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RESUMEN
INTRODUCCIÓN
Persiste la tendencia a sinonimar evaluación y calificación pensando muy poco en la primera como
reguladora y mucho menos como un proceso que la propia persona que está aprendiendo puede y
debe llevar a cabo.
Al respecto Santos Guerra,1 señala: "Lo más importante de la reflexión sobre la evaluación es que
conduzca a la transformación de las prácticas, a su mejora".
En este sentido, las transformaciones en las prácticas educativas actuales llevan con más facilidad
innovaciones en el uso de estrategias de aprendizaje y de recursos didácticos; no obstante, en el
ámbito de la evaluación del aprendizaje es común encontrar estas modificaciones acompañadas
de sistemas tradicionales.
Estudios diagnósticos desarrollados en diferentes universidades cubanas2-5 avalan la necesidad de
la transformación en las prácticas evaluativas, lo que expresa que el cambio educativo debe
orientarse a redimensionar las siguientes tendencias:
Prácticas evaluativas reproductivas, que limitan el proceso de desarrollo integral del estudiante,
con demandas cognitivas que privilegian los contenidos conceptuales, en menor medida los
procedimentales y sin integrar los condicionales y actitudinales.
Incoherencias entre las formas de evaluar y las nuevas exigencias del proceso enseñanza
aprendizaje, orientándose hacia los resultados cuantitativos, la fragmentación del sistema
evaluativo y la búsqueda incesante por parte de la administración educativa de resultados, los que
introduce una contradicción entre las exigencias situadas al profesor en su desempeño y las
formas en que evalúa la calidad de sus resultados.
La tipología de preguntas de los exámenes comprueban un nivel productivo bajo, provocando que
sea insuficiente el desarrollo del pensamiento y la creatividad.
Los exámenes son utilizados para certificar y acreditar; no para retroalimentar al estudiante sobre
sus errores o insuficiencias, ni para reflexionar y tomar decisiones en el perfeccionamiento del
proceso enseñanza aprendizaje.
En este contexto se debe considerar que la evaluación del aprendizaje conduce a la dirección
efectiva del proceso docente educativo y a la determinación de su grado de eficiencia; pero a su
vez también en ello radica su complejidad, de ahí que constituya un reto para el docente.2-4
Teniendo en cuenta los preceptos referidos, el presente trabajo tiene como finalidad reflexionar
acerca de algunas de las tendencias actuales en las prácticas evaluativas, y las razones de la
importancia de transformar los sistemas tradicionales de evaluación para elevar la calidad del
proceso docente educativo.
DESARROLLO
Hacia los umbrales del siglo XXI, la práctica evaluativa como categoría se ha redimensionado.
Significados pertinentes sobre evaluación la definen como una instancia que "… hace referencia a
cualquier proceso por medio del cual alguna o varias características de un alumno, de un grupo de
estudiantes, de un ambiente educativo, de objetivos educativos, de materiales, profesores,
programas, etc., reciben la atención del que evalúa, se analizan y se valoran sus características y
condiciones en función de unos criterios o puntos de referencia para emitir un juicio que sea
relevante para la educación".1,5
Varios son los autores5,7-10 que han postulado referentes y sistematizaciones sobre la base de las
prácticas pedagógicas y los diferentes modelos de la universidad en el marco de la evaluación, los
que reconocen la visión integradora de esta última y sus funciones instructivas y educativas, la
emisión de un juicio valorativo para la posterior toma de decisión, considerándola como un
proceso, condición que imprime dinamismo en la práctica docente.
Aunque no hay una sola definición de evaluación alternativa, lo que se pretende con ella es
recopilar evidencia de cómo los estudiantes procesan y completan tareas reales sobre un tema en
particular, utilizadas como instrumento, situación, recurso o procedimiento para obtener
información sobre la marcha del proceso.14,15
La evaluación auténtica requiere que los estudiantes demuestren la construcción del significado a
través de desempeños; es decir, a través de acciones en las cuales aplican sus aprendizajes,
porque es colaborativa y necesita de la interacción y el apoyo de los otros, visualiza a los
estudiantes como aprendices activos, demuestra su progreso a lo largo del tiempo, valora el
incremento del conocimiento y su aplicación; se señala que este enfoque evaluativo tiene, entre
sus raíces, la concepción de aprendizaje significativo de Ausubel y la perspectiva cognoscitiva de
Novak. Se recomienda como método de evaluación y a su vez como una herramienta para el
pensamiento reflexivo.16
Los autores consideran que en la práctica cotidiana de las aulas universitarias se sigue poniendo
énfasis en el trabajo del profesorado antes que en el aprendizaje de los estudiantes, sin embargo,
en los últimos años se ha venido asistiendo a la introducción de cambios e innovaciones en los
sistemas y procedimientos de evaluación que conceden un mayor protagonismo a los educandos.
En este contexto de reflexión y cambio evaluativo se está potenciando, desde algunos ámbitos
académicos e investigativos, la denominada evaluación orientada al aprendizaje. Los tres
elementos básicos sobre los que ella se fundamenta conllevan la participación activa de los
estudiantes. Proalimentación y tareas auténticas ayudan a asumir procesos participativos y
colaborativos de evaluación que se apoyan en una concepción abierta, flexible y compartida del
conocimiento. En este sentido se pone la atención en el uso de estrategias de evaluación que
promueven y maximizan las oportunidades de aprendizaje de los estudiantes, en contraposición a
la certificación o validación de estos a través de la evaluación sumativa.17
Desde esta perspectiva y al analizar los artículos referidos al trabajo metodológico en la Resolución
210/2007,20 en el capítulo sobre la evaluación del aprendizaje se puede apreciar su visión como
fase consustancial y dinámica del desarrollo del proceso docente educativo, en que no solo evalúa
el profesor, sino que se propicie la participación de los estudiantes mediante la evaluación grupal y
la autoevaluación, con lo cual se logra un ambiente comunicativo.
González Pérez,21 señala la evaluación como la "… actividad cuyo objetivo es la valoración del
proceso y resultados del aprendizaje de los estudiantes a los efectos fundamentales de orientar y
regular la enseñanza para el logro de las finalidades de la formación". Esta definición privilegia un
enfoque cualitativo y holista de la evaluación y destaca su rol formativo, como esencial entre las
demás funciones planteadas por otros autores. Considera que es inherente al proceso enseñanza
aprendizaje por permitir regular y orientar este. Revela su esencia como una actividad humana,
pero limita su acción comunicativa. Estas observaciones le confieren a la enunciación, según el
juicio de los autores, sus principales valores y la señalan como una definición de primordial
referencia.
A criterio de los autores, los nuevos enfoques sobre la evaluación permiten pertrechar a los
profesores de las universidades de ciencias médicas de contenidos teóricos y metodológicos
acerca de cómo desarrollar la evaluación dentro del proceso enseñanza aprendizaje en
correspondencia con las aspiraciones del programa de formación del Médico General.
En el contexto de la didáctica particular de las ciencias básicas biomédicas, los autores del
presente artículo concuerdan con Morales Molina et al,22 cuando plantean: "… la evaluación es
una categoría compleja y muy controversial, en la que se superponen sobre todo factores
subjetivos muy diversos y que afectan directamente la calidad técnica y metodológica de los
instrumentos de evaluación, su verdadero valor como mecanismo de retroalimentación sobre la
calidad del proceso y de sus resultados; con el riesgo de crear falsas imágenes de calidad que
repercuten directamente sobre la satisfacción de las necesidades de salud de la sociedad".
Estas exigencias demandan concebir el proceso de evaluación del aprendizaje con un enfoque
histórico cultural, que requiere involucrar al estudiante en todo el proceso, dándole participación
activa en la evaluación de su propio aprendizaje y en el de los demás, incluida la práctica
evaluativa desarrollada por el profesor, la cual debe incorporarse en el proceso de
retroalimentación.
El contexto universitario actual precisa de una práctica educativa a fin de ajustar las demandas que
se exigen para la formación de los futuros profesionales desde una respuesta a la diversidad
educativa y en especial a la concepción del aprendizaje desarrollador.
Los autores consideran necesario reflexionar sobre los agentes involucrados en el proceso de
evaluación; es necesario tener en cuenta la interacción entre alumno (sujeto evaluado) y docente
(evaluador). Ser consecuentes con esto implica involucrar al sujeto en la acción evaluativa,
otorgándole un rol activo y reconociendo la posibilidad que posee de emitir juicios de valor. El
evaluado comienza a tener "voz" para manifestar su propia valoración, que adquiere tanta
relevancia como el juicio elaborado por el otro _evaluador externo-. La solidez de dicha
apreciación estará dada por los indicios seleccionados y las argumentaciones que sostienen cada
juicio.19
El alumno tiene derecho a "ser parte" de su evaluación, se trata de respetar un principio ético
básico: el de inclusión, para lo cual es preciso generar un medio propicio para que cada uno se
atreva a decir lo propio. La posibilidad de crear esos espacios es responsabilidad exclusiva del
evaluador (o del equipo que lidera el proceso).7,13
Otro aspecto importante es la definición de criterios y su conocimiento previo a la ejecución de
cada evaluación, además, es consubstancial generar negociación y debate en torno a estos,
ofreciéndoles sentido a cada uno.
El paso de concebirla como una acción aislada del proceso enseñanza aprendizaje a reconocerla
como parte de este, en relación con los objetivos, habilidades, contenidos y estrategias
metodológicas.
El paso de un carácter pasivo a uno activo por parte del estudiante, creando sus propias
valoraciones respecto a su proceso, implicándose, buscando elementos valorativos.21
Desde esta perspectiva, las funciones de la evaluación como componente del proceso de
enseñanza aprendizaje deben estar asociadas a otras como la pedagógica, la formativa, y por
tanto, la social; además debe explorar las potencialidades a desarrollar en los estudiantes, las
posibilidades de apropiación del nuevo contenido con la ayuda del otro. Asimismo, destacar otras
funciones, tales como: la de comprobación de resultados, la de orientación y regulación y la
formativa.12
Es preciso significar que el éxito de la evaluación del aprendizaje, y por tanto, del proceso docente
educativo depende en gran medida de la profundidad y sistematicidad del trabajo pedagógico que
desarrolle cada centro de educación superior, facultad, departamento docente y el colectivo de
cada asignatura o disciplina.
Los autores consideran que es necesario profundizar en el desarrollo del trabajo metodológico,
dirigido a perfeccionar el sistema de evaluación del aprendizaje de cada disciplina y asignatura,
como elemento esencial para incrementar la maestría pedagógica de los docentes por una parte, y
por otra, consolidar la eficiencia en el trabajo de los diferentes colectivos de las disciplinas y
asignaturas, núcleos básicos donde radica el éxito del proceso enseñanza aprendizaje.
Una adecuada orientación metodológica a los colectivos de las asignaturas debe garantizar, entre
otros aspectos, la selección de una lógica del proceso docente educativo que propicie el desarrollo
de la independencia cognoscitiva de los estudiantes y la creación de hábitos de superación
permanente, así como la concepción de sistemas de evaluación del aprendizaje cualitativos e
integradores para su correcto desempeño.
CONCLUSIONES
Las nuevas tendencias sobre la evaluación señalan que el conocimiento no tiene que ver
solamente con la acumulación de contenidos, sino que representa un medio para aprender a
hacer y aprender a ser; por tanto, requiere desde la perspectiva del profesor, readecuaciones
permanentes de las prácticas evaluativas que contribuyan a que la evaluación sea un proceso para
fomentar y dirigir el aprendizaje en correspondencia con las tendencias actuales de la pedagogía y
la didáctica en la educación superior.
Resumen
El presente texto propone una reflexión de los principios sobresalientes (de carácter
teórico y sociopolítico) para formular una propuesta curricular. Señalamos la tensión
existente entre las posiciones del currículum formal o establecido frente al oculto o
vivido. Argumentamos que es necesario salir de esta polarización innecesaria a partir
de una propuesta democrática de política curricular. Proponemos una aproximación
que denominamos currículo vivo, esta propuesta consta por una parte de un anclaje
con las prácticas sociales y por otra parte, la articulación de las etapas componentes
del currículo. Se trata de un proceso democrático de renovación curricular, pues debe
ser participativo en su implementación para lograr dicho anclaje. Asimismo, se debe
conducir una evaluación movilizadora de los actores y generadora de un conocimiento
para renovar tanto el currículum como las instituciones educativas.
Al definir el currículo cabe mencionar a Eisner (1985), quien lo concibió como una serie
de eventos planeados con la intención de tener consecuencias educativas en los
estudiantes. Ante las diferentes definiciones del currículo, llama la atención que Eisner
haga énfasis sobre el impacto que éste tiene, ya que a veces los currículum suelen
tener una dimensión burocrática con poco o nulo impacto en las aulas.
¿Cómo se lleva a cabo el diseño curricular? Quizá esta pregunta ha sido, en el ámbito
educativo, una de las que ha generado mayores controversias. Es lógico que así sea,
ya que este diseño implica tanto el concurso de elementos conceptuales como
metodológicos e ideológicos. Eisner ha dicho que el concepto de currículum es
ambiguo. Sin embargo podemos señalar que dicho concepto es más bien polisémico.
Se trata de un concepto que refiere a muchos sentidos, y que evocan una multitud de
dimensiones.
Pero más que una definición, como lo propuso Eisner (1985), es preciso conocer las
significaciones del currículum. Abordaremos entonces estas significaciones. La
etimología del currículo es latina "currere", que significa correr, que es lejano a sus
connotaciones en inglés y francés, pero coincide con el uso de "carrera" universitaria
que utilizamos en México y que en otras lenguas se le conoce como programa de
estudios ("programme d'études" en francés) y ("academic program" en inglés). Hay
que distinguir el significado amplio y flexible de "lo que se enseña en la escuela" hasta
"la actividad específicamente planificada para estudiantes en un periodo de tiempo
particular." Si se observa, las nociones convencionales se acercan a esta definición.
Proponemos una aproximación que considere, como lo propone Eisner (p. 40),
observar al currículo como las experiencias escolares, es decir "todas las experiencias
que el niño tiene bajo la égida de la escuela." Esencialmente nuestra propuesta estriba
en vincular lo que Eisner llama currículo intencional ("intended") que es el que se
planifica, con el "operativo", que sucede en las aulas entre docentes y alumnos. Es
decir, se retoma la definición de Stenhouse de currículo: "Es una tentativa para
comunicar los principios y rasgos esenciales de un propósito educativo, de forma tal
que permanezca abierto a la discusión crítica y pueda ser trasladado efectivamente a
la práctica". Subrayamos en efecto que la apertura es una condición necesaria para
llevarlo a la práctica.
¿Qué dirige un currículum? Ross propuso la existencia de tres tipos : el que es dirigido
por los contenidos (content driven), el dirigido por los objetivos (objective driven) y el
dirigido por el proceso (process driven). En la concepción de currículo que proponemos
convergen estos tipos enunciados por Ross, ya que en el proceso de construir un
currículo se redefinen los contenidos y los objetivos.
Por su parte, Keeves proyectó tres niveles similares del currículo: el oficial (intended
currículum); el que se lleva a cabo en la aulas (implemented currículum) y el que es
alcanzado por los alumnos (achieved currículum). Nosotros nos proponemos una
coherencia entre ellos. Jonnaert (2011) observa que en la realidad, en los sistemas
escolares existen rupturas, transformaciones, mediaciones y reconstrucciones (lo que
Keeves llama niveles). Porque "la transposición de contenidos de un currículo oficial
hasta el proceso de aprendizaje llevado a cabo por los alumnos en los salones de clase
es muy complejo y ciertamente no lineal (p.4)." Sin embargo no se pretende que haya
una relación lineal o una correspondencia mecánica. Esto sería ingenuo. Se trata que
haya una coherencia entre el currículo oficial y lo que se enseña y se aprende en la
clase. Si no sucede eso, si no existe una correspondencia básica, entonces hay una
divorcio entre ambos. Esto significaría que el currículo oficial es una simple farsa y en
los hechos está muerto. Vimos que Eisner definió el currículo justamente considerando
la intención de las consecuencias educativas. ¿Cómo puede justificarse el currículo
oficial si no llega a tener impacto en las prácticas educativas? ¿Aceptarían las
autoridades que el currículo tenga un status provisional como lo sugiere Stenhouse
(1975)? ¿Basta con decir pasivamente que hay un currículo oficial y otro
implementado? Esto es inaceptable desde el punto de vista pedagógico y político.
Por otra parte, Jonnaert (2011) supone que existen por una parte la racionalidad de los
currículums oficiales y la irracionalidad de la realidad. Se pregunta si es suficiente
precisar las orientaciones curriculares y traducirlas en los programas para que puedan
pasar automáticamente de un nivel del currículo a otro? Sin respuesta, el autor supone
que se trata de una paradoja entre un mundo racional y un irracional. Sin embargo no
hay tal, ni unos son racionales ni los otros irracionales. La racionalidad entendida en la
tradición filosófica (por ejemplo desde Spinoza y Kant) hace apelo a la libertad y a la
moral. Los programas escolares oficiales no son "racionales" porque son rígidos y se
sitúan en una lógica tecnocrática. Tampoco las prácticas educativas son irracionales
porque se contrapongan a dicha rigidez. Más de esta falsa dicotomía, se trata de
construir un proceso democrático que de fluidez y de renovación curricular.
Así, para diseñar un currículo es necesario partir de conceptos y teorías. Pero como
afirmó Dewey, las ideas y los fines no son espontáneos (1966, p. 31). En efecto, éstos
obedecen a visiones teóricas y posiciones políticas. Ciertamente no se pretende partir
de una visión esquemática o menos aún detener el diseño frente a las alternativas que
se presenten, sino más bien capitalizarlas. En efecto, un obstáculo mayor para el
diseño curricular es la tensión entre el currículum formal o establecido frente al
currículum vivido u oculto. Esta tensión es ciertamente compleja y es la expresión de
modos de concebir la educación. Para ir más allá de esta tensión, es pertinente
recordar a Eisner, quien propone que el currículo debe basarse en la idea que la
búsqueda de significado es una inclinación mayor de los seres humanos.
Mucho se ha hablado del currículo oculto y diferentes autores han dado significaciones
diversas a esta noción. Así, para que no se diluya en la ambigüedades, es preciso
especificar y reconocer sus límites y su papel real para no sobrevalorarlo o incluso
pretender que se trata de una especie de complot. Por ejemplo Perrenoud (1993)
recuerda que a veces es oculto porque puede ser implícito, ignorado o ambiguo y se
pregunta para quién está oculto. Esta observación es pertinente ya que a veces los
currículum burocráticos no consideran aspectos de la realidad educativa, es decir, hay
parte del currículo que es oculto para las autoridades. En efecto, Candela, Coll y
Rockwell (2006) nos muestran que en los salones de clase, los niños y estudiantes no
solamente estudian y juegan, sino que hacen muchas cosas más, compran, discuten,
intercambian, conviven.... En este sentido es necesario formular un currículo que
considere estas actividades diversas. De esta manera los responsables de las prácticas
educativas pueden observarlas para cerciorarse que sean compatibles con los
contenidos curriculares.
Más allá de lo difuso de las nociones del llamado currículo oculto, cabe señalar que
Eisner (1985, p.25) destaca que el currículo es también moldeado por diversas fuerzas
sobre las cuales los planificadores no tienen control. De esta manera lo importante es
que tanto los programas como la escuela deban adaptarse a dichas fuerzas. En ese
sentido Eisner enumeraba las fuerzas que influenciaban el currículo, como la
pretensión de que la ciencia empírica o positivista puede aplicarse a la educación, los
sindicatos magisteriales, el crecimiento del consumismo en las escuelas, la influencia
de los libros de texto y la legislación. Ciertamente estas fuerzas han cambiado casi 30
años después de su postulación (mismas que se referían a la educación básica), sin
embargo la propuesta del argumento de Eisner es más pertinente que nunca. Por lo
que respecta la educación universitaria, estas fuerzas tienen un impacto indiscutible
sobre el currículo. Además existen otras fuerzas nuevas, como el uso de las
computadoras e Internet. La consideración de dichas fuerzas puede contribuir a
construir un currículo vivo.
Pero el currículo no solamente debe atender las causas sociales, sino también las
individuales. En efecto, como señala Cesar Coll "es necesario abrir la currícula a los
intereses de los alumnos y permitirles construir sus propias trayectorias de
aprendizaje" (2006). En efecto, la aspiración a la personalización del aprendizaje es
una exigencia que las instituciones de educación formal no pueden seguir ignorando.
De esta manera podemos observar que el desarrollo de los currículums se hace más
complejo, también más diverso al atender estas opciones de personalización.
Finalmente es preciso que el currículo sea portador de valores por lo que la dimensión
ética es primordial. En efecto, los contenidos correspondientes a conocimientos
diversos (incluso aquellos mecánicos o técnicos) no son exentos de valores.
Afortunadamente tanto ingenieros como administradores y abogados (entre otras
muchas disciplinas) se muestran abiertos a una formación ética, fundamental en sus
respectivas disciplinas. Morin (1999) justamente insiste sobre la importancia de los
principios y valores de la condición humana esenciales para la educación.
Lo que podemos observar en esta adopción de las competencias en América Latina son
varias contradicciones y paradojas. Se pretende hacer reformas con las competencias,
pero en la práctica los programas continúan con escasas modificaciones. Se trata de
cambios oficiales y administrativos que en realidad no representan una innovación
curricular. Son programas sin vida.
El reto del currículo contemporáneo es más bien poner en práctica las teorías
constructivistas justamente para construir y renovar el currículo; no como un simple
"contenido" sino como un cuerpo integral de las prácticas pedagógicas. Como diría
Dale, buscar la modernidad por medio del currículo (2008, p.18). Esta dinámica es
ciertamente compleja y enfrenta desafíos metodológicos y operativos de grandes
dimensiones. ¿Pero acaso no es normal esto para emprender una (verdadera) reforma
educativa?
Varios autores como Ross (2000) han afirmado que el currículo es una construcción
social resultado de influencias diversas y de conflictos ideológicos. ¿Basta subrayar
esta naturaleza? A nuestro juicio es necesario, pero insuficiente. Es preciso analizar el
desarrollo concreto de un currículo para conocer su dinámica en un contexto y de esta
forma sus limitaciones y aciertos. Proponemos ejemplificar esto en dos momentos de
reformas curriculares en Canadá.
Sería muy amplio abordar las diversas teorías sobre el currículum. Baste señalar la
existencia de contradicciones luego de su implementación. Por ejemplo varias
propuestas curriculares se presentan en la actualidad con la etiqueta de
constructivistas, sin embargo se implementan de manera tradicional desde las
instituciones. Como señala Wells (1999), a pesar de que el constructivismo sea
aceptado en el ámbito académico, en las aulas éste está ausente. Es decir, se
practican en contra del principio que el conocimiento puede generarse en las prácticas
educativas. Por ejemplo la reforma curricular que se implementó en Canadá encontró
una oposición vigorosa por parte de la comunidad y la opinión pública (Rangel, 2010).
Es decir, la implementación está íntimamente vinculada a las propuestas conceptuales
y metodológicas.
La reforma en Canadá fue presentada como un cambio indispensable para que los
alumnos fueran capaces de trabajar. A quienes cuestionaban dicha propuesta de
reforma eran considerados como defensores del retraso y de una educación inútil. Una
falla importante y reveladora de la naturaleza poco democrática de la reforma fue el
hecho que el gobierno no comunicó de manera adecuada ni a la opinión pública, ni a la
académica, ni a las escuelas, los detalles y la evolución de la primera parte del
proyecto de reforma. La información salía a 'cuenta gotas' y bajo presión de la prensa
(el autor, 2010).
Por otra parte, cabe mencionar que Jonnaert (2011) propone una clasificación similar a
la de Eisner (1985) de lo que llama niveles de un currículo: el currículo oficial
(intended currículum), el currículo interpretado e implementado por los actores
(achieved currículum) y el nivel de aprendizajes escolares (implemented currículum).
Aún cuando el autor señala que no se trata de tres sino un currículo, la transición no se
observa en el modelo que propone y lo que es más importante, cómo se articula en la
práctica. Es decir, cómo cobra vida un currículo a lo que hemos llamado justamente
currículo vivo.
III. Conclusión
Así, es ineludible hacer alusión a esta tensión entre el currículum formal o establecido
frente al currículum oculto. Sin embargo las supuestas iniciativas críticas e innovadoras
fallan al sistematizar conceptos y conocimientos básicos para la formación de
profesionales y ciudadanos. Lo que hemos acuñado como currículo vivo es
precisamente la solución de la tensión de los enfoques de currículos formales e
informales que han bloqueado el desarrollo curricular. El currículo vivo apunta a la
conjunción de dichos enfoques. Así, la acepción de currículo oculto se define en esta
dinámica como lo informal o complementario que apoye al currículo formal.
Como criticara Jonnaert (2011), las reformas curriculares son reducidas a una
reescritura de los programas de estudio. Asimismo otras reformas se centran en
alguno de los niveles del currículo. Insistimos que un currículo debe observar el
conjunto del proceso en el que participan tanto funcionarios, investigadores y
docentes. Un currículo renovado es así complementario a una didáctica cotidiana, es
decir, al conocimiento generado en los salones de clase. Se trata, como lo sugiriera
Freinet, de una teoría o metodología en la que los docentes estén en condiciones de
crear su propia propuesta (1970). Es decir, el currículo renovado contribuye a su vez a
la renovación de didácticas y metodologías que los docentes viven y desarrollan en las
aulas.
Se afirma a veces que una mejora de las currículums no se traduce en una mejora en
la enseñanza en las aulas o la calidad de la educación a los alumnos. Esto sucede
cuando el currículo no es la expresión de la práctica de la enseñanza - aprendizaje. Sin
embargo debe expresarse cuando existe la participación de los actores y una
verdadera evaluación que de cuenta de los resultados del currículo como enseñanza,
es decir que permanezca vivo en el aula (no como indicadores estandarizados).
Esta propuesta de política curricular es esencialmente democrática en el plano social y
deliberativa en el plano conceptual. Ambas dimensiones son fundamentales, ya que la
propuesta curricular que desdeña la participación de los actores fracasa pues se
impone de manera autoritaria. Asimismo el currículo que desdeña los conceptos corre
el peligro de diluirse en formalismos tecnocráticos. ¿Cómo podría renovarse un
currículo sin un debate de conceptos y conocimientos pertinentes para la enseñanza? A
mi juicio, nunca como ahora se hace necesaria una política curricular con estas
características en países como México, que construyen poco a poco instituciones
democráticas y un sistema educativo conforme a dichas instituciones.
Resumen
En este trabajo presentamos una revisión de la literatura en español sobre la evaluación formativa
y compartida del aprendizaje en el nivel universitario referente a los medios, técnicas e
instrumentos de dicha evaluación. Los principales resultados apuntan a que a existe una cierta
confusión en la utilización de términos como "instrumentos", "herramientas", "técnicas",
"dispositivos", etc. (en ocasiones se utilizan diferentes términos para referirse a un mismo
concepto, o bien, el mismo término para referirse a conceptos y prácticas diferentes; se enumeran
entremezclados, confundiendo unos con otros); y que no se sigue una clasificación claramente
delimitada. Finalmente, se presenta una propuesta de marco conceptual para hacer referencia a
los "medios", "técnicas" e "instrumentos" de evaluación formativa y compartida en educación
superior, definiendo de manera precisa la terminología asociada.
Introducción1
Hay dos cuestiones que generan nuestro interés por la temática de la evaluación formativa y
compartida en educación superior: la primera es que durante los últimos años, todas las
universidades españolas han estado inmersas en un proceso de renovación que implica la
consolidación del proceso de convergencia hacia el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES).
Este es uno de los grandes retos para nuestras universidades (Florido et al., 2009). Dichos cambios
afectan tanto al alumnado como al profesorado universitario. Enmarcado dentro de una creciente
complejidad social, el profesorado universitario se ha encontrado con una serie de desafíos a los
que ha de enfrentarse; uno de ellos es modificar los criterios y las estrategias de evaluación
(Gessa, 2011), puesto que se hace necesario adaptarse a nuevos sistemas de evaluación de
competencias. Consideramos que la evaluación es uno de los elementos que debe evolucionar
para ajustarse a esta nueva forma de entender y desarrollar la docencia universitaria. Son muchos
los autores que afirman que la evaluación condiciona el qué y cómo aprende el alumnado (Álvarez,
2005; Biggs, 2005; Bonsón y Benito, 2005; Brown y Pickford, 2013; Casanova, 1998; 2012; Dochy et
al., 2002; López, 2009; Sanmartí, 2007; Santos Guerra, 2003), ya que es "el arma más poderosa
que tienen los profesores para influir en el modo en el que los estudiantes responden a las
asignaturas y se comportan como alumnos" (Gibbs, 2003: 61).
EVALfor fue creado en 1997 gracias al PAIDI (Plan Andaluz de Investigación, Desarrollo e
Innovación) de la Junta de Andalucía, y es un grupo competitivo financiado. Está compuesto por 11
investigadores, profesores de las universidades de Cádiz y Sevilla, y tres técnicos informáticos.
Además, hay una red de colaboradores de otras universidades y dos profesores de otros niveles
educativos que participan puntualmente en proyectos.2 Su objetivo es:
Las publicaciones en JCR (Journal Citatios Reports) desde la creación del grupo son las siguientes:
Álvarez et al. (2008), Ibarra y Rodríguez (2007; 2010), Ibarra et al. (2012), Quesada et al. (2013) y
Rodríguez et al. (2011). Además de estos artículos, el grupo ha publicado tres libros: Ibarra, 2008;
Rodríguez, 2009; Rodríguez e Ibarra, 2011.
El segundo grupo al que hemos hecho referencia es la Red de evaluación Formativa y Compartida
en la Docencia Universitaria. Se puso en marcha en 2005 y surgió "de la confluencia de las
inquietudes de un grupo de profesores acerca de cómo mejorar sus modelos de evaluación
universitaria y del contexto de reforma del EEES" (Navarro et al., 2010: 1). Se consolidó mediante
la "Convocatoria de ayudas para la elaboración y desarrollo de proyectos relacionados con la
convergencia europea de la enseñanza en las universidades de Castilla y León" (Orden
EDU/1586/2005, de 29 de noviembre de 2005), mediante el proyecto denominado "Creación de
una red interuniversitaria de evaluación formativa y mejora del aprendizaje en el Espacio Europeo
de Educación Superior (EEES): desarrollo de propuestas, metodologías y experiencias de
evaluación formativa y compartida". Actualmente (2014) cuenta con 150 profesores de 30
universidades españolas.
Tomando estas dos consideraciones como impulso (la necesidad de los docentes de evaluar
competencias y el surgimiento de nuevos grupos de investigación y estudios sobre la temática),
nos parece necesaria la unificación del uso de términos sobre los aspectos que conciernen a la
evaluación formativa y compartida en la docencia universitaria. Con esta consideración
concuerdan autores como Álvarez (2009) o Gullickson (2007).
Álvarez (2009) recogió y analizó los documentos escritos en los que se planifica la evaluación en
los centros, y no encontró marcos o planteamientos conceptuales que identificasen prácticas de
evaluación sustantivamente formativas más allá de las expresiones más usuales y comunes; ello
provoca, desde el punto de vista de este autor, que resulte difícil sostener el poder formativo de la
evaluación, tan permanentemente presente en la narrativa didáctica.
Esta idea de que se necesita una definición terminológica sobre la evaluación también es
compartida en The Joint Committe on Standars for Educational evaluation, donde se afirma que
"las investigaciones han llevado a diferentes autores (Conley, 1997; Gronlund, 1976; Joint Advisory
Committe, 1993) a considerar que se necesita un lenguaje común en la evaluación de los
aprendizajes del estudiante" (Gullickson, 2007: 23).
Mediante este artículo pretendemos realizar una revisión bibliográfica de las publicaciones más
relevantes sobre la terminología específica que se utiliza cuando se habla de evaluación formativa;
así como plantear nuestra propuesta terminológica, como unificación a la revisión realizada, en la
que se tenga en consideración la terminología referente a la evaluación formativa y a la evaluación
compartida.
A modo de ejemplo, en una práctica docente podríamos decir que cuando un profesor o profesora
valora el trabajo que ha hecho un alumno o alumna, así como las mejoras que se han ido
realizando en una determinada producción o medio (cuaderno, portafolios, práctica, recensión,
etc.), y emite un juicio de valor sobre ello, estaríamos hablando de evaluación. Cuando ese mismo
profesor tiene que traducir esas valoraciones acerca del aprendizaje de su alumnado a términos
cuantitativos (un 8 sobre 10, un notable, etc.), estaremos hablando de calificación. La calificación
está basada en una evaluación sumativa (pues esta última debe antecederla), pero también
pueden darse procesos de evaluación que no conlleven calificación; de hecho, cuando así ocurre
es cuando la mejor evaluación realiza su labor de potenciar y orientar el aprendizaje. Lo que nos
gustaría resaltar es que el alumnado no aprende con los procesos de calificación, sino con los de
evaluación. Ésta es la clave de la perspectiva desde la que entendemos la evaluación. Estamos de
acuerdo con Álvarez (2005: 11-12) cuando afirma que:
evaluar con intención formativa no es igual a medir ni a calificar, ni tan siquiera a corregir. evaluar
tampoco es clasificar ni es examinar ni aplicar test. Paradójicamente la evaluación tiene que ver
con actividades de calificar, medir, corregir, clasificar, certificar, examinar, pasar test, etc., pero no
debe confundirse con ellas, pues aunque comparten un campo semántico, se diferencian por los
recursos que utilizan y los usos y fines a los que sirven. Son actividades que desempeñan un papel
funcional e instrumental. De esas actividades artificiales no se aprende.
En la literatura especializada pueden encontrarse autores que señalan cómo el profesorado suele
tender a la confusión entre evaluación y calificación, a pesar de tratarse de cosas bien diferentes
(Álvarez, 2005; Fernández, 2006; Santos Guerra, 2003). Esta es una cuestión preocupante en la
docencia universitaria, pues no sólo supone el no diferenciar entre una y otra, sino que gran parte
del profesorado va dejando de lado la evaluación, centrándose casi exclusivamente en la
calificación (López, 2004), hasta llegar un punto en el que esta práctica calificadora se encuentra
tan extendida "que una parte importante del profesorado ni siquiera considera que pueda
evaluarse de otra manera" (López, 2009: 52).
Para dejar claras las diferencias entre la evaluación y la calificación, en la siguiente figura
reflejamos las funciones de cada una de ellas. Nuestra clasificación está fundamentada en los
trabajos de Fernández (2006), Gimeno y Pérez (1998), Sanmartí (2007) y Santos Guerra (1993),
pero sólo en parte, dado que dichos autores consideran las funciones que vamos a enumerar
como pertenecientes a la evaluación. Desde nuestra forma de entender la evaluación formativa,
creemos que es conveniente separarlas (Fig. 1).
Las ideas acerca de lo que deben ser la educación y las prácticas educativas (incluyendo los
sistemas evaluativos) dependen del marco teórico de referencia. Casanova considera que debe
buscarse un modelo de evaluación que sea "formativo, continuo e integrado en el desarrollo del
currículo, colaborando a la mejora del mismo y de los propios procesos de aprendizaje del
alumnado" (1998: 66) por ser "el considerado válido y adecuado para evaluar los procesos de
formación humana" (1998: 71). La Red de evaluación Formativa y Compartida entiende la
evaluación formativa como: "todo proceso de constatación, valoración y toma de decisiones cuya
finalidad es optimizar el proceso de enseñanza-aprendizaje que tiene lugar, desde una perspectiva
humanizadora y no como mero fin calificador" (Pérez et al., 2009: 35). En la misma línea, autores
como Brown y Pickford la definen como el procedimiento utilizado para reconocer y responder al
aprendizaje del estudiante con el fin de reforzarlo durante el propio proceso (2013).
Desde 1970 es habitual que el profesorado (sobre todo en niveles no universitarios) confunda la
"evaluación formativa" con la "evaluación continua" y, a menudo, que interprete erróneamente la
"evaluación continua" como una realización continua de pruebas, exámenes y notas, que
realmente debería denominarse "calificación continua". El concepto de "evaluación continua"
hace referencia a la evaluación que se lleva a cabo en el aula de forma diaria y cotidiana,
normalmente con una finalidad formativa, pero recopilando sistemáticamente información del
proceso de aprendizaje de cada alumno, de forma que no sea necesario someterlo a pruebas o
exámenes al final del trimestre o cuatrimestre.
Una vez explicado lo que entendemos por evaluación formativa, quisiéramos aclarar que en los
últimos años han surgido diversos términos muy relacionados entre sí ("evaluación democrática",
"evaluación alternativa", "evaluación auténtica", "evaluación para el aprendizaje", "evaluación
formadora", etc.). En López (2012), López, Castejón et al. (2011) y Pérez et al. (2009), se puede
encontrar una detallada definición de cada uno de ellos y la consideración de que, a pesar de que
aportan matices interesantes, la mayor parte de sus planteamientos ya están recogidos bajo el
paraguas de la "evaluación formativa".
Normalmente se tiende a pensar que únicamente evalúa el profesorado pero, desde nuestro
parecer, eso es algo que no debe ser así. Es cierto que el alumno necesita la evaluación del
docente (para que le guíe y le oriente, para que le ayude a regular sus errores y a aprender de
ellos, para que le enseñe, etc.), pero también es necesaria la implicación de los discentes en el
proceso evaluativo. Por tanto, concebimos el proceso de manera compartida y consideramos,
como Santos Guerra (2000), que la evaluación pertenece a todos y a todos beneficia. Dichos
beneficios son múltiples:
• En primer lugar, se trata de "una oportunidad de aprendizaje para todos los implicados"
(Bretones, 2006: 6). Así, el alumnado desarrolla y/o estimula ciertas capacidades, como el
pensamiento crítico, reflexionando sobre el proceso de aprendizaje, la autonomía y la
autorresponsabilidad, y toma conciencia de la calidad del trabajo.
• También desarrolla competencias para su futura práctica profesional (Boud y Falchikov, 2007;
Bretones, 2008; Falchikov, 2005). En este último caso es muy valioso constatar que el alumnado
aprende a trabajar en equipo, a desarrollar la empatía o a valorar el trabajo ajeno, habilidades que
le serán muy útiles en el mundo laboral (Ibarra et al., 2012). Además, si nos centramos en la
formación inicial del profesorado, el alumnado pone en práctica una competencia que requerirá
en su profesión: el uso de sistemas de evaluación formativa y compartida en su práctica docente
(López, Manrique y Vallés, 2011; Palacios y López, 2013; Lorente y Kirk, 2013).
Los medios, las técnicas y los instrumentos de evaluación del aprendizaje. Revisión de los
conceptos en la literatura en español
Rotger (1990: 132) habla de "instrumentos" para referirse a: "la observación directa del alumno, la
observación del grupo, la autoevaluación, la revisión de los trabajos personales y su equipo, la
coevaluación, etc.".
Casanova (1998) propone "un modelo evaluador y su metodología" en el que incluye: 1) técnicas
para la recogida de datos (observación, entrevista, encuesta, sociometría, coloquio y trabajos del
alumnado); 2) técnicas para el análisis de datos (triangulación y análisis de contenido); y 3)
instrumentos para la recogida y el análisis de datos (anecdotario, lista de control, escala de
valoración, cuestionario, sociograma y psicograma, diario y grabación).
Salinas (2002) dedica un capítulo de su libro a "instrumentos para tratar de evaluar", donde alude
a los exámenes, trabajos, cuadernos, preguntas de clase, exámenes y controles, pruebas objetivas
y observación sistemática.
Álvarez (2003) hace alusión a las "técnicas de evaluación", refiriéndose a pruebas objetivas,
exámenes, diarios de clase, exposiciones, o entrevistas. Posteriormente (2005) habla de técnicas,
recursos, métodos de evaluación, etc., pero tampoco hace distinción entre ellas.
Buscà et al. (2010) analizan 34 casos de docencia universitaria que llevan a cabo prácticas de
evaluación formativa y compartida. Uno de los epígrafes del artículo se dedica a analizar los
"procedimientos e instrumentos de evaluación formativa". En él se establecen tres categorías para
los "procedimientos e instrumentos" de evaluación utilizados por los y las docentes analizados: 1)
procedimientos de evaluación basados en la observación: listas de control; 2) charlas con el
profesorado y discusiones en grupo: diálogos grupales, entrevistas con grupos de trabajo,
entrevistas individuales, foros virtuales, etc.; 3) aportaciones y producciones del alumnado: diario
de clase y cuaderno de campo, informe de autoevaluación, informe de sesión práctica,
recensiones, monografías, carpetas colaborativas, portafolio electrónico, etc.
• Medios para evaluar: "pruebas o evidencias que sirven para recabar información sobre el
objeto a evaluar". Estas evidencias, productos o actuaciones realizadas por los estudiantes son los
medios que nos informan sobre los resultados de aprendizaje y que utiliza el evaluador para
realizar las valoraciones correspondientes. Varían en función del tipo de competencia o
aprendizaje que se pretende evaluar. Algunos ejemplos que se presentan son los siguientes: para
valorar la aplicación y destrezas de investigación (proyecto de investigación); para valorar
destrezas profesionales (estudio de casos); para valorar competencias comunicativas
(presentación o entrevista).
A pesar de las definiciones tan claras de los medios, las técnicas y los instrumentos de evaluación,
encontramos una carencia en esta clasificación, pues observamos que no tiene cabida la
participación del alumnado en la evaluación. Es decir, en dicha clasificación no se contempla la
autoevaluación, ni la evaluación entre iguales, ni la evaluación compartida. Como hemos indicado
anteriormente, para nosotros la evaluación formativa también ha de ser compartida y la
participación del alumnado en el proceso evaluativo es claramente necesaria. Es por este motivo
por el que, a pesar de que las definiciones de los medios, técnicas e instrumentos de Rodríguez e
Ibarra (2011) nos parecen muy claras, creemos que la clasificación está incompleta.
Por todo lo anterior, creemos necesario un nuevo sistema de clasificación de los medios, técnicas
e instrumentos de evaluación formativa y compartida del aprendizaje que tenga en consideración
al alumnado y su participación en el proceso evaluativo. Así, nuestra propuesta es la siguiente:
• Los medios de evaluación son todas y cada una de las producciones del alumnado que el
profesorado puede recoger, ver y/o escuchar, y que sirven para demostrar lo que los discentes
han aprendido a lo largo de un proceso determinado. Pueden adoptar tres formas diferentes:
escritos, orales y prácticos.
• Las técnicas de evaluación son las estrategias que el profesorado utiliza para recoger
información acerca de las producciones y evidencias creadas por el alumnado (de los medios). Las
técnicas a utilizar son diferentes en función de si el alumnado participa o no en el proceso de
evaluación.
• Cuando las técnicas son aplicadas unilateralmente por el profesor, se han de utilizar unas u
otras dependiendo de la forma del medio (escrito, oral o práctico); si el medio que se pretende
evaluar es escrito, se utilizará la técnica del análisis documental y de producciones (o revisión de
trabajos); si el medio a evaluar es oral o práctico, se utilizará la observación o el análisis de una
grabación (audio o video).
• Cuando el alumno participa en el proceso evaluativo, las técnicas de evaluación pueden ser
las siguientes:
• Los instrumentos de evaluación son las herramientas que tanto el profesorado como el
alumnado utilizan para plasmar de manera organizada la información recogida mediante una
determinada técnica de evaluación. Como ya hemos señalado, todas y cada una de las técnicas
anteriormente indicadas sirven para recoger información acerca del medio que se pretende
evaluar; pero esa información debe registrarse de manera sistemática y precisa para que la
evaluación sea un proceso riguroso. En el Cuadro 1 presentamos un listado de medios, técnicas e
instrumentos obtenidos en la revisión realizada, pero clasificados en función de nuestro marco
conceptual.
Tomando el portafolio como un medio escrito de evaluación, las técnicas que pueden utilizarse
para su evaluación son varias: por un lado, el profesor o profesora puede realizar un análisis del
documento (en este caso del portafolio). Además, puede utilizar la autoevaluación como técnica si
involucra a su alumno o alumna a participar en la evaluación del mismo. En el caso del análisis
documental, el docente necesitará un instrumento para sistematizar la recogida de información
del portafolio, que puede ser una escala de estimación para evaluar el grado de cumplimiento de
los requisitos que se exigían para la realización del portafolio. Así mismo, el alumno o alumna
también necesitará un instrumento, que puede ser una lista de control donde puede ir anotando si
los ítems que se le pedían que se incluyesen en su portafolio están o no están, e incluso podrá
hacer anotaciones u observaciones.
Somos conscientes de que en ocasiones puede haber cierta dificultad para diferenciar los medios
de los instrumentos de evaluación (incluso en ocasiones pueden ser ambas cosas), pero para que
no exista confusión se deberá tener muy presente la finalidad que se persigue. Por ejemplo, si una
alumna del Grado de Educación Infantil utiliza el diario del profesor durante su periodo de
prácticas, éste tiene dos funciones: por un lado, le sirve a ella para evaluar a "sus" alumnos, puesto
que gracias a las anotaciones que en él hace puede sistematizar sus observaciones, valoraciones e
intervenciones. En este caso, sería un instrumento de evaluación. Pero por otro lado, ese mismo
cuaderno se considera una evidencia que recoge el tutor de la Facultad de Educación para recabar
la información necesaria acerca del periodo de prácticas de la alumna y su capacidad reflexiva, por
lo que se trataría de un medio de evaluación. En este caso tan concreto, el diario del profesor es
un medio para evaluar (para el tutor de las prácticas) pero también un instrumento de evaluación
(para la alumna en formación). Estos casos donde surgen dobles funciones son muy puntuales y
suelen darse sobre todo en la Formación Inicial del Profesorado, donde el alumnado desempeña
un doble estatus con sus correspondientes roles: por un lado son alumnos y alumnas pero, por
otro lado, cuando se encuentran en el prácticum también son maestros y maestras.
Mediante esta propuesta terminológica hemos pretendido arrojar un pequeño punto de luz en la
terminología referente a la evaluación, concretamente sobre los medios, las técnicas y los
instrumentos utilizados para llevarla a cabo, pero siempre desde la perspectiva formativa y
compartida; estamos de acuerdo con Gullickson (2007: 23) cuando argumenta, sustentado en las
investigaciones de diversos autores, que es necesaria una unificación terminológica sobre esta
temática, es decir, que se necesita un "lenguaje común en la evaluación de los aprendizajes del
estudiante".
Conclusiones
Por ello, se ha presentado un marco conceptual que permite utilizar una clasificación única, y que
ayuda a la comunidad educativa a ganar rigor y claridad terminológica. En este trabajo hemos
aportado un nuevo sistema de clasificación de los medios, técnicas e instrumentos de evaluación
formativa y compartida, teniendo en consideración al alumnado y su participación en el proceso
evaluativo. Así, la propuesta presenta la definición de los siguientes términos: 1) los medios de
evaluación son todas y cada una de las producciones del alumnado y sirven para demostrar lo que
los discentes han aprendido. 2) Las técnicas de evaluación son las estrategias que el profesorado
utiliza para recoger información acerca de las producciones y evidencias creadas por el alumnado
(de los medios); son de dos tipos, en función de si el alumnado participa o no en el proceso de
evaluación. 3) Los instrumentos de evaluación son las herramientas que tanto los profesores como
los alumnos utilizan para plasmar de manera organizada la información recogida mediante una
determinada técnica de evaluación. Se presentaron ejemplos de cada uno de estos conceptos para
facilitar una mejor comprensión de los mismos.
Esperamos que este artículo sea de utilidad al profesorado de educación superior, así como a los
investigadores sobre evaluación educativa. Confiamos en que esta humilde aportación pueda
clarificar la terminología utilizada por la comunidad educativa a la hora de hablar de la evaluación
de los aprendizajes, así como mejorar su rigor y claridad.