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Investigación
Autores: Dra. Lourdes Baez Cubero y Dra. Gabriela Garrett Ríos (Coordinadoras)
Julio César Matías Lara, Guadalupe
Ramírez Ramos, Vania Peñaloza Moreno y David Pérez González
Directora General
Coordinador de Asesores
D.R. © 2017 Lourdes Báez Cubero, Gabriela Garrett Ríos, Julio César Matías Lara,
Guadalupe Ramírez Ramos, Vania Peñaloza Moreno y David Pérez González
D.R. © 2017 Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas
Av. México-Coyoacán 343, colonia Xoco, Delegación Benito Juárez
C.P. 03330, Ciudad de México
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ISBN 978-607-718-066-1 / Pueblos indígenas de México en el siglo XXI. Otomí. Estudio
general al pueblo otomí
Se permite la reproducción de los contenidos, sin fines de lucro, siempre y cuando se cite
la fuente.
Este proyecto fue desarrollado en 2016, con el propósito de contribuir al desarrollo de una
de las tareas principales de la CDI que es la difusión de información sobre la diversidad
cultural del país. En este sentido, este trabajo se relaciona directamente con las actividades
de actualización de las monografías de los pueblos indígenas de México, tarea en la que
en cada etapa se presentan diferentes retos. Una de ellas ha sido la definición del número
de pueblos que conforman la realidad pluricultural de país.
En México, existen pueblos, como es el caso del otomí, que se encuentran dispersos en
espacios territoriales contiguos y discontinuos, por lo que, en ediciones anteriores de
monografías, se han elaborado investigaciones de acuerdo con el criterio de separación
geográfica. Un ejemplo está en la serie Pueblos indígenas del México contemporáneo, en
la que sobre este pueblo se elaboraron los tomos: Otomíes del norte del Estado de México
y Sur de Querétaro, Otomíes del semi desierto queretano, Otomíes del Valle del Mezquital,
Otomíes del Estado de México y Otomíes orientales (sin publicar). Sin embargo, la pregunta
surgida a partir de esta experiencia, dada la identificación de estas y otras agrupaciones
(por ejemplo, de Michoacán y Tlaxcala), es si es posible hablar de la existencia de un pueblo
otomí o de varios pueblos otomíes.
Para responder a esta pregunta, el objetivo de este proyecto fue emprender un análisis de
las características que unen o diferencian a los grupos identificados como otomianos
distribuidos en los estados de Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, Veracruz,
Puebla, Tlaxcala y Estado de México, a fin de aportar elementos que contribuyan a su
definición como un pueblo o como agrupaciones culturales diferenciadas.
Wright por su parte (2005: 28), señala que los antepasados de los otopames ya
habitaban el centro de México desde antes del Preclásico Medio (1200-600 aC.),
época de la consolidación de las primeras sociedades complejas, y además, estos
grupos conformaban la base demográfica, en este mismo periodo, en los valles de
México, en Toluca, el Mezquital y posiblemente en algunas partes de Morelos,
Puebla y Tlaxcala. Autores como Gamio (En Lastra, 2006: 73), sugieren que
Cuicuilco era habitado por los otomíes debido a la similitud de los dibujos de la
cerámica encontrada en el sitio con los bordados del Mezquital, aunque esta
cerámica tiene similitudes con la de Teotihuacan, donde también se ha propuesto a
los otopames como actores importantes en el desarrollo de la urbe en la época de
mayor auge (150 aC. – 600 dC.) (Wright, 2005: 28). Para Orozco y Berra (En Lastra,
2006: 74) la presencia de los otomíes en el Valle de México es muy antigua, anterior
a la de los nahuas. Soustelle (1993: 518) también considera a los otomianos como
antiguos pobladores de este valle. La presencia de grupos de filiación otomiana en
el centro de México antecede a la de los nahuas, por lo menos medio milenio antes
de la llegada de los españoles, pero resulta muy difícil identificar los marcadores
étnicos en ese gran periodo porque, además, estos grupos convivían con otros, por
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lo que existía una relativa homogeneidad cultural (Wright, m/s 2010); es decir, una
cultura plurilingüe del centro de México.
Desde 1500 a.C hasta aproximadamente el siglo XII los grupos otomíes (tanto
otomíes y ocuiltecos como mazatecos, pames y matlatzincas) se alojan
principalmente en el Altiplano Central particularmente en el Valle de Toluca, el Valle
del Mezquital y el que será llamado por Motolinía unos siglos después como su
riñón: Xilotepec.
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así como, amortiguando los poderes militares asentados en las cuencas de
Pátzcuaro y de México.
Torquemada asume que los otomíes eran originarios de Tula y Xilotepec, que
en realidad refiere al mito de origen que la Relación de Querétaro señala y retoma
Acuña:
Al hombre le llamaban Padre Viejo; a la mujer llamaban La Madre Vieja. De
los cuales decían procedían todos los nacidos, y que estos habían
procedido de unas cuevas que están en un pueblo que se dice Chiapa, que
ahora tiene por encomienda Antonio de la Mota, hijo del conquistador, que
está a dos leguas de Xilotepec, hacia el mediodía.
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Reyes Retana (2013:172) nos dice que los trabajos arqueológicos en
Jilotepec son escasos, pero que hay ciertos indicios de ocupación antigua como una
representación de la diosa Xilonen, equivalente a Centéotl, diosa del maíz tierno,
esculpida en piedra negra, aparentemente femenina, con dos mazorcas tiernas
(jilotes) como atributos. Questa (2004) señala que se han encontrado restos
arqueológicos prehispánicos en la región. En lo que hoy es el municipio de Chapa
de Mota, en el cerro Las Ánimas están los sitios llamados Chapa el Viejo y el
Observatorio; en Jilotepec, están los sitios de Canalejas y Los Ídolos. La cerámica
encontrada en estos sitios pertenece al periodo postclásico tardío.
Plantea Crespo (2013) que hubo una modificación del orden social en la
provincia de Jilotepec como consecuencia de la conquista y por ser de los pueblos
sometidos a la Tripe Alianza. Explica que en textos del Bajío Oriental (refiriéndose
a un territorio de raíz otomiana, ubicado en los actuales estados de Querétaro y
Guanajuato, entre los ríos San Juan al oriente y Laja al occidente, el punto de
referencia al sur es Acámbaro y al norte San Luis de la Paz) se encuentran
evidencias de movimientos poblacionales desde diferentes regiones otomíes, con
destino a las antiguas tierras chichimecas, que tienen como protagonistas a
caciques de Jilotepec. La dispersión de los asentamientos con un patrón de familias
en viviendas que se establecían al lado de sus tierras de cultivos y no cerca de los
centros políticos-religiosos, implicó dificultades para los españoles para proveerse
de mano de obras, servicios y para la evangelizción y el establecimiento del nuevo
orden que establecía la Iglesia. Por lo que en Jilotepec se instauraron rápidamente
encomiendas.
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3. REINOS OTOMÍES Y SU RELACIÓN CON OTROS GRUPOS: XALTOCAN, XILOTEPEC-
CHIAPAN, TEOTLALPAN, MEZTITLÁN, TUTOTEPEC
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Fue con Azcapotzalco con quien se enfrascó en una prolongada guerra
desde el siglo XII siendo derrotados por los tepanecas que dirigían este señorío en
1395. Xaltocan permanecerá despoblado hasta 1435 cuando varios grupos,
otomíes entre ellos, conforman un poblado de mediana importancia regido por los
mexicas.
Este señorío ya había sido fundado en 1272, pero alcanzó un mayor estatus
político y estratégico varios años después cuando Xaltocan es dominado por los
tepanecas y Metzitlán se convierte en el refugio de los últimos nobles exiliados.
Desde 1395, Metztitlán se establece como un señorío independiente, sucesor
directo del reino de Xaltocan (Vergara Hernández, 2005). Se constituye como una
población heterogénea y pluricultural: tepehuas, totonacas, nahuas y otomíes
conviven y disfrutan de las bondades de un territorio fértil incluso durante el auge
del imperio azteca, quienes nunca lograrán someter o conquistar a este señorío.
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Después de la conformación del señorío de Metztitlán, éste seguiría
tributando al reino de Xaltocan. Casi un siglo después, Tezozomoc, rey de
Azcapotzalco, destruye Xaltocan con ayuda de los mexicas por lo que un gran
número de otomíes migran hacia Metztitlán, Tutotepec y Tlaxcala, incluyendo al rey
de Xaltocan, Tzompantzin. Estos nuevos señoríos se constituyen como
independientes librándose del poder de los tepaneca de Azcapotzalco (Carrasco,
1986: 260; Davies, 1968: 50).
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Cabe aclarar que en todos estos señoríos existía población otomí que
destacaba por sus habilidades para la guerra y comúnmente eran empleados por
los mexicas para participar debido a su reputación como ‘mercenarios’: ‘los
llamaban otomíes por ser valientes en la guerra, que son como los tudescos que
mueren y no huyen’ (Carrasco, 1986: 128).
INTERÉTNICAS
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De acuerdo con Escalante (1989: 24-25) es probable que los movimientos otomíes
hacia el sur (Xochimilco y Tlaxcala) hayan ocurrido en el Posclásico, ocupando la
zona desde 1500 a.C. en adelante. En este periodo, es más probable que haya
sucedido su encuentro con los protagonistas toltecas debido a la ubicación en donde
estos últimos alojan su cabecera política.
Durante el Clásico los grupos otomíes tuvieron que convivir con nahuas y
totonacos. Es posible, de acuerdo con Jiménez Moreno, que el grupo en el poder
en ese momento fuera de filiación nahua pero no se sabe con precisión las formas
en que tomaron el poder. En la época de esplendor del reino teotihuacano, los
otomíes debieron haber quedado inmersos en la órbita de tributación, ya fuera como
un minúsculo cinturón aldeano agricultor o incluso como parte del grupo dominante.
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una intención de mantener una identidad cultural propia en un escenario de
dominación y sojuzgamiento:
1Escalante comenta que es en este periodo cuando probablemente se haya generado la mancha de
hablantes de otomí que existe en Jalisco hasta el siglo XIX.
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Para el caso de Tlaxcala, parece que los otomíes llegaron de oriente,
posiblemente de Actopan y Zumpango, hacia la zona de Huamantla y
posteriormente se dispersaron en la región hasta limitarse a permanecer en la
localidad de Ixtenco (Weitlaner, 1950). En esos alrededores se han encontrado
algunos vestigios prehispánicos - cerámica, ídolos, algunos cimientos -, que hacen
suponer que ya existían algunos pueblos otomíes en la región (Cajero, 2009).
Es sabido que muchos otomíes vivían junto con otros grupos en el centro de
México durante la hegemonía mexica antes de la Conquista. Algunos grupos de
otomíes no numerosos, aquellos que vivían cerca de los límites hacia al norte donde
se localizan los estados de México e Hidalgo, empezaron a desplazarse hacia los
estados de Querétaro y Guanajuato en virtud de que habían mantenido relaciones
comerciales de tiempo atrás con los chichimecas pames que habitaban los valles.
Estos grupos otomíes lograron evadir no sólo al estado mexica sino, durante los
inicios del dominio español, el pago de tributo a los encomenderos y la imposición
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de la nueva religión cristiana (Wright, ibid: 236). Posteriormente, hacia 1540-1550,
debido a la expansión e introducción de la ganadería por los españoles a la región,
los otomíes debieron incorporarse al sistema tributario español; es el tiempo de la
creación de los cabildos indígenas y la fundación de nuevos pueblos otomíes como
San Miguel (de Allende), Querétaro, Apaseo, Xichú y Puxinquia (ibid).
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En aquellos tiempos emergieron las protolenguas que darían origen a la
diversidad lingüística que conocemos por las fuentes históricas (Wright, 2014:7). El
idioma proto – otomangue probablemente se hablaba desde el Valle de Oaxaca
hasta lo que hoy es el norte del estado de Guanajuato y el sur de San Luis Potosí.
Los hablantes del proto – otomangue que vivían hacia el Sur participaban en la
transición hacia la vida aldeana y agrícola, mientras que los del Norte seguían con
su vida nómada de cazadores y recolectores. En algún momento entre el sexto
milenio y el tercero, el proto – otomangue se separó en una variante meridional,
ancestral a la familia zapoteca, chinanteca, amuzga, mixteca, popoloca y tlapaneca,
así como una variante septentrional, ancestral a la familia otopame, que en tiempos
de la Conquista española se hablaba en el Altiplano Central, el Bajío y regiones
anexas. A su vez, el idioma proto – otopame se dividió en una rama meridional, de
la cual descienden las lenguas de los otopames mesoamericanos – los otomíes,
mazahuas, matlatzincas y ocuiltecos – y otra rama septentrional, de la cual se
derivan las lenguas de los otopames seminómadas (los pames) y nómadas (los
chichimecos jonaces).
Es difícil fijar con precisión el tiempo en que se dio el poblamiento del centro
de México hacia el Valle del Mezquital como región periférica. En la investigación
de López Aguilar y Patricia Fournier (2009), en términos arqueológicos destacan
que los asentamientos muestran una vinculación clara con los recursos del entorno
físico-ambiental, pues las ocupaciones básicamente se ubican en las proximidades
de cauces y manantiales, es decir, evidencian un patrón de disposición espacial
que, como modelo, fue planteado y fundamentado por Sanders y sus colaboradores
para la cuenca de México (Sanders et al., 1979) con sitios con evidente nucleación
y arquitectura monumental como Chingú (Municipio de Atitalaquia), El Mogote de
San Bartolo (Municipio de Chapantongo), El Calvario (Municipio de Tepetitlán), el
Jagüey, en Nopala, y otros en el Municipio de Tula que corresponden a aldeas con
varios conjuntos residenciales (Díaz, 1980; Fournier, 2007; Polgar, 1998; López
Aguilar et al., 1998; Mastache y Crespo, 1974). Las características del asentamiento
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de San Bartolo indican que, aproximadamente entre 200 y 550 dC, en el Mezquital
se consolida un modelo simbólico-espacial-ritual propio de Teotihuacan; sin
embargo, la distribución de los asentamientos que datan del apogeo del periodo
Clásico apenas rebasó los límites de la región de Tula hacia el norte.
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El establecimiento de los otomíes en lo que hoy se conoce como Sierra Norte
de Puebla ocurrió de manera "tardía", si se compara con el proceso histórico del
propio pueblo en el Centro de México. Para delimitar nuestra región de estudio,
consideramos pertinente la división propuesta de García Martínez (1987), quien
subdivide el amplio espacio de la sierra en tres regiones, considerando los procesos
históricos de poblamiento y su configuración como espacio de relaciones en donde
se fueron integrando elementos culturales específicos (García Martínez, 1987; 32):
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de las migraciones en la región occidental de la Sierra, principalmente de
"chichimecas", es necesario hacer dos precisiones. La primera es que las fuentes a
menudo se contradicen para determinar la filiación étnica de los migrantes. La
segunda, es que el término chichimeca aludió a una serie de grupos, tanto cercanos
como alejados de una cultura de rasgos mesoamericanos. Para aclarar este
galimatías, Carrasco se apoya en Sahagún quien realiza un catálogo etnográfico de
todos los distintos pueblos del país. En dicho catálogo, el fraile nos dice que había
tres tipos de chichimecas.
2Carrasco cita a Soriano para señalar que los chichimecas de Xólotl hablaban pame (Carrasco, 1950,
244).
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En una nota al pie, García Martínez compara las versiones de Ixtlixóchitl y
Torquemada. Para el primero, los lugares que ocupan en la sierra son
Xiuchtecutitlan (¿Xiutetelco?), Zacatlán, Tenmitec, Huauchinango y Tututepec. Para
Torquemada, los lugares que ocuparon fueron Zacatlán, Hahuchinango y
Tututepec, a los que designaron como "tierras chichimecas". Para García Martínez,
es probable que estas tierras sólo fueran informalmente ocupadas, mientras que
Tulancingo, un centro importante por su situación geográfica, sí formó parte de su
dominio. (García, nota 54; pp 52). Esta primera migración estaba compuesta
probablemente por chichimecas y toltecas, los chichimecas de tradición cazadora-
recolectora, tamimes (chichimecas mesoamericanizados) y otros pueblos
mesoamericanos aliados, tanto nahuas (acolhuas) como otomíes. Ello explicaría por
qué en las dos parcialidades de Tulancingo había una parte nahua y otra otomí3
(Carrasco, 1998;30). La hegemonía de Tula fue breve, aproximadamente hacia el
último tercio del s XII.
Hacia el s. XIV, ocurrió algo que fortaleció la posición del centro de México
como núcleo hegemónico. Los tecpanecas, uno de los grupos de origen chichimeco
y con asiento en Azcapotzalco, junto con los mexicas, sometieron Texcoco y
conquistaron un amplio territorio hasta Tulancingo (1419). El reinado fue breve, pues
cayó hacia 1430 bajo el yugo de texcocanos y mexicas. Ixtlixóchitl menciona que
los texcocanos llegaron hasta Tulancingo y Tututepec, Huauchinango, Xicotepec y
Pahuatlán, o sea las localidades serranas del camino de Tuxpan. En esta etapa,
Quinantzin, nieto de Xólotl es quien pacifica. Después Netzahualcóyotl, gobernante
de Texcoco enfrenta dos rebeliones en Tulancingo (1450) y conquistó
Huauchinango, Xicotepec, Pahuatlán y la provincia de Tuxpan...". Entre sus
3Hasta la fecha, uno de los barrios del centro de Tulancingo se le nombra como el “barrio otomí”. Ahí
se ubica la Parroquia de Nuestra Señora de los Angeles, adonde acuden los otomíes de Santa Ana
Hueytlalpan en peregrinación durante varios días del mes de mayo en ocasión de los ‘costumbres’
dedicados a las cruces.
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partidarios estaban Tulancingo, Tututepec y Zacatlán. Tulancingo quedó finalmente
bajo el poder de Texcoco. (García Martínez, 1987; n al pie 60, pp 55).
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4.1 Evidencias arqueológicas
Son pocos los registros arqueológicos que dan una muestra contundente de la
presencia otomí en época prehispánica a partir de restos materiales. Un caso
polémico es el que se refiere a la cerámica Coyotlatelco, cuya manufactura es
atribuida a los otomíes, por lo que su aparición en sitios como Teotihuacan;
Azcapotzalco, Tenayuca se interpreta como muestra de presencia otomí. Se piensa
que se origina el en Valle de México, de posible origen tepaneca (correspondiente
a la parte otomí), sin embargo, hay investigadores como Braniff (1972) que hablan
de antecedentes de ésta en el Norte (Guanajuato, Zacatecas, Durango y en el
Altiplano Potosino) (Carmona, 1985: 118, 119).
Piña Chan (en Lastra, 2006) plantea que los otomíes que usaban cerámica
coyotlatelco, influenciados por los teotihuacanos, desarrollaron nuevos estilos
después de la caída de la ciudad. Otra de sus interpretaciones, también polémica,
es que la presencia otomí en Teotihuacán era contundente, esto a partir de los
simbolismos fusionados encontrados en muchos de los frescos como la pintura
facial, la vestimenta, los sacrificios y sección de miembros, las plantas desérticas,
el pulque, instrumentos de caza, posibles representaciones del Dios del Fuego. Y
más allá, atribuye su presencia no sólo a los inicios de la ciudad, sino desde el
Preclásico, introduciendo sus rasgos culturales. (Piña Chan, 1999).
Por su parte, Wright (2014:9), para la región del Bajío, habla acerca de la vida
sedentaria donde expone que los primeros asentamientos mesoamericanos del
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Bajío se establecieron hacia mediados del primer milenio a.C. Es muy conocida y
admirada la cerámica funeraria del Bajío oriental, producida entre 600 a.C. y 200
d.C., durante los periodos Preclásico Superior (600 – 200 a.C.) y Protoclásico (de
200 a.C. a 200 d.C.). En la literatura arqueológica se suele hablar de una “cultura
Chupícuaro”, asociada con este estilo, porque fue en las excavaciones en
Chipícuaro, en el valle de Acámbaro, donde fue detectada por primera vez. En
realidad, esta cerámica es una manifestación regional de un estilo que se extiende
desde el norte de Michoacán hasta Tlaxcala y desde el Valle de Morelos hasta el
noroeste de México, pasando por el centro urbano de Cuicuilco en el Valle de
México.
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Cañada de la Virgen, al poniente del río Laja en el sur del municipio de San Miguel
de Allende, y El Cóporo, en la región conocida como el Gran Tunal, en la frontera
entre los estados de Guanajuato y San Luis Potosí.
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En el sitio de estudio, para el Posclásico la época de Xaltocan (siglo XIII)
llegaron otomíes que repintaron la cueva y la utilizaron hasta que fueron obligados
a replegarse. Su temporalidad la confirma la presencia del Brasero Doble. El análisis
de estas pinturas corresponde para España el equivalente a descifrar un "códice de
piedra" y representa la obtención de importantes datos para entender la
cosmovisión otomí ya que su simbolismo se emparenta con la tradición actual tanto
de la población serrana como de la del Valle del Mezquital. En este caso,
correspondería a una de las versiones más antiguas de la representación del culto
a los ancestros.
"(...) es en si una unidad cultural, reconocible por sus constantes iconográficas, con
elementos como el venado, el sol, la luna, los escudos, los guerreros, etc., o por el
estilo de su trazo; el que se caracteriza por ser, más que de tinta plana, una técnica
de emplaste, de trazos que van de medio a un centímetro de grosor, dependiendo
que tan lisa o irregular sea la superficie sobre la que se pinte, en la que se aprovecha
el resalte o las protuberancias de la roca para dar sentido, o tridimensionalidad a
cada uno de los elementos, mismos que se vuelven a repetir si las características
son similares en otra parte del espacio" (ibid:102).
Este tipo de pintura se puede encontrar más allá del Mezquital y la Sierra
Madre Oriental como en la Cueva del Río San Jerónimo (Villa del Carbón,
correspondeiente a la antigua región Xilotepec-Chiaoan), La Piedra de la Luna
(Huizquilucan, Estado de México). Ya en la sierra tenemos El Cirio, en una de las
Cuevas del Cerro Brujo de Tutotepec aparecen restos de pintura blanca, y la
representación de una flor de cuatro pétalos, existe una roca petrograbada en la
Peña del Gato, en la que por lo menos varias veces al año se sigue depositando
ofrendas. Todos sitios en las que todavía es posible encontrar ofrendas, sin
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embargo, en la región del estudio el abandono a partir del contacto, tuvo como
consecuencia su desvanecimiento como sitio sagrado.
5. LA CONQUISTA
El camino recorrido por los conquistadores hacia los centros de poder mexica tuvo
varios encuentros con pueblos otomíes, los cuales ocupaban una posición
secundaria como tributarios del imperio mexica; algunos de ellos, actuaron como
aliados en la empresa conquistadora. Sin embargo, una vez sometidos los reinos
4En Tierra Blanca, Victoria y otros municipios del noreste existen a propósito numerosas pinturas y
grabados prehispánicos. Hasta la fecha, Cruz del Palmar, comunidad de origen otomí, mantiene
correspondencias rituales religiosas con Misión de Chichimecas en San Luis de la Paz (Uzeta, 1998).
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que integraban la Triple Alianza, los territorios de pueblos tributarios también
pasaron a estar bajo dominio español. Esto ocurrió incluso con señoríos
independientes con población mayoritaria de otomíes como Tutotepec y, en menor
medida, Metztitlán. En gran medida, la relación entre otomíes y conquistadores se
caracterizó por diversos grados de alianzas y negociaciones desde que pisaron
suelo mesoamericano; su capacidad para adaptarse al nuevo sistema de poder fue
determinante para su supervivencia durante los tres siglos de dominio colonial.
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movimientos poblacionales escapando tanto de las invasiones conquistadoras
como de los pueblos nómadas del norte.
Wright (2014:20) analiza cómo las presiones ejercidas por los conquistadores
y demás colonos españoles sobre las poblaciones indígenas motivaron la salida de
algunos grupos de otomíes hacia el Bajío y otras regiones adyacentes. Hay
evidencia histórica de la colonización, durante los dos decenios que siguieron a la
derrota de Tenochtitlan en 1521, en San Juan del Río, Querétaro, San Miguel (hoy
de Allende) y tal vez Apaseo (hoy el Grande), por grupos de otomíes procedentes
del antiguo señorío de Xilotépec, en el poniente del valle del Mezquital. Los otomíes
aprovecharon sus habilidades para comunicarse con los pames, con quienes
habían cultivado relaciones comerciales desde antes de la Conquista. De esta
manera se establecieron pueblos de agricultores otomíes en los márgenes de los
ríos del Bajío oriental.
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españoles y unos cuantos frailes franciscanos en compañía de aliados indígenas
(entre ellos, los otomíes), se conoció como ‘La Guerra Chichimeca’.
La resistencia del dominio hispánico por parte de los chichimecas fue uno de
los retos que tuvieron que enfrentar los franciscanos en los territorios de la provincia
de Jilotepec y la Sierra Gorda de Querétaro. Tal como lo harán otras órdenes, los
franciscanos utilizaron a ‘naturales’ fieles otomíes para imponer un delicado control
militar sobre grupos chichimecas; los otomíes obtenían a cambio ciertos beneficios
como señores principales. Esto ocurrió en la zona de Jilotepec y Huichapan desde
1529 cuando los franciscanos fundaron doctrinas en la región y utilizaron a las
poblaciones otomíes para poblar territorios antiguamente controlados por grupos
chichimecas y contener la frontera ‘rebelde’ (Vite Hernández, 2010: 60).
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noreste colindaba con dos provincias tributarias de los aztecas, Xiuhcoac y
Chicontepec, de habla otomí, nahuatl, tepehua y probablemente huasteco.
Wright (2009), nos dice que Mizquiahuala fue un pueblo de indios otomíes
que se encontraba a la orilla del río Tula al sur de lo que ahora se conoce como
Valle del Mezquital, población que padeció una serie de pestes a lo largo del siglo
XVI, aunado a otros factores que contribuyeron al desplome de los habitantes
indígenas, como las hambrunas, las guerras de conquista, la explotación excesiva
de la mano de obra indígena, las antiguas prohibiciones contra el abuso de las
bebidas embriagantes, los suicidios, los abortos y las alteraciones ecológicas
provocadas por los cambios en los usos de la tierra y el agua, así como también la
baja demográfica debido a la huida de los indígenas del territorio controlado por los
españoles.
Por otro lado, los cabildos indígenas del Mezquital gobernaban estructuras
políticas relativamente pequeñas, con la excepción de la poderosa cabecera
regional de Jilotepec, en el Mezquital occidental. Sus jurisdicciones constaban, por
lo general, de un pueblo de indios y los asentamientos cercanos.
Algo que fue inevitable en este proceso, fue que llegó la imposición del
catolicismo a través de la orden franciscana que vivía en el convento de la Ciudad
de México, por ello, los otomíes de esta región pudieron conservar sus tradiciones
religiosas ancestrales durante varios años. Aunque también existió presencia
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agustina de forma efímera. Por lo tanto, los otomíes resistieron enérgicamente las
pretensiones misioneras de los religiosos.
Así, Cortés llegó después a México, siendo bien recibido por Montecuzoma
a quien apresó, así como a Cacama rey de Tetzcoco quien le hubiera hecho la
guerra y posteriormente, encontró a Pánfilo de Narváez a quien también encarceló
en Cempoala.
Para Orozco y Berra (en Lastra, 2006: 1960) las victorias de los españoles
no se explican solamente por la superioridad de las armas, sino que reconoce
además otras muchas causas como el deseo de los indios de tomar vivos a los
contrarios para sacrificarlos y su manera de combatir.
La mayor parte de la Nueva España fue visitada por los españoles antes de
1524 y casi todos los indígenas aceptaron a los conquistadores como sus nuevos
amos. Los indios fueron repartidos en encomiendas a un encargado español que
debía cristianizarlos y hacerlos fieles vasallos del rey. Los indios tenían que rendirle
tributo y servicios al encomendero.
Los españoles y sus aliados indios necesitaron cincuenta años para lograr
una pacificación general desde San Juan del Río hasta Durango y desde
Guadalajara hasta Saltillo. La terrible represión española sólo provocó el sufrimiento
de cazadores y recolectores que sólo defendían su propio territorio y modo de vida.
Por fin, gracias a la intervención de los misioneros, se logró la paz, proporcionando
a los chichimecos alimentos y ropa, estableciendo entre ellos colonias de
tlaxcaltecas, otomíes y otros agricultores.
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indígenas que tenían tlatoani se convirtieron en cabeceras, de donde se recogían
los tributos y se gobernaban las poblaciones más pequeñas.
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El aprendizaje de las lenguas nativas y la enseñanza de diversos oficios
fueron algunos de los potenciadores para la estrategia educativa y evangelizadora
de los franciscanos. Se estima que sólo del periodo de 1524 a 1572, se han
conservado 109 obras de bibliografía indígena (vocabularios, sermones,
catecismos, libros de piedad y otro tipo), escritos en náhuatl, tarasco, totonaco,
otomí y matlatizinca, de los cuales 80 proceden de la orden franciscana (Ricard,
1986: apéndice I).
Los agustinos llegaron en 1533 y fueron quienes más relación tuvieron con
la población otomí debido a la instalación de sus misiones en grandes porciones de
los actuales estados de México, Hidalgo, Guerrero y algunas zonas de la Huasteca.
A su llegada tomaron varias ‘rutas primordiales’: la primera hacia la llamada sierra
baja, en el actual estado de Guerrero, con Tlapa y Chilapa como centros principales
en 1533 y 1534, respectivamente. La segunda ruta hacia el norte, a la llamada sierra
alta, hoy conocida como la Huasteca, que abarca los estados de Puebla, Veracruz,
Hidalgo, Querétaro y San Luis Potosí tiene como centros principales, Atotonilco
(1535), Molango (1535), Metztitlán (1543), Huejutla (1545), Actopan, Ixmiquilpan y
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Xilitán, en frontera con los territorios chichimecas (1548). Esta ruta tuvo también
influencia en Pahuatlán hacia 1552 donde encontraron una mayoría de indios
mexicanos, pero también presencia de totonacos y otomíes.
Así, a pesar de haber llegado años después que otras órdenes, los agustinos
optaron por evangelizar algunas de las zonas más difíciles de la orografía mexicana,
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teniendo contacto con los huastecos, otomíes y chichimecas. Sin embargo, se sabe
que los agustinos predicaron en distintas lenguas: mexicano, otomí, tarasco,
tlapaneco, huasteco, ocuilteco, matlatzinca, totonaco, mixteco y chichimeco de la
cordillera noroeste siempre procurando tener a un intérprete cercano para conocer
la lengua de cada provincia (Grijalva, 1985: 167). Su relación con grupos étnicos y
culturas periféricas y sometidas al imperio mexica puede ser una razón por la que
hay pocos testimonios indígenas sobre los agustinos, limitados a algunas cartas y
relaciones como aquella del Fray Nicolás Witte sobre el modo de tributar de los
indígenas de Metztitlán o la descripción que hace Fray Guillermo de Santa María
sobre los usos y costumbres de los chichimecas (Acuña, 1987: 369-376).
La Sierra Gorda de Querétaro fue ocupada por los españoles y sus aliados
otomíes al expulsar a los chichimecas, particularmente por la acción de José de
Escandón, quien fuera nombrado primer Conde de la Sierra Gorda. Monumentales
conventos adornados con bellos retablos y coros fueron erigidos por los agustinos
en distintas zonas de sus rutas de evangelización, muchos de ellos en zonas con
un gran porcentaje de población otomí, tales como Acolman, Actopan, Metztitlán y
Salamanca. La solemnidad de los ritos católicos impulsados por los agustinos, tales
como la misa, los adornos y aláteres y el canto de himnos, se integró profundamente
en la población otomí, quienes adoptaron la necesidad de integrar toda la
parafernalia ritual en sus celebraciones. Grijalva (1985:163-165) expone los
minuciosos cuidados y preparaciones de los otomíes para diversas fiestas, en
particular el día de la Santa Cruz en mayo cuando se hacen procesiones de cruces
enramadas a las iglesias seguidos de suntuosos banquetes.
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distancia desde Atotonilco; Huayacocotla también fue visitada por los agustinos.
Este empuje de la acción evangelizadora implicó una respuesta defensiva por parte
de los grupos originarios, en particular la población otomí, que comenzaron a huir a
zonas aún más inaccesibles para escapar al control de los españoles. Estas
diásporas para escapar al control de los grupos en el poder a los que se encontraban
sometidos en diversas etapas históricas pueden explicar la actual presencia de
grupos otomíes en regiones de difícil acceso como la Sierra Oriental de Hidalgo o
la Sierra Gorda de Querétaro.
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de la Paz en Guanajuato, hogar de múltiples poblaciones chichimecas y
actualmente poblaciones otomíes. Esta misión fue un establecimiento estratégico,
fundamentalmente por su ubicación de frontera de un vasto dominio chichimeca y
además se convirtió en el centro desde el cual se planeó la evangelización del vasto
territorio septentrional. El plan jesuita tuvo como objetivo instalar una colonia de
indios otomíes a los que se les asignaron tierras y aguas. De igual manera que los
agustinos, los jesuitas utilizaron a estos otomíes enviados desde el seminario de
Tepotzotlán como catequistas de los chichimecas a quienes intentaron evangelizar.
Entre los grupos otomianos el culto a las cruces cobró especial relevancia
pues su Dios tutelar, Otonteuctli (Señor de los otomíes), se identificó con Ocotecuhtli
(Señor del pino), quien era objeto de ceremonias rituales en los que estaba presente
un palo de pino (Lara, 2002:71)
Por lo que sostiene Durán (2014) que en 1537 el indio Andrés Mixcóatl
confesó:
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de tres años a esta parte ha predicado y dicho que no es nada lo que los
frailes predicaban, y que él era dios, y que sacrificasen a sus ídolos y
sacrificios como de antes, y que él hacia llover, cuando llovía, por lo cual le
ofrecían y le daban papel y copal y otras muchas cosas y heredades, lo cual
predicaban muchas veces públicamente en Tulancingo y Huayacocotla y en
Tutotepec y en Apan y en otras muchas partes.
Así, en 1536 los agustinos decidieron avanzar hacia la zona otomí de Hidalgo
y la Sierra Alta en dirección a la Huasteca. Y para 1553 dio inicio la construcción de
un convento en Tutotepec y que en 1557 fue nombrado priorato, momento del cual
ya se puede hablar del inicio de la evangelización sistemática de los indios de la
Sierra.
Uno de los principales problemas que enfrentaron los frailes fue la cuestión
de la lengua, ya que en Tutotepec, predominaba el otomí, después el totonaco y el
tepehua.
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Esas poblaciones prehispánicas fueron aprovechadas por los conquistadores
para hacer sus fundaciones, junto a las cuales también se estableció el poder
virreinal, para refundar y establecer nuevas localidades por medio de la
congregación y la colonización.
A partir de 1536 los agustinos dirigieron sus misiones hacia la región central
del actual estado de Hidalgo, y comenzaron a predicar en las planicies de Atotonilco
el Grande y la Sierra Alta y luego, por las llanuras del Mezquital y el noroeste del
Valle de México. Al finalizar el siglo de la conquista sus fundaciones cubrían una
gran parte de lo que hoy es Hidalgo y pequeñas zonas de las entidades
circunvecinas como Puebla, San Luis Potosí y Veracruz.
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Los primeros agustinos que llegaron a la Sierra Alta en 1536 fueron Fray Juan
de Sevilla y Fray Antonio de Roa y por no dominar la lengua nativa pasaron un año
sin obtener resultados fructíferos. Ante esto, Grijalva muestra su asombro respecto
a estas culturas vernáculas a quienes “les inculcaron las costumbres morales y
políticas. Todo aquello que es necesario para la vida humana, porque la gente
estaba tan inculta, que no sabía comer, ni vestirse, ni hablarse a lo menos con
cortesía y humanidad”. De esta forma, las autoridades civiles y los frailes vieron la
necesidad de congregar a los indios, así se les podría adoctrinar, vigilar y corregir,
además de poder organizarlos para el trabajo y el cobro del tributo.
Por otro lado, (Lastra, 2006: 115) nos expone que los franciscanos se
dedicaron a evangelizar la región del centro de México, los que después serían los
estados de México, Morelos, Hidalgo, Tlaxcala y Puebla. De esta forma, se puede
entender que la religión cristiana no ganó por completo y sólo logró que los indios
únicamente la profesaran en apariencia. Los dogmas y misterios resultaban
incomprensibles para los indios y era difícil traducirlos a las lenguas indígenas, de
esta forma; los misioneros recurrieron a todos los modos posibles re representación:
oral, escrita y por imágenes. Por lo tanto, los frailes se vieron obligados a aprender
las lenguas indígenas para poder llevar a cabo la evangelización, la mayoría
aprendió náhuatl y otomí.
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Lastra (2006:125) menciona que Torquemada citó que Rengel destruyó todos
los ídolos de aquellas provincias con sus templos y altares arriesgando la vida. Los
sacerdotes de los indios no podían soportar que les destruyeran sus dioses y a ellos
los privaron de sus privilegios, por lo que trataron muchas veces de matarlo
sucediendo esto en dos lugares; uno en el cerro de Chiapa y el segundo, cerca de
Tepatitlán.
Entre los franciscanos notables está también, fray Diego Valadés, hijo del
conquistador probablemente ilegítimo y mestizo, que nació en Tlaxcala y sabía
náhuatl, otomí y tarasco, fue párroco de Tepexi del Río y guardián del convento
franciscano establecido en esa población.
Sin duda alguna otra contribución importante de los frailes fue la construcción
de iglesias y conventos que ahora se consideran obras de arte y parte del patrimonio
nacional. De esta forma, la expansión de los frailes agustinos hacia el norte de
México ocurrió a partir de 1536 y la evangelización del Valle del Mezquital se inició
en 1548 con la fundación de Actopan, desde donde llegaron a Itzmiquilpan.
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El origen del pueblo de Xichú de Indios (hoy Victoria, Guanajuato. Localizada
en la franja occidental de la Sierra Gorda), aún es un tanto confuso, se sabe que
para la segunda mitad del siglo XVI era un importante poblado de avanzada colonial.
Es probable que fue asentada una colonia de otomíes y a su alrededor grupos de
pames. El sitio era asiento de un fuerte y fue punta de lanza para la evangelización
de la región por lo que se le reconocía como “frontera de chichimecas”. Para el
momento del arribo hispano en el poblado estaba habitado por gente de origen
otomí.
Entre los grupos otomianos el culto a las cruces cobró especial relevancia
pues su Dios tutelar, Otonteuctli (Señor de los otomíes), se identificó con Ocotecuhtli
(Señor del pino), quien era objeto de ceremonias rituales en los que estaba presente
un palo de pino (Lara, 2002:71).
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Los franciscanos se adentraron por la zona de Xichú y Río Verde para llegar
durante los siglos XVI y XVII a las actuales zonas queretanas de Tolimán,
Cadereyta, Huichapan, Jalpa, Landa, Tancoyol, Concá y Tilaco, ubicándose
también en Xichú y San Luis de la Paz en lo que sería Guanajuato. Posteriormente
los jesuitas arribaron a San Luis de la Paz en lo que sería Guanajuato (Uzeta,
2004:59). Posteriormente los jesuitas arribaron a San Luis de la Paz para suplir a
los franciscanos desarrollando exitosas empresas productivas. Por su parte los
agustinos se concentraron en Xilitla para tiempo después relevar a los franciscanos
en Jalpan y Concá. También en relevo de misiones previas, los dominicos, se
asentaron durante los siglos XVII y XVIII en el mineral de Xichú, en Tolimán, Peña
Miller, Pinal de Amoles, Cadereyta y San Juan del Río (Arroyo, 1998).
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compromiso por proveerles una mínima calidad de vida no estaba sancionado por
ningún sistema jurídico y se apoyaban en las diferentes órdenes religiosas para la
correcta conversión hacia el cristianismo. Algunas poblaciones como Tierra Blanca
y San Juan Bautista Xichú (o Xichú de Indios, el actual Victoria) se fundaron en el
siglo XVI con población otomí trasladada desde Querétaro, inicialmente en pie de
igualdad con los conquistadores por los servicios prestados en la pacificación de la
zona y en la política de poblamiento (Chemín, 1993:23; Wright, 1999).
En algún momento del siglo XVI o XVII estos espacios fueron incluidos en los
mayorazgos concedidos por la corona a particulares. Tierra Blanca y parte de Casas
Viejas (San José Iturbide) pasaron a integrar entonces porciones del mayorazgo de
Guerrero – Villaseca, y a su fragmentación, de la hacienda del Capulín.
Uzeta (2004:61), habla sobre el fortalecimiento del régimen colonial que restó
autonomía a las poblaciones indias, sujetas a los encomenderos por medio de los
tributos y a la evangelización eclesial, además de su subordinación política a una
cabecera. De acuerdo con Wright (1990:40), con esto los otomíes perdieron:
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instrucción espiritual impartida por los cleros regulares y seculares. Sin embargo, la
estructura administrativa no empataba necesariamente con la religiosa pues el
establecimiento de las redes religiosas obedeció relativamente a criterios de
ubicación geográfica de los núcleos de población indígena en relación con su
jerarquía en la esfera administrativa y/o religiosa prehispánica, así como su patrón
de asentamiento y su densidad demográfica.
Esta región, principalmente las partes bajas, sufrieron una merma importante
de población a consecuencia de las epidemias y de las migraciones indígenas hacia
Tutotepec y Chicontepec. Se calcula que para el periodo previo a la conquista había
4350 tributarios, pero un siglo más tarde, hacia 1640, sólo se registraron alrededor
de 1300. Paulatinamente la población indígena se recuperó, sin embargo, la región
también fue poblada por blancos y mulatos.
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6. PUEBLOS OTOMÍES EN EL MÉXICO INDEPENDIENTE
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lugar en lo que hoy es el estado de Guanajuato, en el pueblo de Dolores por el cura
Hidalgo (Blanco, et.al., 2012: 100).
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El visitador Gálvez, de paso por Guanajuato, reiteró las prohibiciones a la
población indígena: a los hombres, montar a caballo, vestir ropa distinta a la de su
“clase”; la transgreción a esta imposición se pagaba con 100 azotes y un mes de
cárcel. Las mujeres tampoco podían vestir ropa de españolas, el castigo era la
reclusión por un mes (Lastra: 251).
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cediera los préstamos y estos fueran cobrados implacablemente, por lo que la gente
perdió sus propiedades y "se arruinaron muchos agricultores, mineros,
comerciantes y dueños de talleres y obrajes" (Ibid, 2006:251). También hubo
heladas y sequías en diferentes momentos que empeoraban las condiciones.
Era diferente la situación del Centro de México que la del Bajío. En el primer
caso, se cultivaban tierras comunales, y había cierta libertad para autogobernarse.
En cambio, en el segundo, los indígenas trabajaban las tierras de los españoles y
se ceñían a sus reglas. Con el auge de la minería el trabajo aumentó, y también la
productividad agrícola, sin embargo, para la segunda mitad del siglo XVIII la
prosperidad hizo que la población también aumentara, dejando al final condiciones
de explotación por la sobredemanda de trabajo. Varias hambrunas se sucedieron y
el dominio de los terratenientes dejó a la población en la pobreza aumentando el
malestar social en la región.
Todos los pueblos del Bajío fueron parte del movimiento. Después de que
Calleja tomó Guadalajara, Hidalgo y Allende fueron emboscados, lo que los llevó a
su ejecución el 30 de julio de 1811. Sin embargo, el movimiento siguió. Ahora
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representados por Morelos, con un enfoque agrarista (que los empleos sean para
los americanos, que las leyes moderen la opulencia y la indigencia y que se
proscriba la esclavitud) y, por otro lado, Ignacio Rayón. Hubo guerrillas también en
forma aislada.
“Como una turba aparecieron por El oro y Temascalcingo, armados los más
de palos y machetes. La tarde del 28 de octubre de 1810, luego de recorrer
San Felipe del obraje e Ixtlahuaca, llegaron a la ciudad de Toluca; el 29 se
dirigieron hacia México pasando por Metepec, Atenco y Santiago
Tianguistenco, marcha a lo largo de la cual hidalgo engrosó su ejército hasta
que éste alcanzó aproximadamente 80 000 personas” (Jarquín Ortega, et.al.,
2013: 99).
A inicios del siglo XIX, en Hidalgo se hacía visible una aparente riqueza y
bienestar. La minería, el comercio y la agricultura mostraban una aparente
prosperidad, que contrastaban con la situación de otras regiones como el Bajío a
causa de la invasión francesa a España. Sin embargo, cuando se descubrió la
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conspiración de Querétaro, la exhortación del cura Hidalgo desde Dolores luchar
contra el gobierno, no tardó en propagarse y en lograr la adhesión de muchos
inconformes (Ruíz de la Barrera, 2000: 79). Gracias a los arrieros, la noticia se
propagó rápidamente en territorio hidalguense. Uno de ellos, Cayetano Anaya, un
destacado arriero, hacía cada año un viaje a Chihuahua y llegó a Nopala un 30 de
septiembre de 1810 con una proclama firmada por Miguel Hidalgo y Costilla;
bastaron unas semanas para que se empezaran a involucrar pobladores a la causa
insurgente comandados por líderes regionales (Ibid).
las cabeceras mestizas la población apoyó incondicionalmente al gobierno español, aquellos pueblos
o cabeceras indígenas en donde las autoridades coloniales ejercían un menor control, los indígenas
apoyaron a los insurgentes (Escobar, 1998a; 61). En ningún caso hubo algún tipo de reivindicación
regional y como puede apreciarse, los principales bastimentos de las huastecas estuvieron en uno u
otro bando de acuerdo a las circunstancias sociopolíticas de cada una.
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huastecas y en propiedades rurales, cuyo saqueo les permitiera sobrevivir, fuesen
españolas o criollas.” (Escobar, 1998a; 60).
8 Numerosos símbolos religiosos, encarados en las imágenes de los santos y cruces, eran
marcadores territoriales, por lo que un ataque “en contra de la religión” era visto como un atentado
en contra del territorio indígena. Desde el punto de vista simbólico la lucha a favor de la Iglesia era
también a favor de los territorios comunales.
8 El primer cambio viene con la constitución gaditana de 1812, pero se subroga y vuelve a cobrar
vigencia en 1821.
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MAPA 1
9 El primer cambio viene con la constitución gaditana de 1812, pero se subroga y vuelve a cobrar
vigencia en 1821.
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del siglo XIX, al menos en las Huastecas. (Escobar, 1998b; 93). Para 1840 los
mestizos y blancos controlaban los ayuntamientos más importantes de la Huasteca
y es muy probable que ocurriera así con todos los ayuntamientos de la región
(ibidem; 152). Posteriormente se permitió que sectores normalmente vetados para
los altos cargos políticos locales pudieran ser nombrados. De esta manera,
individuos pertenecientes a oligarquías económicas pudieron acceder al cargo de
alcalde, lo que les abrió la puerta para la vida política. Se convertirían en los
intermediarios entre el Estado Mexicano y los municipios. Las propiedades
comunales pasaron a formar parte del patrimonio del municipio lo que permitió que
éstas fueran rentadas y posteriormente vendidas arbitrariamente por estos
personajes. En este periodo es probable que se acentuara la diferencia
socioeconómica entre las cabeceras mestizas –que por razones naturales
concentraban el poder- y las comunidades indígenas.
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Para paliar los efectos de una progresiva privatización de la tierra, los
indígenas se organizaron en condueñazgos una forma de propiedad que conjuga la
propiedad privada con la comunal y que fue lo suficientemente amplio como para
permitir que se preservaran ciertos usos y patrones comunitarios, y también que los
mestizos se integraran como rentistas y usufructuarios, no como propietarios. El
condueñazgo tuvo mayor injerencia en la planicie costera que en la sierra, pues
mientras que el régimen de propiedad comunal se mantuvo especialmente vigoroso
en la sierra, los pueblos indios en la costa casi perdieron toda su propiedad. La
composición social en la costa fue mucho más multiétnica que en la sierra, donde a
pesar del abanico étnico, casi no hubo convergencia interétnica.
Los indios que compraron las que fueran sus tierras comunales, las
convirtieron en condueñazgos. Quienes quedarían como autoridades indias y
representantes de los pueblos indios frente al municipio fueron los regidores. Estos
regidores frecuentemente encabezaron rebeliones en contra de los ayuntamientos
cuando estos excedían sus funciones.
10 Hidalgo es constituido como estado de la federación por el presidente Benito Juárez en 1869, a
partir de la jurisdicción del segundo distrito militar –constituido por dos departamentos- que se creó
para la Guerra de Intervención Francesa. Estos dos departamentos fueron de especial interés porque
contemplaban la comarca minera y había en una gran porción del territorio poderosas haciendas
pulqueras. Al tiempo que se creó el Estado de Hidalgo, en el distrito de Pachuca había alrededor de
157 minas (Narváez, 2009; 38). La necesidad de crear el Estado de Hidalgo respondió a la demanda
por dividir al Estado de México, cuya capital Toluca –sede del Tribunal de Segunda Instancia-, se
encontraba a muchas leguas de distancia. La producción minera y pulquera en el territorio aportaba
una enorme riqueza a los gobiernos y hacendados, lo que la hacía muy cotizada. Por otro lado, el
territorio era atravesado por una ruta comercial que conectaba la Ciudad de México con el puerto de
Tuxpan, pasando por Tulancingo.
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y consolidación de numerosas haciendas, que en su mayoría absorbieron pueblos
enteros e incorporaron a los indígenas como fuerza de trabajo, principalmente en
los llanos de Apan y los valles centrales. Comenzó un repunte económico, pero
también se agudizó la distancia entre ricos (las élites regionales) y pobres.
Aumentaron las vías de comunicación y se construyeron dos vías de ferrocarril que
comunicaban el centro de México con la Costa del Golfo. La producción de plata de
las minas de Pachuca estaba en un momento positivo. La economía regional gira
en torno a la plata y el pulque, y en menor medida, las fábricas de hilados y textiles.
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6.2 México independiente
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Los liberales solicitaron la creación del estado de Hidalgo en 1868 apoyados
por varios municipios del Mezquital, y fue logrado al año siguiente.
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de la propiedad comunal que afectaba a la población más desprotegida, los
indígenas (Lastra (267). Era la Ley Lerdo que no reconocía la personalidad jurídica
a las corporaciones indígenas (268), por lo cual, nos dice Lastra “ni siquiera se
podían organizar para litigar, sino que cada individuo tenía que hacerlo por
separado”, esto es individualmente. Así las rebeliones tuvieron lugar en Tutotepec,
Tenango de Doria, Tulancingo, Ixmiquilpan y Tula en demanda de recuperar las
tierras comunales que les pertenecían desde tiempos prehispánicos y arrebatadas
por las haciendas y terratenientes.
A principios del siglo XX, el extenso territorio que comprende la parte noreste
del municipio de Tulancingo de Bravo, en la región del Altiplano y en los límites de
la entrada a la Sierra Otomí – Tepehua, era ocupado, además de población de habla
otomí cuyo asentamiento remite a varios siglos atrás, por varias haciendas
dedicadas en su mayor parte a la extracción del pulque, bebida que era
comercializada en toda la región. Los indígenas ocupaban pequeños caseríos en el
centro del pueblo de Santa Ana Hueytlalpan, y eran los peones de las haciendas
donde trabajaban tierras ajenas. Adquirían sus insumos de subsistencia en las
tiendas de raya de las mismas y muy pocos poseían espacios para la siembra. Los
años posteriores a la Revolución, el paisaje rural con el que habían convivido ellos
y sus antepasados, se vio alterado nuevamente, gracias a la Reforma Agraria, y en
1937 se vieron beneficiados con el primer reparto de tierras en la región,
convirtiendo este extenso territorio en el ejido más grande del estado: con 2671
hectáreas.11 Aunque su situación continuó siendo de extrema precariedad, pues
debían convertir sus tierras que, durante largo tiempo habían acogido la siembra de
magueyes, a campos donde pudieran cultivar maíz y otros productos básicos para
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y que nos habla de que la reconfiguración de las poblaciones otomíes no acabó con
vínculos de carácter histórico, abordados en los capítulos anteriores.
Como primera región distinguimos la del Valle de Toluca y Oriente del Estado
de México. En el Estado de México los municipios que lo integran son: Toluca,
Temoaya, Otzolotepec, Amanalco, Huixquilucan, Jiquipilco, Lerma, Xonacatlán,
Atizapán de Zaragoza, Zinacantepec, Calpuhuac, Tianguistengo y Ocoyoacac.
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La sexta región es la que más se distingue de todas las señaladas antes por
el tipo de prácticas tradicionales, mismas que son compartidas por grupos nahuas,
totonacos y tepehuas que habitan la gran región. Ésta abarca los estados de
Hidalgo, Puebla y Veracruz y se extiende desde el Altiplano de Tulancingo, la Sierra
Oriental de Hidalgo en los municipios de Acaxochitlán, Tenango de Doria, San
Bartolo Tutotepec y Huehuetla; en Puebla, la región llamada Sierra Norte con los
municipios de Honey, Pahuatlán, Pantepec, Tlaxco. En Veracruz, en la región
conocida como Huasteca Sur conformada por los municipios de Ixhuatlán de
Madero, Texcatepec yTlachichilco. Esta gran región otomí, se distingue del resto
por la tradición del recortado de papel de figuras antropomorfas que representan a
los espíritus o fuerzas de las entidades que habitan el cosmos y ejecutada por los
chamanes otomíes en los rituales llamados “costumbres”.
Estado de México12
Los otomíes del Estado de México han compartido desde hace mucho tiempo este
territorio con matlatzincas, mazahuas, nahuas y ocuiltecos, con quienes tienen una
afinidad cultural muy próxima conformando un mosaico heterogéneo configurado a
partir de diversos procesos histórico - sociales y políticos que han rebasado las
fronteras estatales, sin embargo muestran “la unión de lo lingüístico y geográfico
para su distribución regional” (Álvarez Fabela, 2016: 71), fenómeno que no es
exclusivo de este Estado. Los hñätho del Estado de México se establecen
principalmente en Toluca, Temoaya, Acambay, Jiquipilco, Morelos, Otzolotepec,
Lerma, Chapa de Mota, Aculco, Amanalco, Temascalcingo, Huixquilucan,
Xonacatlán y Atizapán de Zaragoza, los cuales a su vez se dividen en dos regiones,
atravesados por la Sierra de San Andrés Timilpan, Monte Alto y al sureste la Sierra
de las Cruces. El Norte del Estado se vincula desde tiempos ancestrales, por lazos
culturales y comerciales, con el Sur de Querétaro, conformando un corredor muy
integrado que colinda también con el estado de Hidalgo, donde los límites estatales
no han sido obstáculo para mantener relaciones entre ambas regiones, sobre todo
a través de la vida ritual. Este corredor otomí que atraviesa el Estado de México,
colinda en el sureste con la Ciudad de México. En este apartado abordaremos varios
municipios otomíes pertenecientes a ambas regiones, pero articulados a través de
prácticas rituales en torno a la sociedad del Divino Rostro.
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2 El cerro del Pocito, también se ubica entre Huixquilucan y Santa Cruz Ayotuxco.
Parte sustancial en la praxis en torno a estos cerros, además de los socios del
Divino Rostro, son los especialistas rituales tradicionales: los bmëfis, “trabajadores”,
cuyas funciones sustantivas son: “mantener” a los Dioses, es decir, a través de
ofrendas de comidas; la “siembra” de tamales en el cerro como si éstos fueran
semillas; tapar y destapar los pozos del viento para atraer el agua de lluvia;
mantener llenos los depósitos subterráneos con agua bendita que posteriormente
se transformará en el agua de lluvia que caerá sobre la tierra. Estas funciones que
atañen a las actividades de la figura católica del Divino Rostro, se identifican muy
bien con el nombre con el que las fuentes coloniales designaban a ésta en otomí: la
de Mixenthe, traducido como “Dios del monte”, “español del monte”. Sin embargo,
en la actualidad, el término en otomí ya no es recordado por quienes conforman
esta organización, pero persisten las funciones de esta advocación en los cerros.
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mujer otomí de Temoaya es muy significativo y parte de la respuesta está en la
designación que se hacía en tiempos coloniales:
Como toda creencia mesoamericana, los cerros son lugares de origen y réplicas
del cosmos y del mundo. Son sitios habitados y quienes viven en ellos lo tienen por
casas; el cerro de la Campana tiene entonces antes de llegar a la cúspide sus
“descansos”, donde la gente se detiene bien sea para realizar alguna actividad
preparatoria. En este cerro en los descansos se encuentran cruces que son
marcadores que señalan el camino desde los oratorios comunitarios hasta la cima.
Son una especie de marcadores sagrados que protegen al peregrino en su andar
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hasta el punto más alto del cerro. La gente dice que los “descansos” o nzaya, en
otomí, es donde Dios “se recargó y puso su pie” cuando anda por el cielo cargando
el aire, las nubes y la lluvia. Estas mismas “huellas” se encuentran en el camino que
toman los peregrinos a Chalma, como evidencia del paso de Dios por esos lugares.
Las cruces que marcan el camino, nos dice Hernández Dávila (2016: 102), están
dotadas de voluntad y exigen que la gente las venere. Al pasar junto a ellas se les
debe ofrendar, así como pagar para que el peregrino pueda proseguir su camino sin
peligro. Estos “descansos” son sitios cargados de fuerza donde obligadamente las
personas deben detenerse y brindar a las cruces que resguardan el lugar un acto
de respeto; aunque no sólo se encuentran en los cerros, también en los pueblos se
les observa.
El templo fue erigido por los socios de la organización del Divino Rostro del
pueblo de Ameyalco. Lo resguardan siete cruces de piedra, las más antiguas, son
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“las que mandan”, ellas son “milagro”, “encantamiento”; hay otras cinco cruces de
madera o pasta, hay una cruz central con la imagen del Divino Rostro.
Fuera del templo, hay un mirador que da hacia el valle de Toluca y ahí hay otras
tres cruces de madera que se reemplazan cuando se deterioran. Estas cruces
tienen sus padrinos quienes cada seis meses las arreglan y las llevan a la iglesia
donde las velan toda la noche antes de regresarlas a su sitio en el cerro. Junto a las
cruces de madera hay varias piedras que en realidad son los animales que
resguardan al Divino Rostro y lo auxilian en su trabajo de llevar la lluvia: los animales
son cocodrilos, ranas, elefantes y el “caballito”, compañero del Divino Rostro, roca
con forma de silla de montar llamado también “regador del rocío”. Todos estos
“animales” reciben su alimento para poder contribuir en el bienestar de los hombres.
Se cuenta por los señores antiguos del pueblo que un hombre que hacía
carbón en el monte un día, mientras comía, recibió la visita de un viejo que le
pidió ser invitado a comer, a lo que el carbonero accedió. Al terminar, el viejo
le pidió repetir la invitación para el día siguiente, aunque le pidió que le trajera
un pollo, a lo que el carbonero igualmente accedió. Finalmente, el viejo le dijo
al carbonero: ‘mañana no quiero que me traigas comida. Mejor mándame
hacer una cruz de cualquier manera y la plantas en lo más alto del cerro’. Una
vez satisfecho el pedido, el viejo se despidió del carbonero con estas
palabras: mañana ya no me vas a ver como me ves en este momento, porque
yo voy a estar dentro de la cruz. No quiero que dejes de venir a verme.
Queda evidenciado que el Divino Rostro, es el ancestro que está presente dentro
de la cruz, su cuerpo, y la necesidad de “alimentarlo” tiene como finalidad que el
mundo continúe su marcha.
Este cerro es hábitat del aire y el rayo. Por ello no es casual que tenga dos
capillas: una dedicada al Divino Rostro y otra dedicada a la serpiente, animal que
desde tiempos ancestrales en la cosmovisión mesoamericana se ha asociado a la
lluvia y a los fenómenos atmosféricos articulados a ésta como el rayo. Es común
encontrar narraciones que dicen que cuando en la entrada de las cuevas aparece
la serpiente, en realidad no es un animal, sino la divinidad que llega por su ofrenda
aceptando con ello el intercambio de dones.
En la capilla del cerro La Palmita, al igual que en los demás cerros del circuito,
la bienvenida a los peregrinos de la organización del Divino Rostro al entregar los
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“regalos” para esta divinidad son recibidos con “limpias”, pues el lugar sagrado lo
amerita.
…el Divino Rostro fue encontrado por un pastor que apacentaba borregas en
lo alto del Pocito. Cuando perdió de vista al hato, según un informante, “lanzó
un silbido que le fue contestado, cosa que le extrañó porque no había
presencia humana en el entorno. Al seguir silbando para ubicar a su
interlocutor, cesaron de pronto las contestaciones y halló la cruz con el Divino
Rostro, junto con dos ceras encendidas a sus costados (Hernández Dávila,
2016: 116-117).
En la cima de este cerro hay dos templos, uno de ellos de mayor importancia
tiene el rango de santuario que comparte con el de los Remedios, ubicado en el
municipio de los Remedios. Ambos santuarios reciben múltiples peregrinaciones.
La estrecha relación entre el templo del cerro y el de los Remedios es ratificada por
estas palabras que implican que “el señor Divino Rostro baje de su cerro a la casa
de su hermana la Virgen de los Remedios”.
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sacristanes, “guardianes de la ortodoxia”, y los socios del Divino Rostro con la figura
de los bmëfis como “trabajadores”.
Este cerro santuario es también visitado por mazahuas, dada la cercanía con
poblaciones habitadas por este último grupo. La celebración del mes de marzo, más
que relacionarse con el agua, se articula al fuego, una de las principales deidades
del panteón otomí, con San José como “señor de los fogones del hogar”. Pero
también se articula con la celebración del carnaval que en contextos otomíes es de
las más importantes fiestas. Lo que se espera entonces, es que después de esta
celebración el tiempo se regenere gracias a la resurrección de Cristo, “llenando de
agua los cerros”. El cerro del llano de la Tablita y al pie del Montealto se ubica en el
municipio de Temoaya.
Los socios del Divino Rostro de Temoaya, relacionan el origen del santuario con
el del oratorio del barrio de San Pedro Abajo, que según ellos “se debe a la aparición
de la virgen en una cañada situada al oriente del mismo, cerca de una barranca en
la que actualmente una pequeña ermita rememora el sitio del milagro.”
“Las cruces dicen para sus adentros cuando quien las levantó no las atiende
ni regresa para vestirlas y darles su desayuno: ¿cómo a mis hermanitas sí les
traen sus flores y su chocolate y a mi ya me dejaron aquí olvidada? Buscaré
a quien acá me trajo y le daré un toquecito, que no me olvide, que no me dejé
aquí nomás. Porque cuando buscaban su salud, cuando querían que mi
padre Dios los levantara, ahí sí no me faltaron mi regalo y mis cohetes. Pero
ahorita, me olvidaron y yo los traeré de vuelta a que se postren y me traigan
mi n’toxi, mi cena”
Los cerros, al igual que los elementos del paisaje y los fenómenos de la
naturaleza son todos entidades vivas, poseen una gran fuerza y energía, son entes
que piensan y actúan y esperan siempre el alimento para poder ayudar a los
hombres con los medios de subsistencia. Pero, además, los cerros operan como
modelos cosmológicos que guardan o son fábricas de los aires, de la lluvia, de las
nubes; también son trojes que resguardan las semillas que alimentarán a los
hombres.
Michoacán
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comunidades de Curungeo, Zirahuato y San Felipe de los Alzati, donde han
mantenido su identidad otomí a pesar de fuertes procesos de aculturación y de la
instalación de fronteras políticas y territoriales.
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San Felipe de los Alzati ha experimentado un proceso de dilución del sistema
cultural otomí que ha impactado principalmente en las fiestas tradicionales, de
acuerdo con los propios habitantes de la localidad. Es por ello que la mayoría de los
rituales religiosos, su organización y la participación de sus celebraciones se
concentra en el grupo etario más avanzado de la localidad. Si bien hay procesos de
aculturación que emanan desde la cercana ciudad de Zitácuaro – considerado un
polo industrial y atractor de migrantes -, la iglesia católica también ha participado en
la censura y oposición a tradiciones religiosas locales, tales como las mayordomías.
Ese espejo constituye la más clara muestra de la forma en que trabajaron los
evangelizadores europeos para encauzar la fe de los pueblos indígenas hacia la
religión católica, mediante la fusión de símbolos prehispánicos que guardaban cierta
afinidad con los de la iglesia. En ese sentido, se dice que para los grupos étnicos
que habitaban la región a la llegada de los conquistadores, la piedra de obsidiana
representaba a un dios sacrificado, de tal forma que coincide con el símbolo de la
cruz para los misioneros.
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20 de octubre. Fiesta en honor al Señor de la Columna. Esta celebración tiene como
característica la participación de otomíes de San Felipe, en particular del barrio de
Rincón de Dongú, así como mazahuas provenientes de diversas localidades del
Estado de México quienes ejecutan la danza de Pastoras.
12 de diciembre. Celebración en honor a la Virgen de Guadalupe. Se acostumbra
integrar danzas tradicionales después de la celebración eucarística: Los
Santiagueros y Las Pastoras.
En tanto, las Pastoras con su cayado bellamente adornado, hacen sonar los
cascabeles (metálicos) que traen arriba del cayado. La representación de la Danza
de Pastoras, según su origen, está ligada a las Fiestas de la Natividad del Niño
Jesús.
Las fiestas en San Felipe de los Alzati están asociadas a dos grupos o
sectores que se complementan: las mayordomías y los grupos de danza. Cada una
de las fiestas tradicionales integra a ambos sectores, sin embargo, son las
mayordomías las que le imprimen un carácter distintivo a las celebraciones debido
a que acostumbran modificar aspectos de las danzas.
Las mayordomías cuentan con una escala jerárquica, donde los mayordomos
‘grandes’ representan el estrato más alto que implica una mayor responsabilidad y
cargo. Ellos están apoyados por los ‘mayordomitos’ quienes suelen adoptar un rol
auxiliar durante cada celebración. En el caso de la mayordomía de la Danza de las
Pastoras el 25 de diciembre se hace el cambio del viejo al nuevo mayordomo. En
este proceso se acostumbra ‘purificar’ ambos domicilios mediante un guiso de caldo
amarillo con azafrán traído del cerro de las Víboras.
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En relación con Santiago Apóstol, es sumamente importante mencionar que
en San Felipe de los Alzati existen tres grupos de danza: la mesa, el rincón y
macutzio, cada uno de los cuales interpreta la danza de Santiagueros en el atrio del
templo, desde el inicio de la evangelización hasta hoy en día, transmitiéndose de
generación en generación, desempeñando en ello un importante papel ‘los
cargueros’, responsables de organizar los grupos cada año.
Esta danza hunde sus raíces en la época medieval, simulándose una lid entre
gentiles y cristianos, en la que el emperador Carlomagno tiene un significativo papel,
en ella los principales combaten con verdaderos alfanjes, un niño pequeño porta la
imagen de Santiago Apóstol, lo que representa el inicio de la batalla entre el bien
que son los cristianos danzantes vestidos de color rojo y el mal representados por
los moros, danzantes vestidos de color negro, triunfando siempre el primero.
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toca el violín y otro el tambor. Según las cuadrillas que se junten, son el número de
toritos, es decir, que, si participan 15 cuadrillas, se bailan 15 toritos.
El baile tiene 3 tiempos: primero los toritos bailan y alrededor de ellos lo
hacen los payasos, maringuías y los caporales. A continuación se retiran los toritos
y se hacen dos filas con los payasos y maringuías; enseguida, los caporales o
muleros, entre gritos y patadas pasan en medio de esas filas.
Mientras se van contagiando todos con la algarabía de la fiesta, niños,
jóvenes y adultos, se mojan con agua de color morado, o, rojo; se corretean, ríen,
gritan, bailan; es el desfogue, es darle rienda suelta a la alegría. Para finalizar, las
madrinas de los toritos, les cuelgan una botella de vino, collares hechos con
galletas, bombones, palomitas y un ramo de flores; por su parte ellas se colocan en
la cabeza una corona de pan adornada con flores, plátanos y naranjas, y se ponen
a bailar al son del violín y del tambor.
En Michoacán, la geografía sagrada otomí se conforma por un territorio
repleto de recursos forestales, así como peñascos, cuevas, cerros y ojos de agua.
El ciclo ritual tiene una correspondencia con el ciclo del maíz, es decir, siembra y
cosecha – secas y lluvias.
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mayordomos, agradeciendo la cosecha a los antepasados. Estas fechas formalizan
el fin del ciclo de lluvias y anticipan la temporada de secas (Oliveros, 2013: 61-67).
Querétaro
Las dos zonas a considerar por su presencia otomí son, en primer lugar las
montañas del Sur de Querétaro (municipio de Amealco), señalando que esta
primera región es compartida con las comunidades otomíes del norte del Estado de
México (municipios de Aculco, Acambay, Morelos y Chapa de Mota) no sólo en el
ámbito territorial, sino por las inevitables afinidades identitarias producto de su
origen común y contacto comercial y ritual. Aquí encontramos dos variantes
dialectales del otomí, la correspondiente a Santiago Mexquititlán y San Miguel
Tlaxcaltepec, que se emparenta con la del norte del Estado de México y la de San
Ildefonso Tultepec, que lo hace con la del suroeste del Estado de Hidalgo.
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Así, a las ánimas se les da lugar en la capilla familiar, sitio de culto por
excelencia. La capilla familiar incluso representa el linaje patrilineal y está asociada
a una serie de obligaciones. Es responsabilidad del varón de mayor edad y
heredada al primogénito, así como a través del matrimonio. La creencia es que
estas capillas desde el origen se construían a la muerte del iniciador de un grupo de
descendencia y que los restos de los antiguos fundadores eran enterrados bajo el
calvario (Questa y Utrilla, 2004: 24). Sus representaciones se hacen mediante
cruces y retablos, en estos últimos aparecen debajo de un Cristo como figuras entre
las llamas del Purgatorio.
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En la zona del semidesierto, estas entidades son llamados "mecos", nombre
asociado al origen que se atribuyen los pueblos de esta región. Es una abreviación
de la palabra chichimecos, así se asocian con estas antiguas poblaciones de
cazadores, recolectores fuertes, valientes, transhumantes, a diferencia de los de la
región de Amealco que hablan de su parentesco con otomíes de Jilotepec o Tepeji
del Río.
13 Esta figura también es relevante entre los otomíes del Estado de México.
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intermedios, fundamentalmente en cuanto al nombre y las características de los
cargos y el número de sus ocupantes.
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Sombrerete, Cadereyta
Día de la Santa Cruz 3 de mayo San Pablo Tolimán
Villa Progreso, Ezequiel Montes
Sombrerete, Cadereyta
1o y 2 de
Día de Muertos San Pablo Tolimán
noviembre
Villa Progreso, Ezequiel Montes
Sombrerete, Cadereyta
Fiesta patronal de la Virgen
12 de diciembre San Pablo Tolimán
de Guadalupe
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Navidad 25 de diciembre San Pablo, Tolimán
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FUENTE: Cuadro publicado en Questa Rebolledo, Alessandro y Urtilla Sarmiento,
Beatriz, 2004,"Otomíes del Norte del Estado de México y sur de Querétaro",
Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Estado de México,
México, pp. 39
Ciclo Agrícola, festividades y migraciones entre los otomíes del Estado de México
y sur de Querétaro
Esta región del estado de Hidalgo se conforma por el Valle del Mezquital y el Alto
Mezquital al nororiente de Hidalgo, territorios vinculados a la de los otomíes
históricos.
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elemento acuático. Encontramos a la serpiente como deidad de carácter femenino,
la llamada Bok´yä o “la Serpiente Negra de Lluvia”. En algunas pinturas rupestres
del Valle del Mezquital, podemos identificarla en color blanco y con el cuerpo
reticulado, de la que penden especies de cántaros con los que esta serpiente vierte
a chorros la lluvia en la Tierra (España, 2016; 104-105). Esta serpiente de lluvia
aparece en algunos mitos contemporáneos de la Sierra Alta del Mezquital, como
registrara Moreno para la comunidad de Gundhó, asociada a la lluvia, las nubes y
la abundancia (Moreno en Baez, 2016). La serpiente de agua no es privativa de los
otomíes, también la comparten otros grupos como nahuas y tepehuas. Sin embargo,
hay registros tempranos de una deidad llamada Apacxapo, la cual es descrita en los
Anales de Cuauhtitlan como “una gran serpiente con rostro de mujer, y sus cabellos
eran largos como los cabellos de las mujeres” y dirigía a los guerreros de Xaltocan
en contra de sus enemigos.
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gente no suele temerles, aunque existen sus excepciones. La continuidad en el culto
a los wemas puede demostrarse en diversas pinturas rupestres disgregadas en el
Valle del Mezquital. En algunas imágenes se les representan antropomorfos con las
extremidades inferiores de gran tamaño y contrastados con animales y hombres de
inferior tamaño, como es el caso de Mandodo, Alfajayucan o aprovecharon las
salientes rocosas para plasmar el rostro del gigante (España, 2016, 106-108).
El Valle del Mezquital tiene relación íntima con el maguey. Fournier (2007:
323), explora la utilización del maguey y el consumo de pulque como parte del
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sistema económico de las sociedades que se han asentado en el Valle del Mezquital
desde tiempos precortesianos hasta la actualidad. La producción alfarera
relacionada con la savia de agave es un componente de la tradición otomí que se
vislumbra por lo menos desde la época colonial. La arqueóloga presenta una
investigación de carácter etnoarqueológico, planteando que la explotación de agave
es, en definitiva, un marcador de un modo de vida propio de la población de esta
región que se relaciona con el elemento de identificación étnica del grupo otomí
desde el Posclásico Tardío y que está a punto de “desaparecer”.
se debe cuidar que la luna esté bien cuando lo siembra. El día debe ser
bueno (…) La luna es la que indica si es buen día para sembrar, para podar
y sacar el corazón de los magueyes cuando llegan a la completa madurez
(…) Lo único que hay que tomar en cuenta es la luna, o la “Virgen” como la
llama mucha gente.
El hombre que va a sembrar un maguey debe de tener las manos limpias.
Para este trabajo no debe haber tocado nada malo, podrido ni apestoso, si
no el maguey no crece bien o se muere. Las cosas que se consideran malas
y podridas son la carne y los huevos de gallina. El que va a realizar el trabajo
debe lavarse las manos con jabón o xite, antes de sembrar la primera
planta, el que siembra busca sábila, la despedaza y se limpia las manos con
ella para que el maguey produzca muchos retoños o hijuelos – mecuates –
cuando sea trasplantado. (Rivas, 2012: 220).
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Algunos autores en tiempos pasados lo denominaron como “árbol de las maravillas”
del cual se obtenía casa, vestido y sustento.
Hay tres tipos de rituales: los de carácter crítico, cuando el numen enferma y
provoca un daño al individuo; de carácter preventivo, es decir, aquellos en donde
se hace una ofrenda para evitar su enojo y procurar protección en los caminos, y
los rituales cíclicos alrededor del 12 de diciembre, para los que se hacen
peregrinaciones y ofrendas en las casitas de las vírgenes de piedra para
conmemorar su fiesta.
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Los rituales críticos se realizan durante estados de crisis, como la
enfermedad o la mala fortuna. Existen dos causas sobrenaturales que inducen a
estados de crisis, la primera se asocia al enojo o “regaño” de la entidad. La otra
causa tiene que ver con el daño (inconsciente o provocado) a consecuencia de la
envidia. En Taxhay sólo hay un oratorio dedicado a una piedra, de reciente
formación, pero su organización compleja denota la profundidad del culto a los
oratorios que en otras regiones es de gran vitalidad. En el cerro el Perico hay
también otro oratorio a las cruces cuya fiesta es el 3 de mayo.
El paso conocido como “El Orégano” constituye una de las rutas de acceso
al cerro del Perico. Tiene poco tiempo que el paso se amplió para que llegaran los
autos. En ese punto se encuentra un pequeño oratorio con una virgen de piedra. Se
dice que anteriormente los curas oficiaban misa el 12 de diciembre o hacían parada
en el ascenso a la cruz el 3 de mayo. Esta virgen se encuentra en el solar de Doña
Agustina. El Perico por su carácter ígneo es masculino, no obstante, encontramos
apariciones femeninas que nos muestran su carácter ambivalente.
Estos monolitos los denominan ‘vírgenes del cerro’ por estar enclavadas en
el monte. Con el tiempo los devotos han construido santuarios y microsantuarios,
mejor conocidos como “casitas”, y en algunos casos, la lealtad de los creyentes ha
rebasado su carácter transitorio para configurar una elaborada ritualidad.
En los caminos y el monte encontramos otro tipo de piedras que tienen una
función semejante, pero por su tamaño han llegado a constituirse en amuletos con
propiedades diversas. Encontramos piedras en forma de virgen de Guadalupe,
especialmente piedras de río, y piedras de cruz grabada, especialmente piedras de
monte. En este sentido su carácter sagrado tiene dos acepciones, la primera
asociada a la apariencia, “ahí se ve clarito la virgen”; la segunda proviene del devoto
quien tiene la posibilidad de “apreciar” o ignorar la imagen. Si la aprecia, establece
un compromiso permanente y hereditario con el amuleto; si la ignora puede ser
reprendido por éste en forma de regaño o castigo, o puede que nada ocurra. Las
piedras evocan lugares-fuerza que son espacios de relación (interacción) entre los
hombres y la sobrenaturaleza que aparecen diseminados a lo largo del territorio y a
la vez, señalan diferentes tipologías del espacio: los altares domésticos, la milpa y/o
la propiedad, la comunidad. Muestran que las relaciones entre los hombres y la
naturaleza son conflictivas y por tanto, susceptibles a la negociación constante. Así
mismo, la devoción a las piedras “genera un tipo de relaciones sociales que favorece
la reciprocidad y establece lazos perdurables entre los devotos” Garrett Ríos, 2016).
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propiciatorias, y que eran manipuladas mediante rituales especiales. Estos cultos
fueron condenados por la Iglesia, como idolatrías, por lo que quienes poseían
piedras en sus casas, las mantenían ocultas, lo que no les impedía llevarlas a misa
o de colocarlas en los altares familiares, escondidas en canastas. Para el caso de
Taxhay, el culto a las piedras tiene carácter doméstico, pero es bien conocido por
todos los miembros, es decir no son devociones ocultas, sino plenamente
identificadas con la virgen de Guadalupe, y por tanto, católicas.
Las vírgenes del cerro constituyen piedras de gran tamaño que son
identificadas como entidades numinosas, con la doble facultad de proteger o causar
daño a quienes transiten por los caminos. Así mismo, se les ofrecen rituales para
favorecer la producción agrícola o ayudar a la gente en el tránsito hacia los Estados
Unidos. Aunque algunas no se encuentran propiamente dentro de los límites
comunitarios, están presentes en distintos momentos de la vida, pues forman parte
del paisaje simbólico por donde los pobladores circulan. Estas vírgenes no tienen
una festividad colectiva, su función es más bien protectora, aunque ambivalente:
están en puntos especialmente cargados de fuerza en los caminos, si se les
“aprecia”, los númenes protegen de los peligros del monte, pero en caso contrario,
desatan su enojo y traen mala suerte y enfermedad, es decir, estados de crisis
vitales que duran hasta que el numen perdona al transgresor. Dentro de la crisis, el
numen se manifiesta a través de los sueños o mediante ritos adivinatorios. Con la
ofrenda o “el regalito”, el individuo puede retomar su vida cotidiana, pero queda
establecido un lazo permanente (no necesariamente cíclico) con la deidad. Si el
individuo no hace ofrendas de carácter preventivo, puede ser "regañado
nuevamente”. Por su carácter regional, el monolito llamado la Virgen de la Ferrería
es el más significativo. Se ubica en las inmediaciones del municipio de Nicolás
Flores, a unas cuatro horas de camino hacia el Este, por el arroyo desde Taxhay.
La enorme piedra está sostenida de manera natural por una columna estrecha.
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La relación de la comunidad de Taxhay con la virgen de Guadalupe es muy
dinámica. Se procura ir una vez al año, para su fiesta o en fechas cercanas. Si bien
no se realiza una peregrinación corporada, es frecuente que la gente se encuentre
en el camino y hagan juntos el recorrido hacia el santuario, que culmina con un
convivio. Se le llevan ofrendas variadas: flores, veladoras y/o velas de cera de abeja,
dinero, collares de romero con flores, aceite, copal, chocolate, entre otras. Algunos
llevan a sus santos de visita y se dice que, para que bendiga a los animales, se le
llevan pollitos, chivos y borregos. También, se le considera la protectora de los
migrantes. Principalmente los jóvenes se organizan para visitarla cuando ya se
acerca la fecha de partida. Llevan ofrendas y hacen convivio. La jornada completa
dura poco menos de un día. Se le pide la bendición para el camino y se le hace la
promesa de regresar. Así cuando el migrante después de su estancia en Estados
Unidos regresa, lleva su ofrenda de agradecimiento.
Guanajuato
Correa (2000:155), menciona que la Santa Cruz es el símbolo que une a los
poblados rurales y barrios urbanos del municipio que están localizados
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principalmente sobre el Río Laja y sus afluentes y que atrae a grupos e individuos
de todo el Bajío y hasta de la Ciudad de México. Todos los participantes en el culto
a la Santa Cruz están integrados dentro del sistema religioso a través del
mecanismo de compadrazgo ritual como ‘compadres’. Las redes de relaciones
sociales son representadas por las cruces de los diversos poblados rurales y barrios
que forman una jerarquía de cruces que componen la ‘comunidad’ de la Santa Cruz.
Mientras tanto, Jorge Uzeta en su trabajo ‘El camino de los Santos. Historia
y lógica cultural otomí en la Sierra Gorda Guanajuatense’, profundiza sobre el papel
de las cruces ligadas al sistema ritual y sus particularidades estructurales, claves en
el significado del ceremonial. La Santa Cruz del Pinal Zamorano, imagen peregrina
que está ubicada en la punta del cerro de este nombre cuenta con su propio grupo
de cargadores. Para la celebración del tres de mayo que anuncia el periodo de
lluvias, existe un grupo de cuatro alberos ligados a la Cruz del Pinal, encargados de
la compra y quema de cohetes en el ‘alba’ que tiene lugar en diversos puntos de la
geografía ritual (Uzeta, 2004:154).
En las festividades de mayo, sobre los cerros, delante de las cruces del Pinal
y la Paloma y portando todas las alcancías, los mayordomos intercambian dones
ratificando ahí el remplazo del cargo realizado el día de la celebración del santo en
cuestión. La cruz y su mayordomía fungen como punto central que marca
separaciones sociales, que señala el territorio aludiendo al ciclo cósmico (agrícola).
Es necesario en el cómo se organizan las peregrinaciones y procesiones y en la
manera en que los santos son recibidos en las comunidades que visitan porque este
ceremonial de respeto incesantemente se repite con las mismas características a
cada encuentro.
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ofrendas, esperando a que los mayordomos viejos pasen a sahumar; se colocan las
ofrendas en forma de cruz dividiendo a los mayordomos viejos de los nuevos, así
como a los signos de la mayordomía acomodados por género: por un lado, la mujer
y del otro el hombre (Hernández, 2016: 93).
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va por la cucharilla. El día 16 de enero ya se están vistiendo los parandes y también
se teje la cucharilla y las rosas que adornan los parandes, que alcanzan una altura
de 22 metros para el de la virgen y 24 metros el de San Ildefonso (Hernández,
2016:95)
Existen muchas formas en las que pueden vestir a los parandes, pero
principalmente llevan la forma de la virgen y de San Ildefonso con cruces por todo
el parande. Después de vestirlo de cucharilla, las mujeres de la congregación lo
adornan con flores, canastas, servilletas bordadas, dulces y papel picado. Para el
día 17 o 18 de enero por la tarde, ya se han terminado de vestir y se llama a la
comunidad para poder levantarlos, pero antes los mayordomos hacen un ritual en
donde los 28 mayordomos de las 7 mayordomías, se colocan frente a los parandes:
primero del lado de San Ildefonso colocando las alcancías del lado izquierdo y del
lado derecho el de la virgen de Guadalupe. Pasan por parejas a sahumar primero
el parande de San Ildefonso, luego el de la virgen de Guadalupe y por último los de
la Santa Cruz (Santa Cecilia, Sagrado Corazón y Juan Diego). Al anochecer se
juntan varios hombres cargadores y levantan el parande de San Ildefonso, mientras
las campanas de la Iglesia no paran de tocar. Los parandes son la representación
del cerro del Zamorano y del Picacho, el trasfondo de la dualidad mujer/hombre
sol/luna.
Para la noche del 21 de enero, una noche antes de la fiesta de San Ildefonso,
en las cocinas de la Iglesia de Cieneguilla se reúnen las cuatro parejas de la
mayordomía, cada quien con sus cocineras, para preparar los alimentos en los
cuatro fogones, uno para cada una de ellas; al llegar acuden a la capilla donde
descansa la imagen de la cocinerita y le piden permiso para la fiesta. Durante el
transcurso del día se celebra la misa y al final se hace el “entrego”: en dos filas se
colocan enfrente todos los mayordomos, los viejos y los nuevos de San Ildefonso
llevando en la mano, cada uno, un cirio pequeño encendido. Se hace un ritual donde
todos los cargadores, cocineras y mayordomos se sahúman enfrente uno del otro:
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en una fila los mayordomos viejos y enfrente los nuevos mayordomos, de esta forma
cada mayordomo entrega su cargo, creando el compadrazgo, y de ahí en adelante
se llamarán compadres.
Fiesta de la Santa Cruz: la fiesta de la Santa Cruz del Zamorano y del Picacho
comienza el 15 de abril en la capilla de Guadalupe con un desayuno de caldo
preparado por las cocineras. La fiesta recorre tres puntos: el Zamorano, el Picacho
y el centro de la Congregación Cieneguilla. El área oeste es recorrida por la cruz del
Zamorano y la del Picacho haciendo frontera con Querétaro (Hernández, 2016:101).
Durante quince días la Santa Cruz recorre las comunidades de las Adjuntas,
el Sauz, el Salto, las Moras y Juanica; después llegan a la capilla de Guadalupe
donde se junta con la cruz del Picacho y pasan una noche juntos como si fueran un
matrimonio; al finalizar llegan a Cieneguilla y las dos cruces bajan, momento en que
éstas se visten de acuerdo al género del santo de cada mayordomía, colocándose
del lado izquierdo la mujer y del lado derecho el hombre, recibiendo ofrendas de
copal, flores y cantos.
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parejas de niño y niña. El 1, 2 y 3 de mayo se dan albas por parte de los mayordomos
de la Santa Cruz y cargadores y el día tres se recibe a la comunidad con un
desayuno, posteriormente se celebra una misa y un convivio.
Al vestir la cruz se requiere de los roseros que ya están listos con las
cucharillas más grandes y bonitas, con éstas se tejen rosas, estrellas, corazones,
cruces, el sol y la luna. Los bastones se dejan para los mayordomos y al amanecer
la Santa Cruz sale de la capilla. A las 11 de la mañana comienza el viaje para subir
la cruz, los cargadores llevan colotes de pan y las personas de la Congregación
inician la subida. Durante más de dos horas truenan los cohetes, y al llegar a la
cumbre del Zamorano, se hace entrega del pan a los cargadores, a sus familias, a
los roseros y a los futuros mayordomos. Se quitan las ofrendas y la ropa de la Cruz
colocándolas en el suelo como señal de que en ese año haya un buen temporal
(Hernández, 2016:103).
En este sentido, entre los otomíes de Tolimán hay varios espacios con
significación sagrada: los cerros Zamorano, el Calvario, el Cantón y del Frontón, los
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ríos Tolimán y San Pablo con sus arroyos y acequias, los manantiales y los pozos;
sitios relacionados con su fe en la divinidad, ligados con la historia local y con su
manera de explicar el universo y la naturaleza. Entre los espacios sagrados, el que
tiene mayor importancia e involucra a mayor cantidad de gente otomí tanto de
Guanajuato como de Querétaro es el cerro Zamorano. La peregrinación al cerro
Zamorano está vinculada las peticiones de agua por ser un sitio de donde emana el
agua a través de corrientes que nacen y bajan de él por los ríos, pozos y veneros
de agua. En relación con el cerro, los otomíes han elaborado un culto vinculado con
las piedras que representan a los más antiguos, veneración que los franciscanos
lograron asociar con la Santa Cruz y con la enseñanza de Jesucristo, quien hizo
brotar agua de unas piedras para saciar la sed de sus seguidores; y así, dentro de
un proceso de sustitución ideológica, los otomíes fueron adoptando la religión
católica, al mismo tiempo que rescataban su propia religiosidad y la adaptaban a los
nuevos elementos cristianos, como parte del proceso de evangelización (Castillo,
2004: 156).
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La relación que tienen los otomíes de la zona de Tolimán con los otomíes de
Guanajuato se caracteriza en compartir la práctica de la peregrinación del agua al
cerro Zamorano, expresión pública de la devoción a la Santa Cruz por parte de
ambas regiones otomíes, que conlleva una cosmovisión de origen mesoamericano
ligada con el culto a los antepasados y a las piedras como representativas de la
divinidad
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caso de Pantepec e Ixhuatlán de Madero, en donde el proceso de urbanización ha
sido constante y desordenado), existen momentos clave donde se llevan a cabo
intensos intercambios culturales, como los días de mercado, las fiestas patronales
y durante los “costumbres” con fines de propiciación (atraer las lluvias) o
remediación (para aliviar catástrofes). En este apartado daremos cuenta de algunos
préstamos culturales entre los pueblos que habitan el sur de la Huasteca: tepehuas,
totonacos, nahuas y otomíes.
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los totonacos utilizan casi en exclusividad el atado de corteza de hule con un
corazón de copal y "huesos" de madera de pino, mientras que los tepehuas utilizan
ambas técnicas en distintos contextos/momentos rituales. Los nahuas recurren
también al recurso del papel recortado, siguiendo patrones estéticos diferentes que
sus coterráneos otomíes.
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Sol. Tanto en los carnavales del centro de México como los de la sierra encontramos
una exégesis común, sintetizada en el dicho de un informante: "es cuando el mundo
de arriba y el mundo de abajo se juntan para jugar", lo que tiene amplios significados
en la mentalidad otomí. Sin embargo, la presencia del Diablo como tal tiene una
fuerza mayor en la sierra; en cambio en otras regiones son los ancestros (Guapilla),
los abuelos y los santos (como en el caso de Tecozautla), quienes vienen al mundo
de los vivos para estrechar relaciones con el contingente humano.
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Otonteuctli, con sus diferentes nombres como Ocoteuctli, Xocotl, Cuecuex,
es, como puede apreciarse, el principal dios de los otomíes asociado al fuego y a
los muertos. Esta importancia del fuego, sigue presente entre los otomíes de la
región oriental de Hidalgo, Puebla y Veracruz. En cuanto a las diosas femeninas, la
diosa joven de la luna, que deriva de la Madre Vieja, es Xochiquetzal, cuyas
advocaciones son el tejido y la licencia sexual (Ibid: 146). Las mujeres otomíes
tenían fama de ser excelentes tejedoras; las mantas elaboradas por ellas eran muy
apreciadas por la clase dirigente azteca (Ibid: 76-77).
Los otomíes rendían culto a sus dioses del agua en las cumbres de los cerros.
Acostumbraban poner ofrendas de copal, papel y corteza. Un testimonio de 1635
que da Esteban García en su recorrido por Tototepec es muy revelador:
el año de 1635… habiendo ido un religioso a confesar un enfermo de una
visita… llamada Santa Mónica Xoconochtla, desviándose un poco de la
iglesia, extrañó una cosa (sic pro casa) nueva y curiosa y abriéndola halló
todos los instrumentos arriba referidos y más un rostro humano de piedra
particular muy adornado de plumas y de unas piedras verdes que estiman
mucho los indios y se llaman en mexicano chalchihuite y unas vestiduras de
red tejidas de algodón y lana de diversos colores al modo de nuestras
dalmáticas…… No se pudieron prender los culpables por ser advenedizos de
Uayacocotla
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principal es el culto a los ancestros otomíes. En su tesis de licenciatura hace un
acucioso análisis sobre los petrograbados que hay en el lugar, contrastándolos con
otros sitios, mitos y trabajo etnográfico:
Cerro del Guaje San Bartolo Tutotepec San Miguel 1al 15 de Mayo
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Iglesia Vieja San Bartolo Tutotepec El Mundhó 15 al 25 de Abril
20 de Marzo al 15 de
Cerro Sagrado Tenango de Doria San Pablo el Grande
Abril
En el mes de marzo o
abril, dependiendo de la
Fiesta de Semana Santa Tenango de Doria Tenango de Doria
fecha en que cae el
miércoles de ceniza.
Se realiza el segundo
Fiesta de los 2 Viernes San Bartolo Tutotepec San Bartolo Tutotepec viernes posterior al
miércoles de ceniza.
Tenango de Doria, El
Damó,
Peña Blanca
, El
Inicia el domingo
Nanthe, Ejido López
Fiesta de Carnaval Tenango de Doria posterior al miércoles de
Mateos, San Pablo El
ceniza.
Grande, San Nicolás,
El
Bopó, El Temapá, El Xuthi
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Santiaguito, San Mateo,
Piedra Ancha, El Copal,
El Progreso, Chicamole,
San Juan, Xuchitlán, La
Venta,
La Huahua, Río
Chiquito, Cerro Verde, Valle
Verde, Medio Monte,
Pueblo Nuevo, El Jovión
Del 28 de septiembre al
Fiesta de San Miguel 5 de
San Bartolo Tutotepec San Miguel
Arcángel
Octubre
125
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Destinatari Destinatari Destinatario: Destinatario Destinatari Destinatari Destinatario: Destinatario:
o: el difunto o: todos los Zithamu s: el o: el Diablo o: el difunto Zithamu Zithamu
difuntos de ancestros difunto? y/o ancestros ancestros
la primordiales el Diablo, primordiales primordiales
comunidad zithu
La agenda ritual de la región está marcada por las coyunturas y fiestas dentro
del calendario ritual católico: 24 y 31 de diciembre, en la limpia de la Sagrada Tierra,
Màkáxímhai, necesaria para poder recibir bien las ofrendas subsecuentes; en
Febrero, Carnaval; en Abril, la Semana Santa; entre marzo y Mayo, la peregrinación
a Mayónníjä, el México Chiquito, así como la fiesta a la Santa Cruz; en agosto, del
26 al 31 la fiesta patronal de San Agustín, donde también se honra a la Virgen de la
Magdalena, de Dolores y al señor del Santo Entierro, para finalizar en Noviembre
con el día de Muertos.
La mayoría de los cargos están reservados para los hombres, aunque las
mujeres cumplen con tareas igualmente necesarias y de gran importancia, pero
nominalmente están, jerárquicamente, debajo de los mayordomos. Sobre todo
como madrinas, ellas desempeñan faenas de dedicación intensa a la divinidad que
involucra sacrificios tanto físicos como económicos, aunque la atención esté
centrada en los padrinos y los mayordomos. Esta evidente división de cargos refiere
tanto a un establecimiento de categorías de acuerdo a grupos de edad (niños,
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adolescentes, adultos) que aspiran a una posición social definida (Signorini, 1979:
104), como a la diferenciación entre los candidatos potenciales a ocupar el cargo y
aquellos que no lo son.
Existe una diferenciación tácita entre el culto doméstico y público que no por
ello operan como marcadores unívocos, sino que permiten su fluidez basándose en
los objetivos que persiguen. El primero se configura alrededor de un oratorio
doméstico sobre el cual gira un grupo de oratorio, donde dueños, padrinos y fieles
locales conforman la feligresía de la divinidad.
Si bien los tipos de oratorios (ran gúnjä o ra hògóngu en otomí, que significa
la casa buena o la casa sagrada) pueden tener atribuciones diversas y por tanto
perseguir diferentes objetivos, hay un elemento que está presente en todos ellos y
alrededor del cual gira el mismo culto: los santos católicos. Con la celebración
(llamada indistintamente por los habitantes como “costumbre”), se provoca que el
oratorio reciba el nzháki del santo, aún cuando su imagen ya esté representada en
el altar. Los oratorios se convierten en la morada de los santos similar a una
residencia humana que es ofrendada en una fiesta mayor una vez al año (Dow, op.
cit.: 263-265).
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Llamados zidhamu en otomí, santitos en español, (ibid.: 104), son el origen y
objetivo de las corporaciones religiosas, ya sean grupos de oratorio o mayordomías
patronales, pues mediante un convenio recíproco de favores con sus fieles,
mantienen el bienestar en la comunidad.Los integrantes de estas corporaciones
religiosas establecen una relación formal con los zithamu, hacia quienes sienten un
profundo respeto y veneración derivada del reconocimiento de su poder para alterar
el curso de los acontecimientos, sanar y castigar. La formalidad en la reciprocidad
se logra mediante la representación icónica - las imágenes que albergan los
oratorios - dado que es en ellas donde se concentran las fuerzas vitales de las
imágenes. De esta forma, la relación es cuerpo a cuerpo entre el hombre y el santo;
con los zithamu se debe establecer una relación que provea a los fieles la seguridad
de una correspondencia positiva a sus ofrendas (ibid.:107).
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parroquia y con otras asociaciones religiosas, comenzarán a la búsqueda del nuevo
mayordomo que será elegido atendiendo la profundidad de su fe que ha sido
demostrada en público mediante sus donativos a lo largo del año.
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tendrá un periodo de entrenamiento y capacitación con los diputados quienes le
guiarán en tanto sus responsabilidades administrativas y rituales para con el
zithamu.
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cosmovisión que oscila permanentemente entre la envidia, la continuidad de la
naturaleza y la sociedad y la omnipotencia de la hagiografía católica.
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una intensa competencia durante el desarrollo de su práctica. El oficio de rezandero
es escasamente una opción ya que quienes lo llevan a cabo cuentan con años de
prestigio en la región, desmotivando la entrada de nuevos oficiantes.
14 En Santa Ana Hueytlalpan no hay palo volador como tal, pero si es un palo de las mismas
dimensiones del que se utiliza en la región serrana, y al que se le realizan las mismas acciones
rituales para el corte y levantamiento. En Santa Ana Hueytlalpan es el marcador territorial de cada
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árbol que fungiría como elemento central de las celebraciones carnavalescas
(Galinier, op. cit.: 384 – 385). Por supuesto, los preparativos de los mayordomos y
capitanes comenzarán desde el año anterior al Carnaval. No obstante que la
tradición del Palo Volador se ha suprimido de los festejos en la cabecera municipal,
en algunas comunidades y rancherías se conserva. En la cabecera municipal, el
evento ha añadido elementos de celebraciones urbanas (instalación de juegos
mecánicos, presentación de grupos musicales y artistas, venta de comida rápida y
ropa), que opacan el perfil religioso del Carnaval.
barrio y por el que los ancestros del inframundo “llegan” al mundo terrenal para participar en el
Carnaval.
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estará encargado de protegerla y acompañar al santo durante su travesía por todos
los hogares donde será recibido por los otros mayordomos. Éste tiene a su cargo la
seguridad y bienestar de la imagen no sólo durante el trayecto de Carnaval, sino
también por todo el año transcurrido hasta que, al término de la celebración, entrega
el cargo al siguiente mayordomo (al lado de la capilla se fijará un marcador central
donde se erigirá el Palo Volador). Junto con la imagen, recorrerá todas las casas de
los demás capitanes, quienes hospedan a ambos por una noche.
Por su parte, los capitanes o mayordomos anfitriones son el otro tipo de cargo
que se reparte durante el Carnaval. Ellos tienen la responsabilidad de recibir a la
imagen en su hogar y agasajar a los invitados durante la estancia de la misma. Esta
visita regularmente dura medio día o una noche, donde dispondrá de un espacio
para que se monte un altar a la imagen donde los invitados puedan acercarse a
rezar y honrarla con bailes y ofrendas. Sobre ellos correrá el gasto de la comida,
bebida, música y baile durante la visita de la imagen, así como los cohetes utilizados
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para anunciar a la comunidad que la imagen se encuentra en su hogar y puedan
visitarla y también se harán cargo del transporte de las comparsas entre su casa y
el siguiente punto de celebración.
Para llegar a este cargo se necesitan anotar con el mayordomo de imagen desde
que él toma posesión, para que los considere durante las celebraciones de
Carnaval. La mayoría de estos mayordomos adoptan el cargo como agradecimiento
ante alguna dura prueba o evento que haya concluido de manera satisfactoria para
ellos, considerándolo una promesa que deben cumplir. Sin embargo, no es
necesario que el mayordomo esté presente durante la celebración ya que puede
desempeñar su cargo a distancia, estableciendo la casa de alguno de sus familiares
(si tiene una casa propia se acondiciona la misma, pero regularmente se utiliza el
hogar de sus padres), como el punto de celebración y abonando el capital
correspondiente para el gasto durante esas fechas. Por ejemplo, muchos migrantes
se hacen presentes como capitanes ya que adoptan el compromiso al cruzar la
frontera sin ser deportados o lastimados y desde sus hogares actuales fungen como
mayordomos que patrocinan la estancia del santo.
Si bien no es necesario otro requisito más que tener recursos económicos para
soportar el gasto que la fiesta implica, es preferible que el mayordomo en cuestión
sea considerado un individuo activo en su comunidad y que haya participado en su
infancia o juventud en alguna de las comparsas.
La edad de los xita varía y puede mejor situarse entre la etapa de adolescencia
y la de un adulto maduro, siendo la primera alrededor de los 15 años, cuando se ha
dejado de ser niño y se integra al individuo a una categoría de productor y potencial
padre de familia, hasta una etapa donde la capacidad física y mental del individuo
ha disminuido considerablemente para no desempeñar el rol de xita, alrededor de
los 45 años.
Aunque no se hace referencia a requisitos previos para ser xita, se debe respetar
un periodo no mayor de 7 años de participación, ya que esto significa una falta de
respeto a Dios y a la Virgen que resultaría en un daño para el individuo y la
comunidad.
Los xita se hacen presentes en todos los episodios del Carnaval: desde que se
abre la celebración en la capilla comunitaria, bailan alrededor del Palo Volador (ibid.:
342). Durante el traslado a las casas de los capitanes, bailan, cantan y hacen
travesuras a los demás participantes. Al llegar a las diversas estaciones,
presentarán sus respetos ante el altar del santo, y bailarán durante toda la noche
para ofrendarlo. Idealmente, los xita asumen un compromiso de seguir la ruta del
santo ofrendando con su baile en cada una de las paradas que haga la imagen.
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Los xita integran grupos de danzantes llamados comparsas, que son liderados
por un capitán, que irán de casa en casa bailando y pidiendo una cooperación. Las
comparsas se acompañan por un trío de músicos que los recibe a su llegada a la
plaza municipal. Este grupo está integrado por músicos que entonan corridos,
huapangos, canciones populares y sones especiales para las celebraciones de
Carnaval en violín, vihuela y jarana huasteca. Ellos asistirán a todas las casas donde
se detengan las comparsas, regularmente casas de los capitanes, para mantener la
música con la que bailarán los xita durante toda la noche.
Los xita están autorizados a tener una conducta de desenfreno y locura, fuera
de lo normal, que asemeja la de un animal del monte. Pretenden no hablar ni
entender cuando la gente les habla, y solo emiten gritos y carcajadas. Su único
compromiso es el de festejar y establecer un espacio de desorden dentro de las
celebraciones al santo: durante Carnaval, su patrón el Zïthu es quien comanda los
destinos y otorga permisibilidad a sus actos, la autoridad civil de los delegados y
policías pasa a un segundo término (Fierro, op. cit.: 508-512).
Acompañando a los xita, hay otra categoría de personajes que hace pareja con
ellos, aunque cada vez son menos los jóvenes que participan en el Carnaval
vestidos de esta manera: las “damas”. Se visten con ropas y zapatos femeninos
ajustados y en sustitución a las máscaras, utilizan lentes oscuros. También suelen
maquillarse exageradamente, de manera que se acentúe aún mas la representación
de mujeres mestizas asociadas a la prostitución. Acompañan a los xita en su
recorrido durante sus visitas a las casas de los diferentes capitanes; se mueven y
danzan en parejas damas – xita. Sus bailes a menudo son obscenos y con alusiones
sexuales. Los capitanes comentan que sienten una obligación a invitar a las parejas
de danzantes a sus solares para que bailen, aún cuando esto asegura que el orden
y la integridad de muchas de sus pertenencias sea alterada por los danzantes. El
no hacerlo les acarrearía una racha de mala suerte en las cosechas venideras del
mes de Noviembre (se cree que, con su danza de índole sexual, los xitas y las
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damas fertilizan las semillas plantadas durante esta etapa de secas).
Junto con los xita aparecen los costaludos, ambos ayudantes del Zïthu, quienes
obtienen su nombre por el disfraz, compuesto de telas de yute cosidas. Cada vez
es más extraño encontrar los costales de yute utilizados por los viejos costaludos;
ahora se utilizan los costales blancos donde se almacena el maíz o el café. Se
complementa con una máscara de hule comercial similar a las que usan los xita.
Son, generalmente, niños de no más de 15 años. Al igual que los xita, son
exclusivamente hombres y deben cumplir con el periodo limitado de 7 años como
costaludos para no hacerse acreedores a un castigo. Durante el Carnaval suelen
estar a las orillas de los caminos o las carreteras asaltando a los viajeros que acuden
a visitar a los santos. Se incorporan a las celebraciones en las casas de los
capitanes adoptando una conducta traviesa y desenfrenada, sin embargo, no es su
obligación danzar ni presentar sus respetos a la imagen durante todo el Carnaval.
Junto con el mayordomo, será la única persona que pueda ofrendar al santo;
todas las oblaciones y las consecuentes bendiciones serán a través de su
intermediación como especialista ritual. El tándem bädi – mayordomo es la base de
todos los episodios rituales del Carnaval, ya que si bien, el mayordomo no puede
cumplir todas las funciones del bädi, se convierte en la autoridad cuando éste no
está presente, recibiendo todas las ofrendas y bendiciendo a la gente que acude a
visitar al santo.
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Al igual que en toda la tradición del México indígena, en toda esta región, las
comunidades otomíes celebran a los difuntos en los días de Todos Santos y Fieles
Difuntos que corresponden al 1o y el 2 de noviembre. Durante estos dos días se
condensan la mayoría de las celebraciones a los muertos o ancestros, aunque
existe otro día que completa el ciclo de festividades a los difuntos que es el 18 de
octubre, día de San Lucas, fecha que se dedica a quienes fallecieron por muerte
violenta.
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Los difuntos por ahogamiento, mujeres en parto, o muertes no tan violentas son
considerados divinidades que se integran como consortes de los Truenos y Rayos.
Aquellos muertos en gracia, es decir, por una muerte natural o de Dios pasan a
descansar al cielo después de haber cruzado un río. Si bien todos los difuntos
regresan en Carnaval y Todos Santos para verificar y reafirmar la obediencia de los
habitantes a ciertas normas sociales, se cree que aquellos que hayan tenido un
deceso particularmente violento generado por actos de otros hombres, son los más
proclives a regresar a vagar y perturbar a los vivos, asustándolos o robándoles su
energía vital y enfermándolos, bajo la forma de aires malos. Comandados por un
Zïthu con menor influencia que en Carnaval (se cree que durante Todos Santos está
sujeto a las órdenes de Cristo), castigarán a aquellos que no depositen ofrenda a
sus difuntos, vigilante desde que salen hasta que regresan al panteón de la
comunidad (Fierro, op. cit.: 491).
Los muertos son muy valorados por los otomíes, tanto positiva como
negativamente, ya que poseen un control social sobre los individuos del cual está
consciente toda persona. En su carácter positivo, los muertos regresan al mundo de
los vivos para fecundar las semillas durante Carnaval y proveer el alimento que será
cosechado durante su otra vuelta en Noviembre: Todos Santos. Mediante el baile
fecundador que ejecutan los xitas en Carnaval, se propician también las lluvias que
serán aseguradas con las celebraciones el 3 de mayo, día de la Santa Cruz. La
gente se siente obligada a honrar a los danzantes, ya que éstos representan a los
viejos; dejar de ofrendarlos significaría molestar a los difuntos que se vengarían
otorgándole infortunios y desgracias en sus cosechas durante todo el año.
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hacerlo, debe ir acompañado de alguna persona que sepa controlarlos o paliar sus
efectos; en su defecto, debe portar algún tipo de amuleto o truco para despistar a
los aires, como prender un cigarro para que los aires se sientan atraídos por el humo
del tabaco quemado (se cree que los aires malos fuman mucho ya que Zïthu, su
líder, es el Señor de las Nubes).
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cempasúchil, que tienen como objetivo el servir de una señal para sus familiares
difuntos que vagan por las calles y veredas del pueblo.
Existe una etapa previa a estas dos celebraciones que se dedica a las víctimas
de muertes violentas, en particular asesinatos. La celebración se realiza el día de
San Lucas, 18 de octubre. Se puede identificar a aquellas familias que festejan
durante estas fechas a sus difuntos, ya que afuera de sus residencias se monta un
pequeño altar que imita el altar interior que se erige durante Todos Santos. En este
altar rematado por una cruz, se vacían las ofrendas en forma de alimentos, bebidas,
velas, flores y tabaco prendido.
El altar se levanta en una mesa pegada a una pared donde se disponen velas,
flores, imágenes de santos y diversas reliquias. En muchas de las casas este
espacio ya existe y solamente se limpia y se adorna para la llegada de los difuntos,
cubriendo la mesa con papel picado multicolor y algunas hojas de yuca u otras hojas
del monte. Durante Todos Santos, el altar acumulará todas las ofrendas familiares,
que crecen conforme se acerca el día indicado para honrar a los muertos.
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En todos los altares podemos constatar como ofrenda el pan de muerto, tamales
y tortillas con platos de carne guisada, frutas y bebidas como refrescos, cervezas y
refino. Los altares se elaboran de acuerdo a la personalidad y los gustos del difunto
que se está honrando, por lo que también aparecen objetos personales o distintivos
de las preferencias de aquellos. Durante estas fechas se elaboran tamales
especiales para la ocasión, llamados trabucos, de forma alargada y envueltos en
hojas de papatla. A la masa se le añade una salsa de cacahuate con chile, algunas
veces con carne. Se acompañan con café, pero es más común observar que se
ofrezca atole de cacao o chocolate.
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se habla de la ceremonia de la “llorada de los huesos”. Este episodio se aparta de
la religión católica, ya que se dice que se conduce por especialistas rituales otomíes
que mediante figuras de papel recortado honran la presencia física de los ancestros,
los huesos.
Durante estas fechas se hace patente también la celebración del Santo Entierro
en la localidad de Santiago. Llamado entre los devotos como las Animitas, la
transición anual de la mayordomía del Santo Entierro se lleva a cabo el 2 de
noviembre en un recorrido que alterna la casa del mayordomo, la iglesia y el panteón
local.
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muerte: un orden invertido (desenfreno e incongruencia) donde el mundo otro recibe
los dones exigidos.
Todos estos númenes naturales (Tierra, Agua, Fuego, Lluvia, Aire, Nube, etc.)
son representados a través de los recortes de papel, vía primaria para la
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comunicación entre los hombres y el mundo otro. El especialista ritual será el
encargado de establecer esa comunicación y de dirigir las oblaciones necesarias
para que los ‘señores’ incidan favorablemente en el desarrollo de la vida humana.
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son propensos a contagiarse y contagiar los flujos nocivos y la carga negativa que
supone el contacto con las entidades no humanas. Por esto, no es extraño que una
de las preocupaciones constantes del bädi sea purificar la procesión y a sus
integrantes constantemente por medio de limpias, así como mantener el grupo
compacto y unido, en orden de evitar fugas energéticas.
Aunque podría parecer que las ofrendas, rezos, cantos y danzas responden más
a la necesidad de crear un ambiente propicio para la oblación en vez de marcar
tiempos y espacios del ritual, esto es incorrecto. El ámbito nocturno de la gran
mayoría de las ofrendas no hace más que establecer una asociación directa con las
entidades del inframundo, aquellas que permiten la reproducción material de todo
lo existente e inmaterial del nzháki, quienes son las receptoras primarias de los
ofrecimientos de los peregrinos. Durante el trayecto a México Chiquito y al llegar al
lugar mismo, se recuerda constantemente que sólo a través del cerro es que se
puede transitar entre las diferentes capas del universo, y que se puede ofrendar
correctamente a todas las entidades no humanas del mismo, que al igual que el
peregrino están en un devenir vertical constante.
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La mayoría de la población otomí de la región se adscribe a la religión católica,
aunque con una fuerte participación en lo que podemos llamar ‘religión tradicional’.
Esta última es el reflejo de una cosmovisión que oscila permanentemente entre la
naturaleza sacralizada y la hagiografía católica. Aunque es una práctica recurrente
por mucha de la población otomí y no otomí de la zona, también acarrea un tabú
por su posibilidad de generar el mal.
Todo aquello que esté en el contexto de la praxis del bädi es considerado como
idolatría y señalado como una costumbre en desuso por los habitantes de la región
quienes buscan integrarse a los beneficios de la sociedad moderna de Tulancingo
o ciudades extranjeras que conocen mediante la migración. Esto no es exclusivo de
las cabeceras municipales, ya que incluso en comunidades remotas que han
adoptado una ideología alterna como religión oficial, se da el caso de la expulsión
de estos individuos ante la presión social que ejercen los feligreses de ciertas
iglesias.
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Este reconocimiento de la actividad del bädi en la comunidad es aprovechado
por otros quienes identifican la competencia y protegen su reputación al colocar al
iniciado como chivo expiatorio de los dardos lanzados por quienes consideran la
actividad como brujería. Ante esto, el bädi decide adoptar ciertas estrategias durante
el desarrollo de su personaje y hasta su consolidación como un bädi respetado
dentro de la comunidad. A menudo se maneja con cierto halo de secrecía y misterio
para evitar que su actividad sea conocida en un rango más amplio de lo que él
necesita.
Esto puede explicar la ausencia de una clase o grupo de bädi organizados, con
reglas, responsabilidades y derechos. La competencia es ardua y a menudo se
recurre a desprestigiar al colega para ensalzar la actividad propia. Al no existir un
gremio que los regule, la actividad del bädi se sitúa en un terreno ambiguo donde
las diferencias de interpretación y creación son aprovechadas por otros
especialistas para señalar la falta de saberes acumulados o su condición de
aprendiz con un don poco poderoso. Esta verificación del trabajo realizado por otros
bädi, se puede observar durante los “costumbres” en que participan varios de ellos,
como el de la Santa Cruz o la peregrinación a Mayóníjjä, donde los bädi comparten
un espacio sagrado, pero en rara ocasión cruzan palabra, ya que cada quien tiene
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un grupo de asistentes que atender. Los más cautos asisten no como bädi sino
como cualquier otra persona durante el “costumbre”, mostrando cierto respeto por
la asociación especial de años entre un bädi y la fiesta. Si es necesario, el bädi a
cargo de la fiesta hará una petición expresa a otros bädi para que lo asistan.
Involucrarse sin el permiso del oficiante puede ser interpretado como una falta de
respeto o mala intención, que derivará en última instancia en considerar al
responsable de la falta como brujo.
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común de los humanos permitiéndole administrar la balanza en la cual se equilibran
el mundo humano y el mundo otro.
Uno de los impulsos del “costumbre” otomí, incluso ahí donde la solicitud es por
el bienestar de un individuo, es el de reforzar los lazos comunitarios pues en ellos
es que se entiende el origen y sentido de la historia de una comunidad: articulada
desde el pasado, con la continuidad vital entre vivos y ancestros que se actualiza
en el presente con el testimonio de vida de cada individuo de la comunidad otomí,
y se orienta hacia el futuro con la revitalización de las ceremonias en la participación
de las nuevas generaciones.
Sin lugar a dudas el personaje central de la escena ritual otomí oriental - serrana
es el bädi. Llamativo, figura en la gran mayoría de los rituales otomíes vehiculizando
y dirigiendo las peticiones individuales y comunitarias hacia la variedad de
divinidades tutelares que moran la espacialidad otomí e intercediendo entre la
comunidad de los ancestros y los vivos. Llamativo pues en su habilidad principal, el
recorte de papel, se conjuga un saber especializado y un poder inherente a su
investidura que lo ratifica como un personaje que conoce, significa y establece un
tiempo – espacio exclusivo del ritual otomí, el retorno al tiempo primordial del mundo
otro habitado por las divinidades.
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Pero llamativo también porque constituye una categoría de identidad otomí en
confrontación con el sujeto mestizo con el que participa en relaciones comerciales,
económicas y sociales. Si el nxumfö, mestizo, es sinónimo de habilidad comercial,
aptitud basada en la ciencia y el aprendizaje académico y el dominio del entorno a
partir de la técnica, el bädi se erige como la punta de lanza de la declaración de
sabiduría desde lo otomí: el conocimiento del cuerpo y sus continuos flujos
energéticos, la etiología de los males individuales y comunitarios, los lazos
profundos que vinculan a los individuos otomíes con los ancestros, las estructuras
de oblaciones a cada divinidad tutelar, las correspondencias en las mayordomías
(Heiras, 2006: 70- 74).
Sin duda, el vínculo que genera el bädi entre la praxis ritual, la regeneración
continua de la vida y la muerte expresada en la fertilidad agrícola (y humana), los
ciclos vitales y el manejo del cuerpo como categoría nodal de su actividad ritual, son
expresiones de un orden (cuerpo) social otomí sobre un cuerpo individual. En el
cuerpo se expresan las categorías que definen las relaciones interiores al sistema
social, por lo que el cuerpo representado (en los recortes de papel o en las imágenes
sagradas que pueblan el altar) se convierte en un referente y un modelo a escala
de la búsqueda armónica del equilibrio vital, que se logra tanto en la manutención
de un orden y obediencia estrictas (la dieta sexual previa a la mayoría de los grandes
rituales de fertilidad) como en la subversión del mismo cuerpo (vaciamiento de
energía durante el trance o la ocupación de cuerpos por seres inframundanos
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durante el Carnaval): en el cuerpo se encuentran las huellas del camino recorrido
en los ciclos de vida de los hombres.
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intervienen como proveedoras del insumo básico (la corteza del ficus)15 a los
sanpableños. La región además vive desde las últimas décadas del siglo pasado un
fuerte proceso de movilidad demográfica, principalmente a los Estados Unidos y las
ciudades más importantes del país. Sumado a lo anterior, la cabecera municipal,
Pahuatlán, fue distinguida por parte de gobierno federal, como Pueblo Mágico en
2012. Tanto Pahuatlán, como las comunidades aledañas -San Pablito (otomí),
Xochimilco (otomí), Xolotla (nahua)-, han generado estrategias para promover el
turismo y en muchos casos, reorientado sus actividades económicas hacia el sector
secundario y terciario de la producción. Su impacto se deja ver en los modos de
vida de su población, principalmente los jóvenes, quienes han aprendido a sacar
ventajas competitivas de sus actividades artesanales y de ciertas tradiciones. En
este panorama de cambio vemos, sin embargo, que los otomíes de esta región
tienen un fuerte sentido de pertenencia etno-territorial, lo que les ha permitido hacer
frente común contra las amenazas que se ciernen sobre sus lugares sagrados
(como el proyecto de gasoducto), y mantener creencias y tradiciones con enorme
vitalidad. Este es el caso del águila bicéfala, un mito vivo que prevalece en la
memoria regional, asociado a los orígenes, las prácticas agrícolas y el chamanismo,
pero que ha adquirido un gran peso como símbolo de la identidad regional,
compartido incluso por sus vecinos nahuas y mestizos.
15Hasta hace unas dos décadas, aproximadamente, la producción del jonote para la elaboración del
amate en San Pablito era local. La sobre explotación de la corteza del árbol del ficus acabó con esta
especie a nivel local. Actualmente, y ante la creciente demanda del amate para venta comercial, los
otomíes de San Pablito se surten de jonote de otras regiones como Veracruz
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Por ejemplo, encontramos semejanzas entre mitos de diversos grupos étnicos en
Oaxaca (amuzgos, mazatecos, mixtecos, entre otros), con el mito otomí de San
Pablito. Se dice que es un ave de gran tamaño, capaz de levantar animales de
mediana envergadura, como venados, aves de corral, borregos e incluso seres
humanos. El ave merodea por determinados espacios naturales hasta encontrar a
su víctima h|umana y la lleva hasta alguna cueva en donde devora a su presa.
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símbolo deriva de la capacidad de proveer un sentido fuerte de identidad territorial,
actualizar las prácticas mágico-religiosas “arcaicas”, pero al mismo tiempo
constituye un elemento profano presente en las artesanías de papel amate que se
comercializan entre los turistas. En otras palabras, el águila bicéfala muestra y
oculta al mismo tiempo sus secretos, reseñando una historia mítica sólo para
quienes conocen sus significados.
Otro relato: “al principio la gente creía que el animal era mal y que mataba a
los niños, pero ya después al traspaso de varios días las personas se dieron cuenta
que era como el protector de la comunidad”. Nuevamente aparece la cualidad
ambivalente del numen: cuida a la comunidad, el espacio en donde se asienta la
población y sus espacios naturales. Como elemento identitario leemos en el
siguiente relato: Según la leyenda hace muchos años había una cueva en donde
habitaba...el águila era el dios de los antiguos indígenas otomí…lo adoraban y le
hacían ofrenda para que el dios los pagara, naturalmente y en la actualidad los
indígenas otomís siguen adorándola y respetándola”. Los otomíes se identifican con
el águila a la que ofrendan desde tiempos ancestrales, el mito señala el origen del
culto anual a ciertos espacios naturales (la cueva). Para complementar esta idea
otro relato:”… las personas viejas se va al monte, se dice que ahí anda el alma del
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águila y se puede platicar con él y lleva una ofrece para él, para que no suceda nada
en nuestro pueblo, esa es las costumbre de San Pablito cada 28 de diciembre
se…pone una ofrenda como una gallina, papel amate, plantas, etc, esto es lo que
me platica de mi bisabuela”.
Quien nos hizo ese recorte no nos dijo a qué elemento refería. No obstante,
también se le asocia a la flor de monte. Bodil Christensen, la antropóloga europea
que estuvo en San Pablito a mediados del siglo XX, nos da un dato interesante
acerca de la cualidad celeste y ctónica del ave. Refiere que los altares en las casas
tienen tres elementos que decoran el pozo (en un costumbre): la Flor de Monte, la
Puerta del Monte y el Pájaro del Monte; pero los altares domésticos también están
decorados con Flor del Cielo, Puerta del Cielo y Pájaro del Cielo. Es decir, el águila
bicéfala goza tanto de cualidades tantos celestes y diurnas, como del terrestres y
nocturnas. Por esta razón se le representa en ambos niveles mundanos, y así
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mismo, sus cualidades pueden ser patógenas u ortógenas como señalamos arriba.
Un libro “Tratamiento de una ofrenda para pedir la lluvia”, “Historia de la curación de
antigua de San Pablito, Pahuatlán", atribuido a Alfono García (hijo de Santos García,
informante de Christensen) hace un recuento de los seres malignos que se deben
combatir para curar una enfermedad, y deben estar presentes en la "barridas" o
rituales de limpieza. Entre ellos figura el águila de cuatro cabezas, considerada
como una especie de aberración (y por tanto mala) del ave bicéfala.
Otro aspecto interesante que encontramos tanto en los escritos como en las
entrevistas a personas adultas fue la asociación del ave con los brujos y la brujería.
Uno de ellos nos dice que sólo los brujos tenían la capacidad para matar al ave que
devoraba a los niños. Se reunieron ocho brujos, uno de ellos era mujer. Decidieron
que la mujer no tenía la suficiente fuerza como para poder enfrentar al animal y por
tanto, partieron siete a darle muerte. No tuvieron gran dificultad para cumplir su
cometido y regresaron a la comunidad con el ave muerte. Otras versiones apuntan
que con astucia lograron encerrar al animal en una cueva grande, a un costado del
bachillerato y sellaron la entrada con dos grandes rocas. Sin embargo, el ave
permanece con vida y se le debe hacer ofrenda para que se quede quieta. Esta es
la razón por la cual los brujos hacen costumbre a la entrada de la cueva, no se
puede ni se debe entrar. Algunos que lo han hecho, sin embargo, cuentan que están
pintadas en el interior de la cueva imágenes del águila y de animales fantásticos,
así como las semillas que proveen de alimento a la comunidad. En la entrada de
esta cueva se depositan ofrendas para curación, pero el lugar es tan sagrado, que
quien se lleve algún objeto, también se llevará consigo la enfermedad y el infortunio.
La otra asociación del ave con la brujería es a través de la figura del nagual.
Un testimonio nos dice que hubo un tiempo anterior, cuando los otomíes se
establecieron en la región que vivían en condiciones de extrema pobreza, con pocos
alimentos y además eran acosados por bandoleros y otros paisanos que asaltaban
y mataban a diestra y siniestra. Eran tales las condiciones de pobreza de sus
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habitantes, que dos brujos decidieron transformarse para proteger a su comunidad.
Estos brujos hicieron un ritual propicio para quedar unidos bajo la forma de un águila
de dos cabezas, pero ya no volverían a transformarse en hombres. A partir de
entonces, el ave protegía a los otomíes comiéndose a aquellos que trataban de
dañarlos. Gracias a ello, los otomíes pudieron asentarse, "progresar" y vivir
tranquilamente protegidos por sus brujos, como ocurre hasta ahora.
En nuestra región de estudio, los mitos del águila bicéfala se han transmitido
gracias a las representaciones gráficas en los textiles y en el papel ceremonial, la
variedad de imágenes ha funcionado como código mnemotécnico para rememorar
y actualizar los relatos (Gómez). Encontramos representaciones suyas en las
artesanías de papel, en los textiles tanto bordados como en chaquira. Normalmente
se le respresenta con el cuerpo de frente de modo simétrico, con las patas abiertas,
las alas extendidas y sus cabezas están dispuestas de perfil. Este motivo es una
constante en algunos diseños de los textiles bordados de la ropa tradicional de las
mujeres de otras regiones indígenas del país como chinantecas, mazatecas,
tacuates y chatinas principalmente. En realidad, otros pueblos originarios de
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América los han empleado, desde tiempos precoloniales, en sus textiles como los
raramuri o huicholes, o en el huipil llamado de la Malinche que resguarda el Museo
Nacional de Antropología datado entre 1650-1700, en cuyo pecho está bordada esta
imagen.
Tlaxcala
Ixtenco tiene una robusta tradición de fiestas religiosas que se fincan en el sistema
de mayordomías. Además de estas celebraciones que suelen desarrollarse a nivel
barrio, existen ciertas fiestas que tienen una jerarquía comunitaria, por lo que se
festejan en un rango más amplio contando con participación multitudinaria. Dado
que persiguen objetivos más amplios (el bienestar de la comunidad, la petición de
lluvias y cosechas benéficas, etc.) estas fiestas involucran un complejo aparato de
organización comunitaria y religiosa para su desempeño, donde participan diversos
sectores de la sociedad para su correcto cumplimiento.
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8 de enero. Celebración del aniversario de la fundación de San Juan Ixtenco en
1532. Cajero (2009: 40) transcribe de una copia de la Real Cédula la solemnidad en
el registro y fundación de Ixtenco:
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mayordomo del barrio encargado del festejo.
12 de diciembre. Fiesta en la ermita del antiguo camino a Huamantla
Por otra parte, existen algunos personajes que se asocian con la predicción
y el control de fenómenos meteorológicos conocidos como graniceros o sacerdotes
del tiempo. Desde la época colonial se tiene registro de estos especialistas rituales
quienes subían a la montaña y llevaban velas y lienzos pintados para ejecutar
rituales relacionados con el agua y las nubes.
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El culto a los muertos es una revitalización de la antigua ofrenda otomí,
incorporando nuevos elementos. Cajero (2009:151) habla de que la ofrenda actual
se apoya con objetos que se pueden comprar en el mercado tales como petates,
chiquihuites, ollas, cazuelas y sahumerios, además de flores de cempasúchil y
nubes.
Se acostumbra que la persona que debe colocar ofrenda sea la de mayor edad
en la casa, en particular la suegra o esposa del difunto. Esta persona colocará agua
y sal y encenderá una vela durante el medio día del 31 de Octubre y 1º de
Noviembre. Entrada la noche se servirá la cena y se dispondrá la fruta en el altar
como un montículo de manera que aparente el cuerpo del difunto; acto seguido se
coloca un petate al lado de la ofrenda y alrededor de las sillas de la casa para
propiciar el diálogo entre los difuntos.
Los otomíes de Ixtenco relacionan el espíritu de las animas con las mariposas
que vuelan en la región durante los meses de septiembre, octubre y noviembre, por
lo que no deben ser molestadas.
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decir la trayectoria del sol, el cual es un elemento dador de vida. La mujer
retroalimento al fuego con su mando derecha y tiene que coincidir con el oriente,
donde sale el sol.
El maguey ha sido una planta asociada con todos los ciclos productores de la
sociedad otomí en Ixtenco. Ha servido de leña, de vestido, de penitencia, acueducto
y vivienda; su aguamiel ha servido para saciar la sed e incluso es utilizado en el
ajuar de los difuntos como el sombrero o la faja con bordado, símbolo de equilibrio
y fuerza.
Los otomíes de Ixtenco mantienen una relación muy estrecha con el volcán La
Malinche, montaña que consideran como un inmenso depósito de agua subterránea
de la que brotan los tres manantiales que abastecen a esta comunidad.
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Tepalcingo y Chalma. Es lugar de residencia de la diosa a la que llaman Señora,
ella tiene el poder sobre el agua de la montaña y la lluvia.
De acuerdo con la identidad local otomí, Ixtenco es interpretado como ‘lugar del
atole agrio en festividad’ (Cajero, 2009). Uno de los elementos fundamentales en la
cosmovisión y tradición cultural de los otomíes en Ixtenco es su relación con el
volcán La Malinche, considerado como una entidad de género femenino y al que se
refieren con varios significados: Madre, parienta, comadre, ancestro y Corazón del
Cerro (Huckert, 2008: 127). Esta relación íntima de identidad y ‘parentesco’ con los
accidentes naturales a su alrededor, es uno de las fuentes de inspiración para los
adornos que inundan la tradición textil en Ixtenco, a través de la particular técnica
de ‘pepenado’. Esta técnica utiliza un bordado de aguja sobre tela de algodón
mediante un cosido en pliegues. Cabe señalar que además del volcán, los
manantiales que surten de agua a la comunidad y se originan en las faldas del cerro
son protagonistas de sus fiestas y organizaciones religiosas.
El vestido en Ixtenco está compuesto por una blusa elaborada en telar de cintura
adornada en pecho y mangas, principalmente en color negro, azul y rojo, que
remiten al volcán La Malinche. Se adorna con figuras de flores y animales y se cierra
con un ceñidor y enaguas negras, complementándose con un rebozo. Las trenzas
de la mujer se adornan con un listón blanco si es soltera y rojo si es casada.
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Ixtenco, aunque existe traducción en otomí, mongidé (Lastra 1997: 394). Es una
falda de tela larga o enredo de lana color azul marino o negro.
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8. LOS OTOMÍES EN LAS ESTADÍSTICAS
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ENTIDAD FEDERATIVA
HIDALGO 575,161
MICHOACÁN 213,478
QUERÉTARO 56,664
GUANAJUATO 34,639
VERACRUZ 1,037,424
PUEBLA 1,018,397
TLAXCALA 72,270
POBLACIÓN INDÍGENA
EDO. DE MÉXICO
HIDALGO
MICHOACÁN
QUERÉTARO
GUANAJUATO
TLAXCALA
VERACRUZ
PUEBLA
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ENTIDAD FEDERATIVA POBLACIÓN TOTAL DE 3 AÑOS Y MÁS HABLANTE DE
CUALQUIER LENGUA INDÍGENA
HIDALGO 369,549
MICHOACÁN 140,820
QUERÉTARO 30,256
GUANAJUATO 15,204
VERACRUZ 662,760
PUEBLA 617,504
TLAXCALA 27,959
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ENTIDAD FEDERATIVA POBLACIÓN TOTAL DE 3 AÑOS Y MÁS HABLANTE DE
OTOMÍ
HIDALGO 115,869
MICHOACÁN 592
QUERÉTARO 24,471
GUANAJUATO 3,239
VERACRUZ 18,078
PUEBLA 8,934
TLAXCALA 594
Fuente: CDI. Sistema de indicadores sobre la población indígena de México con base en:
INEGI Censo General de Población y Vivienda, México, 2010.
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POBLACIÓN INDÍGENA POR REGIONES
VALLE DE TOLUCA- ORIENTE DEL ESTADO DE MÉXICO
ATIZAPÁN DE
ZARAGOZA Muy Bajo 461,329 7,212 624
Fuente: CDI. Sistema de indicadores sobre la población indígena de México con base en:
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MICHOACÁN
POBLACIÓN
TOTAL DE 3
AÑOS Y MÁS
HABLANTE DE POBLACIÓN 3
MUNICIPIO CUALQUIER AÑOS Y MÁS
NIVEL POBLACIÓN LENGUA HABLANTE DE
MARGINACIÓN TOTAL INDÍGENA OTOMÍ
Fuente: CDI. Sistema de indicadores sobre la población indígena de México con base en:
INEGI Censo General de Población y Vivienda, México, 2010.
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NORTE DEL ESTADO DE MÉXICO – SUR DE QUERÉTARO
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VALLE DEL MEZQUITAL
MIXQUIAHUALA DE
JUÁREZ Bajo 40,287 881 428
MOLANGO DE
ESCAMILLA Medio 10,524 120 18
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ALTO MEZQUITAL (NORORIENTE DE HIDALGO)
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SEMIDESIERTO QUERETANO Y ORIENTE DE GUANAJUATO
CADEREYTA DE 59,765
MONTES Medio 1,244 1,108
EZEQUIEL 35,606
MONTES Medio 200 155
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ALTIPLANO Y SIERRA MADRE ORIENTAL
TULANCINGO DE
BRAVO Bajo 141,396 4,851 3,075
TENANGO DE
DORIA Medio 16,010 4,072 4,008
SAN BARTOLO
TUTOTEPEC Muy Alto 16,976 6,013 5,922
IXHUATLÁN DE 47,406
MADERO Muy Alto 33,424 5,538
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9. ¿PUEBLO, PUEBLOS O POBLACIONES OTOMÍES?
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un contacto más vital con la iglesia católica como lo observamos en el Estado de
México, Querétaro, Valle del Mezquital en Hidalgo, Guanajuato, Michoacán y
Tlaxcala, en donde la presencia de chamanes es marginal mientras que las
mayordomías y el culto a los santos es de vital importancia para la reproducción
social y cultural. Por estas razones asentimos en que los otomíes tienen grandes
semejanzas con sus vecinos de otras adscripciones étnicas que con sus pares
distantes. Cada población otomí tiene una manera particular de actuar, conducirse,
visualizar su mundo que obedece al entorno con el que se interactúa.
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Sin embargo, sería erróneo considerar que esta separación demográfica e
histórica rompiera con el sustrato de creencias. Así como hay inteligibilidad entre
las distintas variantes dialectales del otomí, metafóricamente existe inteligibilidad en
la cosmovisión; quizá no en su forma, pero sí en su fondo. Un claro ejemplo de ello
es el culto a los ancestros encarado en piedras (wemas, cangandhos y zithamus),
oratorios, santos, recortes, visiones oníricas, peregrinaciones a santuarios
regionales, cruces, xitas, máscaras, entre otros. La pervivencia de los ancestros
(difuntos o antiguas) y su articulación con el ciclo agrícola es el eje que sostiene el
sistema ritual otomí, así como la veneración hacia los astros que gobiernan el
mundo diurno y nocturno. Otro de los aspectos a resaltar y que en cada región
donde se mantiene su uso posee sus particularidades, es el de los oratorios o
capillas – oratorios, cuyo mayor auge tuvo lugar durante la Colonia. Aunque,
actualmente en algunas regiones como la del Oriente de Guanajuato, Querétaro,
Tulancingo, Hidalgo, estos espacios sacros domésticos, mantienen un dinamismo
singular y en casos como el de Santa Ana Hueytlalpan, en Tulancingo Hidalgo,
existe un sistema doble: oratorios articulados a las figuras católicas y por ende del
mundo celeste, y oratorios chamánicos dedicados a deidades nativas del mundo de
abajo. Por tanto, afirmamos que no hay un modelo único sobre lo otomí, la riqueza
estriba en que hay muy diversas maneras de expresar esta cosmovisión, los textos
etnográficos así lo demuestran. Parafraseando a Geertz, quien sostiene que la
religión es un hecho social total, quedarse sólo en generalidades implicaría dejar de
lado todo un cúmulo de relaciones que los grupos han construido a través de los
complejos procesos sociohistóricos que se viven a nivel regional.
16 El pueblo de Ixtenco conserva una de las mayores especies de maíces de todo el país.
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Creemos que, aunque sí hay un “núcleo duro otomí”, expresado en la lengua
y la cosmovisión, no es pertinente contemplarlo como un solo pueblo debido a que
los procesos sociohistóricos locales y las relaciones con sus vecinos han generado
idiosincrasias locales y resignificado conceptos arcaicos. A través de este trabajo
podemos delimitar varias regiones otomíes con fronteras un tanto difusas: Valle de
Toluca y Oriente del Estado de México, Michoacán, Norte del Estado de México y
Sur de Querétaro, Valle del Mezquital y Alto Mezquital, Oriente de Guanajuato y
Semidesierto queretano, Altiplano de Tulancingo, Sierra Madre Oriental: Otomí –
Tepehua, Sierra Norte de Puebla y Huasteca-Sur y Tlaxcala.
Esperamos que este trabajo haya contribuido a formar una idea más amplia
sobre los pueblos otomíes que habitan en la región centro de México. Algunos retos
por delante son estudiar las comunidades transfronterizas, los asentamientos dentro
de la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey donde la población otomí se ha
integrado a la vida citadina resignificando su identidad, así como integrar regiones
devocionales, analizar las actividades económicas y su impacto en la cosmovisión.
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ANEXO FOTOGRÁFICO
Mujeres y niñas en una reunión, Cruztitla, municipio de Huehuetla, Hidalgo, pueblo otomí. Fotógrafo: Carmen
Wrigth, 1993. Fototeca Nacho López, CDI.
Ancianos fuera de una vivienda, San Felipe de los Alzati, municipio de Zitácuaro, Michoacán, pueblo otomí.
Fotógrafo: Fernando Rosales Valenzuela, 2000. Fototeca Nacho López, CDI.
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Hombres trabajando en un bordo, San Pablito, municipio de Pahuatlán, Puebla, pueblo otomí. Fotógrafo: Teresa
Mendicutti, 1980. Fototeca Nacho López, CDI.
Adolescente cargando una cubeta con nixtamal, San Pablito, municipio de Pahutlán, Puebla, pueblo otomí.
Fotógrafo: Cecilia Portal, 1980. Fototeca Nacho López, CDI.
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Feligreses en el atrio de una iglesia, San Pablito, municipio de Pahutlán, Puebla, pueblo otomí. Fotógrafo:
Teresa Mendicutti, 1980. Fototeca Nacho López, CDI.
Hombres cosechando maíz, San Pablito, municipio de Pahuatlán, Puebla, pueblo otomí. Fotógrafo: Teresa
Mendicutti, 1980. Fototeca Nacho López, CDI.
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Hombres y mujeres comerciando maíz, San Pablito, municipio de Pahuatlán, Puebla, pueblo otomí. Fotógrafo:
Teresa Mendicutti, 1980. Fototeca Nacho López, CDI.
Procesión de la fiesta de San Miguel, San Miguel Tlaxcaltepec, municipio de Amealco de Bonfil, Querétaro,
pueblo otomí. Fotógrafo: Agustín Estrada, 1987. Fototeca Nacho López, CDI.
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Ritual durante la procesión de la fiesta del Señor de San Miguel, San Miguel Tlaxcaltepec, municipio de Amealco
de Bonfil, Querétaro, pueblo otomí. Fotógrafo: Agustín Estrada, 1987. Fototeca Nacho López, CDI.
Mujeres bordando en un campo de cultivo, Amealco, municipio de Amealco de Bonfil, Querétaro, pueblo otomí.
Fotógrafo. Carmen Wrigth, 1993. Fototeca Nacho López, CDI.
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Hombre tocando un violín, Cardonal, municipio de Cardonal, Hidalgo, pueblo otomí. Fotógrafo: Maya Goded,
1990. Fototeca Nacho López, CDI.
Vvienda, Valle del Mezquital, Hidlago, pueblo otomí. Fotógrafo: Maya Goded, 1990. Fototeca Nacho López,
CDI.
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Mujere tejiendo cestería, Cardonal, municipio de Cardonal, Hidalgo, pueblo otomí. Fotógrafo: Maya Goded,
1990. Fototeca Nacho López, CDI.
Gente en procesión, Amealco de Bonfil, municipio de Amealco de Bonfil, Querétaro, pueblo otomí. Fotógrafo:
Lorenzo Armendáriz, 1989. Fototeca Nacho López, CDI.
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Familia en una habitación, Santa Úrsula, municipio de Huehuetla, Hidalgo, pueblo otomí. Fotógrafo: Fernando
Rosales Valenzuela, 2004. Fototeca Nacho López, CDI.
Mujeres ejecutando la Danza de Pastoras, Santa María Tixmadeje, municipio de Acambay, Estado de México,
pueblo otomí. Fotógrafo: No identificado, 1980. Fototeca Nacho López, CDI.
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Mayordomos y mayordomas portando ofrendas, San Miguel Tlaxcaltepec, municipio de Amealco de Bonfil,
Querétaro, pueblo otomí. Fotógrafo: Agustín Estrada, 1987. Fototeca Nacho López, CDI.
Mujer extrayendo aguamiel, Cardonal, municipio de Cardonal, Hidalgo, pueblo otomí. Fotógrafo: Maya Goded,
1990. Fototeca Nacho López, CDI.
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Familia frente a un mercado, San Pablito, municipio de Pahuatlán, Puebla, pueblo otomí. Fotógrafo: Teresa
Mendicutti, 1980. Fototeca Nacho López, CDI.
Mujeres en puestos de mercado, San Pablito, municipio de Pahuatlán, Puebla, pueblo otomí. Fotógrafo, 1980.
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