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Finazzi Agrò
Finazzi Agrò
¿Quién habla?
Es difícil pensar que una pregunta como la que encabeza el párrafo, tan banal e inocua en
apariencia, pueda crear un problema, por pequeño que sea, a quem a coloca ou a quem é
colocada (coloca me parece feo, pensé en quien la instala o a quien es instalada; pero no me
convence). Ya que, si podemos llegar a pensar que se puede mantener en la incertidumbre o hasta
rompernos la cabeza frente a preguntas como “¿de qué se habla?” o, aún más, “¿de qué modo se
habla?”, nadie, suponemos, dudará en indicar el sujeto agente del discurso, o sea, para decirlo a la
manera de la lingüística estructural, el verdadero y único sujeto de la enunciación.
Así y todo, y desde que Friedrich Nietzsche, siguiendo la línea de esta interrogación
aparentemente paradójica, se propuso indagar los orígenes de la terminología ética occidental,
poniéndola en relación con los detentores reales del poder socioeconómico, la pregunta continuó
circulando en el texto cultural novecentista provocando saltos epistemológicos decisivos donde
quiera que apareciera: en lingüística, como en filosofía, en psicología como en literatura 1. En
verdad, el preguntar(se) «quién habla» puede, en efecto, representar –como en realidad
representó- el modo más simple y directo de indicar una reflexión ontológica con finales muchas
veces evasivos en relación a algunas nociones consideradas elementales e imprescindibles en la
cultura del occidente pos-medieval. Sometidos a una revisión radical con base en tal pregunta,
acabaron, de hecho, por ser de nuevo puestos en cuestión aquellos que parecían ser los
postulados elementales sobre los cuales se fundaba buena parte del pensamiento y del arte
modernos. Y uno por encima de todos: la identidad del sentido y del sujeto hablante, consignada
principalmente en el cogito cartesiano que había significado, para muchos y por mucho tiempo, el
reconocimiento de la objetividad y de la unidad de la consciencia en relación al ser, de la
capacidad del sujeto (pensante/locutor) de determinarse y dominar lo real.
2
C. Magris, “El hombre del subsuelo y el superhombre”, en Ítaca y más allá. Murcia, Huerga y Fierro
editores, 1998.
3
Cfr. M. Bajtin. Problemas de la poética de Dostoievski. México, FCE, 1986.
4
S. Giovanardi, Dal personaggio-uomo alla parola-personaggio, en AA.VV. Marxismo e strutturalismo nella
critica letteraria italiana (dirig. por «Quaderni di critica»), Roma, Savelli, 1974, pp. 111-30 [p. 123]. Un
reciente y exhaustivo análisis de los problemas ocasionados por el «dialogismo» bajtiano se encuentra en T.
Todorov, Mikhail Bakhtine le príncipe dialogique (suivi de Écrits du Cercle de Bakhtine), Paris, Seuil, 1981 (en
particular –sobre el personaje- pp. 152-65).
nota de esta situación, dejando que sea la palabra poética, «en sa solitude, en sa vibration fragile,
en son néant», la que se oponga enigmáticamente a una dispersión trágicamente percibida. Por
esa vía, el escritor llegará a «borrarse a sí mismo de su propio lenguaje, a tal punto de no querer
figurar en él sino a título de ejecutor en una pura ceremonia del Libro en el que el dicurso se
compondría de sí mismo»5. Sacerdote de una escritura que se autocompone ritualmente, el artista
intenta expresar conscientemente, a través de un complejo fictio ideológico-textual, la fatalidad
de una estructura y de un sentido en relación a los cuales él, el enunciante, se declara
irresponsable.
Como reino del sistema, de lo virtual, de lo paradigmático, la cultura de finales del siglo XIX
y de los primeros años del novecientos está llena de estas expresiones «negativas» que tienden a
despojar el sujeto de su centralidad, entregándolo a aquella heterogeneidad característica del ser
que deja, en fin, transparentar a través del dominio de la consciencia, la posibilidad de significar
experiencias vitales diferentes: en una dialéctica de la irresponsabilidad que permite al individuo
dar voz a instancias transgresivas, de cualquier modo excedentes en relación a la unidad
normativa del sistema lógico-expresivo7.
Entre las manifestaciones más obvias y directas de este rechazo de una identidad
homogénea es imposible no tener en cuenta el recurso de la pseudonimia. Un recurso tan antiguo
como la literatura y ligado a motivaciones frecuentemente contingentes, pero que parece adquirir
nuevo impulso exactamente en la crisis creciente del sujeto institucional que lleva al hombre
5
M. Foucault, op.cit., p. 297. Sobre la relación muerte de Dios/muerte del Yo, véase sobretodo F. Rella, El
silencio y las palabras: el pensamiento en tiempo de crisis. Barcelona, Paidós, 1992.
6
S. Giovanardi, op.cit, p. 124. Sobre las dificultades de individualización de la «voz» en Joyce, véase el
estudio de P. Gulli Pugliatti, Per un supplemento di studio della “voce” in «Ulysses», en «Spicilegio
Moderno», n. 12 (1979), pp. 107-22.
7
Cfr. F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, cap. I, §§ 16-17. El uso genealógico de la historia prevé, en
efecto, según Foucault, «la disociación sistemática de nuestra identidad» (“Nietzsche, la genealogía, la
historia” en M. Foucault, Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta, 1990.
moderno a intentar identificaciones otras, alentando a perder «el nombre del padre» para escapar
a la cadena de la Consciencia y de lo Uno.
Es por lo tanto en este nivel que parece colocarse, casi inevitablemente, el discurso de y sobre
Fernando Pessoa, teorizador y testigo clamoroso de la dispersión del patrimonio egótico, al que
descubre como un dato irreversible y del que piensa poder escapar sólo ocultando el yo entre una
multitud de Sí-mismos fingidos –o mejor, definiéndolo en relación a una constelación de instancias
poético-ideológicas por él mismo inventadas.
Me refiero, obviamente, a lo que fue por mucho tiempo considerado el aspecto marcante
de la producción pessoana que se presenta, en efecto, dividida entre una pluralidad de porta-
voces del enunciante, de personajes-autores (los «heterónimos», como él los llama), entre los
cuales el escritor coloca, con ese mismo título, a sí mismo (distinguiéndose, únicamente a nivel de
definición, de los otros como «ortónimo»). Este recurso, como ya fue resaltado, acabó por
sumergir a «toda la crítica en un espejismo creador de otros espejismos» 9, desarticulando la
atención del plano propiamente textual (en el cual efectivamente se manifiesta y resuelve la
problemática de la identidad con la que el fenómeno heterónimo se liga) para un ámbito que sólo
se puede definir como pre-textual, ya que los que se ocuparon de la obra pessoana mostraron, en
general, más interés por la coherencia y originalidad del mecanismo heteronímico que por el
significado que presupone en relación con el proceso significante en su conjunto. Y desde esta
perspectiva, lo que tan frecuentemente se dejó de vislumbrar fue, a mi modo de ver, que la
heteronimia, aún antes de ser una organización formal del mensaje, fue uno de sus componentes
primarios: evento antes que estructura, a través del cual se enuncia la crisis histórica del sujeto
institucional.
8
Pessoa, Fernando. Poesía inéditas (1919-1930). Lisboa, Ática, 1990, p. 44. (Traducción nuestra)
9
E. Lourenço, Pessoa revisitado. Leitura estruturante do drama em gente, Porto, Inova, 1973, p. 25 («el
objeto primero de la exégesis de Pessoa no fue su poesía múltiple, sino la relación de esa múltiple poesía
con sus míticos (y reales) autores»).
de Entre-Expresión»10 -que, traducido en términos semióticos, se podrá tornar negación del Texto
en beneficio del Intertexto, en el que se manifiesta mejor el valor relativo de la significación
artística, que Bajtin define, precisamente, como la esencia «dialógica» de la palabra poética. Sólo
así el lenguaje, ya desligado de su identidad, puede readquirir (o intentar hacerlo) la
heterogeneidad original que le permite declarar, en régimen textual, la división del locutor. Y la
intertextualidad se torna, desde esta óptica, un modo de leer la crisis del sujeto que abdica de su
identidad para dominarla en la representación.
10
Ultimatum, manifiesto «sensacionalista» de Fernando Pessoa. Sobre la noción de «intertextualidad» y
sobre las conexiones con las teorías bajtinianas, v. T. Todorov, op. cit., pp. 95-115. En esta perspectiva es
fundamental el ensayo de J. A. Seabra, O heterotexto pessoano, en «Nova Renascença», II (1981), 5, pp. 32-
38.
2.
Relacionar la estrategia enunciativa particular de Fernando Pessoa con la más bien vasta
problemática histórico-cultural respecto al sujeto y a su identidad, podría contribuir a liberar el
campo de algunos equívocos surgidos en torno a la pregunta heteronímica.
11
En una carta a Armando Cortes-Rodríguez (de enero de 1915), escribe Pessoa, por ejemplo: «mantengo, es
claro, mi propósito de lanzar pseudónicamente la obra de Caeiro-Reis-Campos».
12
«Stendhal pseudónimo», en J. Starobinski, El ojo vivo, Madrid, Cuatro, 2002.
13
F. Rella, op. cit., pp. 67-68. Del mismo autor ver también Miti e figure del moderno, Parma, Pratiche, 1981,
pp. 77-78 y nota 64, p. 129.
14
R. Klein, La forma y lo inteligible, Madrid, Taurus, 1980.
de la anulación del sujeto enunciante, así como a la relación entre el yo hablante y el yo hablado
en el ámbito de la significación. Una óptica amplia, por lo tanto, y a pesar de eso, necesaria para
tornar el problema coherente con una investigación que es, antes que todo, literaria: interesada,
así, en los valores lingüístico-textuales de un sistema de enunciación «particular» como es la
heteronimia. Sin por eso renunciar a diversas aproximaciones, evidentemente requeridas por las
implicaciones psicológicas, ideológico-sociales y existenciales que esa multiplicación
fantasmagórica de la identidad sobreentendida.
Para traer el análisis hacia dentro de los límites que le son propios y para, por otro lado,
relanzar de manera no abstracta el discurso crítico, se deberá partir de la constatación preliminar
de que la heteronimia, tal como la pseudonimia, deben considerarse instancias (lingüístico-
retóricas, inevitablemente) a través de las cuales el autor se niega –a sí mismo y/o a su propio
público. Negación ambigua que se acentúa, ya que, a través de ella, también él se representa,
dándose a conocer por aquello que no es o por aquello que quería ser. Confirma Pessoa:
Más de una vez, Pessoa se muestra plenamente consciente: «Hablar es el modo más
simple de tornarnos desconocidos. Y ese modo inmoral e hipócrita de hablar que se llama escribir
15
«Tabaquería», en Pessoa, Fernando. Poemas. Trad. Marcelo Cohen. Buenos Aires, Losada, 1997, p. 141.
16
Cfr. E. Vance. Le moi comme langage: Saint Augustin et l’autobiographie, en «Poétique», 14 (1973), pp.
163-71 (en particular, pp. 165-67). Se ve además en A. Green, Le doublé et l’absent, en «Critique», n°312
(mayo 1973), pp. 402-403. Sobre la división (del yo) implícita en el acto de escribir y sus reflexiones en la
obra de Rousseau, cfr. J. Starobinski, La transparencia y el obstáculo, Madrid, Taurus, 1983. Esta experiencia
de alienación y muerte (figural) del hablante en el acto lingüístico, me parece aún satisfacer en parte la
perplejidad de U. Eco acerca de la «no-fundamentalidad» de la cuestión de ¿quién habla?: «pongamos la
hipótesis de que pueda existir una pregunta más constitutiva, que es colocada no por el hombre libre (en
posición de poder «contemplar»), sino por el esclavo que no puede por sí y que cree más urgente
preguntarse, en lugar de «¿quién habla?» «¿quién muere?». Objeción considerable que encuentra, todavía,
múltiples respuestas en el pensamiento y en el arte occidentales, en la relación desde siempre establecida
entre dos facultades fundamentales del hombre: hablar y morir. Sobre esta relación véase el importante
estudio de G. Agamben, El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad. Valencia, Pre-
textos, 2002.
más completamente nos vela a los otros y aquella especie a que nuestra inconsciencia se llama
nosotros-propios»17. La máscara, por lo tanto, más aún que una elección, es un dato implícito en la
experiencia que el sujeto hace de sí mismo en el lenguaje.
Por otro lado, esta alienación es acentuada por otra, complementaria, implícita en el uso
del nombre propio, elemento que, por norma, debería igualar el yo para sí al yo para los otros, la
identidad personal a la identidad social. Partiendo, todavía, de la conciencia de un desdoblamiento
radical de la personalidad, el nombre deja de ser un componente esencial de la identificación, para
tornarse una marca de la diferenciación entre el sujeto y sí mismo, subrayando más «el intervalo
entre lo que deseo ser y lo que los otros me hicieron». El sujeto así ya no se siente definido por el
nombre que, por el contrario, llega a ser un factor ulterior de alienación, de división entre interno
y externo, y, él piensa, por lo tanto, que tiene legitimidad para «el cambio», para inventar
identidades ficticias.
No siempre fue este (el poema es de 1928) el valor que Pessoa dio al nombre propio, pero el
hecho es, en todo caso, que lo que se acentúa a través de estos versos es más una función
«secundaria» (y de «seguimiento») del nombre en relación a una fragmentación personal, a una
división original que es fenómeno primario, de cuya percepción parte toda su producción poética.
Es delante de este drama de alienación y de muerte que el escritor es colocado desde el inicio y es
a eso que busca escapar negándose, como muchos autores antes y después de él, para construir
su identidad de ficción.
No podemos negar que existen, dentro de la misma praxis, formas muy diferentes de la
autonegación, impuestas por circunstancias especiales, por precauciones personales o políticas
peculiares. Con esta «pseudonimia de ocasión» la heteronimia no tiene, evidentemente, mucho en
17
Pessoa, Fernando. O rosto e as máscaras: textos escolhidos em verso e prosa. Lisboa, Ática, 1978.
(Traducción nuestra)
18
Pessoa, Fernando. Op.cit., p. 88. También nietzscheana es la convicción de conseguir transformarse en
«todo el nombre en la historia» (cfr. Rella, El silencio y las palabras, op. cit.). V. también J. Starobinski,
«Stendhal pseudónimo», op. cit.
común –salvo, tal vez, el punto de partida: una «censura» (entendida en sentido amplio) que
obliga al sujeto a presentarse disfrazado de otro 19. Pero, además de eso, lo que verdaderamente
hace la diferencia es el grado de conciencia que cada escritor pone en la utilización de un mismo
mecanismo, en el pensar/superar tal censura. En otras palabras, lo que caracteriza a algunas
situaciones pseudonímicas (heteronímicas) es que la elección de negarse como autor conserva un
valor semántico preciso: significar, a través del uso de máscaras, la división de la «persona»,
intentando, simultáneamente, dominarla pluralizando el yo:
La multiplicación es, aquí, una instancia destinada a vencer la alienación, derribando las barreras
entre interior y exterior («desbordé»), o mejor, haciendo de cada afuera un adentro potencial y
viceversa, a través de un proceso de asimilación-identificación con lo real.
Asimismo, la presumida relación secuencial entre variedad textual y variación nominal parece
escasamente pertinente si se compara con el dato textual que no prevé, de hecho –sobre todo
para la producción pessoana más madura-, una demarcación rígida entre las diferentes
producciones heteronímicas. De modo que (aunque se quiera ignorar las muchísimas poesías no
firmadas) textos temática y estilísticamente diferenciados son incluidos en un mismo corpus,
mientras que otros, de forma y contenidos semejantes, los encontramos frecuentemente
atribuidos a autores diferentes.
19
V. PI, p. 83 (nota manuscrita, probablemente de 1934): «no es que no publique porque no quiero: no
publico porque no puedo […] La Censura obedece, por tanto, a directrices que le son superiormente
impuestas; y todos nosotros cuales son, más o menos, esas directrices».
20
Pessoa, Fernando. Antología de Álvaro de Campos. Madrid, Editora Nacional, 1984, p. 157.
21
Pessoa, Fernando. Op. cit., p. 110.
Estas consideraciones llevan a repensar la heteronimia no en términos de un esquema
cerrado sino de un recorrido significante abierto a la recuperación incesante de potencialidades
expresivas, de dimensiones ideológico-literarias seguramente vedadas a un sujeto que, por el
contrario, se hubiese declarado idéntico a sí mismo.
Delante de estos versos no podemos dejar de recordar que la heteronimia, en su vitalidad original,
no se articula sólo sobre los cuatro autores principales (Caeiro, Reis, Campos y Pessoa) sino que se
presenta especialmente como invención continua de personajes siempre nuevos –aunque se los
ponga inmediatamente al margen- cuyo número tiende a tornarse infinito 23.
Lo que en este momento se puede concluir –sólo por ahora, obviamente- es que la
invención heteronímica se une evidentemente con la problemática más general de abdicación de
su propia identidad por parte de quien escribe, pero conserva, en relación a ella, un valor
hermenéutico preciso y una funcionalidad significante seguramente consciente. No representará,
en suma, un simple cambio de nombre dictado por motivaciones contingentes, pero deberá
considerarse una interrogación que el sujeto coloca en relación exactamente a la locución, al
sentido y a su detentor real.
22
Pessoa, Fernando. Op. cit., p.
23
Un inventario (parcial) de los nombres pessoanos, en F. Pessoa, Una sola moltitudine, dirigido por A.
Tabucchi, Introduzione al vol. I, Milano, Adelphi, 1979, pp. 36-45.
3.
El revés de la identidad
Escribió Roland Barthes: «Puede decirse que la tercera fuerza de la literatura, su fuerza
propiamente semiótica, reside en actuar los signos en vez de destruirlos, en meterlos en una
maquinaria de lenguaje cuyos muelles y seguros han saltado; en resumen, en instituir, en el seno
mismo de la lengua servil, una verdadera heteronimia de las cosas» 24. Será de esta fuerza que
Pessoa se vale para construir su universo discursivo en el que, en efecto, la instancia unitaria es
abandonada en beneficio de una expresión -«heteronímica», exactamente- en la cual los « cerrojos
de seguridad» saltan, dejándole el lugar a un lenguaje «sacado» entre un yo que se disfraza de
otros y otros que son yo.
Esta relación mediata, imaginada e irónica con la sensación no es más que una tentativa ulterior
de dar crédito, en el plano textual, a la extrañeza del hablante en relación a lo hablado. Y es
incluso en este caso que «el resaltar el dolor», su distanciamiento del sujeto, parecen confirmar
(además de las propias afirmaciones de Pessoa) la función fatalmente mistificante del lenguaje:
como un exorcismo impuesto de un «sentimiento» que el poeta no puede dejar de experimentar
pero que, para ser nombrado, debe ser dislocado, o sea, colocado en una perspectiva imaginaria.
Lo sensible es de ese modo relegado a una posición anterior/ulterior (memoria/sueño) en el que
24
Barthes, Roland. El placer del texto y Lección inaugural de la Cátedra de Semiología literaria del Collège de
France. México, Siglo XXI editores, 2004, p. 133
25
Pessoa, Fernando. “Esto”, en Obra poética. Barcelona, Ediciones 29, 1981, p. 54-55
sólo será posible alcanzarlo, «agarrarlo» hegelianamente como Diese –como Eso que es, en efecto,
el título de la poesía que acabamos de transcribir.
La imposibilidad constatada de «verse», esto es, de alcanzar e identificar sin residuos un sí hecho
objeto de la escritura, no impide entonces que el movimiento ocurra y que el sujeto se represente
exactamente a través de él. Porque, de hecho, el no conseguir encontrarse como real, deja atrás
de sí un espacio para la ficción: mejor aún, la posibilidad de exhibir la búsqueda de un Ideal
intangible. Habiendo, en otras palabras, renunciado a la «falsa» autenticidad de un Yo idéntico a sí
mismo (en el pensamiento y en la locución) y esperando, por otro lado, algo que nunca llega, la
nueva autenticidad de un sujeto que se reconoce meramente como Otro. Pessoa se ve casi
obligado (encontrándose, como él dice, «en medio de lo que no está en pié») a su drama em
gente; a una teatralización ficticia del lenguaje, llevada a cabo, precisamente, «en el reverso
mismo de la identidad, en el juego, en el riesgo extraviado del nombre propio» 27.
Volveré a este punto, pero era entretanto esencial notar que, colocado entre dos
Imposibilidades (decir «yo soy yo» o «yo es otro»), el escritor portugués escapa –intenta escapar-
26
Pessoa, Fernando. Obras completas. Lisboa, Ática, 1979, p. 48. (Traducción nuestra)
27
Barthes, Roland. Op. cit., p. 60.
28
Cfr. Ultimatum: «tendencia, por tanto, de cada individuo, o, por lo menos, de cada individuo superior, a
ser una armonía entre las subjetividades ajenas (de las cuales la propia forma parte), para aproximarse así lo
más posible a aquella Verdad-Infinito, hacia la cual idealmente tiende la serie numérica de las verdades
parciales».
a tal condición secundándola en la expresión, practicando su fragmentación. Y, en este sentido,
creo que es importante referirnos a la heteronimia como a una «práctica significante» si se
entiende por ella, como lo hace Julia Kristeva, el movimiento «negativo» por el cual el sujeto «se
abstiene de la posición a partir de la cual se despliega la actividad social-histórica-significante» 29. Y
este ausentarse será también un enmascararse y no de una vez por todas, sino cada vez que
intenta significarse a sí mismo: como se piensa ser o como se espera poder ser.
29
J. Kristeva. La révolution du langage poétique, Paris, Seuil, 1974, p. 188. (La traducción es nuestra). XXXX
30
Pessoa, Fernando. “Meu pensamento, dito, já não é”. (Traducción nuestra). Véase además, a propósito de
la necesidad de la máscara, F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal (Madrid, Edaf, 1974, p. 435): «Todo
espíritu profundo necesita una máscara: más aún, en torno a todo espíritu profundo va creciendo
continuamente una máscara, gracias a la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, dada a
todas sus palabras, a todos sus casos, a todas las manifestaciones de su vida». Sobre la máscara en
Nietzsche, cfr. G. Viattimo, Il soggetto e la maschera. Nietzsche e il problema della liberaciones, Milano,
Bompiani, 1979, pp. 9-41 e passim.
Pero miro tan atento
tanto en ellos me disperso
que cada pensamiento
me torna ya diverso.
¿Es posible, de frente a estos versos (escogidos, además, casi al azar en el corpus pessoano),
continuar relegando el programa de despersonalización –o como se quiera definir el principio
generador de la heteronimia- a un nivel pre- o extra-textual? ¿O no será el momento de
interrogarnos sobre los cambios realizados en el estatuto de un sujeto que ya no se reconoce en el
cogito cartesiano o en el Ich denke kantiano, percibiendo por el contrario precariedad en un
universo también fragmentado, ya irreductible a una lógica y a una representación unitarias 32?
Entonces, ¿es absurdo pensar que el sentido de toda la producción pessoana, en su
heterogeneidad manifiesta, resida, ni más ni menos, que en el deseo de despojarse de su propia
identidad institucional para encontrarse con las «cosas» y enunciar, como heterónimo, la
heteronimia señalada por Barthes?
Es cierto que, además de este «decir poéticamente» su propia crisis, se impone la
necesidad de «el pensar», esto es, se levanta el proyecto de un discurso construido en lo plural, la
tentativa de obligar a lo asistemático a permanecer dentro de una red estable de relaciones
convencionales que ordene el afloramiento de sensaciones heterónomas, sentidas como
independientes respecto del yo que las orienta. Pero también este proyectarse como dividido,
31
Pessoa, Fernando. “Dejo al ciego y al sordo”. En Op.cit., p. 168.
32
A propósito de la crisis del sujeto (trascendental) e de sus reflejos en el lenguaje poético de principio del
siglo XX, se puede consultar con provecho J. Kristeva, Il soggetto in proceso: il linguagio poetico, en AA.VV.,
L’identità (Seminario dirigido por C. Lévi-Strauss), Palermo, Sellerio, 1980, pp. 211-43. También véase G.
Agamben. Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia. Buenos Aires, Adriana
Hidalgo, 2007.
exactamente por ser una experiencia convencional, ¿no se resuelve en un acto poético? ¿En una
tentativa, por tanto, de trazar recorridos y límites dentro del texto que queden como parte
integrante de él, en tanto permiten al sujeto enunciar y simultáneamente controlar su
fragmentación o su constante «estar en algún lugar»?
Y en el fondo de todas estas preguntas se encuentra otra, radical, íntimamente vinculada a
la actividad crítica en general: ¿es posible (y además, ¿hermeneuticamente productivo?) aislar una
dimensión ficticia en relación al universo en el que está inscripta? En otras palabras, ¿es lícito
desvincular una historia heteronímica del discurso poético que la verifica y al mismo tiempo la
excede? La respuesta sólo puede ser negativa, y nos lleva a repensar las máscaras pessoanas como
aquello que efectivamente son: unidades significantes del discurso poético en la que los
«personajes» no serán sino puras articulaciones representativas. De este modo, los heterónimos
acaban por reducirse al estado de «palabras» (de «frases», a veces) que, como aquellas que son
insertadas en los textos, sirven al poeta para declarar y, simultáneamente, para ocultar su drama
de división.
4.
La palabra dialogada
Si, por lo tanto, Fernando Pessoa puede proponerse como «uno y cuatro» (o mejor, como «uno y
muchos»), lo importante es sostener el valor del vínculo que hace vivir al yo en función de los
otros y viceversa, dando lugar a identidades comprometidas, suspendidas entre la subjetividad y la
objetividad radicales:
33
“Primeiro Fausto” en Poemas Dramáticos. Lisboa: Ática, 1952, p. 80. (Traducción nuestra)
Si mi infancia ahora evoco, veo
-¡qué extraño!- como alguna otra criatura
que me era amiga, en una vaga
objetivada subjetividad34
Siento, quiero, me sé
solo por haber perdido —
Y el eco en que me soñé
se olvida de mi oído36
Pienso a veces en lo bello que sería unificar mis sueños y crear una continua vida, sucediendo
dentro del paso de los días, entre invitados imaginarios y personas inventadas, y vivir, disfrutar y
sufrir esa vida falsa. Me sucederían desgracias, pero también las alegrías caerían sobre mí. Y nada
de mí mismo sería real…
34
“Triste horror d'alma, não evoco já”, en Op.cit., p. 118. (Traducción nuestra). La referencia en las líneas
que preceden la cita es obviamente del artículo de L. Stegagno Picchio, Pessoa, uno e quatro, en «Strumenti
critici», I, 4 (octubre, 1967), pp. 377-401.
35
Recuérdese que Pessoa declara: «La memoria no es un fenómeno inteligente, es un fenómeno de la
conciencia». Una frase que el escritor parece haber sacado de Hegel: «la idea de esta existencia de la
conciencia es la memoria y su verdadera existencia es el lenguaje» (cito de Agamben, El lenguaje y la
muerte. Op. cit., p. 74).
36
"¡Ah, ya está todo leído, incluso lo que falta por leer!”, en Poesias inéditas (1919-1930), op.cit., p. 44.
(…)
Y es a través de imágenes sucesivas que puedo describirme –no sin verdad pero a través de
mentiras- y voy quedando más en las imágenes que en mí mismo, diciéndome hasta dejar de ser,
escribiendo con el alma como si fuera tinta, útil sólo para ser escrito con ella. Pero acaba la reacción
y de nuevo me resigno. Vuelvo en mí, al que soy, aunque resulte ser nada. 37
Sólo en esta dimensión precaria es posible existir plenamente: sólo superando la oposición
Identidad/Diferencia imperante en la cultura (clásica) occidental se finge idéntico en la diferencia y
viceversa. Sabiendo, de todos modos, que debe defender continuamente tal espacio vital-
escritural-onírico –en una palabra, poético- de los ataques conjuntos de ser y no ser.
Así, dentro de la opción Yo/ No-Yo, Pessoa aprovecha un lugar subjetivo e ideal: locus
amoenus («el jardín de mi infancia») pero también y especialmente clausus:
Tú no existes, bien lo sé, pero ¿sé yo que existo de verdad? Yo, que te hago existir en mí, ¿tendré
más vida real que tú, que la propia vida [vida muerta] que te vive?39
El anacoluto inserto en la frase -«yo, que te hago existir en mí, tendré…»- representa bien el deseo
pessoano de perderse para encontrarse como yo-tú, sujeto-objeto, consciente-inconsciente. Y tal
situación paradójica, de hecho, constituyó a mi modo de ver el verdadero horizonte de la
37
Pessoa, Fernando. El libro del desasosiego. Madrid, Baile del Sol, 2010, pp. 126-127 y 318-319.
38
Pessoa, Fernando. “Consejo”, en OC, I, op.cit., p. 244.
39
Pessoa, Fernando. El libro del desasosiego, op.cit., p. 29.
heteronimia como operación poética «marginal», o mejor aún, como búsqueda de posiciones-
límite dentro de las cuales es posible instaurar una economía de dialogo, una polifonía real.
Del heterónimo, en esta perspectiva, se podrá decir (como Pessoa dice de la mano) que
«es lo que tenemos o define a quien no somos». E fronteiras, muros as personagens pessoanas
são-no certamente: perímetros de una consciencia que busca poseerse a través de un proceso de
despersonalización, de exploración de la alienación con la mirada puesta en una nueva
recomposición del yo como producto inmaterial («sombra leve») de instancias alternativas. 40
A propósito de las modalidades del ser y del tener en la psicología infantil escribió Freud:
«El niño expresa muchas veces la relación objetal por la identificación: yo soy el objeto. El tener es
el que sigue y recae en el ser después de las pérdidas objetales. Ejemplo: el pecho. El pecho es
parte de mí, yo soy el pecho. Sólo después: lo tengo, luego no soy él» 41. Ahora bien, más allá de las
implicaciones específicas que esta cita conlleva, me parece que las consideraciones freudianas
pueden tornarse útiles para la comprensión del mecanismo general del programa heteronímico: la
regresión a un dominio mítico e «in-fantil» en que no se tiene pero se es, o mejor, se consigue
simultanea y paradojalmente tener (el yo y su lenguaje, el ortónimo) y ser aquello que se desea
(los otros, su lenguaje, los heterónimos).42
E é com um projeto de dominio que nos teremos de haver, es decir, con la tentativa de
controlar la dispersión lingüística y existencial, para tornarse en el único responsable de un
sistema expresivo que lo proclame idéntico a sí mismo. Esto permite por otro lado, para Pessoa, la
necesidad de negar la realidad histórica –tanto la suya como la de los otros- para insertar al sujeto
y al objeto en una especie de «genealogía» que, según Foucault (glosador en este caso del
pensamiento nietzscheano), «representa la historia como carnaval concertado» 43.
40
A propósito de la invención heteronímica, responde A. Zanzotto en la entrevista sobre Pessoa concedida a
la revista «Quaderni Portoghesi» (n°2 – Octubre de 1977 – pp. 185-194).
41
Freud, Sigmund. «Conclusiones, ideas, problemas», en Obras completas. Tomo XXIII. Buenos Aires,
Amorrortu, 1986.
42
Cfr. para las relaciones entre ser y tener, Agamben, El lenguaje y la muerte, op. cit. En el mismo volumen
aparecen importantes consideraciones sobre la infancia como dimensión ‘indecible’ (de in-fans, ‘no-
hablante’), asunto ya abordado por Agamben en Infancia e historia, op.cit.
43
Foucault, Michel. «Nietzsche, la genealogía, la historia», en Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta,
1978, p. 133. Que la opción heteronímica, y genealógica, se aúna a un proyecto de dominio, lo afirma
implícitamente Pessoa en los Apuntes para una estética no aristotélica, cuando declara que el arte es «antes
que nada, un esfuerzo para dominar a los otros».
Pero cuántas veces descreído
del ser insubsistente
con el que en el Carnaval
de mi alma irreal
vestía lo que sentía
vi quien era quien no soy
y todo lo que no dije
los ojos me enturbió … 44
En esta mirada retrospectiva (la poesía es de octubre de 1930), Pessoa capta exactamente su
historia personal como búsqueda exasperada de una alteridad imposible, como la puesta en
acción de «un gran carnaval de tiempo» dominado por la experiencia de la máscara.
La forma dialógica asumida por la poesía pessoana conserva, en esta óptica, un valor de inversión
constante, de cambio continuo de la realidad para la ficción y viceversa. De modo que el
histrionismo, el asumir identidades diferentes, no son sino instancias que acentúan, desde afuera,
su propia «extrañeza».
La subversión contra una solidaridad forzada y que marginaliza puede ser conducida, en el plano
poético, a través de una automarginalización consciente, soportando sobre sus hombros el
estigma de la anormalidad. Y fuera de la «norma» los personajes pessoanos son-en-él realmente
(basta consultar las falsas biografías), cargando dentro de sí la sospecha de ser locos, bobos o tal
vez niños, o sea, de encontrarse en las condiciones-límites que los condenan y al mismo tiempo los
salvan de la paradoja –la única forma lógica que les es permitida.
Al igual que esta subversión paródica, la polifonía carnavalesca se revela, ella misma, como
«un lento refugio del no ser», y la experiencia consumada por Pessoa en el disfraz heteronímico
será calificable como una de las tentativas más importantes realizadas en la literatura del
novecientos al reivindicar para el hombre el derecho de «inventar la vida» sin someterse en las
presiones de la historia, intentando oponer al poder y a sus códigos una gramática diferente de la
representación: que subvierta y mienta, consciente de subvertir y de mentir. «Pertenezco a una
49
Pessoa, Fernando. Páginas Íntimas e de Auto-Interpretação. Lisboa: Ática, 1966, p. 64. (Traducción
nuestra)