y el cielo oscurecía, su corazón
se agitaba y se alimentaba más y cada vez más por torrentes inmensos de sangre ante la
expectación del vampiro Alucard. "Qué curioso", pensó, "la misma sensación de intranquilidad
que hace muchos años ya, no me producía la espera de ese hombre". Así era, sin confesarlo
nunca, a la presencia de Alucard siempre le precedió la impaciencia en el corazón de Integra
Hellsing, impaciencia que no sanó hasta la aparición ulterior del vampiro; aquella noche lejana
cuando bajo el narcótico de la lujuria la hizo suya por vez primera.

Al recordarlo, al evocar esos momentos en los brazos de su terrible y siempre eterno enamorado,
sintió estremecerse, no sólo su cuerpo, sino también su alma; como nunca deseó ser una mujer
sana, una mujer en toda la extensión de la palabra, para arrojarse en sus brazos en cuanto lo
tuviera enfrente, tratando de desfogar la pasión que nunca dejó de producirle: la regia Integra
Hellsing había cedido tantas veces; cedido ante él, en él, junto a él, sobre de él, debajo de él. Y
ahora, ahora que estaba atada a esa parálisis indefinida y terrible, se arrepentía de no poder
hacerlo una vez más.

-Este es mi castigo, es el castigo divino a todos mis pecados- dijo aferrándose a la cruz
poniéndola sobre su pecho- pero que lo sepa Dios y el diablo, no me arrepiento de
nada…entonces, ¡perdóname, Dios mío, perdóname, pero todo lo que hice lo volvería a hacer de
nuevo si pudiera!
-¡Y los malvados serán castigados en el fuego eterno!- agregó Alucard que de improviso apareció
detrás de ella.
-Alucard, ¡ni siquiera te oí llegar! Hace mucho que no llegabas así.
-Mucho.
-Desde que vivíamos en la mansión no lo hacías…
-Ahora rezabas.
-No me queda más nada por hacer.
-Integra, mi adorada Integra- dijo mientras le acariciaba los cabellos- es irónico pero, ni siquiera
encuentro una palabra para llamarte, hasta en eso eres… inefable.
-Eres demasiado lisonjero.
-Soy sólo un pobre sirviente, ¡un desafortunado y miserable esclavo que idolatra a su cruel amo! -
de pronto comenzó a reírse- es muy gracioso; cuando…cuando me diste el sí y lo hicimos por
primera vez, yo sentí que te estaba poseyendo; dicen, "en el acto sexual los hombres poseen,
quitan o arrebatan, se apoderan de la mujer", yo no sé quién haya dicho tal cosa, pero no aplicó
para mí, pues…con ese hecho lo único que conseguí fue confirmar definitivamente mi esclavitud;
por tenerte, a cambio de ser dueño de tu doncellez te vendí el último ápice de mi voluntad, pero ni
aun admitiendo mi triste suerte, alcanzo a conmensurar el pago que me diste…¡has sido tan
generosa!
-No sigas con eso, mejor dime a que has venido, dime que es lo que vas a hacer.
-Necesito, necesito pensarlo un poco más- dijo con la mirada angustiada y una expresión de
abatimiento.
-¿Cuándo tiempo más?
-No lo sé, pero, pero ten piedad de mí, por favor- dijo hincándosele enfrente, ella sólo desvió la
mirada- ¡Integra, mira lo que me has hecho! ¡Mírame nada más! A lo que me has reducido; soy
tan sólo tu siervo.
-Tú y sólo tú quisiste que esto fuera así; yo también te entregué mi vida entera, ¡pero siempre
supimos que pagaríamos las consecuencias! Ahora no queda más que poner fin a todo esto.

El vampiro sólo se recargo en la mano inerte de su ama; realmente sentía que en cualquier
momento iba a enloquecer completamente y un gran letargo le invadió; tantas horas sin probar la
tibieza de la sangre.

-Haz hecho muy bien tu trabajo Integra Hellsing- dijo sin levantar la cara- tu misión siempre fue
acabar con los vampiros y has terminado con el más poderoso de ellos; sólo un humano puede
matar a un monstruo, cuando tu existencia se consume, también lo hará la mía, ¡he sido
derrotado al fin! Por otro Hellsing.
-Dime ya de una vez que harás, ¿me darás el bien morir?

Hasta ese momento fue que Alucard alzo la vista e Integra pudo observar su demacrado rostro;
parecía un vicioso despojado de su narcótico; estaba despeinado, desaliñado y descuidado, su
habitual elegancia había desaparecido, su ropa estaba arrugada; divagaba ya con los ojos y
temblaba como un niño friolento. Ella, al notar el terrible estado en el que había caído, hizo un
mohín de dolor, él, por toda contestación y sin darle tiempo a reaccionar, metió la mano debajo de
la fina bata de seda que tenía puesta; ella sólo abrió los ojos desmesuradamente al ver aquello: el
vampiro no cedía. Deslizó la mano sobre la parte interior de las piernas hasta alcanzar su más
honda intimidad que sin embargo no tuvo ninguna reacción ante la libidinosa caricia; ni siquiera la
piel de su muslos se erizó como solía hacerlo.

Ante aquello, Integra bajó la cabeza: -No Alucard, por favor, no me humilles de esa forma- dijo
suplicante y ruborizada, pero no por la lujuria, sino por la vergüenza y el dolor de no sentir
absolutamente nada.

El vampiro, como comprendiendo de súbito lo que había hecho, retiró la mano rápidamente:
-Perdóname Integra, ¡perdóname!- dijo abrazándola, estrechando su rostro en su pecho y
entendiendo completamente lo que debía hacer.
-¿Lo ves, Alucard, lo ves?

Él sólo asintió con la cabeza, y permaneció de rodillas ante ella que le decía: -Por favor, no me
dejes así en este mundo, pues ya suficiente he andado en él; ha sido todo mi amor- le dijo
acariciando una de sus mejillas- para mí la historia ha llegado a su fin; no puedo atravesar más
senderos, ya no tengo a donde ir.
Alucard sólo suspiró profundamente como resignándose y asintió levemente con la cabeza.
-Sé que ayudaras pues me amas demasiado.

Tomó su mano en la suya y la besó, adoptando la misma posición de siervo, como aquella vez en
los campos de batalla de Londres, entre el bosque de lanzas.
-No temo a la muerte, nunca lo he hecho; debo abandonar este mundo. Pero ahora, debes
ayudarme en algo más.
-¿En qué?
-Debo finiquitar algunos asuntos antes de partir; no me gusta dejar cabos sin atar, por lo que debo
escribir algunas cartas y necesito que me ayudes ya que la mano que escribía ya no puede
hacerlo más.

Alucard asintió, se levantó, fue hasta el tocador donde había un blog de hojas de papel, buscó un
bolígrafo en el primer cajón, los tomó y regresó a sentarse a la orilla de la cama, junto a Integra.
-La primera será para Daniel Calne.
-¿Por qué?
-Alucard, he decido heredar a Abraham; sé que quedará solo y la orfandad nunca debe ser
acompañada por el desamparo.
-Tienes razón, pero entonces, ¿quieres enviarlo a Inglaterra a que ocupe tu lugar?
-Sí, es lo que se debe hacer, por eso quiero escribirle a Calne y también porque tengo que
contestar a su carta.
-Así, que nuestro hijo será tan huérfano como lo fuimos tú y yo.
-Sí- admitió tristemente, sabiendo que Alucard de alguna manera u otra, no buscaría la manera
de sobrevivirle- pero él sabrá enfrentar todo ello. Bueno, ahora, no podemos perder tiempo,
comencemos ya.

Estimado señor ministro.

Aunque tal vez sólo deba llamarte, estimado Daniel. Esta carta es para decirte que recibí la tuya,
hace algunas semanas, y si no había contestado es porque la oportunidad no se dio antes. Te
seré muy sincera, por eso no diré que me dio mucho gusto leer tu nombre, ni la dirección en el
remitente, ¡es más! El hecho de recibirla para mí y mi familia fue un detonante que hizo caer las
piezas poco a poco, aunque eso no importa ya. Lo único que interesa es que me has hallado;
creo que debo felicitarte por ello, la persistencia al fin y al cabo rinde sus frutos.

Ahora bien, el verdadero motivo de esta, es para comunicarte formalmente que dimito a la
generosa propuesta y ofrecimiento de Su Majestad, pero quiero que sepas que no lo hago por
egoísmo, por soberbia o por miedo a claudicar, sino porque ahora me es y me será
completamente imposible asumir funciones tan delicadas. Las razones exactas me las reservaré,
pero ten por seguro que estuvo en mis planes responder al llamado de Su Majestad, más el
destino y las circunstancias me lo impidieron.

Sin embargo no todo está perdido, pues existe un heredero legítimo de mi nombre, de mi Casa,
de mi fortuna y de mi posición, tal y como debe ser. Daniel, creo que a estas alturas sabes que
tengo un hijo que ya es todo un joven, y en él, es en quien deposito toda mi potestad y mis
deberes: él será el sucesor de mi familia; será el nuevo sir Hellsing…

Palabras más; indicaciones, peticiones y una despedida: para cuando leas estas líneas, estarás
leyendo las palabras estaré muy lejos de aquí.

Hasta nunca Daniel.

Integra Fairbrook Wingates Hellsing

-Ya está.
-Muy bien, debemos seguir con la siguiente. Esa será para Seras.

Alucard la miro un poco sorprendido, Integra sólo agregó: -Ella es la única amiga verdadera que
tenemos.

Él asintió, y se dispuso a tomar el dictado de su esposa.

Querida Seras.

Después de tantos años, te vuelvo a saludar y a dirigirte unas palabras. Tal vez te extrañe o te
sorprenda recibir esta carta que viajara miles de kilómetros para llegar a tus manos y que está
vez, aunque de puño y letra de tu maestro, no es de él, sino mía, de tu ama. Sé que tu maestro te
ha contado muchas cosas en sus cartas, casi estoy segura de que sabes que uní mi existencia a
la de él, viviendo a su lado todos estos años.

Debo admitir que en este ancho mundo, has sido mi única amiga. La soledad que siempre
caracterizó mi existencia me impidió rodearme de amistades, aunque creo que una buena
camarada fue más que suficiente. Que sea de tu entera certeza, que siempre te considere como
tal, y no sólo como otro soldado a mi servicio.

En este momento quisiera decirte, comunicarte y contarte muchas cosas, pero la más importante
de todas ellas y motivo de esta carta es decirte que mi destino y mi vida han llegado a su meta
por fin, y que cuando leas esto, yo ya habré muerto, así que estas son mis últimas palabras hacia
ti y también mi última voluntad, que estoy segura, cumplirás, porque tengo algo que pedirte de
manera muy encarecida.

Como ya lo sabes, tengo un hijo; un chico todo mío y de tu maestro; y cuando yo desaparezca de
este mundo, él se quedará completamente sólo. Mi decisión ha sido, que él retorne a Inglaterra y
tome posesión de todo lo que por derecho le pertenece, además, el rey ha dicho que la
Organización Hellsing debe renacer. Yo ya jamás podré volver, pues la desgracia me alcanzó.
Por ello, Abraham llegará a Londres por primera vez, enviado por mí para convertirse en el nuevo
sir Hellsing y aunque poco le falta para ser todo un hombre, la verdad es que necesita una
instrucción en ese, que para él será un mundo completamente extraño y ajeno. No tengo a nadie
más que a ti para pedirte esto; pero cuando él vaya a unirse a la Corte, deseo que le guíes, y le
apoyes y también que le reconfortes con todo el cariño que estoy segura le tienes aún sin
conocerlo, ¡quiérelo mucho Seras! Quiérelo como si fueras su madre…yo sé… que así lo harás.
Sólo a ti te puedo confiar esta tarea y sé que puedes llevarla a cabo, pues has vivido en ese
mundo por muchos años.

Procura que mi hijo se convierta en el gran caballero que anhelo y no dejes que nuestra memoria
se extinga o que mi legado vuelva a caer.

Lamento mucho tener que escribirte en estas circunstancias, lamento dirigirte estas palabras en
momentos como estos y más lamento que sea lo último que sepas de mí, pues no nos
volveremos a ver jamás.

Adiós, querida Seras Victoria.

Se despide de ti, tu ama y amiga, Integra.

Alucard terminó de escribir la última línea para luego mostrarle la carta, ella la leyó y asintió:
-Así queda bien. Ahora, la última de ellas; para mi hijo.
-Claro que sí, para nuestro hijo- Alucard tomó una hoja en limpio y espero a que Integra
comenzará con el dictado.

Alucard se estremeció al ir escribiendo esas palabras, una a una, línea a línea de esa dolorosa
epístola que sería entregada póstumamente y la cual no se alargó más de lo necesario, para
hacerle saber al chico que sus padres le amaban y le rogaban que se mantuviera fuerte ante la
soledad y la pena que le esperaba, Integra le pedía perdón por lo que estaban a punto de hacer,
le rogaba que no le guardara rencor a su padre, y también, como un siniestro posdata, le daba
sus peticiones e indicaciones para sus tratamiento fúnebre y su inhumación.

Cuando terminaron de escribir las cartas, fueron puestas en sus correspondientes sobres y
lacradas por el mismo Alucard, pero con el sello de su Casa, "como mi esposa que eres", le dijo.

Mientras, Integra observaba todo aún en espera de la fecha de su ejecución. Alucard se puso de
pie, tomó las epístolas y las guardó en su bolsillo. Integra le expresó que quería dormir ya, y la
depositó en la cama. Le acarició los rubios cabellos y le dio un beso en la comisura de los labios,
luego se dio media vuelta para irse.

Ante la partida sin mayor respuesta de Alucard, Integra se apresuró a preguntar:

-¿Cuándo, Alucard, cuándo será?

El vampiro se detuvo un momento en seco ante la pregunta y dio una respuesta sin énfasis:
-Mañana, mañana por la noche- dijo mientras salía.

En esos momentos, Triana conversaba con Abraham en su habitación.

-Te lo digo, mi mamá dijo que yo seré su heredero.


-Pero es algo que siempre supiste que serías.
-Lo sé, pero lo seré dentro de muy poco, ella me lo dijo; leí esa carta que le enviaron, pronto
tendré que ir a Inglaterra.
-Pero ella dijo que jamás volvería…
-Lo sé y eso es lo que más me inquieta, cuando me lo dijo fue como si…se estuviera despidiendo.

Al escuchar aquello, la gitana al igual que Abraham, se inquietó. Sabía que en su estado, a su
ama le podría pasar cualquier cosa. No dijo nada para no recrudecer los presentimientos de
Abraham

-Algo anda mal, Triana, puedo sentirlo, algo peor de lo que ya está pasando…
-Tal vez sólo te dijo eso, por lo que le acaba de ocurrir.
-A lo mejor…- contestó, siempre pensativo, mirando por su ventana.
-Bueno, ya me voy, estos días han sido de mucho trabajo y estoy cansada.

Ambos se despidieron con un beso en la mejilla y la chica salió del cuarto justo en el momento de
ver pasar una sombra; era de su amo que seguramente venía de la habitación de su ama.

Contraviniendo todo el respeto que le tenía a Alucard, la gitana decidió observar a donde se
dirigía, pues al bajar la escalera se encaminó a la puerta de salida. Con mucho cuidado de no ser
notada, ella también salió fingiendo un pretexto. Vio a su amo llamar a un joven gitano y habló
con él; el muchacho asentía con la cabeza, después de un momento se inclinó en posición de
fidelidad, Alucard se mostraba impasible, le dijo algo más y este asintió sin alzar la mirada, luego
Alucard agregó algo antes de retirarse, el gitano quedó parado en su sitio, se volvió a ver a su
amo con desconcierto, luego echó a caminar en dirección contraria. La gitana, que lo había visto
todo, también se sintió confundida y hasta amedrentada y no supo si fue el helado viento que le
golpeaba o las dudas que sentía, pero el pecho se le congestiono como si por dentro le hicieran
un nudo.

A la mañana siguiente, el pequeño mundo de esa familia estaba por cambiar para siempre.
Integra esperaba, sólo esperaba después de esa noche en vela, sólo aguardaba con una sombría
tranquilidad, casi con ansiedad e impaciencia la hora de su ejecución. Alucard tampoco intentó
dormir o alimentarse, sólo contaba las horas fatídicas, aún con más angustia y desesperación que
al momento de ser asesinado por vez primera y perder para siempre su alma mortal.

Caía la tarde cuando el rey no muerto salió de su escondite subterráneo, atravesó la casa con el
paso rápido, sin mirar a ningún lado, como un autómata. Salió al ancho y largo jardín de la casa
todo lleno de escarcha y nieve, lo observó un momento, miro ese; el caserón donde, tenía que
admitirlo, había pasado los mejores diecinueve años de toda su inmensa existencia, ¡donde por
fin logró ser feliz!

Echó unos pasos más hacia el frente. De repente, regresó el recuerdo de esa noche de aullar de
lobos, cuando regresó y escarbó los Cárpatos a caballo, llevando a una Integra en cinta; en
espera de ese niño que terminó por unirlos definitivamente.

Caminaba lentamente, con las manos en los bolsillos y poniéndose un cigarrillo en la boca,
vinieron las imágenes, los instantes de dicha que pasó junto a ella, cuando compartieron ese
hogar, cuando la veía cada vez más hermosa en su maternal figura, sonriendo porque iba a ser
madre; aquella pequeña discusión cuando decidieron el nombre de su hijo; el día del
alumbramiento; el día en que fue llamado padre por primera vez por ese bello niño, que
generosamente Integra le había dado; como le educaron y vieron crecer, y la época en que ese
chico y él, fueron buenos amigos. De pronto Alucard sonrió por esos recuerdos, sonrió realmente
cuando los evocó y los añoró, pero a todo eso, había algo curioso; no lograba recordar los malos
sucesos, los de discusión o agravio.

Así, en medio de sus reminiscencias, se encontró de pronto ante la capilla que casi siempre
estaba cerrada. Su expresión entonces cambió y se tornó grave y sería; con lentitud se quitó el
cigarrillo de la boca y observó con desdén aquella construcción: -Entonces… ¡todo se fue al
diablo!- exclamó como hablando con Dios mismo y arrojando el cigarrillo al suelo con un ademán
de rabia.

Acto seguido, apoyó sus manos en las grandes y góticas hojas de la entrada con la intensión de
entrar como un mortal al territorio sagrado. La puerta cedió rápidamente ante tal fuerza bruta y se
desplegó con un sonido profundo y una cortina de polvo. Con la luz a sus espaldas, la sombra del
vampiro se proyectó cual larga era sobre el retablo de la pared, donde además de unos pocos
santos, estaba recargada una gran cruz ortodoxa de madera.
-¡¿Y bien?! ¡Aquí me tienes!- dijo retando con rabia, extendiendo los brazos y caminando hacia el
altar- ¡vengo de nuevo ante ti, "Dios misericordioso", aunque me ignorarás! (bajó los brazos y
posó su mirada en el Cristo clavado en la cruz) Jamás te pedí nada y la única que vez que lo hice,
me lo negaste tan rotundamente. No sé qué más quieras de mí, no sé qué más tenga que no
hayas tomado ya; sólo mi alma prisionera en este cuerpo muerto e imperecedero al que me
condenaste, ¡deberías llevártela también! Lo que es más, debiste de tomarla hace mucho tiempo,
¡o entregársela al diablo! Pero no, ¡en vez de eso me arrebatas lo que más he amado en mi vida!
La sometes a tan dura prueba, pero no voy a dejar que la martirices más, ¡esto se acaba aquí y
ahora, te lo juro!

Y acercándose a la cruz la miró con muda recriminación, deslizando su mirada por los maderos
hace muchos años santificados, por esos tablones benditos. De pronto su rostro se iluminó,
encendido por una idea: -¡Tú me darás paz!…y será una paz eterna- dijo sonriendo ante los pies
del pálido Cristo.

Luego retrocedió y caminando lentamente de espaldas, salió de la capilla, cerrando ambas hojas
de la puerta. Se dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso a la casa. Entonces miró el sol
muriendo entre las montañas, "ya casi es hora, nuestro tiempo termina…". Recordó que su
sirviente gitano, había de entregarle lo que encomendó.

"¿Cómo te voy a matar, Integra?", había pensado tanto en eso, en la manera menos dolorosa
para ella y para él; no quería derramar su sangre, no quería infligirle ningún dolor, sólo quería
verla desvanecerse y dormir en sus brazos, como muchas veces lo hizo, sólo quería verla cerrar
los ojos poco a poco; sin agonía, sin suplicio, sin dolor, "¿Cómo te voy a matar, Integra?" La
respuesta vino con pensar un poco, pero necesitaría de algo que no tenía nada que ver con sus
sobrenaturales poderes.

En esos momentos, Tudora y sus hijas regresaban de la colina, con unos cestos llenos de fina
mantelería recién secada. Haciendo esas labores domésticas, las gitanas eran apuradas por su
madre, pues había dicho que esa noche las tormentas de nieve volverían, las chicas lo
comprobaron al observar el cielo tupido por una masa de nubes en forma de ovejas.

-Vamos niñas, vamos, si se quedan afuera se estropearan, sus fibras se convertirán en hielo.

-Esto no es trabajo para nosotras, madre- se quejó Inda- es trabajo para una mucama.

-¿A sí? ¿Y de dónde sacas esos aires? Mal educada y soberbia, si vives tan bien es gracias a los
amos.

-Soy gitana, pero no una criada.

-Los gitanos nacemos para llevar una vida dura, ¡ustedes han tenido suerte!

Iona sólo hizo un mohín de desagrado, estaba de acuerdo con su hermana. Triana no dijo nada,
estaba tan ensimismada y preocupada por lo de la noche anterior que lo hacía todo como si
estuviera hipnotizada.

-Además, ¿ustedes creen que en esta casa se puede emplear a cualquiera? ¡Por supuesto que
no! Si tienen más trabajo no se quejen, además con el matrimonio de sus hermanas quedamos
menos, y esa niña, Constanza, no sé por qué de repente le dio por casarse, si aún era chica, sólo
dos años mayor que Triana, ¡pero quien las entiende! De repente no quiso volver a la casa ni una
vez más…

Al escuchar eso, las tres hermanas se vieron con complicidad; sabían muy bien que el amo había
descubierto sus amoríos con Abraham, pero tenían que callar porque de saberlo, su madre o
padre, hubieran sido capaces de medio matar a su hermana a palos.

-Aunque para mí que es más que eso, ¡nada más que se lo callan, trío de mustias! Pero como
descubra algo…

Tan distraída estaba Triana que de repente, una ráfaga de viento le arrebato un mantel de la
cesta.

-¡¿Pero qué haces, niña tonta?! ¡Anda, anda, ve por él!

La chica echó a correr tras el trozo de tela y al tiempo de darle alcance, vió como el mismo gitano
de la noche anterior se le acercaba a su amo, que venía del sendero de la capilla. Se quedaron
un momento hablando. Después del respetuoso saludo del cíngaro, le entregó algo al vampiro,
Alucard asintió, recibió el paquetito que le entregaban y agradeció tocándole el hombro al chico,
para después continuar con su camino.

-Anda Triana, ¿qué haces allí parada? ¡Ven aquí de una vez! – llamaba su madre.

Y ella no supo que hacer, si por ella hubiera sido, en ese momento correría detrás del gitano para
averiguar que era aquello que había entregado a su amo, en vez de eso, se quedó parada en
medio de ambos caminos hasta que madre llegó a halarla de un brazo y a llevársela mientras la
reprendía. La chica se zafó de la mano de su madre y echó a correr a la casa para llevar su carga
cuanto antes.

Alucard entró buscando a Integra, con las entrañas resquebrajándosele. En eso, otra gitana iba
pasando: -¿Dónde está tu ama?- preguntó sin mirarla- ¿está en su recamara?

-No amo, ella está en la estancia.

-¿Y mi hijo?

-No lo sé.

-¿Y Triana?

-Con mi señora Tudora, allá atrás.

-Bien, no digas que me acabas de ver, a nadie.

Luego fue en busca de su esposa. Ella estaba sentada ante la chimenea encendida, cuando el
vampiro llegó, la dama observaba la caja de madera que le devolviera la reina, aquella que
contenía cada una de sus insignias; las observaba y pasaba sus dedos como acariciándolas,
luego tocó su cruz de plata en el pecho y cerró los ojos al recordar el momento en que su padre
moribundo se la entregó.

-Pronto, papá, tal vez pronto estaré de nuevo contigo.

Su voz fue cortada cuando sintió posarse sobre su hombro la larga mano de su esposo. Ella
volteo a verlo lentamente con expectación, él trago saliva antes de verla a los ojos, pero no pudo,
cerró los suyos y dijo: - Ya casi es hora

-Ya casi.

-¿Estas lista?

-Sí
Alucard asintió con la cabeza, de nuevo se arrodillo frente a ella, tomó su mano y la beso con
sumo amor, luego la cargo en sus brazos: -¿Dónde deseas que te lleve?

-Siempre quise morir… tranquilamente en mi lecho.

Entonces se dirigieron a la recamara de ella. Como sincronizada, la memoria llegó para ambos;
esa noche tan añeja cuando la tomó en sus brazos, desbordándose en pasión e impetuoso
deseo, cuando él entró a su habitación de doncella. Ahora también se miraron a los ojos, en una
mirada eterna y única; ella le sonrió dulcemente. Alucard se detuvo un momento en la escalera y
le devolvió la mirada agradeciendo esa, que sus hermosos ojos le regalaban y que jamás
olvidaría, "ni aunque me encuentre en el centro del infierno…".

Llegaron, él abrió la puerta que se deslizó suave sobre los goznes. Entró lentamente, de nueva
cuenta la puso en la cama, como aquellas otras veces, como aquellas infinitas veces; aspirando
su suave aroma mutuamente sin despegar las miradas.

-Mi adorada Integra, mi ama…está en verdad, es la despedida…

-Eso fue lo que me dijiste hace muchos años, cuando desapareciste en el campo de batalla.

-En ese momento sentí que en verdad me iría para siempre.

-Pero yo no lo acepte jamás, te ordené que no te fueras, que no cerraras los ojos…me dijiste
adiós, pero no te creí.

-¡Y volví! Volví porque tú así me lo pediste, por que escuche tu voz, porque en ese momento a tu
manera me confesaste amor y tenía que volver por él, aunque tardaras un poco más en aceptarlo.

-Creo que perdí mucho tiempo en discusiones conmigo misma.

-No importa, regresé pronto para cuidarte.

-Yo, yo tenía miedo de que jamás pudieras volver, de que me tuviera que pasar media vida
pensando en ti, esperando tu regreso día y noche, con la incertidumbre, con la duda de no saber
si esperar o resignarme.

-¿Y si hubiera demorado tanto como para que consideras que ya no volvería?

-Veinte, ¡treinta años hubiera esperado con tal de volverte a ver!

Alucard volvió a sonreír ante tal respuesta: - Tal vez, hubiera sido lo mejor, hubiera sido preferible
que yo ya no volviera, que te dejara en paz: así no estarías sufriendo ahora, a lo mejor te
enamorabas de otro…

-No, eso no; yo jamás hubiera podido; nunca pude haber querido a otro, al menos no de la forma
en cómo te quiero a ti.

Escondió su rostro entre el hombro y el cuello de ella: -Si tan sólo hubieras querido ser como yo,
aquella vez, cuando tuviste que elegir, si tan sólo hubieras querido seguirme...

-Es demasiado tarde para pensar en eso, aunque, creo que ahora me arrepiento de que no haya
sido así, pero ya no hay nada que hacer.

-Nada más…es cierto.

-¿Y cómo, cómo será? ¿Cómo…acabaras con mi vida?


- Yo no podría hacerte daño, eso sería imposible para mí.

-Entonces…

-Usaré un método sutil, pero efectivo- dijo al tiempo en que sacaba del bolsillo interior de su
chaqueta una caja pequeña que contenía dos frascos sellados, uno de cristal claro, el otro color
ámbar.

-¿Me envenenarás?

-Sí- dijo tragando saliva - no fue fácil conseguirlo, pero es un veneno infalible, liquida en pocos
minutos, paraliza el corazón poco a poco, hasta que ya no sientes nada más…y todo acaba. No
te dolerá, te lo aseguro. Integra miró el frasco, entrecerró los ojos y tragó saliva; en verdad estaba
en la antesala de la muerte.

Momentos antes, Triana había salido en busca del gitano que había servido a Alucard; la chica no
recordó haber corrido tan rápido y con tanta premura para hallar a alguien como lo hizo esa
noche, ni aún con los gritos de su madre llamándola a sus espaldas. En ese momento, la joven
gitana sólo obedecía su corazonada y atravesaba la pradera nocturna para ir al campamento
permanente de los gitanos, que se encontraba más allá de la espesa arboleda circundante, ya
casi rozando los linderos de la propiedad.

Buscó por unos momentos hasta que halló al gitano, estaba afuera de su remolque platicando con
otros, Triana no lo pensó dos veces para acercarse a él.

-¡Janosh, Janosh!

Al escuchar su nombre, el muchacho volteó la mirada y vio a la joven acercarse a él.

-Janosh, por favor, ven conmigo, quiero que hablemos.

Un poco extrañado, el joven accedió al llamado de la gitana y se le acercó.

-¿Qué pasa?

-Janosh, quiero saber, ¿qué es lo que el amo te ha pedido?- decía sin dejar de caminar

-¿De qué hablas?

-No trates de fingir, bien sabes de lo que hablo, la otra noche te vi hablando con él y hace un rato
le entregaste algo, ¿qué era? ¿Qué está pasando? Dímelo.

El chico la miró, se encogió de hombros y se sonrió con aire de mofa: -No sucede nada.

-¡Desde luego que sí, dime que es!

Entonces ya habían llegado al comienzo del bosque.

-No puedo, bien sabes que nosotros hemos jurado y obedecemos al amo con fidelidad y lealtad
absoluta, que no se nos está permitido cuestionar nada ni mucho menos develar secretos.

-Ah, ¿entonces te ha pedido que guardes el secreto? Eso quiere decir que sí está ocurriendo algo
y tú lo sabes, acaso, ¿es acerca de mi ama?

-¡Bah! Piensa lo que se te dé la gana, yo no te diré nada – dijo ufano el gitano.


Estaba a punto de darse la media vuelta y regresar, cuando Triana, ya fuera de sus casillas y
haciendo acopio de todas sus fuerzas y su entrenamiento de amazona, lo tomó por los hombros y
lo estrelló contra el tronco de un árbol, al mismo tiempo que de la propia bota del gitano, extraía la
daga que llevaba en una vaina oculta. El gitano, exaltado y haciendo rabietas, trato de empujar a
la chica, y lo hubiera logrado de no ser porque ella, ayudada por sus rápidos reflejos puso la daga
justo en el cuello y una de sus rodillas en la ingle.

-¡¿Qué demonios estás haciendo?!- gruñó el gitano con las pupilas clavadas en la daga.

-Te lo ordeno, ¡te ordenó que me digas ahora mismo que es lo que planea hacer el amo!

-¡Bien sabes que no puedo!

-¿Ah no?- dijo apretando las partes débiles del joven con su rodilla al tiempo que acercaba más el
arma al cuello- escúchame bien, ¿crees que me va a dar miedo matarte ahora mismo? Bien
sabes que no, así que te recomiendo que comiences a decirme lo que quiero o no te dejare
tiempo para que te arrepientas.

-¡Mátame si quieres, entonces! ¡Pero no traicionaré la lealtad le tengo al amo!

Triana miró al gitano con ojos calcinantes, comprendiendo que su táctica bien podría no dar
resultado, por lo que decidió recrudecer la amenaza.

-Muy bien, ya que no quieres hablar, ni por tu bien contarme que es lo que está ocurriendo, no lo
hagas, deja que algo malo le pase a la ama y te juro que no será agradable para ti, ni un poco…

-¿Qué piensas hacer? ¿Regresaras a matarme?

-No, yo no, sino él, Abraham lo hará y créeme, yo misma me encargaré de que sea así- le decía
sonriendo, acercando su rostro al de Janosh – y no te mostrará la piedad que yo pues en sus
manos, ¡vas a desear no haber nacido!

El gitano desvió la mirada; sabía que no debía tomar la amenaza de Triana a la ligera, pero el
deber lo detenía.

-¡Si no confiesas en este momento, te juro que iré a buscar a Abraham para que él mismo te
saque la verdad a su manera!- dijo al tiempo de consumar el rodillazo en la entrepierna del joven
que enseguida se dobló, víctima de un insoportable dolor- ¡¿Y bien, y bien?! Me lo dirás o..

-¡No! Espera, ¡está bien te lo diré! Pero por favor….soy el único que lo sabe- decía aún sin poder
despegarse del suelo.

-¡¿Qué, qué es lo que sabes?!

-El amo, el amo me encomendó conseguir a como diera lugar….un veneno.

-¿Un veneno?- preguntó confundida tratando de atar cabos- ¿qué clase de veneno?

-Un barbitúrico…muy peligroso

-Barbitúrico… ¡¿una inyección letal?!- preguntó la chica con los ojos desmesurados en espanto, el
gitano asintió con la cabeza- pero, pero… ¡¿para qué?!

-No lo sé con certeza, no me lo dijo pero me ordenó que no demorará, que lo necesitaba
urgentemente, que tenía algo muy importante que hacer con él…es todo lo que se.
Al terminar de escuchar la confesión del gitano, Triana se quedó pasmada un momento
recordando lo que le había contado Abraham: "parecía como si ella se estuviera despidiendo…",
ella misma percibía que algo está mal y ahora, su amo mandaba conseguir un veneno, no era
para él, lógico, entonces era para…

-¡No, no puede ser!- exclamó al momento de arrojar la daga y echar a correr de regreso a la casa
con todas la fuerzas que sus piernas le daban, ¡y que largo le pareció el camino a casa!

"No, no Dios mío, el amo no puede hacer eso que me estoy imaginando, ¡no puede!", pensaba
mientras corría y corría, por la angustia y la premura que llevaba, ni le importaba meter sus pies al
fango que se formaba con la nieve, o que las ramas de algunos árboles congelados arañaran sus
mejillas o la despeinaran, ella sólo quería ver aparecer los tejados de la casa.

La noche por fin había caído y ahora, las nubes del cielo se hacían más densas al tiempo que
unos delicados copos de nieve comenzaban a caer del cielo.

Por fin se encontró ante la construcción, pero ni un momento se detuvo, ahora ansiaba hallar a
Abraham para contárselo todo, para su fortuna, el muchacho había salido al patio trasero, estaba
por entrar a través de la puerta de la cocina, pero estaba detenido mirando hacia arriba,
observando la nieve caer.

-¡Abraham, Abraham!- grito desesperadamente la gitana en cuanto lo vio.

El muchacho volvió rápidamente la vista hacia la gitana, en cuanto escuchó nombrarlo de esa
forma y la vio venir corriendo hacia él, con la ropa descompuesta y el rostro arañado.

-¡Triana! ¿Qué te ocurre?- pregunto asustado corriendo a su encuentro.

Cuando por fin se encontraron, la muchacha se echó en los brazos de él para apoyarse y no caer.

-Triana, ¡¿qué es lo que pasa?! ¡¿Qué te paso?!

-Nada, a mi nada…-decía tratando de recobrarse del sofoco.

-¿Entonces qué ocurre? Anda habla, ¿Por qué vienes así?

-Es que, es que acabo de averiguar algo, algo espantoso- decía al borde las lágrimas pero aún
sofocada.

-Triana me estas asustando, ¡por favor habla de una vez! ¿De qué se trata?

-¡Es sobre los amos!

-¿Mis padres? Triana, ¡¿qué pasa con ellos?!

-Abraham, ¡tenías razón! Algo malo está pasando, no te lo conté pero anoche vi a tu papá
hablando con Janosh, me pareció que algo le pedía y hace un rato le entregó un paquete, yo fui,
le pregunté a Janosh qué había sido y confesó…confesó que…

-¡¿Qué?!- preguntó tomando a la chica por los brazos.

-Tu papá mando conseguir un veneno letal, Abraham…

-¿Qué estás diciendo? No, no puede ser- se dijo a sí mismo, llenó de espanto-¿es que acaso…?

En ese momento, la pregunta se le quedó atorada en la garganta, se quedó atónito sintiendo


como el miedo recorría todo su cuerpo mientras llegaba a la misma conclusión que Triana
momentos antes. Moviendo la cabeza negativamente dijo: -No, eso no… ¡tengo que detenerlo!-
dijo entrando como torbellino a la casa, siendo seguido por la gitana.

Continuará...

También podría gustarte